Una tentación no deseada - Anne Mather - E-Book

Una tentación no deseada E-Book

Anne Mather

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Beschreibung

Tras la reciente muerte de su esposa, Jack Connolly estaba muerto por dentro. No fue en busca de otra mujer hasta que conoció a la recatada y bella Grace Spencer, quien provocó que sus sentidos recobraran la vida. Sin embargo, Jack no podía dejarse llevar por sus sentimientos, ya que Grace pertenecía a otro hombre. Atrapada en una falsa relación para proteger a su familia, Grace sabía que si traspasaba el límite con Jack pondría en riesgo todo lo que apreciaba. Tras el deseo que había visto en la mirada de Jack, se escondía la promesa de algo más, pero ¿merecía la pena rendirse solo para probar una parte de lo prohibido?

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Seitenzahl: 181

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Anne Mather

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una tentación no deseada, n.º 2469 - junio 2016

Título original: A Forbidden Temptation

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8113-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Capítulo 2

 

Grace estaba enfadada.

Sabía que no debería haber permitido que la convencieran para ir allí con Sean, pero ¿qué podía hacer? Aparte de las confusiones que la situación podía crear, no le gustaba discutir con él en público. Con Jack Connolly mirándolos, se sentía muy avergonzada. Él no era el tipo de hombre al que Sean pudiera engañar con sus mentiras.

El problema era que sus padres esperaban que se casara con Sean y, si ella se hubiera negado a acompañarlo, ellos habrían sospechado que algo iba mal. Por el momento debía aceptar la situación, pero se negaba a permitir que Sean la hiciera quedar como una idiota.

Al principio había sido todo tan diferente… Nada más conocer a Sean se había quedado fascinada por sus encantos. En aquellos tiempos, ella todavía era muy joven e ingenua, y se creía todo lo que él le decía. Además, se sentía orgullosa de salir con uno de los estudiantes mayores más populares.

Qué equivocada había estado.

Su primer error había sido llevarlo a conocer a sus padres. Después de que Sean le prometiera que conseguiría dinero fácil, su padre había aceptado hipotecar el pub para ayudar a Sean a financiar la página web que estaba creando para su negocio.

Grace había tratado de impedirlo. Incluso aunque pensaba que iba a casarse con Sean, sabía que la página web era una gran apuesta y que su padre conocía muy poco acerca de cómo funcionaban.

No obstante, Tom Spencer no la había escuchado. Él pensaba que estaba invirtiendo en su futuro y que ella se lo agradecería. Ya entonces, ella había pasado noches sin dormir preocupada por lo que ocurriría si la página web fracasaba.

Y había fracasado. Como casi todo en lo que a Sean se refería, el sueño no concordaba con la realidad. Y los padres de Grace ni siquiera se habían enterado de que Sean había perdido su dinero. Y por eso Grace tenía que hacer todo lo posible por recuperarlo.

Aunque eso significara tener que mentir acerca de su relación con Sean.

Sus padres todavía pensaban que Sean continuaba viviendo en Londres para avanzar en su negocio. Ella sabía que ellos creían que debería haberse quedado con él, pero Grace ya había tenido suficiente. No quería contarles el motivo por el que había cortado su relación con él. Hasta que su madre no estuviera bien de salud no podía cargarla también con aquello.

Prefería hacerles creer que los echaba de menos.

Y Sean sabía que su relación había terminado. Si ella conseguía salirse con la suya, pronto no tendría que volver a verlo.

Sin embargo, allí estaban, en la puerta de la casa de Jack Connolly, cuando lo que ella deseaba era darse media vuelta y marcharse. Era evidente que Connolly no los quería allí. Y ella no podía culparlo. Entonces, ¿por qué Sean no captaba el mensaje y terminaba con aquella situación?

Por desgracia, justo cuando ella buscaba la manera de salir de aquella situación, Jack los invitó a pasar.

–Por favor, entrad –dijo, y se retiró a un lado para cerrar la puerta.

Grace todavía se preguntaba para qué había querido Sean ir allí. Le había contado que Connolly había perdido a su esposa en un accidente de tráfico y que aquella era su primera oportunidad para darle el pésame. Grace no había tenido más remedio que aceptar después de que Sean le explicara la situación a su padre, pero dudaba de que él fuera capaz de apoyar a alguien emocionalmente. A menos que consiguiera algo a cambio.

¿Quizá estaba siendo demasiado dura con él?

Entonces recordó otro comentario que él había hecho. Al parecer, Jack Connolly había heredado algo de dinero de su abuela y por eso había sido capaz de comprar aquel lugar. Sean contaba que Jack deseaba alejarse del dolor que sentía en los lugares conocidos y que por eso se había mudado a Northumberland, para poder curarse las heridas en paz.

A Grace, Jack no le parecía un hombre que tuviera que curarse ninguna herida. Parecía perfectamente autosuficiente y que no necesitaba la compasión de nadie.

Y no había olvidado la manera en que él la había mirado nada más verla. No era la mirada de un hombre ahogado en el sufrimiento. Al contrario, si Sean y ella hubiesen seguido juntos, le habría parecido una mirada ofensiva.

¿No se podía confiar en ningún hombre? No estaba segura, pero desde luego no tenía dudas acerca de que Jack Connolly tampoco era un hombre de fiar.

Le molestaba que fuera tan atractivo. Ni siquiera la barba de dos días podía ocultar el atractivo de su rostro.

Tenía la piel bronceada, como si hubiese pasado tiempo en un lugar de mucho sol. Sin embargo, según el padre de Grace, él había estado viviendo allí durante la reforma de la casa.

El cabello oscuro le caía sobre la frente y rozaba el cuello de su jersey. Tenía los labios finos y los pómulos altos, algo que aumentaba su atractivo sensual.

Al llegar al salón, Grace se fijó en la decoración y en la vista fascinante que se podía contemplar desde los ventanales. Todavía había luz y el mar estaba en calma, reflejando el color rojizo de las nubes al atardecer. Las granjas que había colina abajo estaban iluminadas y se oía el sonido lejano de las gaviotas.

–Perdonad mi aspecto –dijo Jack al entrar detrás de ellos al salón–. He estado todo el día en el barco y no he tenido tiempo de cambiarme.

–¿Un barco? ¿Tienes un barco? –preguntó Sean con entusiasmo–. Eh, ¿qué tal es eso de ser millonario?

Al oír las palabras de Sean, Grace sintió un nudo en el estómago. ¿Por qué no le había preguntado a Sean cuánto dinero había heredado Jack? ¿Por qué simplemente había asumido que sería una cantidad moderada?

¿Qué había pasado con las condolencias que iba a darle por la muerte de su esposa y de su abuela? Al parecer, Sean se había olvidado del sufrimiento de su amigo Jack. Simplemente lo había utilizado como excusa para ir hasta allí.

Jack no contestó.

–Permitid que os ofrezca algo de beber –dijo él, y miró a Grace–. ¿Qué te apetece?

–¿Tienes cerveza?

Sean no esperó a que ella respondiera, pero, al parecer, Jack era más respetuoso.

–Tomaré un refresco –dijo ella. Al día siguiente empezaba a trabajar en un sitio nuevo y no quería tener resaca.

–¿Un refresco? –Sean miró a Jack e hizo una mueca–. ¿Te puedes creer que esta mujer se crio en un bar y no le gusta la cerveza?

La expresión que puso Jack podía haber significado cualquier cosa.

–No tardaré mucho –dijo, y desapareció por la puerta.

Al oír las suaves pisadas, Grace se dio cuenta de que iba descalzo.

Entonces, miró a Sean, pero él solo arqueó las cejas.

–¿Qué? –miró a su alrededor–. Vaya sitio, ¿eh? Estoy seguro de que estos muebles valen una fortuna. ¿No te alegras de haber venido?

–No.

Grace apenas podía mirarlo. Debería haberse negado a ir con él. Sean era un embustero patológico. Ella lo sabía, pero no quería provocar una discusión y que empeorara el estado de salud de su madre.

–La casa de un millonario –continuó Sean al ver que ella no decía nada. Se volvió hacia un cuadro que estaba en la pared–. ¡Es un Turner! ¿Te lo puedes creer?

Grace no quería hablar de ello. Estaba allí porque había fingido y no le gustaba. No le importaba la vida de Jack Connolly ni su dinero. Él no podría solucionar sus problemas.

Jack regresó en ese momento con dos botellas de cerveza y un vaso de refresco de cola.

–Por favor… sentaos –dijo, dejando el vaso de Grace sobre una mesa de café donde había varias revistas de yates.

¿Las habría colocado allí a propósito? Grace no lo creía. A pesar de que no conocía a aquel hombre, no parecía que a Jack Connolly le importara lo que la gente pensara de su casa.

Grace se sentó en un sofá de terciopelo y Sean hizo lo mismo, después de aceptar la bebida que le entregó Jack.

–Tienes una casa estupenda –dijo él, gesticulando con el vaso en la mano–. ¿De dónde has sacado todo esto? Parece caro.

Jack se apoyó en un pequeño escritorio que había comprado en una subasta y dijo:

–Muchas cosas eran de mi abuela. El resto lo compré y lo restauré.

–¡No puede ser!

Sean lo miró y Jack vio incredulidad en su mirada.

–Es cierto –dijo él, y bebió un sorbo de cerveza–. Me parecía una lástima tirarlo.

Sean negó con la cabeza.

–¿Desde cuándo te dedicas a la restauración? Eres arquitecto. Diseñas casas, centros comerciales, colegios, ese tipo de cosas.

–Sí, bueno… –Jack no quería dar explicaciones acerca de por qué lo había hecho, pero Sean no lo dejaba tranquilo.

–Ya comprendo. Ahora que tienes dinero no necesitas un trabajo.

Jack se contuvo para no decirle lo que tenía en la punta de la lengua y contestó:

–Algo así –bebió otro trago–. ¿Está buena la cerveza?

–Oh, sí. Está fría –asintió Sean–. Como a mí me gusta –miró a Grace–. Al menos la cerveza.

Grace se encogió de vergüenza. ¿Por qué no podía estarse callado?

Jack acudió a su rescate.

–¿Y tú a qué te dedicas? –le preguntó a Sean–. ¿Sigues inventando juegos de ordenador para esa empresa japonesa?

–No. De hecho, ya no trabajo para Sunyata. He estado haciendo algo de consultoría mientras intento lanzar mi propia página web. No todos somos tan afortunados como tú, ¿sabes, Jack?

Jack respiró hondo. ¿Cómo diablos debía contestar a esa pregunta? Solo deseaba terminar con aquella conversación.

Forzó una sonrisa y miró a Grace con resignación.

–¿Y tú a qué te dedicas, Grace? –preguntó.

–Grace es licenciada en Derecho –intervino Sean antes de que ella pudiera contestar–. Antes trabajaba para la Fiscalía de la Corona.

–¿De veras? –Jack estaba impresionado.

–Aunque aquí no hay trabajos como ese –continuó Sean–. Grace ha tenido que interrumpir su carrera.

Grace suspiró.

–Estoy muy contenta con el trabajo que he conseguido –comentó ella–. ¿Podríamos hablar de otra coa?

–¡Tú trabajando para una agencia inmobiliaria! –exclamó Sean–. Sabes muy bien que puedes conseguir algo mucho mejor.

–¡Sean!

Grace lo miró fijamente y él hizo una mueca.

–Supongo que es una manera de ganarse la vida –admitió–. Puede que yo también trate de encontrar trabajo en Alnwick.

Grace negó con la cabeza con incredulidad, pero Sean no cambió de expresión.

–Podría… –insistió él–. Quizá me guste cambiar de escenario.

–No creo.

Grace sabía que estaba provocándola a propósito. Lo último que deseaba era que Sean se mudara allí.

De pronto, Sean estiró el brazo y la agarró de la mano.

–Sabes lo que siento por ti, ¿verdad, cariño? –la besó en los nudillos–. Sé que ahora tenemos algunos problemas, pero cuando regreses a Londres…

Grace apretó los dientes.

–No voy a regresar a Londres, Sean –ella le había dicho que quería estar cerca de sus padres, pero él no le había creído. También le había dejado claro que podrían seguir en contacto, con la esperanza de recuperar el dinero de sus padres, pero que la relación entre ellos había terminado. ¿Pensaba que por hablar con ella así, delante de Connolly, la convencería para que cambiara de opinión?

Entretanto, Jack contuvo un gemido. Si Sean y su novia tenían problemas, él no quería oírlos.

Y, al parecer, Grace tampoco estaba muy entusiasmada.

Grace había conseguido retirar la mano y agarraba el vaso con fuerza.

Ya sabía que Sean era un hombre egoísta, pero su comportamiento era imperdonable. Se suponía que había ido a darle el pésame a Jack, pero ni siquiera había mencionado a su esposa.

Dejó el vaso sobre la mesa y se puso en pie.

–Tenemos que irnos, Sean –dijo con firmeza.

Sean bebió otro trago de cerveza y se puso en pie también.

Grace se dirigió hacia la puerta, evitando la mirada de Connolly y desesperada por salir de allí antes de que Sean volviera a avergonzarla.

Por desgracia, él no había terminado la visita.

–Vamos a tener que ponernos al día, amigo –le dijo a Jack–. ¿Qué tal el próximo fin de semana? Mañana tengo que regresar a Londres, pero intentaré venir de nuevo el viernes por la noche. ¿Qué te parece?

–Bueno…

Jack no quería comprometerse. Lo último que deseaba era presenciar otra escena como esa.

–Me gustaría contarte mi idea sobre la página web –continuó Sean–. Es algo que quizá pueda interesarte. Estaré encantado de darte todos los detalles.

Grace sabía que tarde o temprano sacaría el tema. Las intenciones de Sean eran evidentes desde que se había enterado de que Jack vivía en el pueblo.

Jack se separó del escritorio y los miró con los ojos entornados.

Grace creía que sabía lo que estaba pensando. Él sabía muy bien lo que pasaba, y ella confiaba en que él no pensara que tenía algo que ver en todo aquello.

–Sí –dijo al fin, sin entusiasmo–. Lo pensaré.

Grace cruzó el recibidor y Jack no pudo evitar fijarse en el sexy contoneo de sus caderas. Entre su blusa y los pantalones vaqueros se veía un trozo de piel y, aunque no estaba completamente seguro, creía que tenía un tatuaje en la parte baja de la columna vertebral.

Ella miró hacia atrás un momento y sus miradas se encontraron. Jack se sintió culpable. No tenía derecho a mirar a aquella chica, ni a tener pensamientos acerca de ella como los que había pensado que nunca volvería a tener.

Sin embargo, no podía negar que era una chica muy sexy…

 

 

Grace se sintió aliviada al salir del Bay Horse.

Se alegraba de estar en casa de sus padres otra vez, pero había tenido un día muy frustrante.

En su dormitorio, el ruido del pub se oía demasiado. Ya no estaba acostumbrada al ambiente del Bay Horse y, a pesar de tener encendida la televisión, todavía oía las voces de los hombres, las risas y las puertas de los coches que aparcaban en el exterior.

Por ese motivo, tenía intención de buscarse otro alojamiento. Así les demostraría a sus padres que la decisión de marcharse de Londres iba en serio. Y quizá la ayudara a quitarse de en medio a Sean Nesbitt.

Hacía una tarde muy agradable, así que decidió salir a dar un paseo. Su madre estaba descansando. Después de las sesiones de quimioterapia para tratar el cáncer de mama, la señora Spencer se encontraba muy cansada y necesitaba descansar. Evidentemente, el ruido del bar no la molestaba.

Grace decidió caminar hacia el puerto. Todavía no había ido a visitar el muelle y era uno de sus lugares favoritos. Quizá el paseo la ayudara a poner sus problemas en perspectiva.

Había perdido la mañana esperando a un cliente que no había aparecido.

Después, por la tarde, había tenido que aguantar las insinuaciones de un constructor.

William Grafton, un hombre de unos cuarenta y tantos años, había mostrado interés por unas casas que estaban en venta en un lugar aislado. En un principio, había entrado en la agencia para ver al jefe de Grace, pero nada más reconocerla centró en ella toda su atención.

Grace empezaba a preguntarse si no debería buscar otro trabajo, algo en lo que no tuviera que demostrar su don de gentes, sino sus conocimientos.

No se había dado cuenta, pero seguía tensa después de haber tenido que batallar con William Grafton. El próximo día que entrara en la agencia tendría que recibirlo el señor Hughes.

El problema era que además de ser amigo de su padre, también era cliente del Bay Horse, así que tendría que evitar ofenderlo en tres frentes.

Empezó a bajar la colina que llevaba hasta el mar y vio la marina que habían construido y que tenía todo tipo de barcos de lujo.

¿Sería allí donde Jack Connolly tenía su barco?

La idea surgió de la nada y rápidamente trató de ignorarla. Había llegado al muelle y se negaba a que el recuerdo de Jack Connolly le arruinara la tarde.

Una vez en la marina, apoyó los brazos en la barandilla del muelle y miró los barcos amarrados con atención.

No quería admitir que sentía curiosidad por el tipo de embarcación que podía tener un hombre como Jack Connolly. «Seguramente, el más caro», pensó. «Como aquel crucero con tres cubiertas».

–¿Estás buscando algo?

Capítulo 3

 

Grace se sobresaltó sintiéndose medio culpable. A pesar del silencio no había oído acercarse a nadie y, cuando bajó la vista, vio que él llevaba zapatos de goma.

Respiró hondo y se volvió para mirarlo.

–Señor Connolly –dijo ella–. Me alegro de verlo otra vez.

–¿De veras?

Jack la miró con los ojos entornados, preguntándose por qué había decidido hablar con ella. No habían pasado ni diez días desde que deseó no tener que volver a verla, ni a ella, ni a su novio.

Grace se encogió de hombros.

–Iba de camino a casa –mintió.

–Una lástima –comentó él, apoyándose en la barandilla–. Pensé que quizá estabas buscando el Osprey.

–¿El Osprey?

–Sí –dijo él–. Mi barco.

–Ah… –Grace se humedeció los labios. Por algún motivo sentía que le faltaba el aire e intentó ocultarlo–. Por supuesto. Me había olvidado de que tenías un barco.

Jack soltó una risita.

–Sí, lo tengo.

–Pues se me había olvidado. ¿O es que pensabas que había venido buscando tu barco con la esperanza de verte?

–Oye… –parecía sorprendido–. ¿Qué has dicho? Solo pensé que…

–Sí, sé lo que pensaste –contestó ella–. Me he topado con hombres como tú en otras ocasiones.

–Estoy seguro –Jack se puso serio–. Solo trataba de ser amable, eso es todo. Olvídalo. Ya nos veremos.

Se volvió dispuesto a alejarse por el muelle y Grace se sintió avergonzada.

«Está claro que hoy es el día para disgustar a la gente», pensó, y Jack tenía motivos para estar disgustado con ella.

–Señor Conn… ¡Jack!

Grace corrió tras él, maldiciendo haberse puesto los zapatos de tacón. Cuando él se volvió para mirarla, Grace continuó caminando. Él no dijo nada. La expresión de su rostro era enigmática e increíblemente sensual.

–Solo quería pedirte disculpas –declaró, tratando de hablar con calma–. Ha sido un día largo, y me temo que tú te has llevado la peor parte.

Jack la miró en silencio. Igual que ella, era consciente de que allí pasaba algo más aparte de que quisiera pedirle disculpas. Suponía que ella se sentía obligada a comportarse de manera educada con él debido a Sean Nesbitt. «Si él supiera…», pensó.

Por su parte, Jack era plenamente consciente de cómo se movían sus pechos en cada respiración, y de las piernas esbeltas que dejaba al descubierto el traje de color azul que vestía. ¿Las llevaría desnudas? De pronto, la idea de acariciárselas invadió su cabeza y su cuerpo reaccionó.

Se acercó un poco y percibió el aroma de su perfume, una mezcla de flores y almizcle.

–Está bien –dijo él, tratando de parecer tranquilo cuando ella se detuvo a su lado–. He tenido días así. ¿Qué tal el trabajo?

–Bien –Grace se encogió de hombros–. Supongo.

–¿Supones?

Él arqueó las cejas y Grace hizo una mueca.

–Trabajar en Alnwick es estupendo, pero no estoy segura de si valgo para ser agente inmobiliario –admitió–. No soy buena vendedora.

Jack la miró un instante.

–No llevas mucho tiempo haciéndolo –dijo él–. ¿Cómo lo sabes?

Grace suspiró.

–Es mi segunda semana.

–Espera un tiempo.

–Supongo que eso es lo que debería hacer.

Después de la muerte de Lisa, Jack se había considerado inmune al sexo opuesto. Y lo había sido, hasta que apareció aquella chica. No le gustaba sentirse inseguro, pero así era.

El deseo de colocarle uno de sus mechones rojizos detrás de la oreja era casi irresistible. Deseaba tocarla, y sentir la suavidad de su piel bajo los dedos.

Sus músculos se tensaron de anticipación, pero consiguió controlar sus sentimientos.

Ella estaba esperando una respuesta, así que comentó a propósito:

–¿Y Sean qué piensa?

–Oh, Sean…

Si Jack no hubiese estado tan seguro de que Sean le atribuía a ella sentimientos que no tenía, habría dicho que parecía harta de él.

–Sean no lo sabe –dijo Grace por fin–. No lo he hablado con él –respiró hondo–. Todavía.

Jack asintió y ella se preguntó en qué estaba pensando. A pesar de la conversación, no creía que Jack sintiera mucho respeto por ella o por Sean.