Enséñame a decir Te Quiero (Serendipia 2) - MJBrown - E-Book

Enséñame a decir Te Quiero (Serendipia 2) E-Book

MJBrown

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Beschreibung

¿Es necesario negar el amor para toparse de narices con él? De la autora de A 100 peldaños de ti (Serendipia 1), llega la siguiente y divertidamente romántica Enséñame a decir te quiero. -Sinopsis- Gloria es divertida, independiente divertida, extrovertida, alegre e impulsiva, adicta a las zapatillas Converse y al color rosa. Pero ha dejado de creer en el amor. Héctor es reservado, nunca se ha enamorado y tiene un pasado del que no se siente orgulloso. Un pasado que amenaza con volver a su presente. Ella se muere por decir de nuevo Te Quiero Él nunca ha pronunciado esas dos palabras. Ellos no tienen nada en común. Pero ambos se han convertido en la serendipia del otro.

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MJ Brown

Enséñame a decir te quiero

Serie Serendipia 2

© MJ Brown

© Kamadeva Editorial, julio 2021

ISBN papel: 978-84-122884-0-7

ISBN ePub: 978-84-122884-1-4

www.kamadevaeditorial.com

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Serendipia: Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual.

Índice

PRÓLOGO: OLIVIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

GLORIA

HÉCTOR

EPÍLOGO: GLORIA

EPÍLOGO: ARIS

EPÍLOGO: ELENA

EPÍLOGO: HÉCTOR

NOTA DE LA AUTORA

SOBRE MÍ

AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO:OLIVIA

Os dije que tenía a la «jefa» escribiendo a destajo. Os lo avisé y aquí estoy para presentaros su nueva novela. Ay, no sabéis la ilusión que me hace que me haya elegido para escribir el prólogo.

Yo sé que me quiere aunque le cueste reconocerlo. Si es que a veces es de un arisco.

Menos mal que se dio cuenta de que Gloria y Héctor, los personajes secundarios de A 100 peldaños de ti, tenían tirón y que por supuesto se merecían tener su propia historia y su propio libro. Además le advertí que os merecíais saber más sobre Aris y Elena.

Así que se animó y se puso a escribir. Bueno la animé y la puse a escribir. Que todo hay que decirlo

Sus dedos han volado por el teclado. Tanto que ya tiene pensado el tercer y último libro de la serie. Sí. Sí, mi «jefa» se ha emocionado y yo con ella, que a mí esto de las emociones me va muchísimo, por lo que al final ha decidido, hemos, hacer una serie o una trilogía como queráis llamarlo.

Ahora que no me ve ni me oye os diré que ha disfrutado, bueno vale, hemos disfrutado mucho escribiendo esta historia. No ha tenido ni un solo momento de bloqueo. Un aplauso para mi «jefa» que es la mejor. Si alguien le cuenta que he dicho esto lo negaré.

También tengo que decir que sin mi ayuda todo habría sido más difícil, pero mucho más. Menos mal que me tiene a mí. Modesto baja que ya subo yo.

Si es que en el fondo le gustan todas mis ideas aunque no quiera reconocerlas.

En fin a lo que iba, no me acuerdo de lo que os estaba contando. Ah, sí. Que vamos a hacer una serie y este es el segundo volumen y habrá un tercero.

Así que después de Aris, Elena, Héctor y Gloria hay más. Pero ya os adelanto que ese será el último. La cosa no da para más. Ya se lo he dicho.

Serie Serindipia, la ha llamado. No se puede ser más cursi.

Así que apuntad:

A 100 peldaños de ti es el libro 1 de esta serie.

Enséñame a decir te quiero es el libro 2.

Y habrá un tercero que ya está en marcha y ya tiene título, pero la jefa me ha dicho que no puedo decir nada. Así que me callo, no me vaya a costar el chivatazo el puesto de trabajo y está la cosa fatal.

Pero en cuanto pueda os cuento cosas, que ya sabéis que yo lo de guardar secretos lo llevo fatal, parece mentira que la jefa no lo sepa.

Ah, también sé que cuando tenga los tres libros publicados hará algo especial. Bueno, debo decir que será muy especial, porque la idea ha sido mía. Pero esto tampoco os lo voy a contar, esta vez por decisión propia, que una también tiene su orgullo.

En fin, que espero que disfrutéis de Héctor y Gloria. Yo me lo he pasado muy bien ayudando a la jefa, nos hemos reído y también hemos llorado, pero ha merecido la pena. No, la pena no, qué coño penas. Ha merecido la alegría.

P.D.: No olvidéis que os sigo queriendo. Besos. Olivia.

Pasad, leed y disfrutad

HÉCTOR

Recorro con mis labios todas y cada una de las fases lunares que tiene tatuadas a lo largo de su columna vertebral. Deposito un beso en la última de ellas, una luna en cuarto menguante, tatuada justo al final de su cuello.

Me recreo en ese beso, un beso húmedo y tierno. Cierro los ojos y me empapo de su olor. Ese olor que tanto me gusta aspirar cuando me despierto a su lado.

Me coloco de lado en la cama, apoyo mi codo sobre la almohada y sujeto mi cabeza con una mano, la observo. No hay nada que me guste más en esta vida que verla dormir, desnuda y a mi lado. Es tan increíblemente perfecta que a veces dudo de que sea real.

Miro la hora en el teléfono móvil que tengo sobre la mesita de noche. Son las dos de la mañana y tengo que irme. No es que tenga que hacerlo, es que debo hacerlo.

Me levanto despacio para no despertarla, me visto y salgo descalzo de la habitación para no hacer demasiado ruido. No quiero que se dé cuenta de que una noche más me voy en medio de la madrugada.

La observo desde la puerta que he dejado entreabierta y dibujo una sonrisa en mis labios. Soy jodidamente feliz desde que ella está en mi vida. No puedo negarlo. Pero no quiero decírselo. No puedo hacerlo, al menos, no por ahora.

Si algo quedó claro entre nosotros cuando todo esto empezó, es que lo nuestro no era más que algo puramente sexual, nada de sentimientos, nada de te quiero y nada de compromisos. Eso sí, mientras estuviéramos juntos no habría nadie más en nuestras vidas.

Exclusividad lo llaman.

Me calzo las zapatillas de deporte y me pongo la cazadora de cuero. Me cuelgo el casco de la moto en mi brazo y salgo a la calle.

Podría haberme quedado a dormir con ella, pero me prometí no hacerlo. Nunca me he quedado a dormir en la cama de ninguna de las mujeres con las que he follado y debo decir que han sido muchas.

Bueno debería aclarar que con ninguna mujer he tenido más de dos noches seguidas de sexo, no suelo repetir. Por lo de los sentimientos y eso. Pero lo de Gloria se me ha ido de las manos. Lo de Gloria es algo que ahora mismo soy incapaz de describir. Podría decir que soy una jodida montaña rusa. Pero es que Gloria es diferente. Gloria es… Gloria. Punto.

Llego hasta mi moto, arranco el motor y le doy gas. A estas horas la ciudad está dormida y es una pasada atravesarla a toda velocidad, sin interrupciones de tráfico. Me gusta sentir la adrenalina que me produce rebasar los límites de velocidad. Bueno en realidad me gusta la adrenalina en todos los sentidos, ella forma parte de mi vida. Por algo soy boxeador, bueno debería decir que un día fui boxeador. Ahora me dedico a entrenar a otros para que un día lleguen a serlo.

Doy algunos rodeos hasta llegar a mi casa y seguir disfrutando de este pequeño placer que me otorgo de vez en cuando.

No siempre puedo desafiar a la ley y al orden. Pero esta noche voy a permitírmelo. Esta noche voy a arriesgarme.

Aparco la moto en la puerta de casa, le coloco el antirrobo y me quito el casco, paso una de mis manos por el pelo y lo alboroto un poco. No lo llevo demasiado largo y tampoco muy corto, lo justo para hacerme a veces un pequeño moño en lo alto de mi cabeza. Supongo que lo de mesarme el pelo y alborotarlo es una manía como otra cualquiera, pero en mi caso lo hago cuando estoy nervioso o algo me preocupa. Y si os preguntáis si estoy nervioso o estoy preocupado por algo, os diré que sí, que lo estoy por todo este cúmulo de sentimientos que tengo alojados en mí y que no sé qué hacer con ellos.

Una vez en casa me despojo de la ropa hasta llegar a mi habitación, otra manía es la de ir dejando regadas por todos lados las prendas de las que me voy liberando, ventajas de vivir solo, pero esta manía, sin duda, debería empezar a quitármela. Tengo que reconocer que soy un poco desordenado. Un poco no, bastante. Bueno puestos a ser sinceros, muy desordenado.

Por cierto ni siquiera me he presentado, perdonadme.

Me llamo Héctor Arslan, y como ya os he dicho soy boxeador, tengo un gimnasio y soy amigo de Aris.

Pero os estaba hablando de Gloria. Mi chica. No, no, mi chica no. Mi…, bueno eso, que os estaba hablando de Gloria. A mí me iréis conociendo a lo largo de las páginas de este libro.

Lo que empezó siendo un simple coqueteo en pleno confinamiento debido a la pandemia provocada por la covid-19 ha terminado siendo algo que ni yo mismo sé definir. Porque tengo tanto lío en mi cabeza que no tengo ni idea de qué va esto que siento por ella. Pero si de algo estoy seguro es que nunca he sentido algo así por nadie. Y aunque soy de apariencia dura y en el fondo hasta yo mismo creo que soy así, en estos momentos me siento el ser más vulnerable que existe sobre la faz de la tierra. En palabras sencillas y un tanto vulgares puedo definirlo en tan solo dos. ESTOY ACOJONADO. Sí, así con mayúsculas.

Gloria llegó hasta mí gracias a Elena, la chica de Aris. Elena le habló de mis clases online durante la cuarentena y ella muy resuelta se puso en contacto conmigo para apuntarse.

Recuerdo la primera vez que la vi, pensé que no aguantaría ni dos minutos siguiendo mis indicaciones. Delante de mí tenía, a través de la pantalla del teléfono móvil, a una mezcla de la Barbie complementos y las princesas Disney.

Iba vestida con unas mallas súper ajustadas de color negro con unas franjas rosas y un top haciendo conjunto con ellas. Un top que tenía colocadas sus tetas en su sitio. Sí, en su sitio, ni más arriba, ni más abajo. Ese pelo rubio recogido en dos trenzas de boxeadora y por último esos ojos azules en los que me perdí desde la primera vez que los vi y creo que desde entonces no me he vuelto a encontrar. Tampoco quiero hacerlo, ahí perdido con ella estoy muy bien.

Para ser sinceros nunca he estado mejor en mi jodida vida.

Gloria no tiene dos ojos. Gloria tiene dos mares en la cara adornados por una perfecta nariz y unos labios que te piden a cada segundo que los beses. Y como últimamente yo me he vuelto bastante obediente, no dejo de perderme en ellos en cuanto tengo ocasión.

Pero a pesar de su frágil apariencia, ella me demostró todo lo contrario y hasta llegó a desafiarme diciéndome que era un poco flojo dando mis clases, con esa voz tan dulce pero que suena tan sexy y sensual, o al menos a mí me lo parece.

Eran tales sus desafíos que me piqué con ella, así que me propuse hacerla sufrir en las clases. Pero joder la tía como aguantaba, tanto aguante tiene que después de terminar la cuarentena y una vez abierto el gimnasio ha seguido asistiendo a mis clases. Nunca he visto a una tía darle con tantas ganas y con tanta elegancia a un saco de boxeo. Se mueve con gracia y soltura y sus patadas con sus largas piernas son espectaculares. Incluso hay días en los que tiene hasta espectadores para verla, cosa que me jode bastante, también tengo que reconocerlo. Todo hay que decirlo y si vamos a ser sinceros pues lo somos del todo. Gloria es mía. Nadie lo sabe en realidad, pero todos lo intuyen, así que la respetan y me respetan. Supongo que más de uno sabe que meterse en terreno ajeno y más siendo el jefe es peligroso. En cuanto a ella no es que me sea muy fácil disimular que me atrae y me gusta, por lo que más de uno se ha percatado de que ella en estos momentos es mi debilidad. Me he vuelto demasiado transparente y a la vez bastante vulnerable en todo lo que se refiere a Gloria.

No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que entre nosotros saltan chispas. Ya saltaban a través de la pantalla del teléfono.

A lo que iba, que a veces me voy por los cerros de Úbeda y tratándose de Gloria mucho más allá.

De las llamadas estrictamente profesionales para dar las clases, pasé a los mensajes un poco más personales, preguntándole por su día y tonterías varias, siempre buscaba una excusa para saber de ella. Yo lo único que quería era leer lo que ella me escribía, empecé a comportarme como un adolescente enamorado.

Sí, a ese punto llegué con ella. Más tarde pasamos a las llamadas y de ahí a las videollamadas, siguiendo los consejos de Aris y Elena. Hasta que una noche todo se nos fue de las manos y mantuvimos sexo telefónico. Aquello fue la hostia, así que comenzó a ser habitual entre nosotros practicarlo.

Tras varias semanas con esta práctica, terminada la cuarentena y respetando todas y cada una de las fases por las que hemos pasado para tener una «normalidad», hasta que finalmente se pudo decretar el fin del estado de alarma, pasamos nuestra primera noche juntos.

Una noche en la que nos convertimos en una bomba sexual.

Joder. Qué. Noche.

Aquella noche nos juramos que no volvería a pasar, que solo teníamos que resarcirnos de todo lo que habíamos acumulado durante tantos días. Teníamos que poner un broche final a esos encuentros telefónicos. Nada más.

A la mañana siguiente ambos estuvimos de acuerdo en que no volveríamos a repetir. Yo ya os he contado que no suelo hacerlo, debería puntualizar que no solía hacerlo antes de Gloria y ella al parecer tampoco.

Mis motivos para no repetir más de dos veces con una mujer, ninguno en especial.

Bueno sí, no me gusta atarme a nada ni a nadie y procuro no sentir demasiado por las personas que forman parte de mi vida de manera habitual, es una especie de instinto de defensa. A mis treinta y cinco años he perdido a demasiada gente a lo largo de mi vida. A todas las que he perdido, las quise demasiado.

La primera en irse fue mi madre, falleció cuando yo todavía era un niño. La segunda persona que se fue de mi vida, mi padre, no murió pero tanto mi hermano como yo le supusimos un grave problema a la hora de continuar con su vida tras la muerte de mi madre.

Años más tarde fue mi abuela la que nos dejaba tras un infarto, ella nos acogió a mi hermano a mí tras quedarnos solos en la vida. Y por último mi hermano, bueno a él en realidad fui yo quien lo apartó de mi vida, con todo el dolor de mi corazón, pero llegó un momento que lo mejor para mí era separarme de él si quería seguir con vida, esto lo hice por instinto de supervivencia.

Por lo que tras estas cuatro pérdidas mi corazón y yo decidimos que lo mejor era dejar de sentir. Tras comprobar que las personas a las que quieres tarde o temprano se van, decidí no volver a sufrir por la pérdida de nadie. Yo aún no he encontrado una palabra que defina ese sentimiento, aunque creo que es cobardía.

Sí, tal vez sea un cobarde.

También puedo presumir de haber vivido como siempre he querido, aunque a veces eso me haya acarreado más de un problema. Pero eso os lo cuento más adelante.

Pero siempre he hecho lo que he querido, bueno debería decir casi siempre.

No he tenido una vida fácil, tampoco difícil, pero sí a veces muy dura. Dedicarte a lo que te gusta y vivir de ello es más difícil de lo que parece. Y debo reconocer que a veces he estado metido en líos serios. Muy serios. Sobre todo a raíz de la lesión que me apartó de la competición y me hizo afrontar que jamás volvería a subirme a un ring para competir de forma profesional.

Pero mejor sigo hablando de Gloria y lo que ella es ahora mismo en mi vida.

Os estaba hablando de la primera que noche que pasamos juntos tras superar la cuarentena.

Aquella noche descubrí que tras esa apariencia de niña dulce había una mujer dura, una mujer luchadora y una mujer que creía y cree en ella por encima de todas las cosas. Y entonces ya no admiré solo su físico, la admiré a ella como persona. La admiré simplemente como mujer. Y a partir de ahí perdí el control de lo que siento por ella. En aquel momento me convertí en esa montaña rusa de sentimientos que os he dicho que soy ahora mismo. Desde entonces vivo con una sensación de vértigo constante. Es como estar todo el día en un jodido parque de atracciones.

Descubrí su perfecto cerebro, porque Gloria no es solo un cuerpo bonito, es una tía súper inteligente con las ideas muy claras. Es una especie de Wikipedia andante y eso debo confesar que me pone mogollón. Que una tía sepa conquistarte por sus conversaciones y por su inteligencia es la hostia.

Nunca me había pasado esto último, tampoco me he preocupado demasiado por conocer a las mujeres con las que me he acostado.

Hasta ahora he sido bastante superficial en cuanto a eso.

Aquella noche también me deleité observando su cuerpo, sus tatuajes. Sí, tatuajes. Tiene algunas partes de su cuerpo marcadas a base de tinta en zonas estratégicamente estudiadas para que solo puedan verlas aquellas personas que ella quiere. Y yo fui y soy una de esas personas. Pero desde aquella noche solo pido y deseo seguir siendo el único en volver a verlos y acariciarlos.

Su columna vertebral está adornada con todas las fases lunares, ese es el que más me gusta besar, porque sé perfectamente lo que despierta en ella.

En el costado derecho lleva tatuadas varias mariposas, tres concretamente. Una verde, una azul y una rosa. En su empeine derecho cinco estrellas dibujadas de menor a mayor. En el dedo anular de su mano izquierda una corona que suele tapar con un anillo ancho de coco. Detrás de su oreja derecha, esa que lleva llena de pendientes, dos hormigas. Y debajo del reloj de caballero que adorna su muñeca izquierda un libro con una taza de café, sus dos vicios confesables, los libros y el café a cualquier hora.

Descubrir esos tatuajes en ella fue lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

Ella, tan correcta, tan comedida y…, tan todo. Está tatuada.

Nunca pensé que bajo su ropa me encontraría con uno de mis mayores vicios, la tinta.

Sí. Soy un vicioso de ella, mis brazos y mi torso están llenos de dibujos. Soy tan vicioso que cuando salgo del estudio de tatuajes de hacerme el último ya estoy pensando en el siguiente.

Todos y cada uno de mis tatuajes tienen un significado para mí.

Fue Johnny Deep quien dijo: «Mi cuerpo es mi diario y mis tatuajes son mi historia».

Me gustan todos los que tengo, unos me recuerdan cosas buenas, otros me recuerdan cosas regulares y otros, cosas menos buenas, no me gusta decir cosas malas. Todo lo que hacemos y nos pasa, forma parte de nuestra vida, nos guste más o menos.

La vida es eso, un cúmulo de todo lo que nos ocurre y de todo lo que hacemos.

Nuestra vida es el resultado de nuestras acciones. Así de simple.

Pero sin duda mi favorito es el estribillo de la canción No Surrender de Bruce Springsteen:

Cause we made a promise we swore

we’d always remember.

No retreat, baby, no surrender.

Este me hace recordar que pase lo que pase nunca me rendiré, nunca lo he hecho y nunca lo haré. Soy un superviviente y esta canción me lo recuerda cada vez que estoy a punto de rendirme. Suelo tocarlo de forma casi compulsiva cuando estoy nervioso o algo me preocupa y cuando lo hago es como si una fuerza interior me poseyera para seguir adelante.

Puede resultar extraño que os cuente esto y que además crea en estas cosas, pero creedme si os digo que a veces es necesario aferrarse a un clavo ardiendo cuando está casi todo perdido y yo en lugar de quemarme con ese clavo prefiero hacerlo en la estrofa de una canción. Es menos peligroso y mucho más cordial.

Concretamente lo llevo tatuado en mi antebrazo derecho, junto a unos guantes de boxeador. Tatuaje que comparto con mi amigo Aris.

El que peores recuerdos me trae es el primero que me hice. El que tapa la cicatriz que tengo en mi brazo izquierdo, un poema de Manolo Chinato —Ama y ensancha el alma—, una bonita frase para un fatal recuerdo. El recuerdo de la lesión que me dejó fuera de la competición profesional.

Una mala caída en el último entrenamiento antes de un combate clasificatorio para el campeonato de Europa hizo que aquel sueño se desvaneciera. Un swing, un golpe largo con puño rotado de mi sparring y un mal paso mío me hicieron perder el equilibrio, caer al suelo sobre mi brazo izquierdo sin poder hacer nada por evitarlo. Un «crack» en mis oídos, seguido de un dolor indescriptible e inaguantable, una mirada rápida hacia él y ser consciente de que todo había terminado. Mi brazo no era un brazo. Mi brazo era el monte Everest, el resultado de todo esto, rotura de codo, cúbito, radio y muñeca. Una operación, una mala recuperación, por no hacer las cosas bien o con demasiada prisa y la pérdida de parte de la movilidad, mi codo no se recuperó del todo y adiós a todos los sueños, adiós a todo lo que había soñado y hola a una nueva vida.

Una nueva vida que incluiría el boxeo pero desde otra perspectiva, desde el otro lado de las cuerdas.

Pero como ya he dicho todo, tanto lo bueno como lo malo forma parte de nosotros. Y este mal recuerdo lo he adornado de forma bonita para que sea menos doloroso. De ahí ese tatuaje tan simple pero tan lleno de significado.

Ese tatuaje es una especie de tirita con dibujos bonitos, de esas que les colocan a los niños, así la herida parece menos herida y hasta incluso parece que duele menos.

Llevo algunos más pero de esos os hablará Gloria, ella también tiene sus favoritos y no perderá la ocasión de contaros cosas sobre ellos. ¿Qué por qué sé que son sus favoritos? Muy fácil porque en ellos se recrea más que en otros con sus dedos, con sus besos. He aprendido a distinguir los tipos de besos y caricias con los que decora mi cuerpo.

Ojalá pudiera tatuarme sus labios para poder sentirlos a todas horas.

GLORIA

Héctor piensa que no me doy cuenta cuando cada noche recorre mi columna vertebral con sus sensuales y mullidos labios, para terminar depositando un beso sobre la luna en cuarto menguante que adorna mi cuello.

Pero lo que él no sabe es que yo cada noche me hago la dormida, mientras él recorre mi espalda con sus labios antes de irse, esperando ese momento. Porque si de algo estoy segura es de que tarde o temprano abandonará mi cama, en medio de la madrugada, a hurtadillas como si fuera un simple ladrón.

Bueno en realidad podría empezar a considerar a Héctor como un ladrón profesional. Porque me ha robado el corazón. Pero él no debe saber que lo ha hecho. Al menos por ahora.

Si algo tuvimos claro desde que todo esto empezó es que no podíamos enamorarnos. No debíamos hacerlo. Pero yo, como siempre, he sido desobediente y aquí estoy sintiendo tantas cosas por él que en ocasiones creo que voy a volverme loca.

Cada uno tenía sus propias reglas para no hacerlo. Héctor me expuso las suyas y yo las respeté, al igual que él hizo con las mías. Pero ahora resulta que yo he sido la primera en faltarme al respeto y además me he saltado todas mis propias normas. Esas que yo solita me impuse para protegerme.

Lo que empezó siendo una cuenta pendiente tras nuestros encuentros sexuales, a través del teléfono, durante la cuarentena por el maldito coronavirus, de eso hace ya más de tres meses, ha terminado convirtiéndose casi en una rutina.

No, no es que nuestro sexo sea rutinario, al contrario. Lo que se ha convertido en una rutina es que terminemos todas y cada una de las noches en mi cama. Sí. Siempre en mi cama. Aunque yo ya empiezo a considerarla nuestra.

Y eso que tanto él como yo, hasta entonces, teníamos claro que jamás repetíamos más de dos veces con la misma persona, pero se ve que todavía nos quedan cuentas por saldar. Eso o que ninguno de los dos sabemos contar o se nos ha olvidado hacerlo. Lo de llevar bien las cuentas no es lo nuestro, en mi caso puedo tener una excusa, soy de letras. En el caso de Héctor aún no lo he averiguado.

Las causas de Héctor ya os las habrá contado él, sé que ha estado por aquí antes que yo.

Así que solo enumeraré las mías si os parece. No me gusta hablar de nadie que no esté delante y no pueda defenderse.

No quiero que me tratéis ni de mujer fatal ni de mujer promiscua, tengo mis motivos para usar a los hombres como me dé la real gana. O al menos hasta ahora así lo hacía.

Hasta que Héctor llegó a mi vida y rompió todos los esquemas que tenía hechos en mi cabeza y puso patas arriba todos los sentimientos que una vez guardé bajo candado cerrado con llave en un rincón de mi corazón. Un corazón que ha saltado por los aires, con llave y candado incluidos.

A tomar por culo todo.

Hasta hace cuatro años, ellos, los hombres, no todos, debo aclarar que concretamente dos hicieron conmigo eso.

Os pongo en antecedentes. Y así me entenderéis un poco mejor. Tampoco quiero ni pretendo excusar mi comportamiento, solo quiero que entendáis por qué llegué a este punto.

Mi primer novio lo tuve a los dieciocho años, ahora mismo tengo treinta y cuatro.

Y estuvimos juntos hasta que yo cumplí los veintiséis. Ocho años de mi vida perdidos junto a una persona de la que ni siquiera estaba enamorada, pero que con el tiempo fui queriendo, dicen que el roce hace el cariño. Lo nuestro fue un noviazgo casi de conveniencia, sí, a la antigua usanza.

Javier era, bueno en realidad debería decir que es porque no está muerto, es el hijo del socio de mi padre. Así que la mejor manera de conservar la empresa familiar como sociedad era casando a sus dos primogénitos, ya que contaban con que ambos trabajaríamos en la empresa fundada por las dos familias.

Como veis nuestras familias daban todo por hecho, al menos la mía.

Nuestras familias habían organizado nuestras vidas sin contar con nosotros incluyendo nuestros sentimientos.

Chúpate esa.

Javier se incorporó a ella nada más terminar sus estudios de Económicas, tal y como estaba previsto, pero yo fui la nota discordante, siempre lo he sido y decidí estudiar a escondidas Lengua y Literatura. Digo a escondidas porque mis padres siempre pensaron que estaba matriculada en Administración y Dirección de Empresas, pero yo esa facultad no la he pisado en mi vida.

Venga, alegría.

Yo quería ser escritora como Jane Austen o Virginia Woolf. Pero tras varios intentos de escribir algún poema, alguna novela corta e incluso algún ensayo me di cuenta que lo de escribir no se me daba demasiado bien. Vamos, que no era lo mío. Para eso hay que tener un don especial como el que tiene Elena, que de una sola frase es capaz de sacarte una novela de más de trescientas páginas.

Uy, perdón, ya me estoy enrollando. Vosotros dadme un toque si veis que me despisto, es muy habitual en mí y yo no tengo a Olivia como conciencia para avisarme de que me estoy yendo por donde no debo. Ya estoy otra vez.

¿Por dónde iba? Ah, sí. Que no se me da bien escribir.

En fin, que así y todo mi padre encontró la manera de buscarme un puesto de trabajo en la empresa familiar. Por supuesto tras superar el disgusto y el enfado que supuso descubrir que su querida hija había desobedecido sus órdenes.

Secretaria.

Válgame Dios. (Podéis llevaros las manos a la cabeza, yo lo hice en su momento.)

Pero como ya bastantes disgustos les había dado tanto a mi padre como a mi madre, acepté trabajar para ellos. Aunque debo decir que yo lo que tenía muy claro es que ese trabajo solo era para hacerme con el dinero suficiente y montar mi propia editorial, sin tener que depender de nadie.

Si no podía escribir, al menos publicaría libros de otros escritores.

Tra, tra. (Podéis cantar esto a lo Rosalía.)

Tenía todo perfectamente estudiado y planificado. Otra cosa no, pero planificar se me da muy bien, siempre y cuando no se trate de mí misma y de mi vida, eso es un tema aparte, sobre todo últimamente que estoy bastante predispuesta a llevarme la contraria.

Pero todo se precipitó tras anular la boda con Javier. Mi novio, bueno mi exnovio.

Aquí el amigo, es decir Javier, donde más horas pasaba era en el Club de Campo, allí pasaba horas y horas jugando al golf. Según sus propias palabras en los campos de golf es donde mejores negocios se hacen.

Hay que ser gilipollas, pijo y vago.

A Javier lo de meter una bolita en un hoyo con un palito no se le daba mal. Pero un día descubrí que se le daba mejor meter palitos directamente en los hoyos, concretamente su palito en un hoyito que no era el mío.

Cabronazo.

Pero yo muy digna no le dejé las maletas en la calle ni nada de eso tal y como hizo Elena con Luis en su día. Yo directamente cogí las mías y me fui.

Aunque nunca llegamos a casarnos, gracias a Dios, sí es cierto que llevábamos unos años conviviendo bajo el mismo techo. Queríamos acostumbrarnos el uno al otro antes de dar ese paso tan importante en nuestras vidas, fue la razón de peso que dimos a nuestras respectivas familias cuando decidimos hacerlo. Aunque en realidad lo que ambos buscábamos era no comprometernos demasiado. Fuimos retrasando la boda con excusas banales, que si estamos bien como estamos, que sí qué pereza organizar una boda, que si hay demasiado trabajo, que si no tenemos tiempo de hacerlo, que si nosotros no necesitamos papeles para querernos más y todas las excusas que se os puedan ocurrir.

En fin, que sin dar explicaciones me marché de aquella casa que compartíamos. Solo le dejé una nota diciéndole que lo nuestro había terminado por diferencias irreconciliables y por supuesto deseándole lo mejor. El respeto ante todo. Aunque él a mí, me lo había faltado.

Para chula yo.

Todo esto conseguí escribírselo tras romper varias notas en las que le deseaba lo peor en la vida, si hasta le deseé alguna enfermedad de transmisión sexual. Madre mía, menos mal que rectifiqué a tiempo y al final di con las palabras adecuadas. Será por palabras, yo que he estudiado Lengua y Literatura y soy adicta a las palabras con significados raros.

Aun así le dije todo lo que pasaba por mi cabeza, pero de manera muy sutil. Sutileza tampoco me falta. Como estaréis comprobando soy muy completita.

Tras exponer los motivos de mi ruptura a mis padres con el consiguiente disgusto para ellos, decidí coger mis ahorros e irme a París por un año. «Necesito despejarme y poner mis ideas y mi vida en orden» fueron las palabras exactas que les dije, todo ello con un toque teatral, haciéndoles ver que estaba rota de dolor tras descubrir las infidelidades del que iba a ser mi marido.

Mi actuación debió ser bastante buena y también bastante creíble, porque mi padre decidió tirar de contactos y me alquiló un pequeño y coqueto apartamento muy cerca de la Torre Eiffel. Yo puse el grito en el cielo al ver lo que me iba a costar esa cucada de apartamento al mes, pero grité mucho más cuando mi madre me dijo que ellos correrían con los gastos de todo durante ese año. Supongo que fue la manera de pedirme perdón por todo lo que me habían hecho pasar.

Primero grité de miedo y después grité de alegría. Si es que cambio de registro teatral a la mínima. Tan pronto estoy metida en un drama como en una comedia.

Nunca me ha gustado ser una mantenida, de hecho siempre he tenido mi propio dinero con trabajillos que hacía a escondidas. Ningún trabajo ilegal, eh. No vayáis a pensar mal. Si ellos supieran que hasta he estado de camarera en un Starbucks en mi época universitaria, estoy segura de que serían ellos los que pondrían el grito en el cielo. La heredera de una importante empresa sirviendo cafés. Un trabajo tan digno como otro cualquiera. Soy muy fan de esas personas que trabajan de cara al público y siempre te sonríen aunque estén teniendo el peor día de sus vidas, para que el tuyo sea amable y mejor que el suyo. Lo dicho, muy fan.

Mis primeros días en París los pasé haciendo turismo, me gustaba perderme en sus calles. Salía sin mapas y sin guías, a la aventura. Yo quería descubrir mi propio París. Leer sentada en algunos de sus cafés y por qué no, escribir notas en uno de los cuadernos que siempre me acompañan y hacer fotografías de todas y cada una de las calles por las que decidía perderme a diario. En más de una ocasión me perdí literalmente, mi sentido de la orientación es muy dado a abandonarme cuando más lo necesito.

En uno de esos cafés conocí a Pierre. Aquella mañana había comenzado a llover sin avisar, era la típica tormenta de verano, por lo que me refugié en un pequeño café para tomar uno calentito y recuperarme de aquella calada imprevista que había empapado mi ropa y mi pelo. Me acerqué hasta la barra para pedir una taza de mi bebida favorita y pedir un croissant para hacer callar a mi estómago, que llevaba ya un tiempo rugiendo de hambre.

El croissant de la discordia.

Ese croissant era el único que quedaba en la vitrina, y Pierre y yo habíamos fijado nuestros ojos en él, por lo que tras discutir más de quince minutos por él, decidimos que lo mejor sería compartir, croissant, mesa y café y ya puestos algo de conversación.

Y maldita conversación, maldita mesa, maldito café y maldito croissant.

Pierre era —vale, es, que este tampoco está muerto al menos que yo sepa— un atractivo y bohemio escritor de París y además, oh là là, dueño de una pequeña editorial independiente.

Así que os podéis imaginar, mi cabeza, mi corazón y yo entera perdimos el control sobre todo lo que nos hacía sentir el franchute.

Tras aquel primer café casual y aquel croissant compartido, vinieron otros, también algunos paseos que nos llevaron a descubrir todas las cosas en común que teníamos y de ahí, a compartir cama no pasó demasiado tiempo.

Nos enamoramos, o al menos yo lo hice. Y ese enamoramiento me llevó a ampliar mi estancia en París por mucho más tiempo, concretamente cuatro años en total, tres más de los que tenía previsto. Pierre me contrató en su editorial como correctora y yo alquilé un apartamento menos costoso y menos céntrico para vivir y por supuesto más acorde con el dinero que ganaba. Mi año sabático terminó y con él el sustento de papá y mamá.

Uff, qué pijo ha sonado eso de papá y mamá.

Una editorial, trabajar en una editorial y aprender todos y cada uno de los secretos que esconden para un día poder tener la mía propia. Eso era un sueño. Un sueño que se rompió el día que descubrí que Pierre además de compartir cama conmigo lo hacía también con Amalie, su mujer, y que además tenía tres hijos con ella.

Segundo cabronazo en mi vida. Y dicen que no hay dos sin tres. Así es que antes de que llegara el tercero compré el candado y la llave que antes os he comentado y cerré mi corazón con ellos. Lo castigué por imprudente y desobediente, por sentir sin mi consentimiento y por no consultar con mi cerebro qué hacer.

Esta vez fui menos educada a la hora de decirle las cuatro cosas que tenía que decirle. Me despaché muy a gusto, en francés todo suena mucho más bonito y mejor, así que me aproveché del idioma del amor y lo convertí en el idioma oficial del desamor.

Cuando me subí al avión de regreso a casa, me prometí en plan Scarlett O’Hara que jamás volvería a enamorarme, tal y como hizo Elena cuando dejó a Luis. Y si algo tenía claro es que a partir de ese momento los hombres saldrían de mi vida tal y como entraban.

Hasta que hace unos meses apareció Héctor.

Regresé a España, concretamente a casa de mis padres. Dejándoles claro que solo era algo temporal y que estaba decidida a vivir mi propia vida, había cumplido los treinta y quería hacer lo que realmente me apetecía, ser yo misma. Tener mi vida y mi editorial. Sobre todo esto último, tener mi editorial.

Unos meses después alquilé un pequeño apartamento cerca del casco viejo de la ciudad y el bajo del mismo, un local también de pocos metros, para empezar desde cero. No necesitaba algo grande, por el momento estaría yo sola trabajando y era justo lo que buscaba.

El apartamento además de pequeño era funcional. Un pequeño salón con cocina americana, un dormitorio con baño y una bonita terraza con vistas a la parte antigua. ¿Podía pedir más? Sí y no.

Sí, porque nunca debes ser alguien conformista. Yo al menos no lo soy.

No, porque en esos momentos era lo que buscaba y necesitaba.

Punto y final.

A día de hoy la editorial ha cambiado de ubicación. Las cosas me van bien como editora. Más que bien debería decir, nada de humildad, que mi trabajo me ha costado llegar a estar donde estoy. Elena fue mi primera víctima (léase con ironía, por favor), ella fue la primera escritora que llegó hasta mí y ella me llevó hasta otros escritores. Desde entonces han pasado cuatro años, Elena sigue siendo mi escritora fetiche, mi mejor amiga y esa hermana que nunca he tenido.

Tras los esfuerzos del principio y por supuesto trabajar más horas que un esclavo en una galera, comencé a recoger los frutos. Pude contratar a dos personas para que me ayudaran en el trabajo y así yo poder empezar a respirar un poco. Debo reconocer que cuando estaba sola había días en los que se me olvidaba respirar, me ahogaba, me acongojaba e incluso en alguna ocasión estuve a punto de tirar la toalla. Pero no lo hice. Así que me siento muy orgullosa de todo el recorrido de mi vida a pesar de los palos amorosos y sentimentales que he sufrido.

No se puede tener todo. Ley de vida.

El apartamento, sigo conservando el mismo, me gusta. Me gusta mucho, conseguí hacer de él mi pequeño refugio, mi pequeño hogar, mi pequeño mundo.

Un mundo que nadie traspasaba, excepto Elena, ella era la única que entraba por la puerta de mi casa. Luego lo hizo Luis, su ex, en plena cuarentena cuando lo tuve que recoger como si mi casa fuera un albergue para sintechos, y por último Héctor. Él ha sido el único hombre que ha traspasado la puerta de mi casa más de una vez.

Héctor ha traspasado todos y cada uno de los muros infranqueables que hasta ahora cimentaban mi vida y mis sentimientos.

HÉCTOR

Me visto con un pantalón corto, una camiseta de tirantes y me calzo mis zapatillas de deporte.

Busco mi lista favorita de música en Spotify, me pongo los cascos y corro hasta el gimnasio.

Si hay algo que me gusta más después del boxeo, es correr. Me da la puta vida. Hay días que me gustaría ser como Forrest Gump y correr sin cansarme y así poder irme lejos. Muy lejos.

Bueno eso era antes. Antes de Gloria. Ahora desde que ella está en mi vida no quiero alejarme demasiado, por si cuando vuelva, ella no está y eso si que no lo soportaría, perder en estos momentos a Gloria sería algo con lo que no podría vivir.

Ella se ha convertido en la razón de mi existencia aunque ella no lo sepa. En ese punto estoy.

No son ni las ocho de la mañana pero ya puedo ver las luces del gimnasio encendidas, concretamente las de la sala donde suele entrenar Aris, lo que me hace suponer que él también ha madrugado. No es raro encontrarlo entrenando desde temprano, desde que se propuso volver a competir y concretamente presentarse al Campeonato del Mundo.

Hay que estar loco y tener mucha fe en ti mismo, cosa que a Aris no le falta, para plantearte esa meta. Pero si hay algo de lo que nunca dudaría es de la capacidad que tiene mi amigo para conseguir todo aquello que se propone. A luchador y peleón no le gana nadie.

Hay veces que me entran ganas de hacerle reverencias y besarle los pies.

Es mi ídolo.

Abro la puerta del gimnasio mientras me quito los cascos, esos que llevo puestos con la música a todo volumen, para dar paso a otra mucho menos ruidosa que la mía pero que también suena más alto de lo normal.

Caruso, en la voz de Pavarotti. No sé cuantos años hace que conozco a Aris, pero sé que son muchos. Y me sigo preguntando cómo es posible que pueda entrenar escuchando ópera.

Misterios sin resolver.

Pero estoy seguro de que esa música debe tener algún poder sobre él, ahora mismo está tan concentrado saltando a la comba que ni siquiera se ha dado cuenta de que he llegado.

Si hasta creo que tiene los ojos cerrados. No, no puede ser. Nadie salta a la comba con los ojos cerrados, sin tropezar y caer. Me fijo bien en sus ojos y sí, Aris sí puede hacerlo.

Lo dicho, un crack. Un puto crack.

Alcanzo un rollo de vendas y se lo tiro para sacarlo de su estado de nirvana y que así se dé cuenta de que ya no está solo.

Sus reflejos son inmediatos y consigue esquivar el rollo al tiempo que me insulta.

—Gilipollas —rebufa.

—Yo también te quiero —le digo mientras suelto una carcajada.

—Me cambio y estoy contigo. ¿Te parece?

—Estupendo, tío.

Me visto con uno de los calzones que tengo en la taquilla, me calzo las botas de boxeo, cojo mis guantes Everlast y voy hasta la sala donde está Aris. Nos vendamos las manos para protegerlas y nos ponemos los guantes.

Una vez en el ring, nos saludamos y comenzamos a dar vueltas como dos tontos alrededor de él, esperando a que sea el otro quien inicie el combate. Todo un ritual que hacemos casi a diario.

Un ritual bastante tonto. Si alguien lo grabara y lo subiera a Youtube, el título sería «Dos tontos muy tontos», estoy seguro.

El primer golpe lo da Aris, me coge desprevenido. No me cubro y tampoco reacciono defendiéndome. Vuelve a atacar de nuevo. Y yo vuelvo a lo mismo, a no cubrirme y a no reaccionar, así que me llevo otro golpe, menos mal que para entrenar siempre nos protegemos la cabeza con cascos, de no ser así estoy seguro de que hoy me iría a casa con los dos ojos morados.

—Héctor, ¿estás bien? —pregunta mi amigo.

—Sí. ¿Por qué? —Ahora soy yo el que pregunta un tanto contrariado.

—Te noto distraído. —Distraído dice, si estoy más allá del quinto pino y mira que este está lejos.

—¿Ah, sí? —pregunto como si estuviera saliendo de un trance y no fuera conmigo la pregunta.

Aris suelta una carcajada.

—Rectifico, no te noto distraído. Estás distraído. —Me da un gancho con su zurda mágica y yo en lugar de reaccionar me quedo parado mientras intento reponerme del golpe que acaba de darme.

—Hostias, Héctor, me preocupas. —Vuelve a reírse.

Y yo también lo hago, pero no tengo ni idea de por qué nos reímos. Estoy peor de lo que pensaba. Me está inflando a hostias y yo me descojono de la risa, estoy para que me encierren.

—Mejor dejamos el entreno. ¿Te parece si nos damos una ducha y después desayunamos en el bar de Chema? —propone Aris.

—No puedo, tengo dos clases a primera hora y después tengo trabajo de oficina. Tengo la mesa del despacho a reventar de papeles.

—Las clases puedes pasárselas a Diego y con el papeleo si quieres te ayudo yo. Venga, tío, no puedes negarte a un café y unas tostadas en buena compañía. —Aris sube y baja sus cejas, supongo que para enfatizar lo de la buena compañía refiriéndose a él, ¿o lo hace refiriéndose a las tostadas y al café? Ni idea. Ahora mismo cuando Aris ha dicho las palabras buena compañía yo solo he visto una imagen en mi cabeza.

Gloria.

Ella es mi mejor compañía desde hace meses.

Por supuesto, me he visto obligado a aceptar la invitación. Sí, obligado porque si algo tiene Aris es insistencia y la verdad es que por no escucharlo y que me dejara la cabeza en paz, aquí estoy en la terraza del bar de Chema con un café y unas tostadas, que yo no he pedido, delante de mí. Y sentado a mi lado Aris, sometiéndome al tercer grado. Vamos que me está acribillando a preguntas. A las que yo solo voy a responder con monosílabos. No quiero que se me suelte la lengua. Soy muy dado a ello. Me emociono y me da por hablar.

—¿Vas a contarme qué te pasa?

—No.

—¿Está todo bien?

—Sí.

—¿Tienes algún problema?

—No. —Pero sí.

—Sabes que si necesitas ayuda, me tienes para lo que sea. Después de todo lo que tú has…

—Lo sé —corto su diatriba. No voy a escuchar eso de que está en deuda conmigo. En los últimos meses lo he escuchado demasiadas veces. Y la verdad, no quiero que se sienta en deuda conmigo. Todo lo hice de corazón. Aris es mi amigo. Es mi hermano y volvería a hacer todo lo que he hecho por él infinitas veces. Al igual que sé que él haría lo mismo por mí. Ya nos hemos demostrado demasiadas veces hasta dónde somos capaces de llegar el uno por el otro.

Se siente en deuda conmigo por ofrecerle trabajo tras salir del hospital donde estuvo ingresado, aproximadamente un año, tras la muerte de Alicia, su mujer, en un trágico accidente de tráfico. Nadie daba un euro por él pero yo lo hice, aposté todo mi dinero a una sola carta. Y aquí está el tío recuperado de todo aquello, enamorado de nuevo y preparándose para ser el nuevo campeón del mundo de boxeo en la categoría de pesos pesados, además de luchar por conseguir la custodia de Junior, su hijo. Ese sí que es un gran combate, el más importante de su vida, sin duda alguna.

Con un par, sí señor.

—¿Te has enamorado? —me pregunta del tirón, sin preparación previa, sin preámbulos.