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"Voy caminando hacia mi origen" es una obra conmovedora y profundamente personal del autor Miguel Ángel Sánchez Nagüel. En este libro, Sánchez Nagüel nos lleva en un viaje a través de la búsqueda del origen de su familia y su identidad como miembro del pueblo originario de los mapuches. A partir de un sueño sobre su abuelo materno, Aniceto Nagüel, el autor comienza una investigación exhaustiva en archivos y bibliotecas de toda Argentina y otros países para descubrir la verdad sobre su pasado. A lo largo del camino, aprende sobre la historia y la cultura de los mapuches, y se reconecta con su identidad como miembro de este pueblo originario. Este libro es un homenaje a los indios amigos de La Barrancosa (Bragado) y a los ancestros del autor. Con una prosa emotiva y sincera, "Voy caminando hacia mi origen" es una obra que no dejará indiferente a ningún lector interesado en la historia y la cultura de los pueblos originarios de Argentina.
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Seitenzahl: 104
Veröffentlichungsjahr: 2023
Miguel Ángel Sánchez Nagüel
Sánchez Nagüel, Miguel ÁngelVoy caminando hacia mi origen / Miguel Ángel Sánchez Nagüel. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3986-1
1. Narrativa. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
AGRADECIMIENTOS
VOY CAMINANDO HACIA MI ORIGEN
LINAJE
CONQUISTA DEL DESIERTO
LA CONSTRUCCIÓN DE LA REPÚBLICA
EN LAS PAMPAS ARGENTINAS
PREPARATIVOS DE LA CONQUISTA DEL DESIERTO
LA GUERRA DEL NEUQUÉN
ANEXO
A mis hijos Ariel y Martín y a su mamá.
A María, por ser parte de este gran sueño.
También agradezco a mis compañeros y amigos de trabajo. A Claudio Garderez. Pedro González. Marcelo Gómez. Fernando García. Leonardo Santolini. Diego Noriega. A Juan y Norma. Ariel Oviedo. Darío Roger. A Susana Donisio y Marcela. A Elvira Barrera. También a toda la comunidad no docente y autoridades de la Facultad de farmacia y bioquímica de Buenos Aires.
Agredecimiento a aquellos que con su gran energía me acompañan desde donde están. A mi padre Alfredo Sánchez. A Fabiana. A Daniel Alfredo. A Ángela Tanunsio. A Aniceto Nagüel. A Trinidad Maronta. A Rolando y a Gigliola.
Este libro es un simple homenaje a los indios amigos de la barrancosa. En memoria de mis ancestros. Gabriel Nagüel. Santiago Nagüel. Tomás Nagüel. Martín Nagüel. Lapin Nagüel. Flora Nagüel de Manquepi.
Todos mis ancestros están en mí.
He decidido escribir mi historia, el camino que hice para llegar a mi identidad, qué palabra identidad, saber quién soy, de dónde vengo y poder decir soy… o yo soy.
Todo comenzó el veinte de marzo de 2011, una noche después de un día de trabajo normal, luego de un rato de mirar televisión me dormí, tuve un sueño muy profundo y en él apareció mi abuelo, Aniceto Nagüel, un hombre de mirada baja, callado, trabajador del puerto y con la responsabilidad de criar once hijos, entre ellos mi madre Carmen Nagüel.
En mi adolescencia supe que mi abuelo era indio, solo eso y nadie sabía nada más. Nacido en Bragado, provincia de Buenos Aires, a unos doscientos veinte kilómetros de capital federal, ese hombre de quien les hablo era mi abuelo, quien hace quince años ya no está, nunca voy a olvidarme cuando lo vi antes de partir de este mundo, sus últimas palabras fueron: —Mamita querida— nombraba a mi bisabuela Cornelia Sánchez. Sigo contándoles sobre mi sueño, ahí estaba él, con un pullover color verde, parado a mi lado tan natural, yo sentado en un sillón, me habló y me dijo muy claro…
—Vamos hijo, vamos a tomar el colectivo, se nos va.
Me tomó de la mano y me fui con él, en ese momento me desperté, pero no lo hice angustiado, me sentí muy contento porque nunca había soñado con él.
Después de ese sueño pasaron unos días y empezó mi inquietud por saber de dónde era mi abuelo, de qué tribu. El mismo día llamé a mi madre y le pregunté, ella me contestó que solo sabían, junto a sus hermanos, que era indio, pero no de qué pueblo originario.
En mi corazón empecé a sentir algo muy raro, ganas de viajar a donde él había nacido, le pregunté a mi madre si tenía primos en Bragado y me dijo que sí, pero que hacía muchos años que no los veía, pregunté cómo hacer para ir al pueblo donde nació y me pidió unos días para tratar de conseguir alguna dirección o algo para poder ponernos en contacto.
Dentro de mí tenía muchas ganas de saber sobre su origen y su historia y a la vez pensaba, ¿que habrá querido decirme en ese sueño? Pero solo tenía un objetivo, viajar a Bragado, empezaba el camino para saber de su pasado, de lo que nunca contó y se llevó con él.
Después de unos días empecé a planificar el viaje a la tierra que lo vio nacer, pero solo tenía un contacto, una prima de mi madre que yo ni conocía, un viaje con muchas preguntas y un lugar que nunca había pisado.
Fueron cinco horas de viaje, pensando qué sentiría al conocer el lugar donde vivió con sus hermanos y mi bisabuela, imaginé que empezaba el camino hacia mi identidad, así empezó mi historia y conocí la de mis ancestros.
Al llegar, me estaba esperando la prima de mi mamá, no era difícil reconocerla, el parecido con mi abuelo era claro, tiene la piel del color de la arcilla, nos saludamos como si nos conociéramos desde siempre.
Nos hicimos las preguntas típicas y nos fuimos para su casa que estaba a pocas cuadras de la estación, llegamos, saludé a sus hijos, tomamos unos mates, y empezaron las preguntas, me contó que mi mamá había estado en el pueblo hasta los diez años. Después de charlar un buen rato, su esposo me dijo si quería ir al campo, le pregunté a qué campo y me dijo: vamos a la Barrancosa, donde nació tu abuelo y donde viven todavía Tito y Dulio, que son los únicos que quedaron en ese lugar.
Así que nos fuimos hacia allá, queda a diez kilómetros de Olascoaga, pero en ningún momento se habló de indios, al llegar me encontré con un lugar con mucho verde, barrancos, solo se escuchaba el canto de los pájaros, el camino de tierra, parecía que nunca íbamos a llegar. De repente, una casa semidestruida por el paso del tiempo, nos detuvimos, bajamos y mi prima me comentó que ese era el colegio donde iba mi abuelo, una construcción de ladrillos pegados con barro y piso de tierra, donde las mulitas y otros animales hicieron cuevas, sentí una sensación de alegría, saber que mi abuelo había estado allí...
Después de un rato fuimos hacia donde estaba la casa de mis bisabuelos, a unos kilómetros de la escuela, estaba sin reaccionar, al llegar me emocioné y no pude contener las lágrimas, no podía creer que estaba ahí.
Bajamos, empecé a caminar, solo habían quedado pastizales, al costado un rancho de ladrillos de adobe, era la casa del hermano de mi abuelo, Juan Nagüel, quien fue el último en fallecer.
Le pedí a mi prima que me dejara un momento solo y me quedé observando la casa, cuánta historia guardada en esas paredes, cuántos secretos se llevó Juan con él, qué pena no poder conocerlo, falleció tres años atrás.
Nos retiramos de la casa y mi prima me dijo:
—¡Yo sabía que ibas a venir a estas tierras!
Me quedé mudo, después de un rato le pregunté:
—¿Cómo que sabías, si nunca nos vimos antes?
Y ella respondió:
—Me lo dijo el cacique de la comunidad mapuche de Olascoaga.
Me quedé sin palabras, no registré lo que me había dicho, después de unos minutos pregunté...
—¿El abuelo era mapuche?
Y ella me contestó:
—¡Sí, era mapuche!
Mi asombro era terrible, todavía no podía asimilar lo que estaba pasando y viviendo; le volví a preguntar qué le dijo el cacique y me contestó que iba a llegar una persona de Buenos Aires, un pariente que nunca había visto, alguien que iba a contar la historia, juro que me quedé asombrado, yo diría paralizado.
Después mi prima me llevó a ver a los primos de mi abuelo, Dulio y Tito; el primero un hombre de unos setenta y cinco años y el segundo ochenta y seis, son las únicas personas que viven en la Barrancosa, cuando me vieron preguntaron:
—¿Este muchachito?
Mi prima les dijo que era el nieto de Aniceto y los saludé, hombres de muy pocas palabras, me pregunté cómo hacían para vivir en ese lugar tan alejado de todo, campo y más campo, ellos, sus animales, gallinas, chanchos y un caballo, una radio antigua...
Tito no hablaba y Dulio muy poco, estuvimos un buen rato, tomamos unos mates y después nos fuimos hacia Olascoaga, que queda a unos cinco kilómetros de allí a conocer al cacique y a una prima que también vive allá, en el camino vi dos o tres construcciones muy antiguas, una vieja y destruida tapera o antiguo almacén, según me dijeron, y un establo destruido por el tiempo, solo quedaron algunos tablones y chapas viejas, el paisaje mostraba sembrados de trigo, soja y algunas lagunas.
Al llegar al lugar donde estaba el cacique vi unas cuantas casas, conformaban un pequeño pueblo y una vieja estación de tren olvidada en el tiempo con un tanque de agua muy viejo, las casas eran antiguas y muy humildes, un colegio, una sala de primeros auxilios, una capilla de madera y una imagen de Ceferino Namuncurá, parecía un pueblo del oeste, como de cuento; bajamos del vehículo y nos dirigimos a la estación, ahí mi prima llamó al cacique y me lo presentó, le dijo que yo era la persona que él había dicho que llegaría, el nieto de Aniceto Nagüel y me dijo que él jugaba con mi abuelo cuando eran chicos.
Yo no dejaba de asombrarme, me siguió diciendo muy sonriente que mi tatarabuelo era indio amigo del ejército, el sargento Nagüel, me confundía, no entendía nada, era todo tan inesperado para mí,tanta información junta, ignorada por mí. Después de un rato nos fuimos a la casa de la hermana de mi prima, que estaba a dos cuadras de allí.
La casa es también muy humilde, hay un reloj de sol, el agua se saca con una bomba antigua, los chicos juegan en la calle sin ningún peligro, con juguetes hechos de madera y los más grandecitos montan a caballo,un lugar que no está contaminado por la tecnología, hay corrales, chanchos, ovejas, gallinas,una huerta donde siembran verduras, cocina a leña que en invierno se usa también de estufa, gente muy pobre pero buenaza, que ofrece lo que tiene y predispuesta para atenderte, pareciera como si estuviera en una película.
Después de charlar un buen rato volvimos a Bragado, después de cenar vino la mateada y entonces empecé a preguntar sobre los indios, me contaron que el abuelo de ellas, quien era mi bisabuelo Tomás (también era la primera vez que oía ese nombre) era indio amigo, fue hasta su dormitorio y me trajo un libro escrito por una sobrina del cacique de Olascoaga, el nombre del mismo es “Mis ancestros”, lo ojeé un poco pero no le presté mucha atención en ese momento, también me mostró unas fotos de su padre y de mi abuelo.
Pasaba todo tan rápido, que para mí era difícil de asimilar, era todo como un sueño.
Al día siguiente fuimos a visitar a la esposa del hermano menor de mi abuelo, Aida, una mujer de más de ochenta y cinco años, encorvada, de cabello blanco, una mujer curtida por la vida, muy amable, me preguntó por mi madre, me contó anécdotas e historias de la Barrancosa, donde vivió toda su vida, donde tenía su casa, sus animales, su huerta, la tenía tomada de las manos, es algo tan especial Aida, me contó que desde que tenía trece años se tuvo que hacer cargo de cinco hermanos pequeños, su padre falleció joven, limpiaba casas y lavaba ropa para afuera, con eso mantenía a los chicos, se le llenaban los ojos de lágrimas mientras hablaba, no podía evitar ponerme mal, en un segundo cambié la conversación porque la abuela se estaba poniendo triste al recordar su infancia tan difícil. Para salir de ese momento, le pregunté por su esposo Juan, el hermano más chico de mi abuelo, empezó por decirme que era un indio duro, terco y muy trabajador, le dije que me hablara de los indios de la Barrancosa, pero dijo que él no contaba nada de eso, que mi bisabuela Cornelia, quien falleció a la edad de ciento un años, le había dicho muy poco, como por ejemplo, que Tomás Nagüel había luchado en varias guerras, que el que sabía más era Juan, pero que no le gustaba hablar del tema; así que seguía como al principio sin tener casi nada de información, lo único que sabía era que eran mapuches, pero no reaccionaba ante esa palabra, ni siquiera sabía qué significaba. Al marcharnos de la casa de la abuela, prometí volver y nos despedimos con un gran abrazo.
Charlando con mi prima, le pedí que si tenía alguna información o algo, me enviara un mensaje o un correo electrónico, hacia dos días que estaba en Bragado y el domingo temprano debía volver a Buenos Aires; así que para despedirnos, comimos un asado con la familia donde hablamos de todo un poco, pero no tocamos el tema de los indios, la noche paso rápido y a la mañana siguiente tomamos unos mates y mi prima y su marido me llevaron a la terminal de micros, llegó el momento de irme, así que nos despedimos.