A solas con tu amor - Raye Morgan - E-Book
SONDERANGEBOT

A solas con tu amor E-Book

Raye Morgan

0,0
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Chareen Wolf sabía perfectamente lo que significaba tener que trabajar duro. Sin embargo, jamás había tenido un empleo tan exigente como para tener que pasar prácticamente todo el día con su jefe. El problema era que su nuevo jefe hacía que su corazón también trabajara más de lo normal. Michael Greco era increíblemente guapo, y estaba empeñado en que Chareen se quedara con él mucho después de las horas de trabajo... A pesar de la innegable química que había entre ellos, el duro ejecutivo no tenía el matrimonio, ni los hijos, entre sus planes de futuro. Pero ahora que por fin había encontrado al hombre de sus sueños, Chareen no estaba dispuesta a tirar la toalla. ¿Acabarían por llegar a un acuerdo... para pasar toda la vida juntos?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 162

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Helen Conrad

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

A solas con tu amor, n.º 1313 - diciembre 2014

Título original: Working Overtime

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4849-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Capítulo 1

 

Lo primero que oyó Michael Greco fue una voz suave y profunda que le provocó un escalofrío.

Se quedó paralizado, con la mano inmóvil apoyada en el libro de recopilación de disputas por contratos, mientras el corazón le latía con fuerza inusitada. Jamás antes había oído una voz como aquella. Era como una caricia suave, como un gato que se enroscara tiernamente alrededor de los tobillos, un timbre seductor, provocativamente misterioso, como una promesa de algo inalcanzable.

Había ido a la sección de derecho de la biblioteca de TriTerraCorp a buscar unos datos durante la hora de la comida. En los últimos treinta minutos había estado perdido entre altas torres de libros sin prestar atención al grupo de mujeres que había entrado hacía un rato.

Se habían congregado alrededor de la fotocopiadora y no paraban de reírse de algo sobre lo que trabajaban, totalmente ignorantes de que él estaba en la misma habitación.

El ruido de los ordenadores y los demás aparatos ayudaba a camuflar el murmullo, ayudándolo a ignorar a las mujeres. Hasta que, de pronto, oyó aquella voz.

–¿Qué está pasando aquí? –dijo ella. Él se quedó sin respiración–. ¿Es esta una reunión secreta o puedo unirme a vosotras?

–Hola, Chareen –respondió nerviosamente una de las mujeres–. Estábamos…

–Dejale que lo vea –dijo una voz impaciente–. Con Chareen no hay problema. No nos va a delatar. Mira el calendario que hemos estado haciendo. Es solo para reírnos un rato y pasarlo por la oficina.

–¿Un calendario? –el rico tono de su voz hizo vibrar a Michael–. ¿Tan controvertido es? Déjadme verlo.

Hubo ruido de papeles.

–¡Vaya, chicas! ¡Lo qué habéis hecho!

Se rio, con una risa tremendamente provocativa que él decidió disfrutar.

–Los solteros más deseados de TriTerraCorp… ¡Qué buena idea! Estas imágenes son valiosísimas.

–Sherry ha hecho lo parte gráfica en el ordenador. Es una verdadera artista.

Michael puso el libro de vuelta en la estantería y se maldijo por su inesperada reacción. Todavía tenía la carne de gallina. Seguro que la mujer tenía aspecto de gnomo.

En realidad, daba igual como fuera. Se había prometido a sí mismo que no habría ninguna mujer durante aquel viaje. Desde el fracaso de su matrimonio, había perdido mucho tiempo saliendo con unas y con otras. Pero el vino y las mujeres no eran la verdadera solución a sus problemas, aunque a veces le costara verlo así.

–Ignora esa voz –se murmuró a sí mismo y trató de recordar qué había venido a buscar.

Pero una vez más, resonó en la sala.

–Tenéis incluso a Greg Holstein –estaba haciendo inventario de las víctimas–. ¡Está tan mono con ese traje de león! Y lo de Andy Martínez, de Seguridad, como trapecista está muy bien. Sherry, eres genial.

Michael tragó saliva. Era realmente extraño. Aquella voz provocaba en él un efecto inesperado. Sentía que algo dentro se le alteraba con cada nota. No tenía sentido que fingiera que no ocurría nada. Jamás le había sucedido nada semejante.

Quizá había dormido poco y ese era el motivo. La noche anterior había sido muy dura. Después de un largo viaje desde Florida, la empresa lo había puesto en el mejor hotel de Río de Oro. Pero había un rodeo en la ciudad y todas las habitaciones habían sido ocupadas por juerguistas que habían decidido no dormir en toda la noche. No había podido conciliar el sueño. Sentía los ojos pesados y le dolía la cabeza. Sí, ese era su problema. La fatiga lo estaba afectando.

A pesar de todo, las sensaciones que tenía eran un tanto exageradas. Necesitaba ver a esa tal Chareen.

Se asomó por entre los estantes, pero la fotocopiadora le tapaba la visión, dejandole intuir solo un trozo de su falda. Iba a tener que salir de su escondite si quería ver algo más.

Se movió entre las estanterías con aire indiferente hasta que pudo ver claramente el grupo. Había cuatro mujeres pero la única que llamó su atención fue la que estaba de espaldas a él. Tenía un largo y rubio pelo platino hasta media espalda y llevaba un traje azul lo suficientemente entallado como para dejar intuir su cintura estrecha y sus caderas apretadas. Tenía las piernas más largas que jamás había visto.

–A ver esta –dijo ella, sacando una nueva página–. ¿Es este Michael Greco, la nueva adquisición de la compañía? ¿Cómo has conseguido su foto tan rápido? Pensé que acababan de trasladarlo de la oficina de Miami. ¿Ha llegado ya?

En ese momento, una de las mujeres se volvió y su gesto expresó horror.

–Sí, está aquí –dijo Sherry–. Lo vi esta mañana y no me lo pensé dos veces. Nada más verlo me dije: «este es buen material para un calendario». Conseguí la foto en el departamento de personal. Eso es lo que estábamos haciendo cuando has llegado, sacar las copias. Tengo que devolver la foto antes de que pase la hora de la comida.

Otra de las mujeres también vio a Michael y comenzó a tirar de la manga de la tercera. Pero Chareen continuó ajena a su presencia y Sherry también.

–Pues a mí me han encargado que haga ciertas averiguaciones para él –dijo Chareen mirando la foto a distancia para obtener una mejor perspectiva–. Veamos…

–¿No es un bombón? –preguntó Sherry.

–¿Un bombón? No lo sé –Chareen torció la cabeza como si no pudiera sacar una clara conclusión–. Tiene demasiada mirada de playboy.

Sherry volvió la cabeza y se puso pálida. Para entonces las tres mujeres sabían que Michael estaba justo detrás de la inocente Chareen.

–Chareen… –comenzó a decir Sherry.

Pero aquella seguía perpleja contemplando el calendario.

–Aún iría más lejos. Diría que tiene una mirada esquiva y los ojos demasiado juntos. Tiene además un gesto rudo en la boca. No, no me gusta –dijo negando con la cabeza.

–Chareen… –Sherry le hizo señas con las manos y la tomó del brazo como si estuviera dispuesta a echar a correr tirando de ella.

Pero Michael no le dio tiempo a que lo hiciera. Se aproximó y le puso la mano sobre el hombro.

–Un personaje realmente desagradable, ¿verdad? –dijo él–. Déjame verlo.

Chareen ocultó el calendario apretándolo contra el pecho, se dio la vuelta y lo miró directamente a los ojos.

–¡Vaya! –dijo ella con una mueca cómica.

Él se quedó sin respiración durante unos segundos. Sí, el rostro era tan maravilloso como todo lo demás. Tenía un hermoso pelo rubio que enmarcaba un rostro de piel pálida y fina como la porcelana, todo ello acompañado de unos ojos azules como el cielo. Los labios eran gruesos y tentadores, perfectos para ser besados.

Cuando pudo por fin respirar, comprobó que su aroma era divino, a flores silvestres. Sintió un repentino deseo que lo incitaba a tomarla en sus brazos y a llevársela a un rincón privado. Si existía la mujer perfecta para él, era precisamente aquella.

Tragó saliva con dificultad y trató de obviar lo que sentía.

–¿Puedo ver la foto? –preguntó con frialdad.

Ella negó con la cabeza.

–No, señor Greco, no creo que deba verla –le advirtió, con una mirada precavida.

Las otras mujeres murmuraron, pero él no les prestó atención.

–Vamos –le dijo directamente a Chareen–. ¿Tan malo es?

Ella lo miró con resentimiento y él se preguntó si su tono había sido excesivamente arrogante. Le daba lo mismo. Después de todo, su propósito era mantenerse a distancia de las mujeres y ese era un buen método.

A pesar de todo, sonrió. Luego tendió la mano.

Ella dudó un momento, hasta que, finalmente, le dio el calendario.

Él lo miró y frunció el ceño.

–¿Qué demonios…? –alzó la cabeza y volvió a bajarla para mirar al calendario.

La imagen tenía su rostro, pero el cuerpo había sido sustituido por el de un musculoso pirata con la camisa abierta hasta la cintura y leotardos opacos en lugar de pantalones. Un ojo tapado y una espada completaban la imagen, más cercana a la de un bailarín de striptease, que a la que él pudiera proyectar jamás.

–No es más que una broma –dijo ella–. No significa nada.

–Lo hacemos solo para divertirnos, señor Greco –dijo Sherry, quitándole el calendario con una risita nerviosa–. Le pido disculpas, si lo hemos ofendido. Romperé su foto y nadie más la verá. Si usted quiere la quemaré.

Mirando de reojo a Chareen, Sherry y las otras dos conspiradoras salieron de allí a toda prisa.

Chareen se aclaró la garganta y trató de parecer inocente. Le tendió la mano.

–Señor Greco, soy Chareen Wolf. Creo que vamos a trabajar juntos durante las próximas semanas.

O… quizá no. Él dudó antes de estrechársela. No había ni el más mínimo atisbo de humor en sus ojos y ella se preguntó si estaba dispuesto a utilizar lo que había oído contra ella. ¿Debía pedirle disculpas, o fingir que había olvidado lo sucedido?

Finalmente, el aceptó su mano.

–Usted es la experta en antiguos contratos de propiedad españoles, ¿no es así? –preguntó él con una mirada fría como el hielo–. Me han dicho que tendría que contar con su ayuda si quería tener mi trabajo a tiempo.

–Sí soy yo –dijo ella–. Sé algo sobre el español judicial de principios del siglo diecinueve. Soy especialista en contratos antiguos.

Él asintió.

–Eso es exactamente lo que necesito –dijo–. ¿Por qué no vamos a la cafetería y planificamos un poco nuestro trabajo con una buena taza de café delante?

Ella dudó. Tenía otros planes para lo que le quedaba de hora de comida, pero deberían esperar. Al fin y al cabo, él era el jefe.

–De acuerdo –dijo ella y se volvió hacia la puerta.

Ninguno de los dos habló mientras se dirigían a su destino. Pero, por algún motivo, Chareen sentía que su cabeza iba a toda velocidad. No estaba segura de si sería capaz de aguantar aquello. Michael Greco no era en absoluto lo que ella esperaba.

El último especialista con el que ella había trabajado había sido un enorme hombre calvo de risa atronadora, con quien había hecho una extraordinaria labor. Al decirle a Leonard Trask que le gustaba aquel tipo de equipo de trabajo y que le quería volver a hacer algo similar, había esperado que le enviaran otro caballero entradito en años con el que se sintiera como con un padre. Sherry tenía razón respecto a una cosa: Michael Greco era material de calendario.

Lo que haría de la suya una relación difícil.

Hacía mucho que no había un hombre en su vida y ella estaba decidida a que no lo hubiera en mucho tiempo más.

Tenía dos pequeños esperándola en casa, que eran el resultado de su última relación.

Su vida estaba establecida. Era una madre soltera y no tenía intención alguna de ser nada más de momento.

Pero trabajar con un hombre tan atractivo como aquel no iba a resultar nada fácil.

Además, aún había algo más. Michael Greco se parecía terriblemente a Danny McGuire, el padre de sus dos hijos. No era más que una coincidencia, lo sabía. Pero no podía evitar que aquella circunstancia también hiciera que quisiera irse lo más lejos posible de allí.

Solo le quedaba esperar que el trabajo acabara lo antes posible.

Pidieron su café y se lo llevaron a una mesa que estaba cerca de la ventana.

Él hizo un amago de querer ofrecerle la silla, pero ella se adelantó para que no ocurriera. Acto seguido, se sintió realmente estúpida por su propio gesto.

¿Qué más daba? Se había comportado como una necia desde el principio con aquel hombre. No obstante, no sabía por qué, pero la molestaba. Era extraño. Al fin y al cabo, tenía fama de ser algo descarada, impetuosa, y muy segura de sí misma, y se las arreglaba para mantener esa reputación. No se correspondía con la realidad, pero era un buen escudo para protegerse de sus verdaderos sentimientos.

Miró a su contertulio y él comenzó a hablar sobre los fundamentos del proyecto White Stone.

¿Realmente se parecía a Danny o solo se lo estaba imaginando? Tenía el mismo tipo de pelo castaño oscuro, espeso y abundante, y lo llevaba cortado de forma similar. Sus ojos marrones tenían esa mirada inteligente, pero la nariz era más recta, más romana. La de Danny parecía haber sido modelada tras un par de peleas callejeras.

La boca también la tenían diferente. En la de Danny había siempre un gesto jocoso. Michael Greco solo había sonreído una vez, de momento.

Tenía la sensación de que él no quería estar allí. Claro que ella tampoco quería. Se removió inquieta en su asiento, preguntándose por qué aquella reunión les estaba resultando tan incómoda a los dos. Quizá a ojos de un observador externo pareciera que realmente se caían mal.

Habría deseado poder estar en aquel instante con sus niños, dos gemelos de tres años que pasaban de ser lo más adorable a ser lo más exasperante sin transición previa. Ella no quería perderse ni un segundo de todo eso.

Aquella había sido una complicada semana. El casero estaba haciendo algunas reparaciones, lo que la había obligado a sacar a su pequeña familia de casa. Temporalmente, estaban viviendo en unas casas que TriTerraCorp había habilitado para sus empleados, pero los pequeños estaban teniendo ciertas dificultades para adaptarse. Debía buscar alguna solución.

–¿No está de acuerdo? –le preguntó él.

Ella alzó la cabeza y lo miró desconcertada. No tenía ni la más remota idea de con qué no debía estar de acuerdo. Alzó la barbilla y respondió a pesar de todo.

–Nunca contradigo a mi jefe –respondió ella.

Él asintió, en un gesto que parecía decir: «Has salido de esta victoriosa».

En aquel instante, alguien abrió la puerta de la terraza y una ráfaga de viento hizo que se volaran los papeles que había sobre la mesa.

Los dos extendieron las manos para atrapar una servilleta que volaba libre por el aire y, entonces, se rozaron. Una corriente eléctrica se transmitió de uno a otro. Michael sintió un repentino calor que ella notó en sus ojos.

Los dos se apartaron como si se hubieran quemado y, rápidamente, él comenzó a hablar de nuevo.

Pero ella sentía que el corazón se le había acelerado y mantuvo la mirada fija en su taza, mientras se preguntaba qué le estaba pasando.

Michael continuó hablando del proyecto y detallando los problemas que estaban teniendo con la comisión costera por las medidas de protección medioambiental. Chareen conocía con detalle todo cuanto él se empeñaba en contarle y lo único que estaba sacando en claro de la información adicional que le aportaba era que su trabajo le tomaría meses.

¡Meses trabajando al lado de aquel hombre! ¿Cuántas veces se tocarían accidentalmente? ¿Cuántas veces sus miradas se encontrarían, provocándole un estremecimiento? No quería pensar en ello.

Pero no había modo de escapar de aquella complicada situación, a menos que dejara su trabajo. Ella era la única persona con conocimientos sobre Derecho español antiguo. Lo único que podía hacer era tratar de evitar todo contacto físico.

–Tenemos que incluir dos campos de golf –dijo él–. Además de dos centros de convenciones, un hotel grande, más dos hoteles pequeños, uno de ellos un hostal. Habrá también algunos chalets adosados y un pequeño centro comercial con zona recreativa y restaurantes.

Decidida a centrarse en su trabajo, optó por hacer un comentario.

–¿Cuál es el tamaño de la zona a urbanizar?

–Unas cuatrocientas hectáreas, con un acantilado y playas.

Ella frunció el ceño. Le sonaba aquella descripción.

–¿Dónde está?

–Al Norte de Gaviota y al Sur de la base aérea de Vandenberg.

Ella asintió. Aquella era una zona paradisiaca al Sur de California. Era un lugar en el que siempre había deseado trabajar. Tenía un tío anciano que aún vivía allí. Había visitado su casa de playa bastante a menudo cuando era niña. Le parecía divertida la idea de volver.

Claro que la situación no dejaba de ser complicada.

Una amiga suya siempre le decía: «Si no quieres quemarte, mantente alejada del fuego». Eran palabras muy sabias que procuraría no olvidar.

 

 

Michael miró el reloj. Llevaban allí sentados menos de un cuarto de hora y le parecía que había pasado mucho más tiempo. Aquello era como una tortura medieval.

Miró a Chareen que parecía absorta en el contenido de su taza, así que aprovechó para admirarla.

Tenía una hermosa y sedosa mata de pelo rubio, los pómulos marcados y una elegante barbilla. Pronto llegó al escote de su camisa, donde se intuían los montes de sus senos. Rápidamente, su cuerpo reaccionó y tuvo que apartar la mirada. Era como si alguien hubiera hecho realidad uno de sus sueños de adolescente en Chareen Wolf. Era una de esas mujeres que hace que un hombre solo piense en dejarlo todo y marcharse con ella a una isla de los Mares del Sur.

De pronto recordó a Grace, su ex mujer. Era igual de hermosa, pero cada vez que su imagen se le aparecía, lo hacía con aquella mirada decepcionada que oscurecía sus ojos. Hacía ya cuatro años que no la veía, pero había dejado una profunda herida en él.

Por eso, llevaba todos esos años buscando el amor en el lugar equivocado: no quería promesas, ni compromisos, ni más miradas decepcionadas. Ese era el único tipo de relaciones que podía tener. También estaba convencido de que ya no se emocionaba fácilmente con nadie. La aparición de Chareen Wolf había desmentido aquello.

Pero no había sido para eso para lo que había ido hasta California y no podía distraerse. El director general de TriTerraCorp lo había invitado a comer poco antes de dejar Florida y le había dejado caer que había una vicepresidencia esperándolo. Sería estupendo. Después de todo, ¿no era para eso para lo que había estado trabajando durante los últimos años?

Obligación y no placer eran los motivos de su viaje, y lo único que realmente debía moverlo. Era una promesa que se había hecho a sí mismo, y se sabía con la disciplina necesaria para cumplirla.

No obstante, trabajar al lado de Chareen Wolf iba a hacer que las cosas fueran bastante difíciles.

Claro que, tampoco era estrictamente necesario que trabajaran codo con codo. Él era el jefe y podía planificar el trabajo a su modo y como más le conviniera.

Miró a Chareen.

–Según me ha dicho el jefe de su departamento, está usted acostumbrada a trabajar sin demasiada supervisión. Al parecer es usted lo mejor de TriTerraCorp para este tipo de trabajo.

Ella lo miró con una sonrisa orgullosa.

–Bueno, creo que sí, que soy bastante buena en lo que hago –admitió.

Él sonrió.

–Y estoy seguro de que preferirá trabajar sin tenerme encima todo el tiempo, ¿no es así? –él la miró directamente–. ¿Por qué no me da unas fechas y me entrega lo que tenga a través de Leonard Trask, su supervisor? Así podrá actuar con total autonomía y solo necesitará contactar conmigo si hay algún problema, lo cual dudo que suceda.

Ella se sentó muy derecha. Parecía nerviosa.