Vuelve a casa conmigo - Brenda Novak - E-Book
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Vuelve a casa conmigo E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

Cuando Presley regresó a Whiskey Creek con su hijo, tras dos años de ausencia, su vida había cambiado por completo. Había conseguido reconciliarse con el pasado y superar una conducta conflictiva, producto de una infancia difícil. Por fin pudo regresar a aquel pequeño pueblo que era lo más cercano a un hogar que había conocido nunca. Solo había un inconveniente. Aaron Amos seguía viviendo allí. A pesar de lo mucho que lo había intentado, Presley no había sido capaz de superar su dependencia de él. Y al volver a verle, empeoró aquel sentimiento. Pero esperaba ser capaz de resistirse, porque no podía volver a caer en sus brazos… ni en su cama. Había llegado demasiado lejos como para recaer. Y, además, guardaba un secreto. Un secreto que estaba dispuesta a proteger a cualquier precio.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Brenda Novak, Inc.

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Vuelve a casa conmigo, n.º 96 - febrero 2016

Título original: Come Home to Me

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7829-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S. L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Sumário

Los editores

Dedicatoria

Reparto de personajes de Whiskey Creek

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Si te ha gustado este libro…

 

En Vuelve a casa conmigo, Brenda Novak nos hace reflexionar sobre la responsabilidad, la lealtad y las consecuencias que puede tener ocultar la verdad.

Una historia conmovedora, rebosante de pasión y esperanza, donde destacan los personajes.

Los protagonistas son seres marcados por la adversidad, vidas truncadas llenas de secretos y tragedias. Aunque Aaron Amos y Presley Christensen tuvieron problemas en el pasado, ambos han hecho un extraordinario esfuerzo para superar sus problemas y hacer algo de provecho con sus vidas. Sin embargo, todavía les queda un largo camino por recorrer antes de encontrar el amor y la felicidad.

Veremos si lo consiguen, disfutando de esta sorprendente novela que tenemos el placer de recomendar a nuestros lectores,

Feliz lectura

 

Los editores

 

A mi padre.

Aunque te perdí cuando apenas tenía veinte años, tu amor me ha ayudado a salir adelante.

Reparto de personajes de Whiskey Creek

 

Personajes principales

 

Aaron Amos: el segundo de los hermanos Amos (uno de los famosos Temidos Cinco); trabaja con Dylan y sus hermanos en un taller de chapa y pintura. Tuvo una relación sentimental con Presley Christensen.

Cheyenne Christensen: ayuda a Eve Harmon a dirigir el hostal Little Mary (anteriormente llamado Gold Nugget). Está casada con Dylan Amos, propietario de Amos Auto Body, un taller de chapa y pintura.

Sophia DeBussi: dejó plantado a Ted Dixon años atrás para casarse con Skip DeBussi, un gurú de las inversiones que con el tiempo se reveló como un fraude. Es la madre de Alexa. Recuperó su relación con Ted y ahora está comprometida con él.

Gail DeMarco: propietaria de una agencia de relaciones públicas en Los Ángeles. Casada con la estrella de cine Simon O’Neal.

Ted Dixon: escritor superventas de novelas de suspense.

Eve Harmon: Dirige el hostal Little Mary’s, que es propiedad de su familia.

Kyle Houseman: propietario de un negocio de paneles solares. Estuvo casado con Noelle Arnold.

Baxter North: agente de bolsa en San Francisco.

Presley Christensen: antigua «chica mala». Dejó el pueblo dos años atrás y ahora ha regresado. Madre de Wyatt.

Noah Rackham: ciclista profesional. Propietario de la tienda de bicicletas It Up. Está casado con Adelaide Davies, chef y directora del restaurante Just Like Mom’s, propiedad de su abuela.

Riley Stinson: contratista de obras.

Callie Canetta: fotógrafa. Casada con Levi McCloud/-Pendleton, veterano de Afganistán.

 

 

Otros personajes habituales

 

Los hermanos Amos: Dylan, Aaron, Rodney, Grady y Mack.

Olivia Arnold: es el verdadero amor de Kyle Houseman, pero está casada con Brandon Lucero, el hermanastro de Kyle.

Joe DeMarco: hermano mayor de Gail De Marco. Propietario de la gasolinera de Whiskey Creek Gas-n-Go.

Phoenix Fuller: encarcelada. Madre de Jacob Stinson, que está siendo criado por Riley, su padre.

Capítulo 1

 

Aaron Amos también estaba en la librería. Presley lo supo por el cosquilleo que recorrió su columna vertebral. A lo mejor había reconocido inconscientemente su voz en medio de las conversaciones de los otros, o quizá existiera de verdad algo así como un sexto sentido, porque cuando se volvió y miró a través de la abarrotada librería, pudo confirmar lo que su cuerpo ya le había dicho. Aaron estaba de pie en uno de los laterales del establecimiento, ligeramente apartado y mirándola directamente a ella.

Habían pasado dos años desde la última vez que le había visto y prácticamente el mismo tiempo desde la última vez que había compartido su cama. Pero tenía la sensación de que había sido mucho más. El embarazo y los dieciocho primeros meses de vida de su hijo habían sido duros, más duros que todo lo que había vivido hasta entonces, que era mucho en el caso de una mujer que había pasado la infancia viviendo en moteles y coches.

Aunque cuando había decidido regresar a Whiskey Creek era consciente de que podría encontrarse con Aaron y había intentado prepararse para aquel momento, sus ojos se volvieron hacia él como si Aaron poseyera un potente imán y la atrajera en contra de su voluntad. Después, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no caer de espaldas; la visión de Aaron la golpeó con la fuerza de un puñetazo en el pecho.

¡Maldita fuera! Su reacción, la respiración atragantada en la garganta, el nudo en el estómago… ¡era ridícula! ¿Por qué no podía superar su pasado con Aaron?

Apretó los dientes, apartó la mirada y se deslizó tras la gente que hacía cola para conseguir que Ted Dixon le firmara un libro. Ella era una gran admiradora del trabajo de Ted. Cuando se había mudado a Fresno para comenzar una nueva vida, sus novelas de misterio, entre otras, la habían ayudado a mantener la mente ocupada para no recaer en su antigua vida. Y después, cuando había encontrado un trabajo en la tienda de segunda mano Helping Hands, el mejor trabajo al que podía aspirar con su escasa formación, los libros, mayoritariamente de segunda mano, le habían proporcionado la única diversión que podía permitirse. Y habían sido una auténtica bendición tras el nacimiento de Wyatt, cuando, con mucha frecuencia, pasaba la noche levantada, intentando aliviar los cólicos del bebé.

Aun así, Ted vivía en el pueblo. Tendría más oportunidades de verle. Le apetecía ir a aquel acto, pero probablemente no habría acudido si no hubiera sido por la presión de su hermana. Cheyenne había insistido en quedarse con Wyatt para que ella saliera un rato. Le había dicho que era importante que se diera un descanso. Y Presley se lo agradecía. Después del esfuerzo que había hecho para limpiar la casa que había alquilado, instalarse y encontrar un local comercial en alquiler para montar un estudio de yoga, estaba encantada de tener la oportunidad de sentirse como algo más que una madre.

Pero ella creía, al igual que Cheyenne y Dylan, el marido de su hermana, que Aaron estaba a doscientos veinticinco kilómetros al noroeste. Aaron quería montar su propia franquicia del taller Amos Auto Body, el taller de chapa y pintura del que Dylan y sus hermanos eran propietarios. Según Cheyenne, Aaron había pasado mucho tiempo en Reno, buscando un solar en el que pudiera instalar el taller.

–Perdón –Presley se pegó contra la estantería más cercana, intentando pasar por detrás de dos hombres que estaban enfrascados en una conversación.

–¡Presley!

Eran tantas las ganas que tenía de escapar, que Presley ni siquiera había alzado la mirada, pero aquella voz le llamó la atención. Los que estaban allí de pie eran Kyle y Riley, dos de los mejores amigos de su hermana. Ted Dixon, el autor, formaba parte de aquella camarilla, de modo que no era sorprendente verle allí. De hecho, si se fijara un poco, probablemente encontraría a un puñado de los que habían sido compañeros de Ted desde el jardín de infancia.

–¡Hola! –consiguió sonreír, aunque el corazón le palpitaba con fuerza.

¿Estaría Aaron en ese instante abriéndose paso entre la gente que se interponía entre ellos?

No había ninguna razón por la que debiera resultarle incómodo acercarse a ella. A lo mejor no habían estado en contacto desde que ella se había ido, pero no había expectativas en aquel sentido por parte de ninguno de ellos. La relación que habían mantenido no implicaba ni compromisos ni obligaciones. Les gustaba salir de fiesta y con Aaron, había disfrutado del sexo más placentero que jamás había experimentado, pero, por lo que a él concernía, todo era pura diversión. Ni siquiera habían tenido una discusión cuando Presley se había marchado. La muerte de su madre y la noticia del embarazo la habían empujado a una odisea de autodestrucción que había terminado en una clínica abortiva de Arizona. Estaba convencida de que, de haberlo sabido, Aaron habría querido interrumpir el embarazo. Esa era la razón por la que, cuando había decidido tener a su hijo, Presley había sentido que no le debía nada, ni siquiera el comunicarle que Wyatt era hijo suyo.

–Cheyenne me comentó que ibas a volver –dijo Kyle–. ¿Cuánto tiempo llevas en el pueblo?

Presley miró tras ella, pero, como apenas medía un metro sesenta, no podía ver por encima de la gente que la rodeaba.

–Solo un par de semanas.

Se detuvo a hablar por educación, pero no pensaba prolongar aquella conversación durante más de unos segundos, sabiendo que Aaron estaba a solo unos metros y, probablemente, acortando la distancia que les separaba. Desgraciadamente, no podía marcharse. Ted ya le había dedicado el libro y había una cola larguísima hasta la caja registradora.

Antes de que hubiera podido pronunciar la despedida que tenía ya en la punta de la lengua, intervino Riley.

–Me alegro de que hayas vuelto a casa. Por cierto, estás increíble –silbó suavemente–. Debe de ser cosa del yoga.

Presley estaba demasiado nerviosa como para disfrutar del cumplido, o como para explicar que el yoga había hecho por ella mucho más que ayudarla a mantenerse en forma. Aquello supondría alargar en exceso la conversación.

–¿Habéis recibido alguna vez una clase de yoga? –preguntó en cambio.

Kyle y Riley intercambiaron una mirada.

–Pues no puedo decir que haya recibido ninguna –Riley sonrió de una manera que indicaba que, probablemente, tampoco iba a recibirla nunca.

–En cuanto abra el estudio, tenéis que ir a probar.

–Si vas a estar tú allí, claro que iré –se ofreció Kyle.

Presley no esperaba que ninguno de ellos coqueteara con ella. Cuando vivía en Whiskey Creek, siempre había tenido la sensación de que se consideraban demasiado buenos para ella. Siempre habían sido unos chicos populares y emocionalmente equilibrados. Ella había sido una joven perdida y marginal que había tomado muchas decisiones equivocadas. Podría haberse sentido halagada por aquel cambio de percepción, pero estaba demasiado preocupada por la posibilidad de tener que enfrentarse a Aaron. No quería hablar con él. Por muchas veces que se dijera que no era el hombre indicado para ella y que su relación había sido enfermiza y descompensada, no le servía de nada. No podía dejar de añorar su sonrisa, su risa, sus caricias.

No podía decir que el hecho de que le estuviera costando tanto superar aquel enamoramiento fuera una sorpresa. Toda su vida había sido una lucha constante.

–Genial. Me gustaría poder abrir el negocio la semana que viene –tenía que abrirlo necesariamente. No podía seguir durante más tiempo sin recibir ingresos–. Allí os veré.

Podía sentir sus ojos tras ella mientras se alejaba. Estaba segura de que les había sorprendido que les prestara tan poca atención. Pero, estando Aaron en la librería, lo único que quería era fundirse con el fondo. La mera visión de aquel rostro tan perfectamente esculpido, un rostro que resultaba casi bello en exceso a pesar de la cicatriz que le había dejado una pelea, bastaba para arrastrarla a un espacio de añoranza y debilidad.

Aaron era como la cocaína que había llegado a controlar su vida. Tenía que evitarlo con la misma avidez que evitaba otras sustancias que habían estado a punto de destrozarla.

No se relajó hasta que cruzó la cortina y entró en el almacén en el que Angelica Hansen, propietaria de Turn the Page, recibía su inventario. Por fin había encontrado un lugar en el que sentirse segura, un rincón en el que era poco probable que pudiera encontrarla. Cuando Aaron se fuera, pagaría el libro y saldría de la librería.

Pero se volvió con intención de mirar hacia la parte pública de la librería y su mirada chocó contra el duro y firme pecho de Aaron, que también estaba cruzando la cortina.

Aaron la agarró antes de que tropezara con una pila de libros que tenía a sus pies y la arrastró hacia él.

–¿Qué estás haciendo aquí?

Presley rompió aquel contacto antes de que su olor o el tacto de su piel pudieran minar su resolución. Se apartó tambaleante, tirando los libros. Tuvo suerte de no ser ella la que terminara en el suelo, como había estado a punto de ocurrirle antes.

–Necesitaba espacio para respirar. Hay demasiada gente en la librería. Se me ha ocurrido esperar un rato aquí, hasta que se acorte la cola.

Aaron entrecerró ligeramente los ojos al verla alejarse tan precipitadamente de su alcance. O quizá fueran sus sospechas sobre las razones por las que estaba en el almacén las que provocaron su silencio. ¿Pensaría que estaba intentando robar el libro de Ted?

¿O habría adivinado la verdad? Aaron siempre había sido muy perspicaz. Demasiado inteligente incluso. Era el más sensible de los hermanos Amos, el que peor se había tomado la pérdida de su madre y todo lo ocurrido después de su suicidio. Pero no hizo ningún comentario sobre el hecho de que se estuviera alejando de él.

–He oído decir que te has mudado a la casa de los Mullins hace un par de semanas.

Presley tenía que inclinar la cabeza para poder mirarle a la cara.

–Es cierto.

–Y hasta ahora… ¿dónde has estado?

¿Le estaba preguntando que por qué no se había puesto en contacto con él desde su llegada?

–He estado ocupada.

–¿Eso significa que no has estado en tu casa?

Presley volvió a sentir que se le tensaban los músculos del estómago.

–¿Tú te has pasado por allí?

–No me molesté en llamar. No vi ningún coche en el garaje.

–Ya no tengo coche.

Había vendido su nuevo Hyundai varios meses atrás para así poder librarse de las cuotas mensuales y ahorrar lo suficiente para alquilar un estudio. Si se hubiera quedado en Fresno y hubiera continuado ahorrando para tener un mayor colchón económico, podría haber abierto allí el estudio, pero al descubrir unas marcas extrañas en la piel de Wyatt, había tenido miedo de que la persona que lo cuidaba estuviera maltratándole y había decidido regresar a Whiskey Creek. Su hermana se había ofrecido a ayudarla con el cuidado del niño y, sabiendo que Aaron les había dicho a Cheyenne y a Dylan que se iba a vivir a otro lugar, regresar a su pueblo se había convertido por fin en una posibilidad.

Aaron vaciló.

–¿Cómo te las arreglas sin coche?

–Voy andando a casi todas partes.

La casa de Cheyenne estaba al final de la calle y muy cerca de la suya. El estudio de yoga a dos manzanas en la otra dirección, en la misma que el centro del pueblo, haciendo que le resultara fácil ir siempre que lo necesitaba.

–Es evidente que te está sentando bien el ejercicio.

Presley deseó que aquel cumplido no le produjera tanto placer. Pero durante los últimos dos años, había juzgado su vida pensando en lo mucho que le gustaría a Aaron todo lo que estaba haciendo, lo mucho que había cambiado. Suponía que el placer de ser por fin admirada por él era demasiado potente como para vencerlo.

–El propietario de la tienda de segunda mano en la que trabajé me introdujo en el mundo del yoga. Sobre todo es eso lo que ha marcado la diferencia.

–Un cuerpo flexible y tonificado –sonrió con admiración–. Estás mejor que nunca.

–Gracias.

Había otras cosas que explicaban aquella mejora física, como sus estrictos hábitos alimenticios, pero no quería prolongar la conversación. A Aaron le importaría muy poco lo que estaba haciendo con su vida en cuanto se diera cuenta de que no pensaba retomar la relación donde la habían dejado. No tenía ninguna intención de volver a acostarse con él.

–¿Qué tal te ha ido? –le preguntó–. Hace mucho tiempo que no nos vemos.

Y ella había sido plenamente consciente de cada minuto. No podía contar la cantidad de veces que había estado a punto de quebrarse y llamarle. Pero el riesgo de que pudiera averiguar que él era el padre de Wyatt la había detenido.

–Muy bien –se secó el sudor de las palmas de las manos en los pantalones–. ¿Y a ti?

–Voy tirando.

Parecía estar bien. Había ganado algunos kilos, que se repartían equilibradamente por su alta anatomía, algo que necesitaba. Era un hombre musculoso, pero demasiado delgado cuando se habían visto por última vez. Según Cheyenne y Dylan, también él había dejado las drogas. Y, después de haberle visto, Presley lo creía.

–Estupendo, me alegro de oírlo.

Deseó que Aaron lo dejara allí, pero él no se apartó de la puerta y ella no podía ir a ninguna parte mientras le estuviera bloqueando el paso.

–Me sorprendió enterarme de que habías alquilado la casa de los Mullins. Esa casa era una cloaca cuando ellos vivían allí –esbozó una mueca–. Eran gente muy tirada.

–Ha hecho falta mucho trabajo para dejar la casa en condiciones.

Había alquilado aquella casa de dos habitaciones porque era barata y estaba muy céntrica. Afortunadamente, dedicándole una buena cantidad de trabajo había conseguido hacer milagros.

–Ahora está limpia. Me quedan muy pocas cosas por hacer.

–¿Como cuáles?

–Pintar el porche, arreglar la cerca y plantar algunas flores.

Aaron hundió los pulgares en los bolsillos.

–¿Flores?

–¿Tienen algo de malo las flores?

–Parece que estás pensando en quedarte durante una buena temporada.

–Y es así.

–No eras tan hogareña cuando te fuiste.

Entonces no tenía un hijo, pero no quería hacer ningún comentario al respecto, puesto que Aaron no sabía que había sido él el que la había convertido en madre.

–Es difícil estar pendiente de las preocupaciones de cada día cuando lo único que te importa es estar colocado.

–Sí, supongo que tienes razón –se frotó la barbilla–. Asumo que has cambiado.

–Completamente.

–Sí, ya lo veo.

No, no lo veía. Todavía no. Él pensaba que los cambios eran superficiales, que a la larga caería rendida a sus pies, como había hecho en el pasado.

–Podría haberte ayudado a limpiar la casa. Deberías haberme llamado.

Presley se aclaró la garganta.

–No hacía falta. Me las he arreglado bien.

La mirada de Aaron se tornó vigilante e inescrutable. Estaba comenzando a darse cuenta de que los cambios incluían la decisión de no tener nada que ver con él.

–No creo que haya sido fácil hacer todo eso sola y con un niño.

Los tentáculos del miedo rodearon el corazón de Presley. Era la primera vez que mencionaba a Wyatt. Debía tener cuidado. Tenía que manejar las percepciones de Aaron con mucha precaución desde el principio. Cualquier sospecha por su parte podría dinamitar su felicidad.

–No, pero, si hubiera necesitado ayuda, podría habérsela pedido al padre de Wyatt.

–¿No vive en Arizona?

Cheyenne le había dado a todo el mundo esa información, incluso a Dylan.

–Sí, pero podría haber venido. Tiene dinero y se preocupa por Wyatt.

–¿Entonces tienes contacto con él? ¿Es un tipo formal?

El tono era esperanzado, como si fuera eso lo que deseara para ella. No había ningún motivo para que no fuera así. Por lo que Presley sabía, Aaron nunca le había deseado ningún mal, jamás había hecho nada intencionadamente para herirla. Estaba demasiado pendiente de sí mismo. Pero eso era, sencillamente, porque nunca la había querido, por lo menos, no tanto como ella le había querido a él.

–No tenemos ninguna relación más allá de Wyatt –contestó–, pero es un buen padre.

–Eso ya es mucho.

Si el padre de Wyatt realmente les hubiera proporcionado alguna ayuda, no habría tenido que limpiar la peor casa del pueblo para tener un lugar en el que vivir, pero, afortunadamente, Aaron no pareció asociar ambas cosas.

–Sí, lo es. Y muy pronto estaré ganando mi propio dinero.

–Como profesora de yoga, ¿verdad?

–Y como masajista –añadió.

Así nadie se sorprendería cuando ofreciera sus servicios. Quería que todo el mundo comprendiera desde el primer momento que estaba haciendo ambas cosas. Necesitaba toda la legitimidad que pudiera conseguir.

–¿Cómo te has metido en ese mundo?

–Conocí en yoga a un chico con el que terminé compartiendo piso. Era masajista.

–Un chico…

–No estuvimos nunca juntos, si es eso lo que estás preguntando. Roger es gay. Pagaba la mitad del alquiler y me enseñó a hacer masajes.

–Ya entiendo. ¿Y tienes una licencia, o lo que quiera que se necesite para ser masajista?

–Hice un curso de instructora de yoga. Y tengo un título de masajista.

Afortunadamente para ella, la beca del gobierno le había cubierto los gastos de la matrícula y los del cuidado de Wyatt mientras ella estaba en clase.

–Veo que tienes grandes planes. ¿Cuándo piensas abrir el negocio?

–Si todo va bien, dentro de una semana.

En cuanto terminara de pintar el interior del estudio e hiciera algunas mejoras que corrían a su cargo, como el mostrador de recepción. No sabía mucho sobre bricolaje, pero con el precio que tenían los materiales, no podía permitirse el lujo de contratar a nadie, así que tendría que aprender. Dylan ayudaría en todo lo que pudiera, y también Cheyenne cuando no estuviera en Little Mary, pero su hermana y su cuñado tenían sus propias vidas y ella tenía prisa por terminar.

–Genial –Aaron le guiñó el ojo–. Seré tu primer cliente.

Presley sabía que Aaron pensaba que estaba siendo encantador, pero se tensó de todas formas.

–¿Perdón?

Aaron se la quedó mirando fijamente.

–He dicho que seré tu primer cliente.

–Pero… no es eso lo que piensas hacer.

La sonrisa de Aaron desapareció al advertir su tono de agravio.

–¿Y qué es lo que pienso hacer?

–Voy a dirigir dos negocios legales, Aaron. Yo ya no… no quiero estar todo el día de fiesta. Ni hacer nada de lo que a ti podría interesarte.

Aaron frunció el ceño.

–Porque, por supuesto, a pesar de haber pasado dos años fuera, tienes muy claro que es lo único que me interesa.

–Sé lo único que te interesa de mí. Siempre lo he sabido. Y no estoy dispuesta a… a ser una más de tus muchas compañeras de cama. No es esa la vida que he elegido para mí.

–¿Mis muchas compañeras de cama? ¿Quieres que las contemos?

Presley negó con la cabeza.

–No te estoy juzgando.

–¡Qué generosa!

Aquello no estaba saliendo bien. Ella no era quién para criticar a nadie y lo sabía.

–No soy la misma persona que era, eso es todo.

Se tensó un músculo en la mejilla de Aaron.

–¿Estás insinuando que antes me aproveché de ti?

Aaron había tenido algunos enfrentamientos con la ley, de modo que su reputación no era más brillante que la suya. A los Temidos Cinco, que era como se llamaba a los hermanos Amos, se les culpaba de todo, incluso de muchas cosas que no habían hecho ellos. Aunque, seguramente, la situación había cambiado. El último jefe de policía había sido destituido por mala conducta y el nuevo no parecía tan ebrio de poder como el anterior.

–No –negó con la cabeza para dar más énfasis a sus palabras–. Lo que ocurrió entonces fue culpa mía. Tú nunca me pediste que te siguiera como un cachorro, ni que me arrastrara a tu cama cada vez que tenía oportunidad –se echó a reír y elevó los ojos al cielo–. Supongo que acabaste harto de tenerme todo el día pendiente de cada una de tus palabras, de cada uno de tus movimientos. Siento haber sido tan pesada.

Pero Aaron no rio con ella.

–Sí, era bastante lamentable.

Presley percibió el sarcasmo que había tras sus palabras. Probablemente ya había olvidado lo mucho que le irritaba, pero ella sí lo recordaba. El día de la muerte de su madre, había ido a buscarle en busca de consuelo, pero él la había rechazado con unas duras palabras por haberle despertado en medio de la noche.

Y, aun así, Presley no tenía nada contra él. Nada, de verdad. Lo único que quería era que el siguiente hombre que hubiera en su vida la quisiera un poco más.

–Estoy segura –respondió, tomándose sus palabras como si fuera eso lo que había pretendido decir–. Pero esta vez no te molestaré. Ahora busco… otras cosas.

–Sí, ya me lo has dicho.

Con la mandíbula en tensión y los labios apretados, apoyó el hombro contra el marco de la puerta. Evidentemente, no estaba satisfecho con el curso que estaba tomando la situación. Presley lo sabía por la actitud chulesca que había adoptado. Podría haberle incomodado aquella mirada cortante que ponía a casi todo el mundo nervioso, pero no podía entender que se hubiera enfadado por el hecho de que prefiriera guardar las distancias. Para empezar, él nunca la había querido. De modo que, ¿por qué iba a importarle que se negara a seguir en contacto con él? Podía tener a todas las mujeres que quisiera. Incluso muchas que pretendían ser demasiado buenas para él, a veces le miraban con evidente anhelo.

–¿Y qué otras cosas estás buscando exactamente?

–Un marido para mí y un buen… padrastro para mi hijo. Un compromiso –algo que le dejaba a él al margen–. Así que, si me perdonas…

Aaron no reaccionó. Estaba demasiado ocupado escrutando el rostro de Presley con aquellos ojos castaños. A lo mejor estaba buscando a la antigua Presley, pero ella no había mentido al decir que había desaparecido.

Cuando se acercó un paso, mostrando así que esperaba que se apartara de su camino, Aaron se apartó de la pared e hizo un gesto exageradamente teatral para invitarla a pasar.

Había desaparecido ya el brillo de excitación que Presley había visto en sus ojos cuando se había dirigido por primera vez a ella. Su expresión se había vuelto implacable, pétrea. Pero Presley no tenía ningún motivo para arrepentirse de sus palabras. Había hecho lo que tenía que hacer. Y había asumido la responsabilidad sobre su pasado, no le había reprochado nada a Aaron.

–Gracias –dijo suavemente.

Salió a la parte delantera de la tienda, aunque se sentía como si estuviera arrastrando su corazón por el suelo tras ella.

Ya no tendría que preocuparse por rehuirle en el futuro, se dijo a sí misma. Podrían intentar evitarse el uno al otro, cruzar a la otra acera, si fuera necesario. Aquello haría más fáciles las próximas semanas, o meses, o el tiempo que le llevara a Aaron trasladarse a Reno.

Pero entonces, ¿por qué tenía los ojos anegado en lágrimas y sentía la garganta como si acabara de tragar un pomelo?

Estaba de pie, haciendo cola con el rostro ardiendo y el pulso acelerado, cuando Kyle y Riley detuvieron a Aaron en el momento en el que este avanzaba hacia la parte pública de la librería. Le saludaron y él respondió. Parecía estar perfectamente. Su rechazo no le había afectado en absoluto, lo cual demostraba que, en realidad, nunca le había importado. La había utilizado. En cualquier caso, ella era igualmente culpable por haberse entregado sin reservas a él.

–¡Eh, Aaron! Presley está aquí –dijo Kyle–, ¿la has visto?

Presley se clavó las uñas en la palma de la mano, rezando para no tener que oír la respuesta de Aaron. Pero no pudo perdérsela. No hubiera dejado de oírla aunque hubiera tenido la posibilidad de hacerlo.

–De lejos –contestó él.

Habían estado muy cerca cuando Aaron había evitado que se cayera encima de los libros, pero no iba a reprocharle una mentira como aquella. Lo único que quería era que la cola avanzara más rápido para poder salir cuanto antes de la librería.

–Va a abrir un estudio de yoga en el local que hay al final de la calle en la que Callie tiene el estudio de fotografía –informó Riley–. Y también dará masajes.

Había un evidente doble sentido en aquella frase, como si todos lo consideraran muy divertido. Sin duda alguna, se preguntaban si ofrecería un servicio adicional que no podía anunciar. Pero la culpa también era suya. Le llevaría tiempo superar la imagen que se tenía de ella en Whiskey Creek.

–Un negocio con múltiples servicios.

Presley se encogió por dentro, asumiendo que Aaron estaba participando de aquellas sospechas.

–Teniendo en cuenta lo guapa que está, no creo que tenga problemas para conseguir clientes.

–A mí me parece que está igual que siempre –replicó Aaron, y se alejó.

Se estaba yendo. El radar interno de Presley supo que se dirigía hacia la puerta. Después, y a pesar de sus esfuerzos por fijar la mirada en la persona que tenía delante de ella, miró hacia él por última vez, y descubrió que también Aaron la estaba mirando. Aquella vez, su expresión, más que inescrutable, era de desconcierto.

Pero aquella expresión de niño herido desapareció tras una máscara de indiferencia en cuanto se dio cuenta de que le estaba observando. Y salió del establecimiento.

Capítulo 2

 

Aaron permanecía en el umbral de la casa de Cheyenne y Dylan, junto a la sillita que había en el porche. Mientras esperaba una respuesta a su llamada a la puerta, oyó a Cheyenne en el interior de la casa.

–¡Mamá ya está aquí, Wyatt! –canturreó Cheyenne.

Unos cuantos segundos después, abrió la puerta y le miró como si no acabara de creerse lo que estaba viendo.

Aaron había imaginado que abriría con el bebé de Presley en brazos, pero no fue así. Debía de haber dejado después al niño en la otra habitación.

–Aaron, no te esperaba.

Tampoco él esperaba pasarse por allí hasta que se había encontrado a Presley en la firma de libros de Ted Dixon. Desde el mismo momento en el que se había enterado de su regreso, e incluso antes, había estado esperando una oportunidad para disculparse por cómo se había comportado el día de la muerte de la madre de Presley. No había sido capaz de enfrentarse con el grado de intensidad emocional que aquella muerte implicaba. Aquella clase de tragedia le hacía revivir la muerte de su propia madre, algo que evitaba a toda costa. Pero se sentía mal por haber sido tan canalla con ella. Jamás olvidaría el miedo que había pasado cuando Presley había desaparecido. Se culpaba a sí mismo por todo lo que había pasado durante aquellos días. Sabía lo mucho que había sufrido Presley. Fuera lo que fuera lo que había experimentado, era tan terrible que ni Cheyenne ni Dylan hablaban sobre ello. Durante mucho tiempo, había querido decirle a Presley que lo sentía, pero no había tenido oportunidad de hacerlo. Cada vez que pedía su número, Cheyenne le decía que no tenía teléfono. Y Presley nunca le había llamado. Durante las dos semanas que llevaba en el pueblo, no había intentado ponerse en contacto con él. Si no hubiera sido porque los clientes del taller le habían avisado, ni siquiera se habría enterado de que estaba en el pueblo. Por lo menos, hasta que se la hubiera encontrado en la firma de libros. Dylan no lo había mencionado. De hecho, Dylan rara vez hablaba de Presley.

–¿Está mi hermano en casa? –preguntó.

Cheyenne continuaba bloqueando la puerta y Aaron no sabía cómo inspirar una bienvenida más calurosa. Había imaginado que Presley pasaría por allí para buscar a su hijo. Si no estaba con su madre, Wyatt tenía que estar en alguna parte, y aquel era el lugar más lógico. La sillita le había confirmado sus suposiciones.

Su cuñada comenzó a moverse nerviosa.

–¿Dylan?

–Sí, tu marido y mi hermano, ¿te acuerdas de él?

Presley no podría pensar que solo quería acostarse con ella si la veía en presencia de su hermana y su cuñado. Aquello podría legitimar el contacto. Quizá así pudieran recuperar parte de su antigua camaradería y él podría acercarse a su casa para pedirle una disculpa. En la librería las cosas habían ido muy mal y no había sabido encontrar la manera de expresar lo que realmente sentía.

Cheyenne ignoró su sarcasmo.

–Claro que está aquí. Está viendo la televisión.

Cuando Cheyenne miró por encima de él hacia el camino de la entrada, Aaron comprendió por qué se mostraba reacia a invitarle a entrar. No quería que estuviera allí cuando llegara Presley. Pero Cheyenne era demasiado educada para hacerlo excesivamente obvio. Retrocedió con una sonrisa.

–Pasa.

Aaron comprendía que pensara que no había tratado bien a su hermana. Él no había sido la mejor compañía para Presley. Pero nunca le había hecho daño de manera intencionada. Y ya no era el mismo de antes. ¿Por qué pensaban que Presley era la única que podía cambiar?

Cuando Cheyenne agarró una sudadera del perchero de la entrada en vez de seguirle hacia el cuarto de estar, Aaron le preguntó:

–¿Adónde vas?

–A ningún sitio –hizo un gesto vago con la mano–. Solo quiero llevar a Wyatt a dar un paseo.

–Es de noche y hace frío.

Había estado lloviendo una hora antes y podía volver a llover. En el País del Oro, la primavera solía llegar pronto, pero aquella primera semana de marzo estaba siendo auténticamente infernal.

–No iremos muy lejos.

Un niño de pelo negro salió caminando torpemente del cuarto de estar. Llevaba un bloque de plástico en la mano, con la esquina mordisqueada.

–Este debe de ser Wyatt.

Se produjo otro silencio por parte de Cheyenne, pero Aaron comprendió el por qué. Ella no quería que nada ni nadie se interpusiera en el proceso de recuperación de Presley, y eso le incluía a él.

–Sí, este es Wyatt, el orgullo y la alegría de mi hermana.

Era la maternidad lo que había cambiado a Presley. Aaron tuvo la completa certeza.

Wyatt alzó la mirada hacia él con unos ojos redondos del color del chocolate fundido. Iguales a los de su madre.

–Qué mocoso tan guapo –dijo–. Parece muy grande para su edad. Es sorprendente, teniendo una madre tan pequeña como Presley.

–Presley dice que su padre es alto –Cheyenne se movió como si pensara levantar al bebé en brazos y salir, pero Aaron estaba más cerca del niño y se agachó para levantarlo antes de que pudiera hacerlo ella.

–¡Eh, tú! –le dijo–. ¡Qué gordito estás! Me parece que tú no te pierdes una comida.

El niño se sacó el bloque de la boca y le dirigió una sonrisa pegajosa con la que reveló la presencia de unos dientes minúsculos.

–¡Ma–ma–ma! –balbuceó mientras golpeaba el bloque con la mano libre.

Aaron desvió la mirada hacia Cheyenne.

–No parece tener miedo de los desconocidos.

–No, es un tipo feliz y confiado.

Cuando Aaron tomó la mano del bebé y le dio un golpecito con ella en la nariz, Wyatt soltó una carcajada e intentó meterle el bloque de plástico en la boca.

–Está bien, pequeñajo –dijo Aaron, volviendo la cabeza–. Ese bloque ya tiene suficiente saliva.

–¿Aaron? ¿Eres tú? –preguntó Dylan desde el cuarto de estar, y Aaron le tendió el niño a Cheyenne.

–Sí, soy yo.

–¿Cómo te ha ido en Reno? ¿Ya has encontrado el terreno para el taller?

Aaron entró en el cuarto de estar y vio a Dylan con el pelo mojado y repantigado en el sofá. Había trabajado hasta tarde y acababa de salir de la ducha. Estaban saturados de trabajo, aquella era otra de las razones por las que Aaron pensaba que había llegado el momento de abrir una sucursal del taller.

–Nada que termine de gustarme. Estoy considerando la posibilidad de irme a Placerville.

–Yo no iría allí.

–Está más cerca, a solo sesenta kilómetros.

–Pero el mercado es más pequeño. ¿Cuándo has vuelto?

Aaron se dejó caer en una de las butacas de cuero del cuarto de estar y apoyó los pies en la mesita del café. Los Ángeles Lakers estaban jugando el Miami Heat y parecía un partido muy reñido.

–Hace un par de horas. Le prometí al señor Nunes que si nos daba otro día para terminar el Land Rover le conseguiría el último libro de Ted dedicado.

Dylan se irguió en el sillón.

–¿Has ido a la firma?

–Solo he estado unos minutos.

No había conseguido el libro. La cola era demasiado larga. Después, había hablado con Presley y había terminado marchándose. Pero pasaría más tarde por casa de Ted y le pediría un ejemplar.

–¿Qué tal ha ido? –le preguntó su hermano.

¿Por qué tenía Aaron la sensación de que era una pregunta cargada de intenciones? ¿Le preocupaba que hubiera asistido a la firma de libros?

–Bien, ¿por qué iba a ir mal?

Su hermano pasó los anuncios del descanso del partido.

–Por ninguna razón en especial.

–¿Y no será porque Presley estaba allí?

–Cheyenne estaba nerviosa, tenía miedo de que os encontrarais –le explicó.

–¿Por qué? –preguntó Aaron–. ¿Qué podía pasar? Todo el mundo se comporta como si tuviéramos que ser enemigos. Como si fuera capaz de hacer algo terrible si tuviera oportunidad. Pero yo jamás maltraté a Presley. Lo que quiero decir es… No fui todo lo amable que podía haber sido, pero jamás me pasé de la raya. Éramos amigos –añadió, encogiéndose de hombros–. Lo pasábamos bien juntos. Eso era todo.

Dylan no se dejó convencer por aquel discurso.

–Tú sabes que Presley ha tenido un pasado complicado. No queremos que vuelva a tener relación con el tipo de cosas con las que se relacionaba en el pasado.

–¿Y yo soy una de esas cosas? ¿Me estás echando a mí la culpa de que se drogara?

Dylan subió una pierna y apoyó la mano en la que tenía el mando a distancia en la rodilla.

–Tú salías mucho con ella.

–Pero no fui yo el que la introdujo en el mundo de las drogas. Ni siquiera la animaba a consumirlas. Estaba enganchada a la coca. Si no hubiera salido conmigo, lo habría hecho con cualquiera.

–Quizá, pero en aquella época tampoco tú eras la compañía más recomendable. No creo que la desanimaras. Los dos jugasteis fuerte y perdisteis. Pero, sea como sea, todo eso pertenece al pasado. Y esperamos que siga allí. La vida ya es suficientemente difícil para una mujer que está intentando criar sola a su hijo.

Aaron frunció el ceño al recordar la conversación que había mantenido con Presley en la librería.

–No está sola. El padre de Wyatt la está ayudando, ¿verdad?

Dylan emitió un sonido de incredulidad.

–¿Bromeas? Presley estuvo con el padre de Wyatt durante ¿cuánto tiempo? ¿Una hora? ¿Dos? Solo era un canalla que se aprovechó de ella cuando estaba colocada y huyendo de todo aquello que no quería sentir. Si hubiera alguna esperanza de encontrarle, le haría una cara nueva. Pero Presley no está en contacto con él y tampoco sabe cómo localizarle. Cuando le pregunté por él, ni siquiera me dijo su nombre.

–A mí me ha dicho que el padre la ayuda económicamente –repuso Aaron tenso.

–Supongo que te lo ha dicho por orgullo. No quiere que sepas lo desesperada que ha estado, ni que apenas está empezando a superar su situación.

–¿Y por qué iba a sentir que tiene algo que demostrarme? Yo nunca la he mirado con desprecio.

–Está intentando poner buena cara ante la adversidad. La gente hace eso.

–Pero no cuando se conoce tan bien como nos conocemos nosotros.

–Las cosas han cambiado, Aaron.

Aquella era la segunda vez que oía aquella frase.

–¡Al infierno con el cambio! ¿Por qué todo tiene que cambiar?

–Intenta olvidar el pasado. No sois buenos el uno para el otro, y menos ahora que Presley tiene un hijo.

La antigua rabia volvió a inflamarse.

–Espera un momento, ¿quién eres tú para tomar esa decisión?

Dylan le dirigió una mirada asesina.

–Cheyenne y yo estuvimos cerca de vosotros cuando estabais juntos. Sabemos cómo estabais.

–¿Y qué? Eso no te da derecho a decirme a quién puedo y a quién no puedo ver. Después de todos estos años, ¿todavía sigues intentando hacer de padre?

Dylan paró el partido de los Lakers.

–No empieces ahora con esos argumentos tan gastados.

–Empezaré si quiero. ¡Ya estoy harto, Dylan! Solamente nos llevamos tres años. Ya es hora de que lo vayas recordando.

Afortunadamente para la paz mental de Aaron, Dylan no negó que tenía tendencia a ser excesivamente controlador.

–Supongo que es difícil romper con los viejos hábitos –gruñó–. En cualquier caso, ¿cuándo piensas superar lo que quiera que tengas en contra de mí? Puedes seguir restregándome mis errores hasta que nos hartemos, pero eso no los va a solucionar. La cuestión de fondo es que Cheyenne y yo estamos preocupados por Presley y por ti. Queremos asegurarnos de que los dos continuéis…

–¿Qué? –le interrumpió Aaron, alzando las manos–. ¿Viviendo nuestras vidas tal y como vosotros las dispongáis?

–¡Que continuéis viviendo al margen de las drogas, si quieres saber la verdad! ¡Maldita sea!

Aaron se levantó.

–No debería haber venido.

Dylan arrojó el mando a distancia sobre la mesita del café y se levantó para seguirle hasta la puerta.

–A lo mejor no quieres admitirlo, pero estás endemoniadamente resentido. Ya es hora de que crezcas. Yo hice las cosas lo mejor que pude. Tenía dieciocho años cuando encarcelaron a papá. ¿Crees que quería ocupar su lugar? ¡Claro que no! Pero no vi a nadie dispuesto a hacer ese trabajo. ¿Lo habrías hecho tú? ¿A los quince años?

–Vete a la mierda –musitó Aaron, y aquello bastó para acabar con la paciencia de Dylan.

–¡Mierda! ¡Me sacas de mis casillas como nadie! –rugió mientras daba un puñetazo en la pared.

Aaron se quedó boquiabierto. Habían tenido sus buenas peleas en el pasado, pero nunca había visto a Dylan perder el control con tan poca provocación. Aquella discusión había sido una nadería comparada con las que habían mantenido a lo largo de su relación.

–¿No crees que estás exagerando un poco?

–¡Y a mí que me importa! –gritó Dylan–. ¿Crees que estás harto de muchas cosas? ¡Pues yo también y, además, estoy cansado de tu maldito resentimiento!

Aaron no respondió. Se limitó a marcharse dando un portazo.

Y hasta que no estuvo en el sendero que transcurría junto al lecho del río, el lugar en el que había crecido y todavía vivía con sus hermanos pequeños, no se tranquilizó lo suficiente como para darse cuenta de que todos los objetos del bebé y la sillita que había visto al llegar a casa de Dylan habían desaparecido. Cheyenne no se había llevado al niño a dar un paseo. Le había llevado a casa de su madre.

 

 

Cuando Cheyenne regresó después de haber dejado a Wyatt con Presley y vio que la camioneta de Aaron ya no estaba aparcada en el garaje, respiró aliviada.

–Se ha ido –dijo por teléfono.

En cuanto había salido de casa de su hermana, había sacado el teléfono para llamar a Eve Harmon, cuya familia era propietaria del hostal en el que las dos trabajaban. Eve era la única persona del mundo con la que había compartido la verdad sobre el hijo de Presley. Ni siquiera el resto de sus amigos más íntimos la conocía.

–Me alegro de oírlo –dijo Eve.

Cheyenne se desató la cremallera del abrigo. Gracias a aquel enérgico paseo, ya no tenía tanto frío como para mantenerlo abrochado.

–Por lo menos ahora no tendré que entrar en casa y sonreír mientras hablamos sobre Presley y Wyatt como si no estuviera traicionando a mi cuñado y a mi marido.

Teniendo en cuenta el reciente regreso de su hermana, era obvio que su nombre habría surgido en la conversación si Aaron hubiera seguido allí.

–¿Estás segura de que Aaron no sabe que ese hijo es suyo? –preguntó Eve–. A lo mejor lo sospecha, pero prefiere dejar las cosas así.

–No tengo ni idea. Lo único que sé es lo difícil que me resulta mantenerlo en secreto. A veces, la paternidad de Wyatt me parece tan evidente que me cuesta creer que Dylan no se lo haya imaginado.

–¿Por qué iba a imaginárselo? Le dijiste que el padre de Wyatt era un tipo de Arizona y él se lo ha creído.

Cheyenne se detuvo en el camino. No quería acercarse más a la casa. No quería que su marido oyera lo que estaban diciendo.

–¿Estás intentando tranquilizarme? Porque señalar lo mucho que confía en mí solo sirve para que me sienta peor.

–Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones. ¿Qué otra cosa podrías hacer?

Dylan podía ser su marido, pero también era el hermano de Aaron y, a pesar de todas las diferencias que había entre ellos, se querían con una fiereza forjada en todas las dificultades que habían superado juntos. No tenía la menor duda de que, en el caso de saber la verdad, Dylan se lo contaría a Aaron a la larga, si es que no lo hacía inmediatamente. No podría evitar ver la situación desde la perspectiva de su hermano, de la misma forma que ella no podía evitar considerarla tal y como la veía su hermana. Podría suplicarle, por supuesto, decirle que Presley nunca había tenido una vida tan equilibrada, que no podía arriesgarse a que cayera de nuevo en picado, como le había pasado cuando había huido de Whiskey Creek y había terminado con un sádico. Pero eso solo sería efectivo durante un tiempo, a la larga, prevalecería la lealtad hacia su hermano.

–A lo mejor sería diferente si Presley no fuera tan buena madre –dijo Cheyenne–. Pero está completamente entregada a Wyatt. Me siento muy mal al admitirlo, pero lo está haciendo mucho mejor de lo que yo esperaba.

–Y también sería distinto si Aaron no fuera tan impredecible –añadió Eve–. Pero no tienes idea de cómo podría reaccionar. No sabes si se mostraría justo y razonable o se pondría furioso y llegaría a superarle la situación.

Cheyenne fijó la mirada en las luces que resplandecían en el interior de su propia casa.

–También puede ser muy responsable y tiene muchos más recursos que Presley. Si tuvieran que batallar por la custodia de Wyatt… –se estremeció al pensar en ello.

Nadie quería enfrentarse a Aaron. Pero su hermana lo haría. Jamás se rendiría si lo que estaba en juego era su hijo.

–¿Cómo voy a poner a mi hermana en una situación tan difícil?

–No puedes. Presley se merece ser feliz. Y últimamente lo es, ¿verdad?

–Más feliz de lo que lo ha sido nunca.

–Eso demuestra que estás haciendo las cosas bien.

–Pero aun así, si Aaron y Dylan lo averiguan en algún momento…

Se le rompía el corazón al pensar en ello, pero no podía abrir la boca. No podía arriesgarse a decir nada por miedo a lo que aquella verdad podría desencadenar.

–Al menos tienes la esperanza de que no lleguen a averiguarlo nunca –dijo Eve con sentido práctico.

–Qué desastre –sabía que aquello no iba a acabar bien. Y pensar en ello le aterraba–. En cualquier caso, ya he llegado a casa. Tengo que colgar.

–Muy bien, ¿vendrás mañana?

Desde hacía algún tiempo, Cheyenne había reducido las horas de trabajo para poder ocuparse de Wyatt. Ninguna de ellas se había acostumbrado todavía al nuevo horario.

–Sí.

–En ese caso, te veré mañana por la mañana.

Mientras colgaba, Cheyenne intentó relegar aquella preocupación hasta el fondo de su mente, como había conseguido hacer hasta entonces. Pero cuando entró y se volvió para colgar el abrigo, vio el agujero en la pared. Una prueba más de que no podía contarle a Aaron lo de Wyatt. Aaron tenía un problema de agresividad. Aquello le bastó para comprender que no debía replantearse la decisión que había tomado dos años atrás.

–¿Qué ha pasado? –le preguntó a Dylan–. No me digas que Aaron y tú habéis vuelto a discutir.

No hubo respuesta.

Disgustada por el daño que había sufrido su propia casa, Cheyenne corrió al cuarto de estar. Su marido estaba en el sofá con la cabeza entre las manos. Había parado el partido.

–Dylan, ¿qué te pasa? No te ha pegado, ¿verdad?

Su inquietud creció cuando Dylan alzó la mirada y vio la expresión vacía de sus ojos.

–No, no me ha pegado.

–¿Y por qué le ha dado un golpe a la pared?

Dylan se pasó la mano por el pelo.

–No ha sido Aaron. Eso lo he hecho yo.

–¿Qué?

Jamás habría imaginado a Dylan haciendo algo así. Al igual que Aaron, tenía su genio. ¡Que el cielo se compadeciera de cualquier contrincante que le presionara en exceso! Pero siempre había sido capaz de controlarse, por lo menos, desde que había llegado a su vida. Anteriormente, había tenido fama de ser un joven temerario, incluso peligroso, pero era comprensible. Dylan se había visto obligado a hacer cualquier cosa para sobrevivir, y también para conseguir que sus hermanos sobrevivieran.

–Lo arreglaré –dijo, intentando aplacarla.

–Me preocupa menos la pared que tú –se sentó a su lado y le acarició la espalda, intentando tranquilizarle–. ¿Por qué te has enfadado?

–Aaron me saca de mis casillas, ya lo sabes.

–Pero, normalmente, eres capaz de dominarte. ¿Qué ha dicho o ha hecho para que te hayas puesto tan furioso esta noche?

Dylan se frotó la mandíbula, acariciando la incipiente barba.

–Estaba intentando decirle que se mantuviera al margen de Presley y se ha enfrentado a mí, como siempre.

El sentimiento de culpa de Cheyenne se hizo todavía más profundo.

–No discutas con tu hermano por culpa de Presley. Me hace sentirme como si fuera yo la culpable por haberte transmitido mi preocupación por ella.

–No quiero que Aaron le destroce la vida. Si la quisiera y estuviera dispuesto a dar un paso y casarse con ella, no me sentiría así. Pero… Aaron no quiere nada de lo que Presley puede ofrecerle. Por lo menos ahora. Tu hermana tiene un hijo y es plenamente responsable de él.

Dylan adoraba a Wyatt y se sentía muy protector hacia él.

–¿Estás seguro? ¿Estás convencido de que Aaron no está preparado para…? –Dylan la miró de tal manera que Cheyenne no terminó la frase–. ¿No crees que podría estar interesado en una relación más seria?

–¡Qué va! Nunca ha sido capaz de mantener una relación seria. Y, en cualquier caso, no me gustaría que volviera con Presley. Es lo último que necesitamos. Sabes lo voluble que es y, también, hasta qué punto podría afectarnos esa relación a nosotros.

Pero Aaron no iba a pedir permiso. Nadie podía decirle lo que tenía que hacer. Nadie podría hacerle entrar en razón si quería volver con Presley. Y si Dylan intentaba interponerse o influir en él, haría exactamente lo contrario para demostrar que nadie podía darle órdenes.

–Es una pena que mi hermana haya tenido que volver antes de que Aaron se vaya.

–Prefiero tenerla aquí en Whiskey Creek que dependiendo de personas en las que no puede confiar para cuidar a Wyatt.

Dylan se había indignado tanto como ella cuando Presley había encontrado esas marcas en Wyatt. El propietario de la tienda de segunda mano le había permitido llevar a Wyatt al trabajo durante tres días a la semana, pero aun así, Presley se veía obligada a dejar el niño al cuidado de otros durante los fines de semana, que era cuando más trabajo había en la tienda y cuando iba por las noches al curso de masajes.

–Sé que Wyatt está mejor aquí, pero… –comenzó a decir Cheyenne.

–¿Pero? –la urgió Dylan.

El problema era que Dylan no disponía de tanta información como ella.

–Tenerlos a los dos en el pueblo, aunque solo sea durante un mes, ya me parece demasiado tiempo –le dirigió una sonrisa de pesar mientras le revisaba la mano. Tenía un moratón y los nudillos raspados–. ¿Necesitas que te lleve al hospital? ¿Quieres que te hagan una radiografía?

Dylan apartó la mano.

–No, no está rota.

–¿Estás seguro?

–Completamente. Me la he roto bastantes veces como para saber la diferencia.

Cheyenne le revolvió el pelo. Aunque era un hombre duro, había una inocencia casi infantil en su forma de cuidarla que constituía la base de su felicidad.

–Te quiero mucho, mucho. Aunque hagas agujeros en las paredes –se levantó–. Vamos a lavarte la mano antes de que manches el sofá de sangre.

–¿Chey? –la agarró de la muñeca y la atrajo hacia él.

–¿Sí?

–¿Alguna vez… sientes envidia al ver a Wyatt?

La seriedad de aquella pregunta fue un indicio de lo que podía haber provocado el estallido de Dylan. No tenía que ver con Aaron. Por lo menos, no del todo.

–¿Por qué iba a sentir envidia?

Podía imaginárselo, pero quería que fuera él el que lo dijera. Dylan rara vez daba voz a sus miedos y preocupaciones. En cambio, tendía a expresarlos con algún acto físico, haciendo el amor con ella, yendo al gimnasio que habían montado sus hermanos y él en el garaje o, como había hecho aquella noche, dando un puñetazo en la pared.

–Ya llevamos un tiempo casados y… no tenemos hijos –la miró con atención–. A pesar de lo mucho que deseabas tener uno.

Dylan sentía que tenía que ofrecer algo que ella deseaba con fuerza. Y no estaba siendo capaz de darle lo que más felicidad podía causarle. Desde que tenía dieciocho años, se había hecho cargo de todas las personas que formaban parte de su vida. Siempre había asumido esa responsabilidad. Sencillamente, formaba parte de su forma de ser.

–Quiero tener un hijo –admitió Cheyenne–. Quiero tener un hijo tuyo. Pero si no podemos, no podemos. Nada hará que me arrepienta nunca de haberme casado contigo.

–¿Y si… y si la culpa es mía? ¿No te resentirías algún día?

–Por supuesto que no.

–Porque tengo que ser yo –dijo–. Tú nunca has sufrido ningún daño físico.

–¿Y crees que dedicarte a la lucha podría haber dañado… tu aparato?

–Si hubiera ganado un dólar por cada vez que me han dado una patada en los genitales…

Se había iniciado en las artes marciales mixtas cuando su padre, abatido por la tristeza tras la muerte de su madre, había apuñalado a un hombre y había ido a prisión. Dylan se había visto obligado a hacer algo para aumentar los ingresos que conseguían en el taller, que, en aquella época, no era precisamente un negocio boyante. Si no hubiera sido por el dinero que había ganado en la lucha, sus hermanos pequeños habrían terminado separados en diferentes hogares de acogida.

–Si las cosas son así, las aceptaremos –le aseguró Cheyenne.

–Nos resignaremos, quieres decir.

–Quiero decir que las aceptaré de verdad.

La miró a los ojos con expresión preocupada.

–Debería hacerme una revisión médica.

Cheyenne también había querido que fuera al médico, hasta que había ido ella y había descubierto que la culpa no era suya, sino de su marido.

–No.

–¿Por qué no?

–Porque no importa –entrelazó los dedos con los suyos–. Lo seguiremos intentando. A ti, de todas formas, eso te gusta –bromeó.

Pero Dylan no dejó que aquella broma le distrajera. Ni siquiera sonrió. Estaba empeñado en mantener esa conversación.

–¿Y si no funciona?

–Adoptaremos.

–Pero, gracias a tu madre o, mejor dicho, a Anita, ya te has perdido demasiadas cosas en la vida. Quiero que tengas tu propio hijo. Quiero que experimentes lo que es un embarazo, que sepas lo que es dar a luz y veas crecer a tu propio hijo. Y quiero que tu verdadera madre, ahora que os habéis encontrado, pueda ver crecer su familia.

–No siempre tenemos lo que queremos –le advirtió ella.

–Sí, ya lo sé. Y tú has tenido que conformarte con lo poco que tenías durante la mayor parte de tu vida. No puedo soportar la idea de que ahora también tengas que resignarte por mi culpa.

–Dylan, puedo querer a un niño adoptado tanto como a uno propio. Y, de todas formas, aunque no llegáramos a tener nunca un hijo, estaría dispuesta a renunciar a cualquier cosa por ti.

Dylan se la quedó mirando fijamente, como si estuviera intentando decidir si realmente pensaba lo que estaba diciendo. Después, la besó profundamente, con ternura, y la llevó al dormitorio, donde hicieron el amor como si todo marchara estupendamente y estuvieran muy por encima de cualquier problema. Pero cuando al terminar, Cheyenne comenzó a adormecerse en su pecho, advirtió que él tenía los ojos abiertos como platos y la mirada clavada en el techo.

Capítulo 3

 

Presley no podía dormir. Y sabía por qué. Pero se negaba a obsesionarse con el encuentro con Aaron. También se negaba a pasar toda la noche dando vueltas en la cama.

De modo que apartó las sábanas de una patada, se levantó, se puso un par de vaqueros llenos de agujeros y una sudadera y levantó al niño de la cuna. Wyatt se movió, pero no se despertó cuando le sentó en la sillita. Ella casi deseaba que se despertara. Si no lo hacía entonces, querría ponerse a jugar cuando ella necesitara dormir. Una madre soltera tenía que dormir cuando lo hacía su bebé o renunciar a hacerlo.

Pero Wyatt no dijo ni pío mientras su madre corría por la calle hacia el estudio. Presley tenía mucho trabajo pendiente, así que decidió aprovechar el tiempo.

Una vez entró y dejó a Wyatt en la que pensaba utilizar como habitación para los masajes, un cuarto oscuro y silencioso, recorrió el resto del local estudiándolo con mirada escéptica. ¿Cómo podría convertir aquel estudio en un lugar más atractivo con un presupuesto tan limitado?

Los pocos ahorros que tenía se habían reducido rápidamente y tenía miedo de no poder pagar el alquiler. Si no conseguía suficientes clientes, no tendría ninguna esperanza.

Aquellos miedos se revolvían como un ácido en su estómago, pero a lo largo de su vida, había pasado por situaciones mucho peores que la inseguridad económica. Se recordó de niña, rebuscando en los contenedores con la esperanza de encontrar un burrito o una hamburguesa comestible. Su madre se largaba cuando le apetecía, dejando a Presley y a Cheyenne solas, a menudo durante días, y sin ninguna fuente de calor ni comida cuando estaban viviendo en el coche.

Afortunadamente, aquellos años habían quedado atrás. Un cáncer de páncreas se había llevado a Anita, liberando a Cheyenne y a Presley de su cuidado. Presley estaba dando un salto mortal al abrir su propio negocio y, a veces, el miedo amenazaba con paralizarla. Pero lo conseguiría. Sería capaz de superar cualquier cosa siempre que Wyatt permaneciera sano y feliz.

Por lo menos en Whiskey Creek no tenía que preocuparse de que su cuidador le hiciera algún daño. Odiaba haber sido ella la que le había puesto en una situación de vulnerabilidad. Pero ella no había dejado a su hijo con un desconocido para intercambiar sexo por dinero, como tan a menudo hacía Anita. Ella había tenido un trabajo honrado y estaba con su hijo siempre que podía. Y haría lo mismo en Whiskey Creek. Cuando no pudiera cuidarle, Cheyenne o Alexa, una chica de catorce años que era la hija de la prometida de Ted Dixon, la ayudarían. No la conocía mucho, pero le había parecido una chica muy dulce. Cheyenne estaba segura de que sería muy buena con Wyatt.