Algunos giros para Gabriel Zaid. Breviario - Adolfo Castañón - E-Book

Algunos giros para Gabriel Zaid. Breviario E-Book

Adolfo Castañón

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Gabriel Zaid cumplirá 90 años el 24 de enero de 2024. Esa longevidad es digna de aplauso crítico y público; es saludable en la medida en que el poeta, nacido en Monterrey, ha encarnado a lo largo del siglo XX mexicano e hispanoamericano una referencia en el orden poético, literario, crítico y ético. Los textos aquí reunidos han sido escritos a lo largo de los años y no agotan desde luego el panorama de sus Obras completas en curso de publicación por El Colegio Nacional. El autor de Reloj de sol y Ómnibus de la poesía mexicana lleva el nombre que en hebreo dice "mi protector (es) Dios", es portador del apelativo del Arcángel de la Anunciación, según Gutierre Tibón en su Diccionario etimológico comparado de nombres propios de personas (1986). Su apellido, sencillamente expresa la ecuación entre la "seda" y sus letras, según el mismo Gutierre Tibón en el Diccionario etimológico comparado de los apellidos españoles, hispanoamericanos y filipinos (1992). Reúno aquí dieciocho textos y escritos diversos. Fueron escritos entre 1993 y 2023. Esta publicación traduce la gratitud de este autor, en particular de la muestra titulada "Asamblea de poetas jóvenes de México", reunida por Gabriel Zaid en 1980 con la asistencia de Aurelio Asiain. Agradezco a El Colegio Nacional y Bonilla Artigas Editores la posibilidad de reunir estas páginas, que buscan ampliar los horizontes y posibilidades de lectura de una de las obras más complejas e íntegras de la cultura mexicana contemporánea. Adolfo Castañón 10 de diciembre de 2023

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Algunos giros para Gabriel Zaid

Adolfo Castañón

Algunos giros para Gabriel Zaid

Breviario

Ilustraciones de Ludwig Zeller

Castañón, Adolfo

Algunos giros para Gabriel Zaid: breviario / Adolfo Castañón ; ilustraciones de Ludwig Zeller. -- Ciudad de México : El Colegio Nacional ; Bonilla Artigas Editores, 2024

136 pp. ; 20 x 21 cm. -- (Asterisco ; 20)ISBN 9786078956425 (Bonilla Artigas Editores) (impreso)ISBN 9786077244820 (El Colegio Nacional) (impreso)

1. Zaid, Gabriel, 1934- - escritos. 2. Zaid, Gabriel, 1934- - critica e interpretación. I. t.

LC: PQ7297.Z328 CDEWEY: 808.88 C

Algunos giros para Gabriel Zaid

Primera edición impresa: enero 2024

Edición ePub: enero 2024

D. R. © 2024, Adolfo Castañón

D. R. © 2024, herederos de Ludwig Zeller por sus ilustraciones

D. R. © 2024, Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.Hermenegildo Galeana 116, Barrio del Niño Jesús, Tlalpan, 14080, Ciudad de Méxicoeditorial@bonillaartigaseditores.com.mxwww.bonillaartigaseditores.com

D. R. © 2024, El Colegio NacionalLuis González Obregón 23, Centro Histórico, 06020, Ciudad de Mé[email protected]

ISBN: 978-607-8956-42-5 (Bonilla Artigas Editores) (impreso)ISBN: 978-607-724-482-0 (El Colegio Nacional) (impreso)

ISBN: 978-607-8956-46-3 (Bonilla Artigas Editores) (ePub)ISBN: 978-607-724-503-2 (El Colegio Nacional) (ePub)

Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial y de portada: d.c.g.Jocelyn G. Medina

Realización ePub: javierelo

Impreso y hecho en México

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de los legítimos titulares de los derechos.

Contenido

Advertencia 9

El vigor de la integración 13

El poeta que le devolvió a la República la hora exacta 23

De la inteligencia encrucijada 31

Zaid y la lechuza 49

Zaid a debate 51

Sobre El secreto de la fama 55

Los 80 de Zaid 63

Vuelta a GZ en 80 luces 67

Zaid en el Zócalo 71

Los “Grafitos” 77

La música que organiza la historia 79

Tres poetas católicos 87

Insomnio de Gutenberg.

Medio siglo deLos demasiados libros 89

Revelación perdurable

(Los Poemas traducidosde Gabriel Zaid) 97

La abrasiva claridad de Gabriel Zaid 103

De “La Vida A Leve” y del rescate incesante 115

Adolfo Castañón en “La Vida A Leve” 125

Algunas cartas de AC a GZ 129

Favor de llamar a Ludwig 131

Advertencia

Gabriel Zaid cumplirá 90 años el 24 de enero de 2024. Esa longevi-dad es digna de aplauso crítico y público; es saludable en la medi-da en que el poeta, nacido en Monterrey, ha encarnado a lo largo del siglo xxmexicano e hispanoamericano una referencia en el orden poé-tico, literario, crítico y ético. Los textos aquí reunidos han sido escritos a lo largo de los años y no agotan desde luego el panorama de sus Obras comple-tas en curso de publicación por El Colegio Nacional. El autor de Reloj de soly Ómnibus de la poesía mexicanalleva el nombre que en hebreo dice “mi pro-tector (es) Dios”, es portador del apelativo del Arcángel de la Anunciación, según Gutierre Tibón en su Diccionario etimológico comparado de nombres propios de personas (1986). Su apellido, sencillamente expresa la ecuación entre la “seda” y sus letras, según el mismo Gutierre Tibón en el Dicciona-rio etimológico comparado de los apellidos españoles, hispanoamericanos y fi-lipinos (1992).

Reúno aquí dieciocho textos y escritos diversos. Fueron escritos entre 1993 y 2023. Esta publicación traduce la gratitud de este autor hacia el editor, en particular de la muestra titulada “Asamblea de poetas jóvenes de México”, reunida por Gabriel Zaid en 1980 con la asistencia de Aurelio Asiain. Ahí se incluyó un poema mío que, gracias a eso, no sólo se salvó como texto sino que afirmó y confirmó mi vocación como poeta. A partir de finales de los años se-tenta, empecé a tener tratos esporádicos pero regulares con el poeta autor de La máquina de cantar(3a. ed. corregida y aumentada, 1974). Lo iba a visitar

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de vez en cuando, entre una y tres veces por año, para conversar, y llevarle co-sas que creía yo que le podían interesar y para recoger títulos y obras que a él le sobraban. Paralelamente le iba yo haciendo llegar mis propias publicacio-nes y trataba de comentarle algunas de las suyas. Teníamos muchos amigos en común. Uno de ellos fue José Luis Martínez, quien presentó a la Academia Mexicana de la Lengua mi candidatura junto con Eulalio Ferrer y Mauricio Beuchot, quien se hizo portador del voto de Gabriel Zaid que había decidi-do retirarse de la Academia. Cada conversación con él, la lectura de cada ar-tículo suyo me abría y abre horizontes. Pongo un ejemplo inmediato. El del artículo “Oficios”, publicado el 24 de septiembre de 2023, en el que mencio-na a José Vasconcelos y a Cristina Pacheco como antenas de la transmisión y conservación de los oficios. Uno de esos oficios es el de editor: ocupación que alía en su radio lo más terrenal y lo más abstracto. Esa ocupación es el eje de su primer libro Los demasiados libroscuya composición se ha ido actualizando cada vez a lo largo de los años y de las ediciones y traducciones.

El de Gabriel Zaid es un nombre asociado a la libertad y a la creatividad, a la práctica de la poesía considerada como un espacio a la vez de la más alta res-ponsabilidad y como un espacio lúdico.

Una de sus facetas menos evidentes es la de editor, la de organizador de ma-teriales y conversaciones ajenas. Empezó muy joven con la obediencia a esta vocación: en 1971 publica un libro que revolucionó la bibliografía de la poe-sía y las letras mexicanas, me refiero al Ómnibus de poesía mexicana, edita-do por Siglo XXI, que incluye una compleja combinación de poesía indígena (no sólo náhuatl), popular (refranes, cánticos y oraciones, arrullos, juegos in-fantiles, coplas, canciones políticas, del campo y los suburbios, corridos, ro-mánticas, poesía burlesca, inocente), poetas de la Nueva España, románticos y modernistas, contemporáneos, amén de un sofisticado juego de referencias e índices. El ejemplar que tengo en las manos de este libro está encuadernado en piel y me ha acompañado en viajes, cabinas de radio, trenes, aviones y auto-

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buses. Ómnibus es no sólo un proyecto literario, sino también un museo vivo e inclusivo de la sociedad pasada y presente. Otro caso de esa labor de rescatis-ta lo dio con la edición de las Canciones completasde Cri-Cri, que han sido re-cogidas en un volumen, que fue prologado por José de la Colina, y contiene comentarios de Alicia y Ana García Bergua, Fernando García Ramírez, Fran-cisco Hinojosa, Hugo Hiriart, Eduardo Lizalde, Eduardo Mejía, Juan José Re-yes, Pablo Soler Frost, Rafael Vargas y Gabriel Zaid, su arquitecto invisible. Fue coeditado por los sellos Clío y sep, en México, en 1999.

De ahí que sea tan significativo de su generosidad inteligente la reciente re-copilación y rescate de “La Vida A Leve”, “la sección lúdica de la revista Vuel-ta”. En este mismo libro el lector podrá encontrar una breve recensión de la misma.

La tarea de “rescatista” y “salvador” es hermana de la de “restaurador” y acaso de la de “curador”. De ahí que no sea descabellado caracterizar a Zaid como un “curador” y un amigo de los rescates, pero, además de eso, está la pre-sencia de él mismo como poeta y como portador de alegría e inteligencia a la conversación. No es poca cosa. Haber podido estar cerca de sus letras y de su voz a lo largo de los años ha sido un gustoso privilegio.

Las entradas a la obra de Gabriel Zaid han sido dictadas por el gusto y las ganas de conversar con el autor y sus lectores. No se trata de una publicación sistemática. Lo que se presenta aquí son senderos de exploración para aden-trarse en una obra compleja y fascinante.

Llama la atención que la obra de este pensador no haya sido objeto, has-ta ahora y hasta donde llega mi conocimiento, de un estudio académico dig-no de su complejidad. Ya sería hora de que lo fuera. Dejan constancia de una amistad personal que ha sido tan formativa como capaz de abrir en mi pro-pia escritura rumbos y horizontes. El título “giros” corrobora que estas evo-luciones se han dado en forma circular. Los giros han sido también calas y exploraciones.

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Agradezco a El Colegio Na-cional y a Bonilla Artigas Editores la posibilidad de reunir estas pági-nas, que buscan ampliar los horizontes y posibilidades de lectura de una de las obras más complejas e íntegras de la cul-tura mexicana contemporánea.

10 de diciembre de 2023

Conciencia del ojo

El vigor de la integración

Gabriel Zaid, al ingresar al Colegio Nacional, leyó el ensayo —home-naje a Daniel Cosío Villegas— “Imprenta y vida pública”: allí vuel-ve a ocuparse de los universitarios que pasan de los libros al poder, y del dominio que tienen las ideas en las repúblicas modernas como fuente de legitimación y de la capacidad de algunos para echar a andar —“avivarla, con-ducirla, organizarla”— esa conversación sin fronteras que es el quehacer cul-tural. Concluimos, por su texto, que hay dos independencias, dos poderes: uno está en la cúspide política y en el decreto; otro en el gobierno que, nos dice Platón, debe tener el sabio sobre su propia alma. Pero existe, además, un ter-cer poder en el cual convergerían los dos anteriores: se trata del de enriquecer la vida pública mediante las empresas culturales: escribir, pero también fun-dar editoriales, periódicos y revistas, animar la vida pública, el ágora de la cul-tura. Zaid ha ponderado las excelencias de esta tercera víade hacer política (y encauzar una vocación de servicio público) haciendo cultura. Obvio e innega-ble, como es lo que dice, el argumento se puede enriquecer si insistimos en al-gunas de sus dificultades.

Así pues, tenemos que los universitarios dejan los libros por amor al poder y que algunos universitarios, desengañados del mismo o conscientes de sus li-mitaciones, vuelven a los libros. Apuntemos que no vuelven indemnes de ese tránsito: el intelectual que ha aspirado a ser presidente y ha renunciado a esa aspiración, al volver al mundo de los libros puedecaer en una tentación: la de

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ser el Presidente de la República de las Letras y asumir la jefatura de la espi-ritualidad, materializada en las empresas culturales. Se trata de una podero-sa tentación. No todos sobreviven a ella y, como no saben dominar su alma, sueñan con llevar la batuta de la conversación que son las letras. No hay que insistir demasiado en que aquí está también presente la codicia y la soberbia características del poder político.

Estas alternativas se dan en diversos planos. Obviamente es en los planos más gruesos donde resaltan las dificultades. Vivimos en una sociedad y el pulso de su orden es perceptible en todo su cuerpo. Por ejemplo, en las uni-versidades y escuelas superiores también aparecen estos poderes y los modos de comportamiento que les son implícitos. Los porros son una ilustración. Sabemos que son estudiantes que no estudian —o que estudian poco— y que practican una política de bandas y de tráfico de influencias en la que se alternan deporte y delito, política y crimen. Por uno de los escasos libros que documentan este fenómeno (Yo, porro, de Olga Durón) sabemos que los po-rros fueron, al menos en algunas instituciones educativas, fuerzas paralelas a las organizaciones de estudiantes y sociedades de alumnos que extraían su legitimidad no sólo de la fuerza bruta sino del tráfico de influencias y favo-res entre los estudiantes y las autoridades por medio de la administración. Para explicar al porro no bastan los motivos económicos —pobreza o codi-cia. Hay que añadir a esas causas otras dos que se pueden documentar amplia-mente en el libro de Olga Durón: un idealismo primario y vagamente épico y una necesidad compulsiva y mimética de crear una identidad tribal. Lo pri-mero se traduce en los golpes, en el coqueteo con la muerte, en la imagen idealizada que de sí mismo tiene el porro. Lo segundo configura una subcul-tura sitiada, una fraseología, turbia y prepotente, una búsqueda de la diferen-cia y de la singularización que es también una renuncia de la independencia. Por otra parte, hay en estos grupos unos ingredientes anti-comunistas que

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sólo son reflejo o consecuencia de su anti-intelectualismo, de su mitología primaria y panfletaria.

Traigo a este debate sobre la integración del intelectual a la figura de los po-rros porque en microcosmos, y en escala y guardando proporciones, el estu-diante, deslumbrado por la materialidad, la impune comodidad de los fraudes escolares, la identidad tribal y la fraseología, se transforma en porro, del mis-mo modo que el intelectual, cegado por los éxitos materiales y mundanos, el dinero, la publicidad, el poder y la facilidad de una fraseología enfática se in-tegra, para decirlo así, a la estupidez, traiciona sus deberes para con el gobier-no de su alma y da la espalda a la investigación desinteresada para entregarse al ejercicio de la conspiración. Hay grados, desde luego, y, por supuesto, dife-rencias. También semejanzas. Yo, porrodocumenta que el presidente de la so-ciedad de alumnos puede y suele ser porro, grillo que trafica con influencias administrativas. Sabemos, por otra parte, que un empresario cultural puede ser un hombre desinteresado. Sin embargo, la experiencia también nos dice que, dada la corruptibilidad del factor humano, el oficio de administrar el saberpuede y suele comportar prácticas indeseables. A veces esas prácticas se tra-ducen en enfrentamientos entre bandasantagonistas y su realización, aunque indeseable, es explicable en esos términos. Hay que decir que muy raramente quien las realiza tiene conciencia de esa batalla entre bandas, y sólo resulta un peón ciego, a pesar de ser un intelectual de luces.

Ciertamente. Algunas de las dificultades que se presentan al intelectual para desempeñarse impecablemente tienen que ver con la avidez material. Hay otras que no son explicables enteramente por este factor. Son, por cierto, las más peligrosas. Una imagen idealizada de sí mismo, una fraseología vaga-mente épica o redentora, una simbología simplificada y una identidad tribal cerrada al diálogo y dispuesta a cualquier fobia y, sobre todo, un marcado an-ti-intelectualismo, una negativa a entender—ésos son algunos de los rasgos

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que definen la comunicación en la subcultura del porro. Curiosamente son muy semejantes a los que un investigador francés —Marc Augelot— ha dis-cernido en La palabra panfletaria. Augelot, en la obra del mismo título, ana-liza libelos de izquierda, centro y derecha, cuyo común denominador es un conjunto de reducciones e imágenes típicas: por ejemplo, la de la amenaza (“la cultura amenazada”, “la patria en peligro”), otra es la de la violencia redento-ra, la de la pureza de las tradiciones nacionales. El intelectual, administre o no el saber, ya sea animador de empresas culturales o se contente con dirigir las propias, puede y suele caer en el uso de la palabra panfletaria. Cuando el em-presario cultural echa mano de fraseologías de esta índole es obviamente sos-pechoso de comulgar con los fuertes y de querer hacer comulgar por la fuerza.

Este fenómeno de las fraseologías previas ha sido y es común y corrien-te en nuestro país. Tiene que ver con cierta cultura oratoria prohijada por los regímenes revolucionarios: Andrés Iduarte, en Un niño en la Revolución Mexicana, describe así los concursos de oratoria: “En estos concursos los con-tendientes tenían que lanzar, primero, un discurso preparado, (...) y, en segun-do término, improvisar sobre cualquier tema que el jurado les disparara como un pistoletazo al cráneo. Los temas, amplísimos, caían como una catapulta so-bre los tiernos cerebros (...): ‘La Revolución Mexicana como fenómeno social’, ‘La doctrina Monroe’ (...), ‘El mestizaje americano’, etc. Los adolescentes en-hebraban necedad tras necedad adquiriendo una desfachatez ejemplar para lanzarlas en público y, al final, soltaban varias sonoridades aprendidas de me-moria, ex profesoinconcretas y nebulosas, de modo que encajaran en cualquier tema, que sirvieran lo mismo para un barrido que para un fregado” (...). “Así se desarrolló en la juventud mexicana la irresponsabilidad intelectual”.

Los empresarios culturales, para seguir usando esa terminología, sobre todo los institucionales, tienden a ese paralelismo. Se sabe que tienen esa pro-pensión y que resulta en ellos habitual.

El poeta sueña

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Convenimos en que eludir los lenguajes hechos es un signo de honesti-dad intelectual. Se trata, sin embargo, de algo sumamente difícil, raro. Cada sector del saber se ha creado un lenguaje, funciona en virtud de un sistema de convenciones que nadie que lo cultive puede eludir: el intelectual ho-nesto no sólo debe rehuir las fraseologías más groseras y primarias del cau-dillaje y la arenga. Si ha de ser creador, intelectual digno de su nombre, se compromete no solamente a conocer el lenguaje de su disciplina sino a in-terpretarlo, a crearse dentro de ese lenguaje un lenguaje propio. Aquí es don-de la mayoría tropieza y no va más allá, pues cada lenguaje, por científico que sea, admite una cierta dosis de creatividad y espontaneidad, y renunciar a esa interpretación es renunciar al lenguaje. La prueba de ello son nuestros perió-dicos en los que todo mundo habla y opina, desde su respectiva especialidad, desde su respectivo lenguaje: a pesar de ello o por ello mismo, tales lengua-jes son convencionales o prefabricados, no hay en lo profundo una interpre-tación de ese lenguaje sino un soslayar opiniones personales dentro de un código gaseoso. Una de las razones de este proceso desastroso para la cultu-ra y que la empobrece es la compulsión periodística de las interpretaciones improvisadas, instantáneas y desechables. No hay que insistir en lo destruc-tivo que esto resulta para la vida pública, materializada en los libros y publi-caciones. El intelectual, puro o ideal, suele refugiarse en un lenguaje para no volver, y no vuelve al mundo, sino después de haber transformado su lengua-je. Pero entre nosotros, ni siquiera se refugia en ese lenguaje, simplemente acude a él para tomar prestados de ahí elementos con los cuales soslayar su pobreza de pensamiento o enaltecer con palabras exquisitas realidades mi-serables.

Se habla de independencia, ¿cuál, aparte de llamar a las cosas por su nom-bre? El hombre de saber, el intelectual —artista o científico— se mueve den-tro y por medio de un lenguaje especializado. Eso no lo salva de usar el lenguaje

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corriente. De hecho, el único modo que existe de salvar el hiato o la distancia que media entre las dos culturas es precisamente enriquecer ese lenguaje, afir-marlo. Para ello, es necesario llamar a las cosas por su nombre, no utilizar el lenguaje de la ciencia o del saber para soslayar los hechos corrientes o compli-car aún más los inusitados. La política del eufemismo es por excelencia la “po-lítica” de los funcionarios regidos por la meritocracia y que violan las reglas del juego civil haciéndole el juego a la jerarquía establecida.

Pero en la actualidad nacional e internacional todos los intelectuales sonfuncionarios de ese cuarto estado que Roger Bartra ha llamado el poder cultu-ral, complementario del poder ejecutivo, el legislativo y el