Víctima de su encanto - Natalie Stenzel - E-Book
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Víctima de su encanto E-Book

Natalie Stenzel

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Beschreibung

Aquel hombre era todo de lo que ella había decidido huir... Haley Watson había besado a demasiados príncipes azules, hombres guapísimos con tremendos inconvenientes como la infidelidad que había demostrado su último novio. Entonces, si todos los príncipes eran unos canallas, había llegado el momento de probar suerte con las ranas. ¿Dónde encontrarlos? En tiendas de ordenadores y bibliotecas. Pero justo cuando le había echado el ojo a un hombre con las características deseadas, apareció Rick Samuels, su sexy nuevo vecino. Haley se apresuró a informarle de que sólo salía con tipos poco atractivos y con gafas, pero Rick se propuso demostrarle lo equivocados que eran sus estereotipos.

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Natale Stenzel. Todos los derechos reservados.

VÍCTIMA DE SU ENCANTO, Nº 1521 - octubre 2012

Título original: Forget Prince Charming

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1142-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

A la mierda el príncipe azul! Me quedo con la rana.

La irrupción de Haley Watson en Toy Boxx hizo repiquetear frenéticamente la campanita de la puerta. Furiosa, dejó el bolso bajo el mostrador, tomó una escoba y se puso a dar tales escobazos que varios fragmentos de enea salieron volando a derecha e izquierda.

Mascullando maldiciones, Haley miró por encima del hombro a Jennifer Grayson, su socia, que estaba atendiendo a un cliente, un joven rubio, cuando ella hizo su violenta entrada. Jen señaló la sección de muñecos de peluche y se acercó a ella.

—¿Problemas en el mundo de las hadas? —preguntó en voz baja.

—¡Ya te digo! —exclamó Haley, sin dejar de barrer.

—¿Qué ha pasado ahora?

—Lo mismo de siempre. Sales con un tío que parece una persona decente, te dice que está enamorado y, en cuanto te das la vuelta, se tira a su secretaria —Haley puntuaba sus palabras con enérgicos escobazos—. ¡Será gilipollas!

Al oír eso, el chico rubio se volvió, asombrado.

Sonriendo diplomáticamente, Jen le quitó la escoba de las manos y se la llevó a una esquina.

—Siéntate, anda.

Haley se dejó caer en una sillita de niño. Pero como era muy bajita, no parecía fuera de lugar.

—Bueno, a ver, ¿qué ha pasado?

Haley parpadeó furiosamente para controlar las lágrimas.

—Quería darle una sorpresa a Peter, así que pasé por su oficina a la hora de comer. Y lo encontré en su escritorio... encima de su escritorio, con su secretaria. Y tengo la impresión de que no estaban hablando de trabajo.

Jen abrió mucho los ojos.

—¿Peter? ¿Tu novio?

—¿El tipo que me había invitado a pasar un fin de semana con él en el lago? ¿El que decía estar enamorado de mí? Sí, ese mismo. Lo he pillado tirándose a su secretaria.

—Oh, Haley.

—Ni siquiera levantó la mirada cuando abrí la puerta.

—¿No sabe que lo viste con ella?

—Sí lo sabe —contestó Haley—. Usé el intercomunicador de su secretaria para pedir una reunión urgente de toda la plantilla en su despacho.

—¿En serio?

—En serio. Y, por supuesto, el cerdo apartó a su nuevo ligue de un empujón para subirse los pantalones.

Jen soltó una carcajada.

—Por favor... Debería haberme imaginado que no te irías sin armarla.

—Se lo merecía —Haley levantó la barbilla, con gesto militante a favor de todas las mujeres del mundo y, desafiante, aguantó la mirada del chico rubio que estaba con los peluches. Él sonrió, encantador, antes de volver a lo suyo.

Jen, que no había visto el intercambio, terminó su carcajada con un suspiro. Su expresión se volvió seria.

—¿Estás bien?

Haley se encogió de hombros, el gesto de victoria convirtiéndose en un suspiro de desilusión.

—Sobreviviré. Al menos lo he pillado antes de que nos fuéramos juntos de fin de semana.

—¿De verdad ibas a pasar el fin de semana con él?

—No lo sé. Aún no me había decidido del todo. Peter parecía tan perfecto... Era guapo, simpático, ganaba dinero... Y se preocupaba por mí. ¿He mencionado ya que era guapo y simpático?

Jen sonrió, comprensiva.

—Es terrible, lo sé, pero la verdad es que me alegro. Empezaba a pensar que te habías enamorado de Peter sólo porque todo el mundo pensaba que era un buen partido.

Haley la miró, sorprendida. Su amiga no había dicho nada hasta aquel momento.

—Creo que podría haberme enamorado de él. Bueno, del hombre que creía que era —entonces miró al rubio, que estaba en cuclillas, estudiando una colección de camiones en la estantería de abajo. Llevaba unos vaqueros gastados que se ajustaban perfectamente a su trasero, y la cinturilla se abría un poco, dejando ver... Irritada consigo misma, Haley apartó la mirada. ¡No más príncipes!

Jen estaba pensativa.

—¿Sabes una cosa? A pesar de todo, Peter no te ha roto el corazón. Estas enfadada, pero nada más.

Haley sopesó esa observación, intentando imaginarse a sí misma viviendo con Peter, viéndolo todos los días... No, imposible.

—No creo que fuera exactamente el amor de mi vida, pero ha sido muy humillante pillarlo con su secretaria.

—No tanto como que tus compañeros de trabajo te pillen con los pantalones bajados —le recordó su amiga.

Haley soltó una risita malévola.

—Eso es verdad.

—Estás mejor sin él —suspiró Jen.

—Lo sé.

—¿De verdad?

—De verdad. Bueno, voy a ponerme a trabajar.

Jen volvió con su cliente. El joven hablaba con ella, pero no dejaba de mirar a Haley con el rabillo del ojo.

Ella estaba entretenida con su escoba, pero sin tanto ímpetu. Apartaba las sillitas para barrer lápices de colores, colocaba cuadernos de dibujo y comprobaba los desperfectos de una casita de muñecas que tenía todos los muebles patas arriba. Afortunadamente, sólo una tacita de café había sufrido daños.

Toy Boxx, situada en una elegante plaza de St. Louis, Missouri, era, además de una tienda de juguetes, casi una guardería para los padres que iban de compras a los grandes almacenes de la esquina. Algunas caras eran ya familiares e incluso queridas para Haley. Ahora que había empezado el colegio, echaría de menos a sus pequeños clientes. Le encantaba su alegría, su entusiasmo, incluso sus travesuras.

¿En qué momento esas criaturas sinceras y abiertas se convertían en los imbéciles con los que le había tocado salir toda la vida?, se preguntó.

Distraída, oía a Jen explicar el funcionamiento de un coche por control remoto. Una profunda voz masculina reverberó en su estómago, pero no quería mirar.

Sus fracasos con los hombres se habían vuelto tan cómicos que Jen y ella les habían puesto motes. Primero, Flynn Fútbol, su novio del instituto, un gran jugador... pero no sólo en el campo. Luego, su novio de la universidad, al que llamaban Brad del Campus por su carisma y sus ojos verdes. Haley había estado tan ciega que le entregó su corazón... y su cuenta corriente.

Desde entonces tuvo varias relaciones breves, ninguna seria... hasta Peter. Parecía un chico tan decente, tan atractivo, tan increíblemente perfecto que Jen y ella le pusieron de mote Príncipe Peter. Ésa debería haber sido la primera pista. Cuando le pidió que saliera con él, a Haley le pareció demasiado bueno para ser verdad. Se imaginaba a sí misma viviendo feliz para siempre con un guapo y enamorado marido. Menudo cuento de hadas. Gilipollas.

El sonido de la caja registradora llamó su atención.

—Gracias, señor Samuels. Que tenga un buen día —oyó la voz de Jen.

—Muchas gracias por su ayuda —contestó él.

Cuando se volvió, sus ojos se encontraron con los de Haley. El rubio de ojazos azules le hizo un gesto con la cabeza antes de abrir la puerta y la campanita sonó alegremente. Su cara le resultaba familiar... Haley frunció el ceño, pensativa, pero luego sacudió la cabeza. No se acordaba.

Entonces se volvió hacia Jen.

—Siento haber hecho esa escena, especialmente con un cliente en la tienda. Ha sido muy poco profesional.

—No creo que le haya importado —sonrió su socia, sacando una caja de juguetes defectuosos de debajo del mostrador.

—No lo entiendo, Jen. ¿Por qué todos los hombres con los que salgo acaban siendo unos cerdos? Todos los hombres no pueden ser tan malos. Frank no lo es.

—No, mi marido no es un cerdo.

—¿Y cómo encuentro yo a mi Frank?

—No lo sé. Supongo que con un poco de paciencia, así no saldrás con tíos que no te convienen. Mira alrededor. Los hombres buenos no llaman la atención. Sólo los idiotas con los que sales.

Haley consideró la idea, pensando en el rubio que acababa de salir. Como Peter, tenía todo lo necesario para llamar la atención de una mujer.

—Sí, es verdad. Tienes razón.

—Claro que sí —suspiró Jen—. Las mujeres no ven enseguida al tío que les conviene. Es el que te adora en silencio, el que te ofrece su amistad pero espera que sea algo más. Ése en el que no te fijas hasta que es demasiado tarde.

Haley guiñó los ojos.

—Mi madre tenía razón. Debería haberme casado con Jimmy Plankett.

—¿Jimmy qué?

—Soy idiota. No me había dado cuenta hasta ahora.

—¿De quién hablas?

—Es muy sencillo. Dices que sólo he mirado a los tíos que llaman la atención, los guapos, los carismáticos. El tipo de tío que convence a una chica de lo que sea para salirse con la suya —Haley empezó a pasear furiosamente por la tienda.

—¿Y?

—Una mujer deslumbrada no puede ver los signos que indican que el tío tiene serios defectos.

—Ah, vale, te entiendo —dijo Jen—. Creo.

—Estoy harta de perder la cabeza. Estoy harta de enamorarme de imbéciles. Es agotador. Creo que ha llegado la hora de ver a los tíos de una forma más práctica. Y esta vez voy a buscar un tipo de tío completamente diferente —siguió Haley, pensativa—. Para encontrar un hombre como Frank o Jimmy, tengo que olvidarme de los príncipes y empezar a echarle un vistazo a las ranas.

—Me estoy perdiendo.

Haley suspiró. ¿Cómo iba a explicarle el asunto sin ser insultante?

—Tengo que buscar uno que no sea guapo y carismático. Cuando estoy con un hombre así, no veo nada más. Quiero el tío majo, ése que pasa desapercibido. Básicamente, tengo que encontrar a un chico bueno, simpático y nada guapo —Haley miró alrededor, como buscando un adjetivo—. Ya sabes, el típico freaky.

Jen la miró, perpleja.

—No sé si sentirme ofendida porque acabas de llamar freaky a mi marido o curiosa por ése tal Jimmy Plankett.

Haley movió la mano en el aire, como para quitarle importancia.

—No quería insultar a Frank. Tu marido es perfecto y yo quiero uno como él. Sólo digo que cuando lo conociste, no viste de inmediato sus cualidades. Pero es un marido maravilloso, ¿no?

Jen asintió.

—Vale, creo que ya entiendo. Bueno, háblame del tal Jimmy Plankett.

—Jimmy Plankett me dio mi primer beso.

—¿Y por eso es un freaky?

Haley clavó la mirada en su amiga.

—¿Quieres oír la historia o no?

—Perdón. Sigue.

—Vale —suspiró ella, ordenando sus pensamientos—. Yo estaba en séptimo y me gustaba Jimmy. Y yo a él, claro. Nos mandábamos notitas e íbamos de la mano por el pasillo del colegio. Cosas inocentes —entonces cerró los ojos, recordando—. Era muy tímido. Muy bajito también, pero con los ojos bonitos. Bueno, el caso es que yo sabía que quería besarme, pero no se atrevía. Entonces, un día, delante de mi taquilla, me dio un beso.

—Qué mono —sonrió Jen.

—Sí. Pero es que los dos llevábamos aparato en los dientes y... se nos engancharon.

Su amiga emitió una especie de resoplido.

—Como te lo cuento. Mi profesor de álgebra tuvo que llevarnos al despacho del director para pedir ayuda. Allí estábamos, unidos por los dientes, caminando por el pasillo mientras oíamos las risotadas de los compañeros. Qué vergüenza, por favor —suspiró Haley, haciendo una mueca—. ¿Pero sabes una cosa? Jimmy no dejó de apretar mi mano.

—¿Él es el hombre perfecto?

—Mejor que eso. Él es mi freaky, como tu Frank. Ese tipo de tío ni soñaría con engañar a su novia.

—¿Y qué pasó?

Ésa era la parte vergonzante de la historia.

—Pues... que el chico más guapo de la clase me pidió que fuera con él a una fiesta y me olvidé de Jimmy. Te lo juro, durante semanas no tenía ojos más que para... ni me acuerdo de su nombre. Pero sí me acuerdo de Jimmy.

—Ya veo —sonrió Jen.

—Ése es mi problema, ¿verdad? No he madurado, sigo teniendo trece años —suspiró Haley.

—Al menos lo admites, es un progreso. ¿Y dónde encontramos a Jimmy Plankett?

Haley hizo una mueca.

—Según mi madre, en Omaha, Nebraska, casado y con tres hijos. Mi madre le ha seguido la pista. Y lo menciona cada vez que me interroga sobre mi vida amorosa. Esa mujer es peligrosa, te lo digo yo. Inteligente y sutil, mala.

Jen soltó una carcajada.

—No lo es, idiota. Sólo quiere verte feliz y tener muchos nietos.

—Lo sé, y si no encuentro un hombre por mí misma, me lo buscará ella.

—¿Y por qué no dejas que lo haga? Seguramente hay muchos hombres solteros en un estudio de televisión.

Haley miró a su amiga, perpleja.

—¿De qué lado estás tú?

—Del tuyo, claro. Perdóname, no he podido evitarlo —rió Jen.

—Te perdono si me ayudas a encontrar un freaky.

La sonrisa de su amiga desapareció.

—¿Lo dices en serio? Haley, por favor, no hagas una locura. Nunca te sentirías atraída por un Jimmy o un Frank. Yo creo que te aprovecharías de ellos... Además, ¿no crees que es demasiado pronto? Acabas de romper con Peter.

Haley sacudió la cabeza, decidida.

—Tengo veintiocho años y mi reloj biológico está dando la voz de alarma. Tú sólo eres seis meses mayor que yo y ya tienes un marido, dos niños y una hipoteca. Me he quedado atrás, Jen. Y es tu obligación, como mi mejor amiga y ejemplo a seguir...

—¡Mi obligación!

—... ayudarme a subir al tren. ¿Por dónde empiezo?

—Muy bien. Si quieres hacerlo, será mejor que te ayude —suspiró su mejor amiga y ejemplo a seguir—. Con un plan como ése, alguien tiene que echarte una mano.

—Sé que todo esto suena un poco raro, pero es que acabo de descubrir uno de mis defectos. Y es tan horrible que requiere medidas drásticas.

—¿Qué defecto? —preguntó Jen.

—Pues... creo que yo he sido tan idiota como los tíos con los que salgo. Uno no se enamora de un trasero apretado o de una bonita sonrisa. Eso es una frivolidad, pero es lo que he hecho hasta ahora. Creo que me merecía a todos los canallas con los que he salido. Pero eso se acabó —dijo Haley, convencida, levantando la mano como si fuera a hacer un juramento—. Es hora de hacerse mayor y empezar a buscar algo más serio. Y este plan... digamos que es un primer paso.

Jen la miró, con renovado interés.

—¿Sabes una cosa? Creo que eso es lo más inteligente que has dicho hasta ahora.

—¿Vas a ayudarme?

—Sí —sonrió su amiga.

—Gracias a Dios. ¿Por dónde empezamos?

—Espera un momento. Estoy pensando.

Haley tomó un cuaderno y escribió: Estrategias para... entonces se detuvo, pensativa. Tenía que ser algo muy descriptivo, como: Estrategias paraencontrar a mi freaky.

—Yo creo que la mejor manera de hacerlo es concentrándose en profesión e intereses comunes —dijo Jen.

—Exacto. Nada de cachas, sólo un tío con el que pueda hablar —Haley anotó Nada decachas—. ¿Pero cómo lo hago?

—Tendrás que ir a sitios donde haya tíos así. Es una forma de empezar, ¿no?

—Eso es —Haley anotó Sitios con probabilidades de encontrarfreakies y lo subrayó.

—Librerías, bibliotecas, cyber-cafés, tiendas de informática... No encontrarás a un cachas descerebrado delante de un ordenador —dijo Jen.

Haley seguía escribiendo furiosamente.

—Tienda de informática. Genial. Iré a esa nueva, la de la esquina.

—Muy bien. Pero Haley...

—¿Qué?

—¿Y si encuentras a un tío allí? ¿Qué vas a hacer, cómo vas a acercarte?

—Sutilmente, supongo. Buscaré uno que parezca simpático. Incluso podría vestirme de otra forma —murmuró Haley, golpeando el cuaderno con el bolígrafo. Ella llevaba ropa llamativa, de colores. Pero no quería asustar a su futuro novio con un vestido de cebra. Anotó entonces: Ropa más clásica, nada fashion.

Seguramente esos tíos serían tímidos. Entonces anotó: Gran sonrisa, actitud abierta.

¿Cómo empezar una conversación? Haley escribió: darle coba. Pero no demasiado. Una chica tiene sus límites.

Luego echó un vistazo a la lista, visualizando sus posibilidades.

—Yo creo que podría funcionar. Y la tienda de informática de la esquina es un sitio perfecto para intentarlo.

Haley subió el último escalón hasta su apartamento tirando de la bicicleta. Miró distraídamente la puerta de su nuevo vecino y se sorprendió al ver el rellano desierto por una vez. Normalmente, tenía que abrirse paso entre montones de mujeres que, por lo visto, hacían cola delante de su puerta. ¿A qué se dedicaría su vecino?

Haciendo una mueca, metió la llave en la cerradura pero, como siempre, se atascó. Irritada, masculló una maldición, esperando que no se rompiera.

—Venga ya, pedazo de petarda...

—¿Perdón? —oyó tras ella una voz masculina.

Al volverse, Haley golpeó con la cadera el asiento de la bicicleta, que cayó al suelo junto al cuaderno que llevaba en la cesta, y golpeó al hombre en la espinilla. Él hizo una mueca de dolor.

—Perdona. ¿Te he hecho daño?

Después de levantar la bicicleta intentó ayudarlo, pero no sabía cómo hacerlo sin tocarle la pierna. Y tocar la pierna de un desconocido era pasarse de la raya.

El hombre levantó la mirada.

Ajá. Un par de ojazos color azul zafiro. No fríos como una piedra, sino vivos y profundos, casi líquidos. Haley sintió que se ahogaba en esos ojos, sintió la familiar atracción del hombre-demasiado-guapo-para-mi-salud.

Entonces reconoció al propietario de esos faros.

—Tú.

—¿Yo?

—Por eso me sonaba tu cara. Estabas en Toy Boxx esta mañana...

—Y también soy tu nuevo vecino. Qué mundo tan pequeño, ¿eh? —dijo él, tomando el cuaderno del suelo.

Por su expresión, parecía desear que el mundo no fuera tan pequeño. «Olvídate, Haley. Este hombre no es para ti».

—Pues sí —empezó a decir, después de aclararse la garganta—. La escenita de esta mañana... lo siento. Lo último que deseo es ahuyentar a los clientes de Toy Boxx. Pero me pillas montando una escena, discutiendo con mi puerta... y ahora te destrozo la espinilla. Lo siento mucho, de verdad —siguió Haley, intentando sonreír como una buena vecina—. ¿Quieres un poco de hielo?

Él sonrió, colocándose el cuaderno bajo el brazo.

—No hace falta, creo que sobreviviré. Me llamo Ma... —el ojazos carraspeó— Rick Samuels —dijo entonces, ofreciéndole su mano.

Haley la estrechó, esperando que la suya no estuviera sudorosa.

—Haley Watson. Bienvenido al edificio.

—Me alegro de conocer a mi vecina. Sentía curiosidad por los ruidos...

Ella hizo una mueca.

—Mi perro. Es un cachorro y estamos intentando que aprenda a comportarse. Bueno, yo lo intento y Sherlock pasa de mí.

—¿Así que tú eres Watson y él es Sherlock? —rió él.

—Yo no le puse el nombre, fue mi ex novio —Haley dejó de sonreír al recordar el episodio del despacho—. El perro era suyo.

—¿Del detestable príncipe azul?

—¿Me oíste?

—Sólo eso. Y lamento que no haya funcionado —dijo Rick, incómodo.

—No pasa nada. Me he vengado.

—¿Te has vengado?

—No preguntes. Fue un momento Psicosis.

Al otro lado de la puerta oyeron unos ladridos alegres. Ése era un amor con el que siempre podía contar una chica. Haley sonrió al imaginar la carita de su cachorro.

—Te has vengado —repitió él, mirándola con cara de susto mientras reculaba hasta su puerta.

Haley se preguntó por qué actuaba así. Seguramente, la situación era un poco rara, pero... entonces vio que tenía su cuaderno bajo el brazo. Recordando la lista que había hecho, se lanzó hacia él...

Abriendo mucho los ojos, su vecino entró a casa a toda prisa.

—¡Espera! ¡Mi cuaderno! —la puerta se cerró de golpe y Haley pulsó el timbre. Silencio. Genial. Ahora su guapísimo vecino se enteraría de sus planes de ligar con una rana.

Dentro, Rick miraba la puerta, confuso. Había escapado por los pelos. Por la mañana entraba en la tienda como un elefante en una cacharrería y luego se enteraba de que había secuestrado al perro de su novio para vengarse de él.

Menuda loca.

Pero la verdad era que la había visto el día que se mudó al edificio y, desde entonces, buscaba ocasiones para encontrársela. Esa energía, esa sonrisa, esos ojos tan expresivos... Era una chica fascinante. Y él tenía debilidad por las narices pecosas.

Cuando la casera le dijo que Haley trabajaba en Toy Boxx, muy cerca de su oficina, decidió ir allí a comprar un regalo para su sobrino. Ser socia de una tienda de juguetes era una ocupación perfecta para Haley Watson.

Una pena que estuviese mal de la cabeza. Un hombre inteligente resistiría la tentación, al menos por el momento. La mitad de las mujeres solteras de St. Louis decidieron acosarlo desde que una periodista de cotilleos dio su nombre como uno de los solteros más deseables de la ciudad.

El olor del dinero atraía a mujeres desesperadas. Les daba igual quién era, sólo que tenía una buena cuenta en el banco. Y seguramente Haley sería igual que ellas.

Encogiéndose filosóficamente de hombros, Rick puso el estéreo a todo volumen. Entonces se percató de que seguía llevando el cuaderno de Haley bajo el brazo. Estaba pensando que tendría que devolvérselo discretamente cuando una frase, escrita en rojo y subrayada, llamó su atención: Estrategias para encontrar a mi freaky.

Capítulo 2

Pero qué demo...? —Rick siguió leyendo, incrédulo, sin poder evitar llevarse un dedo al puente de la nariz, donde no encontró nada.

Sitios con probabilidades de encontrarfreakies...

Aquella mujer estaba como una cabra y algún pobre desgraciado iba a...

Halagar su intelecto.