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Te acordás cuándo fue la última vez que hicimos el amor? Le preguntó a la mujer que estaba sentada, mesa por medio, frente a él. Ella sonrió con un gesto un poco nervioso, agachó la cabeza tapándose los ojos con su mano izquierda y se tomó un tiempo antes de contestar "Estoy haciendo un enorme esfuerzo y creo que fue…" Agustina, era una mujer con figura casi perfecta - que ella sabía bien - y una cara no tan linda como sensual, y la caracterizaban tanto su amplia y agradable sonrisa como el rubio y abundante pelo ‐y no cabello, para ella- que caía sobre sus hombros.
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Seitenzahl: 479
Veröffentlichungsjahr: 2017
Olivia Bazán
AGUSTINA
VIVIR PARA AMAR
Editorial Autores de Argentina
Olivia Bazán
Agustina : vivir para amar / Olivia Bazán. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-711-844-5
1. Novelas Románticas. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina –Printed in Argentina
Te acordás cuándo fue la última vez que hicimos el amor? Le preguntó a la mujer que estaba sentada, mesa por medio, frente a él. Ella sonrió con un gesto un poco nervioso, agachó la cabeza tapándose los ojos con su mano izquierda y se tomó un tiempo antes de contestar "Estoy haciendo un enorme esfuerzo y creo que fue…"
Agustina, era una mujer con figura casi perfecta - que ella sabía bien - y una cara no tan linda como sensual, y la caracterizaban tanto su amplia y agradable sonrisa como el rubio y abundante pelo ‐y no cabello, para ella- que caía sobre sus hombros. De familia patricia, vivía en el exclusivo barrio de Recoleta en una enorme casa de dos pisos, amueblada estilo francés y en la que no faltaba ‐entre la numerosa cantidad de habitaciones, living, comedor y dependencias- el gran escritorio donde su padre, alto directivo de una corporación, llevaba a los amigos después de comer ‐no cenar, para ella- a fumar unos puros cubanos mientras cambiaban opiniones sobre la situación política del país.
Era ella la que se encargaba de ordenar a Josefina ‐una cincuentona que hacía más de treinta años que trabajaba con los Drago Bazán - cuándo debía servir el coñac que tanto agradaba a su padre. Cuando todos los sesentones ya habían tomado un poco más de lo debido, Agustina hacía su aparición entre la niebla que formaba el humo de los habanos, ante la más que atenta y, en algunos casos, libidinosa mirada del grupo de amigos que la conocían, casi, desde su nacimiento.
A ella le encantaba, aunque fácilmente la duplicaran en edad, ser el centro de atención de diez o doce pares de ojos que recorrían todo su cuerpo. No por otro motivo iba al gimnasio tres veces por semana.
Con el obvio regocijo por parte de Antonio, su padre, ella se sentaba
en el apoya brazo de algún que otro sillón y preguntaba inocentemente al más que excitado sesentón sentado a su lado, cuál era el tema que estaban tratando. Automáticamente se ponía a opinar, fuera sobre lo que fuera que hablaban, y todos la escuchaban atentamente sin soltar la copa de coñac y tratando, imperceptiblemente, de dar una que otra pitada al ya medio consumido habano. Agustina tenía muy pocas coincidencias con su padre en materia política. Mientras él era un duro y viejo conservador, de ideas un tanto extremistas y casi despectivas hacia lo que consideraba "pueblo"; Agustina era muy solidaria y comprensiva con la gente de menores recursos tanto económicos como culturales e intelectuales. Por ese motivo ella siempre trataba de sentarse junto a Ignacio, viejo amigo del padre, con quien tenía muchas coincidencias en la manera de analizar los distintos aspectos de la vida. Era así que buscaban un rincón, un poco separado del humo y del fuerte olor a alcohol, y casi susurrando para que nadie escuchara sus tan distintas opiniones con respecto al resto de comensales, pasaban largos ratos filosofando y dando sus puntos de vista sobre cuáles serían las medidas políticas y económicas que debería tomar el gobierno de turno. En ese momento, era la Junta Militar que después del golpe con el que derrocaron al gobierno de Isabelita, estaba actuando de una manera dura, salvaje e hipócrita como nunca se había vivido en el país.
La madre de Agustina había fallecido cuando ella tenía escasos diez años y Antonio, a partir de ese momento, no sólo se ocupó en darle la mejor educación sino, también, en satisfacerla en cuanto gusto se le ocurriera. Es decir, la malcrió de una manera tan exagerada que ella no pudo evitar ser una persona muy caprichosa. Si no lograba lo que se proponía, todo su encanto femenino saltaba por los aires y surgía un monstruo que aterrorizaba a quien estaba frente a ella. Terminante en sus opiniones, dejaba pocos resquicios para retrucarle. Su gran oratoria y dominio del idioma, sumados a la cantidad de libros que su padre le dio para leer desde muy chica, la habían preparado para poder enfrentar a cualquiera sobre los más amplios temas. Algo muy poco común para una mujer de veintiocho años y, además, como decía ella con su amplia sonrisa "nadie espera encontrarse con una rubia como yo".
Su gran confidente ‐y muy a escondidas de su padre- era la fiel Josefina que la conocía desde que estaba en la panza de doña María del Carmen, la madre, y junto con quien pasó los tristes momentos de su corta enfermedad y muerte. Josefina, para quien Agustina era "la niña Agustina", siempre intentaba ‐con escasa suerte- que no fuera tan caprichosa, terminante y hasta arriesgada en sus decisiones. Pero era inútil. A pesar de sus sabios consejos Agustina arremetía contra todo aquello que le parecía injusto. Viniera de quien viniera. Incluso enfrentaba a su querido padre cuando hacía algún comentario inapropiado sobre la gente en general. "Ellos tienen la culpa del golpe militar porque votaron a Perón y nos dejó a una corista de presidente. Que se embromen! Ahora van a saber lo que es tener que trabajar sin leyes que les permiten hacer lo que quieren. Ya van a ver lo que es bueno!" Y Agustina saltaba como un gato salvaje, haciendo un enorme esfuerzo para no insultar o herir exageradamente a su padre y en tono más que subido le refutaba "Mirá papá, no seas antiguo. Hablás como hace 50 años atrás. Te quedaste en el tiempo! Cómo podés aceptar que se secuestre gente, se la torture, se la mate y hasta que se entreguen sus hijos a cualquiera! Es una barbaridad! Es un disparate! No sé cómo podés ser mi padre pensando de esa manera" Se daba media vuelta, subía corriendo por la escalera y se encerraba, por unas horas, en su dormitorio hasta que se le pasaba el enojo.
Educada en colegios de monjas ‐en más de uno por su rebelde conducta- Agustina no era demasiado creyente. Por respeto a la tradición familiar aceptaba, de mala gana, ir a la misa que se celebraba en cada aniversario de la muerte de su madre y, por supuesto, cuando alguna amiga muy cercana se casaba iglesia mediante. Creía en Jesús pero rechazaba el boato y la estructura casi militar de la Iglesia Católica; como también le transmitían muy poca simpatía los célibes curas -y no sacerdotes, para ella - porque decía conocer muy bien a los hombres. Terminado el colegio siguió estudiando francés e italiano, porque inglés lo hablaba a la perfección gracias a la casi santa paciencia de las distintas monjas.
A pesar que tenía una vida social bastante activa, en el fondo era una solitaria porque sentía que la mayoría de quienes la rodeaban no compartían sus ideas y era gente, para su gusto, demasiado superficial. Escuchar durante una larga reunión cuál era la mejor crema para combatir las arrugas; si el color de moda era el azul o el marrón y si fulanito seguía o no de novio con fulanita, la sacaba de quicio. Ella prefería hablar de política; de cómo eliminar la pobreza o qué se debía hacer para educar mejor a la gente que no podía asistir a un buen colegio. Todos temas ausentes en esas reuniones y, muy especialmente, en ese nivel socio económico.
Las escasas veces que surgieron comentarios muy cercanos, cuando Agustina escuchó la postura de sus amistades, con no poco esfuerzo prefirió callarse antes de armar un gran revuelo, quedarse sin "amigos" y hacerle pasar tremendo papelón a su distinguido padre. Una de sus frases preferidas, era la que había utilizado uno de los tantos gobiernos que habían pasado por el país en una campaña contra el uso de la bocina "El silencio es salud". Y en muchísimas oportunidades el recuerdo de esa publicitaria frase le había permitido quedar bien.
Por su manera de pensar y sentir, Agustina ‐muy a pesar de la opinión de su padre- comenzó a trabajar en una Organización No Gubernamental, que daba todo tipo de apoyo a la gente que vivía en una villa - y no villa miseria, para ella- muy cerca del centro de Buenos Aires. No tenía más que veintitrés años cuando empezó siendo una simple ayudante de una de las psicólogas que asistían a las mujeres golpeadas; chicos drogadictos; mujeres y hombres alcohólicos; chiquilinas embarazadas y lo peor de la miseria humana. Así fue fortaleciendo no sólo su carácter sino sus ideas. Porque no podía concebir que en un país tan rico en alimentos, tan extenso y con poca población, la gente viviera hacinada en casillas de madera sin agua corriente ni cloacas y tuvieran que "engancharse" en el alumbrado público para poder prender una lamparita, y recurrir a unas costosas garrafas de gas para poder preparar un escaso puchero en la cocina o calentar la casa, en el duro invierno, con una pequeña estufa.
Agustina tenía muy organizados sus días. Tres mañanas gimnasio y las otras dos clases de idiomas. Algunas compras o encuentros con amigas a tomar un cafecito en alguna confitería y las cinco tardes rigurosa asistencia a la villa donde, un poco agotada de conocer situaciones casi inhumanas en el apoyo psicológico, había organizado distintos equipos de mujeres a las que enseñaba tejer. El comienzo de ésta nueva actividad no le resultó nada fácil, porque además de tener que convencer a algunas candidatas que les podría ser útil económicamente, ella tenía que ocuparse de conseguir agujas y diferentes colores de lana, pero en cantidades casi industriales a medida que los cursos se iban completando y abriendo nuevos. Hasta que se le ocurrió formar una especie de cooperativa entre sus alumnas y consiguió quien donara las lanas y que una amiga se ocupara de vender lo producido en distintos lugares. Cuando las primeras alumnas ya tejían casi como profesionales, empezaron a vender en boutiques muy exclusivas porque los diseños y combinación de colores era otro de los trabajos de Agustina. Los resultados se vieron rápidamente en los bolsillos; la noticia corrió como reguero por la villa y cada vez se tenían que abrir más cursos. Tanto fue así que tuvo que conseguir un par de "maestras" más para cubrirlos.
En la villa, después de tantos años de asistencia perfecta, la conocían todos. Además de su simpatía y trato que tanto la caracterizaban, los humildes habitantes valoraban mucho que una persona a la que no le faltaba nada y podía estar en lugares impensados para ellos, dejara parte de su vida enseñando a tejer a gente casi olvidada por la sociedad. Como los cursos se daban en una casa abandonada a media cuadra de la villa, Agustina no tenía que entrar a los dominios de ciertos marginados y fuera de la ley que eran quienes manejaban la venta de drogas. Los chicos - y no muchachos, para ella - que estaban vagando cerca de la casa, le cuidaban el auto a sabiendas que recibirían una buena recompensa por el servicio prestado.
Ella se sentía plena en el aspecto laboral y estudios. Veía muy contenta y satisfecha cómo los cursos de tejido iban creciendo y sus diseños se iban vendiendo en lugares jamás imaginados, con la enorme alegría de las componentes de la cooperativa que veían crecer poco a poco sus más que escuálidos ingresos. En cuanto al estudio progresaba muy bien porque tenía gran facilidad para los idiomas, ayudada en gran parte por poderlos practicar en los tantos viajes que hizo con su padre, sola o con algún grupo de amigas.
A pesar de todo sentía como un gran vacío. Algo le faltaba. En más de una oportunidad, cuando se encerraba en su dormitorio después de alguna rabieta con su padre, se quedaba pensando por qué tenía esa sensación que le faltaba algo. Y un día, hablando con la noble Josefina, le cuenta lo que le sucedía y en forma instantánea le dijo "Niña, a usted le falta un novio, alguien que la quiera". Agustina se quedó de una pieza. No podía aceptar que Josefina le haya abierto los ojos tan fácil y rápidamente. Sin embargo le contestó "Estás loca Jose, mirá con lo que me venís!" y se fue, subiendo muy despacio las escaleras, hacia su dormitorio, para profundizar lo que había escuchado no con poco estupor.
Ésta Josefina me mató. La tiene más clara que yo. En realidad por qué nunca tuve una pareja estable? Cómo puede ser que a los veintiocho salvo algún que otro tiroteo no me haya enganchado con alguien. Pobre vieja, que joven que murió. No te vayas por las ramas y seguí pensando en lo que te interesa. Tengo la sensación que los hombres cada día son más afectados, más afeminados. Y a mí me gusta el hombre bien hombre. Con ideas y objetivos claros. Físicamente es lo de menos. Bue.. tampoco la pavada. Un petiso, pelado y orejudo como Carlos, no lo quiero cerca ni en fotos. Cómo se dio cuenta Jose que me hace falta una pareja? Volvé al tema Agus. Será que pongo tanto esfuerzo y dedicación con las chicas de la villa, que me quitan ganas de hacer algún intento serio? Y a quién tengo cerca? si son todos unos plomos de aquellos! No tengo remedio. Seré una vieja solterona. Huy, no me digas que seré otra tía Guillermina. Qué horror! Cambiá de tema. Entonces mañana voy a la peluquería y después…
Ignacio Riviera, el amigo del padre y compañero ideológico de Agustina, era un hombre, tal vez, demasiado rico. Hijo único, había heredado de la madre campos de varias miles de hectáreas tanto en la provincia de Buenos Aires como en Entre Ríos y muchos dólares en alguna caja de seguridad del exterior. Como era muy joven cuando recibió la herencia y él no tenía ninguna inclinación por el estudio, puso un buen administrador para que le manejara los campos y él se dedicó a disfrutar la vida, "que no es poco" como siempre decía. Se compró una enorme casa en un exclusivo country y, como era lógico en una persona de su nivel, un gran y antiguo departamento sobre la avenida Libertador. Como le encantaba la bohemia de la noche; jugar dos o tres veces por semana al bridge o al ajedrez y, sobre todo, salir con sus amigos a comer y continuar las charlas ‐copas de champaña mediante - en un elegante bar en el que todos los mozos lo saludaban con afecto, gracias a sus desproporcionadas propinas, su matrimonio duró lo suficiente para que los dos hijos terminaran el colegio. Si bien vivía separado desde hacía unos doce años, jamás aceptó divorciarse aunque a su exmujer le pasaba suculenta cifra todos los meses, además de comprarle y amueblarle un departamento, también, en Recoleta.
Sus dos hijos, Alejandro de treinta años y Gonzalo de veintiocho, según Ignacio "no sabía a quién habían salido" porque ambos siguieron la universidad y se recibieron el primero de abogado y Gonzalo de ingeniero agrónomo. Dos hermanos que no sólo se querían y respetaban mucho sino que eran muy compinches tanto en las salidas y en la enorme actividad social que tenían como laboralmente. Así era que Gonzalo manejaba los campos del eterno retirado padre, y Alejandro quien se ocupaba, en su estudio, de los problemas legales de la familia entre otros numerosos clientes.
Los dos eran más altos que el común, morochos de piel oscura, de sonrisa fácil y mientras Alejandro era sumamente caballero con las mujeres ‐algo que heredó de su padre- Gonzalo era todo lo contrario, bordeaba con la grosería posiblemente por su vida en el campo rodeado sólo de peones, salvo Lucía que era la mujer del capataz y quien cuidaba y atendía el casco de una de las estancias que Gonzalo había transformado en la central de su trabajo.
Ya era casi tradicional que en el medio de una reunión con amigas y amigos, Alejandro le dijera a su hermano menor suavemente en el oído, "no seas bestia, hay mujeres, no estás en el campo" ante lo cual Gonzalo reaccionaba inmediatamente y cambiaba el tono de la conversación. Como el padre le había comprado un departamento -cerca del suyo- a Alejandro, cuando Gonzalo venía a pasar unos días a Buenos Aires lo utilizaba para tener la oportunidad de estar, por lo menos a la noche, junto a su hermano y hablar de negocios y cada uno ponerse al tanto sobre la vida del otro.
Alejandro, posiblemente por algunos clientes que habían concurrido a su estudio en el que se atendían problemas de familia, comerciales y alguna otra especialidad puntual ‐en cuyo caso recurría a abogados externos- pero nunca temas penales; estaba muy al tanto de lo que ocurría en el país. Y vivía indignado de ser parte de una justicia que no existía como tal. Conocer las permanentes injusticias que se cometían y que nadie lo pudiera hacer público, lo ponían mal, muy mal. Pero por temor a las represalias ‐como tantos otros - guardaba un cobarde silencio. Él sabía las consecuencias que le traía mantenerse callado, pero no encontraba manera de canalizar toda esa bronca acumulada.
Para peor, su hermano era todo lo contrario. Como buen hombre de campo, bien conservador en sus ideas y más de una vez lo escuchó decir "hay que matar a todos esos zurdos que se quieren apoderar del gobierno. Están locos! Lo único que falta es que nos obliguen a salir a la calle con una foto del Che abrochada en la campera" En más de una oportunidad, cuando a la noche se encontraban en el departamento salió el tema, pero la discusión subía tanto de tono y se decían tantas barbaridades que, de común acuerdo, decidieron no hablar nunca más de política.
"Niña Agustina, qué se va a poner para la reunión de ésta noche?" preguntó Josefina a través de la puerta del baño mientras Agustina se ponía crema por todo el cuerpo, después de la ducha. "Mirá, Jose, si es por el ánimo que tengo para ir preparame el vestido negro. Porque para mí más que una reunión es un velorio" "Ay niña! Diviértase un poco! Todo el día trabajando con los diseños tirada en el piso con todos esos papeles o en la villa. Vamos, tiene edad para otra cosa no sólo para trabajar" El tono que utilizó Josefina al decir "para otra cosa" no pasó nada desapercibido a Agustina. "Qué querés decir con pa…" y rápida como no parecía que fuera, Josefina la interrumpe y dice "Usted me entiende niña, usted me entiende" y se fue con el vestido negro para dejarlo más impecable con una pasada de plancha.
La reunión era en lo de un amigo del padre que festejaba sus primeros sesenta y cinco años. Además de Antonio estaban invitados la mayoría de sesentones que Agustina había conocido en su casa y alguno que otro más que sólo sabía de su existencia por simples comentarios hechos por su padre. Como generalmente era la única joven que asistía a ese tipo de reunión, para ella era un enorme sacrificio que sólo hacía para satisfacer a Antonio a quien encantaba pavonearse con su esplendida hija delante de sus amigos.
Como solía hacer, Agustina siempre llegaba cuando ya estaban todos los invitados, cosa de llamar bien la atención. Y así fue. Cuando entró y se quedó parada a la espera que alguien la viniera a saludar, todas las cabezas giraron casi en forma automática hacia la puerta de entrada. Ahí estaba ella con su vestido negro que le marcaba perfectamente su figura, un collar de blanquísimas perlas y su amplia, sexy y eterna sonrisa. Notó dos tipos de miradas, la de los hombres que hacían lo posible por imaginarla sin vestido y tratando, sonrisa por medio, de llamar su atención; y la de las mujeres, mucho más penetrantes y hasta con un dejo de envidia ante tan espléndida mujer.
Presurosamente, Javier, el dueño de casa se acercó a saludarla con un beso en la mejilla mientras ella le daba un regalo que, por la forma, parecía ser un libro. Una vez hechas las rutinarias presentaciones Agustina echó una mirada muy general tratando de encontrar alguien a quien acercarse e intentar que la reunión fuera lo menos pesada posible. Una amplia sonrisa le apareció cuando vio a Ignacio, en la otra punta del gran living, conversando animadamente con dos personas. Copa de champaña en la mano, Agustina comenzó a abrirse paso acercándose hasta que Ignacio la vio y avanzó unos pasos para saludarla y decirle "Por fin llega alguien con la que podré charlar de algo interesante. Cómo estás Agustina. Te presento a mis dos hijos" Cuando Alejandro y Gonzalo se dieron vuelta para ver a quien saludaba su padre, ambos se quedaron paralizados ante la presencia de esa mujer que derrochaba sensualidad, simpatía y tenía una figura deseada por cualquiera sin importar el sexo, aunque los motivos fueran muy distintos.
"Cuál de ustedes era el que, cuando de chica íbamos con mi padre a pasar unos días al campo, me hacía andar al galope aunque yo apenas sabía montar a caballo y tenía que agarrarme de la montura para no caerme?" "Él" dijeron ambos al mismo tiempo señalando, al otro, con el índice. Y los cuatro comenzaron a reírse. "Cuántos siglos hace que no nos vemos" comentó Alejandro, mientras le ofrecía, a ella, cambiar la copa vacía por otra que traía el mozo. "Creo, contestó Agustina, que la última vez que nos vimos fue cuando terminé el colegio, en la fiesta de graduación. Pero hace mil años de eso! Cómo están ustedes, qué ha sido de su vida?" Y comenzaron a conversar animadamente sobre su no muy lejano pasado, contando anécdotas de la época de estudiantes y comentando sobre el trabajo de cada uno. El haberse visto mucho de chicos hizo que, cuando comenzaron a entrar nuevamente en confianza, les pareciera que sólo habían pasado unos pocos días desde la última vez que habían estado juntos. Alejandro, durante la larga charla, siempre estuvo un poco tenso esperando a que Gonzalo dijera algo inapropiado. Pero no. Se comportó como todo un caballero. No parecía él. En ningún momento le tuvo que pegar un codazo o decirle la famosa frasecita al oído. Él, tal vez demasiado impactado por Agustina, si bien comentó muchas cosas no estuvo tan suelto como solía ser. Y ella, se dio el gusto de poder contar todas sus vivencias en la villa a dos personas que, aparentemente, les interesaba el tema. Algo muy poco común entre sus amistades. Lo que hizo que el supuesto velorio se transformara, para Agustina, en una fiesta como hacía tiempo no había estado.
Mientras los tres amigos charlaban animadamente, Ignacio mientras conversaba con otro grupo, los miraba, gozando de esa nueva relación de sus hijos, con una sonrisa. Pero, sin darse cuenta, sus ojos quedaron como petrificados sobre la figura de Agustina. Más la miraba, más le gustaba. Y como buen hombre que era, su imaginación comenzó a girar y girar casi sin fin.
No me había dado cuenta lo buena que está Agustina. Y pensar que la conozco desde que nació y nunca la miré como mujer. Y qué mujer! Está bien que le llevo treinta y pico de años, pero hoy en día es tan natural. Tenemos muchísimas coincidencias en nuestra forma de pensar y ver las cosas. Yo no seré Robert Redford pero mi pinta tengo.Y ella siempre se me acerca para charlar. Quiere decir que tan mal no le caigo. Y si pasa algo? El que no averigua se queda sin saber.
Después de varias horas de charla e intercambiar números de teléfono, Agustina, muy cansada de tanto trajinar se despidió del resto de invitados que quedaban y rumbeó para su casa. Se fue directo hacia la cocina donde tomó medio litro de agua natural y se preparó un té para tomar mientras leía algo antes de dormir. No alcanzó a leer dos páginas y ya había caído profundamente dormida mientras el té se enfriaba sobre su mesa de luz. No descansó demasiado porque fue una noche de muchas pesadillas y sueños raros, donde aparecía gente que no alcanzaba a individualizar, tratando de lastimarla con una soga o un palo. Todo era un vago recuerdo. Pero lo que sí sabía con certeza era que no había descansado lo suficiente. Y justo esa mañana tenía que ir al gimnasio. Tocó el timbre que sonaba en la cocina y a los pocos minutos apareció Josefina con la bandeja donde llevaba el desayuno. Té con leche fría, dos tostadas con queso cremoso y un jugo de naranjas. "Buen día niña, cómo le fue en el velorio", le dijo con una mueca risueña. "En realidad Jose me fue bárbaro. Por suerte! Sabés que me encontré con los dos hijos de Ignacio? Hacía años que no nos veíamos. Nos pasamos la noche acordándonos de cuando éramos chicos y nos matamos de la risa". "Vio que es una exagerada? Y usted iba con muy malas ganas. Vio que Josefina a veces tiene razón?" Dejó la bandeja y se fue hacia la cocina, después de recoger el vestido negro que estaba tirado de mala gana sobre un sillón y acomodar los zapatos, también negros y de grandes tacos, que Agustina había usado la noche anterior. El sólo hecho de comer las ricas tostadas ya le parecía un gran esfuerzo. Había quedado destruida, no por haber estado parada varias horas charlando con los hijos de Ignacio, sino porque tenía la cabeza ocupada con esa incisiva frase que Josefina le había dicho la noche anterior "tiene edad para otra cosa".
Será posible que no pueda evitar pensar en esa maldita frase? La mataría a Jose!
Qué simpáticos y agradables los hijos de Ignacio, pensar que de chicos me volvían loca haciéndome las mil y una. Claro, como siempre, los varones se juntan contra las mujeres. Pero me defendía bastante bien. Alguno de ellos más de una vez terminó cayendo de cara en un charco. Me corrían por todos lados. Qué linda época! Está bastante bien Gonzalo. Habló hasta por los codos. En cambio Alejandro es más medido, como corto. Qué raro en un abogado que está acostumbrado a hablar y hablar. No hacen otra cosa que hablar. Será buen abogado? Y a mí qué me importa! Tengo que levantarme y salir para el gimnasio sino no llego a tiempo. Pero es más que agradable Gonzalo. Qué estúpida, ni se me ocurrió tratar de averiguar si está en pareja. Bueno, cualquier cosa le pregunto a Ignacio y chau.
Cuando Agustina dejó la reunión, los dos hermanos fueron hacia donde estaba el padre. Copa en mano los tres, no pudieron evitar que ella fuera el centro de la conversación. "Viejo, qué bueno que vino la hija de Antonio. Hacía muchísimo tiempo que no tenía idea de ella. Ni me acordaba que existía", comentó Alejandro. "Vos la seguiste viendo en lo de Antonio?" preguntó Gonzalo. "Por supuesto. Cada vez que vamos a la casa siempre la veo y charlo bastante con ella. Es un encanto de mujer. Además, supongo que les habrá contado, hace un trabajo sensacional en la villa. Y así como la ven, toda modocita, es de armas llevar. No anda con vueltas. Antonio no tiene de qué quejarse con su hija". "Por qué, saltó con una sonrisa Gonzalo, vos tenés quejas de tus hijos?" "Hasta ahora para nada, espero que siga así" dijo Ignacio mientras los tres, previo saludo de agradecimiento al cumpleañero, fueron caminando hacia la puerta para cada uno ir a su casa, buscando el merecido descanso.
Como el departamento de Alejandro quedaba a unas pocas cuadras, los hermanos volvieron caminando lentamente. Mientras Gonzalo ya se había aflojado la más que molesta corbata ‐algo que odiaba usar-, Alejandro seguía impecable como si recién saliera del baño y de la tintorería.
"Está re buena Agustina, eh?", dijo Gonzalo como para romper el silencio. Alejandro siguió caminando y respondió con un corto "sí". "Está para darle, no?" continuó Gonzalo y, nuevamente, obtuvo como respuesta otro cortísimo "sí". "Qué te pasa, se te acabó la batería? Mirá que los que viven en Buenos Aires no tienen la menor resistencia como nosotros, los del campo. Será el aire puro?" comentó Gonzalo.
"Es muy probable" respondió con muy pocas ganas su hermano, mientras entraban al departamento y cada uno se dirigió a su habitación.
Mientras Gonzalo tiraba su ropa sobre un sillón, se sacaba los zapatos pisándolos en la parte de atrás con el otro pié y los revoleaba hacia cualquier parte y se tiraba en ropa interior sobre la mullida cama; Alejandro colgaba el pantalón ‐después de doblarlo correctamente- lo ponía con el saco en la percha y todo iba al vestidor junto con los zapatos, mientras las medias y camisa terminaban, prolijamente, en el canasto donde colocaba la ropa para que la chica que le hacía la limpieza de la casa y le preparaba alguna que otra comida, pusiera en el lavarropas y luego la planchara en forma impecable. Como a él le gustaba.
Qué lindo sería tener una mujer como Agustina! Estará de novia? Tendrá pareja? Qué boludo, ni se me ocurrió sonsacarle algo. Le tendré que preguntar al viejo. Pero me dio vuelta la cabeza. Es una mina bárbara. Y pensar que de chicos le hacía todo tipo de maldad. Cuántos años le llevo? Dos o tres? Ni idea. Pero es lo de menos. Qué buena que está! Además me volvió loco su sonrisa. Qué boca, por favor! Te dan ganas de besarla. No! De masticarla!! Bueno, me estoy yendo como al carajo. Mejor trato de dormir porque mañana en el estudio ni la sonrisa de Agustina me protegerá de los líos que tengo. Aunque me dejó el teléfono y la podría llamar. No, primero tengo que ver si Gonzalo toma la iniciativa porque lo noté muy caliente. Aunque éste se calienta con cualquier cosa que tenga polleras.
El país seguía bajo la férrea mano de la dictadura militar. La gente estaba bastante dividida en sus opiniones. Había quienes apoyaban a aquellos jóvenes que en el 70 secuestraron y mataron al general Aramburu, dándose a conocer públicamente como la agrupación Montoneros. Formada en gran parte por gente de clase media, que no tenía la más mínima duda en matar a quien hiciera falta con tal de lograr sus objetivos. Su estructura era ‐vaya paradoja- muy militar y hasta sus cargos eran similares a los que utilizan las fuerzas armadas, comandante, capitán, etc. Ellos contaron con el apoyo tácito del exiliado Perón. Pero presionaron tanto con "la patria socialista" que el viejo general y nuevamente presidente ‐posiblemente con el susurro de López Rega en el oído- dio un discurso desde los balcones de la Casa Rosada donde los trató de imberbes y que querían aprovecharse de todo el esfuerzo y lucha que habían dado los sindicatos. Media Plaza de Mayo quedó vacía cuando los que apoyaban a los Montoneros se sintieron ofendidos por "el viejo". En el 74 muere Perón y su sucesora, la vicepresidente Isabelita, asume la presidencia. Bajo el dominio de López Rega intentó gobernar un país que se caía a pedazos en todos los aspectos. Muy especialmente en el moral.
Pero lo más duro eran los permanentes ataques de los guerrilleros por un lado y la Triple A ‐organización paraestatal que respondía al "brujo" López Rega- por el otro. Unos mataban y los otros respondían con más muertes. Bombas que estallaban en cualquier lugar y donde caían víctimas inocentes del disparate nacional. La gente veía, como algo habitual, pasar los Ford Falcon con fusiles o ametralladoras asomando por las ventanillas. Ya nada llamaba la atención. Podía pasar cualquier cosa y pocos se sorprendían. Y esos tiros por un lado y tiros por el otro fue la semilla que empezó a germinar, en mucha gente, para que ciertos políticos y empresarios buscaran a las fuerzas armadas para poner un manto de paz y tranquilidad sobre el país. Y vaya si lo pusieron!! Y tampoco tuvieron miramientos, con nadie, con tal de lograr, también, el objetivo. No importaba, para nada, que en el medio estuviera el ciudadano común. El que todos los días pretendía llegar al trabajo y volver sin mayores sobresaltos a su casa. Así fue como en marzo del 76 el país amaneció ocupado por sus propias fuerzas armadas. Hay que reconocer que muchos lo aceptaron con cierta alegría, porque les era insoportable continuar viviendo y escapando de algún bulto que estaba en la vereda, por temor a que fuera una de las tantas bombas que estallaron. Y con esa casi obligada aceptación por parte de un buen número de la población, la Junta Militar dividió el país y los cargos públicos en tres. Ejército, Armada y Aeronáutica. Así fue como se nombró a un coronel director de Canal 7, el canal estatal; como podía estar un capitán de corbeta como jefe de alguna repartición pública o un comodoro manejando una gran empresa. Daba igual. La cuestión era mantener el equilibrio de las tres fuerzas. Tampoco importaba quien quedaba fuera del camino de la vida.
Días después de la reunión del reencuentro con los hijos de Ignacio y mientras estaba tirada en el suelo rodeada de marcadores de colores y grandes hojas de papel en blanco, Agustina intentaba crear nuevos diseños de sweaters, chalecos y algún que otro tapadito, cuando Josefina entra a su habitación y le dice "Niña, la llama por teléfono un amigo. Dijo que era un amigo, pero estoy segura que es una broma del señor Ignacio". Agustina se levantó y fue hasta su teléfono y cuando dijo "Hola, quién es?" escuchó la inconfundible voz de Ignacio diciéndole "Qué tal Agustina, cómo anda todo?" "Acá estoy, Ignacio, tratando de hacer nuevos diseños para las chicas. Y vos, qué es de tu vida?" "Te llamaba para invitarte a comer mañana a la noche en aquel restaurante que fuimos en el cumple de tu padre. Tengo una sorpresa mayúscula para vos. Venís?" "Mañana no puedo porque voy a estar de un lado para el otro, pero qué te parece si lo dejamos para pasado mañana" "Como no, te estaré esperando" y, antes de cortar, Agustina le dijo "Espero que la sorpresa sea agradable, no?" "Por supuesto. Muy agradable. Quedate tranquila. Nos vemos".
Vuelve a tirarse en el piso para continuar con los diseños ‐que la estaban volviendo loca- y siente que el teléfono suena un par de veces pero como ella jamás lo atendía siguió en lo suyo. A los pocos segundos vuelve a aparecer Josefina "Niña, parece que hoy es el día del amigo", "Por qué, Jose?" "Acabo de atender el teléfono y preguntaron por usted de parte de un amigo. Y ésta voz no me resulta nada conocida"
De malas ganas dejó los marcadores en el suelo y se acercó al teléfono y con una voz un poco cortante dijo "Quién es?" después de unos eternos segundos para ella, escuchó "Hola Agustina, soy yo, Gonzalo el hijo de Ignacio" Ella sintió como que se le paralizaba el corazón y, cosa muy extraña, no reaccionó en forma inmediata, también tardó unos segundos y sólo atinó a decir "Ah" lo cual no produjo una gran alegría que digamos a Gonzalo, a quien la respuesta sólo logró que el también se quedara mudo. Pero rápidamente recompuso la postura y dijo "Disculpame pero parecemos dos adolescentes hablando por teléfono. Cómo estás? Quería saber cómo andabas de tiempo para encontrarnos y charlar un poco de tantas cosas que nos quedaron en el tintero”
La cabeza de Agustina iba a mil. Las ideas le caían más rápido que las fichas del taxi. Y sin pensarlo contestó "OK, me parece genial. Cuándo te parece vernos?" "Yo mañana voy para el campo. Si podés hoy, sería bárbaro. Si no lo dejamos para mi vuelta que será en unos diez días. Por eso, hoy sería mejor.” “Te parece bien a eso de las seis de la tarde en la confitería que queda a dos cuadras de lo de tu padre?” dijo Agustina como susurrando ,“Genial. Te espero”
Después de cortar el teléfono estaba con tal excitación que empezó a recoger marcadores, papeles y cuanta cosa había tirada sobre la alfombra. Miró la hora en el reloj de la mesa de luz y eran las doce del mediodía, lo cual le permitió bajar, un poco, el nivel de nervios que sentía le recorrían todo el cuerpo. Se tiró, tal cual estaba, sobre la cama para tratar de buscar la calma que le permitiera absorber y filtrar los últimos minutos.
Me llamó! Gonzalo me llamó! Qué nervios que tengo, como si fuera la primera vez que un amigo me llama para tomar algo. Qué me pasa? Y los diseños? Qué hago con los diseños? Olvidate, dejate de jorobar con los diseños estúpida, te llamó Gonzalo y vos pensando en los benditos diseños. Gon za lo me invitó! Y yo que ni había preguntado si estaba en pareja. Y si está y le mete los cuernos conmigo? Bueno, tomar un café o un trago tampoco es para salir en el libro de infieles, no?
Qué me pongo? El pantalón marrón o los cancheros jeans que todo el mundo elogia cómo me quedan? Pero qué estás pensando. Divagás con la ropa en lugar de pensar cómo vas a actuar y qué vas a decir. Y si se tira? Estás loca! Te vio una vez en los últimos diez años y va a estar perdidamente enamorado de vos? Estás mal, muy mal. La llamada te dio vuelta la cabeza. Mejor tratá de tranquilizarte porque esto viene de papelón. Qué increíble me llamó Gonzalo! De no creeeeer.
Después de probarse el pantalón marrón y el jean con distintos tipos de camisas y zapatos hasta el aburrimiento, decidió que para encontrarse con un hombre de campo no podía dudar y eligió los tan elogiados jeans acompañados por una camisa, de la infinidad que había comprado en cada viaje. En realidad estaba algo tensa. Todavía faltaba un buen rato para salir caminando ‐o tomarse un taxi- hacia el encuentro con Gonzalo y no se había aflojado lo suficiente. No se sentía ella. Pero, acostumbrada como estaba a enfrentar todo tipo de situación, bajó la escalera muy sonriente, ante la mirada un poco recelosa de Josefina que estaba, para no variar, atenta a cualquier movimiento dentro de la casa.
Como tenía tiempo prefirió ir caminando y parando en alguna que otra vidriera para mirar algunos zapatos y sobre todo, intentar bajar el nivel de ansiedad y nervios que cargaba su cuerpo. Ella era muy consciente de su dualidad. Era como que tenía dos personalidades y utilizaba la que más le convenía de acuerdo al momento y lugar. Por un lado era la típica "chica bien" que se daba cuanto gusto quería ya sea comprando hasta lo que no necesitaba; viajando y, aunque con pocas ganas, compartiendo charlas y reuniones con gente de su nivel cultural y socio-económico. Toda gente muy "paqueta" donde, si bien no podía expresar libremente lo que pensaba, pasaba sus buenos ratos. En esos momentos aparecía la Agustina espléndida, casi soberbia, llamativa y tratando de destacarse en las conversaciones para ser el centro de atención. Algo que le fascinaba. Tapar al resto de mujeres y empequeñecer a más de un hombre. Por el otro lado, estaba la Agustina que con un par de viejos jeans y usando palabrotas que jamás utilizaría en el otro grupo, iba humildemente a enseñar a tejer a las chicas de la villa, con quienes hablaba con un lenguaje totalmente distinto. Donde no buscaba destacarse, todo lo contrario, pasaba hasta exageradamente desapercibida. La soberbia, la altivez y sus ansias por destacarse, las dejaba bien guardadas en su casa. Por eso era tan querida por todas. Además podía expresar sus verdaderas ideas con total libertad y eso, para ella, era algo impagable. Sentía que en ese ambiente era la verdadera Agustina. La otra, la otra era una actriz.
Y llegó, despaciosamente, a la confitería donde ya estaba Gonzalo sentado en una mesa sobre una de las ventanas. Después de los saludos de rigor y de comentar y recordar muchas cosas que habían hecho siendo chicos, los temas se iban agotando o la memoria fallando y Gonzalo no tuvo mejor idea que decir "Por fin se está poniendo orden en el país. Hacía falta que vinieran los milicos porque así no se podía seguir" Agustina sintió que algo le subía del estómago hacia la garganta y que no podría evitar que saliera por su boca. Sabiendo que estaba con alguien con quien no tenía la obligación de ser falsa, vomitó. Pero vomitó palabras. "Mirá Gonzalo lo que decís es un total disparate. No tenés la más mínima idea de lo que está sucediendo en nuestro país. Vos ‐que normalmente vivís aislado en el medio del campo- sólo te enterás por los diarios o radio lo que sucede. Y lo que te cuentan no tiene nada, pero nada que ver con la realidad. Vivís adentro de un sifón. A ver si me entendés, hay una brutal represión." Como estaba agitada paró para tomar un poco de té, buscando no seguir diciendo, tal vez, lo que no debía. Gonzalo aprovechó para retrucarle "Creo que estás totalmente equivocada. Hay veces que se tiene que recurrir a cualquier forma o método para lograr los objetivos. Ésta gente, la guerrilla, no anda con vueltas. Mata a quien sea donde sea. Cómo hacés para terminar con ellos? No te olvides que desde la presidencia de un gobierno democrático salió un decreto donde se especifica que hay que exterminarlos. Y eso es lo que está haciendo la Junta Militar. Otra cosa no merecen. Yo no quiero que un día vengan por mis campos. A vos te gustaría que te hagan compartir tu casa con dos o tres familias de lo peor?" Ante tal explicación y postura política Agustina no pudo ni con ella misma y le lanzó a la cara "Vos sos de los que el fin justifica los medios? Sos tan egoísta que no te interesan los que sufren la falta de libertad y no tienen el menor derecho para recurrir a la justicia? Disculpame pero sos un facho de aquellos!! Nunca pensé que una persona joven e instruida podía pensar como vos. Que equivocada que estaba! Y te aclaro que no estoy a favor de la guerrilla, para nada. En absoluto. Sólo creo que debe hacerse todo a través de una justicia independiente. Algo que no existe, y desde hace tiempo, en nuestro país. Vos sabés las cosas que me cuentan las chicas de la villa? Sabés las de secuestros que hay? Gente que desaparece, Gonzalo, y nunca más nadie sabe de ellos!! Cómo podés estar de acuerdo con algo así?" Fue Gonzalo el que, antes de contestar y aclarar sus ideas, ganó unos segundos, trago de café por medio, para intentar una réplica sin mandarla a la misma mierda como hubiera hecho con cualquiera "Mirá Agustina, hay veces que la situación te lleva a hacer cosas que no deseas. Cosas que, tal vez, no sean muy éticas pero necesarias…" "Sí, lo interrumpió Agustina, como el asesinato de los Kennedy, Luther King y tantos otros" "En primer lugar dejame hablar como yo hice contigo y no mezcles los tantos. Yo te hablo de la Argentina, de lo que se pudo venir si no intervenían los militares. Íbamos derecho a un gobierno como el de Cuba, sin la más mínima libertad, sin propiedad privada y con un Estado que te dice qué comer, qué hacer, cuándo dormir, cuando y donde trabajar. Te parece genial vivir en esas condiciones? Vos que no vivís, precisamente, en una villa miseria y que viajas libremente por el mundo sin pedir permiso a nadie? Dejame de jorobar Agustina! Sos una snob que no tiene idea de qué nos salvamos! Dejame de hinchar las.."
"Decilo que no me voy a asustar. Terminá la frase hombre de campo!" Gonzalo dudó. Agustina lo estaba azuzando. Pero recordó todos los codazos que había recibido de su hermano, ignoró la provocación y siguió. "Sos la típica "nena bien" que se quiere hacer la progresista. Por un lado vestís las mejores marcas importadas y, por el otro, la vas de zurda. No te queda bien. No cierra. O, no me cierra" Agustina ya había perdido la poca cordura que le quedaba y ante tal fuerte golpe a su ego, dejó de lado lo bien que le había caído Gonzalo, lo que esperaba de esa reunión y, prácticamente escupiendo las palabras le dijo "En primer lugar no tenés idea de cuál es la verdadera Agustina porque no me conocés en lo más mínimo. Posiblemente no sea la que está sentada frente a vos. Porque me siento mucho más cómoda con cualquier chica de la villa que con vos. Para que te quede bien clarito, te repito que sos un facho de aquellos. Y lo peor que ni te das cuenta. Que nunca te toque que desaparezca o torturen a alguien de tu entorno. Para vos seré una snob. Pero con las ideas muy claras respecto a algo que se llama justicia. Palabra que parece no existir en tu vocabulario. A tu gente, tus peones, los tratás de la misma manera que pensás? Pobre gente! Pero me das más lástima vos que ellos. Porque mentalmente son más sanos y libres que vos. Vine para divertirme recordando la niñez y me encontré con un monstruo mental", sacó unos pesos de su cartera que dejó sobre la mesa, se levantó y terminó diciendo "Gracias por el intento. Pago mi parte de pura snob que soy. Chau Gonzalo, hasta nunca".
Gonzalo se quedó sentado casi encorvado mirando la taza medio vacía de café; él que se llevaba el mundo por delante parecía un pollito mojado.
Qué tremenda es ésta mina! Nunca toleré que me trataran como lo hizo. Qué te pasa? Estás hecho un flor de boludo! Cómo no la mandaste al carajo? Encima te madrugó y te dejó sentado y te dio bruta bofetada al pagar lo que tomó. Nunca conocí una mujer así. Qué le dieron? Y está muy buena!! Esos jeans te dan ganas… Será cierto lo que dice? Habrá tantas injusticias y yo vivo en el limbo o es una loca de mierda que odia a los militares y cree que queda bien hablar mal de ellos?
Aunque el boludo de Ale piensa igual. Si nos juntamos los tres me hacen el dos uno seguro. Pero no creo que tenga muchas posibilidades de verla otra vez porque con su "hasta nunca" al despedirse, creo que fue bastante clara y terminante. Como es ella. Me parece que tendré que recurrir al viejo que tanto la conoce…
Agustina volvió para su casa caminando distraídamente. No paró ante ninguna vidriera. No le interesaba nada. Estaba absorta en sus pensamientos y muy molesta por el resultado de la tan deseada reunión.
Se fue todo a la misma merd!! No podía ser de otra manera. Qué mala suerte tengo con los hombres! Hombres? Éste Gonzalo me parece que es facho y estúpido. Cómo va a aceptar que le pague? Un verdadero hombre agarra la plata y la mete en mi cartera. O por lo menos se levanta para intentar saludarme. Éste infeliz se quedó paralizado. Está bien que le dije unas cuantas cosas un poco fuertes…Pero me sacó! Cómo viene a defender lo que está sucediendo. Está loco! Y está bastante bueno! Tiene una sonrisa lindísima. Bah, apenas lo dejé sonreir. Le pasé con un camión por encima al pobre! Y lo del silencio es salud? Ni me acordé. Qué bárbara que soy. No tengo arreglo. Así jamás me voy a enganchar con nadie. Tenés que cambiar Agustina. Tenés que cambiar aunque sea un poco. Así no vamos a ningún lado. No pluralices. Hablá en singular porque te vas a quedar sola como, huy otra vez, como la tía Guillermina. No por favor!!
Dr. Alejandro Riviera - Estudio de Abogados - decía en la puerta de entrada de las oficinas que estaban ubicadas en la zona de Tribunales. Eran ocho habitaciones, de las cuales seis se utilizaban como oficinas por los distintos abogados que trabajaban para el Estudio, y las dos restantes como salas de reuniones. Al final de todas ellas, se encontraba la de él, que era muy amplia y con un gran ventanal hacia la calle; la infaltable biblioteca, con los lomos de los libros que parecían recién lustrados; un escritorio más que grande con el sillón giratorio de cuero que usaba Alejandro y dos silloncitos para sus visitantes. También había una enorme mesa de madera con ocho sillas a su alrededor que era utilizada cuando había reunión de los integrantes del Estudio o cuando eran varios los que venían a ver a Alejandro.
Estaba sentado y hablando por teléfono, cuando lo interrumpe la recepcionista-secretaria-telefonista, para decirle algo. Con la mano le hace un gesto para que espere y cierre la puerta, cosa que Florencia hace rápida y silenciosamente porque conocía muy bien las manías que tenía el Doc ‐como ella le decía- con los ruidos y con la limpieza.
“Doc –dijo en voz muy baja Florencia- hay una pareja que lo busca. Dicen que vienen de parte de un amigo de su familia. Los dos tienen una cara…!”
"Por favor, hacelos pasar y en diez minutos me llamás por teléfono, como hacemos siempre, así veo si doy por terminada la charla o sigo". "El viejo truco" agregó Florencia, mientras se daba media vuelta en busca de los visitantes.
"Doctor Riviera, la señora y el señor Dupuy" los presentó Florencia y se retiró de la oficina cerrando, lo más suavemente que pudo, la puerta. Alejandro, después de saludarlos les pidió que se acomoden en los silloncitos frente a su escritorio y, una vez que ambos están sentados hace lo mismo él.
"Qué los trae por acá? Y de parte de quién es que vienen?" Tomó la palabra el hombre, poco mayor de cincuenta años, de baja estatura y con cara muy demacrada "Mire doctor, en realidad vinimos a verlo porque nos han hablado muy bien de su estudio y, especialmente, de su calidad humana. Por eso recurrimos a usted. Disculpe haber engañado a su secretaria diciéndole que veníamos de parte de alguna amistad suya." "Bueno, les dice Alejandro, por lo menos los trajeron buenas referencias. Ya es algo importante", agregó con una sonrisa. "Y cuál es el motivo, si son tan amables" En ese momento fue la señora, también de unos cincuenta años, alta, morocha, de facciones muy agradables y con una mirada muy triste "Como dijo mi marido, nos han dicho que usted es un excelente abogado de familia y tenemos un serio problema con nuestro único hijo…"
Alejandro, sin darse cuenta de su eterna ansiedad, la interrumpió para decirle "Qué tipo de problema, señora?" "Lo secuestraron. Me lo llevaron!
Un horror, doctor!.. Para peor creemos que fue gente de algún organismo del Estado. Estamos desesperados, doctor!"
Alejandro quedó estupefacto. Sus pensamientos bajaban hacia su boca como si cayeran por una pendiente. Pero no podía emitir sonido alguno. Estaba paralizado. Hasta que sólo atinó a decir "Usted me está diciendo que el Estado ha secuestrado a su hijo?" "Sí, doctor. Lamentablemente es así. Fuimos a la seccional de policía que nos corresponde y ni tomaron en cuenta nuestra denuncia. No pueden. A través de unos amigos pudimos llegar a hablar con un coronel y cuando le dijimos el tema y el apellido nos contestó "Mejor no averigüen nada. Por el bien de ustedes" Se da cuenta doctor la tremenda situación que estamos viviendo con mi marido? Se llevan a nuestro hijo y es como que se lo hubiera tragado el mundo", y la señora Dupuy se apoyó sobre el hombro de su marido cuando comenzó a llorar desconsoladamente.
El tiempo que transcurrió hasta que Alejandro pudo decir alguna palabra para cortar el terrible silencio que había, sólo interrumpido por los sollozos de la señora Dupuy, fue inmedible. Pero como todo abogado que se precia, a pesar de todo, las palabras comenzaron a surgir de su boca. "Lo que me está diciendo es terrible, señora. Tremendo! Son tres asuntos que me preocupan. Por supuesto, en primer lugar la desaparición de su hijo. Pero no deja de ser muy serio que en la comisaria no le hayan tomado la denuncia y, discúlpeme, pero casi lo peor es lo que les dijo ese coronel; que no sigan averiguando por el bien de ustedes." Hizo una breve pausa para aclarar las ideas y continuó. "Les voy a ser muy sincero, aunque no sé si hago bien. Mi estudio es realmente muy bueno en temas familiares, pero en los casos habituales: separaciones de bienes; sucesiones y algunas cosa más, pero hablar de un secuestro por parte del mismo Estado, les juro que no tengo la más mínima experiencia"
Después de secarse las lágrimas con el pañuelo del marido, la señora Dupuy ‐con voz temblorosa- murmuró "Está queriendo decir que no se ocupará de nuestro hijo? Que lo dejará en manos de éstos crueles asesinos sin intentar algo?" Como Alejandro se había recompuesto y estaba esperando alguna respuesta de ese tipo, en forma inmediata le respondió "No señora, para nada. Con el estudio haremos todo lo posible por dar con su hijo. Sólo quería alertarla que no estamos especializados en un tema tan cruel y más que complejo. De alguna manera tenemos que llegar a lo más alto del poder para averiguar lo que haga falta…" en ese momento suena el teléfono, era Florencia diciéndole "Y Doc, termina la reunión o sigue?" "Decile al cliente que llamó que me pongo en contacto con él en unos minutos. Mirá Florencia, van a ir para ahí los señores Dupuy. Pediles todos los datos, como hacés siempre. Después me los traes. Gracias" Y dirigiéndose a la pareja que ya se había levantado de sus silloncitos, les dijo "Ya escucharon que mi secretaria les tomará todos los datos. Pídanle a ella los teléfonos del estudio. En cuanto tenga alguna novedad los llamo en forma inmediata. Lamento, tremendamente, lo que les ha sucedido. Cuenten con todo nuestro apoyo" Se despidieron y salieron cabizbajos de la oficina donde Alejandro se dejó caer, exhausto, sobre su impecable sillón.
Qué desastre, pobre gente! Es un horror que te secuestren a tu hijo y, peor, si es el Estado. A quién recurrís si el Estado es el todopoderoso, a un abogado como yo? Y contra quién voy a luchar? Contra una Corte Suprema que los jueces responden a la Junta? En qué lío me metió ésta gente. No seas egoísta y pensá en el chico. Lo estarán torturando? Dónde demonios lo tendrán? Cómo hago para averiguar? A quién recurro? No se me ocurre nadie. Entonces todo lo que se murmura y no se dice públicamente es cierto! Y el boludo de Gonzalo, como tantos otros, lo niega. Pero qué me importa, ahora, lo que opina mi hermano. Tengo que romperme la cabeza y hablar con el resto del estudio para ver la acción a seguir. Acción a seguir o llamo a los Dupuy y les digo que no pude averiguar nada? Y termino con esto y me saco la soga del cuello. Porque donde me ponga a escarbar un poco puedo terminar secuestrado yo. Lo único que me faltaría. Qué hago? Qué mierda haría un buen abogado?"
Al día siguiente de la pésima reunión que tuvo con Agustina, Gonzalo fue hasta lo del padre, sin avisar, pero sabiendo que era la hora típica que estaba en su casa descansando del bridge o ajedrez y preparándose para salir, con sus amigos o, no demasiado ocasionalmente, con alguna de las tantas amigas que frecuentaba. Y así fue. El mismo Ignacio le abrió la puerta y, no poco sorprendido, le dijo "Qué hacés por acá? No te ibas al campo? Pasá…pasá!" "No, tuve que dejar el viaje para mañana porque aproveché a comprar unos repuestos que los tenía pedidos de hace un tiempito", le mintió al padre.
"Cómo anda todo? Cuando digo todo no me refiero al campo sino a vos. Cómo van tus cosas? En qué andás, además de trabajar como loco? Querés tomar algo?" le dijo Ignacio mientras iba hacia la heladera y sacaba una botella de gaseosa. "Mirá, aprendé, tu padre tomando algo sin alcohol. Viste cómo me cuido?" agregó Ignacio con una sonrisa. "No viejo, gracias. Pasaba por acá y quise aprovechar para contarte algo no muy agradable que me pasó ayer…" "Qué te pasó? Seguro te peleaste con alguien O es algo peor? Contame…contame"."Vení y sentate viejo,porque te voy a usar como confesor. Esto quiere decir que lo que hablamos acá muere acá" "Está bien hijo, así sea", bromeo Ignacio mientras se acomodaba en un sillón frente a su hijo.
"Te acordás que en la reunión de Javier nos presentaste a la hija de Antonio y estuvimos charlando todo el tiempo?" "Cómo no me voy a acordar si yo les dije quien era. Che, todavía no estoy esclerótico".
"Bueno, ella me cayó re-bien. Me impactó mucho. Tal vez demasiado. Vos sabés que soy muy sanguíneo…" "Digamos las cosas con franqueza hijo, nadie nos escucha, sos un caliente, un grandísimo caliente. Siempre lo fuiste. Seguí, seguí" "Qué querés que haga viejo, a alguien habré salido. Pero sigo. Lainvité a tomar algo. Aceptó y nos encontramos en la confitería que vamos, desde hace años, a unas cuadras de acá. Todo empezó bien acordándonos de los buenos momentos que pasamos de chicos, etc. etc. Hasta que tuve la mala idea de sacar el tema político…" A Ignacio le había empezado a cambiar la cara al pensar que tenía programado salir con Agustina la noche siguiente, y que le iba a hacer algún tipo de "declaración sentimental" o dicho de una manera no tan elegante "intentaría arrimar el bochín" como lo había hecho ‐con óptimos resultados- con tantas amigas.
Pero le costaba mucho estar escuchando la sincera confesión de su hijo sobre la mujer que, tal vez, estuviera en el medio de los dos. Con esfuerzo se concentró en lo que contaba Gonzalo y señaló "Qué poco oportuno sos! Te querés congraciar con una mujer y no se te ocurre mejor tema que hablar de política. Y justo en éstos momentos!Y, para peor, con Agustina que es el polo opuesto al tuyo! Ay hijo, cuánto te falta aprender! Te regalaría parte de la experiencia que tanto me sobra!. Seguí que me estás volviendo loco".