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Beschreibung

Más allá de las estrellas se gesta la gran aventura primordial. Mundos purpúreos, arenas cárdenas, agua y fuego: «Adonay» es un planeta que propiciará un futuro diferente para toda la galaxia. Lo más grande se encuentra en lo más pequeño...


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Copyright: 2015

España

Autor: CESAR SANZ

ADONAY

CESAR SANZ

Capítulo 1º NÁUFRAGO DE RÍO

Camino por el ancho desfiladero, desciendo, avanzo cada vez más pausado junto al río rojo como la sangre. Algo no va bien, mis pasos ahora son erráticos, lentos, la vista se nubla, apenas soy capaz de fijarla en la preciosa fronda lapislázuli.

Por fin las energías, la esencia vital, parecen huir de mí, era de esperar después de días sin comer ni beber. Ya empezaba a pensar que vagaría por este extraño mundo eternamente. Tropiezo, caigo de rodillas, casi echo de menos no sentir ningún dolor ni fatiga. Elevo mis manos, las observo, apergaminadas, níveas igual que las uñas, no recuerdo haberlas tenido nunca tan largas.

Es curioso que a pesar del evidente deterioro físico provocado por el..., ¿envenenamiento?, mi mente haya permanecido perfectamente lúcida. Incluso ahora, cuando mi cuerpo cae por el talud hasta hundirse en el río, no pierdo el sentido. Soy consciente de ser arrastrado bajo las aguas por la corriente, pero no, no me ahogo. El simple hecho de pensar tal cosa es absurdo, ya que de todas formas, no he realizado inspiración alguna desde el ataque para llenar mis pulmones.

¿Por qué yo no he muerto como le ocurrió a Dana en aquel accidente de descompresión? Se supone que ningún humano puede vivir sin respirar ¿Tendría algo que ver la mordedura del áspid astado?

Unos bruscos golpetazos interrumpen mis caprichosos pensamientos, parece que mi descolorido cuerpo se está haciendo astillas en los rápidos, ahora si que no lamento carecer de sensibilidad. Caigo por un pequeño salto de agua, en su base mis despojos se aburren un buen rato siendo centrifugados como en una lavadora, vueltas y vueltas, minutos, tal vez horas. Resulta verdaderamente molesto estar allí engullido en un remolino de burbujas, ni me muero ni puedo pensar con la escandalera. Curiosamente mis oídos parece aún en plena forma ¡Genial!

Por fin el remolino escupe lo que queda de mí. Intento palpar la mortaja pero no hay resultados, no sé si mis fríos dedos han perdido el tacto, si no hay cuerpo que tocar, o lo que no existen ya son las manos. Sólo espero que los bichos no estén devorándome en mis narices, o cuando menos, no quisiera ver cómo se zampan mi nariz.

Diría que un siglo después, la corriente me arroja hacia un recodo arenoso. Intento abrir los ojos pero no veo nada. Claro que habría que comprobar si tengo órbitas oculares. Voy a levantar las manos pero tampoco parece posible. Mi estúpida mente juega con la posibilidad de que a lo mejor ya sólo soy una sesera estampada en la orilla, esperando a que vengan a devorarme los gatos-musgo. En cualquier caso no puede ser de noche. En Adonay nunca se hace totalmente de noche.

Parece que un resquicio de luz se filtra por mi derecha. Resulta que no veía porque estaba boca abajo. Uno de mis brazos en buen estado me ladea, reiría de buena gana, pero el resultado es un chorro de agua roja y fango manando por la boca ¡Qué asquerosidad!

Me incorporo. Increíblemente siento que he recuperado toda la fuerza, incluso diría que estoy en plena forma si no fuera porque tengo una rodilla del revés y me falta la mano izquierda ¡Mírala, por ahí pasa flotando! Por desgracia la corriente se la lleva río abajo. Aunque de todos modos no sé qué iba a hacer con ella, no tengo adhesivos ni bolsillos. Tendría que llevar mi mano en la mano, otra guasa lóbrega, menos mal que ya no me queda fango que vomitar.

En vez de resolver enigmas, no hago sino aumentar la cuenta ¿Porqué he recuperado vitalidad en el río? Parece como si mi cuerpo se hubiera re-hidratado con aquél líquido rojo ¿Era la lluvia también roja de los días atrás, la que me mantenía íntegro? No resulta sencillo razonar con lógica cuando uno se ha convertido en un pálido ser de pesadilla digno personaje del relato más tenebroso. Me viene a la cabeza que parezco uno de esos zombis de las novelas, pero desde luego yo no tengo intención de hacer daño a ningún humano, ni mucho menos devorarlo.

Pensando en monstruos, siento una repentina curiosidad por ver si mi rostro será tan tétrico como mi blanco y destrozado cuerpo. Me inclino hacia un charco de agua calma ¡Sorpresa! No sé si será por el agua roja, pero lo cierto es que no tengo tan mal aspecto. En mi cara extremadamente pálida, destacan unos pómulos marcados que antes eran blandos mofletes, la nariz se ha tornado afilada, pestañas y cabello largo también níveos, mas los ojos..., los ojos se han vuelto rubís penetrantes, evidentemente turbadores, pero... no..., no me desagradan. De algún modo en esos ojos me descubro a mi mismo, aún no he sucumbido, aún soy yo.

¿Y ahora? El río me ha despojado incluso de mis escasas ropas. Debería estar helado, pero tampoco siento frío, más bien al contrario, la humedad parece aliviar mi muñón y la retorcida pierna.

Con alguna complicación, enderezo el resbaladizo miembro inferior a pesar del ominoso crujido. Es casi una cuestión de orden y estética, siempre fui metódico cuando no estaba... ¿patitieso? Como sé que no va a doler, intento mover la pierna, en un principio parece que va bien, pero cuando fuerzo, el fémur se sale de la articulación. Los juramentos que deberían salir de mi boca, se traducen en abominables gorgoteos que me asustan hasta a mí. Parece que las cuerdas bocales también han sufrido algún tipo de deterioro. Eso o tengo el gaznate lleno de lodo.

Me lo tomo con calma. No sé qué hacer.

Hasta ahora he caminado porque no tenía nada mejor que hacer, siempre me ha gustado pasear. Pero al parecer, incluso ese entretenimiento me va a ser negado, el baño me ha dejado el tren inferior para el arrastre. Para que luego digan que la natación es saludable. Siempre podría dejarme arrastrar por la corriente para otear nuevos horizontes, pero después de la reciente experiencia, considero muy posible que mi cabeza reviente contra un pedrusco. Lo que no tengo claro es si eso sería bueno o malo. Cualquier cosa es mejor que irse dejando partes del cuerpo sin darme cuenta, salvo tal vez, que tu cabeza quede por ahí suelta y sigas cavilando eternamente mirando un hormiguero ¿Pero qué digo?, en Adonay no hay hormigueros, al menos no que la expedición biológica hayamos encontrado.

Ya no siento cansancio ni sueño. Nunca. Pero tampoco me decido a arrastrarme como un leproso. De momento prefiero quedarme allí con las piernas en el agua, y la espalda pegada a la ribera rocosa. La visión recuperada me regala el maravilloso espectáculo de contemplar dos estrellas, dos “Soles” rozándose en el horizonte, mientras la enana roja da color a las nubes tan parecidas a las de la Tierra. Me pregunto, suponiendo que el espíritu de Sorolla hubiera podido atravesar los años luz, ¿habría sido capaz el maestro de plasmar tanta belleza? El astro más rápido, Primitivo, se pone rebajando todos los tonos de color, los azules casi se vuelven negros ribeteados de rojos y ocres, igual que en el momento de la tragedia. Recuerdo.

Rememoro la carretilla neumática llena de nuevos especímenes, una recolecta maravillosa, un tesoro biológico y genético. Si conseguíamos llevar aquellas muestras vivas hasta la Tierra, con los emolumentos podríamos comprar un par de yates galácticos de clase C, se me empañaba la escafandra anti-esporas sólo de pensarlo. Evidentemente bajé las defensas, ni siquiera reaccioné a los gritos del capitán Jonás. El áspid astado me mordió en un costado, sus colmillos vibrantes atravesaron el traje, apenas rozaron mi piel pero era más que suficiente. Neurotoxinas mortales en tan solo unos segundos, ni siquiera llegué vivo al campamento.

Imagino que después seguirían el protocolo. En aquellos casos el capitán estaba obligado a desencriptar de inmediato las disposiciones del finado. Yo siempre lo había tenido claro, si fallecía en algún remoto lugar quería ser enterrado allí mismo. Eso me convertiría en un humano único, quería ser recordado como el que sigue allí eternamente. Muy poético. Ahora sin embargo se me antoja una verdadera sandez, y más, cuando para el momento en que conseguí salir de mi propia tumba, la nave ya había partido.

Al menos algo sí que había conseguido, ya era un ser único. Sin ninguna duda era el humano más solitario y patético de toda la historia. No sólo me encontraba más abandonado que un Robinson, además iba perdiendo trozos por el camino como un mal remedo de Frankenstein.

De todos modos supongo que es mejor así ¿Qué iban a hacer conmigo? Experimentar, exponerme en mil actos como un monstruo de feria. Y si como parece evidente, necesito estar expuesto al agua de este planeta cuyos múltiples componentes ni de lejos hemos conseguido datar, a mitad de camino me hubiera quedado más seco que la mojama.

Imagino que mi familia pudiera verme allí sentado, consciente pero sin respirar, mirando sin necesidad de parpadear, sin latidos, sin dolor, sin poder siquiera llorar por mi sino. A pesar de las apariencias no estoy muerto, pero disto mucho de poseer lo que he conocido como vida. Este estado, este lugar, bien podría definirse como el limbo ¿Pero, dónde están el resto de las almas esperando la redención? ¿Cómo encaja Dios en todo este desatino? Suspiro mentalmente, tengo claro que no voy a quedarme aquí quieto mientras tenga muñones. Al menos en eso comulgo con un hipotético Dios, según tengo entendido no le gustan los tibios, así que mis puñeteras neuras tienen que encantarle. Literalmente, no me quedo quieto ni muerto.

Cuando bajo la vista para planificar los posibles movimientos de mis malhadados miembros, una escena dantesca me causa algo bastante parecido al pavor, pero sin pelos de punta, carne de gallina, ni gritos despavoridos. Se ve que este cuerpo no está ya por recabar antiguos actos reflejos. Así que tengo que observar impasible, como en el muñón de mi mano y el entorno de la pierna dañada, la piel mortecina parece absorber lodo, hierbajos, e incluso unos diminutos insectos parecidos a escarabajos voladores. Voy a intentar limpiar el muñón, cuando me fijo en que los carpos de la mano ¡se están regenerando! Y yo que pensaba que ya nada podía asombrarme.

Tal que un anacoreta en trance, observo mi lenta pero imparable reconstrucción física. Puede que me haya convertido en una especie de fantasma del río Rojo, pero mi analítica mente de científico continúa vigente. Claro que si se siguen sucediendo los milagros, no sé hasta cuando va a aguantar mi mentalidad razonable, antes de desvanecerse en divagaciones tendentes a la metempsicosis, e incluso, a la metagoge ¿No es acaso el mío un cuerpo inanimado con propiedades sensitivas? He de seguir fiando toda mi cordura a que de alguna manera, el compuesto glandular inoculado por el áspid cornudo, ha trastocado irremisiblemente toda la actividad bioquímica de mi cuerpo, adaptando mi esencia a la naturaleza del entorno.

Desgraciadamente, mi experiencia en este campo me dice que estos cambios suelen ser temporales, y salvo raras excepciones, degenerativos. La cuestión es, ¿cuánto tiempo conseguirá permanecer mi mente intacta en este extraño cuerpo? ¿Declinará mi inteligencia al de un animal o una planta? ¿Me confundiré con el entorno como uno de esos esquivos gato-musgo? Al menos me queda el consuelo de la vieja frase, “mientras hay vida, hay esperanza”. Viendo terminar de crecer mi pulgar como si hiciera autoestop en una de las carreteras terrestres, no me queda más remedio que admitir que vida hay de sobra. Por lo que respecta a la esperanza, tendré que reconstruirla de cero, y no se me ocurre otra manera de encontrarla que poniéndome en camino sin saber a dónde ni porqué.

Me pongo en pie. Mantengo buen equilibrio y el chasis parece aguantar decentemente. Ahora ya sé que aunque no ingiera nada, necesito un mínimo de contacto con el agua carmesí para mantenerme hidratado. Será mejor que continúe cerca de la corriente fluvial, no me puedo permitir el lujo de confiar en que llueva regularmente.

Si al menos tuviera una cantimplora..., pero ni siquiera tengo calzoncillos. De repente se me ocurre la peregrina idea de mirarme los genitales. Siguen ahí. No sé para qué, porque mi cuerpo metamorfoseado parece no producir desechos, y desde luego, no creo que encuentre por estos lares a una churri pálida de ojos rojos.

Aún pululo un tiempo por el lugar, intentado recoger agua en una especie de vejigas vegetales sumergidas a ras del agua. Resultan ser estancas, pero demasiado delicadas fuera del agua, revientan al menor toque, incluso introduciendo unas dentro de otras. No hay manera. De momento habré de conformarme con mantenerme cerca del río.

Así es como parto de aquel lugar, lo abandono bautizándolo como Recodo del Leproso. No es muy poético, pero define a la perfección mis sentimientos cuando yacía mutilado en el lodo.

Medio oculto en la hondonada ribereña no me había dado cuenta, pero el río me ha transportado fuera del cañón. Ahora camino por un paisaje abierto, el suelo como casi siempre suavizado por el fino musgo amarillento, azulado, traidor, con sus crueles espinas ocultas esperando obtener el botín líquido vital de algún animal insensato. No serían pocas las veces que me extraigo espinas de mis desnudos pies, afortunadamente sin ningún dolor, y eso que algunas me atraviesan limpiamente los metatarsos de parte a parte.

Alejo mis pasos del río atraído por un esbelto “arcoral”, es bellísimo. Sus ramas cruzadas y prietas exponen sus micro charcos a la luz de los astros. Verde-azulado, lleno de hoyuelos, no hay ningún árbol en la tierra que se le parezca ¿Y porqué iba a parecerse alguno? Al fin y al cabo, los arcorales no son árboles, sino colonias de animales agrupados para mutuo beneficio, al modo de nuestros corales marinos, sólo que a la intemperie.

Acaricio la estructura con cierto orgullo. Fui yo el descubridor del misterio. Analicé los diminutos pólipos casi idénticos a los terráqueos, mas estos producen un exoesqueleto calcáreo mucho más grande y resistente, con una cierta elasticidad que les permite crecer fuera del agua, ayudados por la reducida gravedad de Adonay. Gracias a sus oquedades húmedas, los pólipos pueden alimentarse de cualquier cosa que les traiga el viento, y sobre todo, de sus colonias de micro-algas, plancton, e incluso hongos. Nada es desperdiciado por estos magníficos ejemplares.