Vidrios empañados - Ximena Güiraldes Camerati - E-Book

Vidrios empañados E-Book

Ximena Güiraldes Camerati

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Beschreibung

Ximena Güiraldes nos regala un mundo donde las verdades se ocultan detrás de Vidrios empañados de sudor, de suspiros, de jadeos, de lágrimas. Y como nos cuenta tan bien esas verdades a medias, sabe cuándo limpiar de un manotazo aquellos vidrios para dejarnos ver lo que está al otro lado: realidades humanas que se narran a través de indicios leves o revelaciones contundentes. Ximena es además una creadora que se deja guiar por la brújula de sus tripas y que no necesita de grandes aspavientos para regalarnos su arte. Es imposible escapar de su prosa directa, vertiginosa y muy, muy visual. Leerla es un gozo que, como todo placer, nos deja deseando más. José Ignacio Valenzuela, escritor. A la manera de un collage, este conjunto de relatos se mueve por mundos variopintos, que componen el imaginario de la autora y que brindarán al lector un viaje parecido al de una discreta montaña rusa, discreta porque aun cuando alguna de estas historias podrían valerse de la pirotecnia o de la estridencia para ser contadas, Ximena, amparada en esa elegancia irrenunciable que la gobierna, ha optado por un camino menos vociferante, más quitado de bulla, lo que no quita un ápice de contundencia a todo el volumen. En Vidrios empañados el lector encontrará cuentos que, seguramente, habrán de incomodarlo; cuentos en los que hay una mirada crítica a la norma que suele regir la vida de una mayoría. Muchas veces, estos funcionarán como un espejo donde nos veremos a nosotros mismos, algo deformados por el prisma con el que observa el mundo la autora. "Prólogo", Marcelo Simonetti, escritor.

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VIDRIOS EMPAÑADOSAutora: Ximena Güiraldes Camerati Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago, Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Ilustración de portada: Ricardo Güiraldes Primera edición: noviembre, 2023. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 2023-A-6235 ISBN: Nº 9789563386899 eISBN: Nº 9789563386905

A mis hijas Valentina y Daniela.

Prólogo La elegancia y la contundencia

Recuerdo haber escuchado por primera vez un cuento de Ximena Güiraldes hace no más de un año, en el marco de un taller que dictaba. Me acuerdo con claridad de la sensación que experimenté a medida que lo oía: a las pocas líneas la historia me había atrapado y tuve la certeza de que iba a permanecer en ella hasta que llegara el final. Ese cuento se llama «Carmen» y es el que abre este libro. La sutileza en la narración y la descripción viva, sencilla, se advierten desde las primeras líneas: «Bajo la mesa del comedor miro cómo caen al suelo los pedazos de tela mientras mi mamá va cortando los trajes para la función». Una oración simple, sin efectismos, que se sostiene a partir de esos trazos de tela que parecen llover desde lo alto ante esa mirada infantil. Lo que sigue tendrán que leerlo, pero desde ya debo decir que hay cuentos –o escenas de esos cuentos– que han de acompañarnos durante mucho tiempo, sino toda la vida, y que «Carmen» es uno de esos.

Me asalta la tentación de seguir hablando de ese cuento, de subrayar la importancia de ciertos gestos, de la pasión que rezuman sus líneas, del dramático giro que toma la historia casi sobre la última oración. Prefiero detenerme, porque aquello sería injusto para con Ximena y también para con los otros cuentos que dan forma a Vidrios empañados. Por ejemplo, en «Soliloquio de tres minutos», la autora nos ofrece una particular forma de la felicidad vista a través de los ojos de una trabajadora sexual que narra un encuentro con un cliente. El punto de vista, los detalles y las descripciones –del estilo de «los calzoncillos anchos y plomizos como peces descompuestos»– revelan el oficio de una escritora sin prisas, que ha ido puliendo su talento con dedicación y prudencia.

A la manera de un collage, este conjunto de relatos se mueve por mundos variopintos, que componen el imaginario de la autora y que brindarán al lector un viaje parecido al de una discreta montaña rusa, discreta porque aun cuando alguna de estas historias podrían valerse de la pirotecnia o de la estridencia para ser contadas, Ximena, amparada en esa elegancia irrenunciable que la gobierna, ha optado por un camino menos vociferante, más quitado de bulla, lo que no quita un ápice de contundencia a todo el volumen.

En Vidrios empañados el lector encontrará cuentos que, seguramente, habrán de incomodarlo; cuentos en los que hay una mirada crítica a la norma que suele regir la vida de una mayoría. Muchas veces, estos funcionarán como un espejo donde nos veremos a nosotros mismos, algo deformados por el prisma con el que observa el mundo la autora.

No es un libro fácil, aunque haya historias en las que podremos advertir algo parecido a la ternura. Sin ir más lejos, el cuento que da nombre al libro refiere una historia de infancia en la que la amistad y el bullying se entremezclan para ofrecernos un desenlace donde el arrepentimiento y la empatía se funden en un broche que, seguramente, dibujará una sonrisa en el lector.

En «Tarde de viernes», «Muchacha con corbata negra» y «El Floridita» asistimos a encuentros extraños en los que la atracción toma diferentes formas. Se trata de encuentros en los que el delirio y la ensoñación entran al ruedo para condicionar las tramas y modificar esas aproximaciones entre dos seres. Es en estos cuentos donde es posible confirmar el talento de la autora para articular atmósferas hasta cierto punto enrarecidas que preparan el terreno para finales que si bien suelen ofrecer ese golpe de nocaut que caracteriza al cuento clásico también invocaran la participación del lector para poder amarrar los cabos que Ximena va dejando sueltos, ejercicio sustantivo para la comprensión de la historia.

Dicho esto, que el lector –o la lectora– no espere cuentos obvios, predecibles, facilistas. Si de verdad quiere apreciar la valía de este libro, deberá poner un poco de su parte. En la tradición del género breve nos encontramos con autores y autoras que prefieren no dejar espacios ambiguos o zonas nebulosas, que asumen la autoría como un trabajo individual, exclusivo. Pero también hay quienes prefieren que haya una coautoría, escritores y escritoras que escriben a partir de lo que no se dice, de los silencios, de las alusiones y los sobreentendidos, y que dejan a los lectores la tarea de leer entre líneas, para dar sentido, interpretar símbolos, tender puentes entre una realidad y otra.

Ximena es de estas últimas.

Su prosa, ya está dicho, no es excesiva ni grandilocuente. Y se maneja bien tanto en las distancias cortas como en los argumentos de más largo aliento. En «El reposo del guerrero» nos ofrece una historia de amor en tiempos de un Chile turbulento. Aunque tal vez la palabra amor no sea la más precisa. Como fuere, valiéndose de una historia lateral, Ximena se las arregla para ofrecer un punto de vista de lo que fue el Golpe, esa herida lacerante que sembró una grieta que hasta el día de hoy recorre Chile y que borró para siempre un proyecto que se hizo de sueños y odiosidades.

Llegado a este punto debo confesar que soy enemigo de los prólogos, que no me gustan, porque ofrecen una intercesión, casi siempre innecesaria, en un baile que debiera bailarse solo de a dos –autor/a y lector/a–. Si he accedido a terciar en este caso ha sido solo porque no soy egoísta, porque he aprendido que lo bueno si se comparte es dos veces bueno y porque me hace ilusión que los lectores y las lectoras descubran a una autora que había preferido el silencio, la escritura a puertas cerradas, el espacio íntimo. Bienvenida al mundo de la letra impresa, Ximena Güiraldes.

Marcelo Simonetti, escritor.

Carmen

Bajo la mesa del comedor miro cómo caen al suelo los pedazos de tela mientras mi mamá va cortando los trajes para la función.

La música suena fuerte y con mi abuela vamos siguiendo las estrofas que conozco de memoria de tanto que las hemos escuchado, L’amour est un oiseau rebelle; mi tía parece seguirnos con el pedal de la máquina de coser.

Escojo los pedazos de seda roja, los rasos amarillos, las gasas más transparentes y las tiras de encaje negro que encuentro en el canasto costurero. Son tan suaves que se me resbalan de los dedos cuando trato de amarrarlas a la cintura de las muñecas españolas que mi abuela tiene sobre la cómoda de su dormitorio. Las dejo para mirar cómo ordena encima de la cama los trajes de soldados, cigarreras, toreros y gitanas que terminó de planchar. Trato de ponerme uno de los vestidos, el más lindo de todos, pero es tan largo que me enredo entre los vuelos y no sé cómo sacármelo. Mi abuela llega en mi ayuda y le pido que no me acuse a mi mamá. En la tarde vamos al teatro a entregar el vestuario y me dicen que nos vamos a quedar hasta la noche para ver el ensayo de la función.

Me da hambre y mi abuela me lleva a un negocio cercano para comer; me cuenta, como siempre, que la ópera era su vida pero que perdió la voz por un mal amor. Cuando volvemos al teatro ayudo a mi mamá a abrocharles las chaquetas a los soldados mientras se visten en el camarín. Un torero me pregunta si me gusta la ópera y yo le digo que sí con la cabeza; me sonríe y me dice que tengo cara de artista; luego me abraza fuerte y saca un dulce de menta del bolsillo del pantalón, me lo pone en la boca y me quedo con él ayudándolo a vestirse, porque ya está por empezar la función. Le pido permiso a mi abuela para quedarme al lado del escenario y cuando suben las cortinas siento que el corazón se me sale por la boca, porque la música empieza a sonar tan fuerte que me asusta; es como si me bajara por la garganta y se quedara sonando dentro del pecho y parece que yo no fuera yo, o que estoy soñando: todo es nuevo y maravilloso: los trajes de los toreros, las lentejuelas que brillan como mariposas al sol y las voces altas que suben, suben y suben, como si nunca fueran a bajar y, finalmente, cuando ella aparece, un frío me baja por la espalda; quiero aprender a bailar como ella, a mover la pollera como si fuera un paraguas que se abre y se cierra al compás de la música y a girar las manos que se cruzan de distintas formas. Entonces trato de hacer lo mismo, porque aquí nadie puede verme, y decido que quiero ser gitana: de labios rojos y pelo largo que me caiga por la espalda, con ojos grandes y oscuros, para mirar al torero, así como ella lo mira, L’amour est un oiseau rebelle, y no puedo aguantar las ganas de llorar cuando aparece el cuchillo brillando bajo las luces y ella cae al suelo y ya no vuelve a levantarse. Mi abuela tiene que sacarme a tirones del escenario para volver a la casa. Le digo que todavía no ha terminado la función y me voy llorando por la calle, pero ya en el bus le pido a mi mamá que me haga un vestido de gitana y le digo que quiero llamarme Carmen. No me contesta, solo mira indignada a mi abuela y le dice fuerte, sin importar que la oigan, que mañana mismo irá al colegio para internarme, porque con puras mujeres en la casa y con todo lo que ella me consiente, el niño le va a salir maricón.

Vidrios empañados

Ese fin de semana había llovido sin parar y apenas se veían los enormes charcos del patio del colegio a través de los vidrios sucios y empañados del dormitorio de los internos. Daban ganas de escribir en ellos palabras secretas y dibujos prohibidos ahora que estaba solo. Como la sala de estudios estaba llena de baldes por las goteras, tuve que quedarme todo el tiempo encerrado sin salir a jugar, se escuchaba solamente el sonido de la lluvia, a veces tan fuerte, que parecía como si el techo se fuera a caer.

Esa mañana, cuando el hermano Urquijo apareció en la sala con el pantalón empapado y arremangado hasta las rodillas, por sacar las vallas de saltos que habían quedado en el patio, Arredondo dijo que el hermano se había meado, y todos estallamos en carcajadas, y el hermano nos fue a acusar al padre rector.