Viajes de un naturalista por el sur de México - Hans Gadow - E-Book

Viajes de un naturalista por el sur de México E-Book

Hans Gadow

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Beschreibung

Narración de dos viajes del naturalista Hans Gadow por el sur de México a principios del siglo XX. Con gran claridad se detallan acontecimientos y anécdotas de un viajero que descubre paso a paso la riqueza de nuestro país, detallando las más diversas especies vegetales y animales, así como las costumbres que lo sorprenden. Esta obra, a caballo entre el relato de viajes y los tratados naturalistas, se ha convertido en un clásico que por primera vez se encuentra en español.

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BIBLIOTECA AMERICANA

Proyectada por Pedro Henríquez Ureñay publicada en memoria suya

 

 

 

 

Viajes de un naturalista por el sur de México

 

HANS FRIEDRICH GADOW

Retrato pintado por David Muirhead (1919)Universidad de Cambridge, G. B., Departamento de Zoología

HANS GADOW

Viajes de un naturalista por el sur de México

TraducciónTERESA MORENO

PrólogoANTONIO CARREIRA

 

 

 

Primera edición, 2011 Primera edición electrónica, 2012

 

Título original: Through Southern Mexico: Being an Account of the Travelsof a Naturalist, London, Whiterby & Co, 1908

D. R. © 2011, Fondo de Cultura EconómicaCarretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected]. (55)5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1147-5

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE GENERAL

Prólogo a la versión española

Relatos de viajes por México (1880-1910)

Nota de la traductora

Prefacio

      I. El valle de México

     II. Del altiplano a la vertiente atlántica

    III. Acampada en el Citlaltépetl

    IV. En el corazón del trópico

     V. Rasgos de la selva tropical

    VI. Sabanas y marismas, de Tetela al istmo

   VII. El istmo de Tehuantepec

  VIII. Visita a la tribu huave

    IX. Salina Cruz y las niguas

     X. Viaje de Tehuantepec a Oaxaca (de Tehuantepec a San Carlos)

    XI. De San Carlos Yautepec al altiplano sur

   XII. Zapotecos y mixtecos

  XIII. En el estado de Morelos

  XIV. Las cuevas de Cacahuamilpa

   XV. La civilización arcaica de México y sus orígenes

  XVI. Iguala y el río Balsas

 XVII. De Iguala a Chilpancingo

XVIII. Las montañas de Omiltemi

  XIX. De Chilpancingo a Ayutla

   XX. Ayutla, y desde allí a la costa

  XXI. Acampada en la costa del Pacífico

 XXII. El viaje de vuelta por San Luis Allende

XXIII. Subida al Popocatépetl

XXIV. El Nevado y el Volcán de Colima

Notas del revisor

Índice analítico

PRÓLOGO A LA VERSIÓN ESPAÑOLA

I

Hans Friedrich Gadow nació el 8 de marzo de 1855 en Altkrakow, distrito de Schlawe (regencia de Köslin, o Koszalin, Pomerania interior), pueblo entonces prusiano, hoy polaco, a orillas del Wipper. Hijo mayor de familia Wend, descendiente de los Sorb, o serbios de Lusacia, antiguos eslavos establecidos en la Prusia Oriental, cuyas costumbres y lenguas le interesaron vivamente, al fin pesó más en su inclinación la profesión del padre, M. L. Gadow, inspector de los Reales Bosques Prusianos. Estudió en Fráncfort del Óder y, a partir de 1875, en las universidades de Berlín, Jena y Heidelberg. En Jena, bajo la dirección del evolucionista Ernst Haeckel (1834-1919), realizó su tesis doctoral titulada Versuch einer vergleichenden Splanchnologie der Vögel (‘Ensayo de una Esplacnología comparada de las aves’, 1878), pronto seguida del artículo “Versuch einer vergleichenden Anatomie des Verdauungsystemes der Vögel” (‘Ensayo de una Anatomía comparada del aparato digestivo de las aves’, Jenaische Zeitschrift, XIII, 1879). En Heidelberg estudió con el anatomista Carl Gegenbaur (1826-1903), quien influyó notablemente en su obra. Por sugerencia de Gegenbaur, el doctor Günther invitó a Gadow a ejercer como asistente de Zoología en el Museo Británico, puesto en el que permaneció tres años (1880-1882). Al cesar Osbert Salvin como responsable de la Strickland Foundation for Birds en el Museo de Zoología de la Universidad de Cambridge (1882), le sucedió Gadow, miembro ya de la British Ornithologists’ Union, y en 1884 fue nombrado profesor de Morfología de vertebrados en el King’s College de aquella universidad. El mismo año se hizo ciudadano británico, y fue elegido miembro correspondiente de la American Ornithologists’ Union, que lo elevó a honorario en 1916. En 1888 ingresó en la Zoological Society de Londres, y cuatro años después, en la Royal Society. En fecha indeterminada se casó con Clara Maud Paget (1857-1949), hija de sir George Edward Paget (1809-1892), Regius Professor de Física en Cambridge.1

Gadow fue un biólogo comparatista especializado en Morfología y Sistemática de aves, materia a la que dedicó su primer libro (Zur vergleichenden Anatomie der Muskulatur des Beckens und der hinteren Gliedmaße der Ratiten, Jena: Gustav Fischer, 1880, 56 pp. + 5 láms., ‘Para la anatomía comparada de la musculatura de la pelvis y miembros internos de las rátidas, o aves corredoras’), y en la que más tarde trabajó con Max Fürbringer (1846-1920). Seguidores de su sistema fueron Wetmore, Ridgway y Knowlton. Durante su adscripción al Museo Británico redactó, con Richard Sharpe, los tomos VIII (Cichlomorphae and Certhiomorphae: Titmice Shrikes and Nuthatches) y IX (Nectarinidae and Meliphagidae, etc.: Sunbirds and Honey-eaters) del Catalogue of the Passeriformes, or Perching Birds, in the Collection of the British Museum (Londres, 1883-1884). Colaboró en la obra de Heinrich Georg Bronn (1800-1862) Die Klassen und Ordnungen des Thier-Reichs (‘Clases y órdenes del reino animal’), comenzada por Emil Selenka en 1867 y completada por Gadow con un volumen de más de mil páginas y 59 láminas sobre morfología de las aves (I. Anatomischer Theil: Vögel, Leipzig, 1891, ‘Parte anatómica: aves’). Contribuyó también con numerosos artículos de anatomía al Dictionary of Birds, de sir Alfred Newton, R. Lydekker, Ch. S. Roy y R. W. Shufeldt (Londres, 1893-1896). En solitario publicó A Classification of Vertebrata, Recent and Extinct (Londres, 1898), obra que le obligó a examinar gran cantidad de fósiles de toda Europa y suscitó cierta polémica. En la Cambridge Natural History, fue responsable del vol. VIII (Amphibia and Reptiles, Londres, 1901), que requirió observación personal de numerosos especímenes pertenecientes a parques zoológicos. De su última época es el volumen The Wandering of Animals (Cambridge Manuals of Science and Literature, 1913, con 17 mapas), y ya póstumo salió The Evolution of the Vertebral Column: A Contribution to the Study of Vertebrate Phylogeny, editado por J. F. Gaskell y H. L. H. H. Green (Cambridge, 1933) y basado en artículos previos aparecidos en las Philosophical Transactions (1895-1896). De su maestro Haeckel tradujo Ueber unsere gegenwärtige Kenntnis vom Ursprung des Menschen (The Last Link: Our Present Knowledge of the Descent of Man, Londres, 1898), y participó en el homenaje reunido por H. Schmidt (Was wir Ernst Haeckel verdanken, 1914; ‘Lo que debemos a E. H.’). Asimismo colaboró en el volumen Darwin and Modern Science (Cambridge, 1909), al lado de personalidades como el propio Haeckel, Frazer, De Vries y otros. Sus artículos en revistas son numerosos, y a algunos remite en sus relatos de viajes: versan sobre multitud de aspectos altamente especializados, como miología de reptiles, caparazones de tortugas, color y estructura del plumaje en las aves, nervios cardiacos en vertebrados de sangre fría, aves de Hawai, etc. Varios de estos trabajos se basan en el examen de los animales que Gadow tenía en su vivienda de Cleramendi, Great Shelford, al sur de Cambridge, donde murió el 16 de mayo de 1928, a la edad de 73 años. Le dedicaron necrologías prestigiosas revistas como Nature (junio de 1928, p. 874), The Auk (vol. XLV, 1928, pp. 538-539) y los Proceedings of the Royal Society de Londres (Series B, vol. 754, marzo de 1931, pp. i-iii).2 En ellas se le describe como hombre de carácter fuerte, pero flexible y dispuesto a cambiar de opinión ante las evidencias, lo que le ganó numerosos amigos y ningún enemigo entre sus adversarios, a quienes solía mencionar con motes en los márgenes de sus lecturas. Si su concepto demasiado germánico de la disciplina en la investigación le acarreó pocos seguidores directos, es innegable su importancia en la Zoología cantabrigense posterior a Francis M. Balfour. Su viuda creó y dotó la Hans Gadow Memorial Fund para el estudio de los vertebrados.

II

No sabemos qué razones llevaron a Gadow a interesarse por España y México, ni con qué preparación lingüística pudo contar en sus viajes veraniegos, en los que combina el placer, la curiosidad y la investigación, siempre secundado por su esposa, aventurera intrépida y consumada dibujante. Estuvieron en Portugal en 1885, cuando Gadow contaba 30 años de edad y era profesor interino en Cambridge; de este viaje no queda relación propia, pero sí huellas y referencias en el libro In Northern Spain (Londres: Adam and Charles Black, 1897), que recoge sus andanzas por el norte de la Península, desde Galicia al País Vasco, en los veranos de 1892 y 1895. Como se puede imaginar, los Gadow no fueron unos viajeros más de la época victoriana, tan chata en ese y otros aspectos. A diferencia de los “curiosos impertinentes”, como se les ha llamado, apenas recorrieron caminos trillados, y no tanto porque lo fueran cuanto por el objetivo principal de la expedición: estudiar problemas de distribución en la flora y la fauna de la España septentrional. Gadow sabía, pues, lo que buscaba, al margen de disfrutar de unas vacaciones, y por ello, si no dejó de visitar cuanto destacaba en su itinerario, dedica mucho más espacio a aquello en lo que nadie reparaba, de ahí la gran originalidad y el interés a la vez científico, etnográfico y literario de su relato. En efecto, Gadow es un narrador ameno, pero su amenidad no reside en las anécdotas ni tampoco en un estilo elaborado, elementos de los que echa mano ocasionalmente. Se diría que sus palabras nos hacen ver lo que hay debajo de las cosas, lo que al lector normal le habría pasado inadvertido. Gadow, con su formidable bagaje intelectual, sustentado en la bibliografía adecuada, sabe leer signos que para los demás son mudos, y es capaz de conectar elementos de orígenes dispares y épocas distantes, metiéndose en terrenos ajenos a su especialidad con una rara mezcla de audacia y de modestia.3 Al mismo tiempo deja ver que era hombre práctico, fornido, arriscado, amigo de comer y beber bien, de fumar y cazar, buen nadador y caminante infatigable, pero también proclive a perder la paciencia y tomar medidas para defender sus derechos: combinación, pues, poco frecuente de trotamundos, bon vivant, científico de ilimitada curiosidad y enamorado de la naturaleza. Nada similar había dado la literatura de viajes desde Alexander von Humboldt y Joseph Townsend en el siglo XVIII, George Borrow o Richard Ford en el XIX, de los cuales Gadow solo parece haber leído al primero y al último. Lo cierto es que poco podía aprender de los precursores comunes, viajeros de intereses mucho más reducidos e incluso monotemáticos, cuando no meros observadores superficiales complacidos en comprobar el retraso de España respecto de otros países europeos. En cambio, puede decirse que Gadow, persona culta, capaz de identificar el suelo que pisa, los animales y plantas que le salen al paso, los cultivos, utensilios, climas y vestigios, es alguien que viaja doblemente, porque nada es extraño ni indiferente a su mirada, todo el rompecabezas que lo rodea se recompone, adquiere sentido y, sin dejar de ser nuevo y causar sorpresa, en seguida se le vuelve familiar. Si alguna vez fue cierta la imagen del sabio germánico bien pertrechado en todo orden de competencias, Gadow la encarna a la perfección, incluidos los defectos de ella derivados, como un sentimiento de superioridad que no siempre acierta a disimular.

No obstante, al Gadow viajero apenas le preocupan la política y las luchas sociales, lo que podríamos denominar la palpitación del presente, visible sobre todo en las ciudades. Él prefiere el ámbito rural, no solo por su condición de naturalista sino porque en el campo es más perceptible el pasado, las costumbres aún no incorporadas a la modernidad, las tradiciones que enlazan con épocas lejanas. De vez en cuando en la vida rústica asoman la miseria, la zafiedad y la barbarie. Gadow no se asusta, toma nota, hace fotografías, busca explicaciones; sus escasos remilgos se deben sin duda a la presencia, discreta pero constante, de su mujer, una dama de la alta sociedad británica, algo perdida en aquellos andurriales. Gadow es, en resumen, un civilizado conservador, a quien importa ante todo el orden y que nada se salga de sus casillas. Conoció España durante la Restauración borbónica, y entre lo poco que comenta de la actualidad está la guerra de Cuba, entonces todavía indecisa. Pero agrega todo un capítulo sobre la Historia de España en la zona norte, junto con otros más breves sobre carros de bueyes y formas de uncirlos, vaqueiros de alzada y pasiegos. Se fija en cuantos objetos encuentra de la cultura material, vivienda, medios de locomoción, hórreos, potros de herrar, y la terminología a ellos asociada, es decir, hace sus pinitos de etimólogo y dialectólogo más o menos improvisado al estilo de Wörter und Sachen, y estudia en cada cosa, como en animales y plantas, término, estructura y función, una faceta más de su vasta curiosidad antropológica. También la arqueología lo impulsa a visitar y describir dólmenes vascos; la espeleología, a adentrarse en grutas; su sentido estético, a levantar planos de humildes iglesias; o su afición, a cazar rebecos en distritos de montaña.

Pese a la riqueza que encierra, el relato de Gadow pasó prácticamente inadvertido para el público español hasta que don Julio Caro Baroja, incansable descubridor de obras valiosas fuera de los circuitos habituales, recomendó su lectura a Concha Casado y Antonio Carreira cuando preparaban su libro Viajeros por León (León: Santiago García, 1985), que incluye amplia selección de Gadow, en especial el espléndido capítulo sobre la aldea de Burbia, en los Ancares leoneses. Más tarde quien esto escribe tradujo los referentes a Asturias (Astura, núm. 5, 1986) y Álava (Revista Internacional de los Estudios Vascos, XXXI, 1986),4 y prologó la pulcra versión, hecha como la presente por Teresa Moreno, de los relativos a Cantabria, así como los dos que recopilan la flora y fauna observadas en aquellas regiones (Por la montaña de Cantabria, Santander, 2002).

III

Buena parte de lo dicho es aplicable a los dos viajes que los Gadow hicieron por el sur de México en 1902 y 1904, y cuyo relato se publica ahora en español por primera vez: Through Southern Mexico. Being an Account of the Travels of a Naturalist (Londres: Witherby & Co., Nueva York: Scribner’s, 1908, xvi + 527 pp., con numerosos dibujos, mapas y fotografías).5 Reducido a cuatro estados, Veracruz y Oaxaca el primer viaje, Morelos y Guerrero el segundo, con breves incursiones en los de México, Puebla y Jalisco, este libro excluye en forma aún más radical los núcleos urbanos de cierto relieve, aunque su primer capítulo dedica varias páginas a un problema acuciante del Distrito Federal. En cambio, entra más en asuntos sociales, como el de los pescadores de Chalco, la situación educativa de Oaxaca, la sanidad de los distritos rurales, la seguridad vial o los ferrocarriles. Desde el mismo prólogo, fechado al pie del Jorullo (localización de que hablaremos luego), Gadow deja clara su gratitud a Porfirio Díaz, el anciano jerarca ya en el ocaso de su vida política, pero aún todopoderoso, cuyas cartas de favor tuvieron la virtud de facilitar las cosas en un país donde viajar con impedimenta y tratar con nativos recelosos era empresa arriesgada. Tal vez, pues, en vida de Gadow fuese aquel el mejor momento para visitar México, cuyas convulsiones anteriores y posteriores son bien conocidas.

A Gadow, por otra parte, don Porfirio le parece el gobernante ideal y no duda en anteponerlo a Juárez. Relata con unción las audiencias que le concedió, sus conversaciones acerca de varios temas y la veneración de que el presidente era objeto, a su juicio, por parte del pueblo. Gadow desconoce o soslaya cuestiones formales de la política mexicana, convencido de que la sensatez fundamental del régimen es lo más indicado para enderezar y modernizar el país. Los reparos que pone, por ejemplo, a la expeditiva justicia practicada por los Guardias Rurales en la represión del crimen, y que recuerda la de la Santa Hermandad española, no bastan para ocultar su esencial aprobación. Gadow no parece haber visto las estampas de José Guadalupe Posada, ni haber tenido noticia de las actividades de la International Harvester en Yucatán, ni del exterminio de los yaquis. Quien lea los pasajes de interés político y social de su libro y los compare con el México bárbaro de su coetáneo Turner apenas podrá creer que se refieren al mismo país gobernado por el mismo personaje, hasta tal punto cada cual se fija en la cara de la moneda que le resulta más visible o interesante. Huelga añadir que Díaz, satanizado por la Revolución y sus epígonos, ha sido ya objeto de una visión más ponderada, de la que es buena muestra la obra de Paul Garner;6 si de cegueras como la de Gadow está llena la historia contemporánea, tampoco la “barbarie” de México desapareció del todo con don Porfirio.7

El libro de Gadow no es una monografía ni tampoco un mero relato de viajes; aunque dirigido a un público no especializado, intenta mantener el equilibrio entre ambos géneros, y hacerse perdonar la nomenclatura científica, de manera que, al tratar de los rasgos y la distribución de las especies, nos refleja a la vez el halo poético y emotivo de sus hallazgos. Para Gadow es tan hermoso un sapo como una orquídea, le resulta sabrosísima una piña, e impresionante un atardecer sobre cadenas montañosas. Pero, claro, le encanta poder decir algo seguro sobre los ajolotes, los cascabeles de las víboras, los ojos del Anableps o la curiosa forma de tallar y acicalar su plumaje que tienen ciertas aves; para él reviste gran interés observar cómo evolucionan las niguas que se le meten bajo la piel, y en otro momento hace lo posible por que lo muerda un vampiro. Gadow está seguro de sí, de su ciencia, hasta de la precaria materia medica de que va provisto y con la cual ayuda a quien lo necesita. Se disloca una rodilla bajando del Orizaba, en Guerrero sufre un ataque de reuma y otro de chaquistes. Nada de eso le importa, son gajes del oficio. Todo lo da por bien empleado a cambio de sumirse en la selva, encontrar la Juliania, llevarse ejemplares de bichos raros, subir a los volcanes, incluso descubrir alguna especie nueva luego destinada a perpetuar su nombre.8

Gadow tiene su ciencia tan interiorizada que hasta buena parte de las gentes que topa las observa y describe con objetividad, como si las viera a través del microscopio. Forman parte del paisaje, con sus virtudes, limitaciones, complejos y manías. Fuera de unas cuantas personas de nivel cultural y social elevado, los demás son para Gadow un enigma difícil de descifrar. Las reflexiones que hace sobre la mentalidad indígena en Oaxaca o Guerrero recuerdan los esfuerzos, asimismo baldíos, de D. H. Lawrence por comprender el México profundo unas décadas más tarde. El nativo con quien mejor parece haberse entendido Gadow es Mateo Trujillo, un sirviente vera-cruzano que los acompaña los cuatro meses del primer viaje y muere poco después. También Perfecto, los días que pasan en el Nevado de Colima, durante el segundo. Otros le parecen taimados, flojos, ignorantes o peligrosos, según las tornas; lamenta no haber fotografiado al pintoresco ayudante del prefecto en Tehuantepec porque se le antoja ejemplar único.

El relato de Gadow consta de 24 capítulos en probable orden cronológico, repartidos en dos grupos de 12, que atienden a los viajes de 1902 y 1904. El primero selecciona la historia y los problemas de la capital, y pronto se vuelve hacia los lagos y los ajolotes, con un apéndice sobre Teotihuacán. Los viajeros son científicos, ma non troppo, y se dejan lógicamente tentar por el turismo. Esa va a ser, con leves variaciones, la forma de operar del autor, que busca un público amplio, pero culto, capaz de interesarse a la vez por el relato, las disquisiciones científicas, los elementos históricos y etnográficos. Los dibujos y las fotografías muestran una alternancia similar. La ciudad de México, entonces de 400 000 habitantes, queda así en la penumbra, como algo consabido o cuya descripción sería inoportuna para el fin propuesto. El lector nota en seguida que está ante un libro diferente, donde lo tópico apenas cuenta. Hay sin embargo un hábil retroceso en el cap. II, que pinta el altiplano semidesértico, por el que los Gadow llegaron, sus rasgos físicos y climáticos, para enlazar con el primer viaje que realizan por tren desde la capital hacia la tierra caliente de Veracruz. Los cultivos de agave que atraviesan dan pie a varias páginas donde Gadow vierte cuanto pudo averiguar acerca del pulque, su elaboración y las consecuencias de su consumo. Hasta aquí el autor es más bien seco, en consonancia con el paisaje. El entusiasmo suscitado por el ajolote lo va a recuperar nada más llegar a la Sierra Madre Oriental. Los viaductos, por ejemplo, le parecen maravillosos, y no fue el único que así los consideró: cualquier visitante del Museo Nacional de Arte recuerda los espléndidos paisajes pintados por José María Velasco a fines del siglo XIX, cuando se estaba haciendo el tendido de la vía férrea: la Cañada de Metlac, de 1897, es el más conocido, pero hay varios más inspirados en aquella audaz obra de ingeniería, que dio lugar también a las cromolitografías de Casimiro Castro en el célebre Álbum del Ferrocarril Mexicano (México, 1877). Gadow no pierde detalle, consigna la altitud, las distancias, las temperaturas, y se detiene en Orizaba, cuyas orquídeas lo deslumbran, pero sobre todo lo atrae porque desde allí, en pocos kilómetros, es posible estudiar una enorme variedad de climas. Se ocupa de los sarapes y sus tintes, de la fiebre amarilla, y termina hablando de los frutos tropicales: el plátano, la piña, el aguacate, el mamey y los distintos zapotes.

Hasta ahora, el Pico de Orizaba era una presencia lejana; el cap. III lo convierte en protagonista. Primero, los preparativos, hechos con sumo cuidado: cartas de recomendación, monturas, exploraciones previas, buenos oficios de Mateo, su criado indígena, que nos será presentado más adelante. Luego Gadow señala, desde su caballo, dónde empieza o termina un cultivo, una especie, calculando a cada paso la altitud, atendiendo a las nubes y sus evoluciones, al barómetro, al termómetro, al higrómetro. Mateo enferma, los vecinos acuden, picados de la curiosidad, y se prestan, más o menos, a colaborar: no les importan las grandes caminatas, sí el hacer de guardianes, lo que es anómalo para Gadow, quien sigue observando: las viviendas, la explotación de los bosques, la elaboración del carbón. Cada vez que topa con un regidor o autoridad similar no deja de sonreír con sorna, y hasta transcribe, en mal español, alguna de sus expresiones. Las plantas, a medida que asciende, cambian o desaparecen, la vida animal escasea, y así, entre lo que ve y lo que le cuentan o ha leído, va inventariando la fauna: mamíferos, anfibios, reptiles. Varias especies alpinas plantean problemas que Gadow trata con delectación. Pero las tormentas y el frío arrecian, las provisiones se acaban y hay que desistir. No obstante, días después Gadow solo, con un guía anciano y otro joven, volvió al volcán y, tras pasar mil penalidades, alcanzó la cima: con frecuencia a lo largo del libro aludirá a aquella excursión inolvidable.

Los Gadow, que habían planeado ir directamente a Tehuantepec, sobre la marcha cambiaron de idea y decidieron pasar una temporada por el interior, siguiendo la vía férrea de Córdoba a Villa Juanita, es decir, en la frontera entre Veracruz y Oaxaca, sin asomarse ni un momento al Golfo de México, lo que parece sorprendente. Sin embargo, el cambio de planes resultó bien para sus propósitos; fuera por influjo de sus cartas de recomendación o por cualquier otro motivo, Gadow consiguió un furgón de mercancías y permiso para moverlo a su antojo a lo largo del trayecto. El cap. IV narra, con lujo de detalles, la forma como visitaron haciendas, recogieron reptiles, peces, plantas, y los prepararon para enviar a Inglaterra, a donde llegaron con varia fortuna. Habla así de la hacienda del general Pacheco, en Motzorongo, cuenta el novelesco episodio del telegrafista, visita Tezonapa, Las Josefinas, La Raya o Río Tonto, lo que le permite disertar sobre las palapas de palma, los huipiles mazatecos, las comidas y otros aspectos de la vida tradicional, antes de centrarse en las serpientes de coral, los colores de aviso de ciertos animales, y las hormigas arrieras.

El cap. V se abre con una lección de Geografía comparada que enumera las condiciones requeridas por una selva tropical como la de Veracruz. Toda la descripción desborda entusiasmo y afán de hacerlo contagioso. La alta montaña era fascinante, pero la selva, para un biólogo, lo es todavía más. Al escribir, Gadow pone en su paleta cuantos colores le permite la lengua, intenta mantener el orden, no dejar nada significativo, las palabras se amontonan, los adjetivos se agotan. La lucha por la vida es el concepto dominante, la observación no resulta fácil, el hombre no está preparado para ver ni oír cosa útil en tal medio. Gadow así lo confiesa, dando a entender que es su primer contacto con la selva tropical, sobre la que traía abundantes expectativas. Al fin, echando mano de su ciencia, expone su teoría de los colores en los animales, se fija en el diseño de su piel, estudia la forma de vida arbórea y las modificaciones somáticas a que da lugar. En esa región Gadow ve hecho realidad el sueño de su vida, cifrado en la apasionada confesión del cap. XI: “¿Cuáles son los lugares mejores para desarrollar el espíritu, los verdaderos abreojos que nos enseñan más y nos hacen sentir menos insignificantes? La respuesta es: una montaña con nieves perpetuas, un desierto y una selva tropical; y de los tres, la selva es la mayor maravilla”.

El cap. VI comienza con la descripción de Mateo Murillo, su familia y vivienda en Tetela. Gadow recoge creencias locales acerca del jaguar, cuando aún los había en cantidad apreciable, y su curiosa afición a la carne de perro. Un poco al sur tiene ocasión de observar animales en una laguna: iguanas, pasarríos y variedad de aves. Más al sureste, en Aguafría, el vagón sufre un fuerte encontronazo en plena noche, lo que causa destrozos en su improvisado laboratorio. El lugar, húmedo y plagado de insectos, se encuentra a orillas de un pantano bien provisto de cocodrilos y tortugas. Gadow se concierta con los muchachos para capturar distintos animales, entre ellos osos hormigueros, aunque otros, como el tapir, quedan fuera de su alcance. En aquella estación auxilia a un obrero herido, no sin exponerse a ser arrestado. De Aguafría siguen por Pérez hasta Villa Juanita, donde se sitúa otro chusco episodio sobre una estafa con cajas de cerveza. De allí, en diligencia y transbordador, llegan a San Juan Evangelista, ya sobre la línea del istmo; Gadow, tras alojarse como puede, se hace amigo del jefe de estación y nos brinda otra anécdota costumbrista relativa al tópico de la flojera.

La travesía desde la vertiente del Atlántico hasta la del Pacífico llena el cap. VII. Las plantas divisadas desde el tren alternan con el cuadro de género de los vagones atestados y malolientes. Gadow no deja de advertir las pequeñas corruptelas en que incurre el personal ferroviario, y se extiende sobre la dificultad de hacer un nuevo trazado de vía, así como obras costosas en los puertos, todo ello a cargo de ingenieros foráneos. El relato incluye un accidente provocado por un par de bueyes, hasta que por fin Gadow encuentra al señor Adam, jefe de obras en Salina Cruz, para quien llevaba cartas de recomendación, y cuya prosopografía se nos brinda en el cap. IX. Llega, pues, exultante a Tehuantepec, lugar medio derruido por el terremoto del año anterior. Se fija en los restos de creencias indígenas, en las ceremonias religiosas, en las bellezas tehuanas, en el mercado. El prefecto, Demetrio Santibáñez, será su protector en la zona, a la que Gadow consagra dos capítulos llenos de valor antropológico: el VIII, sobre los huaves, y el IX, sobre Salina Cruz. No sabemos si fue casualidad, información oral o bibliografía lo que impulsó a Gadow a visitar la rara tribu de los huaves, con quienes solo pudo entenderse gracias a la poliglosia de un maestro zapoteco. La comarca no parecía muy prometedora en flora ni fauna, y al fin los recelos de los indígenas tampoco permitieron gran cosecha de otro tipo. No obstante, Gadow vivió experiencias que considera únicas, hasta el punto de sentir dejar el sitio. La búsqueda de animales prosigue en Salina Cruz, lugar devastado por un maremoto días después de abandonarlo los Gadow. De su estancia recuerda cómo malviven los ingenieros ingleses, las dificultades para reclutar obreros, entre los cuales hay negros de las Indias Occidentales, así como la susceptibilidad de los nativos. Siguen luego unas páginas dedicadas a las niguas, cuyo ataque observa Gadow en carne propia, una descripción de la costa oaxaqueña, entonces afligida por la sequía, y pinceladas de su flora y fauna. El capítulo termina relatando el desastre ocurrido al envío que Gadow hace de todas sus colecciones para ser embarcadas en Coatzacoalcos.

El largo viaje de Tehuantepec a Oaxaca se narra en el cap. X, también variopinto: las ruinas de Guiengola, luego ilustradas con aclaraciones de don Porfirio, el paso por Jalapa del Marqués, donde Gadow cata el tepache, el camino hacia Tequisistlán, amenizado por diversas aves, entre las que Gadow, en clave lírica, aprecia las palomas, y abundancia de termitas. En Tequisistlán, con la colaboración del maestro, captura peces, iguanas y una serpiente de cascabel, lo que origina un largo excurso acerca de este apéndice, su origen y función, así como una curiosa lista de términos chontales para designar la fauna autóctona. De ella le interesan sobremanera el anableps o cuatro ojos, que observa y describe con fruición, la calandria mexicana con su característico nido en forma de talega, y los colibríes. Otros animales surgen de forma inesperada, mientras acampan o buscan sus mulas. San Bartolo le parece lugar poco hospitalario, pero conserva los bastones de representación municipal; Gadow al fin consigue alquilar suficientes caballerías para seguir su rumbo por San Carlos Yautepec y Totolapan, y explica las condiciones, un tanto pintorescas, en que tales tratos se hacían.

El cap. XI comienza sombrío, con la epidemia de viruela en el distrito de San Carlos, a la que el viajero asiste impotente. Pasa luego a disertar sobre las cactáceas, los residuos de viejas creencias y los remilgos de algún nativo hacia la ortodoxia católica, cosa muy del gusto de Gadow. Encuentra a unos pobres emigrantes, luego a unos buhoneros, y concluye con observaciones sobre la flora limítrofe con el valle de Oaxaca, en el que se centra el cap. XII. Este arranca en Tlacolula, el 15 de septiembre. Como siempre, Gadow evita la gran ciudad, y prefiere atenerse al festejo popular, que describe con delectación: alcaldes y danzantes zapotecos, atuendo, instrumentos, tenderetes, luego el júbilo del día de la independencia, de todo lo cual hará relación detallada a don Porfirio, quien inquiere el parecer de Gadow sobre la educación en aquel estado. Se traslada a Mitla y después a Monte Albán, cuyas ruinas, todavía sin restaurar, le dan pie para exponer su visión crítica y precisa. Siguen algunas páginas sobre las etnias zapoteca y mixteca, antes de entrar en la ciudad de Oaxaca, en donde los Gadow son agasajados. Transcribe luego algunos poemas mixtecos, relata la subida al cerro de San Felipe del Agua y la visita al árbol del Tule. Así termina el viaje de 1902.

Dos años más tarde, los Gadow toman el tren en el distrito federal para detenerse en Morelos y seguir en dirección a Guerrero. El breve cap. XIII comenta la abundancia de mariposas nocturnas en Cuernavaca, atraídas por la luz eléctrica recién instalada, y menciona la cerámica del barrio de San Antón. Más llama su atención Tepoztlán, con su pirámide del Tepozteco y las rojizas estribaciones del Ajusco. El coronel Alarcón, gobernador de Morelos, será quien les facilite visita guiada y escoltada a la pirámide de Xochicalco y a las cuevas de Cacahuamilpa, con escala en la Hacienda de Chiconcuac. La pirámide le parece a Gadow el más hermoso y mejor conservado de los monumentos mexicanos, hipérbole solo explicable porque desconoce varios muy importantes. En cambio, cree sobrevalorada la cueva de Cacahuamilpa, de la que se ocupa el cap. XIV, con algún excurso sobre el “animal-planta” y los peces ciegos.

El cap. XV es el tour de force de un naturalista metido a arqueólogo, puesto que habla de toltecas, calendarios mayas y aztecas, lenguas nativas, jeroglíficos y migraciones. Gadow cita autores como Seler y Foerstemann, entre otros, de manera que está relativamente bien pertrechado cuando toca tan complejo asunto. Con todo, aun siendo el capítulo que más ha envejecido, y que hoy solo puede leerse como curiosidad de una mente despierta, sin duda se justifica su presencia en el libro por el público a quien se dirige.

La travesía de Guerrero prosigue en el cap. XVI, dejando Taxco a la derecha, con parada en Iguala, excursión al Cañón de la Mano, y tren hasta la estación Río Balsas, donde había un puente de hierro hoy sumergido por un embalse. De allí Gadow esperaba remontar el Balsas hasta Mezcala, para luego continuar hacia el sur, pero el plan no tuvo efecto. Cuenta con humor los calores y las plagas que hubieron de sufrir en plena temporada de lluvias, aunque sin arredrarse: las culebritas con manos fueron su recompensa. Habla luego de la búsqueda de oro, todavía vigente en la zona, y de las dificultades e informalidades que les obligaron a deshacer lo andado y regresar a Iguala. Desde allí se dirigen hacia el sur. Gran parte del cap. XVII, sin embargo, se dedica a los rurales, aprovechando la escolta que les proporcionan, asunto ampliado en los caps. XIX y XX. Gadow es partidario del orden y de la mano dura, por lo que la policía creada por Díaz le parece actuar adecuadamente, y quizá no pocos en su tiempo pensaban lo mismo. Sea como fuere, ahí está un documento de primera mano acerca del bandidaje y su represión en el México prerrevolucionario. Gadow nos presenta a continuación su nuevo sirviente, Ramón, pasa por Xalitla, cruza el Balsas y sigue su ruta, no sin dejar páginas sabrosas acerca de las caballerías y la forma de tratarlas en cada caso, y se entretiene hablando de chachalacas y periquitos. Más allá de Mezcala topa con el chaquiste, al que ya conocía desde Veracruz, sigue por Xochipala, y aunque lo recorre a la vuelta, aprovecha para describir el Cañón del Zopilote, pasa por Zumpango y llega a Chilpancingo, del que le interesa sobre todo el mercado. Conecta con el gobernador, don Manuel Guillén, quien le facilita las cosas en cuanto puede.

Gadow tiene ocasión ahora de visitar la Sierra Madre del Sur por el distrito de Omiltemi, y sus andanzas y hallazgos dan materia al cap. XVIII. Aquí recupera su condición de geólogo, zoólogo y botánico, y observa la montaña en época húmeda, con gran variedad de especies. Entre ellas le interesan el venado, sobre cuyas cuernas diserta largamente, y el jabalí. Lo que relata del jaguar revela que estaba ya muy cerca de extinguirse en esa zona. Habla largo también de la flora, en especial de los pinos, y se dedica a recolectar. Aunque no lo dice expresamente, todo indica que la expedición regresa a Chilpancingo, para desde allí seguir el camino de Acapulco, en Tierra Colorada torcer hacia el sureste en dirección a Ayutla, y luego hacia el sur en busca de tierra caliente y costera. De ello trata el cap. XIX, donde aclara como un amigo le había recomendado explorar la región de Copala, apenas frecuentada salvo por los prospectores mineros. Cruzan, pues, la sierra, y siguen, dando tumbos y sufriendo aguaceros, por Mazatlán, Palo Blanco, Los Cajones, Tierra Colorada, Omitlán y pueblos similares, mientras Gadow toma nota de cuanto bulle a su alrededor, pone en marcha a los nativos e incluso hace de médico improvisado. Allí encuentra la Juliania, una rareza botánica que lamenta no haber reconocido a tiempo. A finales de julio de 1904 alcanza tierra caliente. Si en Chilpancingo era dificil conseguir provisiones, en Ayutla lo era aún más, aparte de la fruta, y con tales premisas se abre el cap. XX. No obstante, Gadow se divierte en contemplar la danza del tigre, el día de Santiago, y la de los gachupines. Luego reflexiona sobre la dificultad de gobernar territorios tan amplios y mal comunicados como Guerrero, y se extiende en la lucha de los nativos contra las concesiones de tierras. Después de pasar por Cruz Grande, la expedición alcanza Copala, donde no es muy bien recibida, y al fin, atravesando ciénagas y selvas intrincadas, logra instalar su campamento cerca del Pacífico.

En el cap. XXI vemos de nuevo a Gadow en su salsa: en plena selva y cerca de la playa, llena de moluscos, uno de los cuales, productor de púrpura, le hace disertar y experimentar. Disfruta hasta de las tormentas; las lagunas le proporcionan patos, encuentra huellas de jaguares, avista cocodrilos, pájaros, cangrejos y otros muchos animales. Ante las calamidades que los viajeros pasan al caminar o acampar, cuesta trabajo creer que pudieran elaborar y transportar cuanto recolectaban. Hasta los caballos eran víctimas de los vampiros, lo que origina una amplia disquisición de Gadow. Pero los víveres se agotan, no hay forma de reponerlos y es forzoso regresar, por ruta distinta y desconocida. De ello trata el extenso cap. XXII: primero por La Salina, Chilcahuite y Marquelia, hacia el este, luego hacia el norte, por San Luis Acatlán y San Luis de Allende, en cuyo mercado hay mixtecos, amusgos y tlapanecos, con sus característicos huipiles. La muerte de una mujer da ocasión a Gadow para hablar de los ritos funerarios y de la situación de la iglesia después de la Reforma. Las noticias respecto a los caminos les aconsejan desechar el rumbo norte y desviarse en dirección oeste hacia Ayutla, pasando por Miahuichán y Coacoyulichán. Surgen problemas en la escolta, las caballerías enferman, los retrasos se hacen inevitables. La dolencia de un arriero permite a Gadow discurrir sobre la medicina popular, e incluso recomendar mejoras en la sanidad de las regiones apartadas. Pero de todo cuanto ven y les sucede en su regreso a Chilpancingo, lo que más lo inspira son los momotos y su curiosa costumbre de acicalar el plumaje de la cola.

Tales son los capítulos que narran los viajes de Gadow por Veracruz, Oaxaca, Morelos y Guerrero. Sin embargo, al final del segundo, en septiembre de 1904, nuestro autor hizo aún dos excursiones con éxito, una al Popocatépetl, narrada en el cap. XXIII, y otra, narrada en el XXIV, al Nevado de Colima, partiendo de Zapotlán, en Jalisco. La primera obedece más a la fascinación del hermoso volcán, ya entonces rara vez visible desde el Distrito Federal. La segunda tuvo más enjundia biológica y proporcionó datos de valor.

IV

Pero no fueron estos, con el Pico de Orizaba, los únicos volcanes que visitó. Como antes se dijo, el prólogo del libro está fechado al pie del Jorullo, en junio de 1908, de manera que Gadow hizo al menos otro viaje a esa región central de Michoacán, cerca de La Huacana, en la que permaneció un mes, fructífero en observaciones y mediciones muy precisas guardadas y enriquecidas durante veinte años. En efecto, a su muerte en 1928 dejó Gadow prácticamente completo el original de un libro titulado Jorullo. The History of the Volcano of Jorullo and the Reclamation of the Devastated District by Animals and Plants, publicado por Philip Lake y A. C. Seward en la Universidad de Cambridge, 1930 (xviii + 100 pp., con una fotografía de Gadow sobre una mula, y un mapa del volcán). Puesto que no parece haber circulado por México, nos detendremos en su descripción.

Según la nota editorial de Philip Lake, Gadow preparaba un segundo volumen sobre México, del que este opúsculo formaría parte, afirmación de la que no hay otros indicios. A su vez A. C. Seward, amigo de los Gadow y autor del breve prefacio, resume bien su contenido al decir que el Jorullo “ofrece un ejemplo particularmente instructivo de lo que se podría llamar un experimento a gran escala en el laboratorio de la Naturaleza: la destrucción de la vegetación en una amplia zona del país y la reinserción de animales y plantas por agentes naturales”. Al mismo tiempo, relaciona la obra de Gadow con la de C. A. Baker sobre la catástrofe similar del Krakatoa en 1883. Por su parte, el propio Gadow aclara que su estancia en Mata del Plátano tenía como finalidad estudiar la recuperación de un distrito de más de 130 kilómetros cuadrados, tan fértil antes de septiembre de 1759, que había merecido el nombre de Jorullo, ‘paraíso’ en tarasco. Más en concreto, interesaba a Gadow el ritmo a que tal fenómeno se venía desarrollando, “factor del que poco se sabe”, lo que requería observar la fauna circundante, sobre todo las especies que no emigran, reptiles y anfibios, a fin de reconstruir el proceso.

La información recabada por Gadow, probablemente exhaustiva, cuenta hasta veintidós documentos extractados en el apéndice, menos los dos primeros, traducidos en su integridad, que se deben a don Manuel Román Sáyago, administrador de las haciendas Jorullo, Presentación y San Pedro cuando la erupción tuvo lugar, y que fueron enviados por el gobernador de Michoacán al virrey de Nueva España.9 Otro curioso texto sobre el Jorullo, y el primero impreso, se encuentra en el canto segundo del poema neolatino Rusticatio Mexicana (Módena, 1781) del jesuita sanluqueño Rafael de Landívar (1736-1815). Humboldt visitó el Jorullo en septiembre de 1803, 44 años después de la erupción, y recogió noticias del primer lugareño que subió al volcán; con esos informes, sus observaciones y dibujos elaboró las páginas que le dedica en el Essai politique... (1811), en el Essai géognostique sur le gisement des roches... (1823) y en Kosmos (1858), obras que Gadow cita y discute con amplitud. Tras él, examina los estudios de Burkart, Schleiden y Pieschel, con atención a las especies vegetales y animales por ellos registradas.

Reunida, pues, la documentación pertinente, con lo más fidedigno y significativo compone Gadow el primer capítulo, titulado “Historia de todo el drama” e ilustrado con dos vistas del Jorullo debidas a Clara Gadow. El autor no se limita a poner en orden los datos de sus predecesores, sino que los analiza, corrige y explica. La erupción, precedida de varios indicios desde junio de 1759, se produjo el 29 de septiembre, y tras distintas fases de actividad, no cesó hasta quince años más tarde, en 1775. Según Gadow, la lava apareció tarde, en 1764, y dos años después el Jorullo, con los “volcancitos” del Norte, del Medio y del Sur, y el malpaís al oeste, mostraba ya la apariencia orográfica que tenía a comienzos del siglo XX. El resto del capítulo es una disquisición geológica acerca del suelo originario de la zona, el número de conos volcánicos y el orden y la probable fecha de su aparición. Gadow estima que todos ellos denotan una fisura eruptiva de unos 4 000 metros de longitud en dirección SSO-NNE. Trata luego de las capas de lava, las dimensiones del cráter y los hornitos de basalto que cubren el llano.

El cap. II se consagra a las plantas. En el área de 70 kilómetros cuadrados de total devastación que Gadow supone fueron apareciendo a lo largo de casi un siglo, según los informes de los visitantes, que es preciso interpretar y compaginar, cosa no siempre fácil. Luego estudia el modo de propagación de cada especie, calculando la edad de los ejemplares existentes y teniendo en cuenta las condiciones edafológicas y climáticas de cada lugar: altitud, humedad y vientos dominantes. Gadow y un teniente de su escolta tuvieron incluso el capricho de preparar añil a partir del índigo, con poco éxito. También llaman su atención las higueras trepadoras, nacidas en el tronco de una palmera por acción de los murciélagos.

El cap. III se ocupa de las 33 especies de anfibios y reptiles encontrados en la zona, menos de la mitad de las inventariadas en todo Michoacán. Va así examinando una a una su hábitat y sus características, de ascendente o descendente, con arreglo a premisas fijadas por el propio Gadow en dos publicaciones científicas:10 ninguna de las especies ha descendido al escenario del Jorullo, algunas han ascendido de tierra caliente remontando el curso de los ríos, y otras provienen de la periferia. El ritmo del proceso es difícil de establecer: La Playa, al noroeste del volcán, se había recuperado en 1803, pero no el malpaís, que sí lo estaba cincuenta años después. La conclusión de Gadow apunta al avance de poco más de 1 500 metros cada 40 años.

Todavía el cap. IV estudia los anfibios y reptiles de Michoacán, entre ellos un lagarto descubierto por Gadow (Sceloporus gadowi): unas 110 especies en total, de las 310 registradas en toda la República. Eso le permite elaborar un cuadro que distingue las atlánticas del resto, las que se extienden a los estados del noroeste o al istmo de Tehuantepec, ya que en México se encuentran elementos norte y suramericanos, a los que debe agregarse el neártico de Sonora, endémico y arcaico, representante de una plataforma del mioceno hoy hundida en el Pacífico. Con esto, y el apéndice bibliográfico, termina el libro de Gadow sobre la comarca del Jorullo; muy probablemente, de haber preparado la edición, su autor habría redactado un epílogo o capítulo de conclusiones.

V

La enorme literatura de viajes por México cuenta con obras notables desde Thomas Gage a Graham Greene, pasando por Humboldt, Stephens, Mme. Calderón de la Barca o Brantz Mayer. En medio quedan muchas menos brillantes, varias de las cuales han sido traducidas, extractadas y antologizadas en trabajos conocidos como los de Diadiuk, Glantz, Iturriaga, Lameiras y Von Mentz, entre otros que, por lo general, no llegan a fines del siglo XIX.11 Las restantes, si alguna vez tuvieron lectores, siguen esperando atención de los actuales, y de ellas más que ningunas las correspondientes a las últimas décadas del siglo XIX y primera del XX. Entre varios centenares de libros dedicados a ese periodo, nada tiene de particular que el de Gadow pasara inadvertido, y, en efecto, solo se lo menciona de pasada en la bibliografía de Martha Poblett Miranda, Cien viajeros en Veracruz; crónicas y relatos (Xalapa, 1992, 11 vols.), y en la más general de C. Harvey Gardiner, “Foreign Travelers’ Accounts of Mexico, 1810-1910” (The Americas. A Quarterly Review of Inter-American Cultural History, VII, 3, enero de 1952, pp. 321-351). Especial interés reviste la obra de Garold Cole, American Travelers to Mexico, 1821-1972. A Descriptive Bibliography (Troy, N. Y., 1978), precisamente por lo que tiene de descriptiva, aunque restringida a viajeros norteamericanos, que son, tal vez, mayoría. Ante la dificultad de acceder a las obras de consulta y más aún a la multitud de relatos que registran, nos ha parecido útil ofrecer a continuación una bibliografía selecta de viajes por México hechos durante el porfiriato, con datos fidedignos de ellos y sus autores. Se trata simplemente de facilitar las cosas al lector no especializado, poniendo de relieve el interés que el país pudo suscitar, al margen de problemas políticos y militares, en una etapa larga de su historia, y al mismo tiempo dar un marco adecuado para situar y valorar correctamente la obra de Gadow que ahora traducida ve la luz.

ANTONIO CARREIRA

1 Aunque Gadow es en extremo discreto al mencionar a su mujer, un trabajo de M. Jeanne Peterson nos permite saber algo sobre su vida de soltera: Clara Maud era la segunda hija de sir George y Clara Paget (née Fardell), tuvo tres hermanos y dos hermanas, Violet y Rose, esta última esposa de sir Joseph J. Thomson, premio Nobel de física de 1906 y padre de sir George Paget Thomson, también premio Nobel en 1937. Los Paget solían pasar el verano en su casa de campo en Tan-yr-allt, en el norte de Gales. Clara, como sus hermanas, tomó clases de arte, música e idiomas en Cambridge, en 1878 hizo un viaje con la familia por los Países Bajos, y el mismo año fue a Dresde para estudiar, además de alemán, escultura, dibujo y pintura durante varios meses. En Gales, en 1880, pintó paisajes y retratos. Por esas fechas leía libros de William Gresley sobre religión. Al parecer, no le gustaba la Botánica, pero era buena caminante: en otoño de 1875 hizo 10 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta entre Penmaenmawr y Conway, y en otra ocasión subió al Snowdon en menos de dos horas en pleno aguacero. El artículo del que tomamos estos datos transcribe breves fragmentos de su correspondencia con sus hermanas (“No Angels in the House: The Victorian Myth and the Paget Women”, The American Historical Review, 89, 3, junio de 1984, pp. 677-708). Hugh Thomson, nieto de sir George Paget, nos ha comunicado que su padre, David Thomson, recuerda a Maud (nombre que ella prefería) como persona de fuertes convicciones y expresión directa, que, viuda y sin hijos, en el Cambridge de los años 40 era una figura algo excéntrica, siempre vestida con atuendo eduardiano. Entre sus aficiones estaban los loros, a los que solía templar aprovechando el calor del horno.

2 De donde tomamos los datos expuestos, junto con la obra de Georg Uschmann Neue deutsche Biographie, hrsg. von der historischen Kommission bei der Bayerische Akademie der Wissenschaften (Berlín: Duncker & Humblot, 1964), VI, p. 14.

3 En otro lugar recordamos la reseña donde el vascólogo inglés Wentworth Webster aplica a Gadow la sentencia de Plinio: ne sutor ultra crepidam, en vulgar, ‘zapatero a tus zapatos’.

4 Once años después apareció la versión completa de Por el norte de España debida a Rita Martínez Rubio, Gerard J. Molloy y Gracia Rodríguez Gutiérrez (Gijón, 1997). Los cinco primeros capítulos y parte de otros dos los incluyó Dámaso López en Cinco siglos de viajes por Santander y Cantabria (Santander, 2000).

5 En la American Philosophical Society (Filadelfia) se conservan los Gadow Papers, 1907-1914, veinte cartas de Hans Gadow al agente literario William Morris Colles; en alguna de ellas se tratan asuntos relacionados con la edición y los derechos de Through Southern Mexico. Otros papeles de Gadow paran en el Natural History Museum de Londres y en la University of British Columbia de Vancouver, Canadá. Una breve reseña de Through Southern Mexico, firmada por J. A. A., se publicó en The Auk, XXVI (1909), p. 95.

6 Paul Garner, Porfirio Díaz. Del héroe al dictador; una biografía política, trad. de Luis Pérez Villanueva. México: Planeta, 2003.

7 Según Daniel Cosío Villegas, poco sospechoso de porfirismo, “todos los hombres del país, ciertamente los mejores, estaban con Díaz”, y añade: “para hallar en nuestra historia una figura tan controvertida como la del general Díaz precisa retroceder hasta Hernán Cortés... Todavía hoy, los que prefieren la libertad condenan a Díaz y quienes optan por el bienestar lo bendicen” (“El Porfiriato: su historiografía o arte histórico”, en DCV, Extremos de América, México, 1949, pp. 121 y 123, trabajo seguido de una excelente bibliografía con 276 entradas). Postura próxima a Turner y contraria a la de Garner es, por ejemplo, la de Gastón García Cantú, “El caracol y el sable”, en GGC, Utopías mexicanas, México, 1978, pp. 119-153.

8 Aparte de otras mencionadas en su lugar, está la serpiente denominada Leptotyphlops gadowi. Cf. William E. Duellman, “A New Snake of the Genus Leptotyphlops from Michoacán, Mexico”, Copeia, núm. 2 (mayo de 1956), pp. 93-94.

9 Sáyago, testigo de vista, confiesa no saber lo que es lava, por la que había preguntado el virrey, y ofrece datos curiosos de los primeros momentos: el volcán fue exorcizado y, a pesar de temblores, bombas y cenizas ardientes, que llegaron hasta el estado de Querétaro, no hubo víctimas.

10 “The Distribution of Mexican Amphibians and Reptiles”, Proceedings of the Zoological Society, II (1905), pp. 191-244, y “The Effect of Altitude Upon the Distribution of Mexican Amphibians and Reptiles”, Zoologische Jahrbücher, Abth. System, vol. XXIX (1910), pp. 689-714.

11 Alicia Diadiuk, Viajeras anglosajonas en México (México, 1973); Margo Glantz (ed.), Viajes en México. Crónicas extranjeras (México, 1964); José Iturriaga de la Fuente, Anecdotario de viajeros extranjeros en México. Siglos XVI-XX (México, 1989, 2 vols.); Brigitte Lameiras, Indios de México y viajeros extranjeros, siglo XIX (México, 1973); Brígida Margarita von Mentz de Boege, México en el siglo XIX visto por los alemanes (México, 1982); a estos pueden agregarse los trabajos de Mary Brennan, Juan A. Ortega y Medina, Héctor Sánchez, Jorge Silva y María Teresa Vidal.

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