Adultos vulnerados en la Iglesia - Paula Merelo Romojaro - E-Book

Adultos vulnerados en la Iglesia E-Book

Paula Merelo Romojaro

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Beschreibung

Mucho se ha escrito en los últimos tiempos acerca de los abusos sexuales a menores en la Iglesia. Sin embargo, apenas se habla de los casos de abusos sexuales a adultos, a los que se les presupone, por su mayoría de edad, el pleno consentimiento. Pero todos los adultos somos susceptibles de ser vulnerables cuando nos situamos en una relación de asimetría, como puede ser la del acompañamiento espiritual, párroco-feligrés/feligresa, superior/a-hermano/a de comunidad… Paula Merelo, inspirada en el desafío que Hans Zollner, sj, lanzó sobre la necesidad de construir una teología de los abusos, busca dar visibilidad a las víctimas y crear conciencia sobre una lacra que está corrompiendo el corazón de la Iglesia. Su objetivo es romper definitivamente con la cultura de la ocultación que perpetúa la posibilidad de que los abusos se repitan, y proteger y dignificar también a estas víctimas. Incluye el valiente testimonio de una víctima que generosamente ha querido compartir su dolorosa experiencia y los datos obtenidos a partir de una encuesta realizada por la propia autora a más de 300 personas.

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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Prefacio

Prólogo

Introducción

1. La asimetría en las relaciones como fuente de vulnerabilidad

2. Los casos de abusos sexuales a adultos en la Iglesia

3. La Iglesia frente a las víctimas... y los victimarios

Conclusiones

Anexo: Encuesta sobre abusos sexuales a adultos en la Iglesia

Bibliografía

Notas

Paula Merelo Romojaro se define como mujer, laica y creyente comprometida. Es licenciada en Biología por la Universidad Complutense de Madrid y Bachiller en Ciencias Religiosas. Lleva a cabo su labor profesional compaginando la docencia en Secundaria con su pertenencia al Equipo Pedagógico Provincial de la misma Institución. El cuidado de las personas y la escucha activa han sido siempre claves en el desarrollo de su vocación personal, ámbitos que le han llevado también a formarse en el acompañamiento personal y certificarse como coach.

[email protected]

© SAN PABLO 2022 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 - Fax 917 425 723

[email protected] - www.sanpablo.es

© Paula Merelo Romojaro 2022

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-285-6590-5

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.conlicencia.com).

Por amor de Sion no callaré.

Is 62,1

Prefacio

El texto de Paula Merelo Romojaro aborda un tema amplio y complejo cuyo análisis enfrenta obstáculos culturales, sistémicos e individuales. Existen formas de duda y negligencia asociadas al propio hecho de hablar sobre ello. Sin embargo, aunque por una parte dichas reacciones puedan ser comprensibles respecto a los acontecimientos que atentan contra la dignidad de las personas, por otra parte, no deben llegar a ser un obstáculo para que la Iglesia y otras instituciones confiesen y hagan frente a un tema tan importante como son las buenas relaciones y la gestión de las relaciones asimétricas, tan inevitables como abiertas a los abusos.

En este sentido, hay que reconocer que se trata, en primer lugar, del desafío de buscar un cambio de mentalidad y actitud y que seguramente será necesario un tiempo no breve antes de que esto suceda. Cuando se habla de cambios en la Iglesia católica, la comunidad religiosa más grande del mundo, se puede recurrir a una analogía con un barco grande: en cada cambio de ruta se necesita mucho tiempo y energía porque, entre el inicio de la maniobra y el efectivo cambio de dirección, hay que contrarrestar los efectos de la inercia y de no querer llegar al fondo del análisis de las raíces de comportamientos claramente contradictorios al espíritu del Evangelio, el Espíritu de Jesús.

La noticia positiva es que, una vez que se emprende la nueva ruta, un barco grande puede llevar a bordo muchas personas y recursos en la dirección adecuada. Algo ya ha cambiado –han cambiado leyes de la Iglesia, se han llevado a cabo varias iniciativas educativas y de formación, se han publicado tesinas con temas afines al de Paula Merelo Romojaro–, pero se trata de un punto de partida, puesto que todavía tienen que cambiar muchas cosas. El libro de Paula desarrolla una función muy valiosa al centrarse en dichos cambios, ya que ofrece la información sobre la base de una valoración empírica y de indicaciones claras y exhaustivas para un cambio necesario.

A lo que hay que aspirar es a una mejor infraestructura, a una evolución en la Iglesia y en la sociedad con el fin de que todos seamos conscientes del problema de las relaciones abusivas y nos sintamos partícipes de las medidas de protección de todos los seres humanos. Hay que dar respuesta a las peticiones de justicia de quienes han sobrevivido a un abuso, que exista un acompañamiento espiritual y un esfuerzo de integración de los supervivientes que quieren compartir con los demás la experiencia del propio viaje espiritual.

Se debería procurar también entender mejor las motivaciones, en su mayoría inconscientes y condicionadas sistémicamente, que existen tras querer gozar de un poder absoluto y dejarse servir, en vez de comprender y actuar desde las posiciones de poder con verdadera humildad y con un espíritu de servicio abierto a ser evaluado y supervisado por otros. Para alcanzar estos objetivos tan ambiciosos es necesario que las personas implicadas en este ámbito se comuniquen mejor entre sí y centren sus esfuerzos en los desafíos científicos y procedimentales que ya conocemos.

Espero que el libro de Paula Merelo Romojaro encuentre amplia difusión y contribuya a concienciar y a favorecer una actitud proactiva para crear relaciones buenas y saludables en ambientes seguros dentro de la Iglesia y la sociedad.

HANS ZOLLNER, SJ

Presidente del Instituto de Antropología.

Estudios interdisciplinares sobre la dignidad humana

y el cuidado de las personas vulnerables1 de la

Pontificia Universidad Gregoriana

Miembro de la Comisión Pontificia

para la Protección de los Menores

Prólogo

La primera palabra de este texto ilumina su conjunto. Es palabra nuestra y palabra de lo alto, imperativa: por amor no callaré.

Empiecen, por favor, la lectura del espléndido libro de Paula Merelo por el testimonio que ha incluido inmediatamente antes de sus conclusiones. Luego pasen ya a las encuestas, a los documentos y los discursos, a las citas, a los códigos, a las definiciones: al entramado magníficamente trabajado de este texto (que debería ser de lectura obligada en todos los ámbitos de la Iglesia –por lo menos–). El relato en primera persona de una víctima adulta que sigue siendo creyente tiene que poner el fundamento de cuanto podamos pensar después y de las acciones a las que nos veamos impulsados. Esta narración inteligente, pudorosa, llena de sentido cristiano y de reclamación de justicia y de verdad tiene por sí misma un peso definitivo; pero es que además lleva casi por sí sola a que su lector colabore a consolidar una vida futura de la Iglesia (y del resto de la sociedad) cuya urgencia no se puede exagerar.

En el magnífico estudio de Paul L. Gavryliuk sobre El sufrimiento del Dios impasible (2012) hay una hermosa página de Lactancio en la que el viejo escritor cristiano responde a los filósofos paganos, con perfecta certeza, que Dios se indigna, porque es esa indignación la garantía de que esta desgracia de mundo no terminará en el fondo de la perversidad. Dios es omnicariñoso, dice alguno de nuestros mejores hermanos, y nosotros, desde el asentimiento de base, añadimos que también, y gracias le sean dadas siempre por ello, es omnipotente; y nos gusta recordar el midrás, tan evocado después de la Shoá, que comprende que solo un Dios omnipotente puede contener su indignación y su justicia hasta el punto extremo de no destruir ya mismo a la humanidad. Pero habrá redención. El futuro es del poder del bien.

Las relaciones asimétricas son inevitables y constantes entre los seres humanos: en la familia donde nacemos, en el trabajo, en la diversión, en la enfermedad, en la pobreza, en la ancianidad y, tantas veces, incluso en el matrimonio y en las fraternidades y sororidades religiosas. Es otro acierto clave del texto de Paula Merelo precisar desde ahí cómo nadie es especialmente vulnerable de suyo (todos somos por igual capaces de ser atacados y heridos), pero sigue dándose con horrible frecuencia la práctica de abusar en y de las situaciones de asimetría. Sobre todo, la realidad muestra que los puestos jerárquicos, cuando el ámbito es en general el del espíritu (el profesor, el obispo y el párroco, el superior de una comunidad religiosa, el director espiritual), muchas veces no se entienden como servicios, sino como poderes. Precisamente en la Iglesia, la concepción del papa Francisco sobre cómo ella ha de ser una pirámide, pero con el vértice abajo y la base arriba, no es compartida en la práctica por un número demasiado grande de personas que desempeñan un ministerio. Llamar a esta tergiversación esencial clericalismo se antoja poco fuerte, poco expresivo, demasiado jerga intraeclesiástica. Es sencillamente un error hondísimo, absolutamente incompatible con el Evangelio, contra el que solo cabría lanzar los dicterios llenos de indignación que los evangelistas ponen en la boca de Jesús a propósito de los guías religiosos del pueblo: hipócritas, crueles, explotadores.

Los laicos, incluso los que hemos vivido a veces una relación complicada con alguna jerarquía de la Iglesia, pero hemos tenido siempre el consuelo de amigos y maestros ordenados que llevaban vida y doctrina ejemplar, no estábamos preparados para la masiva revelación de que tantas personas públicamente religiosas han participado y participan aún de abusos de toda laya, en grado de perpetradores o de encubridores. Es seguro que tampoco lo estaban esos amigos y maestros. No cabe en la cabeza ni en el corazón cómo es posible que se llegue a tal grado de burla del cristianismo, a tal nivel de perversión o de enfermedad que las personas cercanas no contribuyan eficazmente a curar. Pero es cuando escuchamos el testimonio de las víctimas cuando nuestra indignación y nuestra incapacidad de entender llegan a su máximo. Justamente la persona en quien más se ponía confianza la ha traicionado hasta la locura, porque además de su traición estricta está la herida, incluso física y siempre espiritual y mental, que se ha infligido. No solo se ha hecho lo posible para enseñar a desconfiar de cualquier relación humana, sino que se ha llegado a perturbar el misterio sagrado de la vinculación de las personas con Dios. Las terapias pueden lograr paliar los daños psíquicos y conductuales, por difícil que sea ya esto; pero parece que solo la gracia del mismo Dios podrá recomponer su imagen en los espíritus violados.

Miramos luego la zona penal del derecho canónico y nuestro asombro es inmenso. El código penal del Estado va muy por delante.

La Iglesia en Madrid ha decidido acometer este género de horrores con decisión. Se nos ha pedido que intentemos colaborar en la formación de los futuros portadores de ministerios eclesiales y que acojamos a las víctimas de abusos sexuales también del exterior de la Iglesia. Y que ampliemos el ámbito de la prevención y de la atención hacia la raíz de todo ello, que es el abuso de poder. No solo se ha comprobado que fundadores de grupos muy extendidos y activos en la cristiandad llevaban una vida doble (y sus seguidores a veces se resisten de manera incomprensible a admitir las pruebas), sino que se ha hecho necesario que personas de verdadera autoridad entren por fin en el dominio especialmente importante y hasta ahora poco iluminado de cómo precisamente la dirección de conciencia pone en tentaciones y riesgos. En este sentido es de extraordinaria relevancia el libro del prior cartujo Dysmas de Lassus, Risques et dérives de la vie religieuse (2020).

Pero hay una zona de sombra especialmente grave: la complicidad, el encubrimiento –que se disfraza con gran frecuencia de caridad para con los abusadores–. Ayer apareció la noticia de cómo una congregación religiosa decide indemnizar a las víctimas de delitos prescritos cometidos por algunos de sus miembros; hoy, la de que un cardenal instituye una fundación con el mismo fin. Hace más tiempo hemos visto reaccionar a otras congregaciones que albergaron hace años a verdugos y hoy son pioneras en la atención al problema del abuso a menores. Recordamos la dimisión colectiva y simultánea de cierta conferencia episcopal en un país latinoamericano terriblemente castigado por estas culpas. De Roma vienen directrices y decisiones que son perfectamente inequívocas (y tajantes, cosa del todo compatible con la caridad). Pero hace pocas semanas hemos vuelto a ver, por ejemplo, decisiones disciplinarias ridículas (perjudiciales para víctimas, victimario e institución) y juicios en los que el repugnante comportamiento del pasado persiste, como si esa barbaridad fuera un modo de defender a la Iglesia de Cristo.

Habrá todavía que indagar minuciosamente qué condiciones antropológicas y sociológicas aportan alguna brizna de explicación a que hayamos tenido que asistir a la manifestación de esta herida terrible en el cuerpo de Cristo, tanto dentro como fuera de las fronteras visibles de la Iglesia. ¿Se trata de una plaga presente en todas las épocas? ¿Por qué, entonces, hay tan escasas referencias, relativamente, a todo ello, cuando la literatura medieval, por ejemplo, es tan explícita para casi todo?

Claro que nadie puede considerarse un santo justiciero ni en este ni en ningún terreno; pero hay que repetir, aunque parezca del todo inútil, que es un espanto intentar justificar el mal como medio imprescindible para preservar el bien. Los principios morales más elementales se combinan aquí con la evidencia y la claridad con que habla el Evangelio de Cristo. Reiterar las humildes verdades de la moral y recordar la práctica de Jesús de Nazaret, a la vez que se trabaja amorosamente por la justicia, es cuanto puede introducir esperanza en el absurdo, en el horror, en el pecado. No es tarde. Siempre tenemos tiempo. Por amor, digamos y hagamos la verdad.

Lean, por favor, de nuevo el testimonio de la víctima anónima cuando vayan a pasar a las conclusiones y los anejos de este libro.

MIGUEL GARCÍA-BARÓ

Coordinador general de Repara

Introducción

El 6 de marzo de 2019, Miércoles de Ceniza, escuché al P. Hans Zollner hablar en Madrid de los abusos sexuales en la Iglesia. En aquella ocasión, además de denunciar con valentía una vez más la necesidad de dejar de mirar para otro lado en estos casos y de decir verdaderamente desde el corazón «lo siento», lanzó a los teólogos un desafío: hace falta una teología de los abusos y una liturgia de los abusos. Esa invitación a los teólogos despertó en mí una llamada, de expectativas mucho más humildes, a profundizar en este drama y trabajar por dar visibilidad y crear conciencia sobre una lacra que está corrompiendo el corazón de la Iglesia. Desde ese momento comencé a investigar en lo que sería mi trabajo de fin de Grado de Ciencias religiosas y que posteriormente fue evolucionando hasta lo que hoy ve la luz en la forma de este libro que tiene entre sus manos.

Mucho se ha escrito en los últimos tiempos acerca de los abusos sexuales a menores en la Iglesia. Sin embargo, apenas se habla de los casos de abusos sexuales a adultos. Hasta ahora, el Código de Derecho Canónico entendía por «adultos vulnerables» exclusivamente a quienes padecen algún tipo de condición física o mental que les equipara a los menores, y solo reconocía los abusos en esos casos. Sin embargo, todos los adultos somos susceptibles de ser vulnerables cuando nos situamos en una relación de asimetría, como puede ser la del acompañamiento espiritual, párroco-feligrés/feligresa, superior/a-hermano/a de comunidad... Esta confusión, así como la falta de visibilidad y atención a los casos de abuso sexual en la Iglesia en los que la víctima es una persona adulta, pasaron a ser el motor principal de mi investigación.

El problema de los abusos no es exclusivo de la Iglesia y reconocemos el importante esfuerzo de conversión que se ha hecho en los últimos años para intentar romper con una cultura de ocultación que no ha hecho sino perpetuar la posibilidad de que los abusos se repitieran. La Iglesia ha iniciado un proceso serio de examen de conciencia y renovación. Sin embargo, creemos que sigue siendo necesario avanzar por este camino, especialmente en el pleno reconocimiento de los abusos a adultos y su esclarecimiento, dejando de ocultar y tolerar a los agresores, y, con ello, proteger y dignificar también a estas víctimas.

Esta obra se centra entonces en el punto de vista de las víctimas adultas sanas, que encuentran serias dificultades para que se reconozcan los abusos por una falta de sensibilización a nivel social y de aceptación de la asimetría como fuente de vulnerabilidad, al suponerse de manera inmediata el consentimiento por tratarse de personas mayores de edad. La tesis de la que parto es que, si bien es cierto que la asimetría por sí misma no es la causa exclusiva de los abusos, sí es un factor determinante a la hora de que estos puedan ocurrir.

Al comenzar a investigar, me propuse tres objetivos principales:

Reflexionar sobre la asimetría en las relaciones interpersonales, tanto fuera como dentro de la Iglesia, como fuente real de vulnerabilidad.

Superar la confusión que introduce la categoría adulto vulnerable, contribuyendo así a visibilizar los abusos sexuales a personas mayores de edad en la Iglesia.

Finalmente, analizar la respuesta que la Iglesia está dando en estos casos.

Con todo ello he querido, fundamentalmente, contribuir a generar conciencia social sobre estos casos para que, de este modo, ganen en visibilidad y las víctimas puedan ser tratadas como merecen.

He dividido la obra en tres capítulos. En el capítulo 1, comienzo con una presentación del concepto de asimetría