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Hannah y Josh han roto, pero aquí no acaba la historia. Cuando Ben se enfrenta a su amigo y le pregunta por qué trata tan mal a su hermana sin motivo aparente, Josh se sincera y, por fin, le desvela a Hannah los secretos que ha estado ocultando.Juntos, se embarcan en una misión para derrotar a los fantasmas del pasado.¿Serán lo bastante fuertes como para acabar con la maldición que atormenta a Josh desde hace mucho más tiempo del que Hannah se podría imaginar?
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Veröffentlichungsjahr: 2016
A la sombra del tiempo, libro 2: Visiones del pasado
Jen Minkman
––––––––
Traducido por Sara Bueno Carrero
“A la sombra del tiempo, libro 2: Visiones del pasado”
Escrito por Jen Minkman
Copyright © 2014 Jen Minkman
Todos los derechos reservados
Distribuido por Babelcube, Inc.
www.babelcube.com
Traducido por Sara Bueno Carrero
“Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.
Página de Titulo
Página de Copyright
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
1821-1871 | 1839
1841
1842
1843
1846
1850
1868
1870
1910-1943 | 1925
1928
1933
1937
1942
1943
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Agradecimientos
Tus comentarios y recomendaciones son fundamentales
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––––––––
Al día siguiente, Hannah no se encontraba mejor.
Se pasó toda la mañana en la cama, con la vista fija en el techo. Hacía un día precioso y los pájaros cantaban junto a su ventana. Era extraño que todo lo que la rodeaba trascurriera como si nada hubiera cambiado, mientras que ella parecía haberse quedado atrapada en el tiempo.
Con desgana, se vistió después de que, al fin, Emily hubiera llamado a la puerta para sacarla de allí, y entró en la cocina y saludó a Amber y a Ivy, sentadas a la mesa.
—¿Té? —le ofreció Amber mientras señalaba la tetera que tenía delante.
Hannah asintió y se sirvió una taza sin pensar, con los ojos clavados en los anillos de la madera de la mesa.
—Hola. —Emily se aproximó y apoyó una mano en la de Hannah—. ¿Te encuentras algo mejor?
—Sí. Estoy bien. —En sus labios se intuía la más diminuta de las sonrisas.
—¿Te apetece desayunar? —Ivy le acercó un plato de tortitas.
Hannah negó con la cabeza.
—No tengo hambre —masculló.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste algo? —preguntó Emily con un tono maternal.
Hannah intentó recordar. Lo último que se acordaba de haber tomado era una barrita de cereales que engulló en el coche de camino a la sección inferior del cañón del Antílope. La joven se encogió de hombros.
—No lo sé. No quiero nada.
Emily le acercó aún más el plato y empezó a cortar las tortitas.
—Al menos unos bocados —le rogó—. Ben nos ha pedido que te demos de comer.
Hannah dejó de oír el ruido de la ducha en el baño y supo que Ben estaría en la cocina dentro de un minuto. No quería preocuparlo, así que se forzó, reticente, a comer unos bocados como pobre excusa de un desayuno tardío.
Tortitas. Las últimas tortitas que tomó fueron las que había preparado Josh.
Cuando Ben acabó de ducharse y entró en la cocina, Hannah se había terminado media tortita.
—Voy a preparar el equipaje —dijo la joven con una levísima sonrisa.
En la habitación, Hannah introdujo caprichosamente algunas prendas en la bolsa de viaje y clavó los ojos en el atrapasueños sobre su cama. No estaba segura de que deseara llevárselo de viaje: parte de ella quería volver a soñar con Josh, para no sentirse sola.
Exhaló un suspiro, cerró la bolsa y dejó el atrapasueños en la pared. A continuación, se esforzó por dirigirse al baño a recoger el cepillo de dientes, el champú y unas cuantas toallas.
Ben bebía café junto a la encimera cuando la joven regresó a la cocina.
—¿Cómo estás? —le preguntó su hermano.
Hannah se apoyó en silencio en él, acomodándose en su abrazo.
—Fatal —murmuró.
—Hoy relájate.
Cuando Hannah salió de casa y dejó la bolsa en el Chevy, Paul y Sarah, que se afanaban por cargar todo su equipaje en el maletero del monovolumen, la contemplaron con compasión. Era evidente que sabían lo que había ocurrido.
Probablemente en esos momentos Josh estuviera de camino a Tuba City. Quizá por eso necesitaba espacio: para enrollarse con las guapísimas chicas navajas de su edad que conocería en la universidad.
Hannah se mordió el labio para impedirse volver a llorar. Se estaba comportando como una imbécil; no merecía la pena seguir pensando en quien tan mal la había tratado.
Ben se ofreció a conducir, así que, pasados unos minutos, arrancaron tras los Greene. En la radio resonaba una melodía ochentera. Poco a poco, Hannah se fue relajando en su asiento y logró destensar los hombros y el cuello mientras el sol le acariciaba el rostro.
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