Yuruparí - Ermanno Stradelli - E-Book

Yuruparí E-Book

Ermanno Stradelli

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Beschreibung

Entre las gestas míticas, la obra más representativa es Yuruparí, relatada por el indio amazónico Maximiano José Roberto, escrito en lengua neêngatú en el siglo XIX al conde Ermanno Stradelli, quien lo tradujo al italiano en 1890. Es de este manuscrito de donde esta leyenda se rescata hasta nuestros días. Aborda temas de vida y muerte (en fuerte consonancia con el mito solar y rituales de la región Amazonas-Vaupés); además, da una explicación del mundo, el origen del hombre, la comunión con la naturaleza, la organización de la sociedad, de los símbolos de la religión y la agricultura, así como de la prohibición del incesto. "Yuruparí" significa "fruta milagrosamente fecundada", pues de una mujer virgen, quien ha probado un fruto prohibido, nace un niño que llaman "Yurupary". Más tarde, este será el cacique de la tribu y establecerá las leyes que regirán los hombres en la Tierra, así como la ceremonia y la música del Yuruparí. Esta edición de la leyenda es una traducción fiel del texto en italiano del conde Ermanno Stradelli, publicado por primera vez en el Bolletino della Societá Geografica Italiana. Pineda-Camacho narra, junto con la traductora Alzate Ángel, un relato introductorio donde nos encamina al mundo de la leyenda del Yuruparí y de la vida del conde. Además, elaboran un glosario en el cual se puede ver la variedad de términos que acompañan esta increíble leyenda.

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Stradelli, Ermanno, conde, 1852-1926.

Yuruparí / Ermanno Stradelli; traducción Beatriz Alzate Ángel. -- Tercera edición / Julián Acosta Riveros. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2023.

1. Leyendas indígenas colombianas 2. Mitología indígena

3. Indígenas del Vaupés (Colombia) - Vida social y costumbres

4. Culturas indígenas - Aspectos sociales 5. Tradición oral - Amazonas (Colombia) I. Alzate Ángel, Beatriz, traductora

II. Acosta Riveros, Julián, editor III. Tít. IV. Serie.

398.208 cd 22 ed.

Primeda edición digital, noviembre 2023

Tercera edición, enero de 2024

Segunda edición, octubre de 2020

Primera edición, marzo de 2005

© Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30, Tel.:(57) 601 3649000

www.panamericanaeditorial.com.co

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Traducción

Beatriz Alzate Ángel

Introducción y notas

Roberto Pineda-Camacho

Beatriz Alzate Ángel

Diagramación

Rafael Rueda Ávila

Diseño de carátula

Once Creativo

Fotografía de carátula

Renan Martelli da Rosa,

Shutterstock

Viñetas

Freepik

ISBN DIGITAL 978-958-30-6812-6

ISBN IMPRESO 978-958-30-6777-8

Prohibida su reproducción total o parcial

por cualquier medio sin permiso del Editor.

Hecho en Colombia - Made in Colombia

Contenido

Nota de la traductora

Agradecimientos

El conde payé y la leyenda del legislador

La intuición del Amazonas

Una tierra de «salvajes»

Los poderes del etnógrafo

La música del diablo y el héroe reformador

Regreso a Italia

El encuentro con la leyenda

Origen

Leyenda del Yuruparí

Glosario

Bibliografía

Nota de la traductora

La traducción de la Leyenda del Yuruparí ha seguido las pautas de Ermanno Stradelli, colocando en cursiva los términos indígenas, seguidos por la versión del autor, entre paréntesis. Igualmente, se ha consignado la división original de los párrafos, tal como aparece en la versión del Bollettino della Societá Geografica Italiana.

Se considera que con ello habrá una mayor fidelidad en la traducción al español del texto entregado a Stradelli por Maximiano José Roberto.

Agradecimientos

A los profesores Danilo Manera y Andrea Lampis, por la consecución de los artículos enviados por Stradelli para ser publicados en el Bollettino della Societá Geografica Italiana.

A las profesoras Betty Osorio y Olga Ardila, por el texto del Vocabulario de la Lengua Geral, obra póstuma de Stradelli.

A Antonio Guzmán, por sus observaciones sobre los términos del Glosario.

Al sector cultural del Ministerio de Relaciones Exte­riores de Colombia; a nuestra Embajada en Roma y al Instituto Italiano de Cultura en Bogotá, por las fructíferas gestiones para que pudiéramos establecer el contacto académico con el profesor Manera.

El conde payé y la leyenda del legislador

La intuición del Amazonas

En 1923, un hombre se debatía por conseguir aunque fuera un pequeño cuarto en los hoteluchos de Manaos, a orillas del río Negro, mientras se aferraba a grandes cartapacios llenos de anotaciones en lengua geral o nheêngatú, la fala boa o lengua franca del Amazonas; guardaba, también otros manuscritos que durante tantos años había escrito o recogido pacientemente, los cuales condensaban gran parte de lo que él veía como su principal herencia, aunque, al parecer, no le importaban a nadie. Sabía que sus días finales llegaban y que la lepra que cada vez más carcomía su piel le impedía, incluso, aprovechar el boleto enviado por su hermano para regresar a los antiguos predios de su noble familia en Italia. Al fin, el gobierno del Amazonas, apiadado del agobiado conde, le reservó un sitio en un lepro­comio cercano a Manaos, donde murió el 24 de marzo de 1926, acompañado únicamente de sus libros y manuscritos personales.

Desde que el sacerdote Tastevin lo visitó en 1905, en su propia casa, situada en Tefé, a orillas del río Amazonas, al frente de la desembocadura de uno de los brazos del Yapurá (Caquetá) la vida había cambiado radicalmente para el estudioso italiano. Entonces, en esos primeros años del siglo XX, Ermanno Stradelli ya mantenía un gusto peculiar por la vida solitaria, era amante de la buena mesa amazónica, comía con gusto la carne de tortuga, el sarapaté, los tucunaré, los grandes bagres, la fariña, y los acompañaba, seguramente, con cachaça.

Sobresalía por su risa jovial y, sobre todo, por la preparación de los macarrones a la italiana. Era querido entre los pobladores por su especial mezcla de aristocracia, que compenetraba de manera especial con la vida del pueblo, que también disfrutaba.

En 1905 tenía 53 años y con razón podía sentirse un hombre satisfecho. Había explorado gran parte de los principales ríos del Amazonas, en especial los de la cuenca del río Negro; era corresponsal activo de la Socie­dad Geográfica Italiana y buen abogado y letrado, lo que le había merecido el cargo de promotor público en Brasil; y reconocido colaborador de una revista de Derecho editada en Río de Janeiro. Si la desaparición del imperio del Brasil (transformado en república en 1889) había sido deplorada por muchos aristócratas, Stradelli conservaba su fama de verdadero conde en la sociedad de Tefé y en la bulliciosa Manaos.

Ermanno Stradelli había nacido el 8 de diciembre de 1852 en el castillo de Borgotaro (Piacenza), en Italia. Su familia paterna era de origen lombardo, mientras que la madre provenía de una familia escocesa. Hizo sus estudios en Pisa, en donde también comenzó la carrera de Derecho, la cual solo culminaría décadas más tarde, de regreso de una primera gran estadía en la Amazonia. Por entonces, los jóvenes se entusiasmaban por las noticias de las grandes exploraciones a África y otras regiones del mundo, que antecedían o seguían, según el caso, a la expansión de los grandes imperios. Los vapores recorrían gran parte del mundo; algunos de ellos —de bandera inglesa— remontaban las aguas del Amazonas para descargar las mercancías y las muchedumbres entusiasmadas por la explotación del caucho. Sabemos muy poco de su vida familiar, excepto que la muerte de su padre lo colocó prematuramente a la cabeza de la familia en su calidad de hermano mayor. Ante los requerimientos de Stradelli, quien quería emular a los grandes exploradores del Nilo o del Congo, su madre —reacia a su partida por la situación de los hermanos menores— terminó por aceptar su viaje a Suramérica, vista como menos peligrosa. El joven noble partió a mediados de 1879 rumbo al Pará, adonde llegó en junio del mencionado año. ¿Qué motivó a Stradelli a realizar este viaje? ¿Problemas en un matrimonio poco conveniente, como sugiere Tastevin, o una verdadera vocación de explorador que ya se manifestaba en sus años mozos cuando leía con avidez las crónicas de los grandes viajes? ¿Quizás su madre pensaba que la estadía en el Amazonas podría abrir una buena oportunidad para los negocios de la familia, particularmente con algo vinculado al caucho, como el mismo Stradelli más tarde, pero sin éxito, lo intentaría?

Antes de partir para el Nuevo Mundo, el joven conde se preparó minuciosamente: estudió portugués y castellano, aprendió farmacia, topografía, homeopatía y, sobre todo, se dedicó a estudiar fotografía con esmero.

Su primera experiencia de la selva se hizo en el Purús, un río en que pululaban las actividades caucheras. Durante el viaje, juiciosamente, llevaba su botiquín y sus instrumentos de topografía e, incluso, cajas para recoger insectos. Pero, como Wallace y otros viajeros, pronto perdería sus equipos y notas en los inevitables naufragios ocasionados por raudales y chorros. Después visitó el río Jurua, registró las actividades de las caucherías y recibió la marca de la selva, la malaria, que le obligaría a regresar a Manaos.

Una tierra de «salvajes»

En 1881, el joven explorador puso los ojos en el río Vaupés, un afluente del río Negro. A pesar de los numerosos raudales a lo largo del río, desde 1850 se habían instalado en la región unos pocos misioneros capuchinos, para fundar algunas aldeas de misión. Desde 1880 fueron remplazados por misioneros franciscanos, de origen italiano, quienes, igualmente, establecieron otras aldeas a lo largo del río y algunos de sus principales afluentes. En ese entonces los caucheros forzaban a la población indígena a vincularse a los barracones del caucho y existían algunos movimientos indígenas mesiánicos que resistían la penetración de los blancos. Aunque no era el primer viajero contemporáneo del Vaupés (el naturalista inglés Alfred R. Wallace lo había recorrido en 1850), sus descripciones del río son particularmente interesantes. Con los brasileños João Barbosa Rodrigues y Antonio Brandao de Amorim conformaba una verdadera red de investigadores de la Amazonia, instalada en Manaos, epicentro de la explotación cauchera. Allí no solo llegaba el caucho para ser embarcado en los vapores ingleses hacia Liverpool o Le Havre, sino que con frecuencia atra­caban los batelones caucheros llenos de caboclos e indígenas que descendían con sus patrones llevando el caucho y, quizás, con el deseo de conocer la ciudad y vivir, al menos temporalmente, en el centro de la civilización, admirar sus barcos, disfrutar de los bares y cantinas y de las garotas provenientes del mundo entero.

Manaos era una verdadera metrópoli en medio de la selva y de las enfermedades tropicales. El emperador había querido fundar allí un museo de botánica y, para el efecto, había asignado al citado Barbosa Rodrigues la responsabilidad de dirigirlo.

Mientras los barones del caucho se distribuían el Amazonas y sus gentes y los siringueros morían de fome (hambre) y de malaria a lo largo de los ríos amazónicos, Barbosa Rodrigues y su círculo de colaboradores se internaban en la selva en búsqueda de plantas, de artefactos indígenas y de vo­cabularios, e intentaban comprender, bajo los parámetros de su época, esa extraordinaria diversidad biológica y cultural que los rodeaba.

Aprovechando la llegada a Manaos de los indígenas más diversos en culturas y lenguas, hacían entre ellos sus encuestas, registraban sus historias, localizaban grupos e indagaban sobre sus eventuales orígenes. No eran únicamente investigadores de gabinete, sino que rápidamente comenzaron a explorar —como dijimos— sus ríos y sus gentes e incluso a participar en la «pacificación» de algunos de ellos.

El alto río Negro era, sin duda, un lugar particularmente atractivo. Estaba constituido, en primer lugar, por una zona de fronteras indefinidas con las repúblicas de Colombia y Venezuela y ríos apenas recorridos, desde donde llegaban constantemente indios que desconocían el portugués y daban fe de la diversidad de lenguas y culturas. La expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII había provocado un retroceso de la ocupación portuguesa del río Negro; numerosos raudales protegían, aunque no aislaban, en cierta medida a sus pueblos indígenas. En la parte alta, los ríos nacían en Colombia y si se transitaba hacia el norte se podía acceder a las fuentes del Orinoco.

Motivado por el círculo de investigadores en Manaos, Stradelli se desplazó en 1881 al Vaupés, río al cual regresó en 1882.

En una jornada de ocho meses, Stradelli escuchó hablar de leyendas e historias regionales. Entró por el río Tiquié y visitó a tucanos, tarianos y muchos otros grupos. Entonces oyó hablar del Yuruparí y fue testigo y partícipe —como veremos— de algunas fiestas en las que empleaban las famosas flautas sagradas, vedadas a la vista de las mujeres y de los niños.

En su memoria del viaje al Vaupés, publicada en 1890 por la Sociedad Geográfica Italiana, Stradelli relata con cierto detalle la situación general del río. Desde 1880 habían llegado, como se expresó, nuevos misioneros que con celo emprendieron su labor de cate­quesis, fundando aldeas y forzando a los indios a abandonar sus prácticas y costumbres religiosas. Por su parte, el director de los indios de la región, Jesuino Cordeiro, al decir de Stradelli tan poco «civilizado como los indios», emprendía actividades de «pacificación» y obligaba a los nativos a movilizarse hacia los barracones. Los indios se articulaban, a través del comercio de fariña, castaña y artesanías y la explotación del caucho, con la economía regional y apeteciendo los bienes de los blancos, aunque de forma limitada. La actividad extractiva del caucho no solo dependía del trabajo de los indios, sino que se basaba, en gran medida, en la fariña que ellos producían. Tal como acontecía con el trabajo del caucho, la fariña se remuneraba con unas pocas baratijas o con mercancías muy costosas. Unos ocho o diez paneros de fariña se cambiaban por unos retazos de tela y las sotanas, o cusmas, por cuatro paneros. Y los comerciantes —relata Stradelli— no estaban contentos y despreciaban a los indios, ¡a quienes trataban peor que a un perro!

Sin duda, la región vivía una tensa situación. Los misioneros estaban convencidos de que en fiestas y rituales se representaba al Diablo, y que era menester denunciar tal impostura como paso previo para una verdadera catequesis.

De otra parte, al lado de la presencia misionera habían surgido algunos líderes indígenas de corte mesiánico que pregonaban el fin del mundo y la desaparición del dominio del blanco. En las orillas del Vaupés, Stradelli visitó la maloca de uno de estos líderes, el payé Vicente Cristo, al cual sus adeptos retribuían con telas, fariña e incluso plata, que dejaban en las grandes rocas aledañas al río. A pesar de ello, los pobladores de la región conservaban en gran parte su vida tradicional; cuando sorpresivamente se arribaba a una maloca —situación excepcional porque generalmente la gente estaba advertida de la llegada por otras personas o por el ladrido de los perros— se descubría a las mujeres desnudas, sin la vestimenta impuesta por los misioneros. El ritmo de vida cotidiano por lo general no había cambiado. Los indígenas sentían gran curiosidad por los extranjeros, particularmente por los misioneros. Cuando iban a recibir el bautizo o la eucaristía, las mujeres levantaban la sotana del sacerdote para mirar con curiosidad lo que su ropaje encubría.

Los poderes del etnógrafo

Stradelli recorrió la región durante ocho meses registrando detalladamente la situación. Sin duda, impresionó a sus anfitriones indígenas, con quienes compartía la comida e, incluso, participaba de algunos rituales, en los que su cuerpo era también decorado, aunque su vellosidad impedía que las tinturas se fijasen adecuadamente. Era el personaje extraño de los blancos, cuyo comportamiento no cuadraba ni con el fanatismo misionero ni con la codicia de los caucheros. Paseaba por el río, observando, fotografiando de una manera discreta, todo lo cual le creaba simpatías entre los indios. Le impresionaba el porte de los tuxáuas, los jefes, sus bellos cuarzos que colgaban de los cuellos adornados con dientes de jaguar. No solo despreciaba a los caucheros, sino que, como veremos, rechazaba la idea de que el Yuruparí representara al demonio. Pero también se integraba entre los misioneros, muchos de ellos sus paisanos. En Taracuá, por ejemplo, se ejercitó como sacristán del padre Venancio, con ocasión del bautizo de los indios.

Entre la gente del Vaupés, la fama del conde adquirió una connotación mágica. En alguna ocasión, Stradelli apetecía un bello guacamayo, pero su dueña se negaba a vendérselo porque lo tenía ya comprometido, o por lo menos eso manifestaba. Otra nativa le advirtió a la renuente dueña sobre las posibles consecuencias de su negativa: «Has visto (le dice) cómo hace crecer los animales? Si quiere, es capaz de hacerte crecer todos los piojos que tienes en los cabellos y hacer que ellos te coman» (Stradelli 1890, 443). Estas observaciones, con relación a la lupa del conde, bastaron para que la mujer prudentemente le regalara la preciosa ave. La fotografía era percibida como una especie de alma o doble de la persona, y era designada en lengua geral —según Koch Grünberg, el gran etnólogo alemán que recorrió el Vaupés durante los años 1903-1905— con el nombre de miranga, con el sentido de «gente, sombra, alma, espíritu».

Stradelli levantaba carpas a manera de cuarto oscuro para revelar las fotos, cuyas imágenes fijaba con arsénico. Alguna vez, después de instalar su tienda en Yavaraté y proceder a revelar las fotografías, Mandú, el tuxáua de la localidad, le solicitó el poderoso veneno contra las hormigas. El conde no entendía y, extrañado, negaba poseerlo. Guiado por Mandú, constató que las poderosas hormigas habían sido víctimas fatales del arsénico caído casualmente mientras preparaba sus placas: «Tienes razón —le respondió astutamente Stradelli—, pero este veneno no es el mejor porque está hecho con las imágenes de las plantas y de las cosas. El bueno es el que se hace con las imágenes de los hombres y de las mujeres» (Stradelli 1890, 443).

Desde entonces, la gente hacía fila para ser fotografiada por el viajero italiano. No tuvo más remedio, ante la gran afluencia de personas, que organizar grupos para las tomas de fotografías. Sin duda, el dueño del cianuro era un hombre poderoso, una especie de chamán, con la capacidad de transformar la naturaleza, aunque impotente ante el comején, que en más de una ocasión destruyó las cajas donde guardaba las fotografías.

Algunos payés lo consideraban como su par. Como señala Stradelli en su Vocabulario: «Un viejo taraquá me decía: «Hoy no hay más payés. Todos somos curanderos». Y eran quejas de colega a colega, porque yo era considerado buen payé gracias a la fotografía, al microscopio y a las colecciones de plantas, especie de Caladiums, que hacía durante el tiempo que pasé entre los indígenas del Vaupés» (Stradelli 1929, 585). Una de las experiencias fundamentales de Stradelli fue su participación en un ritual funerario. Había muerto recien­temente un viejo pira-tapuyo, cuyo cadáver —enterrado inicialmente en la misión— había sido rescatado por los indios para ser sepultado de forma tradicional. Stradelli, al encontrar la sepultura vacía, se cercioró de lo acontecido. Al cabo del tiempo, los deudos organizaron otro ritual, que consistía en la exhumación y cremación de los huesos. Para ello requerían la aprobación del misionero, permiso que lograron por la intervención del italiano. «Hasta el alba, el payé Pedro fue con una canoa y seis remeros a recoger el vaso de capy (yajé) que había quedado en el sitio, y hacia las cinco, cuando se le veía a lo lejos, desaparecieron las mujeres. Todos los hombres, entre los cuales yo me encontraba, estaban precedidos por cuatro músicos con las sagradas passyua (de un metro y medio de largo) y fueron hasta el puerto para encontrar a los que venían» (Stradelli 1890, 449).

Durante la ceremonia trataron a Stradelli con deferencia al darle un banquito para sentarse, aunque no se le permitió tomar capy (yajé) aparentemente porque no estaba preparado, pero, en realidad, según el viajero, porque en la poción de yajé estaban disueltas las cenizas del difunto y él, a pesar de todo, era un extraño.

En el Vaupés, Stradelli presenció algunas fiestas de cachiry («una fiesta de familia») y asistió a la última fase de una gran fiesta de dabucurí, en su concepto, más importante en cuanto implicaba la participación de «naciones» y la exclusión de las mujeres cuando se tocaban las flautas sagradas. Se dio cuenta de que las fiestas indígenas eran, en realidad, verdaderas ceremonias religiosas «establecidas por Yuruparí o, mejor, confirmadas por este, que ya las encontró cuando fue enviado por el Sol para enseñar las nuevas leyes y costumbres a los hombres, para ver si de tal manera se podía conseguir en el mundo una mujer perfecta que fuera al mismo tiempo paciente, prudente y discreta, virtudes que, se dice, no se encuentran jamás reunidas en una sola mujer» (Stradelli 1890, 452).

En su informe del Vaupés, el conde italiano presenta una imagen tolerante de sí mismo frente al mundo indígena, y de despertar confianza entre los indios. Posiblemente haya exagerado esta situación, pero no cabe duda de que conformó unas relaciones singulares con ellos.

En 1884, el explorador francés J. Coudreau recorrió parte de los pasos de Stradelli y pudo recoger algunas versiones sobre el conde. Se le consideraba como Hijo de la Gran Serpiente (Mayra Rai) y se le atribuía la capa­ci­dad de multiplicar a la gente: «Solo con aplaudir hacía nacer seres humanos aludiendo —sostiene Luis da Cámara Cascudo— al acto de revelar las placas fotográficas» (Cámara Cascudo 1936, 56).

Este hijo de una Anaconda era, en realidad, una especie de demiurgo, «de transformador», cuya aura de poder había trascendido por todo el Vaupés. El jefe Mandú le mostró, en otra ocasión, los petroglifos del raudal de Yavaraté, que Stradelli registró minuciosamente y que aprovechó para presentar en una ponencia en el Congreso de Americanistas celebrado en Turín en 1886. La copia de esas figuras de arte rupestre, de cuya significación el tuxáua se negó a hablar, era, sin duda, otra manera de apropiarse de los signos de los sitios sagrados, donde se registran su historia y sus lugares de nacimiento. Reforzaba esa aura mágica en torno a su persona y actividad.

La música del diablo y el héroe reformador

Desde el siglo XIX, diversos misioneros, funcionarios e investigadores dieron cuenta de la presencia en el noroeste amazónico y en otras regiones de la selva de una tradición oral, llamada por entonces «leyenda», con diversas versiones, según la cual, como se mencionó, en un tiempo primordial nació o llegó un hombre extraordinario, reformador, que propagó leyes y normas de conducta estrictas para su pueblo; impuso ayunos, prácticas de flagelación, etc., como medio para reforzar un complejo y estricto código moral. Según Barbosa Rodrigues, en su famoso libro sobre el Muyra-Kytã, el origen y nombre de esta persona variaba de tribu en tribu, aunque había un consenso sobre sus acciones principales. Los tarianos lo llamaban Izi, y los cubeos, Bokan; en lengua geral se le denomina Yuruparí. Los primeros señalaban que su origen estaba en las mujeres que migraron al río Negro; los cubeos, por su parte, pensaban que nació de una de las mujeres cuyos hombres habían muerto como consecuencia de la peste.

De forma convergente, los viajeros se percataron de que los indios del alto río Negro practicaban ciertas fiestas en honor a Izi, llamada, según Barbosa Rodrigues, Dabucurí, cuya realización exigía a los hombres la abstinencia o el ayuno tres días antes de su celebración (tiempo durante el cual solo podía alimentarse de frutas y fariña). Era un ritual de iniciación de los jóvenes, en el que se tocaban grandes flautas que debían permanecer ocultas a lo largo del año y, sobre todo, alejadas de la vista de las mujeres y de los niños.

Cuando se acercaban las flautas, las mujeres huían, so pena de sufrir grandes castigos. Wallace, el conocido naturalista inglés, coautor con Darwin de la teoría de la evolución por medio de la selección natural, fue el primero de los grandes viajeros que describieron dicho ritual durante el año de 1852, en las inmediaciones de la desembocadura del río Cuduyarí, en el Vaupés, en el actual territorio colombiano (aunque ya Humboldt, durante su paso por el alto Orinoco, se había percatado de la significación sagrada de la flautas y del «culto del botuto»). Como a otros viajeros, le llamó la atención, sobre todo, el sonido de las flautas sagradas y la prohibición de verlas que pesaba sobre las mujeres so pena de ser condenadas a muerte, envenenadas, aun si esto hubiese sido de manera involuntaria. Se le narró