Agenda para la cuestión animal - Mark Bekoff - E-Book

Agenda para la cuestión animal E-Book

Mark Bekoff

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Beschreibung

"Todos los días aprendemos cosas nuevas y sorprendentes sobre la inteligencia y la capacidad emocional de los animales, algo que solemos obviar con demasiada frecuencia. Y así nos encontramos con que las ratas juegan y ríen –y, por consiguiente, muestran empatía–, o que podemos saber lo que sienten las vacas si prestamos atención a sus orejas y morros. A veces, nosotros, los seres humanos, transformamos este tipo de conocimientos en compasión hacia otros animales, como hemos podido ver recientemente en los casos del león Cecil o del gorila Harambe. Pero, en su conjunto, la creciente comprensión de lo que sienten los animales no está dando como resultado que los tratemos con mayor respecto. Un renombrado experto en comportamiento animal como Marc Bekoff y una destacada professional en el campo de la bioética como Jessica Pierce exploran el mundo real de lo que experimentan cinco categorías de animales, empezando por aquellos que sufren los mayores grados de falta de libertad y de elección –gallinas, cerdos o vacas en los sistema de producción industrial de alimentos–, así como por los animales que se utilizan en los ámbitos de la experimentación y la investigación, como ratones, ratas, gatos, perros y chimpancés. A continuación, los autores se ocupan de los animales en los que la noción de pérdida de libertad resulta más ambigua y controvertida, principalmente los ejemplares que se mantienen en zoos y acuarios, o los animales de compañía. Por último, revelan al lector las inesperadas formas en que la actividad humana limita la libertad de los animales que viven en libertad en la naturaleza, y abogan por un punto de vista más compasivo a la hora de enfocar el asunto de la conservación. En cada uno de los casos combinan estudios científicos con relatos de animales concretos, con el fin de enfrentar al lector a la maravilla de nuestros compañeros de vida, así como mostrar el sufrimiento que padecen y la necesidad de un profundo cambio de paradigma que de verdad les asegure no un simple bienestar cuanto un verdadero bien-ser. Un libro fundamental para educar y animar a la gente a repensar cómo nuestros comportamientos y modos de vida afectan a otros animales, y cómo podemos –y debemos– desarrollar formas más pacíficas y menos violentas de interactuar con ellos."

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akal / pensamiento crítico

75

Diseño interior y cubierta: RAG

Imagen de cubierta: © Thomas D. Mangelsen, www.mangelsen.com

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original..

Título original:

The Animal’s Agenda. Freedom, Compassion, and Coexistence in the Human Age

Publicado por acuerdo con Beacon Press, por mediación de Internacional Editors’Co.

© Marc Bekoff y Jessica Pierce, 2017

© Ediciones Akal, S.A., 2004

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

facebook.com/EdicionesAkal

@AkalEditor

ISBN: 978-84-460-4604-2

Marc Bekoff y Jessica Pierce

Agenda para la cuestión animal

Libertad, compasión y coexistencia en la Era Humana

Traducción de

Aurora Useros

Cada día aprendemos cosas nuevas y sorprendentes sobre la inteligencia y la capacidad emocional de los animales. Por ejemplo, nos encontramos con que las ratas juegan y ríen –y, por consiguiente, muestran empatía–, o con que podemos saber lo que sienten las vacas si prestamos atención a sus orejas y morros. A veces transformamos todo esto en compasión, como hemos podido comprobar en los casos del león Cecil o del gorila Harambe, pero no siempre conocer más se traduce en un trato mejor y respetuoso hacia los animales.

Marc Bekoff y Jessica Pierce exploran lo que experimentan distintos tipos de animales, desde los que se utilizan en la industria alimentaria o en los ámbitos de la experimentación y la investigación, hasta los ejemplares de zoos y acuarios, pasando por las mascotas. En cada uno de los casos se combinan estudios científicos con relatos concretos, que ponen de manifiesto la necesidad de un profundo cambio de paradigma que de verdad asegure a los animales no un simple bienestar sino un auténtico buen vivir.

Un libro fundamental para educar y animar a la gente a repensar cómo nuestros comportamientos y modos de vida afectan a los animales, y cómo podemos –y debemos– desarrollar formas más pacíficas y menos violentas de interactuar con ellos.

«Marc Bekoff y Jessica Pierce han escrito un manifiesto en pro de una ciencia del buen vivir para los animales, claramente diferenciada de la habitual concepción del bienestar animal»

Dale Jamieson, Universidad de Nueva York

«Un libro a la vanguardia de nuestra reflexión ética y científica acerca de lo que tenemos que hacer para proteger a los animales en un mundo cada vez más dominado por el ser humano»

Dale Peterson, autor de The Moral Lives of Animals y Jane Goodall: The Woman Who Redefined Man

«La lectura de este libro me ha abierto los ojos como nunca antes lo habían hecho.»

Virginia McKenna,The Born Free Foundation

Marc Bekoff es uno de los grandes expertos mundiales en el estudio del comportamiento de los animales. Profesor emérito de Ecología y Biología evolucionista en la Universidad de Colorado, así como miembro de la Animal Behavior Society y antiguo Guggenheim Fellow, es autor de más de treinta libros, entre los que destacan Mind­ing animals: Awareness, emotions, and heart (2002), The Ten Trusts: What We Must Do to Care for the Animals We Love (con Jane Goodall, 2002), Animals Matter: A Biologist Explains Why We Should Treat Animals with Compassion and Respect (2007), The Emotional Lives of Animals: A Leading Scientist Explores Animal Joy, Sorrow, and Empathy and Why They Matter (2007) o The Animal Manifesto: Six Rea­sons For Expanding Our Compassion Footprint (2010), además de editor de Ignoring Nature No More: The Case for Compassionate Conservation (2013).

Jessica Pierce es faculty affiliate en el Centro de Bioética y Humanidades de la Universidad de Colorado. Al principio de su carrera centró su trabajo en cuestiones relacionadas con la salud humana y el entorno, pero desde los primeros años 2000 buena parte de su obra tiene como referencia las relaciones humanas con los animales. Es autora de Wild Justice (con Marc Bekoff, 2010), The Last Walk (2012) y Run, Spot, Run (2016).

En la llanura, bajo una acacia solitaria, una pequeña manada de leones –una hembra adulta junto a tres miembros más jóvenes– protege a una preciada cría de ocho semanas. Cada leona adopta papeles diferentes, según su edad y sus capacidades, para contribuir a asegurar la supervivencia de la manada. La madre de la cría, la cazadora más poderosa y experimentada, centra su atención en la migración de ñus que pasa por allí, mientras que una de las «tías» concentra su energía en hacer de canguro del último y muy precoz tesoro de la manada.

Jessica dedica este libro a Sage, que encarna un futuro compasivo.

Marc dedica este libro a sus padres, compasivos y maravillosos, que siempre subrayaron la importancia de la libertad y que le apoyaron mientras él perseguía su sueño de intentar salvar el mundo, aunque a veces no estuvieran demasiado seguros de hacia dónde se dirigía.

Nota de la traductora

A lo largo del libro se ha traducido el término welfare y sus derivados como «bienestar», mientras que el neologismo well-being lo ha sido por «buen vivir».

capítulo i

Libertad, compasión y coexistencia en la Era Humana

Llega un momento en el que hay que tomar un partido que no es ni seguro ni político ni popular, pero hay que tomarlo porque la conciencia nos dice que es lo correcto.

Martin Luther King Jr.

Últimamente hay muchos titulares de prensa que se fijan en los animales. Cada vez en mayor medida, los reportajes se pueden clasificar en dos tipos. El primero consiste en informar sobre lo que se podría caracterizar como «la vida interior de los animales». Los científicos publican regularmente los nuevos hallazgos acerca de la cognición o las emociones de los animales, y estos resultados se abren rápidamente camino en la prensa popular. Estos son algunos ejemplos de titulares recientes:

— Los cerdos poseen rasgos etológicos complejos, similares a los de los perros y los chimpancés.

— Las ardillas no son lo que parece.

— Las gallinas son inteligentes y comprenden su mundo.

— Las ratas sacarían del agua a sus amigas [...] nuevos hallazgos apuntan a que estos roedores sienten empatía.

— Los cuervos de Nueva Caledonia ofrecen pruebas evidentes de aprendizaje social.

— Los elefantes también sufren estrés postraumático: crías acogidas tras el asesinato de sus padres siguen penando décadas más tarde.

— Los peces identifican el estatus social empleando habilidades cognitivas avanzadas[1].

Las noticias del segundo tipo se concentran en animales individuales o en un grupo concreto de animales que han sufrido daños significativos a manos de los seres humanos. Estos reportajes producen a menudo una agitación en las redes sociales, generando a la vez un escándalo ético y un examen de conciencia. Estos reportajes suelen destacar, por lo general, ejemplos en los que la libertad de un animal ha sido profundamente violada por parte de los humanos. Algunos de estos últimos y candentes reportajes incluyen el relato del asesinato de un león africano llamado Cecil a manos de un dentista americano que perseguía obtener su cabeza como trofeo; el asesinato de una madre osa grizzli llamada Blaze, que atacó a un senderista en el Parque Nacional de Yellowstone; el caso de un oso polar macho llamado Andy, que se estaba ahogando y muriendo de hambre por culpa del collar con radio demasiado apretado que un investigador le había colocado en el cuello; la «eutanasia» y posterior disección pública de una jirafa llamada Marius en el zoo de Copenhague porque se la consideró no apta para la procreación; la batalla legal aún en proceso para asignar personalidad legal a dos chimpancés de investigación, Leo y Hércules; la denuncia a SeaWorld por el trato cruel a las orcas, inspirada en la trágica historia de Tilikum y el documental Blackfish, y el asesinato de un gorila llamado Harambe en el Zoo de Cincinnati, después de que un niño pequeño se cayera dentro del recinto del animal. El hecho de que estos acontecimientos hayan producido semejante revuelo social, indica que nos encontramos en un punto de inflexión. Gente que nunca había sido realmente activa en la defensa de los animales se escandaliza por la violación irracional de sus vidas y libertades. La mayor concienciación respecto a la cognición y la emoción animales ha permitido este cambio de perspectiva. La gente está harta y cansada de todo este maltrato. Los animales también están hartos y cansados.

La importancia de la libertad

La libertad es uno de los valores que más apreciamos. De una manera muy general, entendemos que somos libres si no estamos presos o esclavizados, y si no se nos coacciona o se nos limitan de manera injusta nuestras elecciones o acciones. La libertad puede ser algo difícil de definir, pero sabemos perfectamente cuándo la hemos perdido o cuándo se nos ha arrebatado. Las organizaciones de derechos humanos se preocupan, y con razón, cuando a determinados grupos de personas se los explota por su trabajo, como los trabajadores migrantes obligados prácticamente a la esclavitud en los barcos pesqueros o quienes laboran los campos a cambio de un salario muy bajo. Se preocupan cuando ciertos grupos de personas son objeto de explotación por sus cuerpos, caso de las mujeres jóvenes que ingresan por la fuerza en el comercio sexual. Y se preocupan cuando hay grupos de gente a quienes no se les permite desplazarse, o hablar con libertad, o cumplir rituales culturales que para ellos son importantes. También valoramos la libertad de elegir nuestra familia y amigos, de parir y de criar niños, de pensar por nosotros mismos y de trabajar para ganarnos decentemente la vida. Por supuesto, no existe algo así como una libertad pura, no adulterada: estamos sometidos a nuestros impulsos inconscientes, a nuestra genética, a las convenciones sociales tácitas y a las normas gubernamentales que garantizan la salud y el orden público. Pero, no obstante, somos libres en aspectos importantes. Cierta medida de libertad es fundamental para el bienestar humano: proporciona el sustrato para que la humanidad prospere.

Y, aun así, aunque valoramos nuestra libertad por encima de todo, rutinariamente negamos esa libertad a los animales no humanos (a partir de ahora, animales) con quienes compartimos nuestro planeta. Encarcelamos y esclavizamos a los animales, explotamos su trabajo, su piel y sus cuerpos, restringimos lo que pueden hacer y con quién pueden interactuar. No les dejamos elegir su familia ni sus amigos, decidimos por ellos cuándo, cómo y con quién se van a aparear, si van a tener o no descendencia, y, a menudo, les arrebatamos sus hijos nada más nacer. Controlamos sus movimientos, su comportamiento, sus interacciones sociales, a la vez que los sometemos a nuestra voluntad o a nuestro servicio. Y, si sentimos la necesidad de justificarlo, decimos que son criaturas inferiores, que no son como nosotros, y de esta afirmación deducimos que no son tan valiosas o tan buenas como lo somos nosotros. Insistimos que, en tanto criaturas considerablemente diferentes a nosotros, experimentan el mundo de manera diferente que nosotros y valoran cosas diferentes.

Pero, en realidad, son como nosotros en muchos sentidos; de hecho, nuestras necesidades básicas físicas y psicológicas son prácticamente las mismas. Como nosotros, buscan y necesitan comida, agua, aire, sueño. Necesitan cobijo y seguridad frente a las amenazas físicas y psicológicas, y un ambiente que puedan controlar. Y, como nosotros, tienen lo que se podrían llamar necesidades de un orden superior, tales como las de ejercer un control sobre sus vidas, de hacer elecciones, de ocuparse en un trabajo con sentido, de entablar relaciones significativas con los demás y de dedicarse a algún tipo de juego y creatividad. Una cierta proporción de libertad es fundamental para satisfacer estas necesidades de orden superior y suministra un sustrato necesario para que los individuos puedan prosperar y mirar con esperanza al nuevo día.

La libertad es la clave de muchos aspectos del buen vivir animal. Y la falta de libertad está en la raíz de muchas de las desdichas que nosotros infligimos, intencionadamente o no, a los animales que están bajo nuestro «cuidado», ya sea que estos sufran de aislamiento físico o social, ya que estén impedidos para moverse libremente por su mundo y ejercer los diversos sentidos y capacidades hacia los que han evolucionado de una manera tan bella. Para cumplir mejor con nuestras responsabilidades hacia los animales debemos hacer todo lo posible para que la necesidad fundamental que promovamos y protejamos sea su libertad, incluso cuando eso signifique dar prioridad a sus necesidades por encima de alguno de nuestros propios deseos.

Las Cinco Libertades

Gran parte de quienes se han interesado por los temas de la protección animal están familiarizados con las Cinco Libertades. Las Cinco Libertades tienen su origen, a principios de la década de 1960, en un estudio de 85 páginas del Gobierno británico, Report of the Technical Committee to Enquire into the Welfare of Animal Kept Under Intensive Livestock Husbandry Systems. Este documento, al que se denomina de manera informal Informe Brambell, era una respuesta a la indignación pública ante el maltrato de los animales en los entornos agrícolas. Animal Machines, el libro de Ruth Harrison, publicado en 1964, había llevado a los lectores hasta el interior de los recintos de los sistemas industrializados desarrollados recientemente por la industria pecuaria en Gran Bretaña, lo que se conocía como «cría industrial». Harrison, de religión cuáquera y objetora de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial, describía prácticas terroríficas, como los sistemas de jaulas en batería para las gallinas ponedoras y las jaulas de gestación para las cerdas, y los consumidores se escandalizaron de lo que se escondía tras los portones cerrados.

Para apaciguar al público, el gobierno de Gran Bretaña encargó una investigación sobre la industria pecuaria, dirigida por el profesor de Zoología de la Universidad de Bangor, Roger Brambell. La comisión concluyó que, sin la menor duda, el tratamiento de los animales en la industria alimentaria suscitaba graves dudas éticas y que había que hacer algo al respecto. En su informe inicial, la comisión especificaba que los animales deberían tener libertad para «levantarse, tumbarse, girarse, acicalarse y estirar sus patas». Esos requerimientos sorprendentemente mínimos fueron conocidos como las «libertades» y representaban las condiciones que la Comisión Brambell consideraba que eran esenciales para el bienestar animal.

La comisión solicitó igualmente la creación del Farm Animal Welfare Advisory Committee para vigilar la industria pecuaria británica. En 1979 se cambió el nombre de la asociación por el de Farm Animal Welfare Council y, posteriormente, las libertades se ampliaron hasta adoptar su forma actual. Las Cinco Libertades exponen que todos los animales bajo cuidado humano deberían poder:

1. Librarse del hambre y de la sed, mediante un acceso fácil al agua y una dieta que les conserve la salud y la energía.

2. Librarse de la incomodidad, dotándoles de un entorno adecuado.

3. Librarse del dolor, las heridas y la enfermedad, mediante la prevención o el diagnóstico y tratamiento rápido.

4. Ser libres de expresar un comportamiento normal, siéndoles proporcionado un espacio suficiente, instalaciones adecuadas y compañía apropiada de la misma especie animal.

5. Librarse del miedo y la angustia, asegurándoseles condiciones y tratamientos que les eviten el sufrimiento mental.

Las Cinco Libertades se han convertido en la piedra angular popular del bienestar animal en muchos países. Las Cinco Libertades se invocan ahora en relación no solamente con los animales de granja sino también para los animales que se encuentran en laboratorios de investigación, zoos y acuarios, en refugios de animales, consultas veterinarias y muchos otros contextos de uso humano. Las libertades figuran en casi todos los libros que tratan sobre el bienestar animal, se encuentran en casi todas las páginas web dedicadas al bienestar de los animales con destino alimentario o de investigación, forman la base de muchos de los programas de control del bienestar animal y se enseñan a la mayoría del personal que trabaja en los campos de la industria pecuaria.

Las Cinco Libertades se han convertido prácticamente en una abreviatura para hablar de «lo que los animales quieren y necesitan». Proporcionan, según una reciente declaración del Farm Animal Welfare Council, un «marco de trabajo lógico e inclusivo para el análisis del bienestar animal». Prestad atención a estos puntos, parecen decir, y habréis cumplido con creces en lo que respecta al cuidado animal. Podréis estar seguros de que los animales están perfectamente.

Merece la pena detenerse un momento para darse cuenta de lo avanzado que era el Informe Brambell en realidad. Nos encontrábamos en la década de 1960, en el momento de gloria del conductismo, una escuela de pensamiento que aportaba un análisis mecanicista de los animales, y en un momento en el que, para muchos investigadores y para otras personas que trabajaban con animales, la noción de que los animales pudieran experimentar dolor era aún únicamente una superstición. El Informe Brambell no solamente admitía que los animales tienen conciencia del dolor, sino también que experimentaban estados mentales, que tenían vidas emocionalmente ricas y que hacer felices a los animales implicaba algo más que simplemente reducir sus fuentes de dolor y sufrimiento, que además había que proporcionarles experiencias positivas y placenteras. Estas reivindicaciones nos suenan obvias, pero, a mediados de la década de 1960, resultaban simultáneamente novedosas y controvertidas.

Cuesta imaginar que los artífices de las Cinco Libertades no consiguieran identificar la paradoja fundamental: ¿cómo se puede decir que un animal en un matadero o en jaulas en batería es libre? Que tu captor te alimente y aloje no es libertad, es simplemente que tu cuidador te mantenga con vida. De hecho, las Cinco Libertades en realidad no se centran en la libertad en sí misma, sino más bien en mantener a los animales bajo privaciones de tal calibre que ninguna persona honrada podría describir esas condiciones como libres. Y esto es por completo coherente con el desarrollo del concepto de bienestar animal.

Las preocupaciones por el bienestar se concentran habitualmente en prevenir o aliviar el sufrimiento y en asegurarse de que los animales están bien alimentados y cuidados, sin cuestionarse las condiciones subyacentes de cautividad o encierro que constituyen la naturaleza real de sus vidas. Rendimos tributo de boquilla a la libertad hablando de «gallinas en libertad» o de «recintos naturales en el zoo». Pero la verdadera libertad de los animales es el único valor que no queremos reconocer, porque ello supondría un examen profundo de nuestro propio comportamiento. Podría implicar que tuviéramos que cambiar la forma que tratamos a los animales y nos relacionamos con ellos, no limitarnos a hacer jaulas más grandes o a proporcionarles nuevas actividades enriquecedoras para limar los afilados bordes del aburrimiento y de la frustración, sino conceder a los animales una libertad mucho mayor en un amplio abanico de ámbitos.

La cuestión básica es que, en la amplia mayoría de nuestras interacciones con los demás animales, estamos restringiendo de forma grave y sistemática su libertad para relacionarse socialmente, merodear, comer, beber, dormir, mear, cagar, tener sexo, elegir, jugar, descansar y alejarse de nosotros. El empleo de la frase «en la amplia mayoría» podría parecer extremista. Sin embargo, cuando se reflexiona sobre ello, caemos en la cuenta de que somos una potencia considerable y temible, no solamente en ámbitos donde los animales se usan para la producción de alimentos, la investigación, la educación, el ocio y la moda, sino de manera global; por tierra, mar y aire, la invasión de otros animales por parte de los humanos no está remitiendo. De hecho, aumenta a marchas forzadas. Esta época, a la que se da el nombre de Antropoceno o Era de la Humanidad, es cualquier cosa menos humana. Podría con todo derecho llamarse la Ira de la Humanidad.

Queremos mostrar lo importante que es reflexionar sobre el concepto de libertad a la hora de debatir sobre los animales. A lo largo de este libro vamos a examinar las miles de formas en las que los animales bajo nuestro cuidado experimentan restricciones de su libertad y lo que significan estas restricciones en términos de su salud física y psicológica concreta. Toneladas de pruebas científicas, tanto observaciones de comportamiento como marcadores fisiológicos, han establecido que los animales tienen reacciones fuertemente negativas ante las pérdidas de libertad.

Una de las labores más importantes que podemos hacer a favor de los animales es explorar las formas en las que minamos su libertad y después ver cómo podemos proporcionarles más, y no menos, de lo que realmente quieren y necesitan.

Grados de libertad y responsabilidad humana

Aunque la libertad tiene muchos matices, nuestra responsabilidad a la hora de tomarnos en serio la buena vida del animal está clara: debemos hacer lo mejor para todos los individuos animales cuya libertad se ve comprometida por las actividades humanas. Esta es la base de lo que llamamos la ciencia del buen vivir del animal, para distinguirla de la ciencia del bienestar animal.

En el Capítulo 2 exponemos los elementos básicos de nuestro argumento. Profundizamos en el estado actual de los conocimientos acerca de la cognición y la emoción animales, y explicamos cómo todo esto que ahora sabemos fortalece nuestro compromiso con el respeto a las libertades de los animales. También hablamos de lo que nos dice exactamente la ciencia del bienestar animal acerca de los daños que miles de millones de animales sufren bajo nuestro cuidado y por qué toda la investigación mundial de la ciencia del bienestar nunca podrá suponer una diferencia significativa para los animales si no examinamos los problemas más elementales de la cautividad, la restricción y las pérdidas de libertad.

Empezaremos nuestra gira por las Libertades Animales en el Capítulo 3, con los animales que sufren la mayor carencia de libertad: los destinados a convertirse en «comida» en entornos agrícolas. Estos individuos viven toda su corta vida dentro de las restricciones profundas del sistema de la industria alimentaria y pueden considerarse afortunados si alguna vez ponen sus patas sobre la hierba, sienten el calor del sol o disfrutan de la compañía de sus familias y amigos. En el Capítulo 4 pasaremos a estudiar otro grupo claramente cautivo y altamente restringido: los animales que se emplean en las instalaciones de investigación y experimentación en todo el mundo. En el Capítulo 5 evaluaremos una clase de animales cuya pérdida de libertad es más ambigua y controvertida: los animales empleados para el entretenimiento, en especial dentro de los zoos y acuarios, y, en el Capítulo 6, exploraremos el mundo de las mascotas y cómo nuestros animales de compañía están más cautivos y son menos libres de lo que nos damos cuenta. Finalmente, en el Capítulo 7, nos centraremos en los animales salvajes, desvelando las sorprendentes maneras por las que están en realidad sometidos a las intrusiones y manipulaciones humanas, y cómo son mucho menos libres de lo que la mayoría de nosotros imaginamos.

En el capítulo final retornaremos al argumento de que lo que los animales en realidad quieren y necesitan es más libertad. Aunque la suerte de los animales a lo largo y ancho de la Tierra sigue siendo tétrica, es muy posible que nos encontremos al borde de una revolución. Se está abonando el terreno para que puedan surgir nuevas formas de concebir a los animales y nuestra relación con ellos. La investigación sobre las vidas cognitivas y emocionales de los animales está ayudando a reformular nuestras ideas acerca de quiénes son y de qué podemos hacer por ellos, generando el impulso para un significativo cambio de paradigma.

Hemos escogido cuidadosamente la portada de nuestro libro, considerando que este joven león salvaje de Masai Mara era un símbolo de libertad. Se diría que esta cría, por su expresión intensa, cree que el mundo es su reino y que puede hacer en él lo que le venga en gana. Pero su «canguro» parece que ya le está diciendo que el hecho de que sea salvaje, que lo es, no significa necesariamente que sea libre. Cuanto más en serio nos tomemos las libertades animales, más podríamos sentirnos obligados a cambiar nuestro comportamiento (no te comas esa hamburguesa, no compres esa marca de limpiador de baños, no lleves al niño al zoo por su cumple, no tengas perro si realmente no tienes tiempo que dedicarle...); son elecciones sencillas que hacemos cada segundo de cada día. Son cosas que es posible que deseemos, pero que no necesitamos. Muchos animales viven vidas degradadas gracias a nuestros deseos o a nuestra falta de conciencia, y una vida degradada es una vergüenza. Nuestra intención aquí es destacar cuándo, dónde y cómo se ponen en peligro las libertades de los animales y cómo deshacer ese daño. Nos reproducimos y consumimos cómo si fuéramos los únicos protagonistas, y necesitamos reconocer de una vez por todas que no todo gira alrededor de nosotros.

Aunque hay mucha gente en todo el mundo trabajando muy duro para enderezar los innumerables y atroces males a los que miles de millones de animales están sometidos cada día, la situación sigue siendo calamitosa. Ahora es el momento de evolucionar hacia una ciencia del buen vivir animal y apartarse de la ciencia del bienestar animal. La expresión integral de nuestra humanidad exige que emprendamos una transición al Compasioceno, a una era que se defina por nuestra compasión por el resto de los animales. Ampliar el sentido y la aplicación de las Cinco Libertades –redimirlas del paradigma bienestarista– nos permitiría revaluar qué significa exactamente respetar y ampliar la libertad de los animales.

[1] C. M. Colvin y L. Marino, «Signs of Intelligent Life: Pigs Possess Complex Ethological Traits Similar to Dogs and Chimpanzees», NaturalHistory, octubre de 2015 [http://www.naturalhistorymag.com/features/122899/signs-of-intelligent-life]; «The 10 Smartest Animals», NBCNews.com [http://www.nbcnews.com/id/24628983/ns/technology_and_science-science/t/smartest-animals]; C. L. Smith y S. L. Zielinski, «The Startling Intelligence of the Common Chicken», Scientific American, 1 de febrero de 2014 [http://www.scientificamerican.com/article/the-startling-intelligence-of-the-common-chicken]; M. Hogenboom, «Rats Will Save Their Friends from Drowning», BBCNews, 14 de mayo de 2015 [http://www.bbc.com/earth/story/20150514-rats-save-mates-from-drowning]; «Something to Crow About: New Caledonian Crows Show Strong Evidence of Social Lear­ning», Science Daily, 26 de agosto de 2015 [ http://www.sciencedaily.com/releases/2015/08/150826113817.htm]; E. Zolfagharifard, «Ele­phants Get Post-Traumatic Stress Too: Calves Orphaned by the Killing of Their Parents Are Haunted by Grief Decades Later», The Daily Mail, 6 de noviembre de 2013 [http://www.dailymail.co.uk/sciencetech/article-2488384/Elephants-post-trau­matic-stress-Calves-orphaned-killing-parents-haunted-grief-decades-later.html]; M. Bekoff, «Fish Determine Social Status Using Advanced Cognitive Skills», Psychology Today, 17 de marzo de 2016 [https://www.psychologytoday.com/blog/animalemotions/201603/fish-determine-social-status-using-advanced-cognitive-skills].

capítulo iI

¿Puede la ciencia salvar a los animales?

Las Cinco Libertades proporcionaron una declaración temprana y clara de lo que después se ha convertido en una potente corriente en muchas facetas de la protección animal: la ciencia mostrará el camino. Las Cinco Libertades pusieron de relieve la idea de que los animales tienen necesidades sociales y físicas que hay que atender si queremos que tengan una calidad de vida razonable, o lo que algunos llaman una «buena vida» o «una vida que merezca la pena vivir», y aportaron la idea de que la ciencia ilumina cuáles serían esas necesidades[1].

Un completo programa de investigación titulado «ciencia del bienestar animal» ha crecido en torno a la idea de que podemos proporcionar a los animales un bienestar mayor si ante los miles de millones de animales bajo cuidado humano adoptamos un enfoque basado en pruebas y datos, de forma que podamos prevenir el sufrimiento abyecto y obvio, y ofrecer las soluciones más humanas a los problemas de bienestar.

La idea de que la ciencia podía salvar a los animales produjo un enorme sentimiento de esperanza. En momentos anteriores de nuestras carreras, nosotros mismos experimentamos esa sensación optimista. Pero, para nosotros y para muchos otros que trabajamos en la protección animal, el optimismo ha dado paso al desaliento y la frustración. El tiempo pasa y la promesa de que la ciencia salvaría a los animales empieza a extinguirse. A pesar del formidable desarrollo del conocimiento, los animales están, en muchos sentidos, mucho peor de lo que estaban en la década de 1960. Parece razonable preguntarse: ¿cómo es esto posible?

Cognición, emoción y sentiencia animal: el crecimiento espectacular de la investigación

Desde que se publicara el Informe Brambell, la investigación sobre la cognición y la emoción animales ha experimentado un auge que nos ha ayudado a dilucidar, con mucho más detalle, lo que los diferentes animales necesitan en diferentes contextos sociales y físicos. De hecho, la transformación de lo que conocemos y comprendemos acerca de los animales es una auténtica revolución.

Durante la década de 1960 era aún científicamente aceptable expresar escepticismo sobre si los animales pueden realmente ex­perimentar emociones básicas como el miedo o la ira, e incluso poner en duda que los animales pudiesen formar amistades o experimentar un amplio abanico de emociones como la alegría, la felicidad, el amor, la depresión, y sentir el dolor. Hoy ese escepticismo es escaso. Hablar abiertamente durante la década de 1960 acerca de las emociones complejas, como el desconsuelo o la alegría, o acerca de la personalidad de los animales, como hacían investigadores pioneros como Jane Goodall, era un riesgo absoluto, porque apestaba a sentimentalismo y chocaba frontalmente con la perspectiva mecanicista sobre los animales que entonces prevalecía. Hoy en día, en cambio, investigaciones que exploren las diferencias de personalidad entre las arañas, las habilidades numéricas de los pollos, la empatía en los ratones, ratas y pollos, y el optimismo de los cerdos pueden impulsar la carrera científica de una persona[2].

Fijaos, por ejemplo, en lo rápida y ampliamente que la comunidad científica ha aceptado la sentiencia animal. Definida de manera sencilla, la sentiencia es la capacidad de sentir cosas, de tener experiencias subjetivas. Durante la década de 1960, la sentiencia en los animales se manejaba con un enorme escepticismo. Hoy en día la sentiencia animal a lo largo del taxón de los vertebrados es un hecho perfectamente aceptado y el énfasis de la discusión se ha trasladado a precisar hasta qué punto, taxonómicamente hablando, puede llegar la sentiencia, siendo la respuesta que la sentiencia llega mucho más allá de lo que nadie hubiera imaginado[3]. Por ejemplo, la ciencia ha recogido pruebas de sentiencia en pulpos, calamares, cangrejos, reptiles, anfibios y peces.

Como prueba de este desplazamiento, señalemos la proliferación de declaraciones institucionales y gubernamentales que afirman que los animales no son objetos físicos insensibles. Entre estos «manifiestos de lo obvio» tenemos, por ejemplo, la toma de postura que en 2011 publicaron conjuntamente la American Veterinary Medical Association y la Federation of Veterinarians of Europe, en la que se reconoce que «los animales sentientes son capaces de sentir dolor y sufrimiento»[4]. El Tratado de Lisboa, de 2009, firmado por los Estados miembro de la Unión Europea, disponía que, «a la hora de formular e implementar las políticas de la Unión en lo que respecta a la agricultura, pesca, transporte, mercado interno, investigación y desarrollo tecnológico y espacio, la Unión y los Estados miembro, puesto que los animales son seres sentientes, prestarán total atención a los requerimientos del bienestar de los animales»[5]. En 2015, Francia reconoció la sentiencia en las mascotas y en los animales salvajes que hubieran sido domesticados o que estuvieran en cautividad. Nueva Zelanda dio apoyo oficial a la sentiencia en junio de 2015. Y, mientras escribimos este libro, la provincia de Quebec está debatiendo un decreto que declare que los animales son sentientes. También tenemos la Declaración sobre la Conciencia de Cambridge, que afirma:

La ausencia de un neocórtex no parece impedir a un organismo experimentar estados afectivos. Pruebas convergentes indican que los animales no humanos tienen los sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de los estados de conciencia junto con la capacidad de mostrar comportamientos intencionados. Por lo tanto, el peso de la prueba indica que los humanos no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos que generan la conciencia. Los animales no humanos, incluidos todos los mamíferos y todas las aves, junto con muchas otras criaturas, incluidos los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos[6].

Estas declaraciones son prueba evidente de que la ciencia está influyendo sobre el pensamiento. La postura de quien niega la sentiencia ya no es creíble. La cuestión que nos interesa no es si los animales son sentientes, sino más bien por qué apareció la sentiencia y hasta dónde puede alcanzar. Es una incógnita mucho más interesante y además coherente con los descubrimientos científicos en un amplio abanico de especies.

Diversas capacidades que antaño se pensaron como exclusivamente humanas han sido ya descubiertas en otras especies: sistemas altamente evolucionados de comunicación, empleo de herramientas, conciencia de sí mismos, cultura y moral. Se está produciendo un encendido debate sobre qué capacidades cognitivas y emocionales específicas poseen determinadas especies, y hay mucho interés por las habilidades afectivas y cognitivas así como por el comportamiento social de animales de los que antes se suponía que no sentían nada, como los peces, crustáceos e insectos. Existe ahora también una amplia aceptación del principio darwiniano básico de la continuidad evolutiva, que reconoce la continuidad entre nosotros y el resto de animales, no sólo en lo que respecta a la forma física, sino también en un vasto repertorio de destrezas cognitivas, patrones de comportamiento, instintos sociales y emociones como la alegría, el placer, la felicidad, la tristeza, el duelo y la desesperación. Las diferencias entre las especies son diferencias de grado, no diferencias cualitativas, como ya señalaba Darwin hace más de 150 años.

El estudio de la cognición y la emoción animales les ha alcanzado su mayoría de edad como ciencia y continúa creciendo. Además de un catálogo de libros en aumento, existe ahora un gran número de revistas que se dedican a entender cómo piensan y sienten los animales: desde revistas fundamentales y sólidas como Animal Cognition, Animal Behaviour, Behaviour, Ethology, Journal of Comparative Psychology y Animal Behaviour and Cognition, hasta la más reciente, Animal Sentience, así como una serie de revistas especializadas en la aplicación de la ciencia conductista dentro de diversos ámbitos industriales como la producción alimentaria y la investigación en laboratorios. Un ejército de científicos, estudiantes graduados y «profesionales del bienestar» se extiende por toda la Tierra. Y sin embargo...

¿Dónde se ha metido toda la ciencia?

Si trazáramos una curva que representara el crecimiento de nuestra comprensión científica de los animales, medida por el número de artículos científicos que incluyen las palabras clave «emoción animal», «cognición animal» o «sentiencia», veríamos una aguda tendencia al alza. Desde la década de 1960 hasta hoy, el crecimiento ha sido exponencial, trazando un arco que se eleva de forma regular. Se podría esperar que el aumento de los conocimientos acerca de cómo son realmente los animales y sobre qué es lo que necesitan para ser felices tuviera su reflejo en un patrón de atención en aumento a estas necesidades y en el consiguiente declive de las prácticas que producen sufrimiento y dolor a los animales.

No ha sido así. Padecemos lo que los científicos sociales llaman un problema de «traducción del conocimiento»: hay un abismo grande y cada vez más ancho entre nuestro conocimiento básico y la traducción o aplicación de este conocimiento en forma de políticas y prácticas. Tenemos a nuestra disposición un enorme corpus de bibliografía científica para guiar nuestro trabajo interpretativo con los animales, pero este conocimiento, pura y simplemente, no se pone al servicio de los animales. El filósofo Robert Jones, de la California State University, en Chico, repasó cuidadosamente las últimas cuatro décadas de investigación sobre las capacidades fisiológicas y cognitivas de un amplio abanico de especies y después comparó el estado del conocimiento científico con las medidas de protección del bienestar animal para los animales de granja y de laboratorio. Sus conclusiones fueron: «el estatus moral de los animales, tal como se refleja en casi todas –incluso en las más progresistas– las políticas de bienestar, está muy por detrás, ignora o desdeña arbitrariamente nuestra mejor producción científica sobre la sentiencia y la cognición»[7].

Allí donde deberíamos ver una tendencia descendente en el número de animales empleados para la producción alimentaria, la investigación, etc., vemos en su lugar un incremento regular. El número de animales sacrificados para obtener su carne sigue creciendo, año tras año, y no en pequeñas cantidades[8]. El empleo de animales en la investigación biomédica sigue expandiéndose, a pesar de la disponibilidad cada vez mayor de alternativas y de la inquietud, también en aumento, de que las pruebas con animales puedan dar resultados que conduzcan a error. Los zoos y los acuarios son tan populares como siempre han sido. El número de personas que tienen mascotas ha aumentado enormemente, en especial en lo que se refiere a las especies exóticas; el número de animales «manufacturados» y vendidos por la industria de las mascotas se multiplica como setas. Ha habido una trayectoria ascendente similar en el número de animales salvajes sacrificados por «profesionales de la gestión» y en el número de especies a las que el cambio climático, la pérdida de su hábitat y la contaminación han conducido a la extinción. En cada uno de estos casos, y es muy probable que igualmente en muchos otros, la suerte de los animales parece haber empeorado, aun cuando la ciencia haya mejorado.

Pero estos tipos de representación sólo muestran las grandes tendencias y no ofrecen un cuadro matizado de lo que les está ocurriendo a los animales y por qué les está ocurriendo. Una posibilidad es que, aunque los «empleos» de animales, como los cerdos para carne y los ratones como si fueran placas de Petri, muestren que el número total de los implicados aumenta constantemente, las vidas reales de todos estos animales, de este montón de animales, realmente no sean tan malas. Somos capaces de proporcionar a algunos de ellos –ahora más que antes– ciertos placeres y enriquecimientos. Incluso si su destino final es una muerte temprana, su sacrificio se ejecuta de manera humana y, mientras están vivos, se les permite buscar comida, marcar territorio y comportarse, en cualquier caso, como animales normales. Tal vez las condiciones hayan mejorado enormemente en las últimas cinco décadas, hasta el punto de que el aumento en el número de animales «empleados» se haya visto compensado por las mejoras en la calidad de vida que experimentan estos animales. De ser así, la ciencia habría significado algo en sus vidas.

Otra posibilidad más probable es que, en términos relativos, los animales estén realmente, de verdad, en un momento muy malo. Ahora sabemos tantas cosas sobre ellos que la forma en la que se los trata es mucho menos defendible moralmente. Podríamos disculpar al fisiólogo Claude Bernard por hacer cirugía y diseccionar animales vivos y no sedados, porque trabajaba a mediados del siglo xix, mucho antes de que los científicos hubieran demostrado que la percepción del dolor en los animales es muy parecida a la de los humanos. En cualquier caso, Bernard no habría concedido ninguna importancia a este conocimiento, puesto que él consideraba que su trabajo era algo fundamental para la humanidad. Como escribía el médico Edward Berdoe, un contemporáneo suyo, cuando describía la actitud de Claude Bernard ante la vivisección: «No escucha los gritos de dolor del animal. Está ciego ante la sangre que se derrama. No ve nada más que su idea y los organismos que le ocultan los secretos que él está decidido a descubrir»[9]. Sin embargo, la obra de Bernard tiene algún sentido dentro del ambiente científico de su época. Ahora hay guías de bienestar que insisten en que los investigadores anestesien a los animales antes de la vivisección (a menos que haya una razón importante «científica» para no hacerlo), pero la medicación que se emplea sistemáticamente para paliar el dolor es escasa o se aplica de manera incorrecta, por lo que el asunto del dolor no tratado en los animales con los que se experimenta sigue siendo el mismo problema de siempre, aunque ahora es algo completamente insultante desde el punto de vista moral, puesto que sabemos más cosas y tenemos remedios más eficaces al alcance de nuestra mano.

En tanto que ejemplo de cómo la ciencia ha fracasado a la hora de traducirse en práctica, pensemos en la situación de los millones y millones de ratones y ratas empleados en la investigación invasiva de laboratorio. Estos roedores sociables tienen un amplio rango de emociones, muy similar al nuestro. Se sabe que ambos, ratones y ratas, pueden desplegar empatía y que las ratas detectan el dolor en las expresiones faciales de otras ratas. Más recientemente, la investigación ha demostrado que las ratas acudirán con prontitud a ayudar a un compañero de celda que lo necesite. En un experimento se vio que las ratas incluso ayudaban a una rata en apuros en lugar de elegir comer chocolate. Muchos modelos de comprensión de la depresión y la ansiedad humanas se han desarrollado usando ratas, debido a su gran parecido neurofisiológico con los humanos. Como estos, las ratas y los ratones expuestos a un estrés reiterado y prolongado se hunden en la desesperación. Y, aun así, a pesar de las pruebas claras de que los ratones y las ratas sufren emociones negativas, seguimos usándolos en protocolos experimentales dolorosos y angustiosos. De hecho, los ratones y las ratas ni siquiera son considerados animales por la Animal Welfare Act, lo que, desde una perspectiva científica, es evidentemente absurdo y demuestra hasta qué punto es ancho el abismo entre el conocimiento y su traducción.

De forma similar, SeaWorld tendría algún sentido cuando abrió sus puertas en 1964, cuando no había apenas conciencia de lo ricas que eran las vidas cognitivas y emocionales de los mamíferos marinos como las orcas, y cuando la alegría de verlas surgir saltando del agua y salpicar a los visitantes con sus aletas no se atemperaba por los sentimientos de lástima. Ahora que los científicos han aprendido los firmes y complejos vínculos sociales que estos animales forman, podemos concebir el horror que supone separar a las jóvenes orcas de sus madres y de sus manadas. También podemos entender la profunda privación que la cautividad impone a un animal de una inteligencia y unas emociones tan amplias. Sabiendo lo que sabemos, hoy esta práctica de SeaWorld nos parece bárbara y es escandaloso que lugares así existan aún en el siglo xxi.

Cuando empezamos a escribir este libro, ambos conceptualizamos el abismo entre lo que los científicos saben acerca de los animales y cómo se los trata en diversos ámbitos e industrias como un abismo entre el conocimiento y su traducción. Pero el abismo entre el conocimiento y su traducción no basta para explicar por qué la ciencia no está haciendo todo lo que puede para ayudar a los animales. Claramente hay algo más.

Ciencia del bienestar: intentos de emplear la ciencia para ayudar a los animales

El «bienestar animal» está de rabiosa actualidad. Si se teclea el término en el Ngram Viewer de Google, que rastrea el uso de una palabra o frase en una base de datos de más de cinco millones de libros, se ve cómo empieza a utilizarse durante la década de 1960, después de lo cual hay una curva al alza aguda y de frecuencia regular, desde entonces hasta nuestros días. Esto refleja dos tendencias: (1) una mayor conciencia por parte del público hacia los temas del bienestar animal y (2) el crecimiento de una disciplina científica dedicada por completo a la comprensión y la mejora del bienestar animal. El Informe Brambell fue a la vez una respuesta a la primera tendencia y una incubadora para la segunda.

Las Cinco Libertades, en tanto piedra angular del Informe Brambell y de la agenda bienestarista, afirman que debemos tratar de proporcionar a los animales los bienes básicos que quieren y necesitan: comida, agua, espacio, salud, comodidad y la posibilidad de dedicarse al menos a unos pocos comportamientos normales específicos de su especie. Pero lo que empezó a aflorar durante la investigación y escritura del Informe Brambell fue la sensación de que no siempre está claro lo que quieren y necesitan los animales. Incluso algo tan aparentemente obvio como proporcionar un cobijo adecuado puede ser endiabladamente complejo.

Una de las partes más interesantes del Informe Brambell se encuentra en un ensayo que figura como apéndice y que se titula: «La evaluación del dolor y la angustia en los animales», escrito por el famoso etólogo William Thorpe. Thorpe plantea una curiosa posibilidad: «¿Y si pudiéramos “preguntar” a los animales en cautividad qué tipo de entorno preferirían?». A mediados de la década de 1960 era una sugerencia sorprendentemente adelantada y fue una de las primeras propuestas formales de estudiar científicamente lo que quieren los animales. Y resultó ser algo bastante importante, porque muchas cosas que podrían parecer mejoras obvias del bienestar –por ejemplo, que siempre es mejor tener más espacio que menos– no siempre era lo que los propios animales parecían querer.

Una de las inquietudes iniciales que motivaron a Ruth Harrison y otras personas a hablar públicamente acerca del bienestar de los animales de granja, fue la práctica de encerrar a las gallinas ponedoras en lo que se conocía con el nombre de jaulas en batería: largas filas de una malla muy pequeña y densa que mantenían a las gallinas encerradas una a una en cada cubículo de alambre. Las jaulas en batería se construían habitualmente con malla metálica o de alambre («tela de gallinero»), un material al que la anatomía de la pata de una gallina se adapta especialmente mal. Las gallinas alojadas en batería sufrían de dolorosísimas deformidades de la pata, huesos rotos, cojera y heridas abiertas. El Informe Brambell recomendaba que los productores de huevos emplearan en su lugar un tipo de alambre más grueso, pero realmente no había ninguna prueba empírica de que un tipo de suelo fuera mejor que otro en lo que a las gallinas concernía. Así que los investigadores B. O. Hughes y A. J. Black decidieron «preguntarle» a las gallinas dándoles a escoger el suelo. En realidad, las gallinas eligieron la «tela de gallinero» la mayor parte de las veces, pero no mostraron una preferencia marcada[10]. La conclusión fue que mostraban una ligera preferencia por el mal ligeramente menor, pero que ambas opciones eran inadecuadas para sus patas, por lo que no había mucho donde elegir.

La cuestión básica de qué es lo que los propios animales quieren fue lo que motivó y lo que continúa motivando esa disciplina de la ciencia del bienestar animal que hemos visto surgir en la estela del Informe Brambell. Las primeras discusiones científicas sobre el bienestar se centraron en la cuestión de qué sería lo que mejor convendría a las necesidades de los animales, tomando como parámetros básicos las necesidades expresadas en las Cinco Libertades (es decir, comida, agua, espacio, posibilidad de dedicarse a sus comportamientos habituales). La investigación se ha centrado en tratar de «preguntar» a los animales, buscando acceder a sus experiencias subjetivas. En este sentido, la ciencia del bienestar animal encajaba perfectamente con la ciencia emergente de la cognición y la emoción animales, y las dos se han desarrollado a la par. De la misma manera que la ciencia más amplia del comportamiento animal, la ciencia del bienestar animal buscaba explorar lo que pensaban y sentían los animales, especialmente dentro del contexto de los sistemas agrícolas y, más tarde, dentro de otros contextos en los que la ausencia de bienestar es un tema recurrente.

El bienestar trata de lo que sienten los animales

Como señalan algunos investigadores líderes en el campo de la ciencia del bienestar animal como Marian Dawkins, Donald Brown y Ian Duncan, el bienestar trata por completo de lo que sienten los animales y se puede acceder a esos sentimientos mediante pruebas cuidadosamente diseñadas. La ciencia del bienestar se funda sobre la premisa de que no podemos acceder directamente al mundo interior de los animales, pero que los sentimientos animales tienen correlatos mensurables en su comportamiento y en su fisiología que podemos observar, registrar y medir. Las cuestiones que los investigadores han preguntado siguen en general la fórmula básica de las Cinco Libertades: ¿qué quieren comer los animales y cuándo?, ¿qué tipo de cobijo prefieren?, ¿hay una experiencia en especial que les esté produciendo dolor o angustia? Los estudios han intentado incluso ir más allá de los problemas relativamente sencillos que planteaban las primeras cuatro libertades, y han abordado la quinta, la más difícil, es decir la capacidad de poner, al menos, en práctica algunos comportamientos normales específicos de su especie, una posibilidad que, dentro de un entorno de cautividad, puede suponer un desafío extremo (hay quien diría imposible) a la hora de proporcionársela. La investigación podría explorar, por ejemplo, qué tipo de sistema de alojamiento a escala industrial permitiría a las gallinas ejecutar el mayor repertorio posible de comportamientos propios de las gallinas, como picotear, rascar y revolcarse en el polvo.

Hay una gran variedad en los métodos y objetivos de la investigación acerca del bienestar, y a lo largo de los siguientes capítulos escribiremos sobre un montón de diferentes estudios. Pero vamos a dar aquí unos pocos ejemplos. Uno de los experimentos de bienestar más básicos, a menudo llamado «prueba de preferencias», simplemente ofrece a los animales una elección entre dos alternativas para así determinar cuál de ellas prefiere el animal. Una prueba podría medir variables como la cantidad de tiempo pasada en una u otra opción cuando se le deja libre acceso a estas. Por ejemplo, el estudio de Hughes y Black del alambre grueso frente a la tela de gallinero como material para el suelo de las gallinas encerradas en batería, daba a elegir a las gallinas y medía cuánto tiempo pasaban en cada tipo de suelo. Las gallinas pasaron más tiempo en el alambre y se asumió que esto quería decir que preferían el alambre. Otro estudio pionero de Marian Dawkins empleaba la prueba de preferencia para evaluar cuánto espacio «necesitaban» las gallinas Ross Ranger. Escogió gallinas que vivían en jaulas en grupos de cuatro y les dio la posibilidad de elegir entre jaulas pequeñas (0,15 m2) y grandes (0,65 m2). Imaginaos un rectángulo de 50 cm de largo por 25 cm de ancho, ese sería más o menos el tamaño de la jaula pequeña. Después cronometró cuánto tardaban las gallinas en instalarse en cada jaula y decidió que, puesto que se instalaban más rápidamente en las jaulas grandes, estas eran las que preferían[11].

Saber si las gallinas se instalan con más rápidez en una jaula grande o si pasan más tiempo en un suelo de malla de plástico o metálica no nos dice demasiado acerca de cuánto les importa realmente el tamaño de la jaula o el tipo de alambre del suelo. Tal vez su preferencia sea mínima, o tal vez una de las opciones supone para ellas una enorme diferencia. Así que los investigadores desarrollaron pruebas para determinar el grado de motivación de los animales ante una elección en especial. Una forma de estudiar la motivación consiste en preparar distintas elecciones de manera que impliquen consecuencias. Por ejemplo, los animales pueden ser encerrados después de elegir su opción preferida o se les puede aplicar una descarga eléctrica. Los investigadores podían ver entonces cuánto era necesario para disuadir a un animal de su elección. En un estudio acerca de si los pollos de carne preferían suelo plástico o metálico, los experimentadores añadieron un «aversivo». Iluminaron el suelo de alambre con una potencia de 800 lúmenes. En estas circunstancias, los pollos cambiaron su preferencia de la «tela de gallinero» al suelo plástico[12].

Los investigadores han empleado también las pruebas de preferencia para evaluar hasta qué punto a los animales les gustan y desean mejoras en sus entornos. Por ejemplo, las gallinas escogerán sistemáticamente habitáculos «amueblados», que tengan perchas y cajas para empollar, frente a un entorno desnudo. Se ha estudiado también la preferencia de las ratas de laboratorio por las jaulas «enriquecidas». Generalmente un experimento consistirá en colocar un elemento enriquecedor, como puede ser una plataforma de madera o algunas toallas de papel en un extremo de la jaula, y después apuntar cuánto tiempo pasa la rata en el lado «enriquecido» de la jaula y cuánto tiempo en el vacío. Y, si la rata pasa más de la mitad de su tiempo en el extremo enriquecido, los investigadores llegan a la conclusión de que es el lado que prefieren.

Otra línea de investigación se ha centrado en la jerarquía que las ratas otorgan a estos enriquecimientos (por ejemplo, si les gustan más las toallitas de papel que las plataformas). Y, yendo un paso más allá, algunos estudios exploran cómo los diversos complementos afectan al comportamiento de las ratas. Por ejemplo, un estudio mostraba que, ante la presencia de una caja nido, algunos comportamientos no variaban (comer, caminar), mientras que, de repente, los relacionados con la caja nido aumentaban su frecuencia[13]. ¡Quién lo hubiera pensado!

Se han desarrollado prototipos más matizados de pruebas de preferencia, a menudo basados en técnicas procedentes del campo de la ciencia de la economía y de la ciencia del comportamiento del consumidor. Por ejemplo, se puede explorar la importancia relativa de diferentes recursos preguntándose si una comida preferida es más importante que un tipo de lecho preferido, o en qué medida son mejores las toallitas de papel que las plataformas. Se puede ver si existe una demanda no elástica para una «mercancía» determinada probando si el animal aún muestra preferencia por ella cuando se le pide que se esfuerce para conseguirla, entendiendo aquí por esfuerzo algo que pueda implicar, por ejemplo, empujar un peso o apretar una palanca repetidamente.