Viaje al Antiguo Egipto - 5 historias eróticas sobre placer - Chrystelle LeRoy - E-Book

Viaje al Antiguo Egipto - 5 historias eróticas sobre placer E-Book

Chrystelle LeRoy

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

¿Hasta dónde estarías dispuesto a seguir a alguien para saciar tu curiosidad?Déjate llevar por las aventuras excitantes de las protagonistas de estas historias. Acompaña a Alice en su viaje por el Cairo de principios del siglo XX, ayuda a Elena a encontrar un manos que pueda arreglar su máquina de escribir o a Celia en lo que, a priori, no es más que un viaje cualquiera en metro.Esta colección contiene:Un jefe extraordinarioUn preciado tesoroBuscando pareja en el metro Buscando un manitas de emergencia Viaje al Antiguo Egipto-

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Seitenzahl: 116

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Chrystelle LeRoy

Viaje al Antiguo Egipto - 5 historias eróticas sobre placer

Translated by Marta Cisa Muñoz, Estíbaliz Montero Iniesta, Raquel Luque Benítez, Adrián

Lust

Viaje al Antiguo Egipto - 5 historias eróticas sobre placer

 

Translated by Marta Cisa Muñoz, Estíbaliz Montero Iniesta, Raquel Luque Benítez, Adrián Vico, Etna Sesa

 

Original title: Placeres brasileños - 6 erotic stories about pleasure

 

Original language: French

 

Copyright ©2021, 2023 Chrystelle LeRoy and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726965209

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Un jefe extraordinario

Me miro al espejo de forma crítica. ¿Todavía me sigo engañando a mí misma? Sin embargo, mi trabajo no tiene nada que ver con la apariencia física. Me dedico a vender números, pero no cualquier número. Las grandes compañías me contratan como consultora de análisis financieros para construir y validar sus proyectos, es decir, fusiones, ventas o adquisiciones comerciales. Pero para asegurarse de que sean proyectos atractivos para el mercado, los jefes y las juntas directivas quieren algo más que cifras precisas. A veces, también venden la reputación de la persona que creó dichos proyectos, lo cual es incluso más importante, y ahí entro yo. En este negocio soy algo así como una celebridad. Cuando una empresa anuncia que sus cifras han sido validadas por Elsa DeMontigny, significa que se han previsto todas las posibilidades, absolutamente todas, y que cada fragmento de datos ha sido certificado. No rehúyo ningún desafío y no hago concesiones a la claridad y transparencia de los análisis. Soy una guerrera en un mundo lleno de hombres. No importa cuánta presión se ejerza sobre mí, todas las empresas reciben el mismo trato y todos los datos se analizan de la misma manera.

Debido a esto me gané muchas enemistades al comienzo de mi carrera, pero me ayudó a ganarme la reputación de ser rigurosamente honesta. Gracias a esa reputación ahora puedo llevar a cabo los mandatos más prestigiosos y cobrar las tarifas más altas. Además, como todo el maravilloso mundo de las finanzas me conoce como la «Reina del Amazonas», he utilizado este término para crear mi propia imagen.

Mi pelo es rubio claro y suelo llevarlo corto. Llevo gafas con lentes redondas, lo cual me hace parecer una empollona seductora, pero fría a la vez. No necesito tacones altos porque ya soy alta de por sí, pero los uso a propósito. Soy delgada, pero el tamaño de mis pechos sigue impresionando tanto a hombres como a mujeres. Elijo trajes que realcen mi figura con elegancia, pero mi objetivo no es seducir a los hombres, sino perturbarlos. Me gusta que mis clientes no tengan nada donde apoyarse. Suele venir bien. Cuando me siento delante del director de una empresa y me entrega las cuentas, solo con mi mirada ya sabe que es un momento decisivo. Es el momento en el que todo sigue adelante o se para por completo. He visto a más de un director ejecutivo desmoronarse al principio de una entrevista y confesarme que sus ingresos estaban siendo manipulados. En esos casos, agradezco la honestidad de esa persona y me voy. Pierdo un contrato, pero así no me relacionan con un proyecto que se acabaría hundiendo y que acabaría con el negocio. No ayuda que mi nombre esté asociado a proyectos fallidos. A la larga asustaría a los clientes, así que es mejor que lo hagan ellos mismos. Siempre está bien echar un vistazo antes de echar a perder tu reputación.

Me especialicé en el sector tecnológico, el cual cambia constantemente: se crean proyectos, se desarman, vuelven de nuevo, vuelven a desaparecer, etc. En resumen, es un sector en el que nunca faltan los contratos.

Aunque, para ser sincera, lo que realmente me gusta es la sensación de formar parte de un impulso, un movimiento, ser parte de la construcción de algo que acabe siendo útil y beneficioso. Al menos esa es la idea principal. No hay nada que justifique más el hecho de descuidar tu vida personal como ha sido mi caso todos estos años. No me motivan los honorarios, sino los desafíos y la pasión por construir un proyecto, pero esto me lo guardo para mí. Hay muchos que se dedican al sector tecnológico solo por la cantidad de operaciones del mercado de valores que pueden llevar a cabo.

Hace un mes se pusieron en contacto conmigo desde Khan Artificial Intelligence o KAI, una empresa que se puede considerar como el estandarte más feroz dentro del terreno de la explotación de software basado en inteligencia artificial. Pero esa ferocidad no tiene nada que ver con la codicia, es más, KAI suele tratar bastante bien a los trabajadores de las empresas que absorbe. Aun así, muestra un instinto asesino extraordinario. No hay una sola empresa que pueda afirmar que compite con KAI, pero si dicha empresa es vulnerable en algún punto de su estructura, KAI la devorará.

La llamada me sorprendió al principio. Pensé que me negaría a trabajar con ellos. Al menos la mitad de sus competidores han sido clientes míos y yo no suelo guardar secretos a nadie por muy pequeños que sean. Sin embargo, no era lo que yo esperaba. Dos de los vicepresidentes de KAI me recibieron en una suntuosa sala de conferencias.

KAI no estaba preparando una sola operación a gran escala, sino varias, por lo tanto, me ofrecieron algo excepcional: un contrato prolongado durante varios meses. Yo no suelo trabajar así. No me gusta quedarme fuera del circuito por haber pasado demasiado tiempo con un cliente. Pero estamos hablando de KAI, por no mencionar la cantidad de honorarios involucrados en la operación. Era una oportunidad que no podía dejar pasar. Aquella potente compañía se había fijado en mí, además, iba a trabajar codo con codo con el jefe ejecutivo, es decir, con el mismísimo Khan. No sabía de nadie que lo hubiera conocido nunca en persona. Era muy extraño que nadie lo conociera. Normalmente, en el ámbito tecnológico, a los jefes les gusta aparecer en público e incluso jugar a ser estrellas de rock. Sin embargo, Khan era muy discreto. No lo veían ni en la oficina. Parece ser que les da a sus vicepresidentes mucha libertad para dirigir la empresa bajo sus directrices. Corre el rumor de que solo un pequeño núcleo de parientes pueden verlo. Es una especie de grupo selecto, pero nunca se ha manifestado dentro de la empresa. Khan sobresale tanto en los negocios como en el arte de cultivar el misterio. Al aceptar trabajar para KAI ¿tendría la oportunidad y el honor de conocer en persona e incluso trabajar con el señor misterioso? Además de la suma que me ofrecieron, eso fue lo que decantó la balanza. También tengo que admitir que me sentí alagada. Khan es como el Prince de la inteligencia artificial. Es una especie de virtuoso capaz de tocar el teclado tan bien como el genio de Minesota, pero en otro contexto. Prince creaba música y Khan códigos de software. Para sorpresa de quienes me rodean, acabé uniéndome a Khan el mes pasado. También fue una sorpresa dentro del sector. Si KAI me contrataba, era porque algo se estaba cociendo y eso significaba que había que estar atento a las consecuencias de todo aquello.

 

El primer mes en KAI ha sido bastante extraño, al menos hasta ahora. Varias reuniones y una avalancha de cifras que revisar, pero todavía sigo sin saber qué planea la compañía. Les estoy costando una pequeña fortuna y tengo la sensación de que aún siguen analizándome. ¿Qué quieren exactamente? El equipo de gestión con el que trato a diario no solo es muy dinámico, sino que también está altamente cualificado. En KAI suelen ser muy meticulosos a la hora de contratar a sus ejecutivos, por eso es una gran compañía. Una de las mujeres del equipo me fascina. Todos la llaman Kani y es la encargada del núcleo de KAI: las operaciones de programación. Kani es una especie de genio de la codificación. Es de origen asiático, diría que tiene unos treinta años, de tamaño medio, pequeña, muy hermosa, sin maquillaje, muy discreta y no muy comunicativa. Suele llevar una de esas gorras que tanto gusta en el mundo hípster para enterrar su cabello negro. Podríamos definirla como mi antítesis. Me desconcierta bastante, pero tiene algo que la hace encantadora, por no hablar de que tiene un gran sentido del humor.

No habla demasiado durante las reuniones. Solo interviene para especificar, con una precisión perfecta y sin una palabra en exceso, lo que concierne a su software. Por otro lado, fuera de las reuniones de trabajo, a veces tenemos largas conversaciones donde Kani me demuestra poco a poco lo cariñosa y divertida que es. Todo lo contrario a su faceta profesional. Nuestras conversaciones siempre acaban dando un giro más personal. Hablamos de la vida, los hombres, el amor (o más bien de su ausencia en nuestras vidas), nuestras aspiraciones, etc. En resumen, nos complementamos muy bien a nivel comunicativo. He descubierto que Kani y yo tenemos mucho en común como, por ejemplo, a la hora de participar en proyectos que en un futuro sean beneficiosos para todas las partes involucradas. Creo que es la primera vez que conozco a alguien que comparte mis ideas, aunque también es la primera vez que hablo de este tema con alguien del sector. Siempre me han gustado los hombres, pero tengo que admitir que Kani tiene un encanto especial. Hay algo en ella que me atrae. Es como una especie de sensualidad exótica. No sé cuál es su perfume, pero por discreto que sea, tiene una capacidad formidable de seducción y la envuelve como si fuera una flor delicada. Tiene los ojos color esmeralda con un brillo extraordinario. A menudo tengo la impresión de que esas pequeñas gemas verdes son dos radares que me ponen a prueba. Su voz también es particular y se suma a su encanto único. Suave, claro y extremadamente musical. Nunca he escuchado a nadie con tal fraseología. Casi suena como si estuviera cantando. Creo que se hacen preguntas específicas en las reuniones solo para escucharla hablar.

Un día, en una de nuestras conversaciones, su mano rozó la mía, lo cual me hizo temblar. Me fijé en los ojos verdes de Kani y creo que vi deseo en ellos. Todavía sigo dándole vueltas. No sé lo que siento realmente por Kani, pero con los negocios que tengo entre manos, tampoco sé si voy a tener tiempo para comprobarlo.

Esta mañana iba a conocer al jefe ejecutivo de KAI, así que tardé una hora en prepararme mental y artísticamente, si se puede decir así. Me maquillé, me peiné e intenté que no se me olvidara ni un solo detalle, ni el más mínimo. Esperaba causar buena impresión. He conocido a muchos presidentes, pero nunca a uno tan poderoso y misterioso como el de KAI. Él esperaba conocer a una consultora de élite, tal y como marca mi reputación, así que no quería defraudarlo. Buscaba esa mirada seductora y fría a la vez que tanto me gusta. Una combinación estratégica. Otra ventaja de tener a un hombre perplejo frente a frente es que no pierde su tiempo y el mío tratando de seducirme. No elijo a mis amantes en el entorno de trabajo. Prefiero hombres que trabajen con sus propias manos. Son más robustos, más directos.

 

Al llegar a KAI, me guiaron a la oficina de Khan y me encontré con un gran muro con una pantalla. En ese momento fui yo la que se quedó perpleja. ¿Qué se suponía que debía hacer frente a este muro? La pantalla de repente cobró vida y una anfitriona, una joven asiática, me llamó por mi nombre y me dijo que el señor Khan me estaba esperando. Ya sabía que me estaba esperando, pero ¿cómo se suponía que iba a ser la reunión? ¿Íbamos a hacer una reunión telemática? Mis preguntas pronto encontraron respuesta cuando el muro se abrió de repente y me encontré con un lugar impresionante.

Lo primero que me sorprendió fue el olor a jazmín. Era discreto, pero se podía notar. Su presencia invisible y a la vez dulce perfumaba un espacio circular. El suelo estaba cubierto con alfombras de seda y las paredes con telas de colores vibrantes como el amarillo, el rojo y el naranja. Todo este conjunto de tela llegaba hasta una abertura circular de vidrio en el techo a través de la cual entraba la luz. Justo debajo de esta abertura, en el suelo de aquella habitación, había un gran brasero. Toda esta decoración me resultaba familiar y, de repente, me vino a la mente que se trataba de una yurta. La oficina de Khan reproducía una yurta de Mongolia. Un gusto increíble. A la izquierda y a la derecha del brasero había una fuente rodeada de sillones asiáticos, o al menos eso pensaba, ya que mis conocimientos de decoración no van más allá de lo que leo en revistas. No sabía si eran grabaciones o no, pero el sonido de los pájaros cantando acompañaba el aroma del jazmín de una forma casi sobrenatural. Había obras colgadas por todas las paredes, las cuales mostraban todo tipo de estilos: ilustraciones, fotografías, litografías, pinturas antiguas, pinturas modernas, etc. Todas tenían en común que representaban paisajes o retratos. Todo era de estilo mongol. Justo en el centro, delante de mí, el señor Khan me miraba impasible. En aquel momento tragué saliva.