Vidas soñadas - Liz Fielding - E-Book

Vidas soñadas E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

Willow y Mike no podían saber quién de los dos se sentía más aliviado después de dejarse plantados en el altar el uno al otro. Después de pensarlo fríamente, se decidieron por sus carreras profesionales y dejaron la boda a un lado... Pero cuando en su huida Mike se encontró con Willow en una gasolinera de la autopista, se dio cuenta de que se amaban y de que tendrían que solucionar sus problemas en vez de salir corriendo. No sabía cómo, pero Mike tenía que recuperar a su novia, convencerla de que estaban hechos el uno para el otro... y esta vez esperarla en el altar.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2000 Linda Allsopp

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Vidas soñadas, n.º 1619 - agosto 2020

Título original: His Runaway Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1348-720-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

NO TE vayas –dijo Mike, apretándola contra su pecho–. Me encanta que tú seas lo primero que veo al despertarme por la mañana.

A Willow también le encantaba. Era un placer despertarse sobre el pecho de Mike, sus brazos rodeándola, el pelo de color maíz cayendo sobre la frente masculina. Lo amaba. Y, abrazados en la oscuridad, los besos de aquel hombre hacían que le resultara difícil resistir la tentación de cerrar los ojos y dejarse llevar.

Levantarse de la cama un domingo por la noche y tener que conducir hasta su casa no era precisamente muy divertido. Y tampoco lo era para Mike. Por eso Willow prefería ir en su propio coche y marcharse cuando tenía que hacerlo, sin molestar.

–Lo siento, cariño –murmuró, besándolo en la frente antes de levantarse–. Si me quedo, tendré que levantarme al amanecer para ir a cambiarme a casa. Los lunes son suficientemente horribles sin tener que andar corriendo de un lado para otro.

–Deberías traer algo de ropa –protestó Mike, apoyándose sobre un codo–. Así no tendrías que salir corriendo.

No era la primera vez que Mike sugería aquello, pero Willow no estaba dispuesta a hacerlo. Había conseguido evitar el asunto del cepillo de dientes comprando un mini neceser que llevaba siempre en su bolso, junto con un par de braguitas y medias de repuesto. Ella era periodista y tenía que estar preparada para cualquier eventualidad. Incluso en un periódico local, como el Chronicle.

Dejar ropa en el armario de Mike era muy peligroso. Su relación se volvería confusa. Se habría hecho demasiado accesible. Antes de que se diera cuenta, estaría en su casa más tiempo que en la suya y él daría por sentado que su relación era una relación seria. Y esperaría que ella se encargase de las tareas domésticas porque, sencillamente, era una mujer. Había visto repetirse aquella situación una docena de veces.

–No serviría de nada. De todas formas, tengo que darle de comer a Rasputín y a Fang –dijo Willow, tomando el albornoz. Los dos peces de colores, que Mike le había regalado, valían su peso en oro.

–Pues tráete a los peces –replicó él–. Y también puedes traer tu colección de peluches.

–Cuando estoy en tu casa, prefiero abrazarte a ti antes que a un peluche, cariño –sonrió Willow, antes de entrar en el cuarto de baño.

Mike saltó de la cama y la siguió.

–Déjame sitio. ¿O se te ha olvidado la campaña de ahorro de agua que tú misma has organizado a través del periódico?

Así no llegaría a casa antes de amanecer, pensó Willow. Pero le dejó sitio, esperando evitar cualquier contacto físico.

–¿Qué más puedo decir? –preguntó Mike entonces, mientras enjabonaba su espalda. Muchas cosas más, pensó ella, intentando disimular el placer que le producían las manos del hombre deslizándose por su piel–. Tráetelo todo. Ven a vivir conmigo.

Willow contuvo el aliento. No era la primera vez que se lo pedía.

–¿Y por qué iba a hacer eso?

–Porque soy irresistible –sonrió Mike–. Y porque odias tener que volver a casa por la noche y eres demasiado buena como para hacer que te lleve yo.

–Eso es verdad.

–Venga, será divertido. Podemos hacer esto todos los días.

Mike la rodeó con sus brazos y la besó en el cuello, para demostrarle lo divertido que podría ser.

Tenía razón. Era irresistible. Pero, en aquel tema, Willow no pensaba ceder. Cuando Mike movió las cejas, como pidiendo una respuesta que creía conocer, ella suspiró.

Sabía que Mike no le permitiría cambiar de tema sin una explicación. Era el momento de contarle su filosofía sobre el asunto de «vivir juntos».

–Mike…

–Cuando he dicho que había que ahorrar agua, no estaba pensando en la sequía… –se quejó él entonces.

–Mike, escúchame –dijo entonces Willow. Su tono hizo que Mike dejara de sonreír–. Cariño, tú conoces a mi prima.

–¿Crysse? Muy simpática. No tiene nada que ver contigo, pero…

–Y tú sabes que Crysse vive con su novio, Sean.

–Eso es lo que hace todo el mundo –dijo Mike, tomándola por los hombros muy serio–. Ven a vivir conmigo. Te prometo que nadie va a tirarte piedras por la calle…

Y entonces empezó a besarla, empujándola inexorablemente hacia la cama. Sería tan fácil decir que sí. Willow quería decir que sí…

La sonrisa de Mike había vuelto a iluminar su rostro, los ojos grises brillantes de alegría. Estaba claro que creía haber ganado.

–¡No! Escúchame, Mike –exclamó entonces Willow, poniendo freno al asunto–. Antes de que vivieran juntos, Sean y Crysse solían salir casi todas las noches. Él la invitaba a cenar, al teatro, a la ópera. Los domingos, le llevaba el desayuno a la cama y se quedaban allí todo el día, hablando sobre lo que harían cuando estuvieran casados, cuántos niños tendrían y todo eso, ya sabes.

–Bueno, nosotros aún no hemos empezado a hablar de niños, pero lo del desayuno en la cama sí podríamos hacerlo, ¿no? –rio Mike–. Mañana mismo te llevaré…

–Y entonces él sugirió que se fueran a vivir juntos.

–Te llevaré el desayuno a la cama durante toda la vida.

–Eso es lo que dijo Sean. Crysse estaba emocionada. Vendió su apartamento, redecoró el de Sean…

–Tengo la impresión de que esta historia no tiene un final feliz.

–Eso depende del punto de vista –dijo Willow–. Sean es feliz. Los viernes por la noche sale con sus amigos mientras Crysse, después de pasarse toda la semana intentando meter un poco de matemáticas en duras cabezas adolescentes, limpia el apartamento que «comparten». Y ahora, los sábados va al supermercado mientras Sean juega al fútbol con sus colegas. Y los domingos es ella quien le lleva el desayuno a la cama, donde él se queda descansando todo el día porque está agotado.

–¿Y Crysse?

–Crysse se dedica a planchar. Su ropa y la de él.

–Pues debería darle una lección. Que se vaya de casa de Sean y se mude a tu apartamento…

–Las cosas no funcionan así, Mike. Lo que pasaría es que, mientras Crysse intenta probarle que es indispensable en su vida, alguna otra chica vería al pobre Sean que no sabe qué hacer para tener su casa en orden y se pondría a limpiar y planchar para él. Y entonces Sean, que ha aprendido la lección, no dejaría que esa joya se le escapara.

Mike la miró muy serio.

–¿Eso quiere decir que no?

–No es nada personal. Si yo quisiera irme a vivir con alguien, me vendría a vivir contigo. Pero a mí me gusta mi vida…

–¿Y si yo convierto esto en algo personal?

–Mike, por favor… –empezó a decir Willow, tomando su ropa del sillón–. Se está haciendo tarde.

–¿Y si yo convierto esto en algo personal? –insistió Mike, sin moverse.

De repente, la situación era demasiado seria y Willow se sentía como al borde de un precipicio. No quería perder a Mike. Lo amaba. Pero antes de abandonar la vida que tanto le gustaba, tenía que descubrir si él la amaba del mismo modo. Si era capaz de llegar a un compromiso total. Que no hubiera ningún compromiso entre los dos.

–¿Qué estás diciendo? ¿Que o vivimos juntos o rompemos?

–No, cariño –contestó él, apartando de su frente los cortos rizos oscuros–. Lo que estoy diciendo es… quiero que vivas conmigo, Willow Blake. Quiero tenerte a mi lado cada mañana cuando me despierto. Quiero abrazarte cada noche hasta que nos quedemos dormidos. ¿Cuándo podemos casarnos?

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NECESITO una respuesta hoy mismo, señorita Blake, o no podré asegurarle…

–¡Y la tendrá! –exclamó Willow.

Inmediatamente, se arrepintió. No era culpa del constructor que no pudiera tomar una decisión sobre los armarios de la nueva cocina. Y tampoco que no le importara un bledo su nueva cocina. Era una pesadilla en la que, supuestamente, tendría que cocinar tres veces al día. Como su madre…

¿Por qué le había dicho a Mike que se casaría con él? ¿Por qué no se había ido a vivir con él, como había hecho su prima Crysse? Crysse era feliz, ¿no? Planchar un par de camisas de Mike habría sido más sencillo que tener que llevar a cabo lo que su madre consideraba una boda perfecta y tener que vivir en la que el padre de Mike consideraba una casa perfecta.

Era como si los extraterrestres se hubieran apoderado de su vida.

Unos extraterrestres muy simpáticos, desde luego, pero extraterrestres al fin y al cabo. Y no tenían ni idea de lo que significaba la palabra «sencillo».

Para Willow, una boda sencilla significaba una ceremonia discreta en una pequeña ermita en el campo, un vestido sencillo de color claro, dos damas de honor que no se hicieran pipí en los pañales y un banquete para los amigos.

Pero la versión de su madre de una boda sencilla incluía una ceremonia en la catedral de Melchester, un coro de cincuenta niños cantores, pajes, damas de honor, testigos, invitados, flores como para cerrar una floristería…

Y luego estaba el banquete.

No. Willow se negaba a rendirse sobre el asunto del banquete, y a aceptar aquella tarta de boda que parecía un rascacielos. Era una pesadilla. A Willow le gustaban las cosas simples, pero aquella boda se estaba convirtiendo en un acontecimiento social.

Y la ceremonia era solo la punta del iceberg. Las auténticas complicaciones llegaron en un sobre pequeño. Un sobre blanco con el logo de un periódico de tirada nacional.

Si la vida fuera sencilla, llamaría al teléfono que aparecía en el sobre y diría que ya no estaba disponible. Habían tardado demasiado en ofrecerle el trabajo de sus sueños. Iba a casarse el sábado. Les diría eso. Pero no lo había hecho todavía.

Por eso todo era tan complicado y ella estaba tan angustiada.

–¿Te encuentras bien, Willow?

–¿Qué? –preguntó ella, sorprendida. Al volverse, se encontró con Emily Wootton, que la miraba con preocupación–. Ah, sí, no es nada. Es que me caso el sábado…

–¿De verdad? –sonrió la mujer–. Qué alegría.

Willow tenía sus dudas.

–Seguro que todo el mundo lo pasará muy bien, pero yo estoy deseando que pase esta semana y encontrarme en las playas de Santa Lucía –dijo, intentando sonreír–. Me estabas hablando sobre el chalé que el fideicomiso ha recibido de los Kavanagh –añadió, mordiéndose la lengua para no contarle sus problemas a una persona a la que había conocido dos días atrás. Pero, ¿a quién podía contárselos si no? Nadie que conociera a Mike Armstrong y hubiera visto la casa en la que iba a vivir con él podría entenderlo. Ella misma no lo entendía. Si pudiera volver a la noche que le había pedido que se casara con él… Si pudiera convencerse a sí misma de que eso era lo que Mike realmente quería–. Hace falta dinero para convertirla en una residencia para huérfanos, ¿no?

–No, eso ya está hecho. Lo que falta es pintarla y necesitamos voluntarios –sonrió Emily–. Supongo que es imposible convencerte para que renuncies a tu luna de miel, ¿verdad? Las Antillas tampoco son tan interesantes…

En ese momento, una lágrima empezó a rodar por la mejilla de Willow.

–Willow, ¿qué te pasa?

–Nada –contestó ella, buscando un pañuelo–. Es que estoy nerviosa por la boda.

La boda y el esfuerzo que estaba haciendo para que nadie viera que odiaba la casa que el padre de Mike les había regalado. Un edificio enorme de ladrillo rojo con cinco dormitorios, tres cuartos de baño y un acre de jardín que tendría que cuidar cuando no estuviera planchando o cocinando.

Mike y ella no habían llegado a una decisión sobre dónde iban a vivir. Ni en su apartamento ni en el de él. Los dos eran convenientes, céntricos, perfectos para una pareja. Y entonces… ¡plaf! Una invitación de los padres de Mike para comer en el campo, al lado de aquella casa infernal. La clase de mansión digna de una perfecta ama de casa, no una mujer que acababa de conseguir el trabajo de sus sueños. Eso, si no se casaba el sábado.

Willow estaba empezando a ver que, como esposa de Mike, no podría seguir haciendo su vida.

Willow Blake desaparecería para convertirse en la esposa de Mike Armstrong, heredero del propietario de una editorial. Y, con el tiempo, se convertiría en la madre de los correspondientes 2,2 niños, con una vida dedicada a las causas benéficas. En diez años, se habría convertido en su gran pesadilla, una copia perfecta de su madre.

Seguiría trabajando durante un tiempo, por supuesto, pero el periódico solo le encargaría crónicas sociales, entrevistas con celebridades locales y cosas por el estilo. Hasta que llegaran los niños. Aquella casa tenía que estar llena de niños. El padre de Mike ya hablaba de uno de los dormitorios como de «la guardería». Como si la decoración infantil no les hubiera dado una pista.

Y en cuanto a Mike, Willow no sabía lo que pensaba. De repente, se había vuelto distante, raro.

Y por eso, la carta en la que le ofrecían el trabajo de sus sueños seguía en su bolso, sin ser contestada. Era su salvavidas.

 

 

–Es una casa… más bien grande, Mike. No es tu estilo. No se parece nada al taller de Maybridge –estaba diciendo Cal.

–Eso depende de lo que uno considere grande –replicó Michael Armstrong, intentando cortar cualquier discusión sobre su estilo de vida. Cal era su mejor amigo y se conocían demasiado bien–. Willow creció en una mansión de diez habitaciones.

La emoción de Willow al ver la casa que les había regalado su padre lo había hecho darse cuenta de que no podía dar marcha atrás.

–Ya. Bueno, si a los dos os gusta, eso es todo lo que importa –dijo Cal–. ¿Cuándo vais a mudaros?

Mike miró la monstruosidad de casa que su padre le había regalado. Ni siquiera le había consultado antes de hacerlo porque sabía cuál sería la respuesta. El viejo zorro había dejado que Willow hiciera el trabajo sucio por él. Y como a ella le había encantado el regalo, Mike había tenido que tragarse un «no, gracias, papá». No podía rechazar aquel regalo.

Dándose cuenta de que Cal lo estaba mirando con cara de preocupación, Mike intentó sonreír.

–La casa estará lista cuando volvamos de la luna de miel.

–No pareces muy… –su amigo dudó, como buscando la palabra apropiada– optimista –dijo por fin. Pero Mike no aceptó la invitación para sincerarse–. Muy bien. Seguro que Willow y tú podéis vivir sin moqueta durante un mes. Y no hay prisa en amueblar la habitación de los niños –añadió, intentando aliviar la tensión–. A menos que haya algo que no me has contado. Eso explicaría el retorno del hijo pródigo.

–Mi padre estuvo unos días en el hospital. Por eso volví –explicó Mike–. Nunca fue mi intención quedarme en Melchester.

–Hasta que conociste a Willow –asintió Cal–. ¿Sabe ella que no piensas seguir con el periódico? Solo lo pregunto porque cuando estuvimos tomando una copa la semana pasada, tuve la impresión de que te veía como el empresario del año –añadió–. No le has contado lo de Maybridge, ¿verdad?

–Ocúpate de tus asuntos, Cal.

–Voy a ser testigo de tu boda. Esto es asunto mío.

–Ya la conoces. Willow pertenece a una de las mejores familias del país. Solo estaba haciendo tiempo escribiendo artículos de sociedad en el periódico hasta que uno de los amigos de su padre le ofreciera convertirse en Lady Algo.

–¿Perdona? ¿Has leído algo de lo que tu novia escribe en el periódico?

–Vivo con el Chronicle, Cal. Pero no estoy preparado para dormir con él –murmuró Mike–. Bueno, vale. Si dieran premios por escribir sobre la Asociación de Jardines locales, ella se los llevaría todos, pero supongo que entenderás por qué no le he pedido que se instalara en mi taller de Maybridge y viviera de lo que gano con mis propias manos.

–¿Lo que no estás dispuesto a hacer por tu padre estás dispuesto a hacerlo por amor? Si yo estuviera en tu pellejo, admito que haría lo mismo –sonrió Cal–. Quizá la guardería debe ser una prioridad después de todo.

–Mi padre cree que ha sido sutil dándonos pistas.

–¿El infarto no ha conseguido calmarlo?

–¿Infarto? Estoy empezando a sospechar que no era más que una indigestión.

Pero había conseguido lo que quería. Mike había vuelto a casa a toda prisa para dirigir el Chronicle y la revista Country Chronicle mientras su madre se llevaba al viejo Armstrong de vacaciones. Unas largas vacaciones. Debería haber salido corriendo cuando su padre, que odiaba ir de vacaciones, aceptó hacer un crucero de seis semanas.

–No sé. Quizá estoy siendo demasiado cínico. Fuera lo que fuera, le ha recordado que también él es mortal.

–¿Eso es todo? ¿No hay ningún otro problema?

Mike se pasó la mano por la cara.

–Bueno, tengo que cortarme el pelo antes del sábado –contestó, intentando apartar de sí aquella sensación de angustia.

Amaba a Willow. Ella había sido la única luz en la oscuridad cuando se vio obligado a volver a casa y tomar las riendas del negocio familiar.

Había entrado en la oficina aquella mañana, con un ánimo tan negro como la tinta del periódico, cuando se chocó con ella. El móvil que Willow llevaba en la mano había caído al suelo y después de comprobar que no se había roto, ella lo miró con expresión furiosa.

–¿Por qué no mira por dónde va?

Mike había estado a punto de replicar que era ella quien no miraba cuando, de repente, todo pareció pararse, incluido su corazón. Entonces Willow había sonreído, burlona.

–Ah, perdón. Qué mal educada soy. No se le debe gritar al jefe hasta, al menos, haber sido presentados. Porque tú eres Michael Armstrong, ¿verdad? Hay una fotografía tuya en el despacho de tu padre y…

–Mike –corrigió él, cuando consiguió despegar la lengua del paladar–. Y no soy el jefe. Solo voy a ocupar el puesto de mi padre durante unas semanas.

–Muy bien, Mike. Yo soy Willow Blake –sonrió ella, ofreciendo su mano–. Adiós. Llego tarde.

Mike se quedó mirándola con una sonrisa que hubiera hecho sentir complejo de inferioridad al gato de Alicia en el país de las maravillas.

Él solo había querido flirtear un poco. Y ella lo había mantenido a raya durante más tiempo del que esperaba. La caza había sido divertida y atraparla fue… como encontrar algo que hubiera perdido mucho tiempo atrás. Pero la había perseguido como Michael Armstrong, el jefe provisional del periódico para el que ella trabajaba. Willow era una chica difícil y Mike había tenido que echar mano de todas sus armas.

Cuando por fin la consiguió, no le pareció necesario explicar que solo estaba en Melchester provisionalmente.

Y entonces le había pedido que se casara con él.

Y lo había dicho de verdad.

El «sí» de Willow casi lo hizo gritar: «¡Que paren las máquinas… que cambien la primera página… tengo una gran noticia!». Y eso ahogó una vocecita en su interior que le decía que Willow creía estar a punto de casarse con el heredero de un imperio editorial. No un hombre que, en su vida real, vivía en lo que una vez había sido un establo. Un sitio en el que su vida era completamente diferente.

¿Tenía miedo de que ella no amara al verdadero Michael Armstrong? ¿Por eso no se lo había contado?

Una vez que su padre los había llevado a la casa, con el plano envuelto en papel de regalo, era demasiado tarde.

–Solo tienes una vida, Mike –dijo Cal, interrumpiendo sus negros pensamientos–. Tienes que vivir tu sueño. Se supone que es la novia la que debe estar nerviosa.

–Te aconsejo que esperes a que te pase a ti antes de decir esas cosas.

–A mí me parece que estás empezando a arrepentirte.

Mike se sintió tentado de confesarle su angustia, pero las cosas habían ido demasiado lejos.

–Pensaba que sería más fácil. Pensaba que casarse solo consistía en llegar a tiempo a la iglesia y no perder los anillos.

–Puedes dejarme esos detalles a mí. En cuanto al resto… –Cal miró su reloj–. Es casi la hora de comer. ¿Por qué no vas a buscar a Willow y os tomáis la tarde libre para dedicaros a… lo que más os guste?

–No tengo tiempo. Voy a estar alejado del negocio durante un mes –contestó Mike. Aunque no iba a seguir siendo «el negocio», sino «su negocio». Se conformaría y aceptaría dirigir el periódico. Y su padre firmaría los papeles de cesión en cuanto la tinta del registro civil se hubiera secado.

 

 

–¿Mike?