Al paso alegre de la paz - José García Fernández - E-Book

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José García Fernández

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Beschreibung

"Al paso alegre de la paz tiene la cadencia de las huellas de un pasado -los años posteriores a la guerra civil española, en el Madrid de entonces- que no hace falta haber vivido para rememorar, porque ha quedado impreso en la memoria heredada. Las páginas trasmutan en vivencia la literatura y la reconvierten paulatinamente en experiencia recuperada. Las palabras connotan sentimientos, sin apenas hincapié, como de soslayo, tal es la sabia actitud de quien nos lo cuenta. El talante es talento." Gonzalo Suárez

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JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ

Al paso alegre de la paz

Prólogo:Gonzalo Suárez

EDITAA. Machado LibrosLabradores, 5. 28660 Boadilla del Monte (Madrid)[email protected] • www.machadolibros.com

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni total ni parcialmente, incluido el diseño de cubierta, ni registrada en, ni transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro sin el permiso previo, por escrito, de la editorial. Asimismo, no se podrá reproducir ninguna de sus ilustraciones sin contar con los permisos oportunos.

© José García Fernández, 2011

© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.

Imagen de cubierta

© Francesc Català-Roca - Arxiu Fotogràfic de l’Arxiu Històric del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya

DISEÑO DE LA COLECCIÓN: M.a Jesús Gómez, Alejandro Corujeira y Alfonso MeléndezREALIZACIÓN: A. Machado Libros

ISBN: 978-84-9114-015-3

PRÓLOGO

UNA NOCHEBUENA

EL DESCUBRIMIENTO

TODOS TENÍAN FRÍO

PRIMERA COMUNIÓN

LA EXPERTA

AMORES

EL PLEITO

1947

Prólogo

Al paso suave del recuerdo

EN EL transcurso de una encerrona, cena mediante, el autor y un secuaz, en nombre de la amistad, me arrancaron la promesa, si no el compromiso, de escribir el prólogo de un libro del que todavía desconocía el contenido. Sólo sabía que se trataba de ocho relatos de postguerra y que Pepe García, allí presente, era el autor, lo que constituía una garantía, conociéndolo, que paliaba mis temores iniciales sobre el tema. Viví la postguerra y no me sentía proclive a la connivencia ni a la nostalgia. Sin embargo, el secuaz, al que anteriormente he aludido, Rafael Sarró, había compartido conmigo bar, pasillos y peripecias teatrales en el paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras, lo que dio origen a una larga y verdadera amistad. No pude, en función de estos antecedentes, negarme a la propuesta, enunciada con tanto tacto y afecto correspondido como lícita exigencia, ya que con ambos, Rafael y Pepe, o viceversa, me sentía en deuda.

Perdón por estos pormenores, probablemente fuera de lugar, sin los cuales no podría dar cuenta de mi reticencia hacia los prólogos en general, por la exultancia que confieren a quien los firma y la inutilidad para quien los lee cuando, como en este caso, el libro no los requiere. Se basta a sí mismo. Este prólogo, por llamarlo de alguna manera, es más bien una presentación que, lejos de analizar o destripar el juguete, pretende primordialmente anunciar una lectura feliz. No porque la narración termine bien para los buenos y mal para los malos, sino porque el lector se verá satisfactoriamente resarcido, como yo, por la cauta maestría, casi secreta, de una novela, que no lo parece, compulsada como se ofrece en relatos, a semejanza de nuestra existencia, que la memoria recupera siempre a retazos.

“Al paso alegre de la paz”, irónico título donde los haya, tiene la cadencia de las huellas de un pasado que no hace falta haber vivido para rememorar, porque ha quedado impreso en la memoria heredada, mal que nos pese, de tiempos que, aún olvidados, gravitan sobre nosotros como eco de identidad. La púdica emoción que nos transmite el insidioso legado aflora en nuestros sentidos con un encanto reminiscente, despojado de investiduras alegóricas. Exento de afectación, no carece de epicidad cotidiana, la misma en que nos vimos inmersos de niños mayores, en el umbral de la adolescencia, a merced de las circunstancias. Las páginas transmutan en vivencia la literatura y la reconvierten paulatinamente en experiencia recuperada. Las palabras connotan sentimientos, sin apenas hincapié, como de soslayo, tal es lasabia actitud de quien nos lo cuenta. El talante es el talento.

Doy gracias a Rafael Sarró por haberme sometido a chantaje afectivo, para que prologara, o presentara, este libro, y a Pepe García por haberme proporcionado el privilegio y el placer de haberlo leído, al paso suave, pero pertinaz, del recuerdo.

Gonzalo SUÁREZ

Una Nochebuena

LOS NIÑOS son siempre un engorro. Y cuando no tienen colegio y no les dejan salir de casa, más: organizan un jaleo tan terrible que no hay cristiano que los aguante con resignación. Corren, saltan y gritan con una constancia digna de mejor causa. Y aquellos días no se les podía mandar a jugar a la calle, como en el buen tiempo, porque hacía mucho frío y sus ropas de abrigo o no existían o eran pocas, viejas y de mala calidad.

Habían llegado las Navidades, esas fechas en las que la tradición ordena que se reúnan las familias. Eso les hubiera gustado hacer a Flora y a Pepe, pero no podía ser. Flora era huérfana desde muy cría: teniendo once años murió su padre y pocos meses después, como si se aburriera sin su compañía, le siguió la madre. Y de sus hermanas, una vivía en Alicante amancebada con un hombre que, por sus años, podía ser su padre (de hecho, tenía hijos de más edad que ella) y la otra estaba en elPuerto de Santa María esperando que las autoridades penitenciarias, si a bien lo tenían y en honor al Niño, la permitieran verse con su marido, preso en el Penal por esas cosas de la guerra.

En cuanto a Pepe, uno de sus hermanos, estaba en Buenos Aires, donde llevaba más de veinte años, y con el otro, que vivía en el pueblo con la madre, ni se hablaba porque cuando necesitó ayuda no sólo no se la había prestado, sino que intrigó para que otros no lo hicieran. Además, viajar resultaba caro y el dinero no abundaba.

Aunque se habían conocido y casado en Madrid, ambos eran asturianos, de distintas aldeas, y tenían un hijo de 9 años. Al morir sus padres, Flora y sus hermanas fueron recogidas por un hermano de su madre que las trasladó a Madrid, donde tenía una lechería. Allí las tres niñas colaboraban en la medida de sus fuerzas. Cada noche, sin faltar una, Flora veía a su tío, casi analfabeto, escribir trabajosamente en un cuaderno de colegial. Pasados pocos años, cuando al fin se puso a trabajar como “chica para todo”, ocupación que estuvo desempeñando hasta el mismo día de su boda, Flora se enteró de lo que su tío había ido anotando en el cuaderno. Minuciosamente descritos, al leal saber y entender de su tío, figuraban los gastos realizados para su manutención, sin que constara ninguna deducción por los servicios prestados. Esta suma debería devolverla con sus salarios como criada.

Por su parte, Pepe, a la edad de 17 años, vivía feliz en su pueblo y en ningún momento le había pasado por la cabeza la idea de abandonarlo. Se encontraba muy satisfecho y no se sentía tentado por la aventura, a pesar de que su hermano mayor, que se había ido hacía tiempo a hacer las Américas, le decía en sus esporádicas cartas que le iba bastante bien y le animaba a irse allí con él.

El pueblo está situado en un desfiladero, en la falda de una montaña, y lo atraviesa un riachuelo. Contemplado desde lo alto, la impresionante belleza del paisaje podría parangonarse, sin desdoro, con una postal de los Alpes. Visto de cerca, resultaba menos idílico. El suelo es de pura roca, apenas cubierto en algunos lugares por una fina capa de tierra. Las pendientes son tan pronunciadas que los campesinos habían tenido que agudizar su ingenio para, en bancales, crear minúsculos huertos en los que cultivaban patatas, centeno, hortalizas y frutales. Junto con lo que cosechaban, sobrevivían gracias a la docena de gallinas, el par de cerdos y las cuatro o cinco vacas que poseían.