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De eficiente asistente en Londres… a princesa en un reino de Oriente Medio Lucy Walker siempre ha mantenido su vida bajo control, pero todo cambia cuando debe acompañar a su jefe, el príncipe Malik, a su exótico país natal. Lo que empieza como una misión profesional se complica cuando, rodeados del lujo y la tradición del palacio real, la química entre ambos se vuelve imposible de ignorar. Mientras el deber obliga a Malik a buscar esposa, Lucy lucha por no sucumbir a un deseo que amenaza con romper todas sus barreras. ¿Podrá el príncipe elegir el amor por encima de la obligación? ¿O el cuento de hadas terminará antes de que empiece?
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Seitenzahl: 206
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
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© 2024 Cathy Williams
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una relación muy profesional, n.º 228 - octubre 2025
Título original: Royally Promoted
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9791370008260
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Qué te ha pasado? Estás completamente empapada… Y además llegas tarde.
La puerta del despacho de Malik se abrió con el ímpetu habitual al que su secretaria ya lo tenía acostumbrado. Ella apareció empapada, dejando un rastro de agua sobre la alfombra gris claro. Su cabello rubio caía en mechones pegajosos mientras intentaba escurrirlo con las manos. Malik, recostado en su sillón de cuero, juntó las yemas de los dedos y ladeó la cabeza mientras la observaba en silencio.
Lucy Walker, que llevaba trabajando para él poco más de tres años, era una fuerza de la naturaleza. Menuda y curvilínea, con cabello rubio rizado que tenía voluntad propia y una sonrisa con hoyuelos que desconcertantemente tendía a despistar a Malik cuando la reprendía.
Hacía tiempo que había dejado de preguntarse cómo había aguantado tanto cuando era precisamente el tipo de secretaria que normalmente no se acercaría ni remotamente a ser preseleccionada para el puesto de alto nivel que ocupaba.
Sin embargo, se había presentado a la entrevista, lo había impresionado con su profundo conocimiento de la negociación en el mercado de valores, le había asegurado que no existía nada a lo que no pudiera dedicarse, le había dedicado una sonrisa encantadora y lo había desafiado a asignarle cualquier tarea para demostrar su valía.
Malik le había dado diez minutos para calcular las proyecciones de inversión de varios millones en distintas empresas, y ella había demostrado estar más que preparada, completándolo en la mitad del tiempo. Era brutalmente franca, casi hasta la exageración, e impresionantemente inmune a lo que Malik sabía que era su lado más intimidante, ese que hacía que la mayoría se lo pensara dos veces antes de decir algo que pudiera desagradarle.
Se deshizo del impermeable y lo dejó caer sobre la silla que solía ocupar en el despacho. El abrigo, empapado, también goteaba sobre la costosa alfombra.
–¿Puedes creer este tiempo, Malik? Es una vergüenza. ¿Por qué esa gente sobrepagada nunca acierta con el pronóstico? No escuché ni una palabra sobre tormentas esta mañana cuando encendí la televisión… ¡Que habría sol y algún chubasco, dijeron!
–Quizás deberías haber prestado más atención a la parte de los chubascos. Pero, aun así, no justifica tu tardanza; son más de las nueve y media.
–Habría enviado un mensaje, pero mi teléfono estaba sin batería. Aun así, ¡ya estoy aquí y lista! Y traigo muchas ideas sobre esa empresa de informática que quieres conseguir.
–Necesitas ir a ponerte ropa seca.
Lucy hizo una mueca.
–Eso implicaría ir de tiendas. Me llevé la ropa de repuesto que guardo aquí hace un par de semanas y se me olvidó reponerla.
–Hay que ser más precavida. –Malik suspiró con exasperación, recostándose en la silla mientras la miraba en silencio, meditabundo. Finalmente, llamó a una de sus otras empleadas, quien entró apresurada, lanzando una risa mal disimulada al ver a su secretaria empapada.
–¿Señor? –preguntó, intentando mantener la compostura.
–Compra ropa seca para Lucy –ordenó Malik, dirigiendo su mirada a Julia, la secretaria de uno de sus subordinados–. No me importa dónde. Usa la tarjeta corporativa de Robert y date prisa.
–Malik…
Malik miró a Lucy con ceño fruncido e impaciente.
–Te necesito aquí ahora mismo. No puedo prescindir de ti una hora buscando un conjunto de repuesto. Toma una de las toallas del guardarropa y envuélvete con ella. No puedo permitirme que faltes al trabajo por una gripe.
Julia había salido corriendo, prometiendo sin aliento volver en menos de media hora. Malik, mientras tanto, se preguntaba cómo era posible que su propia secretaria fuera tan testaruda como una mula, cuando un simple chasquido de sus dedos hacía que cualquier otra persona saltara a la acción.
–Vamos, Lucy. Tengo cosas importantes que discutir contigo, y el tiempo no se detiene.
Lucy lo ignoró deliberadamente y se dejó caer en la silla, empujando el impermeable mojado al suelo con un gesto casual.
–Primero, mereces una explicación o estarás de mal humor conmigo todo el día. –Le dedicó una sonrisa que dejaba ver sus hoyuelos–. Pensé en caminar esta mañana. El día estaba tan hermoso y soleado…, pero luego se nubló. Y olvídate de chubascos; esto fue un auténtico diluvio. Para colmo, los conductores del metro están en huelga y los autobuses iban repletos. Al final, no tuve más opción que llegar lo más rápido posible a pie.
–¿Se te ocurrió en algún momento comprar un paraguas? –preguntó Malik, intentando no dejarse llevar por la diversión.
–En realidad, no. Seguía pensando que escamparía.
–No te pago tan generosamente para que no seas capaz de prever cualquier eventualidad.
–Entendido. –Lucy se levantó, hizo una mueca al mirar su ropa empapada y, con un suspiro, agregó–: Dame un minuto. La idea de la toalla no es tan mala después de todo.
–Solo sécate, y será mejor que esperes a que Julia regrese con lo que haya conseguido. –La despidió con un gesto de la mano, pero siguió mirándola mientras salía apresuradamente de su despacho.
No era, ni de lejos, como había previsto empezar la mañana. Todo el día había comenzado de forma caótica y pesadillesca, con su madre llamándolo poco después de las cuatro de la madrugada para informarle de que habían llevado a su padre al hospital tras sufrir un infarto.
Como siempre, ella había dado la noticia con frialdad y sin emoción alguna. Pero la única pista de lo que se agitaba bajo la superficie fue el leve temblor en su voz cuando, tras un momento de vacilación, le confesó que los médicos no habían podido confirmar si sobreviviría.
–Voy inmediatamente –había dicho Malik, mientras su mente ya procesaba las repercusiones del estado de su padre, que, de repente, se cernían sobre él como una sombra ineludible.
Allí, en Londres, Malik dirigía la casa familiar, donde la vasta riqueza de los Ar-Rashid se invertía con precisión militar por un equipo de gestores de fondos de cobertura y banqueros de inversión altamente capacitados. Supervisaba a todos, sin excepción, mientras manejaba también sus propios proyectos: inversiones en energía verde y propiedades que lo habían convertido en multimillonario por derecho propio.
Le gustaba así. Regresar a Sarastán, donde sus padres vivían en un esplendor palaciego acorde con su estatus real, siempre venía acompañado de una desventaja evidente: su desaprobación tácita sobre su estado civil. A sus ojos, el tiempo de Malik para continuar el apellido familiar se estaba agotando.
En Londres, podía apartar esa verdad inconveniente al fondo de su mente. Hasta ese preciso momento.
Porque su padre estaba en el hospital, y Malik sabía perfectamente lo que eso significaba. Su tiempo de tranquilidad había terminado. Había llegado el momento de enfrentarse a lo inevitable: debía casarse.
Perdido en una secuencia de pensamientos desagradables, levantó la vista justo a tiempo para ver a su secretaria enmarcada en la entrada de su despacho. Se había secado y ahora llevaba un atuendo completamente diferente: una falda gris gruesa, una blusa blanca y un jersey gris con cuello en V.
Malik dedujo que Julia, maliciosamente, había comprado el tipo de ropa que Lucy habría evitado a toda costa.
–Siéntate.
–No sigues molesto por mi tardanza, ¿verdad?
–Considéralo olvidado, siempre que no se repita.
Lucy se sentó, colocó su portátil en el escritorio, lo abrió y procedió a escrutarlo con concentración, aunque sus ojos se desviaban de vez en cuando hacia él.
Tenía unos ojos verdaderamente increíbles, de un azul aciano profundo, enmarcados por pestañas oscuras y espesas que contrastaban espectacularmente con el rubio color vainilla de su cabello. Era intensamente bonita, una impresión reforzada por la generosidad de sus curvas y la forma en que los hoyuelos se formaban en sus mejillas cada vez que sonreía.
–Te impresionará saber –estaba diciendo– que no solo he ordenado todos esos informes atrasados que me diste el viernes, sino que también logré contactar con la empresa de biocombustibles que estás considerando y los convencí de que me enviaran su último balance de cuentas.
–¿Trabajaste el fin de semana?
–Un par de horas, nada más. No hace falta que me lo agradezcas.
Malik vaciló.
Esa fue la primera señal que tuvo Lucy de que el día no iba a salir según lo planeado.
Mirándolo fijamente, con las líneas definidas de su rostro increíblemente hermoso, Lucy se sintió desconcertada. La vacilación no encajaba con su imagen de Malik; no figuraba, en absoluto, en su base de datos.
Llevaba trabajando para él tres años y podía decir, con total honestidad, que nunca había conocido a nadie tan concentrado, tan decidido, tan agudo o tan completamente seguro de sí mismo como el hombre que tenía sentado frente a ella.
Sabía que intimidaba a mucha gente. Su presencia bastaba para hacer que la mayoría dudara antes de hablar, pero, curiosamente, ella nunca se había sentido intimidada. Ni al principio, ni en ese momento. Ni siquiera cuando había entrado en su despacho todos esos años atrás, enfrentándose al obstáculo final para conseguir el trabajo que tanto deseaba.
Recordaba perfectamente cómo había sido. Malik le había lanzado un desafío relacionado con el mercado de valores, y ella lo había resuelto en la mitad del tiempo asignado. Justo cuando estaba a punto de marcharse, él le había preguntado por qué creía que merecía el puesto, cuando había candidatos más cualificados y desesperados por conseguirlo.
Lucy había sonreído y le había respondido que esa pregunta ni siquiera se le pasaría por la cabeza dentro de un año, porque, para entonces, ya le habría demostrado que la decisión había sido la correcta.
Esa confianza, su capacidad para responderle y expresar su opinión, había sido clave para ganarse su respeto. Expresar su opinión siempre había sido algo natural para ella. Creciendo entre cuatro hermanas, había aprendido que hablar con firmeza era la única forma de hacerse oír.
Como la única no graduada en una familia de universitarias, había tenido que encontrar su voz desde muy temprano para asegurarse de que no la aplastaran.
–Me miras como si quisieras decirme algo, pero no supieras cómo –dijo ahora, directa como siempre–. No vas a despedirme, ¿verdad?
–No voy a despedirte.
–Menos mal. No estoy preparada para volver al mercado laboral.
Malik no respondió de inmediato. En su lugar, la miró con una intensidad que la hizo sentirse alerta.
–Recibí una llamada muy temprano esta mañana, Lucy. Mi madre me telefoneó para decirme que mi padre ha sido llevado de urgencia al hospital… Problemas con el corazón. Le han hecho un triple baipás, y llevan esperando toda la noche para ver si la operación ha sido exitosa.
–Oh. Dios. Mío… –Lucy se incorporó a medias, como si estuviera a punto de levantarse, pero luego se detuvo. Ella era una persona emocional, pero sabía que su jefe no lo era. Un abrazo sería lo último que él recibiría bien.
–Lo siento mucho, Malik –dijo con genuina simpatía–. Debes de estar devastado. ¿Cómo se lo está tomando tu madre?
–Tan bien como se puede esperar.
–Estarás pensando en ir, supongo. ¿Quieres que te organice un vuelo?
–Sí. Tendré que marcharme, probablemente por varias semanas. Necesito evaluar cómo están las cosas, y naturalmente volveré a Londres, pero mientras tanto habrá que hacer arreglos para cubrir todo mientras mi padre se recupera…, suponiendo que no se produzca el peor de los escenarios.
–¿El peor de los escenarios?
–Si no se recupera –dijo Malik sin rodeos, y no le sorprendió cuando Lucy palideció.
Ella era tan transparente como el cristal, generosa con sus emociones. Durante meses, Malik había intentado disuadirla de esa «debilidad», porque el exceso de emociones lo ponía nervioso. Pero, al final, se había rendido.
–Oh, ni siquiera pienses en eso, Malik. Lo más importante ahora es mantenerte positivo. ¿Qué puedo hacer? Lo siento muchísimo.
–Estas cosas pasan, Lucy –respondió secamente–. Y, para que conste, no necesito consuelos vacíos ni falsas esperanzas. Soy realista y sé que hay que prepararse para todas las eventualidades. Sin embargo, no nos detendremos en eso. Volvamos al hecho de que voy a estar fuera del país durante un tiempo considerable.
–Sí, pongámonos manos a la obra. –Lucy intentaba calcular cómo funcionaría todo sin él allí. Pero sabía que Malik tenía un equipo perfectamente engrasado, compuesto por profesionales de alto nivel que podían mantener las cosas bajo control sin supervisión directa.
Eso planteaba una inquietante pregunta: ¿dónde encajaba ella en todo eso?
Su mente volvió al momento de vacilación que había visto en su rostro antes. Aunque había dicho que no iba a despedirla, ¿significaba eso que iba a reducirle horas o salario? Lucy esperaba sinceramente que no. A pesar de estar rodeada de hermanas exitosas, había logrado igualarlas en términos de ingresos y llevaba meses ahorrando con ahínco para conseguir su propio lugar.
Sabía que estaba demostrando algo. Sin un título universitario, estaba probando que podía triunfar en su trabajo, a pesar de todas las opiniones que surgieron cuando dejó la universidad sin previo aviso.
Un instante estaba lista para partir rumbo a Durham con las maletas hechas; al siguiente, las había deshecho y había dejado atrás todas las expectativas de su familia.
Nadie había entendido su decisión, y ella nunca se había confiado a nadie. Porque, en el fondo, nunca se había sentido más sola que en ese momento, atrapada en medio de su encantadora y ruidosa familia.
¿Cómo podría haberles contado lo tonta que había sido? ¿Cómo admitir que se había enamorado perdidamente de un embaucador que la había conquistado con facilidad solo para abandonarla en el momento en que ella le reveló que habían cometido un error irreparable?
¿Cómo podría haber soportado la mortificación de contarle a su familia que había quedado embarazada accidentalmente? Dos de sus hermanas estaban casadas y tenían hijos, y sus embarazos habían sido meticulosamente planeados. Durante años, en la mesa familiar, habían abundado los debates sobre chicas que tenían embarazos no planificados.
¿Cómo demonios pudo haber pasado algo así?
Una semana después de que él la dejara, tuvo un aborto espontáneo. Apenas había estado embarazada, pero el dolor fue inmenso.
Desde entonces, había dado la espalda a todas las expectativas familiares y había empezado a forjar su propio camino. No se arrepentía. Ese camino la había llevado al trabajo más interesante imaginable, con el mejor de los jefes, un sueldo estupendo y nada del estrés constante que sus hermanas parecían enfrentar en sus campos de medicina y derecho.
Un sueldo al que se había acostumbrado. Por ahora, alquilaba un pequeño apartamento en Londres, caro incluso para su modesto tamaño, pero al menos era suyo.
Con Malik preparándose para partir hacia tierras lejanas por un tiempo indefinido, el futuro empezaba a ser menos prometedor desde su perspectiva. Todos los gerentes contaban con sus propias secretarias asignadas. ¿Significaba eso que ella sería reubicada? ¿Se reduciría su trabajo a llevar cafés mientras Malik desaparecía con un boleto de ida a Sarastán?
Era muy imaginativa, y ahora, mientras lo miraba, por una vez en completo silencio, su imaginación corría desenfrenada. Esa vacilación en su rostro, la que había notado antes, volvió a aparecer, y en lugar de preguntarle directamente qué estaba pasando, como habría hecho normalmente, se encontró mordiéndose el labio.
–Es inevitable, me temo, y para nada bienvenido.
–Puedo imaginarlo, aunque estoy segura de que tus padres realmente disfrutarán tenerte de vuelta con ellos. Confío en que tu padre será dado de alta del hospital y estará en plena forma en poco tiempo. –Se preguntó cómo sería no despertar por la mañana pensando en ir al trabajo, donde Malik estaría esperando con una lista larguísima de cosas para hacer.
Malik alzó las cejas.
–Positividad, sí. Lo entendí la primera vez. No hay necesidad de revisitar el tema. Sin duda te estarás preguntando dónde encajas en esta situación.
Lucy se sonrojó.
–Es un momento difícil para ti –dijo con voz ronca–, y donde encajo yo no es importante. Lo más importante es que estés ahí para tu familia. Te necesitan.
–Un gesto generoso. Aquí es donde entras tú: tendré muchísimo trabajo por hacer allá. Aunque el trabajo remoto facilita muchas cosas y me aseguraré de que todo esté en su lugar antes de partir, aún necesitaré invertir un tiempo considerable para garantizar que todo aquí funcione sin tropiezos. No solo esta oficina, sino también los múltiples acuerdos en los que estamos trabajando ahora mismo. Desviar la atención, incluso por un momento, no es una opción.
–Supongo que no, aunque…
–¿Aunque?
–Podría hacer mi mejor esfuerzo para mantener las cosas funcionando si asignas a alguien temporalmente para ocupar tu lugar. Sabes que soy buena para mantenerme motivada y conozco la mayoría de esos acuerdos como la palma de mi mano. Pregúntame lo que quieras sobre cualquiera de ellos y puedo darte una respuesta al instante. Obviamente, no estoy diciendo que sea una solución a largo plazo… eso sería absurdo. Pero, a corto plazo, podría intentarlo.
–Odio tener que decirte esto, Lucy, pero, por muy buena que seas, yo soy irreemplazable.
Las cejas de Lucy se alzaron.
–Vaya, tienes una opinión altísima de ti mismo –respondió con una sonrisa que formó pequeños hoyuelos en sus mejillas.
Malik le devolvió la sonrisa, sus cejas arqueándose con un toque de diversión. Había estado tenso desde la llamada de su madre. Sí, le preocupaba la salud de su padre, pero más allá de eso, las posibles variables de lo que pudiera suceder habían desencadenado una serie de pensamientos, ninguno particularmente alentador y todos demandando atención.
Sin embargo, con Lucy, sentía cómo esa tensión se disipaba. Había algo en ella, en su irreverencia ligera pero aguda, que era un alivio inesperado.
–Qué bien me conoces –murmuró Malik.
Pero la media sonrisa que había aparecido en su rostro desapareció tan rápido como llegó. Se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, mirando a través del vidrio con una expresión distante.
Los ojos de Lucy lo siguieron.
Era una belleza, reflexionó. Nunca dejaba de impresionarla. Todo en él era deslumbrante, desde la perfección cincelada de sus rasgos duros y arrogantes hasta la gracia y simetría de su cuerpo largo y musculoso.
Medía un metro noventa y tres y no se veía ni una pizca de grasa desperdiciada. Era todo tendón, músculo y perfección física bien trabajada.
Era intensamente reservado y, de hecho, a pesar de que Lucy llevaba trabajando para él más de tres años, solo había conocido a una de sus parejas: una jueza que, como descubriría más tarde, era la mujer más joven en lograr el título de abogada de primera instancia.
A partir de ese único encuentro, Lucy se había hecho una idea bastante clara del tipo de mujeres que él prefería: bellezas altas, sofisticadas, profesionalmente ambiciosas, con carreras influyentes y un gusto impecable por la moda. Eran mujeres que vestían prendas de diseñador perfectamente confeccionadas, siempre impecables, sin lugar para imperfecciones mundanas como arrugas o una ocasional mancha de café.
Malik era un hombre que apreciaba la sofisticación y la belleza, ambas fácilmente a su alcance. ¿Por qué nunca se había casado? Lucy no lo sabía, pero asumía que los hombres ricos disfrutaban del juego, y él aún tenía años para seguir jugando.
Por muy atractivo que fuera, y aunque sus ojos se desviaran hacia él de vez en cuando, Lucy sabía que nunca podría verlo como algo más que su jefe. Malik no era del tipo que se comprometía, y ella había aprendido que el compromiso era lo único que realmente importaba en una relación.
Pensó en su amiga Helen, ahora felizmente casada con un multimillonario, y admitió que, a veces, existían excepciones. Pero Lucy no era como Helen; mientras su amiga era misteriosa y reservada, ella siempre había sido abierta y directa, una consecuencia de crecer en una familia bulliciosa.
–¿Estás prestando atención, Lucy? –dijo Malik de repente, sacándola de sus pensamientos.
Ella parpadeó, encontrándolo de pie junto a la ventana, la luz del atardecer delineando su figura imponente.
–Perdón, estaba distraída.
–Concéntrate. Estoy hablando de tu futuro y de cómo esto podría afectarte.
Lucy se tensó, apartándose el cabello mientras miraba su ropa sosa que su colega había elegido para ella esa mañana.
–Estoy concentrada –dijo en voz baja–. Sabes que soy buena concentrándome, aunque no siempre parezca así.
–Tendré que irme mañana por la noche. He organizado una reunión con los diez mejores de la compañía para ponerlos al día.
–¿Y yo? –preguntó Lucy, con los brazos cruzados.
–Aquí es donde la situación se complica un poco. –Malik se pasó los dedos por el cabello, y de nuevo apareció esa vacilación inusual en su rostro.
–Ojalá dijeras lo que tienes que decir de una vez –replicó Lucy con su característica franqueza–. ¿Desde cuándo te contienes? Soy una adulta, puedo asimilarlo. Dijiste que no me despedirías porque tienes que regresar a Sarastán, así que, ¿dónde me deja eso? ¿Voy a ser degradada a auxiliar de oficina?
Malik ignoró su exceso de imaginación.
–Mi opción preferida es que me acompañes, Lucy. Nadie trabaja a mi lado con tanta eficiencia como tú. Conoces las adquisiciones y sabes cómo tratar con los clientes.
–¿Quieres que vaya contigo? –preguntó Lucy, sorprendida.
Malik ladeó la cabeza y regresó al escritorio.
–Sé que esto será una gran inconveniencia para ti –dijo con seriedad–, y por supuesto me aseguraré de compensarte adecuadamente.
Lucy lo miró en silencio, mientras su mente comenzaba a procesar todo lo que significaba esa propuesta.
–Dijiste que no sabes cuánto tiempo estarás fuera –le recordó, con cuidado.
–Es verdad. La recuperación de mi padre es incierta; podría ser rápida o lenta. Además, hay asuntos comerciales familiares que necesitan atención. No puedo darte un plazo exacto, y eso lo hace aún más complicado para ti. Por eso, estoy dispuesto a firmar un contrato que te permita retirarte si las condiciones se vuelven demasiado onerosas.
–«Condiciones onerosas». Eso sí que me cuesta asimilarlo.
–Tienes una vida activa aquí –dijo Malik directamente–. La perderás temporalmente si aceptas mi oferta. –Hizo una pausa, observándola con atención–. No estoy seguro de si esa vida activa incluye un novio –añadió, con los ojos entrecerrados–. ¿Es así? Y, si lo es, ¿estarías dispuesta a hacer esta pausa? Como mencioné, no tengo un calendario exacto. Puede que sean semanas, tal vez meses. Espero poder viajar entre Sarastán y Londres, pero todo está en el aire en este momento.
–Yo… yo…
–Quiero que tengas tiempo para considerar mi propuesta, Lucy. Soy consciente de que esto te ha tomado por sorpresa, pero el tiempo es esencial. Propongo que hagas los arreglos necesarios para acompañarme esta semana.
–¿Esta semana?
–Si estás de alquiler, cubriré todo el alquiler hasta tu regreso. Si eres propietaria, me encargaré de la hipoteca. Todas tus facturas estarán cubiertas. Además, como compensación, triplicaré tu sueldo durante el tiempo que pases en Sarastán.
–¿Triplicar? –repitió Lucy, con los ojos muy abiertos.
–Pareces un loro, Lucy.
–¿Te parece raro que repita lo que me dices? Tengo la cabeza a mil por hora.
–Como te decía, también encontrarás un aumento significativo en tu cuenta bancaria para cubrir cualquier gasto necesario: ropa adecuada, compras, tratamientos de belleza… o lo que sea en lo que prefieras invertir tu dinero.
–¿Te parece que gaste mucho dinero en tratamientos de belleza? –dijo Lucy distraídamente, mientras su mente continuaba dando volteretas–. Si lo hiciera, no tendría el cabello como lo tengo.
–No has respondido mi pregunta, Lucy. ¿Hay algún hombre en tu vida? ¿Alguien que pudiera complicar o impedir que cambies tu rutina aquí?
–Posiblemente –dijo con aire despreocupado–. Sin embargo, debo decir que, si hubiera tal hombre, nunca le permitiría dictar cómo elijo manejar mi vida.
–Un tipo paciente, si tal hombre existiera.
