Una venganza peligrosa - Jackie Ashenden - E-Book

Una venganza peligrosa E-Book

Jackie Ashenden

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Beschreibung

Flora McIntyre se convirtió en la asistente personal de Apolo Constantinides para vengar a la familia que él destruyó. Y lo logró. Unas comprometedoras fotos, cuidadosamente manipuladas, le costó el matrimonio que iba a restaurar su buena reputación. Pero Flora no había previsto su reacción... ¡Apolo le exigió que se casara con él! Como su esposa, Flora podría destruirlo para siempre. Sin embargo, llevar su alianza en el dedo desató un peligroso deseo que lo alteró todo.  ¿Cómo podía un hombre tan despiadado acelerar su pulso? ¿Y qué pasaría con su plan de venganza si se enamoraba de su marido y enemigo?

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Seitenzahl: 202

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 Jackie Ashenden

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una venganza peligrosa, n.º 3182 - agosto 2025

Título original: Newlywed Enemies

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9791370007690

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

 

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Flora McIntyre no quería nada de la vida.

Nada excepto la ruina total de Apolo Constantinides.

Estaba de pie al otro lado de su enorme escritorio de roble, colocado con majestuoso esplendor frente a las ventanas de su despacho de Londres, y observaba con satisfacción cómo contemplaba las fotos que había colocado frente a él.

Eran imágenes granuladas, ella se había encargado de que lo fueran, de los dos en el despacho en diversas posturas comprometedoras. En algunas, él tenía la mano en su cintura, como si estuviese abrazándola, mientras que en otras estaba inclinado sobre ella como si fuera a besarla. En otras más, Flora estaba sentada en el escritorio, con un pie sobre la rodilla de Apolo, que parecía acariciar su pierna desnuda.

Las imágenes contaban la historia de un apasionado romance, justo lo que ella esperaba.

Por fin, tras un gélido silencio, Apolo la miró con un brillo de furia apenas contenida en sus ojos verdes.

–¿De dónde han salido?

Era el hombre más controlado y frío que había conocido nunca, pero aquello parecía afectarlo de verdad.

«Qué satisfacción».

Flora intentó disimular.

–Me las enviaron de forma anónima.

Apolo volvió a mirarlas un momento, masculló una palabrota y se levantó. Le dio la espalda, contemplando el horizonte de Londres por las ventanas.

Le había llevado seis meses de cuidadosa planificación conseguir las fotos, y luego un par de semanas para elegir las que parecían más incriminatorias. Las que parecían indicar que Apolo Constantinides, inversor multimillonario, nominado al Nobel, reconocido filántropo y ganador de varios premios por sus prácticas comerciales éticas, incluyendo políticas emblemáticas contra el acoso sexual en el trabajo, mantenía una aventura con su asistente personal.

Apolo Constantinides, que acababa de comprometerse con Violet Standish, directora de una organización benéfica internacional dedicada a ayudar a mujeres que habían sufrido violencia doméstica, violencia sexual, tráfico de personas y drogadicción. La organización de Violet también había ganado varios premios y la noticia de su compromiso había recibido mucha atención de la prensa.

Por desgracia para Apolo, Flora acababa de torpedear dicho compromiso y no sentía ni una pizca de arrepentimiento. Sobre todo, porque sabía que no era un matrimonio por amor, sino un acuerdo de negocios. De hecho, se había preguntado a menudo si Apolo era capaz de sentir alguna emoción real.

Era un hombre duro, directo hasta el punto de resultar ofensivo; su compromiso con la honestidad era total. También era frío, despiadado y totalmente decidido a conseguir lo que quería.

En realidad, le estaba haciendo un favor a Violet Standish, aunque el compromiso fuera puramente estratégico. Porque pronto descubriría que se había casado con un tiburón, no con un hombre, y Flora no le desearía eso ni a su peor enemigo.

Las fotos formaban parte del plan que había puesto en marcha años atrás, después de que su padre, David Hunt, se quitase la vida tras haberlo perdido todo en un infame esquema piramidal dirigido por el padre de Apolo, Stavros Constantinides.

Que Stavros hubiera muerto en prisión no era justicia suficiente para Flora. Eso no podía compensar el dolor de su madre, Laura, después de que su padre optase por la salida más fácil quitándose la vida. Ni los años que vivieron en la pobreza porque su madre había rechazado todas las ofertas de compensación, calificándolas de «dinero manchado de sangre». Ni su soledad ni su dolor cuando su madre murió de cáncer demasiado joven. Un cáncer cuyas señales había ignorado porque estaba demasiado cansada de trabajar como para preocuparse por su salud.

No había justicia para una vida desangrada de esperanza.

La única justicia para Flora era la aniquilación de todo lo que le importaba a Apolo Constantinides.

Porque, aunque Stavros hubiera muerto, su hijo seguía vivo y era él, Apolo, quien había convencido a su padre para invertir en ese plan. Daba igual que, al final, Apolo hubiese delatado a su padre. Daba igual que posteriormente indemnizase a todos los afectados y que intentase rehabilitar el apellido familiar con sus prácticas comerciales éticas y sus donaciones filantrópicas.

Daba igual que Violet y él hubieran sido nominados conjuntamente al Premio Nobel de la Paz por su labor benéfica en favor de los derechos humanos y, sobre todo, de los derechos de las mujeres a nivel mundial.

Para Flora, lo único que importaba era no volver a sentir esa sensación de impotencia, de desamparo. Y lo conseguiría haciendo que Apolo lo perdiese todo. Su compromiso con Violet sería la primera víctima.

Flora permaneció de pie, en silencio frente al escritorio, observando su alta y poderosa figura.

Había pasado tres años en Inversiones Helios, inicialmente como secretaria en el departamento de Recursos Humanos, antes de ascender progresivamente hasta conseguir el puesto que anhelaba: asistente personal de Apolo.

Llevaba un año en ese puesto, ganándose su confianza y haciéndose indispensable. Él no sabía quién era porque sus padres no estaban casados legalmente, de modo que había conservado el apellido de su madre.

Ocultar el vínculo con David Hunt no había sido difícil. Al fin y al cabo, a nadie le interesaba especialmente la historia familiar de una empleada. Flora había superado la rigurosa comprobación de antecedentes que hacían a todo el personal, había firmado los acuerdos de confidencialidad obligatorios y nadie le había dicho nada.

Sin embargo, había un pequeño problema con Apolo Constantinides. Un diminuto problema que nunca había logrado resolver del todo. Y era que Apolo era el hombre más atractivo que había tenido la desgracia de conocer y cada vez que se acercaba, cada vez que la miraba, su corazón se volvía loco.

Odiaba que fuese tan atractivo.

Lo odiaba.

Medía un metro noventa, con el pelo negro siempre bien cortado, ojos del color verde de una selva profunda y cejas negras como el hollín. La nariz recta evocaba su ascendencia griega y tenía una boca que la atormentaba en sueños. También era intensamente carismático, con la autoridad de un emperador. Tenía el mundo entero en la palma de la mano y lo sabía.

Tomar esas fotos tan aparentemente comprometedoras había sido un reto tanto para su determinación como para su capacidad de disimulo, pero lo había superado.

Trabajar con él tan estrechamente era su propia terapia de exposición y, después de esas fotos, podía decir con seguridad que estaba vacunada.

Apolo se apartó bruscamente de la ventana y, a pesar de sí misma, Flora se quedó atrapada por su intensa mirada.

Aquel día llevaba su traje favorito, de lana gris oscuro, a la medida de su poderosa figura, y una sencilla camisa blanca. La corbata de seda era de una miríada de verdes diferentes que reflejaban el color de sus ojos.

–Esto es inaceptable –dijo, su tono normalmente frío y sereno encendido de ira–. Quiero una investigación exhaustiva sobre la procedencia de estas fotografías.

–No se preocupe, ya estoy en ello.

–¿Se han publicado en internet?

–Le he pedido al departamento técnico que lo compruebe –respondió ella, poniendo cara de falsa preocupación–. Por desgracia, creo que algunas se han colado en la web…

Por supuesto que sí. Ella misma las había publicado en varias plataformas.

–Quiero que esas fotos desaparezcan. Todas. Inmediatamente. –Apolo volvió al escritorio–. ¿Cómo es posible?

–No lo sé.

Él se inclinó hacia delante, agarrando el borde del escritorio con las manos, mirando las fotos como si intentase prenderles fuego con la mirada. Lo cual, dada su determinación cuando quería algo, era más que posible.

–Se hicieron en este despacho.

–Parece que sí –dijo Flora, con cautela–. Quizá usaron un teleobjetivo o instalaron una cámara en algún sitio…

–¿Has hablado con el departamento de Relaciones Publicas? –la interrumpió él, mirándola con esa concentración que siempre la dejaba sin aliento.

No le preguntó cómo se sentía ella y, considerando que también salía en las fotos, era otro motivo para odiarlo.

–Ya les he informado. También les he dicho que, a pesar de las fotos, no hay nada entre nosotros.

Y no lo había. Apolo era un jefe ejemplar. De hecho, se portaba como si no supiera que era una mujer.

Desde que empezó a trabajar en Helios, Flora buscaba pruebas de que era el hombre que convenció a su padre de participar en el plan de Stavros, pero no las había encontrado. Aunque eso no significaba que no existieran.

David Hunt siempre había buscado atajos para hacerse rico rápidamente y Apolo lo había convencido de que el plan de inversión era legítimo, por mucho que pareciese demasiado bueno para ser verdad.

Pero ese era Apolo Constantinides. Había convertido en un arte lo de «parecer demasiado bueno para ser verdad». Su padre fue a la cárcel, pero él no fue encausado. Se mostró arrepentido en las entrevistas que concedió a los medios, presentándose como una víctima de las mentiras de su padre, ganándose la compasión de todos con su honestidad y su disposición a ofrecer una compensación a las víctimas.

Sin embargo, Flora sabía la verdad. Lo único que le importaba era su reputación, y nada más. Apolo utilizaba a la gente para pulir esa reputación y cuando eran un estorbo se deshacía de ellos.

–No hay nada entre nosotros –convino él, mirando las fotos esparcidas por el escritorio con el ceño fruncido–. Pero debo contárselo a Violet…

Su móvil empezó a sonar en ese momento y frunció aún más el ceño al mirar la pantalla.

–Violet… sí, he visto las fotos. Debes saber que no hay nada entre mi secretaria y yo… –Apolo fulminó a Flora con la mirada antes de volverse hacia la ventana–. ¿Qué?

Ella se acercó al escritorio y empezó a reunir las fotos, escuchando discretamente la conversación.

–Sí, claro que sé lo que dirá la gente, pero mi departamento de relaciones públicas es excelente y…. sí, sé que los medios son siempre más duros con las mujeres, por eso yo… –Apolo no terminó la frase, pero Flora sentía la rabia que emanaba, como la brisa de un glaciar–. Encontraremos a quien ha urdido esta patraña –siguió al cabo de un momento–. No puedes permitir que esto…

Flora lo miró de reojo.

Estaba mirando por la ventana, su rostro de perfil tan perfecto como el de un rey en una moneda. Pero tenía la mandíbula apretada.

–Ya veo –dijo, con tono gélido–. Claro que no querría que nada comprometiese la integridad de tu organización… ¿Me dejarás al menos hacer lo correcto? Puedes hacerte pasar por la mujer agraviada. Sí, bien. Te enviaré el comunicado de prensa antes de hacerlo público.

Flora sonrió disimuladamente. Al parecer, Violet estaba rompiendo con él, justo lo que ella esperaba. El mundo debía ver lo frío y despiadado que era Apolo Constantinides, y ella estaba dispuesta a desenmascararlo.

Les haría saber a todos la verdad sobre él, aunque fuera lo último que hiciese.

 

 

Apolo no podía creerlo.

Violet había roto el compromiso.

Se suponía que su boda sería la guinda del pastel, el mayor logro después de todo el trabajo que había hecho para rehabilitar el apellido Constantinides. El matrimonio con Violet Standish, directora de una de las instituciones filantrópicas más importantes del mundo, iba a ser la unión perfecta de dos pilares de la comunidad.

Desde que anunciaron su compromiso, la confianza en el apellido Constantinides era más alta que nunca y las acciones de Helios estaban por las nubes. Todos apoyaban incondicionalmente esa relación, compartiendo opiniones, fotos y memes en las plataformas de internet. Apolo estaba totalmente satisfecho con la imagen que proyectaban. Ni siquiera le importó que la prensa los llamara «ViLo».

Pero ahora…

Violet no quería seguir adelante con el compromiso. Casarse con un hombre que le era infiel dañaría irreparablemente la imagen de su organización y, considerando que se dedicaba a ayudar a mujeres explotadas, era comprensible.

Pero ahora mismo ansiaba tener alguien a quien culpar. Alguien a quien hiciese pagar por aquel desastre.

Le dolía la mandíbula de tanto apretarla.

No sabía cómo se habían tomado esas fotos. Alguien debió haber colado una cámara en el despacho, pero todas eran imágenes inocentes. La correa del zapato de Flora se había roto, así que le dijo que se sentara en el escritorio y se arrodilló frente a ella para intentar arreglarla, eso fue todo. No estaba acariciándola, solo sujetando su pierna.

Y aquella de él recostado en la silla mientras Flora se inclinaba hacia delante…

Ella le había dicho que tenía una mancha de tinta en la camisa y él le había dejado hacer porque estaba muy ocupado hablando por teléfono.

Todas las fotos parecían comprometedoras, pero no lo eran. No la había tocado y nunca lo haría.

Alguien le había tendido una trampa.

Apolo barajó furiosamente las posibilidades. ¿Un empleado rencoroso? Podría ser. Él era un jefe exigente. ¿Una amante despechada? Probablemente no. No había tenido amantes desde su compromiso con Violet y antes de eso solo se acostaba con mujeres que querían lo mismo que él: sexo y nada más.

¿Un rival comercial? Eso era muy posible. Helios era, después de todo, una empresa multimillonaria y había quienes aún recordaban las transgresiones de su padre.

Pero se había esforzado demasiado, durante demasiado tiempo, en limpiar el apellido Constantinides, que su padre había manchado, y no iba a permitir que un idiota usara fotos torpemente montadas para hundirlo.

Apolo respiró hondo un par de veces para controlar su furia y se apartó de la ventana.

Flora amontonaba las fotos con expresión, como siempre, impasible. Desde que trabajaba para él siempre se había mostrado serena y extremadamente competente. Una empleada estupenda, que nunca se quejaba de la cantidad de trabajo que le daba.

Aquel día llevaba su uniforme habitual: una falda negra de tubo y una sencilla blusa blanca, abotonada hasta el cuello. El pelo negro, liso, recogido en un moño impecable. Flora irradiaba competencia. Nunca la había visto despeinada ni con gesto nervioso y era la mejor asistente personal que había tenido nunca.

Incluso ahora, incluso viendo esas fotos en posturas comprometedoras, parecía imperturbable.

Para él era diferente. Él tenía más que perder.

–Tendremos que redactar un comunicado de prensa. Violet ha roto nuestro compromiso.

Ninguna expresión de sorpresa asomó a los delicados rasgos de Flora. Estaba, como siempre, perfectamente serena.

–Lo siento, señor Constantinides. ¿Cuánto tiempo tengo para redactar el borrador?

Siempre lo había llamado «señor Constantinides», aunque él no se lo había pedido. Nunca le había molestado, pero aquel día, por alguna razón, lo irritó.

¿No le preocupaban esas fotos? ¿No le importaban? ¿Ni siquiera por su propio bien?

–Quiero el borrador en mi mesa lo antes posible.

–Por supuesto.

Apolo intentó calmarse. No debía delatar lo furioso que estaba. Sus emociones estaban siempre bajo llave porque, como él sabía bien, no había lugar para ellas en los negocios.

–No pareces demasiado preocupada –observó, con frialdad–. Y deberías estarlo. Este es un problema serio y te incumbe a ti también.

–Sí, lo entiendo. –Flora se encogió elegantemente de hombros–. Pero las fotos se han publicado y será casi imposible eliminarlas todas.

Lo dijo sin ningún énfasis, como si su reputación, y el buen nombre de él, no le importasen.

–No me importa lo imposible que sea –le espetó Apolo–. Quiero que desaparezcan. No permitiré que se manche mi buen nombre. Quiero que encuentren al responsable de estas fotos.

–Por supuesto, señor Constantinides –murmuró Flora, guardando las fotos en un sobre.

Como siempre, se mostraba imperturbable y, por alguna razón, eso le resultó extremadamente molesto.

–Déjalas donde están –le espetó–. Se las entregaré a la policía.

–Puedo hacerlo yo…

–No, lo haré yo mismo.

Realmente le costaba ocultar su enfado, lo cual era preocupante. Normalmente no tenía problemas para controlarse. Por otro lado, aquella no era una situación normal.

–Como las fotos nos conciernen a los dos, tendremos que inventar una explicación. Violet y yo hemos acordado que será ella quien rompa el compromiso, naturalmente.

Los ojos de Flora, de un gris oscuro como piedras de río, no revelaban nada.

–¿Qué sugiere como explicación?

–Negarlo solo provocará más alboroto.

Era cierto. Apolo lo había visto cuando el plan de inversiones de su padre se derrumbó. Stavros mantuvo sus declaraciones de inocencia, de que el plan era perfectamente legítimo, hasta el día del juicio y luego hasta la cárcel. Eso intensificó el circo mediático y el sensacional suicidio de una de sus víctimas echó más leña al fuego.

Él no cometería el mismo error. Al fin y al cabo, era experto en manipular su imagen pública porque había aprendido a hacerlo con sangre. Sabía que la mejor manera de lidiar con un incendio mediático era privarlo de oxígeno. O hacer que las llamas fuesen en dirección opuesta.

Por desgracia, Flora tenía razón; sería imposible retirar todas las fotos de internet. No, la única forma de abordar la situación no era negar lo que las fotos implicaban, sino darle la vuelta a las especulaciones.

Eso significaba admitir que Flora y él mantenían una relación. Sería una mentira, contraria a todas sus convicciones, pero no había otra opción. Su reputación y la de su empresa eran más importantes. Helios era una empresa modelo en lo que se refería a relaciones laborales y no podía dejar en evidencia a una de sus empleadas. Proteger a Flora de rumores y chismes era vital.

No podría decir que era una aventura pasajera, eso no lo ayudaría siendo su jefe. Sus rigurosas normas contra el acoso sexual en el trabajo habían sido elogiadas en todo el mundo como ejemplo de nuevas y progresistas prácticas empresariales, y tener una aventura con su secretaria lo convertiría en un hipócrita.

Él nunca se había pasado de la raya con sus empleadas ni lo haría jamás, y creía firmemente en esas normas porque las había redactado él mismo. Sin embargo, muchos verían aquello como una oportunidad para hundirlo.

Así que nada de aventuras pasajeras. Tendría que afirmar que Flora era algo más que una simple empleada y que su relación era más que un simple romance. Tendría que ser una gran pasión, un encuentro de almas gemelas o algo por el estilo. Todo un disparate, por supuesto. El amor era un vicio en el que nunca caería, pero esa era la mejor manera de salvar el apellido Constantinides.

A la gente le encantaban los romances, eran así de crédulos, y él lo sabía bien porque su padre le había enseñado a aprovecharse de las debilidades de los demás, convirtiéndolas en una ventaja. No era manipulación, solía decir. Eran solo negocios y en los negocios todo estaba permitido.

Apolo pronto descubrió que Stavros estaba manipulándolo, pero había aprendido esas lecciones de todos modos y en ese momento necesitaba una solución que les diera a Flora y a él mismo un mínimo de respetabilidad, por no mencionar también una salida airosa para Violet. No era la solución más elegante, ya que implicaría una mentira, pero era una mentira inofensiva que no dañaría a nadie y, lo más importante, rescataría del lodo el apellido Constantinides.

–Entonces, ¿qué sugiere que hagamos? –preguntó Flora.

–Sugiero que no lo neguemos –respondió él, sosteniendo su mirada–. De hecho, creo que la solución perfecta es que me case contigo en lugar de con Violet.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Al principio, Flora pensó que había oído mal. Porque, en serio, ¿matrimonio? ¿Con ella? ¿Estaba loco?

Entonces, cuando el intenso rayo láser de su mirada no cedió, comprendió que hablaba en serio.

Sin embargo, la idea era tan descabellada que estuvo a punto de soltar una carcajada. Lo cual era inaceptable. Debía estar alerta con él a todas horas.

Había logrado salirse con la suya con las fotos solo porque él la trataba como una extensión de sí mismo y, por eso, no le prestaba mucha atención. Que era exactamente lo que ella quería.

Lo que no quería era que la mirase como lo hacía en ese momento, como si él fuera un científico y ella un espécimen interesante que estuviera examinando a través de un microscopio.

No podía estar interesado en ella. No podía sentir curiosidad por ella. Porque, si la miraba con demasiada atención, podría descubrir quién era en realidad y eso sería un desastre. Tenía que ser lo más común y aburrida posible.

Flora intentó mantener su habitual calma.

–No lo entiendo. ¿Casarse conmigo es una solución?

Apolo se colocó detrás del escritorio, mirándola en silencio. De repente, le parecía demasiado alto y poderoso. Odiaba cómo a veces su atención se centraba en él, cómo notaba todo lo que le gustaba de aquel hombre. Se sentía inexplicablemente atraída por su cuerpo de un modo que parecía inevitable.

Incluso ahora, a punto de dar el primer paso en sus planes de venganza, no podía dejar de admirar la amplitud de sus hombros, el brillo de su pelo negro, los duros ángulos de su rostro y el profundo verde selva de sus ojos, brillando como oscuras esmeraldas.

Era el hombre más atractivo que había conocido nunca, pero no era cualquier hombre, sino el que había destruido a su familia, y lo único que debería deslumbrarla era su propia genialidad al mantener oculta su identidad durante todo ese tiempo.

–Negarlo solo empeorará la situación, de modo que admitir que tenemos una aventura es nuestra única opción –dijo él entonces.

Eso no era lo que Flora esperaba. Había pensado que lo negaría todo. Apolo odiaba las mentiras y ella contaba con su indignación al ser acusado de algo que no había hecho para atrincherarse. Y, sí, eso empeoraría las cosas. Ella quería que empeorasen.

Lo que no había anticipado era que decidiese mentir.

–¿Q-qué? –preguntó, incapaz de evitar un ligero tartamudeo.

Su penetrante mirada la clavó en el sitio.

–Admitiremos que hay algo entre nosotros. Sin embargo, no lo llamaremos una aventura, ya que eso implica algo temporal y sórdido, así que debe ser una gran pasión. Una a la que intentamos resistirnos y fracasamos. Terminé pidiéndote que te casaras conmigo y, naturalmente, tú dijiste que sí.

Flora parpadeó mientras intentaba asimilar lo que estaba diciendo. ¿Una gran pasión que terminó en una propuesta de matrimonio?

La sensación de tener el control de la situación que ella misma había urdido empezó a disiparse y eso no podía pasar.

Iba a tener que recalibrar todo su plan.

–Ya veo –consiguió decir.