Nada mexicano me es ajeno - Adolfo Castañón - E-Book

Nada mexicano me es ajeno E-Book

Adolfo Castañón

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Beschreibung

 Archivo abierto y a la par ámbar y cristal, "Nada mexicano me es ajeno: papeles sobre Carlos Monsiváis", reúne una miscelánea textual alborotada pero congruente y crítica. Esta alacena compuesta por 16 pliegos acecha y asedia ese espacio cultural, esa zona amistosa y adversaria llamada Carlos Monsiváis, cifra de una persona, autor de una obra y una escritura, personaje, agonista y protagonista, ícono y aun mito; que atraviesa este tren de papel. El volumen incluye seis cartas intercambiadas entre 1970 y 1972, por Carlos Monsiváis, desde Londres; con el crítico literario mexicano y hombre de letras José Luis Martínez, juiciosamente presentadas por su hijo Rodrigo Martínez Baracs.   "Nada mexicano me es ajeno" es un libro plural sobre una persona multánime. Incluye a su vez una muestra de algunas caricaturas y un recuento de los exvotos luctuosos que periodistas, dibujantes, artistas, caricaturistas, intelectuales y amigos, le dedicaron con motivo de su transición a la otra orilla. Entre estas dádivas destaca la imagen creada por Rafael Barajas Durán "El Fisgón", que se brinda como portada. 

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A través de nuestras publicaciones se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidfades e instituciones públicas de educación superior del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual sólo está comnpleto y tiene razón de ser cuando se comparten sus resultados con la colectividad. El conocimiento como fin último no tiene sentido, su razón es hacer mejor la vida de las comunidades y del país en general, contribuyendo a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad informada y madura, mediante la discusión de las ideas en la que tengan cabida todos los ciudadanos, es decir utilizando los espacios públicos.

Con esta colección Pública Ensayo presentamos una serie de estudios y reflexiones de investigadores y académicos en torno a escritores fundamentales para la cultura hispanoamericana con las cuales se actualizan las obras de dichas autores y se ofrecen ideas inteligentes y novedosas para su interpretación y lectura.

Títulos de la colección

1. México heterodoxo. Diversidad religiosa en las letras del siglo XIX y comienzos del XX

José Ricardo Chaves

2. La historia y el laberinto. Hacia una estética del devenir en Octavio Paz

Javier Rico Moreno

3. La esfera de las rutas. El viaje poético de Pellicer

Álvaro Ruiz Abreu

4. Amigos de sor Juana. Sexteto biográfico

Guillermo Schmidhuber de la Mora

5. Los jeroglíficos de Fernán González Eslava

Édgar Valencia

6. México en la obra de Roberto Bolaños

Fernando Saucedo Lastra

7. Avatares editoriales de un “género”: tres décadas de la novela de la Revolución mexicana

Danaé Torres de la Rosa

8. Los hijos de los dioses. El Grupo filosófico Hiperión y la filosofía de lo mexicano

Ana Santos

9. Los dioses llegaron tarde a Filadelfia. Una dimensión mitohistórica de la soberanía

Ignacio Díaz de la Serna

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de los legítimos titulares de los derechos.

Primera edición en papel, junio de 2017

Edición en libro electrónico: marzo de 2018.

De la presente edición:

D.R. © 2017, Adolfo Castañón

© Bonilla Artigas Editores, S.A. de C.V., 2017

C. Hermenegildo Galeana 111

Col. Barrio del Niño Jesús

C. P. 14080, Tlalpan

Ciudad de México

[email protected]

www.libreriabonilla.com.mx

ISBN: 978-607-8450-95-4 (Bonilla Artigas Editores)

ISBN ePub: 978-607-8560-38-7

Cuidado de la edición:

Bonilla Artigas Editores

Fuensanta Cué Ochoa

Diseño editorial: Saúl Marcos Castillejos

Diseño de portada: Teresita Rodríguez Love

Realización de ePub: javierelo

Imagen de portada: Rafael Barajas Durán, “El Fisgón”.

Foto de solapa: Aurelio Asiain

Hecho en México

Contenido

Umbral escrito un martes de Pascua

Prólogo

I. Monsiváis según Castañón

Carlos Monsiváis: un hombre llamado ciudad

Una experiencia estética de la dialéctica de la secularización

La periferia como eje

El único centro: la crítica. Una conversación en torno a Carlos Monsiváis

La Cátedra Octavio Paz

¿Para qué queremos videntes si sobran los televidentes?

Un premio

Carlos Monsiváis en El Reforma

Para catequizar a Mefistófeles

Linda Egan sobre Monsiváis

Imágenes de la tradición vivao La conquista del presente

Mitos del mitógrafo (Folklore del mestizo, sabiduría del criollo). Sobre Historia mínima de la cultura mexicana del siglo XX

de la reforma por venir. (Breves preliminares a seis textos de Leopoldo Cervantes-Ortiz)

Pequeño diálogo edificante en torno a la figura del cronista

Trazos para una semblanza

Un amigo de Carlos: Francisco Toledo y los dioses errantes de la fábula

II. Repertorio luctuoso y hemerografía póstuma parcial de Carlos Monsiváis (1938-2010)

Esquelas sobre el fallecimiento

Hemerografía póstuma parcial

Caricaturas en diversos diarios y revistas de México

Enlaces y obituarios en internet sobre su fallecimiento

Enlaces posteriores a su muerte

III. Seis cartas de Carlos Monsiváis a José Luis Martínez (1970-1972). Presentadas y anotadas por Rodrigo Martínez Baracs

Carlos Monsiváis

Las cartas

Apéndice

Bibliografía de Carlos Monsiváis

Libros

Textos en la obra de otros autores

Traducciones de su obra

Sobre Carlos Monsiváis

Índice Onomástico

Sobre el autor

A los gatos de Carlos Monsiváis:

Pio Nonoalco, Carmelita Romero, Evasiva, Nana Nina Ricci, Chocorrol, Posmoderna, Fetiche de Peluche, Fray Gatolomé de las Bardas, Monja Desmatecada, Mito Genial, Ansia de Militancia, Miau Tse Tung, Miss oginia, Miss antropía, Caso Omiso, Zulema Maraima, Voto de Castidad, Catzinger, Peligro para México y Copelas o Maúllas.

Umbral escrito un martes de Pascua

Nada mexicano me es ajeno. Papeles sobre Carlos Monsiváis ha sido pensado como un tributo para saldar la deuda que el autor siente hacia este personaje ubicuo e inubicable, en extremo público y a la vez secreto, clave y cifra de la cultura en México y, más allá, de sus aires de familia en el mundo. Castañón tiene conciencia de que hay al menos tres Carlos Monsiváis posibles: una, la persona a la que conoció en 1974, cuando éste tenía 36 años y aquél 22; en segundo lugar, el escritor y periodista que empezó a leer o a saber de él desde 1966 o 1967, desde que lo oía en las series transmitida por Radio UNAM, El cine y la crítica y La Semana en México que es el mismo autor cuya lectura practicó y continuará practicando selectivamente durante su longevidad, a través de libros y artículos; y, en fin, en tercera instancia, el ídolo o fetiche público que da nombre a su leyenda y apellida modos y museos. Sobra decir que las tres estaciones de la entidad monsivaíta se comunican y están relacionadas entre sí aunque ninguna explica a las otras, y en cualquier caso entre ellas hay fisuras, vacíos y espacios que provoca la imaginación del lector.

La voz “deuda” está asociada a la de “vocación”. Constato que Monsiváis fue decisivo en el despertar y consolidación de la vocación literaria de varias generaciones de escritores y artistas mexicanos e hispanoamericanos. En parte, gracias a su acción o en virtud de su reacción, al socaire de su voz y bajo la tensión de su mirada, florecieron y se desarrollaron muchos autores que van desde sus contemporáneos como Juan García Ponce, Hugo Gutiérrez Vega, Sergio Pitol, Margo Glantz, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Martha Lamas; hasta más jóvenes como Jorge Ayala Blanco, Rolando Cordera, Jorge Aguilar Mora, las dos parejas de hermanos: la de Héctor Aguilar Camín y Luis Miguel y la de José María y Rafael Pérez Gay. Héctor Manjarrez, José Joaquín Blanco, David Huerta, Evodio Escalante, Susana Quintanilla, Antonio Saborit, Paloma Villegas, Juan Villoro y una cauda de otros más. Monsiváis supo cultivar el arte de la amistad y de la conversación. Su amigo, cómplice y conjurado Hugo Gutiérrez Vega ha dejado dos posibles imágenes del autor:

RETRATO DE MI AMIGO CARLOS 1

Al fondo la ciudad,

su cielo gris, sus pájaros confusos;

a la derecha un teatro de arrabal

y el reparto de seres

en la noche alburera.

A la izquierda la cultura

entre poeta, sabio

y puta callejera.

Detrás de tus anteojos

miras pasar los seres y las cosas.

Los calificas

y te arrepientes pronto.

Tu arte es rectificar,

contradiciéndote

te mueves sin parar,

siempre estás vivo.

Te ríes

con una forma de tristeza

te duele

tu serena inteligencia.

Nadie conoce tu ser silencioso;

todos se apresuran

a asignarte papeles,

pero huyes;

tú siempre estás huyendo

y eres de esta ciudad

de cielo gris,

de pájaros confusos.

UNA CARCAJADA DE LA CUMBANCHA PARA

CARLOS MONSIVÁIS 2

¡Qué noche más desarrapada!

La reprobaría José Emilio Pacheco3

y Ulalume4 se negaría a escribir sobre ella;

nuestro “miglior fabbro”5 ni tan siquiera la criticaría

(el candoroso Froylán6 es capaz de culturizarla

pero ni la misma Televisa7

se interesaría en el evento).

¡Vaya nochecita, Tlalnepantla la rechazaría

y resultaría obscena para Uriangato!;

Eduardo, Marco, Isabel y Hugo8

se tapan las narices cuando pasa

y Zaid9 la expulsa del cancionero Picot.

¿Qué dirían de ella Castro Leal y J. J. Blanco?10

Tal vez la llamarían coloquial, sencilla, cotidiana y brutal.

Para el primero de ellos

estaría enraizada en el terrón nacional;

el segundo la expulsaría, sin más, de la guía telefónica.

Todos los suplementos culturales

y la Revista de la Universidad

la ignorarían

y me temo que hasta para Caballero sería pelada.

Adolorido hasta los huesos del alma,

me pregunto las causas

de la incultura de esta noche.

¿Por qué es inculta para la cultura culta?

¿Por qué es inculta para la cultura popular?

¿Por qué es inculta para Televisa?

Nadie aclara mis dudas

y esta noche mexicana del mes de octubre de 1977,

se va sin explicaciones y, la muy ignara,

no sabe deletrear su nombre.

Carlos Monsiváis, niño no tan perdido de Portales, iba y venía entre las generaciones y las atmosferas, se acercó desde muy joven a Salvador Novo, se hizo amigo de Efraín Huerta, José Revueltas y Octavio Paz, José Luis Martínez, Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo; cultivó la amistad de pintores como Juan Soriano, Vicente Rojo, Alberto Castro Leñero y de su hermano de tinta corrosiva Francisco Toledo. De los caricaturistas como Rogelio Naranjo y Rafael Barajas, “El Fisgón”. La amplitud de su agenda y de sus contactos, de su carnet de baile entre las artes y las letras, incluía, desde luego, una dimensión política. En cierta medida, esto puede resultar visible en las secciones “Repertorio luctuoso y hemerografía póstuma parcial de Carlos Monsiváis (1938-2010)”, que buscan registrar la amplitud de los muchos adioses que su traducción a la otra orilla suscitó en 2010: más de 420 referencias, más de 20 caricaturas y más de 540 enlaces.

Esta edición de Nada mexicano me es ajeno incluye 16 textos. El primero publicado en 1990.

Monsiváis era, quién lo duda, un editor. Un antólogo, un coleccionista y archivista. En homenaje a esa condición del anfitrión, este libro abre sus páginas a la presencia de las letras y de las seis cartas cruzadas entre José Luis Martínez y Carlos Monsiváis entre 1970 y 1972. Presencia de un diálogo inteligente, entre personas y presencias reales cuya reproducción ha sido posible gracias a Rodrigo Martínez Baracs quien ha tenido a bien preparar una nota para acompañar esos mensajes.

Aunque los ensayos reunidos aquí hayan sido escritos en distintos momentos, los afina el deseo de ser dignos de lectura, es decir, de la atención que les puede conferir la curiosidad de alguien que aspira a conocer mejor las cifras de esos misterios llamados México, la cultura en México, Carlos Monsiváis. Estos papeles han sido llevados al estado escrito en forma intermitente pero cíclica, y han sido dictados por la necesidad de poner en claro ante todo para el autor mismo el enigma múltiple llamado Carlos Monsiváis, su vida, su obra, su práctica, sus combates y esperanzas. El libro aspira a ser ante todo una invitación a leer sus textos y los textos, tanto como las historias reales de los que él se ocupó.

¿Cómo definir ese misterio? Acaso el misterio del hombre de Portales estriba en esa ondulante condición mercurial del camaleón, ese animal peligroso cuya apariencia se sabe desdibujar en lo vegetal o en lo mineral. Sin la adhesión a esa doble mirada intensamente piadosa y compasiva y a la vez implacable y exigente no sería concebible la escritura de los últimos artículos periodísticos de Monsiváis, tan comprometidos con la necesidad de la verdad y la solidaridad, como los que tocaron los temas de los linchamientos en el Estado de México.

El México semi-rural afloró después del sismo de 1985 en una serie de linchamientos como los verificados en Tláhuac el 31 de agosto de 1996 o el 23 de noviembre de 2004. Estos episodios atroces que llevaron a la inmolación por el fuego de un violador a quien se roció con gasolina y que se quemó hasta la muerte, llevaron a Carlos Monsiváis11 a describir a esta comunidad del México semi-rural como una versión del Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad.

La mirada inteligente de Carlos Monsiváis es a la vez la del ojo compasivo y la de la pupila de obsidiana, la del ojo de agua y la del ojo de hormiga.

Para Monsiváis la poesía era un hilo conductor, una brújula y una guía. Hizo antologías de la poesía mexicana cuyos versos se sabía de memoria, más allá de los incluidos en ellas... pues le divertía recitar y cantar no sólo los mejores poemas y canciones sino también los peores, los piorcitos de los mejorcitos… Su capacidad para asociar imágenes y analogías a partir de la poesía y para conectarlas con otros saberes hacía de su discurso un mosaico tan deslumbrante como persuasivo. La poesía como síntoma y como catarsis, como instrumento y método de conocimiento alumbró los senderos de su jardín crítico.

Aunque Monsiváis murió relativamente joven cabría hacer un estudio comparativo entre la prosa abigarrada y alborotada del joven Carlos Monsiváis y la prosodia más tersa del ensayista final. Ese cotejo queda como un encargo para los futuros lectores. Otra tarea pendiente sería la de editar y comentar los intercambios epistolares que sostuvo Monsiváis a lo largo del tiempo con figuras como Octavio Paz (véase “Aclaraciones y reiteraciones a Carlos Monsiváis”, Obras completas,t-XIV, pp. 312 a 323) o con Marcos en La Jornada que por cierto comenta el mismo Paz en su parte sobre “La selva lacandona”, [OC,t-XIV, pp. 270-280].

Este libro no hubiera sido posible sin la amistad y benevolencia de la familia de Carlos Monsiváis encabezada por Blanca Sánchez Monsiváis y de Rodrigo Martínez Baracs, quien dio gentilmente la autorización para que se reprodujeran aquí las cartas cruzadas entre José Luis Martínez y Carlos Monsiváis. Nada mexicano me es ajeno fue el título de una reunión de seis papeles o ensayos publicados por el autor sobre Carlos Monsiváis en la editorial de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, gracias a la hospitalidad del editor y poeta argentino Eduardo Mosches. Ahora el libro se reedita ampliado y revisado con el sello de Bonilla Artigas Editores. El arreglo de estos alborotados papeles lo sufrieron mis asistente Gilda Lugo Abreu, y Verónica Báez y Cristina Villa a quienes los lectores agradecerán su transcripción.

Adolfo Castañón

México, 18 de abril de 2017

Prólogo

Autor de una verdadera enciclopedia mexicana, creador de un arca simbólica donde están representadas prácticamente todas las especies de la fábula y la ficción mexicanas, Carlos Monsiváis es quizá el último intelectual público de México y, sin duda, una de esas figuras que trascienden lo estrictamente literario (holgados méritos tendría para merecer el premio en ese rubro) para afirmar la fuerza de su discurso en el más amplio espectro de la historia y la ciencias sociales.

Carlos Monsiváis (1938-2010) ha sabido estar presente, por lo menos a lo largo de los últimos 30 años, tanto en la historia de la literatura mexicana, de la cultura nacional y de las ideas, como en la reflexión histórica e historiográfica tanto de nuestro país como de la región. Su itinerario escrito ha transcurrido en un ágil diálogo entre (auto) conocimiento, (auto) crítica y reflexión, según deja constancia, por ejemplo, su Antología de la poesía mexicana del siglo XX(…) como el vasto cuerpo inquieto de su palabra, cronista que ha sabido sembrar espejos críticos en el teatro de la sociedad mexicana contemporánea.

No hay género literario, manifestación cultural o debate político que haya pasado inadvertido para su incisiva pluma, para su palabra itinerante y su inteligencia crítica. El centro de gravedad de su itinerario lo dibujan sus libros de crónicas: Días de guardar (1970), Amor perdido (1977), Escenas de pudor y liviandad (1988) y Entrada libre. Crónica de la sociedad que se organiza (1987); dan amplio testimonio de que la inteligencia crítica de Monsiváis no está en modo alguno divorciada de la experiencia intelectual ni la expresión de esa experiencia de la creación de un consistente idioma crítico que va abriendo puertas, por ejemplo, entre la literatura, el arte y el cine, inventando e innovando formas de aproximación al hecho social. A esta vasta masa crítica compuesta por el ejercicio y el oficio del cronista y ensayista, habrá que añadir la tarea infatigable del prologista que lo mismo toca asuntos asociados a la historia nacional en sus diversas fases y fuentes (letras, cine, radio, culturas populares, etcétera) que aborda las cuestiones apremiantes de la agenda política, asociadas al debate público en curso. Y es ahí, en la incansable tarea de la documentación nacional y regional, entendida en el sentido más amplio, donde el lector ve recortarse la figura de un observador de la realidad nacional y aún regional que sabe trascender las fronteras conceptuales o ideológicas para entronizar un discurso nómada, versátil, novedoso y capaz de reinventar tanto los idiomas de la sociología e historiografía como, en general, el de las ciencias sociales.

La invención de un idioma crítico tan masivo como el de Carlos Monsiváis lo hace sin duda, desde hace mucho tiempo, merecedor de una relectura crítica.

Notas

1] Hugo Gutiérrez Vega, Peregrinaciones. Poesía 1965-2001, colección “Letras mexicanas”, FCE, 2002, pp. 243-245.

2] [Las notas de este poema fueron redactadas por Hugo Gutiérrez Vega. Practican guiños de complicidad amistosa y parodian ciertos textos de CM]. Crítico mexicano nacido en 1834 y vuelto a nacer en 1937. También es poeta.

3] Poeta enemigo de las relaciones públicas.

4] Poeta radicada en San Ángel.

5] O. P.

6] Periodista, comunicólogo y rumbero cultural.

7] Institución que, junto con don Agustín Yáñez, “limpia, fija y da esplendor” a nuestra lengua y a nuestros pantalones. Puede ser también sobrenombre del Estado mexicano.

8] Respectivos poetas nacionales de altos vuelos.

9] Cancerbero del Olimpo patrio y señor enojado.

10] Críticos. El primero fue descubierto por C. Colón y el segundo por M. Glantz.

11] “Que esta vez sí detengan a Fuenteovejuna”, Proceso, noviembre 28, 2004.

 

I Monsiváis según Castañón

Carlos Monsiváis: un hombre llamado ciudad 1

For native Spanish she had no great care,

At least her conversation was obscure.

Lord Byron, Don Juan, canto 1, XIII

Nacido en 1938, Carlos Monsiváis pertenece, con José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, a una generación que vivió su infancia en la guerra y su adolescencia en la Guerra Fría. La guerra es la madre que alimenta la imaginación de por lo menos dos de las novelas más importantes de este periodo, Morirás lejos de José Emilio Pacheco y El desfile del amor de Sergio Pitol, y tal vez debiera enmarcarse bajo la sombra de la guerra el perfil ideológico de Carlos Monsiváis, la perseverancia de su dualismo, el clima de asedio que impregna su óptica y su visión de la cultura. En más de una ocasión, Carlos Monsiváis se ha definido públicamente como un hombre de izquierda, y a lo mejor su trayectoria se podría describir como la odisea de un escritor empeñado en demostrar que se encuentra situado no en el polo del miedo sino en el de la esperanza. Para algunos, la congruencia con que ha sostenido este insostenible compromiso hace de él –independientemente de la verdad o de la credibilidad que se conceda a esas creencias–, sin duda, uno de los escritores más respetados y respetables del México contemporáneo. Para otros, esa perseverancia lo ha obligado a un revisionismo constante que lo hace un escritor que busca desesperada e innecesariamente oportunidades para obtener –sin conseguirlo siempre– el respeto y la aprobación públicas. Entre tanto, el versátil y ubicuo prosista se nos va de las manos dejándonos un azufrado olor a mito. Misteriosa, increíblemente el escritor crítico efectivamente dueño de una obra parece buscar una aprobación que no se remite exclusivamente a su obra sino que se funda en un pacto ideológico, en un juego de opiniones emanadas, suscitadas o entrevistas por el personaje. Al alterarse la ecuación entre la experiencia y la forma, entre la verdad y la belleza, la exigencia de verdad del escritor resulta comprometida por la necesidad de indulgencia, de simpatía o de complicidad que busca el escritor transformado en profeta.

Por otra parte, la figura de Carlos Monsiváis en el México contemporáneo es inexplicable si no se toma en cuenta que se trata de uno de los hombres mejor informados de México. Una red siempre móvil y siempre renovada de contactos, relaciones, amistades, encuentros, referencias, lecturas y registros lo mantiene a flote sobre el mar de la atareada e infatigable humanidad mexicana. Por más que escriba y por más que lo leamos, difícilmente agotaríamos el conocimiento que Carlos Monsiváis tiene de México. Pero si bien Monsiváis es en sí mismo una agencia de noticias, si bien hormiguea en él una voracidad volcánica de información y saber históricos, él, en persona, suele ser frío, huraño; se diría que sólo se humaniza ante una cámara de televisión. Con todo, su verdadero rostro lo adivinamos después de algunos minutos de escucharlo por radio. Entonces su voz llega a transformarse en un carnaval. Sí, es una cabeza caliente y no un cerebro frío; un alma perdidamente enamorada del mundo y que ha querido transformar esa maldición en un camino para que el mundo se enamore de ella. La prueba: Monsiváis es uno de los últimos nombres que las multitudes mexicanas sean capaces de reconocer.

La civilización burguesa reconoce en la cultura un signo de bienestar y en el escritor que la cultiva y expresa un índice de su propia fecundidad y una confirmación espiritual de su mundo. En cambio, la cultura en un país subdesarrollado como México tiende a prosperar como un signo del malestar y suele volverse pública cuando refleja la esterilidad, la confusión, el resentimiento. Con perseverancia no exenta de resignación, Carlos Monsiváis se ha hecho eco de esas voces. Exactamente. Tiene algo de murciélago invidente –pues más que ver oye–, que se orienta mejor en la oscuridad. Su medio natural es la barbarie, la intemperie cultural, la excepción crítica. No le atrae la serena mansedumbre de la vida cotidiana, es un hombre desvelado por “los grandes momentos” y no comprende ni le interesa lo que no se puede transformar en histórico, lo que no demuestra el progreso o el retraso de la historia. Documentar ese optimismo equivale a enumerar a los protagonistas secretos de la historia, equivale a recuperar para la historia las fiestas efímeras de una sociedad en nacimiento: la prosa como happening del happening. Se siente la urgencia de los despachos de guerra en esta literatura de la insurgencia civil cuyo foco se desplaza de un lado a otro. Guerra y happening, el apocalipsis en prosa de Monsiváis es, por un lado, el producto más acabado y sazonado de la cultura periodística mexicana que –junto con la lírica– es la tradición escrita más sólida y representativa de la cultura mexicana. Por otro lado, Monsiváis aparece en este país de poetas y periodistas como y un explotador y un viajero. Es un Marco Polo de la miseria y de la opulencia, un agente viajero de la crítica que vive atravesando las fronteras sociales, desde los bajos fondos hasta la izquierda exquisita pasando por las masas y las estrellas, las figuras legendarias y la tragedias, las máscaras y las fiestas. Va en busca del presente perdido en la basura de los periódicos. Es un paseante y un pasajero del tren de la vida que asoma la cabeza para asistir al paisaje cambiante del status. Campo de batalla, parque de diversiones, siempre la Plaza, la cuenca vacía que va llenando paulatinamente la masa con sus ríos –ése es uno de los recursos literarios preferidos por este autor: la crónica de la ocupación y la evacuación de las masas.

Así aparece y desaparece el maestro de ceremonias de la gran comedia nacional, el sacerdote de los cultos bajos, serviles y saturnales. Es el bufón que domina todas las destrezas y las subvierte. Por esta razón es también el único que llora cuando los demás ríen, uno de los pocos que sabe en cuántas piezas se ha roto la patria, uno de los pocos que conoce el dolor de México. A esta amargura se añade la tragedia de todos los grandes viajeros que ha perdido el origen; como si la ciudad hubiese celebrado con él un pacto fáustico y le hubiese revelado todos sus secretos a condición de que él renunciara a su casa. Quien acepta semejante sacrificio, cree que es posible romper el aislamiento, crear un mercado común de ideas y sentimientos, restituir a la historia una dignidad no corrompida por el conformismo. Sacerdote de las fiestas saturnales donde los siervos se coronan y los reyes se arrodillan, Monsiváis es, bajo su ropaje moderno, un hombre del pasado en quien los muertos alientan, el depositario de la historia de que se ha impregnado en su viaje al fondo de la noche triste, en su vuelta arcaica al mundo mexicano a través de sus familias, clanes, grupos y multitudes. Bajo la crónica se adivina otro género que hace formalmente posible esa inmersión en la masa, en los muertos, en el pozo de la historia reflejado bajo la superficie del presente: el sueño, los sueños. El género medieval y luego picaresco llevado a la perfección por Quevedo, es resucitado subrepticiamente por Monsiváis bajo la capa de un nuevo periodismo que combina la parodia, la descripción, la interpolación, la entrevista, la cita, la sentencia, la reflexión sociológica, la indiscreción y el autoanálisis. Si en el sueño tradicional hablan de preferencia los muertos, en los sueños monsivaítas ese lugar lo ocupan las masas, los tipos, las formaciones gregarias, los personajes característicos. Sin embargo, si bien el sueño (a veces pesadilla), es utilizado como forma literaria, es decir, como forma de conocimiento, no queda claro para el lector si Monsiváis quiere o no despertar de ese sueño obsesivo del presente apocalíptico e informe que, paradójicamente, le sirve para eludir el pasado, es decir la forma. Entre tanto es obvio que la lectura bárbara y la rapiña comercial condenan a Monsiváis a aparecer como un escritor pseudocostumbrista en el contexto inminente de una sociedad uniformada aun en el nivel de los fellahs, de los parias, de los intocables. En la mezcolanza insípida de las nuevas clases medias, de la lumpenproletarización de las clases medias ilustradas, de la deserción de los obreros hacia el tianguis y de la entrega del campo a los grandes explotadores industriales, los escritores se enfrentan a la difícil tarea de nombrar la cantidad y enumerar la legión.

Después de su viaje por las castas, las clases y los bajos fondos de un México que ayer parecía antiguo y hoy parece desechable, Monsiváis, el vendedor ambulante de sueños profusos, ha logrado convertir a los adeptos del realismo periodístico en turistas fáciles de un viaje previamente organizado.

Así como el sueño obsesivo de Monsiváis es un sueño del presente –un presente en el que está envuelta la masa, la historia– y paradójicamente soñado para escapar del pasado oficial de la tradición escrita, su puntualidad en relación con la historia es singular, ambigua. Lo grotesco y lo banal, la épica y la trivialidad desembocan tumultuosamente en una prosa que se alimenta de las tradiciones orales: a la taquigrafía y la observación del redactor corresponden los comentarios sin lectura, la admiración fundada en el entusiasmo y la simpatía gregaria e ideológica –religiosa en última instancia– de sus tribus lectoras. El habla y la tradición oral como fronteras de la lectura y de la escritura constituyen la fuerza y la debilidad, responden por la exactitud y la impuntualidad de este proyecto literario que exige ser evaluado en términos de proceso y no de obra. Por otra parte, esa oportunidad de Monsiváis para coincidir con la historia, para descubrirla, para inventarla, para imbuir a la realidad, por banal que sea, con la dignidad de la interpretación; el instinto o el valor que lo llevan a donde quiera que arda Troya, lo obligan a recorrer una superficie y lo hacen superficial, falsamente profundo. No tiene ideas, como dijo Octavio Paz, sino ocurrencias, o diríamos, concurrencias, dichos agudos para la ocasión, pensamientos inesperados para encuentros casuales. Un golpe de dados abolirá a Monsiváis. En su calidad de taquígrafo del juego de la historia –el desvanecimiento de México en la configuración de Norteamérica como región–, de testigo de calidad de las grandes y pequeñas cantidades de la corriente social, Monsiváis da fe, aparece invariablemente como un precursor o un sobreviviente. Parece el único contemporáneo de todos los hombres que se mueven bajo el firmamento de todos los tiempos mexicanos. Pero –misterio– llega a la fiesta antes de que ésta empiece, se va antes de que concluya e incluso cuando se queda parece extrañamente ausente. Es natural: cada palabra registrada, cada hecho observado despiertan en él una tempestad de asociaciones y al observador lo separa de la realidad una vidriera sociológica e interpretativa. Lo vemos observar; lo vemos repetir para sí mismo lo que los otros dicen. ¿Verdad que más que observador escrupuloso e imperturbable Monsiváis es un hombre que escucha? Sabe quién habla y para quién, reconoce desde dónde habla cada quien. Esta facultad –casi un instinto– para situar moralmente a un interlocutor hace de Monsiváis un explorador ideal de lo que podría llamarse la geografía del status mexicano y aun diríamos latinoamericano. Esa facultad parece insinuar que en Carlos Monsiváis se encubre uno de los grandes novelistas mexicanos del siglo XX.

Oscilando entre el periodismo, la crónica, la historia, la fábula, la agonía y el éxtasis, la palabra de Monsiváis ha eludido cuidadosamente la creación de personajes al tiempo que rescata –con el mismo escrúpulo– mundos, climas y modismos, voces y ambientes particulares, regionales. De ahí que encarne la última voz intraducible en que se reconocen las masas mexicanas antes de iniciar definitivamente el éxodo hacia la uniformidad sin fronteras; de ahí también que uno de los escritores mexicanos e hispanoamericanos más dotados e inteligentes de nuestro siglo corra el riesgo de no acceder verdaderamente a la literatura –es decir a la intuición de la persona a través de la palabra, a la creación de personajes– y de quedar en la memoria del futuro y en el presentimiento de los lectores en otras lenguas como una leyenda milagrosa e inexplicable. Tom Wolfe –diría Truman Capote– no durará.

Entre la multitud de cabezas tibias, frías o calientes Carlos Monsiváis pertenece a la rarísima especie de Tiresias, con un hemisferio ardiente e infernal y otro helado, angélico. Interés impersonal, entomológico, por los hombres, pasión personal por las creencias, convicción visceral de que existe una geometría de los apetitos sociales, tales son los factores de la combinación singular que respalda la vivacidad de su burlona misericordia. Tal es la paradoja de este cronista, heredero alborotado y descastado de Bernal: odia y ama, compadece y se burla, lo devora una pasión avasalladora por el mundo pero no corre en su pasión, en su vida, en el carácter simbólico de su propia autobiografía. Gracias a esa herida, a esa desgarradura puede encarnar la frontera y protagonizar y representar la incertidumbre espiritual de México, el doloroso enigma del aislamiento.