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Bianca 1994 Aquél era un implacable acuerdo de matrimonio a la italiana Nadie iba a obligar a un Marcolini a divorciarse. Y menos una ambiciosa mujer que podía marcharse con la fortuna de la familia. Antonio Marcolini estaba dispuesto a que Claire pagara. Y tenía el plan perfecto para vengarse: le exigiría que pasara tres meses con él, como marido y mujer. Nada conseguiría interponerse en su camino. Pero Claire era inocente. ¿Cómo podía conseguir demostrarlo antes de que su marido le hiciera chantaje para que volviera a ser su esposa?
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Seitenzahl: 188
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Melanie Milburne
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor a la fuerza, n.º 1994 - noviembre 2022
Título original: The Marcolini Blackmail Marriage
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-306-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
ERA lo último que Claire hubiera podido imaginar. Se quedó mirando a la abogada unos segundos intentando comprender lo que le había dicho.
–¿A qué se refiere con que no accede? –le preguntó.
–Su marido me ha comunicado que se niega a firmar los papeles del divorcio –respondió la abogada–. Lo dejó muy claro. Insiste en verla a usted antes.
Claire suspiró inquieta. Había esperado poder evitar cualquier contacto directo con Antonio Marcolini durante la estancia de él en Sidney. Ya habían pasado cinco años. Había creído que, después de una separación tan prolongada, el divorcio sería una mera formalidad. Haber dejado todo el asunto en manos de una abogada había parecido la manera más rápida y cómoda de hacerlo.
Tenía que seguir adelante.
–A menos que tenga alguna razón concreta para no tratar con él, le aconsejo que acceda cuanto antes –continuó Angela Redd–. Es posible que lo único que quiera sea terminar todo esto de una forma más personal. Legalmente, no puede oponerse al proceso de divorcio, pero el que estén ustedes de acuerdo hará las cosas mucho más sencillas. Y más baratas.
Claire sintió pánico ante la idea de tener que pagar más facturas. En aquel momento, un largo proceso legal podía conducirle a la ruina. ¿Por qué querría verla Antonio después de tantos años? El modo en que la relación entre ambos había terminado nunca le había hecho pensar en que volverían a sentarse a charlar amigablemente.
–Supongo que no pasa nada por quedar con él –dijo Claire finalmente con desasosiego.
–Considérelo como el último esfuerzo –le aconsejó la abogada levantándose para dar por terminada la reunión.
Terminado. Eso era lo que quería ella, que todo terminara. Por eso había iniciado los trámites del divorcio. Había llegado el momento de dejar el pasado atrás. Se merecía una nueva vida.
Cuando abrió la puerta de su apartamento, el teléfono estaba sonando.
–¿Hola? –preguntó dejando el bolso y las llaves sobre la mesa.
–Claire.
Se aferró con todas sus fuerzas al auricular para contener la sorpresa y los nervios de escuchar la voz de Antonio de nuevo. Si reaccionaba así ante una simple palabra suya, ¿cómo iba a ser capaz de mantener una conversación entera? El corazón le estaba latiendo con fuerza y respiraba con dificultad.
–Claire –repitió su nombre con su profundo acento, consiguiendo que todo su cuerpo se estremeciera y la sangre corriera a toda velocidad por sus venas.
–Antonio… –dijo cerrando los ojos para intentar concentrarse–. Yo… Estaba a punto de llamarte.
–Entonces es que ya has hablado con tu abogada, ¿verdad?
–Sí, pero…
–No voy a aceptar un no por respuesta. Si no accedes a quedar conmigo, no firmaré nada.
–¿Crees que puedes darme órdenes como si fuera una marioneta? –preguntó irritada por su arrogancia–. Yo no soy tu…
–Quiero que nos veamos –la interrumpió Antonio–. Es la mejor forma de hacer las cosas.
–Creía que estabas aquí para promocionar tu organización, no para charlar con la que muy pronto será tu ex mujer –dijo intentando aparentar frialdad.
Miró de reojo el periódico que había dejado sobre la mesa y en el que se anunciaba la llegada de Antonio a la ciudad. Cada vez que veía su fotografía al pie del artículo, le recorría la espalda un escalofrío.
–Sí, voy a estar tres meses en Australia para administrar las obras de caridad que he empezado a hacer en Italia –dijo él.
Claire ya había oído hablar de FACE, la organización sin ánimo de lucro que había fundado para ayudar a pacientes con graves deformaciones faciales a través de la cirugía. Había invertido millones de dólares en el proyecto. Había seguido sus progresos a través de la página web de la organización, maravillándose por los milagros que había conseguido.
Pero, al final, siempre había acabado volviendo a la cruda realidad. Los milagros sólo les ocurrían al resto de las personas, no a ella. El fracaso de su matrimonio con Antonio era la mejor demostración.
–Me resulta extraño –continuó Antonio–, que no te hayas imaginado que me gustaría verte en persona.
–Dadas las circunstancias, no me parece apropiado –replicó ella–. No tenemos nada de qué hablar. Ya dijimos todo lo que había que decir la última vez.
Claire recordó la amarga y agresiva discusión que habían mantenido cinco años antes. Había conseguido sacarla de sus casillas, había permanecido a distancia, mirándola con frialdad, y ella no había sido capaz de otra cosa más que de lanzarle insultos y descalificaciones.
–No estoy de acuerdo –dijo él–. Si no recuerdo mal, la última vez fuiste tú la única que habló. Esta vez me gustaría hacerlo a mí, para variar.
–Mira, hemos estado separados cinco años…
–Ya sé cuánto tiempo hemos pasado separados –la interrumpió de nuevo Antonio–. Es una de las razones por las que he venido a Australia.
–Creía que lo habías hecho para promocionar tu organización… –dijo ella sorprendida.
–Y así es, pero no pienso pasar tres meses dedicado exclusivamente a eso. Quiero pasar algunos días de vacaciones y verte a ti.
–¿Por qué? –preguntó ella.
–Te recuerdo que, legalmente, seguimos casados.
–Déjame adivinar –dijo ella–. Tu última amante no ha querido venir hasta aquí contigo y estás buscando a alguien con quien matar el tiempo estos tres meses. ¿Me equivoco? Pues olvídalo, Antonio.
–¿Es que estás saliendo con alguien?
Claire respiró hondo. ¿Cómo podía pensar que ella era capaz de superar tan fácilmente la muerte del hijo que habían tenido como había hecho él?
–¿Por qué quieres saberlo?
–No me gustaría meterme en el terreno de nadie –respondió Antonio–. Aunque, de todas formas, si es el caso, habría formas de tratar la cuestión.
–Sí, bueno… Los dos sabemos que ese tipo de cosas nunca te han detenido, ¿verdad? Todavía recuerdo haber leído la aventura que tuviste con una mujer casada hace dos años.
–Fue todo un bulo, Claire. La prensa siempre está inventándose cosas sobre mí y sobre Mario. Lo sabes de sobra. Te lo dije cuando nos conocimos.
Tenía que reconocer que, desde el principio, Antonio se había esforzado por enseñarle cómo debía tratar con la prensa y cómo debía interpretar sus noticias. Antonio y Mario, los dos hijos del millonario hombre de negocios Salvatore Marcolini, eran objetivo de los periodistas constantemente. Eran fotografiados a todas horas del día y se les relacionaba sentimentalmente con todas las mujeres a las que veían.
Para Claire había sido demasiado. Ella siempre había sido una chica de campo. Nunca había estado acostumbrada a ser el centro de atención. Había crecido junto a sus hermanos en un tranquilo pueblecito de Outback New South Wales, ajena al glamour y la sofisticación de las grandes ciudades. En realidad, su vida seguía siendo modesta ahora que era estilista en una pequeña ciudad de las afueras.
Aquél había sido un abismo que les había mantenido siempre alejados. Procedía de una clase social muy diferente a la de él, una diferencia que la familia de Antonio se había esforzado constantemente en subrayar. Nunca habían considerado a una estilista australiana de veintitrés años como una buena esposa para su preciado hijo.
–Voy a estar hospedado en la suite del ático del hotel Hammond Tower –dijo Antonio.
–Cómo no… –ironizó ella.
–¿Creías que alquilaría una casa sólo para tres meses?
–No, claro que no –respondió–. Simplemente, creo que el ático de ese hotel está muy por encima de las posibilidades de aquéllos que se dedican a hacer obras de caridad.
–Para dedicarme a esto no es necesario que duerma todas las noches en un banco del parque, aunque seguro que te encantaría verme así, ¿verdad?
–No quiero verte, ni en el banco de un parque ni en ningún sitio.
–No es negociable, Claire. Tenemos cosas de las que hablar y debemos tratarlas en privado. Me da igual el lugar.
Pero a Claire no le daba igual. No quería que Antonio fuera a su pequeña y desordenada casa. Ya era suficiente con tener que vivir de los recuerdos de sus besos, sus abrazos, del calor de su cuerpo. Nunca los había olvidado. Seguían tan vivos como el primer día. No podía dejarle entrar en su casa y arriesgarse a tenerle cerca.
–Te lo repito, Claire –insistió él al ver que ella no decía nada–. Puedo estar en tu casa en diez minutos o puedes venir aquí, lo que prefieras.
Claire lo pensó por un momento. Quedar en su casa sería demasiado privado, demasiado íntimo. Por el contrario, hacerlo en su hotel sería demasiado público. ¿Y si se encontraban con la prensa? Una instantánea de ellos dos juntos podría dar motivo a las especulaciones que había logrado evitar cinco años antes.
Finalmente, decidió que no estaba preparada para que Antonio fuera a su casa.
–Iré yo –dijo resignada.
–Te estaré esperando en el Piano Bar. ¿Quieres que envíe un coche a buscarte?
Ya se había olvidado de los lujos a los que estaba acostumbrado Antonio. Si aceptaba, no iría a buscarla un coche cualquiera, sino una limusina o el último modelo de deportivo. Le dieron ganas de echarse a reír al pensar en el destartalado coche que tenía ella.
–No –dijo orgullosa–. Iré por mi cuenta.
–Como quieras. ¿Quedamos dentro de una hora?
Claire asintió y colgó el teléfono, nerviosa por tener que verle otra vez.
Si no quería el divorcio, ¿qué quería? Su matrimonio estaba muerto, no había ninguna razón para darle vueltas.
Sintió una profunda pena al pensar en la hija que habían tenido. De no haber muerto, tendría cinco años y estaría ya empezando el colegio. Tendría el pelo oscuro y los mismos ojos que su padre. ¿Habría pensado Antonio alguna vez en ella? ¿Se habría despertado alguna noche creyendo oír sus llantos? ¿Habría echado de menos tenerla en brazos? ¿Habría mirado alguna vez la fotografía de la pequeña? ¿Habría sentido alguna vez que sus ojos no hubieran llegado a abrirse nunca?
«Seguro que no», pensó mientras se cambiaba de ropa. Sacó un vestido negro que tenía guardado desde hacía algunos años. Le quedaba grande, pero tampoco tenía la intención de impresionarle. Eso prefería dejarlo para las supermodelos con las que estaba acostumbrado a salir.
EL HOTEL Hammond Tower estaba en el centro. Tenía unas maravillosas vistas al puerto y al elegante edificio del Opera House. Pero, al contrario que la mayoría, tenía una sofisticada ambientación clásica conseguida gracias a su decoración art-decó y a los uniformes de sus empleados. Cuando Claire entró en el vestíbulo, creyó retroceder en el tiempo, a una época más elegante.
Se dirigió al Piano Bar intentando controlar los nervios. Antonio estaba sentado en un sofá lleno de cojines de plumas. Se levantó en cuanto la vio. Claire se estremeció. Seguía siendo tan alto como antes. Y ella seguía pareciendo muy pequeña a su lado.
–Claire.
Sólo había pronunciado su nombre, pero ella sintió como si se hubiera producido un terremoto en su interior. Le observó atentamente, intentando fijarse en cada detalle. ¿Intentaría acercarse a ella? ¿La tocaría? ¿Debía dar ella el primer paso? ¿Debía darle dos besos o estrecharle la mano? ¿Debía quedarse donde estaba, con el corazón encogido y las manos temblorosas?
Apenas había cambiado. No había rastro de canas en su pelo, aunque ya tenía treinta y seis años. Su piel seguía tersa y su rostro suave. El traje de diseño italiano que llevaba realzaba su extraordinario físico, sus hombros anchos, sus poderosas piernas y sus estrechas caderas.
–Antonio… –consiguió decir finalmente, maldiciéndose por mostrar tanto nerviosismo.
–¿Quieres sentarte? –le preguntó extendiendo la mano.
Seguía siendo tan correcto y formal como antes. Claire se sentó de forma que sus piernas quedaran lo más lejos posible de él.
–¿Qué quieres tomar? –preguntó avisando al camarero.
–Un poco de agua mineral –respondió Claire–. Tengo que conducir.
Antonio pidió una botella para ella y una copa de brandy para él.
–Estás más delgada –dijo.
–¿Es una crítica o una observación? –replicó irritada.
–No es una crítica.
–¿Podemos ir al grano, por favor? –le preguntó cruzándose de brazos–. ¿Puedes decirme por qué estamos aquí para que pueda volver a mi vida?
–¿A qué vida? –replicó él apoyando la espalda en el sofá y mirándola fijamente.
–Tengo mi propia vida, Antonio. Y tú no estás en ella.
–Tenemos que discutir algunas cosas –dijo él sonriendo–. Hemos estado separados mucho tiempo, y debemos decidir qué vamos a hacer a partir de ahora.
–¿A partir de ahora? Yo te lo diré. Vamos a poner fin a nuestro matrimonio de inmediato.
Antonio guardó silencio unos instantes para reconocer los ojos azulados con destellos verdes de Claire, las suaves líneas de sus labios. Sobre su piel blanca como la crema destacaban pequeñas pecas que le daban un aire cautivador de mujer accesible y sencilla. Todos los hombres se habían dado la vuelta cuando había entrado. Pero lo más conmovedor era que ella parecía ignorar el efecto que producía en el sexo opuesto, el poder de sus encantos femeninos.
–¿Y si te dijera que no quiero el divorcio? –le preguntó.
Claire tomó la botella de agua que le acababa de dar el camarero, la puso sobre la mesa y le miró.
–¿Qué has dicho?
–Ya me has oído –respondió él sonriendo.
–Pues sería un problema, Antonio, porque yo sí quiero el divorcio.
–Si es verdad, ¿por qué no has hecho nada en todo este tiempo?
–Yo… Lo fui dejando, preferí no molestarme. Ya habías salido de mi vida y de mi cabeza.
–Y ahora que estoy aquí, ¿quieres ponerle de repente fin a todo?
–Lo nuestro terminó hace cinco años, Antonio, ¿es que no te has enterado?
–¿Y por qué? –preguntó él irritado, mostrando una emoción por primera vez desde que había entrado en el hotel–. ¿Porque necesitabas echarle la culpa a alguien de todo lo que pasaba y era yo el que estaba más cerca?
–Me traicionaste –respondió Claire–. Me traicionaste cuando yo estaba en un momento muy malo. Nunca te perdonaré por ello.
–¿De modo que todavía sigues aferrada a esa historia de que fui desleal contigo en los últimos meses de nuestra relación?
–Yo sé lo que vi –respondió ella en voz baja para que nadie pudiera escuchar la conversación–. La estabas abrazando, no lo niegues.
–No lo niego. Daniela era y sigue siendo una amiga de la familia. Lo sabes de sobra. Te lo dije cuando nos conocimos.
–Sí, pero lo que no me dijiste fue que habíais sido amantes durante más de un año antes de que tú y yo nos conociéramos. A lo mejor para ti era un detalle sin importancia, pero para mí no.
–No quería ofenderte hablando de las mujeres con las que había estado, sobre todo teniendo en cuenta que tú no tenías mucha experiencia.
–Bueno, ya aprendí lo suficiente estando contigo un año –dijo Claire con amargura.
–¿Por qué no lo sueltas, Claire? ¿Por qué no les dices a todos los presentes cuál fue la verdadera razón?
Miró a su alrededor. Algunas personas les estaban mirando.
–¿Puedes bajar la voz, por favor? –le pidió–. La gente nos está mirando.
–Que miren.
–¿Podríamos ir entonces a algún sitio donde podamos estar solos? –le pidió.
–Por supuesto –respondió Antonio–. Sígueme.
Lo siguió hasta unos ascensores que estaban cerca del Piano Bar. Claire entró en uno de ellos y se quedó en una esquina, lo más alejada posible de él. Antonio pasó su tarjeta por el lector y el ascensor subió hasta el ático. Claire estaba cada vez más nerviosa.
Las puertas se abrieron y Antonio se hizo a un lado para que pasara. Al hacerlo, Claire sintió el penetrante aroma de su aftershave, una fragancia que evocó miles de recuerdos, momentos en los que sus cuerpos habían yacido entrelazados y exhaustos por la pasión.
Antonio abrió la puerta de la suite y extendió la mano para invitarla a entrar. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, sintió como si hubiera entrado por su propio pie en una trampa y, para disimular su desasosiego, empezó a deambular por todas partes, mirando el paisaje que se divisaba a través de las ventanas.
–¿De modo que quieres el divorcio? –preguntó él como si se tratara de una empleada que acabara de pedirle un aumento de sueldo.
–No puedes negarte, Antonio. Llevamos separados mucho tiempo. No tiene sentido.
–Si lo que quieres es el divorcio, te lo daré. Pero sólo después de que hayas pasado conmigo tres meses.
–No estoy segura de haberte entendido –dijo Claire frunciendo el ceño–. ¿Me estás diciendo que quieres intentar retomar nuestra relación?
–Me gustaría que lo intentáramos, Claire. Y esta vez en tu tierra, no en la mía.
–Cielo santo… Estás hablando en serio… Antonio, ¿es que te has vuelto loco? ¿De verdad habías pensado que aceptaría?
–Tres meses no es nada. ¿Qué perdemos por intentarlo? Así los dos podremos estar seguros de que divorciarnos es la decisión correcta.
–En lo que a mí respecta, ya tomé esa decisión cuando regresé a Sidney.
–Tomaste aquella decisión en un momento acalorado –dijo él–, después de un mal momento.
–¿Ahora te refieres a ella como un mal momento?
–Sabía que reaccionarías así –suspiró Antonio–. Es imposible hablar contigo sin que tergiverses mis palabras para intentar demostrar que no me preocupé por ella. Maldita sea, Claire, sabes perfectamente que no es verdad. La quería más que a ninguna otra cosa en este mundo.
Los sentimientos de Claire empezaban a estar fuera de control.
Sí, Antonio había querido aquel bebé.
–Di su nombre, por el amor de Dios –le espetó–. ¿O es que lo has olvidado? ¿Es eso, Antonio? ¿Ya te has olvidado de ella?
–No hagas esto, Claire. No sirve de nada.
Se estaba descontrolando, igual que le había ocurrido tantas veces en el pasado. A él, en cambio, siempre se le había dado bien mantener la compostura, lo que convertía la actitud de ella en humillante. Y le odiaba por ello. ¿Cómo podía estar allí de pie delante de ella de una forma tan fría e impersonal como si nada hubiera pasado?
–Claire, mi proposición va en serio.
–Pues siento informarte de que vas a tener que arreglártelas tú solo, Antonio. Lo último que haría sería aceptar volver contigo. Ni por tres meses ni por tres días.
–Deberías replanteártelo –dijo él después de observarla detenidamente en silencio–. Sobre todo después de lo que le ha pasado a uno de tus hermanastros.
–¿Cómo? –preguntó ella preocupada–. ¿A quién te refieres? –añadió deseando que no se tratara de Isaac.
«Por favor, que no sea Isaac».
Callum había tenido sus más y sus menos con las autoridades en el pasado, pero tenía un carácter fuerte y sabía cuidar de sí mismo. Isaac, en cambio, siempre había sido el más vulnerable. Su férreo sentido de la lealtad y su temperamento explosivo le habían llevado a meterse en problemas en más de una ocasión.
–Isaac –respondió Antonio.
–¿Qué…? ¿Qué se supone que ha hecho?
–Veo que no te sorprende del todo que se haya metido en un lío.
–Sí, Isaac tiene una forma de ser que a veces puede ser problemática. Pero no alcanzo a entender qué tiene que ver contigo.
–En este caso, tiene mucho que ver conmigo. Y contigo.
–¿Qué quieres decir?
–Tu hermano me robó el coche esta tarde y se fue a dar una vuelta con él –respondió Antonio.
No podía ser. De todos los coches de la ciudad, ¿por qué había tenido que elegir el suyo? Sabía que Isaac estaba en Sidney. Había llegado hacía unos días con unos amigos para hacer surf. Incluso había ido a visitarla y se había quedado a dormir una noche en su casa. También le había pedido dinero para comprarse ropa.
–¿Ha sufrido el coche algún daño? –preguntó ella esperando que no fuera así.
–Ninguno que no se pueda reparar si pasas tres meses conmigo –respondió.
–¿Me estás haciendo chantaje?
–No exactamente. Si te lo estuviera haciendo, no tendrías elección. Y no es así. Sólo te estoy dando una oportunidad. O pasas conmigo los próximos tres meses aquí en Sidney o presentaré cargos contra él. ¿Qué prefieres?
CLAIRE sintió un frío glacial por todo el cuerpo cuando se levantó y miró sin decir palabra a aquel hombre al que una vez había amado más que a su propia vida. No daba crédito a lo que le acababa de proponer. Pero la alternativa que tenía era aún peor. Nunca podría perdonarse a sí misma si llegaban a detener a Isaac, y no digamos a meterle en la cárcel, sabiendo que había tenido ella en su mano la forma de evitarlo. Callum le había hablado en cierta ocasión de las cosas tan terribles que sucedían habitualmente en los centros penitenciarios. No era precisamente justicia lo que imperaba en ellos.
Pero volver de nuevo a las andadas, a esa relación conyugal que tantos dolores de cabeza y sufrimientos le había ocasionado, podría ser superior a sus fuerzas. ¿De dónde sacaría la entereza necesaria?