Watson & Cía. Viaje al mundo oculto - Pablo Zamboni - E-Book

Watson & Cía. Viaje al mundo oculto E-Book

Pablo Zamboni

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

"Suena a una locura, pero alguien o algo está intentando cambiar nuestra percepción de la realidad" (A. Poirot).   Los hermanos Ulises y Ágatha Watson tienen una agencia de detectives de monstruos. Ambos empiezan a tener sueños similares y espeluznantes. Cuando se los cuentan el uno a la otra, se dan cuenta de que constituyen la base de un nuevo caso. Con la ayuda del misterioso señor J y la reaparición de antiguos conocidos, enfrentarán a una criatura milenaria que amenaza con destruir al mundo entero.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 125

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



www.editorialelateneo.com.ar

/editorialelateneo

@editorialelateneo

Agradecimientos:

Quiero agradecer a José María Venere, uno de los protagonistas de esta aventura, diplomático argentino, amante de los viajes y hombre de acción. En sus recorridos por más de 115 países, navegó en el "Amazonas peruano", cruzó Mongolia a caballo como un mongol más, recorrió desiertos y parajes inhóspitos de África, navegó los mares de Nueva Zelanda y se aventuró en los más recónditos parajes de Europa.

Le agradezco su amistad y el haberme permitido inspirarme en él para dar vida al señor J.

También le dedico esta aventura a mi ahijado Darko Lucino Aringoli y a su abuela, lectora de las aventuras de los hermanos Watson, Susana Lucesoli.

A Bianca y Renzo Compagnucci, dos grandes lectores de los cuales no podría sentirme más orgulloso.

A Marcelo N. Pauluk, un gran amigo y aventurero, que me prestó su casa para inspirarme y escribir algunos capítulos del libro.

A Cecilio Zamboni, mi sobrino más pequeño, a quien le deseo una vida repleta de buenas aventuras.

Por último, quiero agradecer y recordar a todos los escritores que me enseñaron a soñar, como Julio Verne, Emilio Salgari, Edgar Allan Poe, Howard Lovecraft, Edgar R. Burroughs, Jean Webster, Emilia Pardo Bazán, Madelene Yale Wynne, Edith Nesbit, Margaret Oliphant. Charles Dickens, Louis Stevenson, James Cooper, Arthur Conan Doyle, Neil Gaiman, Chris Priestley y muchos más.

PD: Espero que disfruten tanto esta aventura como yo disfruté al escribirla y dibujarla.

Capítulo uno

Detectives de gallinas

ágatha golpeó la puerta con desesperación. Los ojos encendidos de una criatura nos observaban desde la oscuridad. Comencé a golpear la puerta y grité lo más fuerte que pude:

—¡Señora Núñez, por favor, somos Ágatha y Ulises Watson, los hijos del dueño de la imprenta! ¡Déjenos entrar!

La puerta se abrió poco a poco, causando un chirrido que nos estremeció. El señor Núñez apareció ante nosotros cargando una azada en una de sus manos. Con la otra, nos sujetó a los dos y, de un fuerte tirón, nos hizo entrar. Cerró la puerta y le colocó una gran barra de hierro.

—Chicos, ¿qué hacen por acá a estas horas? —preguntó con voz ronca—. ¡Pude haberlos herido! Tengo cientos de trampas puestas por toda la granja.

—¡Gracias a Dios! —dijo Ágatha, casi sin voz.

—Por suerte no caímos en ninguna. Si no, hubiéramos terminado como sus gallinas —arriesgué casi en un susurro.

—¿Quién les contó lo de las gallinas? —preguntó el señor Núñez, con un tono de voz que dejaba ver su molestia—. ¿Ustedes vienen del gallinero?

—No te enojes, Miguel. Yo los llamé —dijo su esposa mientras se interponía entre él y nosotros—. Es decir, los contraté. No creo en tus historias de aparecidos. Quería saber realmente qué o quién está matando a nuestras aves.

—¿Historias, mujer? Tú no sabes nada. ¿Y si les pasaba algo? Pudieron haber muerto o algo mucho peor.

—¿Muerto? ¿Y qué es algo peor que morir? —dije muy asustado.

—¿Ustedes sabían que había una cosa así rondando y no avisaron nada? —intervino Ágatha, recomponiendo un poco la voz.

—Yo no los llamé. Si tienen algo que reclamar, díganselo a ella —replicó el señor Núñez, mientras le dirigía una mirada fulminante a su esposa.

—Ágatha, querida, ¿vieron algo allá afuera? —preguntó la señora.

—Vaya que sí vimos algo. Hasta le di un golpe a ese “algo” —afirmó mi hermana con una leve sonrisa, entre asustada y orgullosa.

—¿Lo golpeaste? ¡Por Dios! —dijo el señor Núñez, mientras hacía una señal contra el mal, tratando de alejar alguna calamidad.

—Sí, le di un buen golpe, con una barra de hierro que había por ahí.

—¿Entonces, lo heriste? —interrumpió la señora, exaltada.

—Fue raro. El perro me daba la espalda, ignorándome. Tenía la cabeza metida en una de las casillas. He asustado a bastantes cuzcos y este no sería la excepción. Tomé una madera que había cerca y descargué un golpe sobre su lomo. Creí que le había dado de lleno, pero el perro ni siquiera se molestó. Era como si el madero lo hubiera atravesado.

—¿Pero lograste golpearlo o no? —insistió la señora Núñez, ansiosa como si se tratara de su novela de la tarde.

—Eso creí. Entonces, tropecé con una barra de hierro que había en el piso. Levantándola con esfuerzo logré descargar un segundo golpe sobre sus patas traseras. Esta vez, el perro giró rápidamente, dando un terrible aullido. En ese momento, pude ver su tamaño real. ¡Era enorme! Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos: eran rojos, brillantes y sin vida.

—Como dos brasas encendidas —interrumpí.

—Sí, hermano, exactamente. Como dos brasas encendidas. Entonces, sucedió algo que no esperaba: se paró sobre sus dos patas traseras, al igual que una persona.

—¡Como una persona! —exclamó el señor Núñez, con los ojos desorbitados y apretando la azada con fuerza.

—“¡Ahora sí, me cena!”, pensé. Levanté de nuevo la barra para defenderme, pero creo que no tuvo en cuenta su pata lastimada. Solo pudo permanecer en esa posición unos segundos antes de caer de costado dentro del abrevadero de las gallinas. En ese instante, le arrojé la barra y comencé a correr lo más rápido posible. La luz del relámpago me permitió ver dónde se encontraba mi hermano. Corrí hacia él, lo tomé del brazo y llegamos hasta su casa.

—Por Dios, chicos, no tienen ni idea a lo que se enfrentaron —dijo el señor Núñez—. Les doy un consejo: olviden el asunto.

Mientras encendía un fuego en la chimenea, se acercó a su esposa y le susurró algo al oído. Entonces ella se dirigió a nosotros:

—Chicos, es mejor que mi esposo los lleve a su casa en cuanto se despeje la niebla y, discúlpenme, no fue mi intención ponerlos en peligro. Tenía la esperanza de que un zorro o una comadreja fueran los responsables. Acá tienen el doble de lo acordado y gracias por todo. Nosotros nos encargaremos de esto. Ahora descansen, voy a llamar a sus padres, deben estar muy preocupados.

—Una cosa más, chicos —dijo el señor Núñez—. Si fuera ustedes, yo no saldría de casa de noche, al menos por un tiempo. Esta clase de criaturas no olvida fácilmente.

—¿Pero qué clase de animal es? —pregunté.

—¿Quieren saberlo realmente? —El rostro del señor Núñez comenzaba a deformarse por una gran sonrisa siniestra que iba de oreja a oreja, partiendo su cara por la mitad—. Realmente quieren saberlo… —reiteró casi en un susurro, desde algo que ya no era una boca. Entonces, su rostro se desencajó por completo, se abrió hacia atrás y algo parecido a un cangrejo asomó de pronto.

Aterrados, miramos en dirección a la señora Núñez, buscando su ayuda. Ella, desde unos pasos más atrás, miraba a su esposo con tranquilidad, como si se tratara de algo normal.

—Saben… Miguel, cuando se enoja, es como si fuera otra persona… Mejor dicho, no es él —comentó con un murmullo sibilante y relajado.

Apenas terminó la frase, sus ojos dejaron de estar, y desde sus cuencas dos diminutas estrellas de mar comenzaron a abrirse paso.

Intenté correr, pero fue imposible. Mis pies estaban clavados en el piso, una fuerza inexplicable me lo impedía. “¡Ágatha! ¡Ágatha!”, comencé a llamar a mi hermana, cada vez más fuerte, hasta que mi voz sonó como un temporal.

—¡¿Ágatha, qué está pasando?! —grité empujando con todas mis fuerzas, mientras intentaba moverme.

Choqué contra ella y la derribé. Me encontraba en mi habitación.

—¡Disculpa, fue un sueño terrible! —exclamé apesadumbrado, mientras la ayudaba a incorporarse.

—Hermanito, es solo una pesadilla —dijo sin molestarse, en tanto tomaba mi mano y con su brazo rodeaba mi hombro—. Tranquilo, no hay por qué temer. Fue solo una pesadilla.

—¡Menos mal! Ha sido lo más terrible que he soñado en años —respondí, secando mi frente bañada en sudor.

—Sí, solo una pesadilla… La realidad es mucho peor —murmuró Ágatha, mientras su boca se extendía más allá de los límites de lo normal.

Como una naranja partida por la mitad, una parte de su cara cayó hacia atrás y, para mi total asombro, de su interior surgía el mismo ser que había invadido mi sueño.

—¡¿Pero qué está pasando?! —exclamé tembloroso, dando unos pasos hacia atrás e intentando alejarme de la criatura, pero esta estrechó aún más su abrazo y me empujó hacia ella—. ¡Aléjate, seas lo que seas!

La cosa era muy fuerte y estaba a centímetros de mí. Su boca, parecida a la de una estrella marina, se abrió y un líquido viscoso bañó mi rostro. Cerré los ojos instintivamente y empujé con todas mis fuerzas. Al hacerlo, tropecé con algo en el piso y caí de espaldas.

Abrí los ojos con rapidez, esperando lo peor, y al hacerlo encontré a mi hermana sosteniendo una jarra casi vacía.

—¡Ulises, Ulises! Solo fue una pesadilla —exclamó, dando unos pasos hacia mí.

—¿Una pesadilla? —balbuceé, alejándome hacia un costado por precaución, sin saber si seguía soñando o no.

—¡No tengas miedo, soy yo, Ágatha, tu adorable hermana! —insistió.

Sin embargo, permanecí en silencio evaluando la situación.

—¡Hola, hola, señor detective, ha sido una pesadilla! —dijo, burlándose como si fuera alguien muy pequeño al que hiciera falta repetirle las cosas varias veces.

—¿Eres tú realmente… o alguien más? —pregunté balbuceando, sin saber cómo formular la pregunta en forma acertada.

—No soy el cuco, hermanito —dijo Ágatha molesta, mientras me arrojaba lo que quedaba de agua sobre mi cabeza—. Es tarde y estoy muy cansada, ahora ve a secarte y trata de dormir. Mañana hablaremos de tu pesadilla.

—¿Y si duermes en el sofá de abajo? —sugerí con una leve sonrisa que no ocultaba el temor de minutos antes.

Ella murmuró algo ininteligible, mientras cubría su cabeza con la almohada.

Yo estaba por cerrar los ojos, cuando vi una pequeña pluma muy cerca de mi cama. Estiré mi brazo y, al mirarla con mayor atención, me di cuenta de que se trataba de una pluma de gallina.

Capítulo dos

¿Qué daño puede causar un sueño?

Paseaba por la orilla del mar. El sol comenzaba a ocultarse y los botes de los pescadores regresaban con la ganancia del día. Todos saben que no hay como el pescado recién salido del mar; tiene otro gusto. Las personas del pueblo se arremolinaban en torno del pequeño bote pesquero, en busca de una buena pieza.

—Creo que voy a llevar algo para la cena. A Ulises le encanta el pescado fresco y, después que le vacié una jarra con agua en la cabeza, es lo menos que puedo hacer —dije sonriendo, mientras me abría paso entre las personas.

Pero al llegar al bote no encontré peces, sino pequeñas estrellas de mar en los baldes.

—¿Estrellas del mar? —pregunté con asombro.

—¡Sí! Y están muy buenas —dijo un hombre de gorra, mientras tomaba una y la engullía con ganas, como si se tratara de una golosina deliciosa.

Todavía retorcían sus extremidades cuando las personas ahí reunidas comenzaron a devorarlas.

—¡Son exquisitas, Ágatha! Todo el pueblo las ha probado —dijo una voz conocida, y al levantar la mirada vi que se trataba de don Vandeschu.

—¡Imposible! —exclamé asustada, dando un paso hacia atrás, intentando poner distancia de él. Pero al retroceder, choqué con el borde del bote y caí en medio de las retorcidas criaturas.

Estas comenzaron a trepar por mis ropas con extraña rapidez, me puse de pie sin perder un minuto y me sacudí con fuerza, arrojándolas lo más lejos posible.

Don Vandeschu y la gente reunida comenzaron a rodearme, ordenando que comiera; las voces aumentaron de volumen hasta ser insoportables, y solo dando patadas y empujones logré escapar del tumulto y llegar hasta mi pequeño escúter.

¿Qué era todo eso? La cabeza me daba vueltas e intentaba pensar con claridad, mientras avanzaba a toda velocidad en dirección al pueblo.

—Por suerte tengo suficiente combustible —dije, intentando relajarme.

El pueblo tenía un halo distinto. Al llegar a la plaza, observé que solo las luminarias públicas permanecían encendidas. El resto de los comercios y viviendas estaba en la más completa oscuridad.

No es raro que se corte la luz en pleno verano, ¿pero por qué no había electricidad en las viviendas y en el alumbrado público sí?, y ¿por qué las personas no estaban en la calle tomando el fresco como habitualmente lo hacían?

—¿Qué está sucediendo? —Apenas terminé de formular esta última pregunta y a medida que avanzaba, las luces que dejaba atrás comenzaron a extinguirse.

El último foco suspiró y la oscuridad fue total. Como acto reflejo imprimí mayor velocidad a mi escúter.

De pronto, las personas empezaron a surgir de las sombras como entes oscuros. Durante unos minutos me observaron sin inmutarse, pero apenas rodeé la plaza en dirección a casa, se lanzaron tras de mí.

Casi me caigo al intentar esquivar un par de sombras que se cruzaron en mi camino, pero me di cuenta de que la luz del escúter las rechazaba con violencia. Al menos pude saber a qué le temían; si la luz de mi escúter seguía encendida, estaba a salvo de un pueblo entero de criaturas oscuras que intentaban atraparme.

Entonces, vi a lo lejos la pequeña luz intermitente de una linterna.

—¡Ulises, hermanito! —grité emocionada—. Sabía que no me ibas a fallar. ¿Qué está sucediendo? —le pregunté al llegar a su lado, mientras descendía del vehículo con rapidez.

—No lo sé, Ágatha, pero no podemos permanecer afuera; no es seguro —dijo, tomando mi mano y alejando con el haz de luz de la linterna a un grupo que se había acercado demasiado—. ¡Vamos, no hay tiempo que perder, no tengo suficiente batería! —gritó Ulises y, en vez de dirigirnos a nuestra casa, comenzó a arrastrarme hacia la propiedad de nuestro antiguo vecino, don Vandeschu.

—¿Por qué vamos a esa casa? —exclame, soltándome.

—Porque es la única vivienda que todavía tiene luz en el pueblo —respondió Ulises, señalando la parte alta del antiguo caserón. Fue en ese mismo momento que la luz de la linterna comenzó a titilar con fuerza—. Ágatha, por favor, nos van a atrapar…

—¿No te parece raro que sea la única casa con luz, hermanito? —dije, mirando la lúgubre silueta del caserón a nuestras espaldas. Entonces, me armé de coraje y pregunté—: ¿Realmente eres Ulises Watson o eres alguien más tomando su lugar?

Ulises esbozó una sonrisa siniestra que le desfiguró el rostro. Del interior de lo que quedaba de su boca, pude ver unos pequeños tentáculos oscuros asomarse con lentitud.

Capítulo tres

¿Un nuevo caso?

Ágatha se retorcía con furia en la cama. Era lo más parecido a una anguila fuera del agua.

Hice lo imposible por despertarla, pero parecía estar en un trance profundo. Fui por la jarra con agua y la vacié en su rostro. El efecto fue instantáneo, ahora jadeaba con los ojos abiertos de par en par.