A 100 peldaños de ti - MJBrown - E-Book

A 100 peldaños de ti E-Book

MJBrown

0,0

Beschreibung

Aris ha tenido un terrible año. Y debido a eso, decide que quiere alejarse de su vida anterior y comenzar una nueva en otra ciudad. Elena ha roto su compromiso. Ya no se va a casar con su novio de toda la vida. Aris no está preparado para volver a enamorarse. Elena ha jurado que no volvería a hacerlo. Un virus, una cuarentena, la cola de un supermercado y Olivia, la vocecita que escucha Elena en su cabeza, su Pepito Grillo particular, se confabulan para cambiar todo ello. Sumérgete en una divertida y romántica historia en tiempos de confinamiento, que te demostrará que hasta en las peores situaciones, el amor puede surgir.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 320

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



MJ Brown

A CIEN PELDAÑOS DE TI

(Un amor en cuarentena)

Serie Serendipia 1

© MJ Brown

© Kamadeva Editorial, enero 2021

ISBN papel: 978-84-122790-9-2

ISBN ePub: 978-84-122790-8-5

www.kamadevaeditorial.com

Editado por 

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

El mundo se derrumba

y nosotros nos enamoramos.

Casablanca

Índice

SI NO QUIERE CASARSE, YO TAMPOCO

VOLVER A EMPEZAR

COMPRAR COMO SI NO HUBIERA UN MAÑANA

MADRUGAR ES DE GUAPAS

HOUSTON, TENEMOS UN PROBLEMA

DE PERDIDOS AL RÍO

FELIZ SEMANARIO

COMO ROCKY

TÚ NO ERES NADA

SERÁ ALGO SUAVE

NO SIENTO LAS PIERNAS

ME SIENTO CULPABLE POR SENTIRME FELIZ

ELLA NO ENTRABA EN MIS PLANES

SOLO PONGO UNA CONDICIÓN

POR EL PRINCIPIO

NUNCA ME CANSARÉ DE ESCUCHARTE

DIME QUE NO HA SIDO UN SUEÑO

TENGO UNA DUDA

TODAVIA DUELE

ESTAMOS JUNTOS EN ESTO

NECESITO TIEMPO

SÍ A TODO CONTIGO

TENGO UN REGALO PARA TI

ERES LO MEJOR QUE ME HA PASADO EN LA VIDA

TU SUERTE CAMBIARÁ

TÚ Y TUS IDEAS

A DOS METROS DE TI

UN POCO MÁS CERCA

CADA DÍA

Y TE QUIERO MÁS

LOS DÍAS DE LLUVIA AHORA HUELEN A NOSOTROS

EPÍLOGO

NOTA DE LA AUTORA

SOBRE MÍ

AGRADECIMIENTOS

SI NO QUIERE CASARSE, YO TAMPOCO

Elena

Cierro la última maleta incluidas las dos que son mías, pero es que no quiero que en esta casa quede ni una sola cosa que sea suya. Incluso he guardado en ellas hasta los últimos regalos que me ha hecho, porque la verdad dudo que me los hiciera con todo el cariño del mundo tal y como decía.

Me quito el anillo de pedida que he llevado en el dedo anular de mi mano izquierda los últimos diez meses y lo dejo sobre una de ellas.

Echo un vistazo rápido por toda la casa, abro armarios, cajones, reviso la estantería del cuarto de baño y por supuesto el cesto de la ropa sucia en busca de algo suyo. Y todo esto lo hago con una rabia que parece que estoy poseída por la niña del exorcista.

Nada.

Me siento en el sofá, respiro hondo y dejo que mis lágrimas corran por mis mejillas libremente. Llevo desde anoche intentando retenerlas.

Llevo desde anoche haciéndome la fuerte.

Y cuando al fin les doy rienda suelta me doy cuenta de que tengo muchas más ganas de llorar de lo que pensaba. Cosa que no entiendo, al fin y al cabo he sido yo la que ha tomado la decisión de no seguir adelante con esta convivencia. He sido yo la que ha decidido que lo quiero fuera de mi vida. Pero es que casi no me ha dado opción a decidir otra cosa.

Hay que ser capullo para decirme, a tres meses de nuestra boda, que se ha dado cuenta de que no está preparado para dar este paso tan importante.

Hay que ser capullo para decirme esto cuando llevamos cuatro años viviendo juntos y diez años como pareja.

Hay que ser capullo para decirme que por firmar un papel no nos vamos a querer más, cuando en realidad fue él quien montó todo el numerito de la pedida de mano con su familia y la mía, en aquel restaurante de lujo. A día de hoy todavía me pregunto si de verdad nos podíamos permitir aquel derroche de dinero.

Hay que ser capullo para decirme que solo conmigo daría el paso de pasar por el altar, pero que se ha dado cuenta de que ahora mismo no está preparado para hacerlo.

En fin que si no quiere casarse, yo tampoco.

Pero como yo para todo soy mucho más radical que él, he decidido que si no nos casamos, tampoco seguimos juntos. Por lo que esta mañana he llamado a Gloria, mi editora y mejor amiga, para decirle que no podía asistir a nuestra reunión por un tema urgente de última hora.

Por supuesto he mantenido mi compostura y no le he contado en ningún momento de qué se trataba y tampoco he llorado, en realidad hasta ahora no lo he hecho, porque anoche tampoco lo hice, aunque ganas no me han faltado ni ayer por la noche ni hoy cuando he hablado con Gloria.

En fin a lo que iba, que después de que Luis, mi prometido, bueno a partir de estos momentos ya puedo referirme a él como mi exprometido, ha salido de casa para ir a trabajar como cualquier otro día, incluso se ha despedido de mí como lo hace siempre, con un beso en los labios y un «te veo luego, nena», como si nada hubiera pasado, he puesto en marcha mi plan.

Mi plan no es otro que recoger todas sus cosas en maletas y dejarlas fuera de casa para cuando llegue de trabajar.

Había pensado tirarlas por la terraza, pero creo que eso solo lo he visto en películas y siempre lo hacen mujeres que están tremendamente despechadas y yo por ahora no lo estoy o al menos eso creo. Aunque pensándolo bien lo de ponerle de patitas en la calle no es que sea muy maduro, pero es que yo de madurez, a mis veintiocho años, voy un poco escasa.

Después de llorar lo que no está en los escritos, de llamarle de todo mientras recogía todas sus cosas, y de repetirme continuamente que quizás esto sea lo mejor para mí, decido darme una ducha para ver si me relajo y consigo recomponerme.

Me preparo una tila y salgo a la terraza a despejarme un poco. Doy una vuelta por mi apartamento, porque a partir de ahora es solo mío. Siento una especie de escalofrío al pensar que hay demasiados recuerdos entre estas paredes y que esos no puedo guardarlos en maletas, pero lo superaré.

Pienso que tal vez dándole una mano de pintura a todas las paredes y haciendo algunos cambios de muebles y de cortinas pueda hacer desaparecer todos esos recuerdos y así empezar de nuevo y sentir que por fin esta casa es solo mía.

Porque en realidad casi lo es, la entrada de la hipoteca me la pagaron mis padres para que fuéramos más holgados en los pagos y pudiéramos vivir mejor. Por lo que en gran parte esta casa en realidad ha sido más mía que de Luis desde el principio.

Después de comer me quedo dormida en el sofá, me despierto pasada la media tarde gracias a los timbrazos de Luis y a sus gritos diciendo mi nombre.

Ah, claro, que no os había contado que he trancado la puerta con una mesa para que no pudiera abrirla al llegar al rellano y encontrarse todas sus cosas fuera de casa.

Mañana llamaré a un cerrajero para que me cambie la cerradura, porque este no vuelve a pisar nuestra casa, bueno mi casa, nunca más.

Estaréis pensando que soy una resentida, pero no lo soy. Solo he decido cortar por lo sano. Yo no curo heridas, yo directamente amputo el miembro herido. Aunque ahora mismo lo que tengo herido es mi orgullo, que ya me encargaré de él y un poquito el corazón y a ver con este que hago, ya que amputarlo no puedo.

—¡Ábreme, Elena, por favor! Yo creía que todo había quedado claro, que tú también pensabas que esta decisión era lo mejor para los dos. Que nada entre nosotros iba a cambiar.

El capullo pensaba que era lo mejor para los dos, muy suyo y muy en su línea lo de pensar por los dos. Pues mira, ahora resulta que yo también sé pensar y he pensado que lo mejor para mí es que no le quiero en mi vida.

Me quedo callada, no quiero que sepa que estoy dentro. Solo quiero que se vaya, que desaparezca y que me deje en paz.

Sigue insistiendo y yo sigo sentada en el sofá, creo que ni siquiera respiro para que no pueda escuchar ni un solo ápice de vida dentro de casa.

—¡Elena, abre, por favor! ¿En serio vas a dejarme en la calle justo ahora? ¡Elena, por Dios, que nos van a confinar y yo no tengo a dónde ir! ¡Elena, sé que estás en casa!

Como si a mí me importara en estos momentos que tenga que dormir en la calle o en el coche. Anda y que le den.

Sigue aporreando la puerta, lleva más de dos horas haciéndolo, pero no pienso abrirle. No pienso hacerlo. No me da ninguna pena.

Mi teléfono suena, es Gloria, mierda, ahora ya sí que no tengo escapatoria, bueno en realidad me da igual que Luis me escuche hablar, según dice sabe que estoy dentro de casa. Pero por si acaso me salgo a la terraza.

—Hola, fea —respondo con toda naturalidad.

—Hola, gordita.

Son nuestros saludos y apelativos, debo aclarar que Gloria no es fea, al contrario es una tía espectacular y yo no soy gordita, aunque soy más bien del montón. No tengo casi el metro ochenta de Gloria, tampoco tengo ese pelazo rubio y largo, tampoco tengo unos ojazos verdes y unos labios que piden bésame, pero no estoy mal o al menos eso creo.

Mido alrededor de uno setenta, tengo un pelo largo y rizado de color castaño que intento poner en orden recogiéndolo en un moño en lo alto de mi cabeza, unos ojos enormes en color miel, escondidos detrás de unas grandes gafas de pasta marrón ya que soy miope perdida, y que en estos momentos deben de estar hinchados de tanto llorar. Además tengo unos labios que a veces me traicionan y me llevan a decir cosas de las que debo arrepentirme, aunque la culpa la mayoría de las ocasiones la tiene mi conciencia, que es más rápida que mi boca y mis labios.

Ya os la presentaré.

En fin, sigo, que a veces me enrollo más que las persianas. Como ya os habréis dado cuenta me gusta hablar, aunque no siempre digo cosas demasiado coherentes, pero mi padre dice que es parte de mi encanto esta verborrea que derrocho.

Salgo hasta la terraza para hablar tranquilamente con Gloria mientras de fondo sigo escuchando al capullo de mi ex pedir que le abra la puerta. Como siga así al final alguien llamará a la policía y me moriré de la vergüenza si tengo que dar explicaciones de por qué le he echado de casa.

Sigo con mi conversación con Gloria mientras espero que Luis se aburra, se vaya, me deje en paz y desaparezca de mi vida. Porque eso es lo que quiero y deseo en estos momentos. Que. Se. Vaya.

—¿Qué tal el día, Elena? ¿Vas a contarme qué es eso tan urgente que tenías que hacer? ¿Está todo bien? Porque no es muy normal en ti que no vengas a una reunión por muy urgente que sea lo que tienes que hacer.

La verdad es que no me apetece demasiado hablar del tema, pero es Gloria y a ella no puedo esconderle nada.

—Bueno, la verdad es que no era nada urgente, solo que no me encontraba muy bien esta mañana cuando me he levantado.

—¡Ains, gordita, a ver si vas a estar embarazada!

—¿Qué dices?

Suelto una especie de bufido mientras hago la pregunta, y pienso que es lo que me hacía falta, estar embarazada con la que tengo encima. Joder, si casi me atraganto con mi propia saliva del susto.

Soltera, embarazada, confinada y con dos maletas menos. Menudo panorama, Elena.

Esta que habla es mi conciencia, ya os he hablado de ella. Como veis es bastante oportuna con sus comentarios.

—No sé, Elena, es que me resulta extraño. Tú eres de las que te estás muriendo y eres capaz de salir del ataúd para trabajar.

—Mira que eres exagerada. —Pongo los ojos en blanco y me muerdo el labio inferior mientras Gloria vuelve a atacar con otra pregunta.

—¿En serio que no voy a ser tía? Porque ya sabes que el día que tengas hijos, yo voy a ser la «tita Gloria» y les daré todos los caprichos que ni tu futuro marido, ni tú les daréis. Para eso están las tías, para mimar y malcriar a los sobrinos.

—Uy, eso queda bastante lejos.

—Bueno, tan lejos no lo veo yo, que en tres

meses estás pasando por el altar y después todo

viene rodado, que no sé qué es lo que os da a

todas, pero al poco tiempo de casaros os quedáis embarazadas. Mira Cris y Noelia.

Cris y Noelia son dos compañeras de trabajo de Gloria, que en estos momentos, una está a punto de parir, de hecho está ya de baja porque su barriga no le permite llegar al ordenador, y Noelia está en la fase de vómitos, todo le huele raro y le da asco.

—Ya no hay boda —digo muy bajito.

—¡No te he escuchado bien, Elena!

—Que ya no hay boda —digo de nuevo esta vez, intentando subir un poco mi tono de voz.

—Elena, por Dios, habla un poco más alto, no sé si es tu teléfono o el mío, pero de repente te escucho como si estuvieras muy lejos.

—¡QUE YA NO HAY BODA! —grito esta vez.

—¿CÓMO? —Ahora es Gloria la que grita.

—Pues eso, lo que oyes, que ya no hay boda. Que ya no me caso.

—¿Pero qué ha pasado?

—Eso quisiera yo saber. —Resoplo.

Y mientras digo esto me echo a llorar porque ya llevo un buen rato haciéndome la valiente delante de ella y la verdad es que ya no me siento capaz de aguantar más el tipo, porque por primera vez me doy cuenta de que estoy empezando a asimilar la realidad.

—¡Ahora mismo voy para tu casa! ¿Porque estás en casa, verdad?

—Sí, estoy en casa, pero es mejor que no vengas.

—No me jodas, gordita, ahora mismo voy para allá. Estoy allí en cinco minutos.

—Que no vengas, Gloria, de verdad que estoy bien. Se está haciendo tarde. Ya hablamos mañana. Y no están las cosas para andar mucho por la calle con todo lo del virus este.

—Como quieras, pero ya sabes que si necesitas algo o hablar con alguien a cualquier hora, puedes llamarme. Prométeme que lo harás.

—Lo sé, pesada.

—Prométemelo —vuelve a insistir.

—Te lo prometo.

—¿Sabes que te quiero, verdad?

—Lo sé.

—Te quiero, gordita.

—Te quiero, fea.

Cuelgo el teléfono y entro en el salón de casa. Ya no escucho las voces de Luis. Espero que se

haya cansado y se haya largado, porque no quiero verlo nunca más, no quiero saber de él nada más.

Retiro la mesa que he puesto detrás de la puerta para trancarla y miro por la mirilla, no veo a nadie, y lo mejor de todo no veo ninguna de las maletas, eso quiero decir que se ha dado por vencido y se ha largado.

Aun así abro la puerta y con ella entreabierta compruebo lo que he visto a través de la mirilla, ni rastro del capullo ni de ninguna de las maletas.

Cierro la puerta, me apoyo en ella y voy resbalándome hasta el suelo mientras vuelvo a llorar sin consuelo y me prometo a mí misma en plan Scarlett O´Hara que «jamás volveré a enamorarme».

La verdad, no sé si he hecho lo correcto o no, pero era lo que me dictaba el corazón en estos momentos. ¿Y si me arrepiento? ¿Y si he sido demasiado impulsiva?

Demasiado tarde para los arrepentimientos.

«Nunca es tarde para rectificar», le replico a mi conciencia.

Tú misma, pero yo ni me lo planteaba.

Me preparo un sándwich para cenar, me siento en el sofá y pongo la televisión.

Parece que el tema del coronavirus es más serio de lo que pensaban y aunque hoy ya se han tomado algunas medidas de prevención, resulta que no descartan decretar el estado de alarma por emergencia sanitaria.

Joder, lo que me hacía falta, pasar toda esta mierda de duelo yo sola en casa. Podría irme a casa de mis padres, pero lo descarto, cualquiera aguanta a mi madre tras contarle todo lo ocurrido con Luis, que contárselo se lo tengo que contar, pero ya lo haré. Además está mi hermano Alonso, un adolescente con las hormonas revolucionadas y puede ser más peligroso encerrado en casa que un toro enchiquerado, y bueno, luego está mi padre, que no dirá nada de lo que piensa por no llevarle la contraria a mi madre, porque ya puede decir lo que quiera, que ella se empeña en que siempre es para hacerle rabiar.

Nada, la idea de pasar estos días en casa de mis padres, descartada.

Sigo escuchando las noticias, los supermercados están al borde de colapso, resulta que a todo el mundo le ha dado por comprar. Vale, tengo que hacer un repaso de mis víveres y si es necesario mañana saldré para hacer algo de compra.

Tenemos que organizarnos, Elena, somos un equipo.

«Un equipo, dice.»

Me pongo el pijama y me voy a la cama, no sin antes cambiar las sábanas porque no quiero dormir en una cama que sigue oliendo a Luis.

Necesito dormir y relajarme después de que las últimas veinticuatro horas hayan sido las más intensas de mi vida en los últimos días, meses, tal vez años.

Hala, Elena, a empezar de nuevo, a empezar desde cero una nueva vida. Aunque tal vez sea el momento de empezar a vivir.

Creo que debería empezar a escribir un diario de esta nueva etapa de mi vida, quién sabe, tal vez de todo esto soy capaz de sacar una nueva novela. Porque creo que no os he contado que soy escritora y la inspiración y las musas aparecen cuándo y dónde quieren.

Y dice que va a pasar sola el confinamiento, entre las musas, la inspiración y tu conciencia, o sea yo, te van a multar por tener a demasiada gente en casa.

«¡Ya está bien!»

Sí, eso haré, voy a elegir uno de esos cuadernos en blanco que tengo, con tapas bonitas, y lo dedicaré a escribir un diario.

Soy un poco friki, bueno en realidad un mucho, de los artículos de papelería, me da por comprar cuadernos y bolígrafos que yo considero bonitos. Es pasar por una papelería y no puedo evitar entrar y revolver hasta encontrar algún cuaderno o bolígrafo que me guste.

Y como suelo sentir muy a menudo la llamada de estos artículos desde algún escaparate, pues resulta que tengo una estantería llena de todos ellos.

Te enrollas demasiado.

«Digo yo que tendrán que conocerme un poquito, ¿no?»

A lo que iba, elijo uno con un arco iris en su portada y decido que este diario lo escribiré con un color diferente dependiendo del día.

VOLVER A EMPEZAR

Aris

Saco la última caja que queda en el maletero, la dejo sobre el suelo y cierro el portón, pulso el mando a distancia para que se cierren todas las puertas y compruebo una a una que lo han hecho, es una manía que tengo, y que he intentado quitarme pero me cuesta un huevo hacerlo.

Cojo la caja, lanzo un suspiro y repito en mi cabeza que todo irá bien a modo de mantra.

Acabo de llegar a una nueva ciudad, estoy a punto de subir la última caja de la mudanza a la que será mi nueva casa y cuando cierre la puerta tras de mí, empezará mi nueva vida.

Camino hacia el portal de la que será mi nueva casa mientras pienso en la suerte que he tenido de que Héctor me haya dado lo oportunidad de contratarme en su gimnasio y confiar en mí después de todo lo ocurrido en el último año.

Un halo de tristeza me invade cuando pienso en toda la mierda que he tenido que pasar para poder llegar hasta aquí.

Impido que las lágrimas salgan de mis ojos sacudiendo un poco mi cabeza de un lado a otro y así despejarla de los malos recuerdos.

Apoyo la caja en una de mis rodillas mientras busco las llaves para abrir la puerta del portal y entrar.

Tras subir en el ascensor hasta la quinta planta llego a casa, suelto la caja en el suelo y me siento en el sofá para pensar por dónde voy a empezar a colocar todo lo que he traído.

Esto en lugar de un salón parece el almacén de una empresa de mudanzas.

Resoplo y busco en mi mochila la única fotografía que he traído, la saco y la coloco sobre uno de los estantes vacíos que hay en una de las paredes del salón, después de darle un beso y pedirles que me ayuden con todo este caos y a afrontar esta nueva etapa, ella como siempre me sonríe.

Voy al dormitorio donde he dejado las maletas con la ropa y revuelvo en ellas hasta encontrar un pantalón de deporte, una camiseta y mis zapatillas de correr.

Correr siempre me ha ayudado a despejar la mente y a ordenar mis ideas, así que no lo dudo, me cambio de ropa, me coloco los cascos para escuchar música y salgo para hacer unos kilómetros, aprovecharé y pasaré por el gimnasio de Héctor y decirle que ya estoy aquí y que el lunes nos vemos.

Bajo los cinco pisos que me separan de la calle caminando, mientras busco la ubicación del gimnasio, así voy calentando.

Salgo a la calle y comienzo a correr a ritmo suave para pasar después a ritmos más rápidos, siguiendo las indicaciones de Google Maps para llegar hasta el gimnasio de Héctor. No son más de cinco kilómetros desde casa, por lo que podría hacer este circuito cada día para venir a trabajar.

Cuando la aplicación del móvil me avisa de que he llegado a mi destino, me paro, compruebo que así es, empujo la puerta y entro. Me acerco hasta la recepción y pregunto por Héctor.

La chica que está sentada detrás el mostrador se levanta para saludarme, preguntar mi nombre y decirme que puedo esperar sentado en uno de los sillones que hay junto a la puerta.

—Prefiero esperar de pie, gracias —le digo sonriendo.

Ella me devuelve la sonrisa y desaparece por un pasillo en busca de Héctor.

—Joder, qué alegría verte, tío. —Escucho no muy lejos de mí.

Me giro sobresaltado al escuchar su voz, esa que me ha hecho salir de mis pensamientos y mis recuerdos al ver un montón de fotografías de nosotros dos juntos de no hace demasiado tiempo.

Nos abrazamos y nos damos palmadas en la espalda en señal de alegría por nuestro encuentro, en las mías además hay agradecimiento por esta oportunidad que me está ofreciendo, solo espero no decepcionarlo.

—¡Qué buenos tiempos! ¿Eh? —me dice cuando nos separamos, se ha dado cuenta de que estaba fijo en todas y cada una de las fotografías.

Asiento con la cabeza, mientras me giro para mirarlas una vez más.

Casi todas son de Héctor con todos y cada uno de sus trofeos, pero en algunas también aparezco yo recogiendo algunos de los míos y por supuesto está en la que muerdo mi medalla de plata olímpica en los juegos de Río de Janeiro, está firmada y dedicada por mí. Sonrío al mirarla.

No es muy buena que digamos, pero está llena de significado. Esa foto es el resultado de todo el trabajo que había detrás de ese triunfo.

—¡Qué gran foto esta! ¡Qué gran día! Mis alumnos se van a poner muy contentos cuando sepan que tú serás uno de sus entrenadores. Anda que no presumo yo ni nada de ser amigos. Qué alegría me diste cuando aceptaste mi oferta. Gracias por decir que sí.

Héctor pasa uno de sus brazos por mis hombros mientras acaricia mi cabeza casi rapada.

—Gracias a ti por confiar en mí a pesar de todo —le digo mientras intento zafarme de su mano.

Héctor tira de uno de mis brazos para acercarme a él y así darme otro fuerte abrazo.

—No tienes que darlas, somos amigos, joder. Lo que siento es no haberte podido ayudar antes.

—Bueno en realidad tampoco he aceptado ayuda antes —le digo encogiéndome de hombros.

—Lo importante es que has abierto los ojos y estas aquí. ¿Qué te parece si nos ponemos los guantes y nos echamos una pelea? Quiero comprobar que esos puños de oro siguen siéndolo.

Acepto y le sigo hasta una de las salas del gimnasio donde hay un cuadrilátero y varios sacos de boxeo colgados para entrenar.

Héctor me lanza dos rollos de vendas y unos guantes Everlast. Me siento en un banco para prepararme y los recuerdos se amontonan en mi cabeza mientras comienzo a vendar mis manos.

Me llamo Aris y hasta hace un año era boxeador profesional, es decir que me ganaba la vida pegando puños.

Lo que comenzó siendo un acto de supervivencia a los doce años se convirtió en mi modo de vida al cumplir los veinte, cuando mi entrenador me animó a abandonar el boxeo amateur y dedicarme al profesional.

A partir de ahí mi carrera fue en ascenso, por lo que acumulo numerosos títulos tanto nacionales como internacionales, entre ellos, como ya os he contado, una medalla olímpica.

Todo iba bien en mi vida hasta hace aproximadamente un año. Hasta que ella se fue, hasta que ella se marchó sin ni siquiera despedirse.

—¿Listo? —me pregunta Héctor sacándome así de mis pensamientos, asiento con mi cabeza y me dirijo hasta el ring.

—¿Sigues escuchando ópera mientras entrenas?

—Bueno, en realidad sabes que no he vuelto a entrenar desde… ya sabes.

—Pues tendremos retomar tus buenas y viejas costumbres.

Héctor se dirige hasta el equipo de música que hay en la sala y busca un CD.

Suena ella, María Callas y su Casta Diva.

No sé por qué me aficioné a escuchar ópera mientras estaba en el gimnasio, supongo que este tipo de música me hacía relajar toda la tensión que acumulaba durante los combates, incluyendo los que eran tan solo entrenamientos. Durante un tiempo esta obsesión mía por escuchar este tipo de música fue objeto de bromas y mofas por parte de algunos compañeros, pero nunca me importó ser motivo de risas.

Sin duda mi favorita siempre fue el Nessun Dorma cantado por Pavarotti, solía escucharlo mientras me daba una ducha después de un combate.

Héctor me saca de mis pensamientos, echándome un brazo por mis hombros al tiempo que me invita a subir al cuadrilátero con él y poniéndose en posición de ataque.

—Demuéstrame que no me he equivocado al contratarte.

Suelta una carcajada y hace ademán de darme su primer gancho de izquierda, lo esquivo, me cubro y le doy un derechazo, esto hace que Héctor ya se tome la pelea un poco más en serio.

Tras unos treinta minutos de pelea, la damos por terminada, nos damos un abrazo y bajamos del ring para quitarnos los guantes y las vendas.

—¿Te apetece una cerveza, Aris?

Deniego su invitación alegando que estoy sudado y que además tengo que empezar a organizar mi nueva casa.

—Tengo cajas por todos lados y no sé por dónde empezar.

—Cómo quieras, chaval, si necesitas ayuda ya sabes.

Le doy de nuevo las gracias por todo lo que está haciendo por mí y nos despedimos hasta el lunes, con otro abrazo lleno de palmadas en la espalda.

Regreso a casa corriendo de nuevo, me doy una ducha, me pongo ropa cómoda, me preparo un sándwich para comer y comienzo a desembalar todo lo que tengo en las cajas y así poder colocarlo y que este piso empiece a tener cierto olor a hogar, aunque sin ella va a ser complicado.

Paso toda la tarde de una habitación a otra colocando lo que creo que es más necesario. Me siento en el sofá y miro nuestra foto, me fijo una vez más en su bonita sonrisa y me convenzo de que ella me dará las fuerzas suficientes para salir adelante una vez más.

Enciendo la televisión y por supuesto las noticias no hablan de otra cosa que no sea el coronavirus. Hablan de decretar el estado de alarma sanitaria, me paso las manos por mi cabeza y maldigo mi mala suerte al darme cuenta de todo lo que conlleva decretar ese estado.

Eso significa cerrar negocios temporalmente y eso incluye a los gimnasios, incluyendo el de Héctor, pero no voy a precipitarme. Igual no es para tanto y de aquí al lunes se toman otras medidas.

Esperaré a que Héctor me vaya informando.

Intento mantener mi cabeza ocupada en otras cosas, como por ejemplo hacer la lista de la compra para ir mañana al supermercado más cercano que encuentre y así poder hacer acopio de todo lo que necesito, que es mucho como ya podréis imaginar.

Teniendo en cuenta que acabo de llegar a la ciudad y solo he traído un poco de pan de molde y algo de fiambre para hacer frente a la comida y cena del día de hoy, mañana tendré que llenar el carro.

COMPRAR COMO SI NO HUBIERA UN MAÑANA

Elena

Me despierto temprano, bueno en realidad me he despertado varias veces a lo largo de la noche, aunque estaba cansada y necesitaba dormir, no he conseguido conciliar el sueño más de dos horas seguidas.

He estado en un duermevela continuo, por lo que me he levantado con la sensación de estar más cansada que nunca, y con una paliza en mi cuerpo que parece que he estado toda la noche subida a un ring de boxeo y me han dejado KO en el primer asalto.

Me preparo un café para despejarme, siento un poco de tristeza al ver que estoy sola, pero me doy ánimos diciéndome que es lo que yo he elegido, bueno en realidad es mi conciencia la que habla.

Estoy a punto de ponerle un nombre ya que últimamente es con quien mantengo las conversaciones más largas y lo de hablar con alguien sin saber cómo llamarle es un rollo, en fin, que al final entre unas cosas y otras me voy a volver loca si no lo estoy ya.

Vosotros ni caso, a veces se le va un poco la cabeza, pero es buena chica.

«Empiezas a caerme mal. Qué digo mal, fatal.»

Después del café me doy una ducha para espabilarme y destensar mi cuerpo, no hay mayor placer en mi vida que el de una ducha por la mañana, no sé qué poder tiene el agua pero a mí me viene fenomenal.

No sé si en vosotros tiene el mismo efecto, pero yo después de ducharme veo todo con más claridad y además de sentirme limpia por fuera, me siento limpia por dentro.

Me visto con ropa cómoda, unas mallas, una sudadera y unas zapatillas de deporte, enrollo mi pelo en una toalla para que se me seque y mientras me maquillo un poco.

No soy yo mucho de maquillarme pero viendo el careto que tengo es lo mejor que puedo hacer.

Gloria dice que no hay nada mejor para subirse la moral que ponerse un poco mona y subirse el guapo, aunque el mío hoy no sube ni dándole palmas, debe de estar bien escondido, porque lo busque por donde lo busque no lo encuentro.

Busco la mascarilla que compré hace unos días en la farmacia y unos guantes de látex, me pongo un pluma, cojo las bolsas de la compra y la lista que hice anoche y salgo de casa hacia el supermercado para hacerme con el avituallamiento necesario para el confinamiento.

Vamos que voy a comprar como si no hubiera un mañana.

Por lo que se ve la cosa se está poniendo cada vez peor y esto es más serio de lo que parecía o de lo que creíamos que sería.

Llego hasta el supermercado en mi coche, doy mil vueltas para encontrar aparcamiento.

Por lo que veo todos hemos tenido la misma idea, venir a comprar temprano. Al fin consigo aparcar fuera de los estacionamientos del súper, tan fuera que yo creo que si hubiera venido andando habría tardado menos en hacerlo, pero eso ya de igual y lo importante es que estoy aquí.

Me están entrando hasta ganas de hacerme la ola por lo bien que lo estoy haciendo.

Entro decidida en el recinto del supermercado, genial, hay una cola de mil demonios y solo podemos entrar de tres en tres, lo que quiere decir que hasta que no salen los tres que están dentro, no entran otros tres, vamos que tenía que haber echado un bocadillo porque yo creo que aquí me van a dar las mil.

Con la suerte que tengo últimamente no me extrañaría que cerraran el supermercado y yo siguiera en la cola esperando. Dios mío, me veo haciendo noche aquí para poder entrar mañana.

Relájate, Elena, que ya estás en plan melodramática.

«Tienes razón en esto, la de los dramas es mi madre.»

Inspiro, expiro, inspiro, expiro…

Veis lo que os contaba de mi conciencia, ya está aquí otra vez.

Tenemos que guardar un metro y medio o dos de distancia entre unos y otros, distancia de seguridad le llaman. La mayoría de nosotros vamos ataviados con nuestras mascarillas y nuestros guantes por lo que solo nos vemos los ojos y así es complicado reconocer a alguien conocido, pero la verdad es mejor no reconocer a nadie ni que nadie te reconozca a ti, porque todos nos miramos como si fuéramos delincuentes o sospechosos de algo. Qué desconfianza, qué recelo, qué todo, si hasta te encoges cuando alguien pasa a tu lado más cerca de lo que tú crees que es la distancia de seguridad.

La cola parece que avanza poco a poco, me asomo para ver si me queda mucho, y cuento que delante de mí hay treinta personas. Resoplo.

Me entran ganas de irme a mi casa y volver en otro momento o tal vez otro día, pero ya que estoy aquí y viendo que no tengo nada mejor que hacer me quedo y así una cosa que me ahorro.

Al menos estoy entretenida y no estoy en casa dándole vueltas a todo lo que me ha pasado. Que aunque no quiera pensarlo, ni decirlo, es muy fuerte.

Y no es por molestar, pero te recuerdo que se lo tienes que contar a tu madre.

«Lo sé, no hace falta que me lo recuerdes. Ya encontraré el momento adecuado para decírselo.»

Puedo ver que algunos de los que están delante de mí hacen fotos con sus teléfonos móviles, supongo que para subirlas a redes sociales con algún hashtag de esos que te aportan un montón de likes y nuevos seguidores.

Estas fotos formarán parte de la historia. Pero tú estás a otras cosas.

El mío lleva vibrando en el bolsillo de mi pluma desde hace un buen rato. Es Luis, que supongo que ha decidido no darse por vencido, o tal vez no ha entendido que le quiero fuera de mi vida, a pesar de haberle puesto de patitas en la calle.

¿Dónde estará?, me pregunto. Y de repente como que me entra un arrebato de tristeza que hasta puedo sentir cómo un escalofrío me recorre el cuerpo de la cabeza a los pies.

¿Y a ti qué te importa?

Es Olivia la que responde.

Olivia es el nombre que he decidido ponerle a mi conciencia, porque al pensar en ella me ha venido a la cabeza la imagen de la novia de Popeye.

Sí, ya sé que podría haber elegido a otra con un poco más de glamour y estilo, pero fue ella la primera que apareció en mi cabeza y ya no hay quien me quite esa imagen de ella, y bueno, al final el nombre compensa un poco la falta de todo lo demás que tiene.

Olivia no es la diosa interior de Anastasia Steel, la protagonista de Cincuenta sombras de Grey. Pero me vale, teniendo en cuenta que ni ella es una diosa ni yo soy Anastasia.

Y esperar en la cola de un supermercado, creedme, da para mucho.

Perdida en mis pensamientos y en mis tonterías, que como ya os habréis dado cuenta son unas cuantas, por no decir muchas, veo que la cola avanza un poco más.

Me asomo de nuevo para contar y mira, en este tiempo ya me he quitado a seis del medio. Miro la hora en mi móvil, y además de marcar la hora, por cierto son ya las once y media, lo que significa que llevo algo más de una hora aquí plantada, tengo veinte llamadas de Luis, tres de mi madre y cuatro de Gloria.

Vaya tela.

Las de Gloria las intuyo, serán para preguntarme qué tal estoy y las de mi madre estoy segura de que es para ponerme al día de todo lo que está ocurriendo con esto del coronavirus, siempre contado desde su punto de vista dramático. Si hay algo que le gusta a mi madre es un drama, y si no lo hay se lo monta ella, en eso nos parecemos mucho, como ya os habréis dado cuenta.

Paso de llamar a nadie, ahora mismo tengo que concentrarme en lo que tengo delante y cuando pienso en eso de concentrarme en lo que tengo delante, resulta que toda mi atención se debe concentrar en lo que tengo detrás.

Noto que alguien me da toquecitos en el hombro, sí, ya sé que se ha saltado la distancia de seguridad, pero cuando me doy la vuelta y me encuentro con unos ojos azules que parecen dos mares, solo por eso se lo perdono.

Es el chico que va detrás de mí en la cola. Mide alrededor de uno ochenta, va vestido con ropa de deporte, lleva una gorra de béisbol puesta, además de la mascarilla, por lo que solo he podido ver, sin evitar fijarme, esos ojos que se han clavado en mí, son tan azules que parece que el azul de la mascarilla se ha reflejado en ellos, están llenos de luz pero también intuyo cierto halo de tristeza, y yo que estoy muy sensible siento cómo los míos se arrebatan de lágrimas.