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Luis Yuseff

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Beschreibung

Sus poemas traen a la poesía cubana una elegancia sentenciosa y a la vez displicente, un abandono de sabor oriental y sin embargo una precisión a lo Paul Celan [...]. Ha de encontrar el lector en ellos un suave sabor bizantino, un desplazamiento imaginario por sus rosas (ANTÓN ARRUFAT). La belleza de su especulación crea nuevos sentidos en el lector. Así el poeta sorprende, no por la majestuosidad de la palabra, sino por lo profundamente encarnada [...]. La gran sabiduría de este poeta está en la consagración de la imagen que perturba su mente lúcida, y la lleva a una especie de autovaloración, donde lo bueno y lo malo se alternan. (LINA DE FERIA)

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Título

Yo voces

Luis Yuseff

© Luis Yuseff, 2022

© Sobre la presente edición:

Editorial Letras Cubanas, 2022

ISBN: 9789591024985

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Tomado del libro impreso en 2021 - Edición y corrección: Leymen Pérez / Dirección artística: Suney Noriega Ruiz / Diseño de Cubierta: Eduardo Fariñas / Ilustración de cubierta: Alexander Serrano / Emplane: Aymara Riverán Cuervo

E-Book -Edición-corrección, diagramación pdf interactivo y conversión a ePub y Mobi: Sandra Rossi Brito / Diseño interior: Javier Toledo Prendes

Instituto Cubano del Libro / Editorial Letras Cubanas

Obispo 302, esquina a Aguiar, Habana Vieja.

La Habana, Cuba.

E-mail: [email protected]

www.letrascubanas.cult.cu

Autor

LUIS YUSEFF (Holguín, Cuba, 1975). Poeta y editor. Miembro de la Uneac. Autor de más de una docena de poemarios, entre los que figuran: Vals de los cuerpos cortados (Premio de la Ciudad de Holguín 2003), Los silencios profundos (Premio Adelaida del Mármol 2008), Yo me llamaba Antonio Broccardo (Premio Alcorta 2003), Esquema de la impura rosa (Premio América Bobia 2003), Golpear las ventanas (Premio Pinos Nuevos 2003), Salón de última espera (Premio Calendario 2005), La rosa en su jaula (Premio Oriente de Poesía José Manuel Poveda 2009), Los frutos de Taormina (Premio José Jacinto Milanés 2009), Aspersores (Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2012), Dolor de la resurrección (Premio de Poesía de La Gaceta de Cuba 2009). También ha publicado las compilaciones sobre su poesía: Flores de hierro sobre el pecho de un hombre, Un jardín que escribía cartas de amor y Sombra secreta de los días: Un asunto personal. Aparece incluido en disímiles antologías, revistas y periódicos de varios países.

Sus poemas traen a la poesía cubana una elegancia sentenciosa y a la vez displicente, un abandono de sabor oriental y sin embargo una precisión a lo Paul Celan [...]. Ha de encontrar el lector en ellos un suave sabor bizantino, un desplazamiento imaginario por sus rosas.

Antón Arrufat

La belleza de su especulación crea nuevos sentidos en el lector. Así el poeta sorprende, no por la majestuosidad de la palabra, sino por lo profundamente encarnada [...]. La gran sabiduría de este poeta está en la consagración de la imagen que perturba su mente lúcida, y la lleva a una especie de autovaloración, donde lo bueno y lo malo se alternan.

Lina de Feria

Exergo

Yo voces.

Yo el gran salto.

Cuando la noche sea mi memoria

Mi memoria será la noche.

Alejandra Pizarnik

Dedicatoria

A Nancy Leyva García, en el gran silencio

Luis Yuseff y la poética culturalista

Prolífico, cualitativamente elevado en sus versos y constante en su creación, Luis Yuseff (Holguín, 1975) presenta ahora un muestrario de una docena de años de comercio con la poesía en diez poemarios. Lo he visto crecer desde que me asombró su naciente voz en su primer libro: El traidor a las palomas (2002), en el que el poeta veinteañero rompía mediante sus versos la cinta que separa al aficionado pleno de promesas del artista de la palabra que ya se avizoraba en él. Ese libro está sostenido por un verso libre muy rítmico que delata el uso del tono conversacional y lecturas copiosas de numerosos poetas que parecían servirle como faros de referencias, como nortes para un joven que buscaba su propia mirada original del mundo. Para el Yuseff de este libro el juego entre lo exótico y lo exquisito resulta un mecanismo que apela nada menos que a consumados poetas europeos: Antonio Gala, Cavafis, Prévert, Wilde, Cernuda, Byron, antes de pasar de súbito a la lejana China en «El dragón celeste contempla el crepúsculo». Esta nutrida y excelsa concurrencia le da alas, y si bien aleja a su poesía de la inmanencia de su tiempo en la capital de provincia donde habita, le ofrece estribo, mirada hacia lo que desea decir y cómo decirlo, con lo que fija su derrotero ya desde su primera entrega editorial.

Dos años después llegó su confirmación: Vals de los cuerpos cortados (2004), de visible continuidad, pero asimismo con nuevas propuestas: emerge la voz del yo explícito, la mayoría de los poetas evocados son cubanos y se siente detrás un comedido influjo de la obra poética de José Lezama Lima. Pero el libro guarda armonía con el volumen anterior, si bien ahora el verso tiende a ser más largo (cercano a ratos al versículo) y se acentúa el tono reflexivo de su poesía intelectiva sin rodeos. Si en un poema como «Nuevo salmo de Asaf contra el enemigo» carga la mano con un verbalismo a veces muy acentuado, esto que pudiera ser defectivo en un poema sin inteligencia compositiva, se torna rapidez, fuego comunicativo, tino discursivo: «Ódialo. Mancha su camisa blanca. Levanta arcos de triunfo sobre su derrota. Piensa que en tu caso él haría lo mismo. / Y prepárate para el día que lo veas finalmente junto a la choza hecha cenizas surgir de entre las huestes vencido. Dar un último paso al frente». Este sutil sentido narrativo (nueve verbos en esos dos versos) gana páginas de este libro, por lo que Yuseff permanece fiel al tono conversacional que le permite un juego entre el yo y los otros, tú y ellos, y cierta síntesis en un nosotros que le dona cierto matiz épico a su lirismo, muy visible en «Fuga de Isla»:

Aguaceros de medianoche abren el paso

sobre el hierro

Y luego se cierran sobre nosotros como un

mar antiguo.

A tierra mojada huele el aire que entra por

las ventanillas.

Avanzamos hacia algún sitio nombrable.

Sin hablar

optamos por el silencio.

No creo que el poeta estuviese prefiriendo escapar de la entrañable subjetividad de su poesía, y esto lo ratificará en Los silencios profundos (2009), cuando el primer verso coloquial es a la vez una invitación a un diálogo íntimo propuesto por la poesía: «Llegado el tiempo de las inevitables conversaciones», en que las palabras resultan «un disparo entre dos»: lo que me dices y lo que interpreto, la escritura de él y mi lectura del texto, pues la poesía como género literario resulta palabras compartidas, toque de mutuas sensibilidades que requiere vibración común entre emisor y receptor. Esa vibración puede ser creativa del autor, receptiva del lector e incluso pueden diferir en sus apreciaciones, pero coinciden en eso, en el hecho de vibrar ante (dentro de) un texto que anota algún tipo de sensación poética, una aprehensión poética del mundo.

Los silencios profundos ratifica una dirección apreciable en los dos libros anteriores, pero que ahora se hace más nítida: el sentido culturalista de buenos textos de Yuseff, un poco acercándose a ese matiz de la obra de Gastón Baquero, poeta culturalista por excelencia, aunque la manera de afrontar el hecho poético es distinta del gran poeta de cuna holguinera, pues Yuseff tiende a ser mucho más sensual, y no escapa del dictado de la emoti vidad, de la que parece huir Baquero en su poesía. Esto se ve mucho mejor en Salón de última espera (2007), en que la corporalidad cernudiana (tan apreciable la referencia corporal en Luis Cernuda) lo acerca a otros poetas cubanos, como al singular Alberto Acosta-Pérez, quien tiene una reacción ante el cuerpo parecida a la de Yuseff. De nuestro comentado Yuseff son estos versos del poema que da título al libro:

Soy un poco de aire enjaulado en un cuerpo,

cuando dejo a un lado a este cuerpo enjaulado

en un poco de aire.

Soy un cuerpo enjaulado.

Un cuerpo de pequeños cantos.

Un cuerpo leve, gaseado, inatrapable, que avanza

hacia las hélices despavoridas, y me obliga a

asumir falsas conversiones cuando las naves

atraviesan mi corazón contenido en un cuerpo

de aire.

No sería ese el lenguaje de Baquero, tampoco el de Cernuda, Yuseff logra una síntesis de la apreciación poética de esos dos grandes autores y ofrece su singularidad. Pero sin dudas sus frecuentes citas de otros poetas, sus referencias a la cultura libresca o de diversos soportes, su lenguaje barroco aunque no hermético y su correspondencia constante a las artes creativas lo señalan como un poeta culturalista. La poesía culturalista, una franca corriente dentro de la lírica española coetánea, tiene en Baquero uno de sus poeta mayores y se advierte al menos con cierto grado de definición del término en el catalán Père Gimferrer (entre varios de los llamados «Novísimos» de los años sesenta y setenta), si bien su raíz prístina se halla en el llamado gongorismo o culteranismo, del que se ha señalado en América Latina aportes serios de dos grandes poetas: Rubén Darío y Julián del Casal. También Cernuda pasó al final de su obra por cierta fase culturalista, asociable a poetas de otras lenguas como Cavafis, Eliot o Pound. Quizás a Yuseff le llegó mejor de las lecturas de Baquero y de Cavafis, y se convirtió en el modo suyo de aprehender el mundo y al hecho poético. Es indudable que esa corriente lírica existe en Cuba, primero bajo el influjo poderoso del poeta extraordinario que fue José Lezama Lima y luego por varios autores que han continuado este tipo de poética, Yuseff entre ellos.

En Esquema de la impura rosa (2004) hay un deseo de acercar el verso, y el versículo, a la prosa expresiva coloquial, pero lo que más sobresale de este conjunto es otro elemento propio de la poesía del laureado holguinero: la atención a los mitos, pero sobre todo a los coetáneos, como pueden ser personalidades: Violeta Parra vista como un gran paradigma hispanoameri cano, o lugares, como la sin dudas mítica París, o las mon tañas Rocosas o incluso la propia flor que se asienta en el título. No deja de ser simpático que junto a Shirley Temple (mito del cine) se nos mencione a Hera, Afrodita y Atenea, pero Yuseff no se queda allí y a la parafernalia de alusiones y menciones se unen Shakespeare, Nerón, Cleopatra y Marco Antonio, el Palacio Dorado y el Olimpo. Lo que pudiera ser una reunión del grotesco o del gótico se aúna por el arte del poeta en encuentros fortuitos no sobre una mesa de disección, como reclama el surrealismo, sino dentro del drama del escenario lírico-escrito. No se puede pasar de mejor manera de Bengala a Jericó o del reino de Oz a las eras imaginarias (Lezama en la memoria) que por este conglomerado barroco per se.

Con Yo me llamaba Antonio Broccardo (2003) el poeta cambia el tono conversacional directo, cercano a la oralidad, por el tono epistolar, asimismo coloquial, pero más entregado a la escritura. En las «Cartas venecianas» no son pocas las referencias cultas, librescas o del mundo de las artes visuales. Aquí reaparece con mayor fuerza otro tema notable en la obra de Yuseff: la isla, la condición insular, que puede venir directamente de la obra poética de Virgilio Piñera, a quien varias veces reverencia, pero también de la tradición de la poesía cubana, cuando muchas veces las palabras isla e insular equivalen a atributos de la idiosincrasia, o más detenidamente al tractus de la identidad nacional cubana. Yuseff mismo es un poeta insular, no podría menos que sentir ese aliento marino que circunda a las islas, de modo que el tema le viene como identidad. Si bien el uso de isla no siempre aparece como referencia directa del archipiélago cubano, la presencia del término, en libros anteriores, se acentúa notablemente en Yo me llamaba Antonio Broccardo.

A los muchos personajes y personalidades que Yuseff mueve de manera constante en su vasta poesía hay que añadir ahora a este Broccardo que debe llegarnos del Retrato de un joven, suerte de caballero con la mano al pecho de Giorgione, y del que Yuseff parece sentirse reen carnación. Libro inspirado por el arte pictórico, reúne en él a más de veinte personalidades y personajes que, sin ser un censo, resulta una bonita relación de nombres propios. Entre ellos, el homenaje a Virgilio Piñera en «Para que Virgilio lea sus poemas efímeros» resulta un texto de notable intensidad dramática que pudiera estar inspirado en un cuento de Reinaldo Arenas: «Virgilio Piñera lee sus poemas efímeros», cercano al título de Yuseff.

En «Juan hijo de Ochún» Yuseff entra en el mundo de la santería cubana y logra por ese mismo camino un poema muy ágil, fuertemente expresivo y en el que la cubanía explícita asciende a uno de sus mejores instantes. No renuncia en él al proceso de interiorización de la realidad que el poeta ha potenciado en su poesía, de modo que de ninguna manera puede ser juzgado como una reunión versal en torno a las religiones de origen africano de la vida nacional cubana.

Con Salón de última espera (2007) la elección por un versículo casi prosa y por una intensidad narrativa parecieran desviarlo de su lenguaje, lírico por excelencia, pero a su rescate se introduce el tono habitual, la musicalidad de las frases, el vocabulario bien elegido y la cualidad de no romper con un lenguaje entre lo exquisito y lo que, aun distanciándose de la realidad monda y lironda, nos da la impresión de que trata sobre asuntos que tienen que ver con nuestras propias vidas, efecto logrado a partir de un fruto esencial del poeta: la belleza del lenguaje y de las situaciones poéticas. Un «Devorador» se convierte en una suerte de personaje ficticio como el Presionador de Presiones y diamantes de Piñera con semejante intensidad de persona dramática. Todo este libro presenta un doble interés existencial que a veces accede a cierto tono metafísico cuando trata del tiempo y de la transfugaticia vida: «En estos cubículos de espera, el tiempo no vuelve, no se divide. / Me descubro sobre la pista de ida/de vuelta, pensando en el tiempo que no se divide, que no vuelve, y los días que hasta entonces permanecían estáticos, comienzan a transcurrir como los hombres que se mueven en los puertos durante el desembarco».

Vamos viendo que los campos referenciales de Luis Yuseff dentro de la poesía cubana son la elegante sobreposición de la realidad de Casal, el barroquismo léxico de Lezama, el tono conversacional quizás mejor heredado de Piñera y el culturalismo definido de Baquero. Esos son los meridianos de sus «influencias», o mejor sea dicho, de sus afinidades como creador de poesía. Lo singular en Yuseff es que con todo ello de fondo, él saque una voz propia, y que no pueda darnos la impresión de que se fuga de la realidad, porque en arte no existe en verdad esa «fuga», sino una manera-otra de entrega a ella, a la traducción del mundo en el poema. En «Los temores», decidido hacia la prosa poética muy rítmica, se quiere alejar de esos resortes que le funcionan quiéralo o no como paradigmas, y nos ofrece un cuento, una historia, pero no escapa de tener cierta relación con el constante deseo de contar visible en poemas de Lezama y en algunos de sus poemarios. Hay que admitir que Yuseff tiene esos «dioses tutelares», lo cual no demerita el lujoso entramado de su propia y personal poesía, pero que lo aproxima no por la tangente al grupo de poetas cubanos que algunos críticos han llama do neobarrocos o incluso neorigenistas (por su cercanías al llamado grupo de la revista Orígenes), entre ellos Raúl Hernández Novás y Roberto Méndez, evocado en la páginas de Yuseff.

Sigue en la generosa selección de poemas para esta auto antología que es Yo voces, un grupo de textos de Los silencios profundos (2009). Este poemario presenta como característica expresiva un despojamiento de la presencia casi en forma tumultuaria de personajes y personalidades de la cultura de sus libros anteriores, pero los poemas resultan a veces paráfrasis de textos de algunos poetas, o evocaciones de Borges, Juan Manuel Roca, Jorge Guillén, Eduardo Galeano, el gran Nerval, Eliseo Diego, entre otros, incluso hallamos una muy cubana reminiscencia de un poeta europeo complejísimo: Ossip Mandelstam, en un «Efecto café bulevar» en el que se siente el efluvio de los grandes cancioneros cubanos como Elena Burque, Benny Moré, Celeste Mendoza, María Teresa Vera, Bola de Nieve, entre varios otros que concurren junto a un grupo de poetas de Cuba, y le ofrecen al conjunto un aire de nocturno, de nebuloso club, y con ello un raro efecto de intimidad, quizás como versión lírica de la novela Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante a la que se acerca solo en el rango de la coincidencia.

Ese «efecto de intimidad» es esencial en esta poesía cuidada y a la vez exuberante, copiosa, que por su conjunción de léxico y de nombres propios pareciera lanzarse a un exteriorismo típico de los poetas que reciben su impronta creativa desde la realidad galopante, de la polis y de los objetos materiales, pero solo lo pareciera, porque Yuseff ha pasado el exterior por un filtro íntimo, personalísimo, que identifica la intimidad de su poesía. Esta aseveración se halla mejor en «Signos inequívocos de la muerte», que para darle mejor sentido íntimo al de por sí sobrecogedor texto, lo inicia con una nota al pie (o «versos al pie») que le ofrece una gracia particular al poema.

Con Los frutos de Taormina (2010) Luis Yuseff llegó a la madurez, o dígase mejor a la plenitud de su obra poética, dado por un mejor sentido de la síntesis lírica, visible en «Llamado de infantería», pero sin abandonar el tono conversacional, la referencia culta de lector asiduo de la poesía de grandes autores, el impulso «suavemente» narrativo y la interiorización del discurso poético incluso mediante ese conversacionalismo expresivo tan externizador, que le acompaña hasta ahora. Las «Escenas kavafianas» ofrecen buen ejemplo de la asunción de la realidad transformada por el entorno que el poema logra. Citemos sus versos finales:

Los muros que sin piedad

han levantado a mi alrededor

no dejan ver

el sitio donde antes crecí.

Por costumbre, quizás,

ya no extraño nada.

No logro reconocerme

en lo que soy, recuerdo

apenas lo que quise ser.

Silenciosamente me acerco

al muro gastado. Él mira dentro de mí,

seguro de lo que guarda,

y yo lo beso como si fuéramos dos viejos amantes.

La muerte, el amor, la sexualidad, el cuerpo humano, las gentes (poetas, artistas…) como cercanas otredades, son temas centrales del conjunto de Yo voces. Son partes de las constantes expresivas (temas y motivos) de este poeta que trasmuta el mundo de las lecturas en una realidad-otra, realidad sobre la realidad, a veces como agalma, o sea, adorno y lujo expresivo, a lo que se añaden elegancias de lenguajes y largueza tropológica, que conducen a las incitaciones de lo externo para figurar un mundo íntimo que a la vez suele rehuir, pero no eliminar, la confesión sentimental. No diría que la poesía de Yuseff está exenta de sensualidad, la tiene, en el rejuego de las palabras, en la fruición de lo exquisito antes que lo vulgar del suceso cotidiano. La densa configuración del lenguaje no se aparta sin embargo del «contagio», incluso venéreo, de la realidad objetiva, que viene en alusiones hacia diversos grados de la sexualidad humana, como veladas alusiones, o no tan veladas a la homosexualidad como identidad de derecho de la realización de la personalidad.

El poeta no tiene por qué convertirse en un «arma expresiva» del mundo social en torno, si no tiene esa vocación ligada a la llamada «poesía social». ¿Qué poesía verdadera no es social? Nadie vive en la torre de marfil, nadie se puede apartar del mundo circundante para en cerrarse en sus fueros encastillados, mucho menos en una sociedad como la cubana, donde el socialismo trajo una fuerte participación ciudadana, una ardua colectivización de la vida, una batalla cotidiana ante las carencias, el racionamiento, las inevitables colas, la realidad insular bloqueada, la constante inspiración colectivista de los medios de divulgación masivos. Difícilmente el Luis Yuseff ejecutivo editorial (director de la holguinera La Luz), pueda construir con su poesía un muro de contención contra la vida avasalladora. Él ha expresado su sensibilidad, su ardor de letras, su modo aprehensivo de la realidad y lo ha hecho de manera honesta, rodeado de una fruición que puede no ser grata a algunos lectores (quizás más acostumbrados a la asequible poesía emotiva, sensorial, sensual o externa), pero que añade belleza a la rica variedad del mundo.

En «Poemetos del estío» realiza una pequeña obra de arte finísima en la sección que llama «Siete muchachos y un balcón para hombres solos», donde pone en juego una virtud de su poesía que no he comentado hasta ahora: el ingenio constructivo del texto. Debe leerse con cuidado este entramado lírico en que parece haber un relato, así como Mariano Brull armaba sus sutilezas frente al mar («Yo me voy a la mar de junio»), pero en Yuseff no prima la agudeza de trasfondo a lo Brull sino la situación atrapada como un juego, como un entrelazamiento de cuerpos. Llamo la atención sobre este poema como uno de los momentos depurados de la poesía que ahora comento, en que la sensualidad no es el objetivo enfocado, ¿O sí?

La rosa en su jaula (2010) no ofrece cambios sustanciales en el derrotero de este poeta, quizás no hay aún tiempo real para ello (menos de diez años desde su primer libro publicado). Pero al menos se ha desprendido bastante de la reunión de nombres propios, de figuras mitológicas, de artistas (sobre todo poetas y pintores). Yuseff parece querer buscar caminos diferentes para su creación. No lo logra aún, persisten el coloquio, la misiva, el lujo expresivo, la imaginación en función de hechos culturales concretos o no, a veces solo evocados. Puede que de pronto en un poema el autor considere que «Me desconozco». ¿Se siente a sí mismo otredad? Parece que quiere aproximarse más al vórtice del mundo cuando advierte que hay: «Días que te devoran como lepra. Y sin embargo también son días de Dios». La presencia de citas de poetas como Marina Tsvietáieva, la gran Ajmatova o el ya antes citado Mandelstam da la impresión de que Yuseff está en una etapa de búsqueda, saturado ya por su propio modo expresivo. Esto va a hallar un momento definidor en Aspersores (2012).

Con ese libro la poesía se torna más experimental no solo por las formas, sino también porque usa o desusa los signos de puntuación (y el empleo llamémosle vanguardista de la letra minúscula) de manera peculiar y un tanto diferente a su poesía anterior, con la que tampoco hay una ruptura radical. En Aspersores el dolor humano («Parece un Cristo…») se convierte en tema, no en un motivo aislado. El propio título de ese libro empuja a ver un cierto «mecanismo» que redunda en un sentimiento de lejanía, de sentirse «extranjero», de asumirse de nuevo como otredad pero recubierto ahora por una capa que desea protegerlo de la realidad, pero no lo logra, y ese es el tirante sentido doloroso de este libro, de mayor carga existencial que todos los anteriores. Da la impresión de que el poeta quiere ocultar este advenimiento de la sensibilidad emotiva mediante el experimentalismo de la construcción versal. Se cubre, se protege, hay una capa, un toldo ¿un antifaz? Es como si se sintiera «extranjero», raro, incluso inverosímil.

Una suerte de víctima quiere centrar el libro y se le ve incluso en lo externo del sí-mismo: «sus cuerpos fueron clasificados / en hombres-anclas y en cuerpos-arpones», sin dejar de ver al victimario como en una bruma. ¿Vuelve Yuseff al opresor, al piñeriano presionador? Un no sé qué angustioso se extiende como gato que se deja acariciar, es una sensación de ansiedad un tanto depresiva que arrastra incluso al tono conversacional típico del poeta hacia una inquietud mucho más existencial, do lorosa, como de falta o carencia, como si algo perdido bullera en el poemario, lo que también arrastra hacia cierto aire depresivo que desemboca en el motivo general de la rosa, tan frecuente en Yuseff, vista aquí con cierto aire de fugacidad, de lo bello no durable, del dolor de lo efímero. Por eso un lector puede sentir un trasfondo elegíaco. También este juicio mío se llena de subjetividad, quizás influido por el ardor subjetivo de estos poemas de Aspersores. Véase esa suerte de contenida asfixia develada en este fragmento:

creo un mar de múltiples costas

y pido un café:

noto que algo se consume en la taza

algo que no es

el líquido pardo

sino algo que asienta

y arrastra

algo que desciende de a poco

como cuerpo de ahogado

y vuelve a la superficie

con menos oxígeno

cada vez

algo que me resta sueño

la verdad es que estoy agotado

Con Dolor de la resurrección (2014) hay una continuidad, como si formase parte de Aspersores, pero Yuseff vuelve al ritmo de otros poemarios anteriores, como Los silencios profundos y Los frutos de Taormina. No, no hay aún un salto expresivo desde el latente culturalismo, ¿lo habrá en el futuro tras el ajuste de cuentas que resulta esta auto antología? El futuro está dentro de la bola de cristal, no lo sabemos. Yo voces da fe de poco más de una década redonda en la creación de un poeta que le gustaría ser escuchado por Antonio Machado: «entre las voces una», un poeta singular de amplia, fecunda, rica imaginación y que posee la cualidad esencial para expresarla, o sea, un artista de la palabra, un poeta en la consumación de su labor expresiva. Quizás Yo voces se tornará con el tiempo la obra del «medio del camino de la vida», suponiendo a un Yuseff nonagenario que haya transitado por otros caminos novedosos en su expresión.

Dice en unos versos de Dolor de la resurrección que: «jamás la poesía cambió nada / absolutamente», expresión un tanto anti rimbaldiana, de aquel «cambiar la vida» que proponía el extraordinario genio de Rimbaud. No creo que Yuseff opine así del todo, porque la mirada lírica sobre la realidad la transforma, de ahí nace la aprehensión (inevitablemente transformadora) del mundo que es la poesía. En este libro final de la antología, el poeta está más presente de manera objetiva, se advierte desplazándose en sus versos, lo que se nota mejor en la suerte de metapoética que consiste en dialogar con el hecho creativo cuando la palabra «amenaza», «golpea», irrumpe en el dolor. El sustancial culturalismo de sus primeros poemas se va diluyendo, quizás abrasado por el rigor del dolor, de la pena, de lo perdido sin recuperación dentro de la existencia temporal del poeta.

La evocación de Rumi, el mayor de los poetas de la mística sufista, enuncia más bien cuánto la poesía puede ser portadora de cambio íntimo de la visión de las circunstancias frente a «las especies venéreas de la existencia». Es la poesía del grito con que se cierra esta antología personal, y mediante el cual el poeta expresa una angustia teopoética, una angustia existencial llena de mirada (¿velada todavía?) hacia otros derroteros expresivos en un «grito siete veces anunciado», que termina por la mirada efímera frente a lo eterno: «tú que has visto desde arriba / al nazareno / responde con serenidad: “¿qué cosa es Dios?”».

Luis Yuseff es uno de los poetas cubanos actuales, desde el inicio del siglo xxi, más ricos en expresividad. El pase de revista de su obra, amplio, magnánimo en su auto selección que es Yo voces, dibuja una trayectoria desde la juventud biológica hasta el medio tiempo de vida. Es un viaje humano desde el deslumbramiento de las voces «ajenas», otras, hasta la asunción del dolor propio y también extraño, desde el intelecto hacia el corazón. Solo quiero saludar con mi prólogo a esta poesía legítima de un poeta sustantivo. El ego (yo) se sitúa ante las otredades (voces) y arranca sus notas líricas para una canción ininterrumpida, que resulta ser la fecunda poesía de Luis Yuseff.

El Cerro de La Habana de 2020

Virgilio López Lemus

De El traidor a las palomas

Lunas de Alejandría

vuelve a menudo y tómame

sensación amada vuelve y tómame...

Por el mes de julio

en vísperas de que madure el fruto

para la fiesta de la vendimia

el viejo poeta —pálido de recordar—

atraviesa la taberna.

Su antigua esbeltez se dobla sobre la mesa

y el humo del candil

que expira en el petróleo quemado

le mancha la barba.

Ocurrió hace veintiséis años con luna nueva.

Cavafis y Dioniso beben cerveza de abeto

en una taberna de Alejandría.

Arden en las mediasombras:

lascivia de las penumbras

que hacen de la semidesnudez del cuerpo

un canto al lado oculto de la belleza.

Bajo la camisa desabotonada de Dioniso

se esparce un césped negro

que parece dibujado a lápiz

sobre la piel mojada

y en medio del ancho silencio

que se abre entre las escasas palabras

el Poeta y su muchacho velan el sueño

del camarero dormido sobre la barra.

El Poeta sabe que «ese muchacho

con la belleza de sus veintinueve años

tantas veces puesta a prueba

por la voluptuosidad» será suyo.

Y por esta vez se entregan torpemente al placer.

Después salen a caminar

—no sin cierta inquietud—

como sospechando

en qué clase de cama estuvieron.

Desde entonces muchas lunas

se han visto sobre el cielo de Alejandría

pero es ahora que el viejo Poeta

recuerda melancólicamente

que amó a un hijo de los dioses

y su brazo cansado de sostener la jarra

cae desplomado sobre la mesa

mientras la cerveza derramada

apaga la luz del candil.

Jacques Prévert no dejes que llore por mí

Jacques Prévert poeta amante

de las noches de París

el viento se llevó tus poemas.

Parecen gigantes mariposas aleteando entre los ficus.

Y tengo miedo de la hierba seca

que detiene como tules

el vuelo de tus blancas mariposas.

Tengo miedo de aquellos muchachos

que me miran desde las sombras y

de las sonrisas largas

ceñidas como mallas a los labios.

Tengo miedo de sus sonrisas

que no quisiera comprender:

«cuanto más sonreímos

más sufrimos

atrozmente».

Anoche yo no pude dormir

Jacques Prévert.

El sueño se ha convertido

en un puñado de arena sobre los ojos.

Y ahora dicen que soy un ángel

aunque nadie sabe en verdad

qué es un ángel

ni lo que pesa en soledad esa estrella.

Mi amante sí sabe

entre sus brazos

más que una criatura en vilo

he sido un hombre

azotado por «demonios y maravillas».

Una noche

el miedo se proyectó contra el espanto de los pinos

que aullaban como perros

y callamos Jacques Prévert

a pesar de nuestros cuerpos desnudos

y el olor a hojas secas de su pecho.

Porque el deseo enamorado siempre nos hizo

indefensos.

Y esta ciudad no es París.

Esta ciudad que tantas veces me ha visto

ocultar las dianas de mi llanto.

Ya no me importaría si una vez más

enarbola contra mi tristeza

el escarnio de su sonrisa

porque ahora yo te invito Jacques Prévert

a alegrar el corazón

«dejando un árbol por otro como los pájaros».

Vamos a embriagarnos con los licores de la

medianoche

antes que la medialuna de tus ojos

enarque el asombro de mis labios que no te besaron

porque el viento terminó por asustarnos.

Yo te invito Jacques Prévert poeta amante

vamos a embriagarnos hasta creer

que este llanto es de alegría.

La hora del té

Las tazas... se habían convertido

en joyas alucinadas.

José Lezama Lima

Aquí están las tazas.

Desde lo alto

—tendidas como las puntas

de una red—

caen las estrellas de Orión

sobre ti.

En otros tiempos la bella Constance

te esperaba en casa

doblada como un cirio sobre los pequeños.

Pero ay la bella Constance

«perdió la espada de fuego

que te impedía la entrada

al paraíso de los placeres prohibidos».

El amanecer de Londres

ennegrecido por las caras sucias

de los mendigos

y el hollín de las fábricas

te sorprendía en Brick Lane

o en las alcobas de un vulgar hotel.

Fascinado contemplabas la sórdida belleza

de los ángeles de la calle

cuando descendías por los suburbios

floridos de margaritas al son de las flautas

y tu alma

como un velero naufragado

se perdía en las copas de los mejores vinos.

Todavía era el tiempo de la pasión y el júbilo.

La pobreza y el sufrimiento vendrían después.

Ni siquiera podías imaginar al querido Bosie

en el exilio de París

dejando caer una moneda

a los pies de tu pobreza.

Porque entonces eras feliz

y yo no tenía como contarte esta tristeza

de modo que ha durado hasta hoy

que he visto a las hormigas

disfrutando del té que no bebiste anoche.

Porque ayer cuando la tarde caía

como una hoja seca

bajo la fronda de los álamos

dispuse de las finas tazas para tomar el té.

Y ansié tanto que al menos una

no se hubiera quedado servida en mi mesa

porque entonces mi añorado amigo Oscar Wilde

yo hubiera podido pensar que tú me amabas...

Luis Cernuda y la efímera belleza

Imitación de Virgilio

Durante sucesivas noches

cuando las estrellas comenzaban a imitar

las formas de un fondo marino

vi a Luis Cernuda «poeta casto

y sensual» conminado por una pregunta

cuya respuesta no encontraba.

Y en medio de tan humana incertidumbre

le vi caer mortalmente herido

por la estocada de un corsario

le vi sufrir tras las colinas

transparentes de un muchacho andaluz

le vi llorar a orillas del mar

la espléndida desnudez de un hombre

muerto por las olas.

Le vi ceder siervo de la humana hermosura.

Y llegado al fin de los tiempos

me dijo que la respuesta

que tanto buscaba

no la había encontrado

en aquellos hermosos cuerpos

poseídos rabiosamente cada noche

sino en lo breve en lo irreal

del momento en que los poseía.

Porque en definitiva añadió

solo perdura en la memoria

lo «efímero que es bello...».

Childe-Harold invoca al Poeta de las Peregrinaciones

bello fantasma

de George Gordon Byron

concédeme la paz

que nunca has tenido

en cambio

yo te daré todas las horas de mi vida

mi corazón joven

y este humilde poema

que exalta tu serenísima

belleza.

El Dragón Celeste contempla el crepúsculo

Viejo Wang-Fô pintor de las auroras

y los crepúsculos del País de Han

yo le he visto esta tarde

cuando se levantaba entre todos

bello como una espiga de trigo

y su sonrisa de cuarto menguante

era imprevisible inocente tierna.

Nada puede devolverme la alegría

viejo Wang-Fô sino tú que has pintado los cielos

colmados de astros y libélulas

azul el mar

y aquellos guerreros de delgada cintura.

Mírame las manos ajadas como están de no tocarlo.

Mira mis ojos cómo han envejecido

procurando la paz solo en su sonrisa.

Yo que he vivido acechado por el justo tormento

de los perfectos placeres

te pido —con esta poca luz

que me sangra todavía—

que pintes para mí su sonrisa

que al anochecer

la tristeza se borre con una luna de noviembre.

Lamento de la Dama-del-pueblo- de-las-flores-que-caen

Príncipe Genghi

tus ojos se parecen a las flores de loto

que crecen en el tremedal.

Una noche me hundí en ellos

¿cómo es posible que no lo recuerdes?

Duele tanto el olvido.

Duele tanto que tus ojos

ya no brillen de emoción como aquella noche

en que desnudé mi cuerpo frente a ti.

Duele tanto príncipe Genghi.

El único hombre que he amado

no recuerda el instante en que temblé de amor

entre sus brazos.

El Dragón Celeste llora frente al Camino de los Cien Mil Colores

Me has mentido viejo Wang-Fô

pintaste un mundo que no existía fuera de mí.

Por qué no pintaste a los segadores del alba

haciendo de mi cuello frágil

un cervatillo para el hambre de la jauría

el légamo de la pasión

el bajo fondo de la duda

las lunas cardenales del deseo que me habita.

En tu afán de protegerme

solo pintaste los paisajes de mi inocencia

y la vida comienza viejo Wang-Fô donde termina

tu arte

y de nada sirve el arte si no hace perdurable el amor.

Ahora ten piedad de mí

que tengo un miedo enorme de quedarme solo

en esta orilla

y mis ojos lloran mientras ven partir tu barca.

Ten piedad viejo Wang-Fô

y no dejes para mi corazón que te ha amado

este amargor marino.

El Dragón Celeste pierde el camino que conduce al País de Han

Viejo Wang-Fô allí donde los ciervos divinos

bebían el agua de la luz

yo posé para ti tocando el laúd

bajo un sauce

como una princesa de antaño

y después de ayudarte a vadear

el luminoso río que nos separaba

penetraste los muros del silencio

y pintaste un alma para mí.

Entonces comprendí que los pájaros cantaban

si tú pintabas su canto

que el cielo era azul porque tu mirada

cuando procuraba el vuelo de una nube

parecía un mar de jade

y los crepúsculos resplandecían llameantes

sobre las montañas heladas del País de Han

si tu pincel los encendía.

Porque tú viejo Wang-Fô pintaste de levante

a poniente cada uno de mis días

el imperio de las luces y sus sombras.

Me enseñaste a amar el destello de los charcos

el juego de las hormigas

y el rostro de los muertos.

Pero una tarde cuando escuchaba el canto del ruiseñor

un príncipe guerrero disparó su arco

al papel de arroz donde habías pintado mi corazón.

Y ahora mi corazón sufre.

He salido de tu reino y no sé regresar.

Viejo Wang-Fô pintor de las auroras

y los crepúsculos del País de Han

píntame un camino de doradas claridades

y hojas serenas que transparenten

como sombra chinesca tu veterana sabiduría.

El camino que conduce al pacífico recinto

donde los ciervos divinos beben el agua de la luz

y yo poso para ti tocando el laúd bajo un sauce

como una princesa de antaño.

Píntame el camino de regreso

a la perdida estación de la ternura.