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Iba a ser un tórrido y largo verano… Después de ahogarse en un beso ardiente con su antigua compañera de clase, Tracy Sullivan, Cort Lander vio que aquel ratón de biblioteca se había transformado en una despampanante belleza con un cuerpo para la pasión. Pero no era eso lo que el joven y ambicioso médico pedía. Soltero y padre de un bebé, había vuelto temporalmente a su pueblo natal de Texas para reorganizar su vida. Contratar a Tracy como niñera de su hijo era una cosa, y otra muy distinta era embarcarse en una explosiva aventura veraniega. Pero cuando las llamas empezaron a arder en el dormitorio y pareció que empezaban a formar una familia, Cort se preguntó si podría sacrificar su amor por una chica de pueblo para perseguir su ambición en la gran ciudad.
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Emilie Rose Cunningham. Todos los derechos reservados.
UNA PROPOSICIÓN APASIONADA, Nº 1321 - septiembre 2012
Título original: A Passionate Proposal
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0846-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
La llamadas recibidas en mitad de la noche nunca fueron portadoras de buenas noticias.
Cort Lander se dio una palmada en la mejilla en un esfuerzo por despertarse y logró responder al teléfono en el segundo timbrazo.
–¿Diga?
Miró al reloj digital que tenía sobre la mesilla. Su turno de setenta y dos horas había acabado hacía tres, pero eso no significaba que el hospital no lo pudiera llamar en un caso de emergencia. Él mismo había pedido que así lo hicieran.
–¿Es usted Cort Lander, antiguo compañero sentimental de Kate Simms?
La boca se le llenó de un sabor amargo. No había sabido nada de Kate desde hacía un año. ¿Quién estaría llamando en su nombre?
–Soy Helen McBride, de los servicios sociales de Du Page. Siento informarle de que la señorita Simms ha sido asesinada.
El corazón le dio un vuelco y se incorporó rápidamente.
–¿Kate está muerta? –no podía creerlo, la dura y agresiva Kate, la misma que había jurado que llegaría a ser la mejor abogada criminalista de todo Chicago–. ¿Cómo ha sido?
–Un cliente logró introducir un arma en la sala de juicios y le disparó al no obtener el veredicto que quería. Pero ése no es el motivo de mi llamada, señor Lander.
–Doctor Lander –la corrigió él.
–Ha llamado para rogarle que se haga cargo de su hijo.
–¿Mi qué? –su adormilado cerebro debía de haber entendido mal. Se pasó la mano por el pelo y trató de despejarse.
–Joshua, su hijo.
–Kate y yo no teníamos ningún hijo.
–Antes de morir, la señorita Simms nos pidió que lo buscáramos y nos aseguráramos de que asumía al custodia del pequeño.
Cort se estremeció. ¿Tenía un hijo? Era imposible, a menos que Kate hubiera estado embarazada cuando se marchó de Durham para aceptar su trabajo en Chicago. Cuatro meses después de su partida lo había sorprendido con una carta, pero no había mencionado nada de un embarazo. ¡Si ni siquiera se había molestado en decirle por qué lo había abandonado!
–Hace dieciséis meses que no veo a Kate. ¿Qué tiempo tiene el niño?
–Nueve meses. Sé que esto debe de ser una alarmante sorpresa, pero en la partida de nacimiento usted consta como su padre y la señorita Simms lo nombró tutor en su testamento.
–¿Qué tipo de sangre tiene? –no era una prueba definitiva, pero sí indicativa. Sabía que Kate había sido cero negativo, porque solía donar sangre con regularidad. Él era AB positivo.
Oyó que la mujer revolvía unos papeles antes de responder.
–El niño es AB positivo.
A Cort se le encogió el estómago y el corazón se le aceleró. Casi se le cayó el teléfono de las manos. La calma de la que hacía alarde cuando trataba a sus enfermos en el hospital lo abandonó por completo.
–No voy a aceptar la responsabilidad de su custodia hasta que no le hagan la prueba de ADN y se pruebe que es hijo mío.
–Entiendo cómo se siente, doctor Lander. Pero insisto en que ha sido nombrado su tutor en el testamento. Por supuesto, puede darlo en adopción si quiere, pero le sugeriría que primero conociera a Joshua.
–¿Dónde puedo verlo? –buscó un bolígrafo y un papel y apuntó la dirección, luego colgó el teléfono y hundió el rostro entre las manos.
Si Kate se había quedado embarazada antes de que su relación terminara, ¿por qué no se lo había dicho?
La verdad era que se había marchado sin dar explicación alguna. Cuatro meses después, le había escrito una fría carta y, a partir de aquel instante, había desaparecido de la faz de la tierra, negándose a contestar a sus llamadas y a sus e-mails. ¿Por qué? ¿Había conocido a alguien mejor? ¿Había llegado a la conclusión de que un vaquero de Texas no era lo suficientemente bueno para ella?
Se levantó y comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación. Agradecía que sus compañeros de piso estuvieran trabajando. No se sentía con fuerzas para dar explicaciones.
Salió del dormitorio y recorrió el pequeño apartamento que compartía con otros tres médicos residentes.
¿Qué demonios iba a hacer con un bebé? No podía llevárselo allí.
Iba a tener que pedir que le dieran permiso para ausentarse del hospital. Por suerte, sólo faltaban unos días para las vacaciones de verano.
Si el niño resultaba ser suyo, se lo llevaría a su casa, a Crooked Creek. Sus hermanos sabrían qué hacer.
¡Cielo santo! Tendría que decirles que la maldición de los Lander atacaba de nuevo.
La vista que tenía desde donde estaba casi consiguió hacerle olvidar que su hermano lo había obligado a asistir a aquella maldita fiesta de ex alumnos del instituto.
Un ligero grito desvió su atención. Su mirada se apartó de los glúteos perfectos de la mujer que tenía delante, hacia la muchacha que acababa de levantarse de la mesa de recepción y se había abalanzado sobre él para abrazarlo.
–¡Cort Lander! ¡Cielo santo! No sabíamos que ibas a venir. Pensé que vivías en Carolina del Norte.
La belleza a la que había estado observando hasta entonces pareció tensarse, pero no se volvió. Siguió hablando con su antiguo profesor de gimnasia.
La ruidosa muchacha del expresivo saludo continuó con su charla.
–Te perdonaré por no haberme llamado sólo si me plantas un buen beso aquí –dijo, señalando unos labios expresivos que había colocado en cómica mueca.
–Yo que tú no lo haría –dijo la mujer del cuerpo espectacular al darse la vuelta.
¡Era Tracy Sullivan! Habría reconocido su tono remilgado en cualquier lugar.
Cort sonrió.
El rizado cabello de la pelirroja se había oscurecido hasta adquirir un hermoso color caoba, pero sus ojos color caramelo no habían variado en nada. Seguía teniendo aquellos labios sensuales y perturbadores, siempre deseados, nunca conseguidos. Tracy, como era hermana de uno de sus compañeros de equipo, había sido siempre una fruta prohibida.
Se acercó lentamente hacia él.
¿De dónde había sacado todas aquellas curvas? Por lo que recordaba de sus tiempos de instituto, Tracy Sullivan había sido siempre una muchacha excesivamente delgada. Pero, al parecer, toda parte susceptible de un honroso crecimiento había sido alimentada y desarrollada con creces.
Tracy frunció el ceño en un gesto de mofa.
–Libby está casada con el entrenador de fútbol. Si no deja de acosar a todos los hombres que aparecen por la puerta, su marido va a acabar rompiendo alguna nariz.
Libby ignoró por completo la advertencia. Lo agarró de la camisa con las dos manos y besó la comisura del labio del recién llegado. Hecho aquello, soltó a Cort, agarró la mano de Tracy y la empujó hacia él.
–Venga, Tracy, ahora tú.
Cort notó que el corazón se le aceleraba. En cualquier otra circunstancia no habría permitido que el entusiasmo pueril de una alocada ex compañera lo obligara a hacer lo que estaba a punto de hacer. Pero el rubor en el rostro de Tracy le recordó a la muchacha pecosa y tímida que lo había ayudado a aprobar la literatura. Sin ella, jamás se habría graduado.
No era, además, la primera vez que consideraba la idea de besarla. Miró sus labios y notó que el tinte rojizo de sus mejillas se intensificaba.
–No creo que... –susurró ella.
Él tomó su rostro entre las manos y suavizó su protesta con un beso.
Su intención era dar marcha atrás en cuanto notara el leve calor de su aliento pero, en el momento en que saboreó sus labios, ya no pudo apartarse de ella.
Aunque hacía días que había regresado a casa, fue en aquel instante cuando tuvo por primera vez la sensación de vuelta al hogar, probablemente por aquel olor de Tracy a pastel de manzana y galletas caseras.
Ella apretó la mano contra su pecho y expiró su sorpresa en un susurro involuntariamente sugerente. La cordura de Cort se disipó en el aliento de ella. Finalmente, al sentir su cabello sedoso sobre los dedos, algo se removió dentro de él.
De pronto, una alarma interior se encendió al recordar de quién se trataba: era la hermana de David.
La soltó lentamente y trató de recuperar la respiración. El corazón le latía con fuerza inusitada. La sangre corría a raudales por sus venas.
No había estado con una mujer desde su ruptura con Kate y estaba claro que su cuerpo añoraba el tacto femenino.
Aquélla debía de ser la razón de que hubiera reaccionado de aquel modo, ¿verdad?
Tracy se quedó inmóvil, mirándolo completamente anonadada, con la respiración acelerada.
–Eso ha estado completamente fuera de lugar.
Había estado fuera de lugar y, probablemente, había sido poco inteligente, pero había sido un impulso incontrolable. No había podido evitar besar sus labios carnosos y húmedos.
Él sonrió y agitó la cabeza ante lo absurdo de la situación. ¿Cómo había deseado tanto besar a aquella muchacha, la misma que había sido su amiga, su compañera de instituto durante años?
–El tiempo te ha favorecido, Tracy.
Ella se ruborizó una vez más.
–Yo... bueno, gracias, Cort.
Se quedaron el uno frente al otro, mirándose tontamente, hasta que Libby los agarró del brazo y los llevó hacia la parte del gimnasio habilitada como pista de baile.
De camino, muchos conocidos trataron de saludar a Cort, pero el paso militar de Libby impidió que se detuvieran.
–Tracy, puedes bailar con el chico más guapo de la fiesta hasta que pase mi turno de estar en la mesa de recepción de invitados –dijo Libby justo antes de marcharse y dejarlos a solas.
Cort se volvió hacia Tracy y le ofreció su mano. Ella inspiró suavemente y posó la palma. Él notó un inesperado sofoco.
Trató de concentrarse en el ritmo de la música, pero no había bailado desde hacía años. Sus movimientos resultaban extraños, descoordinados.
No habían dado más de una docena de pasos cuando Tracy se detuvo.
–No deberías dejar que los tontos retos de Libby te obligaran a hacer cosas que no quieres. No ha cambiado nada en estos diez años y siempre ha sido...
–Me alegro mucho de haberme encontrado contigo –la interrumpió él con una leve carcajada.
–No sabía que habías regresado.
–Llevo aquí sólo unos días y no creo que me quede mucho tiempo –en cuanto organizara su vida y sus nuevas circunstancias, regresaría a Durham.
–¿Sigues haciendo prácticas como médico residente en Duke?
–Sí. Aunque... bueno, me he tomado un tiempo de vacaciones.
Tracy siempre había esperado lo mejor de él y, por ese motivo, no quería admitir que había caído sobre él la maldición de los Lander. Lo había estropeado todo dejando embarazada a una mujer, tal y como lo habían hecho su padre y uno de sus hermanos. Se suponía que un licenciado en medicina debía tener más criterio.
Nueve kilos y medio de responsabilidad proveniente de un pasado olvidado se le habían echado encima y todavía no sabía cómo iba arreglárselas para continuar con su vida.
La banda comenzó a tocar un tema lento y las luces se atenuaron. Apretó a Tracy un poco más contra su cuerpo, pero ella se tensó y se apartó.
–No tenemos por qué hacer esto.
–¿Me huele el aliento o algo así?
Ella miró su boca y luego volvió a sus ojos.
–No, pero no tengo especial interés en rememorar el pasado.
–¿No se supone que estas reuniones son precisamente para eso?
Ella se retorció claramente incómoda por estar en sus brazos y él decidió soltarla.
–¿A qué te dedicas ahora, Tracy?
–Soy profesora.
–Vaya –dijo él sorprendido–. No sabía que querías ser profesora.
–Nunca hablamos de mis planes de futuro.
–Supongo que yo era un egoísta.
–Simplemente eras el más pequeño de la familia. El mundo suele girar en torno al último que llega –dijo ella, sin ningún tipo de reproche en su voz.
–Tú, sin embargo, eras la mayor, la encargada de mantener el orden. ¿Sigues estando tan unida a tu familia?
Apartó la mirada de él unos segundos antes de responder.
–Sí, siguen siendo una parte fundamental de mi vida.
–¿Dónde das clases?
–Aquí.
–¿En Texas?
–Sí.
–Seguro que eres buena, pero también serás dura. Lo eras conmigo. Debo reconocer, sin embargo, que lo que me enseñaste me fue realmente útil. Una vez en la universidad pude darme cuenta del valor que tenía lo que habías hecho.
Su comentario la puso nerviosa.
–Ya... bueno, gracias. Espero llegar a ser la directora de alguna escuela muy pronto –sus palabras, llenas de orgullo y determinación, la incitaron a estirar el cuello, dejando vulnerablemente expuesto su escote.
Él tuvo que luchar contra el inesperado deseo de hundir su rostro entre los senos blancos que se insinuaban sensualmente.
Se aclaró la garganta.
–Así que te va muy bien, ¿no?
–Sí, supongo que no me puedo quejar.
Bien. Al menos la vida de alguien parecía estar en orden. La suya había tomado un curso inesperado y no sabía lo que le depararía el futuro.
Una entusiasta pareja se acercó hasta ellos y a punto estuvo de colisionar con Tracy. Cort la apartó de su camino atrayéndola hacia él. De pronto, notó que ella se había quedado absolutamente inmóvil y pronto reparó en que su masculina mano había acabado posada sobre el admirable trasero de ella.
Sus aletargadas hormonas se despertaron de su dulce sueño con un entusiasmo digno de las de un adolescente. Un inesperado deseo le hizo la boca agua y le provocó otro indeseable sofoco.
Y todo por Tracy.
Los pensamientos que comenzaron a atormentar su mente debían de ser producto del agotamiento. Desde que había recogido a Joshua las noches no habían sido fáciles. El niño lloraba incesantemente y no parecía tener horarios establecidos.
–Perdona, ¿te importaría? –con un gesto ella le pidió que retirara la mano.
Nervioso por la situación, dio un traspiés y se chocó de nuevo con ella. Notó cómo sus pezones endurecidos rozaban su torso. Todos sus sentidos se alteraron. Su estado de agitación era tan patente que no podía pasarle desapercibido a ella.
–¿Te importaría que nos sentáramos? –sugirió él–. Necesito beber algo.
Y también necesitaba una ducha fría.
–Las bebidas están por aquí –dijo ella con cierto temblor en la voz.
Tracy emprendió el camino y lo guió hasta su objetivo con pasos largos y firmes.
Durante unos segundos, las piernas de Cort parecían negarse a responder. ¿Desde cuándo Tracy se contorneaba con tan seductora cadencia?
Se reprendió a sí mismo y se dijo que debía recobrar el sentido. Lo que le estaba sucediendo no tenía ningún sentido. ¿Serían el excesivo cansancio y la larga abstinencia las causas de aquella repentina reacción? ¿O es que en los últimos diez años la niña lista había pasado a convertirse en algún tipo de diosa del amor?
Se encogió de hombros. Fuera cual fuera el motivo, daba igual. No iba a quedarse en aquella ciudad tiempo suficiente para averiguarlo.
Tracy le ofreció un refresco en cuanto llegó a su lado y él dejó que el frío líquido se deslizara por su garganta con gusto.
Libby apareció en aquel instante.
–¡Eh, vosotros! Esto no es un funeral.
Cort agradeció la interrupción. Aprovechó la acelerada e incomprensible charla de Libby para observar a Tracy y tratar de averiguar qué pasaba por dentro de ella. ¿La habría ofendido?
–Tracy se ha quedado sin su habitual trabajo de niñera de verano –el comentario de Libby captó de nuevo la atención de Cort–. También se le ha marchado el inquilino que tiene en casa –se volvió hacia Tracy–. Y estoy segura de que te gastas todo el dinero que ahorras en tu hermano pequeño. Necesitas buscarte una nueva vida y un trabajo en condiciones. ¿Qué vas a hacer para ganar dinero hasta que vuelva a empezar el curso escolar?
Tracy se mostró humillada por la pregunta.
–Ya me las arreglaré.
–Le has pagado a Vince todo el semestre próximo, ¿verdad?
Cort se preguntó si el hermano menor de Tracy estaría ya en la universidad.
–Libby...
–Estoy segura de que tu familia se aprovecha de todo el dinero que ganas.
–Ya está bien, Libby.
¡Guau! Ésa debía de ser la voz que utilizaba para hacer callar a sus alumnos. Se la imaginaba perfectamente manteniendo el orden en la clase.
–Estoy segura de que Cort preferirá hablarnos de sus estudios en lugar de oír todas estas sandeces. ¿Qué estás estudiando ahora? –Tracy sonrió tensamente.
Él parpadeó y asumió el cambió de tema con rapidez.
–Ya he terminado los años de licenciatura general y ahora me quedan los de especialización. Quiero hacerme cirujano cardiovascular.
La sonrisa desapareció del rostro de Tracy.
–¿Qué ha pasado con tus planes de venir aquí a practicar como médico de cabecera?
–El cambio ha sido por mi padre.
–¿Por el ataque al corazón que sufrió? –dijo ella.
–Sin la intervención quirúrgica que le hicieron, no estaría vivo.
Ella lo observó unos segundos antes de añadir.
–Tu padre parece muy feliz con Penny. La vida de casado le sienta estupendamente.
–Sí, eso parece.
Después de cinco minutos en el rancho de Crooked Creek, Cort se había sentido como un lobo solitario. Allí todos tenían esposas e hijos. Además, el rancho había pasado a manos de su hermano mayor, Patrick.
Se había sentido como un extraño, pero las circunstancias lo obligaban a pasar allí el verano. Llevarse a Joshua al diminuto apartamento con sus compañeros era impensable. Ninguno de ellos tolerarían a un bebé llorando en mitad de la noche.
Tampoco se sentía bien imponiendo su presencia y la de su hijo en casa de Patrick y Leanna, su esposa, pero era la única alternativa que tenía de momento.
–¿Y ese trabajo que tienes de niñera? La verdad es que pensé que ya habías tenido bastante con cuidar de tus hermanos cuando eras pequeña.
–Era un trabajo lleno de ventajas y esta familia me daba la oportunidad de viajar. El año pasado recorrimos Europa y el año anterior estuvimos en Hawai.
–Suena divertido –dijo él.
–Divertido y educativo –respondió ella rápidamente.
Así era Tracy, jamás hacía nada sólo por el placer de hacerlo. Para ella algo era divertido, sólo si era educativo.
Libby irrumpió de nuevo en la conversación con una de sus preguntas de siempre.
–¿Estás casado, Cort?
–No –y con Joshua en su vida la cosa se ponía cada vez más complicada. Claro que no iba a contarle a Libby nada sobre Kate y la última sorpresita que le había dejado.
–¿Por qué no?
–Tengo que terminar mis estudios primero y todavía me quedan cinco años.
La mirada de Libby resplandeció.
–Pero tú eres médico ya, ¿no?
–Sí, pero no soy cirujano aún.
–Por favor, doctor, doctor, quiero bailar con usted –Libby lo agarró del codo y lo arrastró sin piedad a la pista de baile.
Tracy respiró aliviada. Aquel encuentro con Cort Lander estaba siendo realmente difícil.
Hacía mucho que había superado el necio enamoramiento que había padecido durante años. Pero, entonces, ¿por qué había sentido aquel acaloramiento con sólo escuchar su nombre? ¿Por qué su imaginación se disparaba cada vez que él la tocaba? ¡Y aquel beso! Casi se cae redonda a sus pies.
Trató de apartar la mirada de la pareja que danzaba en la pista, pero no podía. Cort había cambiado. Se había marchado de casa con el aspecto de un rudo vaquero, y había regresado bien pulido por los hábitos de la urbe.
Llevaba el pelo cuidadosamente peinado, su mandíbula se había endurecido y convertido en la de un hombre de verdad, y su voz se había hecho más profunda. Por desgracia los cambios no habían hecho sino mejorar lo que antes había sido un diamante en bruto.
Hasta entonces no lo había visto nunca con nada que no fueran vaqueros. Aquella noche llevaba unos chinos de color kaki y un polo amarillo que lo favorecía particularmente. Rebosaba seguridad y eso le resultaba a ella increíblemente sexy.
¡Cielo santo! ¿Es que jamás lograría aprender de los errores del pasado?
Ella agitó la cabeza en un gesto de indignación consigo misma y dio un sorbo a su refresco. ¿Acaso había olvidado lo que había sucedido la última vez que había fijado sus ojos en Cort Lander?