2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
El cowboy que la siguió a casa... Con aquella voz inquietante y aquellos ojos cautivadores, Brand Lancher no era precisamente el cowboy despreocupado que una mujer independiente como Toni Swenson necesitaba para que la ayudara a concebir un hijo. Pero no tuvo las fuerzas suficientes para resistirse a los encantos de aquel desconocido tan sexy... y cuando la misión estuvo concluida, Toni volvió a la ciudad con la esperanza de que ocurriera un milagro... En cuanto localizó a la bella seductora de ojos azules y se enteró de que su intención no era otra que asegurarse un heredero, Brand decidió que no se marcharía de allí dejando a su pequeño creciendo lejos de él. Así que se dispuso a casarse con Toni y así poder compartir la mitad de lo que ella tuviera... también lucharía por luchar contra el deseo y la ternura que se apoderaba de él cuando estaba con aquella mujer... Pero algunas cosas eran imposibles de controlar...
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 194
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Emilie Rose Cunnigham
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Una pasión inesperada, n.º 1200 - diciembre 2014
Título original: Expecting Brand’s Baby
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4878-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Publicidad
Esa noche iba a salvar el rancho… aunque tuviera que hacerlo boca arriba.
Toni Swenson se mordió el labio y estudió el torrente de personas con vaqueros y sombreros que se dirigía hacia las Finales Nacionales de Rodeo. En alguna parte en el interior del ruedo tenía que haber un hombre con la clase de genes que ella necesitaba. Genes que contribuyeran con el amor a los caballos, al ganado y a los espacios abiertos para su hijo.
«Y más vale que sea un hijo», pensó, secándose la frente.
Marchó con el resto de la multitud. El corazón le atronaba como una estampida. La rodearon unos olores familiares: barbacoa y nachos, tierra y ganado. Una combinación única del rodeo.
La invadieron unos recuerdos de tiempos más felices con su abuelo. ¿Por qué había muerto? ¿Y por qué había sentido la necesidad de ponerle esa pistola metafórica en la cabeza, para forzarla a hacer algo que iba totalmente en contra de sus creencias morales? Él, más que cualquier otro, sabía por qué no confiaba en los hombres.
Al sentarse, se limpió los ojos y se preguntó cómo había podido permanecer tanto tiempo alejada del deporte del rodeo. La facultad de veterinaria había sido difícil, pero, de haberse esforzado más, habría podido sacar el tiempo para asistir a uno o dos rodeos con su abuelo. Un año tras otro este la había llevado allí, la había puesto en su asiento y ordenado que no se moviera. Esbozó una sonrisa amarga. Rara vez había obedecido. Una vez lo siguió, manteniéndose alejada del campo de visión de él.
Los vaqueros y el ganado la fascinaban. Siempre lo habían hecho. Esa noche, tenía que encontrar exactamente a un vaquero sin raíces, que con indiferencia usara y descartara a las mujeres.
Una voz de whisky atrajo su atención hacia un par de vaqueros que bajaba por el pasillo.
–Recordad lo básico. Hombros erguidos. La mano libre por delante de vosotros. Corred como si os persiguiera el diablo al caer al suelo. Lo haréis bien.
El del pelo moreno le dio una palmada en la espalda al más joven. Tenía un antebrazo grueso. Se detuvo en el pasillo junto a ella, esperando mientras su compañero hablaba con alguien en la jaula.
Unos zahones de cuero negro enmarcaban el mejor trasero que jamás había visto. No podía apartar la vista de los glúteos firmes y muslos esbeltos que tenía aparcados a centímetros de la punta de la nariz. Todos esos músculos compactos iban enfundados en unos vaqueros tan ceñidos que podrían reventar las costuras mientras montara esa noche. Y lo haría. El número que tenía entre los hombros anchos lo señalaba como un competidor. La intensidad de su voz lo etiquetaba como el ganador incluso antes de que comenzara el torneo.
Se volvió para dejar que pasara alguien. La mirada del vaquero recorrió a la multitud y aterrizó sobre ella con la fuerza de un casco en el estómago. No pudo respirar. Esos ojos oscuros debajo del ala del sombrero negro le provocaron un vuelco del corazón y que en su estómago aletearan mariposas. El rostro delgado podría haber salido de sus fantasías. Ángulos marcados, mandíbula cuadrada y pómulos altos. Era un vaquero muy atractivo. Un hombre con control. Bajo ningún concepto lo que había ido a buscar esa noche.
Rompió el contacto visual y observó a su compañero joven de ojos azules. Esa era la clase de hombre que necesitaba. Alguien despreocupado, cuya actitud abierta fuera tan evidente como dominante la del vaquero del pelo oscuro.
El rubio la miró y, cuando ella le sonrió, apartó la vista ruborizado.
Toni respiró hondo. «Recuerda lo que hay en juego. Recuerda la misión». El rancho significaba demasiado para dar marcha atrás en ese momento. Apretó la mandíbula y echó para atrás los hombros. Se puso de pie, decidida a presentarse al más joven, pero el diablo de pelo negro ya lo conducía por el pasillo hacia las escaleras.
Movió la cabeza mientras admiraba su trasero. Ningún hombre debería ser tan atractivo. No era justo para alguien como ella, que buscaba a un hombre fácil de manejar. Apretó los dientes y los siguió. No podía abandonar esa noche. En el ADN no solo se transmitía el aspecto. Necesitaba genes de vaquero.
Los labios de Brand esbozaron una sonrisa melancólica. Se ajustó el borde del sombrero. «Brandon Lander, te estás haciendo demasiado viejo para este negocio». Ese conejito apenas le había dedicado una mirada con sus ojos azules. Había estado demasiado ocupada con Bobby Lee. Diablos, Bobby tenía diecinueve años, aún era virgen y pensaba seguir así hasta casarse con su novia del instituto después de Navidad. No sabría qué hacer con una mujer como esa.
Al dirigirse a las jaulas, miró por encima del hombro y vio que la rubia los seguía. Al parecer había trazado planes sobre la virtud del chico. Lo menos que podía hacer era ayudarlo a resistir la tentación.
–Date prisa –empujó a Bobby Lee–. Vas a llegar tarde. Yo iré luego, aún falta para que monte.
Desterró la sonrisa de la cara y se volvió para encarar a la mujer que parecía decidida a conducir a un joven por el camino del infierno. Con todas esas curvas, sería un viaje panorámico. Era pequeña, probablemente apenas pesara algo más que una buena silla de montar. Parecía frágil, el tipo de mujer que algunos hombres querrían mimar y proteger. Pero no él.
Unos bucles le enmarcaban el rostro angelical y flotaban hasta las puntas de los pechos. Una piel suave como magnolias hizo que los dedos le hormiguearan con el deseo de tocarla. Lo irritó bastante que los enormes ojos azules miraran más allá de él, clavados en la espalda de Bobby Lee.
La concentración intensa que había en sus facciones lo sorprendió. Parecía una mujer en una misión. Había visto la misma expresión en muchos jinetes de toros justo antes de salir de las jaulas para enfrentarse a una doma que podía significar vida o muerte. ¿Qué clase de misión podía conducir a un duendecillo como ella hasta las jaulas? Decidido a averiguarlo, se interpuso en su camino y se llevó los dedos al sombrero.
–Hola, pequeña dama. ¿Adónde vas? –el rostro ceñudo le indicó que no le gustaba que la llamaran pequeña.
–Perdona –intentó rodearlo, pero él modificó su postura y se lo impidió con los dedos enganchados en el cinturón. Bajó la vista un segundo a la hebilla que lo proclamaba campeón del mundo. No la impresionó. Se dirigió a la derecha y él a la izquierda–. Necesito pasar –se le encendió el rostro–. Muévete, vaquero.
–No puedes ir ahí, encanto. Es solo para jinetes –era bonita. Se tomó un momento para saborear las curvas dulces de su figura. Hubo una época en la que también él se habría visto distraído por un bombón así, pero ya no. Solo representaban problemas.
–Entonces hay unos cuantos jinetes que no figuran en mi programa.
–Encanto, esas son esposas y novias. ¿Estás con alguno de los chicos? –sabía que no, ya que de haber sido así la habría querido exhibir.
Ella tragó saliva e irguió los hombros. Parte del color se desvaneció de sus mejillas.
–Todavía no.
–Escucha, encanto, vamos a prepararnos para el rodeo. ¿Por qué no vuelves a tu asiento antes de que distraigas a alguien y se haga daño?
–¿Por qué no te mueves tú antes de hacerte daño? –alzó el mentón.
Brand tosió para disimular la risita.
–¿De verdad crees que me voy a dejar intimidar por cincuenta kilos de pelusa cuando mi trabajo es montar una tonelada de carne enloquecida? –fingió un escalofrío–. Me tienes temblando, encanto.
–Deséame suerte, Brand.
El grito de Bobby Lee la distrajo y le dio a Brand la oportunidad de retroceder dos pasos. Con un ojo cauto sobre el ángel vengador, alzó el pulgar hacia Bobby Lee. El chico, uno de los jinetes con menor puntuación en llegar a la final, agitó la mano y se volvió hacia la jaula. Era un motivo de orgullo salir el último al ser el participante de máxima puntuación. No obstante, no podía dejarse distraer en su última competición por un ángel atrevido.
Toni miró ceñuda al hombre de hombros anchos que le bloqueaba el paso. Por él perdería la oportunidad de conocer al padre potencial de su hijo. La suerte no la acompañaba y el tiempo se agotaba.
–Eh, Brand, algunos vamos a quedar luego para tomar unas copas. Bobby Lee va a venir. ¿Te apuntas?
Toni irguió los hombros cuando mencionaron el bar del hotel donde se alojaba. Quizá no todo estuviera perdido. Unos ojos oscuros se posaron en ella durante un momento.
–Allí estaré.
El locutor mencionó el apellido de Bobby Lee. Toni trasladó la mirada hacia su presa en un intento por liberarse del hechizo del diablo. Si el vaquero joven que estaba en la jaula iba a ser el padre de su hijo, debería conocer su apellido… por ningún otro motivo que el de evitarlo después de esa noche.
Las puertas de la jaula se abrieron con un estrépito. El ruido de la multitud ahogó el martilleo de su corazón. «Márchate mientras el diablo está distraído». Sus pies no quisieron moverse. Le echó la culpa de su extraña fascinación al hecho de que la actitud perezosa del vaquero no había parecido encajar con la inteligencia e intensidad que había visto en sus ojos. Aparte de que le costaba reconocer que era el hombre más sexy que había visto jamás.
«Recuerda la misión. No es lo que necesitas esta noche, ni ninguna otra noche. Es demasiado grande, fuerte, físico». Un hombre como él podía hacerle daño a una mujer. Necesitaba al vaquero tranquilo que se aferraba al lomo del toro que corcoveaba en el ruedo. Y solo lo necesitaba durante unos treinta minutos.
Dio un paso atrás. Quizá la Providencia le había sonreído después de todo. Era el momento apropiado del mes para concebir el hijo que el testamento de su abuelo insistía en que tuviera, y el hombre que podía ayudarla iba a ir directamente a su hotel. Podría conocerlo en el bar… a solo doce plantas de la concepción.
Esa noche iba a tener éxito. Y al día siguiente se marcharía de Las Vegas con la semilla de su futuro y el vínculo con su pasado.
Era el único modo de conservar su santuario.
Con la vista clavada en la puerta, Toni rompía la servilleta en trozos pequeños. Bebía la copa y pensaba en irse sola a su habitación. Pero en ese momento los vaqueros atravesaron las puertas giratorias conducidos por el Señor Equivocado. Sintió un nudo en el estómago. Adelantó el torso para ver si Bobby Lee estaba en el grupo. Al avistarlo, de pronto sintió náuseas. Las mujeres que los seguían agrandaban el grupo a casi una docena de personas.
El vaquero del pelo oscuro, al que llamaban Brand, parecía ser el centro de atención. La gente le daba palmadas al pasar.
Al alzar la vista, su mirada se clavó en la suya con la intensidad de un toro a punto de cargar. Los ojos de Brand descendieron. Toni tuvo ganas de cubrir el excesivo escote del vestido negro que había comprado en la boutique del hotel, pero cerró las manos en torno a la copa. El vestido era un disfraz necesario para el papel nuevo de seductora que debía desempeñar esa noche.
Brand dijo algo y el grupo se movió como un rebaño de ganado en su dirección. Había llegado el momento de la verdad. El corazón le latió desbocado. Tenía que hacerlo. Se obligó a mirar más allá de Brand a Bobby Lee. Sonrió.
Brand se inclinó hacia el vaquero más joven. Sea lo que fuere lo que le dijera, logró que el otro se ruborizara y retrocediera un paso. Antes de que Toni estuviera preparada, el grupo se detuvo ante el asiento semicircular. Brand le guiñó un ojo y le dedicó una sonrisa de parar el corazón.
–Hola, encanto. Gracias por reservarnos una mesa –sin aguardar una invitación, le indicó a sus amigos que se sentaran y se deslizó en el asiento hasta situarse junto a ella. Pasó el brazo por el respaldo.
Otro vaquero se colocó a la izquierda de Toni, aplastándola contra los muslos duros de Brand y el hueco de sus brazos. El calor la abrasó.
Le pasó un dedo calloso por la nuca. Toni experimentó un escalofrío. Se puso rígida y trató de apartarse, pero otro empujón del hombre de su izquierda la envío al mismo sitio de antes. Estaba atrapada.
Miró a Brand con ojos centelleantes y siseó.
–Dame espacio.
Él sonrió con dientes blancos y rectos y la miró desde los ojos hasta el escote. Los pezones de Toni la traicionaron endureciéndose. No iba a montar ninguna escena. De esa manera no ganaría ningún punto con Bobby Lee, quien evidentemente adoraba a ese imbécil. Respiró hondo para calmar el corazón desbocado.
Apareció la camarera y señaló la copa vacía de Toni.
–¿Otro margarita, encanto?
A pesar del coraje que necesitaba acopiar, no conseguiría nada si perdía el conocimiento.
–Té con hielo en esta ocasión, gracias.
Después de pedir lo que quería beber, el vaquero fornido de su izquierda se inclinó y prácticamente la empujó sobre el regazo de Brand.
–¿Qué? ¿No vas a pedir champán, Brand? ¿No piensas celebrarlo?
–¿Cuántos tienes ya? ¿Tres? –una mujer con todo artificial alargó la mano por la mesa para pasar una uña acrílica por la mano de Brand.
–Cuatro –apartó la mano del alcance de las garras de la otra y entrelazó los dedos con los de Toni.
Esta se sobresaltó y trató de soltarse del contacto duro y cálido, sin éxito. Tenía una mano enorme, con una multitud de cicatrices diminutas por el dorso y los nudillos. Como un luchador. Odió el temblor que dominó su cuerpo.
La misión.
La camarera regresó. Le guiñó un ojo a Brand mientras depositaba sus pedidos.
–¿Vas a dejarlo ahora? –el silencio reinó en la mesa ante la pregunta de Bobby Lee.
–Tal vez –martilleó los dedos libres sobre la superficie de la mesa–. Si puedo encontrar un sitio que pueda dirigir yo.
–Cansado de aceptar órdenes, ¿eh? ¿Cuántos hermanos tienes en casa? –quiso saber Bobby Lee.
–Demasiados, y es verdad, estoy harto de aceptar órdenes. Entre mi padre y ellos el rancho va como mínimo diez años por detrás de los tiempos –alzó su copa.
Bobby Lee sonrió.
–¿Qué te parece si envío a algunas de mis hermanas a que conozcan a tus hermanos? Sé que mis padres estarían felices de que al menos un par se fuera de casa.
Toni hizo una mueca. Conocía la genética y esas no eran buenas noticias. Si Bobby Lee procedía de una familia donde predominaban las mujeres, las posibilidades de tener un hijo con él se reducían.
No se le ocurría una alternativa, y menos con el cuerpo pegado al de Brand. Otro vaquero los saludó desde el otro lado de la sala. Se unió a ellos y se sentó. El espacio que había tratado de establecer entre Brand y ella se desvaneció. Y para empeorar las cosas, él le pasó un brazo por los hombros y la acercó todavía más.
No escuchó ningún nombre en las presentaciones. La hiperventilación la amenazó. El diablo le apretó un hombro y movió los dedos para masajearle el cuello con movimientos diestros.
–Relájate. Tienes nudos del tamaño de mi puño.
Sus huesos traidores estuvieron a punto de fundirse. Alzó la copa y se bebió el líquido turbio. La quemó al bajar por la garganta como ningún otro té con hielo. Quizá el agua era diferente en Las Vegas. Olió la copa. ¿Había whisky en ella o era el aliento del tipo fornido? Volvía a babear por su escote. Le propinó un codazo.
Dejó la copa. Todo era un desastre. Su rancho corría peligro y sus hormonas se alborotaban por el hombre equivocado.
Había adorado al abuelo y lo echaba terriblemente de menos, pero la había metido en un lío. Bajo las condiciones del testamento, por ser mujer podía perder su legado, su santuario, una tierra que había estado en su familia durante generaciones. Su abuelo había insistido en que heredara un varón. Un esposo o un hijo. Toni no tenía ninguno. Le encantaban los niños, pero un marido… jamás.
¿Y si terminaba con un marido como su padre, que había impuesto sus puntos de vista con los puños, o con uno que le arrebatara el rancho si el matrimonio fracasaba? Su abogada había bromeado durante la precipitaba llamada telefónica con que la tierra podría dirimirse mejor si estaba embarazada. La idea había cobrado vida propia y la había conducido allí. Haría cualquier cosa para retener el único lugar donde siempre se había sentido segura… incluso acostarse con un desconocido.
–Te marchaste –murmuró Brand en su oído.
–¿Quieres decir que no viste montar a Brand?
Preguntó alguien en la mesa antes de que ella pudiera recuperar el aliento.
–Seguro que no podías soportarlo, ¿verdad, encanto? –la camarera le ofreció una sonrisa de simpatía.
De algún modo, esa gente estaba bajo la impresión de que eran pareja. No era una conclusión muy descabellada, ya que para estar un poco más cerca Brand tendría que ser un tatuaje. Si quería terminar la noche en la cama con Bobby Lee, sería mejor aclarar las cosas.
–Mirad…
–¿Cómo has dicho que te llamabas? –preguntó la mujer silicona.
–Ah… Toni. Pero…
–Desde luego, Brand te ha mantenido en secreto –interrumpió la otra.
–Eso es porque…
Brand le tapó los labios con un dedo.
–Queríamos encerrarnos en el hotel en cuanto acabara el rodeo. Para no salir en una semana –los movimientos que hizo con las cejas le ganaron burlas de sus amigos.
–¿Qué has dicho? –aturdida, Toni giró. El maldito diablo lo había estropeado todo. Él apartó el dedo antes de que pudiera mordérselo.
–Lo siento –sonrió–, dejé salir al gato de la bolsa. Me pondría de rodillas y te suplicaría que me aceptaras en la cama, cariño, pero sería un poco doloroso. Me golpeé una contra la puerta de la jaula.
–Tú… yo… –el tirón de la atracción no deseada borró todo lo que iba a decir. Cerró los ojos. Demasiado grande. Demasiado fuerte. La misión.
–Tienes razón. Debería haber guardado nuestro secreto –le pasó un dedo por la mejilla, convirtiéndola en un amasijo de hormonas desbocadas–. Soy un vaquero torpe, cariño…
La humildad era manifiestamente insincera. Contuvo el impulso de tirarle la copa sobre el regazo y apoyó el vaso frío en el fuego que había dejado en su mejilla. Si hubiera querido estropear sus posibilidades con los otros vaqueros, no podría haber elegido una mejor manera que hacerla suya. Aunque pudiera desprenderse de ese molesto jinete de toros, ya no tenía ninguna posibilidad con Bobby Lee o cualquier otro hombre de la mesa. Hizo una mueca y se acabó el resto de la copa.
–¡Fuera!
–¿Ya quieres ir a probar el colchón? –inquirió con inocencia.
–¡Déjame salir! –lo mataría.
–De acuerdo, cariño, pero no hay prisa. Tenemos toda la noche –con un susurro sexy, añadió–: te prometo que valdré la espera.
La furia vibró a través de ella. La percepción de él le dificultaba pensar. Lo empujó con fuerza suficiente para mover un caballo. Brand ni se inmutó.
–He dicho que me dejes salir.
–Bueno, amigos, la pequeña dama me quiere desnudo. Gracias por la fiesta, pero las copas esta noche corren de mi cuenta –se puso de pie, sacó la cartera y arrojó un par de billetes de cien dólares a la mesa. Inclinó el sombrero, tomó a Toni de la mano y la sacó del bar con un coro de comentarios estridentes.
Maldiciéndolo, trastabilló tras él. Las rodillas parecían funcionarle por su propia cuenta, y cuando Brand se detuvo, chocó contra él. No estaba borracha, pero sí lo más cerca que nunca lo había estado en la vida.
–¿Estás loco? –se plantó en el vestíbulo.
–No soy yo quien lo está, cariño. Miras a Bobby Lee como un perro hambriento un hueso. Y no figura en el menú.
Debería darle una patada…
–Está prometido y va a seguir de esa manera –concluyó.
Otro grupo de vaqueros entró en el hotel. Uno pronunció su nombre. Brand maldijo y la tomó en brazos.
A Toni le dio vueltas la cabeza. Temerosa de que la soltara, se agarró a sus hombros anchos. Él no paró hasta que se encontraron detrás de unas plantas junto a los ascensores. Las puertas se abrieron, Brand entró y le soltó las piernas. Ella se deslizó contra su cuerpo hasta que los pies tocaron el suelo. El ascensor salió disparado. Alzó la cabeza para decirle lo que pensaba, pero contuvo las palabras cuando las puertas volvieron a abrirse. Entraron varias parejas.
Uno de los hombres indicó el panel no iluminado.
–¿A qué piso?
Toni dio su planta de manera automática y al ver la sonrisa relamida de él lamentó hacerlo. Muy bien. Lo llevaría a su habitación, le arrancaría una tira del pellejo desagradablemente seguro y regresaría al bar para hacer lo que tenía que hacer. Si no podía tener a Bobby Lee, había una docena de vaqueros de donde elegir. Con un poco de suerte, encontraría a uno con muchos hermanos.
Apostaría el rancho a que podría encontrar un vaquero que la dejara salirse con la suya. Y empezaría a buscarlo en cuanto se deshiciera de ese jinete obstinado.
Las puertas se abrieron y salió al pasillo. Brand la tomó por el codo y se pegó a ella como si fuera su sombra. Lo miró irritada por encima del hombro y trató de introducir la tarjeta magnética en la puerta, pero las manos le temblaban demasiado. Él se la quitó y se inclinó para hacerlo, invadiéndola y envolviéndola con su aroma y su calor. Al abrir, entró como perseguida por el diablo y rezó para que Brand no la siguiera.
No tuvo esa suerte.