Una pasión en el olvido - Jennie Lucas - E-Book
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Una pasión en el olvido E-Book

Jennie Lucas

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Beschreibung

La bella Eve Craig cayó bajo el influjo del poderoso Talos Xenakis en un tórrido encuentro en Atenas. Tres meses después de que perdiera con él su inocencia, perdió también la memoria... Eve consiguió despertar el deseo y la ira de Talos a partes iguales. Eve lo había traicionado. ¿Qué mejor modo de castigar a la mujer que estuvo a punto de arruinarlo que casarse con ella para destruirla? Entonces, Talos descubrió que Eve estaba esperando un hijo suyo...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 Jennie Lucas. Todos los derechos reservados. UNA PASIÓN EN EL OLVIDO, N.º 2030 - octubre 2010 Título original: Bought: The Greek’s Baby Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9184-4 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

Capítulo 1

ALOS Xenakis había escuchado muchas mentiras a lo largo de su vida, en particular sobre su hermosa y cruel ex amante, pero aquélla se llevaba la palma.

–No puede ser verdad –dijo escandalizado mientras observaba al médico–. Está mintiendo.

–Señor Xenakis, le aseguro que es cierto –replicó con voz grave el doctor Bartlett–. Ella tiene amnesia. No se acuerda de usted, ni de mí ni siquiera del accidente que tuvo ayer. Sin embargo, no tiene ninguna lesión física.

–¡Porque está mintiendo!

–Llevaba puesto el cinturón de seguridad cuando se golpeó la cabeza con el airbag –prosiguió el doctor Bartlett–. No hay conmoción cerebral.

Talos observaba al doctor Bartlett con el ceño fruncido. El médico tenía una gran reputación en su profesión, en la que se le consideraba un hombre muy cualificado y con una integridad sin tacha. Era rico, dado que llevaba toda la vida atendiendo a pacientes aristocráticos y de grandes fortunas, lo que significaba que no podía comprársele. Hombre de familia, llevaba casado cincuenta años con su esposa, tenía tres hijos y ocho nietos, lo que significaba que no podía ser víctima de la seducción. Por lo tanto, debía de estar plenamente convencido de que Eve Craig tenía amnesia.

Talos frunció los labios. Dada su astucia, habría esperado más de ella. Once semanas atrás, después de apuñalarlo por la espalda, Eve Craig había desaparecido de Atenas como por arte de magia. Sus hombres habían estado buscando por todo el mundo sin éxito alguno hasta hacía dos días, cuando, de repente, Eve había reaparecido en Londres para el entierro de su padrastro.

Talos había abandonado las negociaciones de un contrato millonario en Sidney para ordenarles a sus hombres que no le perdieran el rastro hasta que él llegara a Londres en su avión privado. Kefalas y Leonidas le habían ido pisándole los talones el día anterior por la tarde, cuando ella había abandonado una clínica privada en Harley Street. Habían visto cómo se cubría el sedoso y largo cabello oscuro bajo un fular de seda, cómo se ponía unas enormes gafas de sol y unos guantes blancos para conducir y se marchaba en un Aston Martin descapotable de color plateado... para terminar chocándose contra un buzón de correos que había en la acera.

–Fue tan raro, jefe –le había explicado Kefalas cuando Talos llegó aquella misma mañana procedente de Sidney–. En el entierro parecía bien, pero al marcharse de la consulta del médico comenzó a conducir como si fuera bebida. Ni siquiera nos reconoció cuando la ayudamos a entrar de nuevo en la clínica después del accidente.

El doctor Bartlett parecía igualmente desconcertado.

–La he tenido en observación, pero no he podido descubrir ningún daño físico en ella.

–Porque no tiene amnesia, doctor –le dijo Talos, apretando los dientes–. ¡Le está tomando el pelo!

El doctor se puso tenso.

–No creo que la señorita Craig esté mintiendo, señor Xenakis. La conozco desde que tenía catorce años, cuando vino aquí por primera vez de los Estados Unidos con su madre. Todas las pruebas han dado negativas. El único síntoma parece ser la amnesia. Esto me lleva a pensar que el accidente ha sido simplemente un catalizador y que el trauma ha sido simplemente emocional.

–¿Quiere decir que se lo causó ella misma?

–Yo no diría eso exactamente, pero este tema queda fuera de mi campo. Por eso, le he recomendado a un colega, el doctor Green.

–Un psiquiatra.

–Sí.

–En ese caso, si no le ocurre nada físicamente, se puede marchar del hospital.

El médico dudó.

–Físicamente se encuentra bien, pero como no tiene memoria, tal vez sería mejor que un familiar...

–No tiene familia –le interrumpió Talos–. Su padrastro era su único pariente y murió hace tres días.

–Sí, me enteré del fallecimiento del señor Craig y sentí mucho su muerte, pero esperaba que Eve pudiera tener tíos o incluso algún primo en Boston...

–No es así –dijo Talos, aunque en realidad no tenía ni idea. Sólo sabía que nada le iba a impedir llevarse a Eve con él–. Yo soy su...

¿Qué? ¿Un antiguo amante decidido a vengarse de ella?

–…novio –terminó–. Me ocuparé de ella.

–Eso fue lo que me dijeron sus hombres ayer cuando me explicaron que venía usted de camino –comentó el doctor Bartlett mirándolo como si no le gustara del todo lo que veía–, pero, por cómo habla usted, no parece que crea siquiera que ella necesita cuidados especiales.

–Si usted dice que ella tiene amnesia, no me queda más remedio que creerlo.

–La ha llamado mentirosa.

Talos sonrió.

–Las verdades a medias son parte de su encanto.

–Entonces, ¿tienen ustedes una relación estrecha? ¿Piensa casarse con ella?

Talos sabía cuál era la respuesta que el médico estaba buscando, la única que podía dejar a Eve en su poder. Por lo tanto, dijo la verdad.

–Ella lo es todo para mí. Todo.

El doctor Bartlett examinó cuidadosamente la expresión del rostro de Talos y asintió.

–Muy bien, señor Xenakis. Le daré el alta y la dejaré a su cuidado. Cuídela bien. Llévela a casa.

¿A Mithridos? Talos moriría antes de que ella pudiera contaminar su hogar de aquella manera, pero a Atenas... Sí. Podría encerrarla allí y le haría lamentar profundamente el hecho de haberlo traicionado.

–¿Podré llevármela hoy mismo, doctor?

–Sí. Haga que se sienta amada –le advirtió–. Que se sienta segura y querida.

–Segura y querida –repitió él, casi sin poder evitar que se le reflejara un gesto de burla en el rostro.

El doctor Bartlett frunció el ceño.

–Estoy seguro de que podrá comprender, señor Xenakis, lo que las últimas veinticuatro horas han significado para Eve. No tiene nada a lo que aferrarse. Carece de recuerdos de familiares o amigos para apoyarse. No tiene sentimiento alguno de pertenencia ni recuerdos de su hogar. Ni siquiera sabía su nombre hasta que yo se lo dije.

–No se preocupe. Cuidaré bien de ella.

Entonces, cuando Talos había comenzado a darse la vuelta, el doctor le hizo detenerse.

–Hay algo más que debería saber.

–¿El qué?

–En circunstancias normales, jamás revelaría esta clase de información, pero éste es un caso único. Creo que la necesidad de que la paciente reciba cuidados adecuados excede su derecho a la intimidad.

–¿De qué se trata? –preguntó Talos con impaciencia.

–Eve está embarazada.

Al escuchar esa palabra, Talos se puso tenso. Sintió que el corazón se le paraba literalmente en el pecho.

–¿Embarazada? ¿De cuánto? –preguntó a duras penas.

–Cuando realicé la ecografía ayer, estimé la fecha de concepción a mediados de junio.

Junio. Talos se había pasado casi todo ese mes al lado de Eve. Había estado pendiente de su trabajo lo mínimo posible dado que sólo quería estar en la cama con ella. Había pensado que podía confiar en ella. El deseo se había apoderado por completo de su mente y de su pensamiento.

–Me siento culpable –continuó el médico con voz entristecida–. Si hubiera sabido lo disgustada que se iba a poner con la noticia de su embarazo, jamás la habría dejado marcharse en coche del hospital, pero no se preocupe –añadió rápidamente–, el bebé se encuentra bien.

Su bebé.

Talos miró al doctor casi sin poder respirar. El médico, de repente, soltó una sonora y alegre carcajada y le dio una palmada en la espalda.

–Enhorabuena, señor Xenakis. Va usted a ser padre.

A su alrededor, Eve comenzó a oír un suave murmullo de voces. Sintió que alguien, tal vez la enfermera, le pasaba un trapo fresco por la frente. Olía el suave aroma de la lluvia y del algodón de las sábanas que la cubrían, pero mantuvo los ojos cerrados.

No quería despertarse. No quería abandonar la oscura paz del sueño, la calidez que le proporcionaban sueños que apenas recordaba y que aún la acunaban entre sus brazos. No quería regresar al vacío de una existencia de la que no tenía recuerdo alguno. No había identidad. Nada a lo que aferrarse. Aquel vacío era mucho peor que cualquier dolor.

Tres horas atrás, el médico le había dicho que estaba embarazada. No podía recordar el hecho de haber concebido aquel hijo. Ni siquiera recordaba el rostro del padre de su hijo, aunque lo conocería aquel mismo día. Él llegaría en cualquier instante.

Se cubrió la cabeza con la almohada y apretó los ojos con fuerza. Se sentía atenazada por los nervios y el temor de encontrarse con él por primera vez, con el padre de su hijo.

¿Qué clase de hombre sería?

Oyó que la puerta se cerraba y se abría. Contuvo el aliento. Entonces, alguien se sentó sobre la cama a su lado, haciendo que se inclinara hacia él sobre el colchón. Unos fuertes brazos la rodearon de repente. Sintió la calidez del cuerpo de un hombre y aspiró el masculino aroma de su colonia.

–Eve, estoy aquí –susurró una voz profunda y baja, con un exótico acento que no era capaz de identificar–. He venido a buscarte...

Una profunda excitación la recorrió de la cabeza a los pies. Respiró profundamente y apartó la almohada. Él estaba tan cerca de ella, que lo primero que vio fueron sus pómulos marcados. La oscura barba que había empezado a nacerle en la fuerte mandíbula. El color aceitunado de su piel. Entonces, cuando él se apartó de su lado, vio su rostro entero.

Era, sencillamente, arrebatador.

¿Cómo era posible que un hombre fuera a la vez tan masculino y tan hermoso? Su cabello negro le rozaba suavemente la piel. Tenía el rostro de un ángel. De un guerrero. La recta nariz se le había roto, al menos, en una ocasión, a juzgar por la pequeña imperfección de su perfil. Tenía una boca de labios carnosos y sensuales, con un gesto que revelaba una cierta arrogancia y, tal vez... crueldad.

Los ojos que la contemplaban eran tan oscuros como la noche. Bajo aquellas oscuras profundidades, le pareció ver durante un instante el fuego del odio, como si deseara que ella estuviera muerta.

Entonces, Eve parpadeó y, de repente, vio que él le sonreía con un tierno gesto de preocupación. Debía de haberse imaginado ese sentimiento tan desagradable. No era de extrañar, teniendo en cuenta lo desconcertada que se encontraba desde el accidente, un accidente que ni siquiera era capaz de recordar.

–Eve –susurró él mientras le acariciaba suavemente la mejilla–, pensé que no te iba a encontrar nunca.

El roce de sus dedos le prendía fuego a la piel. Se sentía ardiendo desde el rostro hasta los senos. Los pezones se le irguieron al tiempo que el vientre se le tensaba de un modo extraño. Respiró profundamente y examinó su rostro. Casi no podía creer lo que veían sus ojos.

¿Aquel... aquel hombre era su amante? No se parecía nada a lo que ella hubiera esperado.

Cuando el doctor Bartlett le dijo que su novio estaba de camino de Australia, se había imaginado un hombre de aspecto amable, cariñoso y con sentido del humor. Un hombre sencillo, con el que pudiera compartir sus problemas mientras fregaban los platos juntos al final de un largo día. Se había imaginado una pareja. Un igual.

Nunca se habría imaginado un dios griego como el que tenía ante sus ojos, de hermosura cruel, masculino y tan poderoso que, sin duda, podría partirle el corazón en dos con tan sólo una mirada.

–¿Es que no te alegras de verme?–le preguntó él en voz baja.

Ella le miró el rostro y contuvo el aliento. No tenía ningún recuerdo de aquel hombre, ni de la dureza de sus rasgos ni de aquellos labios tan sensuales. No tenía recuerdo alguno de las intimidades propias de los amantes. ¡Nada!

Él la ayudó a levantarse. Eve se lamió los labios nerviosamente.

–Tú eres... Tú debes de ser... Talos Xenakis... –susurró, esperando que él lo negara. Esperando que su novio de verdad, el del aspecto tierno y amable, entrara en aquel momento por la puerta.

–Veo que me reconoces...

–No. Dos de tus empleados... y el médico... me dijeron tu nombre. Me dijeron que venías de camino.

Él la miró, escrutándole el rostro.

–El doctor Bartlett me dijo que tenías amnesia. No me lo creí, pero es cierto, ¿verdad? No te acuerdas de mí.

–Lo siento –dijo ella, frotándose la frente–. No hago más que intentarlo, pero lo primero que recuerdo es a tu empleado, Kefalas, sacándome de mi coche. ¡Menos mal que iban en su coche detrás de mí!

–Sí, fue una suerte –dijo él–. Te van a dar el alta hoy mismo.

–¿Hoy?

–Ahora mismo.

–Pero... ¡pero si sigo sin recordar nada! Esperaba que cuando te viera...

–¿Esperabas que el hecho de verme te devolviera la memoria?

Eve asintió. No había razón para sentirse desilusionada o hacer que él se sintiera peor aún de lo que ya debía sentirse. Sin embargo, no pudo evitar el nudo que se le hizo en la garganta. Efectivamente, había contado con el hecho de que, cuando viera el rostro del hombre al que amaba, el hombre que la amaba a ella, su amnesia terminaría.

A menos que no se amaran. A menos que se hubiera quedado embarazada de un hombre que era poco más que una aventura de una noche.

–Estoy segura de que debes de sentirte tan herido… –dijo ella, tratando de apartar el repentino temor que se apoderó de ella–. Me imagino cómo te debes de sentir al amar a alguien que ni siquiera se acuerda de ti.

«¿Me amas?», pensó desesperadamente, tratando de leer su rostro. «¿Te amo yo a ti?».

–Shh, no importa –susurró él. Bajó la cabeza y la besó tiernamente en la frente. La calidez de su cercanía resultaba tan agradable como el sol de verano en un día de otoño–. No te preocupes, Eve. Con el tiempo, lo recordarás todo...

Al mirarlo de nuevo al rostro, Eve se dio cuenta de que la primera impresión que había tenido de él había sido completamente errónea. No era un hombre cruel. Era amable. ¿Cómo si no se podía explicar el hecho de que se mostrara tan paciente y tan cariñoso con ella a pesar del dolor que debía de estar experimentando?

Respiró profundamente. Sería tan valiente como él lo era. Apartó las sábanas.

–Me vestiré para que podamos marcharnos.

–Espera un momento. Hay algo de lo que debemos hablar.

Eve supo inmediatamente a qué se refería. Se sentía tan vulnerable tan sólo con el camisón del hospital que volvió a cubrirse con las sábanas.

–Te lo ha dicho, ¿verdad?

–Sí.

–¿Estás contento con la noticia? –preguntó, con voz temblorosa.

Eve contuvo el aliento al ver cómo él la miraba. Cuando por fin habló, tenía la voz cargada con una emoción que ella no supo reconocer.

–Me sorprendió.

–Entonces, ¿el bebé no fue algo que planeáramos?

Él se retorció las manos y la miró.

–Nunca antes te había visto así –musitó, acariciándole el rostro con una ardiente mirada–. Sin maquillaje, sin arreglar...

–Estoy segura de que tengo un aspecto terrible...

Sin embargo, él la estrechó entre sus brazos y la miró, haciéndola temblar de nuevo.

–¿Estás contento por lo del bebé?

–Voy a cuidarte muy bien.

¿Por qué no respondía?

–No tienes por qué preocuparte. No soy una inválida. Espero que la amnesia desaparezca dentro de un par de días. El doctor Bartlett me ha hablado de un especialista...

–No necesitas otro médico –afirmó él–. Sólo tienes que venir a casa conmigo.

La estrechó con fuerza contra su pecho. Eve se sintió tan segura, tan amada, que, por primera vez desde el accidente, creyó que había encontrado su lugar en el mundo. Al lado de él.

Talos le besó suavemente el cabello. Ella sintió la caricia de su aliento y se echó a temblar.

¿La amaba?

Le acarició suavemente la mandíbula. Notó la barba que había visto anteriormente. Su ropa estaba impecablemente planchada, lo que sugería que se había cambiado de ropa sin molestarse en afeitarse. Había acudido corriendo desde Australia. Se había pasado toda la noche en un avión.

¿Significaba eso amor?

–¿Por qué no viniste para asistir al funeral de mi padrastro?

–Estaba ocupado en Sidney adquiriendo una nueva empresa. Créeme. Nunca habría querido estar lejos de ti tanto tiempo.

Eve sentía que había algo que él no le había dicho. ¿O acaso era consecuencia de su propia confusión? No podía estar segura.

–Pero, ¿por qué...?

–Eres tan hermosa, Eve. Temí que jamás volvería a verte...

–¿Te refieres a lo del accidente? ¿Estabas preocupado por mí? ¿Porque nos amamos?

Él apretó la mandíbula.

–Eras virgen cuando te seduje, Eve. Nunca antes habías estado con un hombre antes de que yo te llevara a mi cama hace tres meses.

Eve se sintió aliviada. Descubrir que estaba embarazada había sido un shock. Se había preguntado por qué no estaba casada. Pero si Talos había sido su único amante, si era virgen a la edad de veinticinco años, eso decía algo sobre su personalidad.

A pesar de todo, seguía sin estar segura de si había amor entre ellos. Sentía que había algo que él no le decía. Algo oculto bajo sus palabras. Sin embargo, antes de que pudiera comprender lo que su intuición le estaba diciendo, Talos le agarró las manos y tiró de ella.

–Prepárate para marcharte –dijo él. Volvió a besarla en la sien y le acarició los brazos desnudos–. Quiero llevarte a casa.

Al sentir aquella caricia, la respiración se le aceleró. Una oleada de sensaciones le recorrió todo el cuerpo, despertando de nuevo su sensualidad. Trató de recordar qué era lo que le preocupaba, pero le resultó imposible.

–Está bien –susurró ella.

Con un gesto muy galante, él la ayudó a levantarse de la cama. Entonces, Eve pudo comprobar que era mucho más alto que ella, mucho más poderoso. Además de alto, era musculoso. Al mirarlo, a Eve se le olvidó todo a excepción de su propio anhelo, el deseo y la fascinación que sentía por el misterioso ángel que estaba a su lado.

–Siento haber tardado tanto en llegar a tu lado, Eve, pero ya estoy aquí –dijo. Le besó la cabeza suavemente, estrechándola de nuevo con fuerza entre sus brazos–. Te aseguro que nunca te voy a dejar escapar.

Capítulo 2

ALOS observó con ojos entornados a Eve mientras la acompañaba al Rolls-Royce negro que los estaba esperando frente a la puerta del hospital. No estaba fingiendo la amnesia. A pesar de su incredulidad inicial, Talos ya no tenía dudas. Eve no tenía ni idea de quién era él o de lo que ella había hecho. Y estaba embarazada de él. Eso lo cambiaba todo.