AMOR ANIMAL - Lana Ferguson - E-Book

AMOR ANIMAL E-Book

Lana Ferguson

0,0

Beschreibung

Dos lobos que cambian de forma, una relación falsa y una conexión apasionante que resultará más real de lo que imaginan. Mackenzie Carter ha tenido un desastre de citas últimamente. Desde un experto en maquetas de trenes hasta un tipo extrañamente obsesionado con su cola… Y nada indica que vaya a mejorar. A solo un año de la residencia, la obsesión de su abuela porque encuentre pareja y siente la cabeza, la va a volver loca. En un momento determinado y al sentirse acorralada, solo se le ocurre decir que ha conocido a alguien y el primer nombre que le viene a la cabeza es: Noah Taylor, el lobo feroz del Hospital General de Denver. Y precisamente ¡el último hombre con el que saldría! Noah Taylor, un cardiólogo de renombre y mal genio, ha pasado toda su vida ocultando lo que es: un lobo alfa que cambia de forma, el más fuerte, poderoso y amenazador de la manada. Por si fuera poco, todavía no ha encontrado a su omega, la cambiaformas destinada a pasar toda su vida a su lado, la única capaz de calmar sus brutales instintos. Hasta ahora había mantenido su designación en secreto, pero una denuncia anónima hace que todo salga a la luz. A Noah le quedan dos opciones: sincerarse ante el consejo y arriesgar su carrera, o buscarse una pareja. Y ahora la médico de urgencias, le pide que sea su novio falso, el mismo día que lo llaman para reunirse con la junta, tiene que ser el destino, ¿verdad? Esta transacción será muy beneficiosa para ambos, pero lo que comienza como un acuerdo temporal por conveniencia pronto se convierte en un deseo incontrolable… Y más rápido que una luna cambiante, Mackenzie y Noah se darán cuenta de que la conexión que los une puede ser más fuerte que cualquier instinto animal.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 489

Veröffentlichungsjahr: 2025

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Dos lobos que cambian de forma, una relación falsa y una conexión apasionante que resultará más real de lo que imaginan.

Mackenzie Carter ha tenido un desastre de citas últimamente. Desde un experto en maquetas de trenes hasta un tipo extrañamente obsesionado con su cola… Y nada indica que vaya a mejorar. A solo un año de la residencia, la obsesión de su abuela porque encuentre pareja y siente la cabeza, la va a volver loca. En un momento determinado y al sentirse acorralada, solo se le ocurre decir que ha conocido a alguien y el primer nombre que le viene a la cabeza es: Noah Taylor, el lobo feroz del Hospital General de Denver. Y precisamente ¡el último hombre con el que saldría!

 

Noah Taylor, un cardiólogo de renombre y mal genio, ha pasado toda su vida ocultando lo que es: un lobo alfa que cambia de forma, el más fuerte, poderoso y amenazador de la manada. Por si fuera poco, todavía no ha encontrado a su omega, la cambiaformas destinada a pasar toda su vida a su lado, la única capaz de calmar sus brutales instintos. Hasta ahora había mantenido su designación en secreto, pero una denuncia anónima hace que todo salga a la luz.

 

A Noah le quedan dos opciones: sincerarse ante el consejo y arriesgar su carrera, o buscarse una pareja. Y ahora la médica de urgencias le pide que sea su novio falso, el mismo día que lo llaman para reunirse con la junta… Tiene que ser el destino, ¿verdad?

 

Esta transacción será muy beneficiosa para ambos, pero lo que comienza como un acuerdo temporal por conveniencia pronto se convierte en un deseo incontrolable… Y más rápido que una luna cambiante, Mackenzie y Noah se darán cuenta de que la conexión que los une puede ser más fuerte que cualquier instinto animal.

LANA FERGUSON es una fanática del sex positive y sus obras siempre tienen una buena dosis de picante. Cuando no está escribiendo, la encontrarás cantando canciones de musicales, discutiendo sobre por qué Batman es el mejor superhéroe y obligando a sus amigos a ver las ediciones extendidas de El Señor de los Anillos. Lana vive casi siempre en su cabeza, pero a veces se la puede encontrar persiguiendo a su corgi por algún que otro bosque.

A mi más vieja amiga, quien en el momento de la publicación de este libro, seguro que todavía no ha terminado de leerlo por ese «tema raro de los lobos». Te quiero, idiota. No sabes lo que te estás perdiendo.

CAPÍTULO 1Mackenzie

—Estoy viendo a alguien.

En retrospectiva, mentir fue mucho más fácil de lo que creía. No es plato de buen gusto mentirle a la mujer que te ha criado desde los doce años, pero, después de siete citas fallidas (¿o son ocho?; la verdad, ya he perdido la cuenta) en tres meses, parece necesario.

La reacción de mi abuela Moira es inmediata, tal como imaginaba.

—¿Qué? ¿A quién? ¿Es alguien del trabajo? ¿Lo conozco?

Sé que si no interrumpo esta retahíla de preguntas, enseguida se convertirán en un interrogatorio policial.

—No —respondo al momento—. No lo conoces. —Al menos esa parte no es del todo mentira, ya que yo tampoco lo conozco, pues no existe.

Mi abuela tiene buenas intenciones, no puedo decir lo contrario, pero su gusto en hombres (tanto humanos como cambiaformas) es pésimo. He tenido citas con cambiaformas expertos en modelismo ferroviario que querían olerme ya en la primera cita, y he tomado café con humanos analistas de datos que me preguntaron si podía conservar la cola cuando estoy en mi forma humana (ni siquiera quiero ahondar en el proceso mental que se oculta tras esa pregunta). Y todas esas citas fracasadas enfatizan la idea de que estoy mejor si me enfoco en mi trabajo en vez de en la ilusión de mi abuela de que encuentre a un hombre agradable con el que asentarme y darle muchos nietos. Como si no tuviera suficientes cosas con las que lidiar. A veces pienso que, cuando se trata de mi condición de animal omega, ella no es mejor que los hombres con los que me organiza citas.

Sé que mi condición es poco común, pero eso no me hace muy diferente a todos los demás cambiaformas. Quizá antes sí, cuando los cambiaformas aún vivían ocultos, siguiendo unas reglas jerárquicas desconocidas para el resto del mundo, pero ahora solo implica que llevo adosado el sambenito de que soy mejor en la cama que otros cambiaformas. Juro que todas las personas a las que se lo he contado esperaban que me pusiera caliente inmediatamente; por lo tanto, ahora me reservo esa información.

—¿Desde cuándo salís? ¿Qué edad tiene? ¿Es un cambiaforma? Sé que estás muy ocupada, cariño, pero no me estoy haciendo más joven, y me encantaría escuchar las risas de…

—Abuela, es demasiado pronto para pensar en eso. —Me estremezco solo de pensar en bebés llorones—. No hace mucho. Es algo muy, muy reciente. Prácticamente aún está dentro del envoltorio.

—Ah, Mackenzie, ¿por qué no me lo has dicho? ¿Quieres romperme el corazón?

—Sabes que el trabajo me desborda en estas fechas. Ha habido cuatro riñas de bar en el último mes, sin mencionar las colisiones múltiples a causa del hielo en las carreteras… Urgencias es una absoluta pesadilla. Creo que estoy desarrollando un síndrome del túnel carpiano de tanto suturar.

—Trabajas demasiado, cariño, ¿no podrían transferirte a un área menos… ajetreada?

Suele hacer esa pregunta, pero ya sabe la respuesta. Me encanta trabajar en urgencias. Incluso en los peores días, me voy a dormir sabiendo que estoy salvando vidas.

—Abuela…

—Sí, sí. Entonces, háblame del hombre, al menos dime de qué especie es —insiste, y sé cuál es la respuesta más obvia para mantenerla tranquila.

—Es un cambiaforma —afirmo, aún inquieta después de mentirle—. Lo adorarás. —Basándome en la certeza de que enseguida adivinaría la mentira si le dijera que lo he conocido en cualquier otro sitio, dado que no voy a ningún otro sitio, tomo una decisión rápida—: Lo he conocido en el trabajo.

Casi puedo oír cómo entrechoca los talones, debe de estar haciendo un pequeño baile triunfal en la cocina mientras hablamos, convencida de que su nieta por fin se asentará con un lobo guapo, que les va a dar muchos nietos a los abuelos. Eso me hace sentir mucho más culpable, pero pensar en el modelista ferroviario refuerza mi convicción.

—Tengo que conocerlo, ¿cuándo lo traerás? Podrías invitarlo a cenar… Hace mucho que no vienes, querida, sería agradable verte y conocer a tu nuevo amigo.

—No —niego enseguida—. Ya te he dicho que es demasiado reciente y nos lo estamos tomando con calma. No quiero arruinarlo. Podría… causar incomodidad en el trabajo.

—Al menos dime el nombre, por favor.

Entro en pánico, porque no se me ocurre ningún nombre. Hay buenos candidatos para novio ficticio en mi planta en este momento, pero no puedo recordar a ninguno de ellos. ¿Es un castigo por haberle mentido a la abuela? ¿El universo me está castigando por ser una mala nieta? Siento que mi hipocampo se funde dentro de mi cabeza, incapaz de encontrar cualquier sílaba que pudiese coronar mi mentira mal planificada.

—Ah, esto… —Siento cómo se me seca la boca mientras pienso en algo, lo que sea—. ¿Su nombre? Se llama…

Lo que sí puedo hacer es contar con una mano a los miembros del personal del Hospital General de Denver con los que no tengo afinidad. Uno de los beneficios de ser una de las médicas más jóvenes de urgencias, con solo veintinueve años, es que me tratan como a la bebé del equipo, y aunque a veces puede ser un fastidio, también implica que me he hecho muy pocos enemigos desde que empecé a trabajar el año pasado. De hecho, me arriesgaría a decir que a la mayoría de las personas que he conocido aquí les gusto, pero eso no significa que no haya excepciones. Bueno, creo que soy agradable. Siempre y cuando la otra persona no intente olerme el cuello.

Sin embargo, eso tampoco significa que todas mis relaciones laborales sean un lecho de rosas. Y, por supuesto, la puerta de la sala de descanso se abre justo cuando estoy pensando en eso, para dar paso a una mata de cabello grueso y oscuro, que llega casi hasta el marco de la puerta, sobre el cuerpo fornido de uno de los pocos médicos que entran en la categoría de los que «no tengo afinidad». El recién llegado gira, con su ceño fruncido permanentemente sobre unos labios gruesos y rosados, y me observa con sus ojos azules penetrantes, como hace siempre desde que lo conozco: con una mirada adusta, que revela que le molesta encontrar a otra persona respirando en la misma habitación en la que ha entrado. Y, claro, como el universo intenta castigarme por todas las mentiras piadosas antes de que termine de formularlas, su nombre es el primero que mi mente logra formular, por desgracia.

—Noah —le digo a mi abuela casi susurrando para que él no me oiga—. Se llama Noah Taylor.

Mi abuela está extasiada y su voz se aleja, mientras yo observo cómo el más arisco cambiaforma de los que he conocido me da la espalda para servirse café, y mi mente sigue haciendo funcionar los engranajes a toda pastilla. Creo que no es la idea más descabellada que he tenido. No es la mejor, por supuesto, pero hay peores opciones. Supongo. Además, no tiene por qué enterarse del asunto. Incluso puede que acceda a tomarse una fotografía conmigo y sonría por primera vez en su vida. Eso me daría unas semanas, ¿no? ¿Qué daño puede hacer una fotografía inocente? Seguro que hasta Noah Taylor se toma fotografías.

En realidad, ahora que lo pienso, no estaría tan segura.

—Tengo que volver al trabajo, abuela —advierto para interrumpir el interrogatorio interminable que ya no soporto—. Te llamo mañana, ¿de acuerdo?

—Sí, sí, de acuerdo. Pero quiero más detalles. No creas que esta conversación acaba aquí.

—Sin duda —respondo, consciente de que así es.

Sigo mirando la espalda de Noah, que, mientras se sirve café en una taza, sube y baja los hombros suspirando, como si hubiera tenido una noche larga. Es cardiólogo intervencionista y forma parte del equipo fijo del hospital, además de ser jefe de su departamento; por eso es un médico muy solicitado: cualquiera que tenga una molestia en el corazón es derivado a él de inmediato. Por lo que sé, debe de dormir aquí; de hecho, no puedo asegurar que no se haya construido una especie de guarida en el sótano. Trabaja aquí desde mucho antes que yo, diría que algunos años, pero solo necesité una reunión para ver que es un verdadero imbécil, sobre todo cuando me dijo que «apenas parecía tener edad para hacer una sutura». Solo diré que no es alguien que vaya a codearse con otros cambiaformas solo por camaradería.

Cuando por fin se gira tomando un sorbo de café, me pilla mirándolo y eleva una de sus cejas perfectas.

—¿Puedo ayudarla?

—Tal vez —respondo con honestidad—. ¿Cómo ha ido la noche?

Parece dudar del motivo de la pregunta y de por qué eso debería importarme. Pasa un momento antes de que abra la boca.

—Pésima, si quiere saberlo. Dos ataques al corazón, para empezar. He colocado siete stents en las últimas cinco horas y, por si fuera poco, ahora tengo que lidiar con la maldita junta y su ignorante… —De repente, entorna los ojos, como si se percatara de que está teniendo una conversación con otra empleada sin gruñir—. ¿Por qué lo pregunta?

—Eh, por… cortesía profesional. Parece cansado, suena como si hubiese tenido una noche terrible.

No parece impresionado por mi intento de tener una conversación amigable. Creo que debe de ser la primera vez que alguien intenta entablar una conversación con él.

—Exacto, así que perdóneme si no tengo ganas de conversar.

—Como si fuera una novedad —comento y pongo los ojos en blanco.

—Claro —dice sin más, y levanta la taza—. Creo que me acabaré esto en mi oficina.

—No, ¡espere!

Noah se da la vuelta, aún perplejo, quizá por caer en la cuenta de que esta debe ser la conversación más larga que hemos mantenido en los últimos seis meses. Ahora que lo pienso, ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que respondió a mi saludo educado en el pasillo. Nadie puede culparme a mí. Creo que la última vez que me dirigió la palabra fue para decirme que tenía los cordones desatados sin ni siquiera reducir la marcha. No estoy segura de que eso cuente como conversación.

Ahora ya me mira irritado, como si le estuviera haciendo perder el tiempo.

—¿Sí?

No puedo creer que esté por pedirle ayuda al Abominable Hombre de Colorado. Debe ser una de las peores ideas que he tenido en la vida, pero ya estoy metida en ello.

—Me preguntaba… —Sé que voy a arrepentirme de ello—. Si se tomaría una foto conmigo.

—¿Cómo? —Noah me mira totalmente confundido.

—Una foto. Tal vez podría sonreír. Estoy dispuesta a pagarle por ello. Con un café de la mejor calidad y bocadillos… —Me mira desconcertado, como si no supiera el significado de la palabra y, la verdad, lo creería—. De acuerdo, sin bocadillos. Lo que usted quiera, solo necesito una foto.

—Explíqueme por qué tomarse una fotografía conmigo la ayudaría.

—Bueno, es complicado —respondo. Él me mira por una fracción de segundo, antes de volver a girarse para irse, cansado de la conversación, así que lo interpelo otra vez—. De acuerdo —suspiro—. Escuche, sé que sonará ridículo, pero necesito usarle.

—¿Disculpe? —Sus cejas se elevan casi hasta el techo.

—No es gran cosa, necesitaba a alguien del trabajo y me quedé en blanco cuando me preguntó el nombre. Y, como usted estaba ahí parado, el suyo fue el único que se me ocurrió. Lo único que necesito es una fotografía. Nada más. Creo que eso me dará suficiente tiempo para…

—¿De qué demonios está hablando?

Respiro hondo, arrepentida de antemano.

—Necesito que sea mi novio ficticio.

Permanece en la puerta durante varios segundos, en los que se me revuelve el estómago por la vergüenza. Sé que debería haberle dicho un hombre cualquiera a mi abuela. Sé que tendría que haberle dicho que estaba acostándome con algún colega a escondidas para que se sonrojara y dejara de preguntar, pero yo no suelo hacer esas cosas. Y, si no gano algo de tiempo, me espera una noche de viernes de diversión con algún intelectual que intentará explicarme cómo funcionan las criptomonedas. ¿Ya he mencionado que tuve unas cuantas citas muy malas?

Noah sorbe un poco de café antes de cerrar la puerta y atravesar la sala de descanso. Esquiva las otras mesas de madera de la habitación y deposita su cuerpo fornido en la silla acolchada opuesta a la mía. No dice nada durante un momento, solo me analiza con una mirada errática, al tiempo que el reloj de pared a mi derecha marca los segundos. Luego bebe otro sorbo de café, y su nuez de Adán sube y baja cuando traga.

—Explíquese —dice al dejar la taza sobre la mesa.

***

La taza de Noah ya está casi vacía y su expresión no dista mucho de la que tenía hace diez minutos, cuando comencé a explicarle mi horrible historial de citas y mi aversión a tener aún más, lo que a la postre me condujo a mentir.

—Así que, quiere que finja ser su novio… ¿para no tener novio?

—No tendrá que hacer nada.

—Entonces, no veo para qué me necesita.

Estoy segura de que jamás he estado tan cerca de él, al menos no durante tanto tiempo. Percibo que emana un fuerte olor a supresores, lo que me resulta extraño, ya que la mayoría de los cambiaformas machos evitan su uso, pues a cualquiera le levanta el ego el hecho de que alguna cambiaforma corra hacia ellos atraída por la esencia esparcida en una habitación cerrada. ¿Será una decisión profesional? Quizá su olor no sea agradable. Aunque descartaría esa teoría, porque, aunque parezca extraño, aún puedo percibir un ligero rastro debajo del olor de los supresores; creo que necesita una dosis más fuerte. Tampoco me quejaría si no los usara, debe de ser un olor agradable. Amaderado. Como agujas de pino y aire fresco. Me evoca correr por la nieve a cuatro patas.

Pero no debería estar centrándome en eso.

—Una fotografía para probar que es real y contener a mi abuela para que deje de organizarme citas algunas semanas al menos. Seguramente debe de saber cómo sonreír, ¿no? Puede pensar en algo que le resulte agradable, como gruñirles a niños pequeños o criticar a los baristas de Starbucks.

—No hago ninguna de esas cosas —replica—. Gracias.

—Era solo una suposición. —Me encojo de hombros—. Vamos, no le costará nada y eso me ayudaría mucho.

—Ayudarla —repite pensativo, con la mirada en la taza. Luego la levanta para beber el último trago—. Y, de nuevo, ¿por qué haría eso?

Lo miro con el ceño fruncido. Debo admitir que es irritante que sea uno de los hombres más atractivos que conozco, ya sea cambiaforma o humano. Tiene rasgos bien marcados, ojos azules penetrantes, que contrastan con la piel suave y pálida, y parecen ver más de ti de lo que tú quisieras que viera. Y no puedo decir que su nariz aguileña no me haga pensar en qué cosas podría hacer con ella… si su personalidad no fuera tan arisca.

—¿Por camaradería interespecie? —sugiero. Él ni se inmuta, así que resoplo—. La verdad, ¿le mataría hacer algo amable por una vez? Eso suponiendo que supiese qué significa hacer algo amable y cómo llevarlo a cabo.

Está analizándome otra vez. Sus ojos escrutan desde mi cabello rubio arena hasta mis ojos de color ámbar y mis labios, que ahora hacen un mohín, como si evaluara algo, pero no estoy segura de qué. No sé si está pensando en ayudarme o en encontrar la forma más satisfactoria de decirme que estoy jodida.

—Nunca fui muy adepto a la camaradería con los de mi misma especie —responde por fin, y yo siento como mi estómago diera un vuelco, consciente de que es la peor idea que he tenido jamás—. Pero…

—¿Pero? —pregunto animada.

—Creo que podríamos llegar a un acuerdo que nos beneficie a ambos.

Ahora es mi turno de mirarlo confundida. No se me ocurre nada que Noah Taylor pueda necesitar de mí, ni de nadie en realidad, dado que nunca lo he visto hablando con nadie ni por una fracción del tiempo de lo que lleva hablando conmigo sin rugir una orden en el proceso.

—¿Y yo qué podría hacer por usted?

Me preparo para lo peor. Tal vez me pida que derive el grueso de sus consultas a otros cardiólogos, lo que sería un incordio, dado que es el más solicitado. O quizá me pida que limpie su oficina solo por el placer de verme hacerlo. Suena a la clase de tortura sádica que podría gustarle a Noah. Ni siquiera me imagino cómo será su oficina, pero apostaría a que no le falta limpieza. Seguro que ha puesto protectores plásticos sobre todas las sillas y demás superficies. Podría ofrecerme para ocuparme de sus órdenes de admisión por un tiempo determinado, algo irritante, pero posible al menos. Valdría la pena con tal de salvarme de algunas citas horribles, ya que, al parecer, soy demasiado débil para decirle que no a los ojos de cachorro de mi abuela.

Ay, Dios, ¿y si se trata de tener sexo? Lo etiqueté como un amargado célibe que se conforma con masturbarse frenéticamente los fines de semana, pero ¿y si es como todos los demás libidinosos a los que he conocido? Es lo único que está fuera de discusión por completo, y, si es tan idiota como para sugerirlo, le daré una patada en sus espinillas ridículamente largas. No es que sepa que soy una omega, no tiene forma de saberlo, así que no creo que busque nada perverso.

Me tenso cuando se inclina hacia adelante en la silla, con los dedos cruzados sobre la mesa, y me mira con una intensidad abrasadora con sus ojos penetrantes, la misma que siempre noto cuando tengo la desgracia de cruzarme con él. Al menos no parece la mirada de alguien que está a punto de proponerme tener sexo. O tal vez sí, dado el contexto. No lo sé, es difícil pensar cuando me mira de ese modo.

Pero resulta que no tiene intenciones de pedirme ningún favor sucio, sino algo mucho peor. Y lo más descabellado es que su expresión no cambia en absoluto, ni siquiera un poco cuando lo dice.

—Necesito una pareja.

—¿Necesita una… pareja? —Ahora soy yo quien lo mira confundida y como una tonta, supongo.

Noah asiente, como si hubiera dicho algo razonable, como si no acabara de proponerme el equivalente a un matrimonio —lo último que me interesa que me proponga un extraño al que ni siquiera creo agradable (y no me lo tomo personal, en absoluto, pues nadie parece agradarle)— bebiendo el café malo del hospital.

—Y rápido —agrega.

Vamos de mal en peor, al parecer.

CAPÍTULO 2Noah

Es una pésima idea.

Mientras lo sugiero, espero arrepentirme de hacerlo, pero si la solución milagrosa a mis problemas cae del cielo sobre mi regazo, me inclino a aceptarla. Sé que la doctora Carter (una chica joven, testaruda y demasiado habladora para mi gusto) no sería mi primera elección para compañera ficticia, pero, dado que tendré una reunión con la junta en msenos de una hora para discutir cierta información que decidí omitir, no tengo muchas opciones.

—¿Necesita una… pareja?

Percibo la confusión en sus labios de aspecto suave y en su ceño delicado, fruncido sobre sus ojos de color ámbar. Sé que lo que le estoy pidiendo no es algo sencillo, pero estoy desesperado y quizá tan loco como para preguntárselo de todas formas. Sobre todo teniendo en cuenta que a ella también le serviría.

—Y rápido —agrego, con lo que recibo más confusión de su parte.

La doctora Carter tamborilea con los dedos en el borde de la mesa mientras le doy tiempo para que procese lo que le estoy proponiendo. No es que pueda permitirme el lujo de perder el tiempo, pero me han dicho (muchas veces) a lo largo de mi vida que se atrapan más moscas con miel que con hiel, y este es un buen momento para poner a prueba esa teoría.

—Una compañera es… mucho más que una foto.

—Sí, pero… piénselo. Con una fotografía ganará, ¿cuánto? ¿Una semana, dos cuando mucho? Con mi cooperación ganará mucho más que eso, meses si quiere.

—Pero intento inventar un novio ficticio para evitar buscar una pareja —afirma disgustada—. No busco atarme a la personificación de Óscar el Gruñón para evitar más citas malas. —Se detiene con el tino suficiente para mostrarse arrepentida—. Lo siento, sin ánimo de ofender.

—No me ofende —respondo con sinceridad—. Créame, no estoy interesado en morderla.

Arruga la nariz como si la hubiera ofendido, lo que contradice su objeción anterior, o tal vez todo la ofende, no estoy seguro.

—Bueno, yo tampoco estoy interesada en que lo haga. Ni usted ni nadie.

—Entonces, creo que nos podemos beneficiar mutuamente —le digo—. No tengo que morderla para eso. —Ella aún se muestra insegura, así que me froto el rostro con una mano y suspiro—. Hay… algo acerca de mí que he estado ocultando con mucho esfuerzo. Algo que pone en riesgo mi posición en el hospital. Y, de repente, me encuentro… expuesto.

—¿Qué, que atacó a un transeúnte o algo parecido durante un celo?

—En absoluto. —Presiono los labios y frunzo el ceño—. Soy la viva imagen del control.

—Sin duda —sentencia.

Creo que tal vez se esté divirtiendo a costa mía, pero lo ignoraré, pues su negativa podría costarme mi trabajo.

—Existen… obstáculos para personas como yo. Nociones arcaicas ridículas, que me hubieran impedido avanzar a la posición que tengo ahora, y por eso… puede que no le haya informado a la junta de mi condición cuando me contrataron.

—¿Qué condición? ¿De cambiaforma? Hay muchos trabajando aquí, yo incluida.

—No como yo. —Mis fosas nasales se dilatan, porque la idea de que el secreto que he estado guardando con tanto cuidado se desmorone me irrita cada vez más.

—No le estoy entendiendo.

—Soy… un alfa.

Me mira con los ojos entornados, como si estuviera burlándome de ella, pero luego veo que las sospechas desaparecen cuando me analiza, sin duda en busca de señales del comportamiento de Lobo Feroz de las fábulas que suele asociarse a mi designación. Los alfa son escasos, por supuesto, y quizá por eso haya tantas ideas extrañas asociadas con el rango. En otros tiempos, significaría que estoy destinado a dirigir una manada, a perpetuar un clan… pero en nuestra sociedad más modernizada, solo significa que soy un poco más fuerte, un poco más rápido, un poco… más que un cambiaforma promedio.

Quizá por eso haya tantos estigmas asociados al rango.

Ella sigue evaluándome con detenimiento, pero no parece desmotivada en absoluto por lo que soy. Incluso hay algo en su expresión casi… ¿curioso? Es muy diferente a cómo esperaba que reaccionara. En el pasado, cuando las personas descubrían lo que soy, recibía miradas de reojo, cautelosas, y por eso en la universidad decidí que haría todo lo posible para que nadie más lo descubriera. Sin embargo, aquí estoy, exponiendo mi corazón a una colega a la que apenas conozco, con la esperanza de que ella pueda ser la solución que estoy buscando.

—Usted no… Mmm. —Arruga la nariz otra vez, parece ser un hábito cuando piensa—. En realidad, ahora que lo menciona sí puedo verlo. Eso explica su personalidad chispeante.

—La mayoría de los rumores en torno a los alfa son sumamente exagerados —replico con los ojos entornados.

—Oí que hizo llorar a una asistente de enfermería.

—También fue un poco exagerado.

—No sé, mi amiga Priya, de Anestesiología, asegura que la gente vio a la pobre chica salir corriendo de la habitación con…

—Escuche, de verdad que no tengo mucho tiempo. El tema es que he podido desempeñar mi trabajo aquí durante años sin tener ataques de rabia incontrolables, ni morder a ningún trabajador ni nada de eso que las personas inventan para evitar que individuos como yo ocupemos puestos sometidos a mucha presión. Y un maldito mensaje anónimo no debería arruinar todo lo que he conseguido.

—¿Alguien le ha delatado? — pregunta con los ojos muy abiertos.

—Eso parece.

Aún siento el impulso de romper algo a golpes al pensar en ello, pero supongo que eso no ayudaría mucho en mi situación.

—¿Y qué tiene que ver una pareja con todo eso?

—Existe una teoría ampliamente aceptada de que los cambiaformas alfa emparejados son mucho más… dóciles que los que no tienen compañera. Es ridículo, pero eso parece darnos vía libre en el trabajo. Un alfa sin pareja solo podría ser bueno para ser guardaespaldas de alguien o para ser un buen campeón de lucha, pero uno emparejado se libra de un escrutinio más severo.

—Me pregunto por qué será.

—Por alguna idea estúpida sobre parejas predestinadas y de que uno completa lo que al otro le falta o algo así.

—Así que morderme sería algo así como su Xanax, básicamente.

—A falta de una mejor explicación, sí.

—Sip —suelta, con aspecto de que la idea la ha descolocado por completo—. Suena como si la junta hubiera estado hablando con mi abuela.

—No comprendo hacia qué lado se inclina, doctora Carter.

Entonces, se cruza de brazos, se reclina en la silla y me dedica una sonrisa astuta que me indica que, probablemente, no me va a gustar.

—Así que el Lobo Feroz de cardiología necesita mi ayuda. —Asiente distraída como si lo estuviera considerando—. De hecho, es genial. ¿Alguna vez le ha pedido ayuda a alguien? ¿Estoy despojándole de su estricta virtud?

—Muy gracioso —replico con el ceño fruncido.

—Lo siento —dice riendo—. No es gracioso, lo sé. Tiene razón, en primer lugar, no debería tener que preocuparse por eso, ya que es usted increíble en su trabajo… —Percibo cómo mis cejas se elevan ante el cumplido, y también por el hecho de que comprenda lo ridículo de toda la situación, pero ella levanta una mano para evitar cualquier comentario al respecto—. No se emocione, aún es usted bastante idiota. Sin ofender.

Frunzo los labios. Supongo que debería haber esperado una respuesta así.

—No me ofende, supongo.

—Como sea, es un estigma horrible —concede con una expresión más suave—. Entiendo por qué está tan molesto. ¿Han amenazado con despedirle?

No estoy seguro de que en verdad entienda lo irritante que es el asunto, pero aprecio su compasión.

—No estoy seguro —digo elevando mis hombros hasta el punto de que pueda ser visto como un signo de duda—. Solo me comunicaron que tendría que reunirme con la junta para discutir mi situación de alfa sin pareja. El tono de la circular no inspiraba confianza y no es algo que quiera dejar a la suerte, después de todo el tiempo que le he dedicado a este lugar.

—Claro…

El reloj de pared cercano va añadiendo segundos, lo cual me acerca cada vez más a la reunión que podría arrebatarme todo por lo que he estado luchando. Y, ahora, por algún extraño giro del destino, parece que todo se reduce a esta pequeña médica rubia que, de hecho, podría estar disfrutando con mi sufrimiento. No estoy seguro de qué pensar al respecto.

—Entonces, dígame cómo funcionaría esto —añade por fin—. ¿Cómo convencemos a la gente de que estamos emparejados? —Hace una mueca al decir la palabra, como si le costara decirlo—. Cuando nunca nos dirigimos la palabra, y usted huele a supresores baratos.

—¿Disculpe? ¿Baratos? —replico sorprendido.

—Lo siento. No pretendía ser desagradable, me refería a que, si aún puedo sentir su esencia… no deben de ser tan buenos.

—¿Puede olerme? —Eso me sorprende aún más.

—Sí, ¿no debería? Supuse que necesita una dosis más potente y que los tomaba para que ninguna de las enfermeras quisiera invitarle a salir o algo así.

—Estoy… —Ha pasado mucho tiempo desde que algo me sorprendiera tanto, pero la idea de que la doctora Carter pueda olfatearme, incluso ahora, sin duda lo ha hecho. No debería haber una nariz en la Tierra capaz de oler algo en mí que no fuera los supresores. Invierto mucho dinero cada mes para asegurarme de ello—. Uso la dosis más alta considerada segura para mi peso de los mejores supresores del mercado —le aseguro sorprendido—. Es imposible que aún pueda olerme.

—Huele como a agujas de pino —dice, y se encoge de hombros. Y debe notar mi estupor, porque agrega—: No es que huela mal. En fin, ¿cómo funcionaría el asunto?

Creo que una parte de mí no esperaba que ella considerase la oferta. Es decir, es absurdo después de todo, así que tal vez por eso me quedo un momento sin saber cómo responder a su pregunta. No había tenido tiempo de pensar en ello, ya que la idea se me había ocurrido poco después de oír que ella necesitaba ayuda.

—Bueno, debe ser convincente. —Me cruzo de brazos y miro la mesa mientras pienso—. Podríamos… decirles que estábamos manteniendo nuestra relación en secreto.

—¿Y por qué lo habríamos hecho?

—Usted es una nueva aquí —respondo. Sigo pensando—. Lleva cuánto, ¿seis meses aquí?

—Más de un año. —dice entornando los ojos.

—De acuerdo. Lo siento. De todas formas, sería razonable que no quisiera estar asociada románticamente con alguien de mi posición y antigüedad al principio, supongo que no querría que nadie pensara que tenía ventaja por los logros de su pareja. Seguro que querría abrirse camino sin estar ligada a un nombre importante. Sería una razón más que justificada para mantener nuestro emparejamiento en secreto.

Ella parece un poco desconcertada por mi evaluación de su carácter, pero no dice nada al respecto.

—¿Y los supresores? Quiero decir, en teoría… ¿cómo habríamos mantenido relaciones sexuales todo este tiempo si está medicado?

—Le aseguro que los supresores no me afectan en absoluto en ese aspecto. —No puedo evitar fruncir el ceño otra vez.

—¿De verdad? No le imaginaba del tipo que tiene citas.

—No lo soy.

—Y definitivamente no me da la impresión de ser un tipo de aventuras de una noche.

—No creo que esta línea de interrogación sea prudente.

—De acuerdo, de acuerdo. —Asiente distraída otra vez y hace esa cosa con la nariz, que sin duda debe ser un hábito. No puedo decidir si es irritante o adorable—. Entonces, parece que esto será más beneficioso para usted que para mí. Es decir, yo quiero un mero descanso de las citas, no conseguir un verdadero compañero ficticio.

—Mi esencia evitaría que cualquier cambiaforma a diez kilómetros a la redonda piense siquiera en acercársele con intenciones románticas.

—¿Cómo puede estar tan seguro? —Observo cómo sus ojos se hacen más grandes y sus labios rosados se abren sorprendidos por la certeza en mi tono.

—Porque nadie que sienta mi esencia en usted se atrevería a tocarla.

Parece sorprendida otra vez, con la boca abierta, pero ahora hay algo más, algo mezclado con la sorpresa, que se parece mucho a la curiosidad de nuevo, por extraño que parezca. Creo que puedo asumir con seguridad que soy el primer alfa que conoce. No es una idea descabellada, dado que yo solo conozco a uno además de mí. Percibo cómo su garganta sube y baja cuando traga saliva, cómo presiona los labios y desvía la mirada.

—Interesante —dice casi susurrando.

Casi puedo ver los pensamientos acelerados dentro de su cabeza por la expresión calculadora con la que imagino que está evaluando cada ángulo de lo que le ofrezco o, más bien, le solicito.

—Así que, ¿qué haremos, pasar nuestras vidas en una relación falsa beneficiosa para ambos?

—No lo creo. —Ahora es mi turno de arrugar la nariz—. Solo necesito ganar algo de tiempo para resolver las cosas.

—Tiene sentido —responde despreocupada, pero aún parece sumida en sus pensamientos—. Entonces, ¿unas semanas? ¿Un mes?

—No estoy seguro —respondo con honestidad. Aún no sé si es una buena idea abrirme de esta forma ante esta mujer con la que apenas he hablado antes de hoy, pero llegado este punto, no tengo otra opción—. Estoy considerando una oferta de trabajo en Albuquerque. Están intentando reclutarme desde hace tiempo y me han ofrecido un puesto de jefe de personal. Sus opiniones sobre mi rango de alfa no son tan anticuadas como las de la junta de aquí y dada mi trayectoria intachable…

—Pero si descubren que ha estado mintiendo…

—No lo llamaría exactamente una mentira —argumento.

—Que ha estado omitiendo intencionadamente su rango de alfa todo el tiempo que ha trabajado aquí…

Asiento con seriedad, sin avergonzarme por mi omisión, ya que, para empezar, es un estigma ridículo, así que lo consideré un mal necesario. No es que soliciten esa información específica durante la entrevista, ya que hacerlo podría generar acusaciones de discriminación. Ese detalle menor fue el que me ayudó a aliviar cualquier culpa por no haberlo mencionado.

—Podría dar una imagen negativa de mí. Algo que también preferiría no dejar al azar.

—Así que seremos pareja hasta que esto pase, luego usted desaparece, y ¿fingimos una ruptura? —Ella parece considerarlo—. ¿Es posible que las parejas de lobos se separen?

—Con dificultad —le informo—. Es una opción, sin duda. O puede seguir usando mi nombre para librarse de las citas, si prefiere. No me importa. Puede contar la historia que quiera cuando me haya ido.

—Qué romántico —ríe.

—Le aseguro que esto es una transacción comercial, doctora Carter. El romance no tendrá nada que ver en ello.

Y entonces exhibe una sonrisa radiante, como si esta conversación le resultara divertida, y mis ojos se detienen por un instante demasiado largo en sus dientes blancos perfectos y los pequeños hoyuelos en sus mejillas.

—Claro —afirma—. Suena perfecto.

—¿Sí? —Siento que el nudo en mi estómago comienza a aflojarse, pero solo un poco.

—Bueno, me libraré de las citas y tendré las ventajas de estar con el Hombre del Saco del Hospital General de Denver.

—¿Cómo dice?

—No se preocupe, no le llaman así en realidad —afirma y, cuando frunzo el ceño, agrega—: Bueno, la mayoría no lo hace.

—¿Esto significa que… que está de acuerdo? —Siento el pecho agitado por los nervios ante la posibilidad de que mi esfuerzo se pierda por algo estúpido como que mi genética sea inaceptable.

—Umm. —Se lleva un dedo al mentón y me mira más complacida consigo misma de lo que me gustaría—. Bueno, suena divertido.

—Doctora Carter, no tenemos tiempo para…

—Mack —me interrumpe—. Todos me llaman Mack. Ya que haremos que todos crean que te dejé acostarte conmigo con regularidad, creo que podemos dejar el «doctora Carter».

Su irreverencia me provoca algo muy diferente a lo que debería: siento que se me seca la garganta y que mi pecho se acalora por las imágenes que despierta su broma descarada. Son imágenes para las que no tengo tiempo ni necesito, así que me apresuro a bloquearlas, al tiempo que mantengo el rostro en blanco.

—¿Mack? ¿Ese es tu nombre?

—Bueno, técnicamente es Mackenzie, pero nadie me llama así, a excepción de mi abuela.

—Creo que prefiero Mackenzie.

—De alguna manera, no me sorprende —ríe—. Como sea, no me importa cómo me llames.

—Entonces… ¿es un sí?

—Si acepto, tendrás que conocer a mi abuela en algún momento, y tendrá que creérselo. Me refiero a cenas familiares, anécdotas, el paquete completo. No quiero que mi abuela saque su pequeña agenda negra durante mucho tiempo.

—De acuerdo. Puedo… ir a cenar. —Estoy seguro de que el disgusto está escrito en mi rostro, pero no tengo otra opción.

Espero mientras me observa, cada segundo cae como un peso sobre mis hombros, hasta que por fin respira hondo y exhala. Su expresión me indica que debe de estar tan sorprendida como yo por su respuesta.

—Sí, lo haré —responde, no del todo segura.

No había notado que estaba conteniendo la respiración, hasta que el aire escapa con alivio. Asiento con la cabeza, mientras miro la hora en el reloj de pared, me preparo para poner el plan improvisado en marcha y rezo por que sea suficiente para ganar tiempo para salir de este embrollo. Quizá también para encontrar al maldito que envió el anónimo y hacer que se arrepienta. Pienso que tal vez juzgué mal a la doctora Cart… a Mackenzie, supongo, porque es más razonable de lo que creía.

—Entonces, ¿cuál es el plan, cariño? —pregunta, más divertida de lo necesario.

Tengo que contenerme para no gruñir.

Pensándolo bien…

CAPÍTULO 3Mackenzie

—Explícamelo como si tuviera cinco años —dice Parker estupefacto.

—¿Qué es lo que no entiendes? —Dejo de desenvolver mi barra de chocolate, porque no sé qué más podría explicarle.

Mi mejor amigo desde hace dieciséis años está en su pequeño cubículo del sótano, en el Departamento de Sistemas, y me mira como si estuviera ladrándole en lugar de hablarle. Es curioso, porque me ha visto cambiar de forma miles de veces en el transcurso de nuestra amistad. Pero él no se está riendo. De hecho, sus mejillas pálidas tienen un tinte rojizo, que sé bien que es producto de la ansiedad. El color resalta sus pecas, y también sé bien que eso le molesta.

—No sé —responde exasperado y se alborota el cabello pelirrojo con la mano—. Tal vez la parte en la que le dijiste a la junta del hospital que el Maldito Noah Taylor es tu pareja secreta.

Ah, claro. Esa parte.

La realidad es que todavía me cuesta creer que aceptase el trato. Cuando Noah me explicó su problema, me sonó como el argumento de un K-drama o algo así. Estoy convencida de que he leído algo semejante en alguna sinopsis mientras buscaba qué ver en Netflix hace unas semanas. Si no estuviera segura de que Noah no ha hecho una broma en su vida, hubiera creído que todo el asunto lo era. Pero aquí estoy, sentada en el escritorio de Parker, desenvolviendo un Twix, después de haber conseguido una pareja muy arisca, al menos ante la junta administrativa del hospital.

—Baja la voz, podría venir alguien —le advierto.

—Ah, y eso me convertiría en tu cómplice, ¿no?

—No seas tan dramático —replico con los ojos en blanco.

—¿Cómo hiciste para convencer a la junta de que todo esto no es más que una absoluta mentira? Que, por cierto, lo es. Lo sabes, ¿no?

Yo también tengo problemas con esa parte todavía. Mi confianza en que Noah sería capaz de llevar a cabo este pequeño ardid apenas llegaba al treinta por ciento, y en parte accedí solo para tener un asiento privilegiado para contemplar el espectáculo… pero, vaya, el tipo sabe cómo controlar una situación. Debe ser algo de alfas.

Saco un trozo de la barra de chocolate del envoltorio y me encojo de hombros.

—Resulta que, cuando Noah habla, la gente escucha. ¿Quién lo hubiera pensado?

—¿Estamos jugando a algún tipo de juego que desconozco, en el que me das la menor cantidad de detalles posible para que sufra una combustión espontánea?

—¿Estás haciendo pucheros? —Le toco la nariz—. Eres adorable cuando estás frustrado.

—Necesito más detalles, Mack. Me estás matando —afirma, pero lo desestimo sacudiendo la mano.

—Había montado todo un discurso sobre cómo habíamos mantenido nuestra relación en secreto para que yo pudiera conseguir una reputación por mis propios méritos o algo así. La verdad, fue bastante convincente. Incluso hizo que se disculparan por invadir nuestra privacidad. Fue realmente asombroso.

—¿Y de verdad se lo creyeron?

—Supongo que sí, ya que firmamos una declaración de relación personal. —Me encojo de hombros otra vez.

—Cielos, Mack. ¿Acaso has pensado en lo que…? ¿Puedes parar, por favor?

—¿Qué? —Me saco la barra de chocolate de la boca.

—Deja de rascar la cobertura con los dientes. —Hace una mueca—. Es asqueroso.

—Pero la galleta es mi parte favorita. Lo sabes.

—No hace que el proceso sea más agradable de ver. Además, no quiero que pongas tus dedos chocolatosos por todo el escritorio.

—¿Acabas de decir «chocolatosos»?

—Juro por lo más sagrado que te voy a echar de mi cubículo.

—Sí, claro. —Retomo lo que estaba haciendo—. Deberían vender las galletas sin cobertura entonces.

—Da igual. ¿Y Moira? ¿Crees que tu abuela se va a creer que de repente tienes pareja?

—Solo es un novio —explico.

—¿Qué?

—Para el hospital somos pareja. Pero para mi abuela solo somos novios. —Es una distinción sutil, pero importante.

—Ah, así que ahora tienes múltiples engaños en marcha —resopla Parker—. Vas a ir rodando en una bola de mentiras, ¿eh?

—Eres ridículo. Todo saldrá bien —le aseguro—. Solo piensa, voy a estar un buen tiempo sin tener que fingir que me importa un cuerno la fantasía de ser futbolista de algún hombre desconocido.

—Diría que eso es una victoria, excepto porque ahora tendrás que pasar tiempo con el Maldito Noah Taylor.

—No creo que ese sea su primer nombre.

—¿Seguro? ¿Cómo podrías saberlo? —lamenta con los brazos en el aire—. ¡Aceptaste participar de su conspiración sin saber absolutamente nada sobre él!

—No tenía muchas opciones.

—¿Por qué no me lo pediste a mí?

—¿Porque somos amigos desde la escuela tal vez?

—¿Nunca has leído De amigos a amantes?

—¿Y tú?

—No tengo por qué justificar mis gustos literarios ante ti.

—De literatura erótica, querrás decir.

—Son romances, querida. Son bonitos.

—¿Por qué lees romances? ¿Las cosas con el Yogui Ardiente no funcionan?

—Todo está bien con el Yogui Ardiente, gracias. Iremos a cenar este fin de semana.

—Mmm. Me pregunto cómo se verá con leggins.

—Deja de cambiar de tema —resopla mi amigo.

—De hecho, es relevante para el tema. No creo que mi abuela crea que de repente te gustan las mujeres. Te vio besándote con Trey en la graduación.

—Aún no puedo creer que aceptaras que viniera de carabina —dice, ofendido de que lo haya mencionado.

—Tampoco es que pudiera negarme.

—Uff —suspira y se masajea la sien—. Haces que me explote la cabeza. Sabes que esto terminará mal, ¿cierto? No hay forma de que acabe bien.

Lamo el caramelo de mis dientes mientras contemplo la galleta desnuda. En realidad, es probable que él tenga razón. No tengo ni idea de cómo haremos que esto funcione a largo plazo. Pero también creo que Noah tiene mucho más que perder que yo, así que debe de ser por eso que me siento tan tranquila.

—Lo dejaré en manos del destino.

Parker reclina la silla de su oficina y se frota el rostro.

—¿Ya has pensado en lo difícil que será? No es un cambiaforma cualquiera, es un alfa, Mackenzie. ¿Has escuchado esas historias? ¡Y tú eres una omega! ¿Qué harás si intenta imponer su dominio lobuno sobre ti?

—Cielos —resoplo—. No lo creo. Trabajo con él desde hace un año y todavía no se ha enamorado de mí como un loco. Estamos bien.

—Pero estaba usando supresores, ¿no? Sé que soy un simple humano, pero creo que eso supone una diferencia sustancial. Además, no has pasado tiempo con él, no creo que cruzarse en los pasillos cuente como interactuar. ¿Al menos sabe lo que eres?

—Esto… —expreso desconcertada—. Bueno, no se lo mencioné. Se me olvidó por completo. No creo que importe. Todo ese asunto de alfas y omegas es un cuento chino. Tampoco es que seamos tantos como para hacer suposiciones sobre cómo nos afectamos unos a otros. Está bien.

—¿Se lo dirás?

Muevo la cabeza de arriba abajo mientras lo pienso. Aunque estoy bastante segura de que las probabilidades de que Noah de pronto quiera clavar los dientes en mi glándula omega si se lo digo son mínimas, aunque siempre hay una posibilidad. De todas formas, puedo cortar los lazos con él cuando quiera si eso pasa, pues tener un compañero de verdad no está en mi lista de deseos. Posiblemente nunca lo esté, de hecho.

—¿Y arriesgarme a que quiera ser mi Jacob Black, el de Crepúsculo?

—¿Qué?

—«Cuando la ves, todo cambia; de repente, ya no es la gravedad lo que te mantiene en la tierra, sino ella».

—¿Es una cita de Crepúsculo?

—En realidad, es de Eclipse. Y no me mires así, no tengo por qué volver a justificarme por mi obsesión con la saga.

—Cielos. —Se restriega los ojos—. Y si tú… Ya sabes.

—¿Si yo qué? —pregunto enarcando una ceja.

—Ya sabes —enfatiza incómodo—. Si entras en… Joder, ya sabes.

Me reiría de él si no estuviera segura de que se enfadaría mucho más.

—¿Te refieres a entrar en celo?

—¿No lo has considerado?

—Por supuesto que sí. —Algo. Como por un segundo—. Faltan meses para el próximo, así que no tengo que preocuparme por eso. Relájate, Parker. Nadie me llevará a su guarida en un futuro cercano.

—Es que recuerdo que así fue como tus padres acabaron…

—No —lo interrumpo.

—Lo siento —se disculpa—. Sé que no te gusta hablar de ellos. Pero eso fue lo que sucedió.

—No soy como ellos —murmuro—. No me enamoraré de Noah a primera vista, ni le pediré que me marque de verdad la primera vez que mis hormonas se descontrolen.

—Bien —concede con un suspiro—. ¿Así que de verdad se trata solo del pequeño cuaderno negro del horror de tu abuela?

—Modelismo ferroviario, Parker —enfatizo—. ¿Sabes quién tuvo el primer tren a escala?

—No —responde levantando una ceja.

—Bueno, yo sí. Uno de los sobrinos nietos de Napoleón, al parecer.

—¿Crees que era porque él también era bajito?

—¡Eso fue lo que dije! —exclamo chasqueando los dedos—. Funcionó con mi cita.

—No lo dudo. —Parker me lanza una mirada, la misma que pone siempre cuando quiere decirme que soy estúpida—. Entonces, ¿por qué aceptaste esto?

—Te lo dije. Estoy cansada de que mi abuela siempre…

—Nop. Inténtalo otra vez.

Entorno los ojos, le doy un mordisco a la galleta de mi Twix (de verdad que es la mejor parte, y mi misión en la vida es encontrar en la naturaleza esa galleta sin ninguna cobertura) y la mastico despacio.

—No lo sé —admito al final—. Yo misma me he metido en esto en cierto modo. A fin de cuentas, fui yo quien se acercó primero, ¿recuerdas? La parte de que me marque con su esencia suena como un mal necesario. Al parecer, un pequeño abrazo de Noah, ¡y todos los demás cambiaformas se mantendrán alejados de mí!

—Claro, porque eso no será incómodo. —Parker pone los ojos en blanco.

—Como sea, no es gran cosa. Y la verdad, para ser honesta, el tipo parecía bastante desesperado. Podrá ser un idiota, pero es un buen médico. Es una tontería que intenten quitarle su trabajo cuando nunca les ha dado un motivo real.

—¿Desde cuándo somos los caballeros blancos? ¿Desde cuándo nos preocupa ayudar a Noah Taylor? No solo es un idiota, Mack. Podría ser un demonio. ¿No has oído esa vez en que hizo tropezar a una auxiliar de enfermería y se rompió la nariz?

—En realidad, no conocía esa versión, pero me contaron que toda esa historia fue «sumamente exagerada».

—Eso es lo que quiere que creamos —murmura él.

—Todo estará bien. —Doy otro mordisco asintiendo al aire—. Perfectamente bien.

—Lo que tú digas, querida —bufa.

Me lamo los dedos, sin dejar de asentir distraída mientras voy por una segunda barra de chocolate y me aseguro a mí misma que todo estará bien. Es decir, son solo unas cuantas mentiras y una relación ficticia. Nunca ha pasado nada grave por algo así.

***

Otra cosa que puedo contar con los dedos de una mano es la cantidad de veces que me he encontrado con Noah Taylor en el trabajo (contando la reunión de esta tarde por nuestra nueva pareja explosiva supersecreta), así que me sorprende verlo dos veces en un mismo día, en especial al final de un turno de doce horas, cuando la gente empieza a salir por la mañana. Él parece sorprendido de verme, porque deja de soplarse aire caliente en las manos cuando atravieso las puertas automáticas mientras me pongo el abrigo. El viento revuelve su cabello oscuro, que se sacude sobre su rostro, y la luz superior de la entrada hace que sus ojos parezcan más oscuros de lo que son mientras me miran. Una vez más, noto lo grande que es. ¿Siempre ha sido tan alto? ¿Nunca lo había notado solo porque desvío la mirada cuando paso junto a él en los pasillos? Debe medir al menos treinta centímetros más que yo, y no es que sea baja, mido un metro setenta.

—Doctora Carter.

Dejo de mirarlo boquiabierta y tuerzo los labios.

—¿Es esa la manera de dirigirte a tu pareja?

—Eh. —Hace una mueca—. Cierto. Bien dicho… Mackenzie.

Me río mientras empiezo a enrollarme la bufanda alrededor del cuello.

—En verdad te va a resultar difícil hacer esto, ¿cierto?

—Admito que no estoy acostumbrado a tener que ser tan… consciente de otra persona.

—Vaya. —Sé que no pretende ser gracioso; el concepto de gracia le debe resultar ajeno, pero, demonios, me resulta cómico lo sincero que parece ser—. Va a ser un desastre.

—Saldrá todo bien —dice estoicamente—. Aunque deberíamos reunirnos pronto. Si queremos que tire adelante, tendremos que aprender a conocernos mejor.

Finjo estar horrorizada.

—Al menos podrías invitarme a cenar antes de ir de lleno a «aprender a conocernos mejor».

Noah suelta un suspiro, que forma una nube blanca en el aire frío de septiembre, y sacude la cabeza; parece exhausto.

—Me alegra que te resulte tan divertido, pero en este momento necesito una ducha y una cama, y luego olvidar este día. Podemos reunirnos mañana. Puedo hacer una reserva para comer, ¿estás libre?

—Déjame pensar. —Me pellizco el puente de la nariz mientras hago un repaso mental de mis horarios—. Tengo trabajo hasta el viernes. ¿Qué tal el sábado? Tengo yoga a las once, pero podríamos almorzar más tarde.

—¿Yoga?

—Sí. Es un gran alivio para el estrés. Tal vez deberías probarlo algún día. He oído que es difícil hacerse una cirugía a corazón abierto uno mismo.

—Paso —responde—. El sábado está bien. Tengo cirugía por la tarde, pero no será hasta las cuatro, así que estoy libre antes. —Mira su reloj—. Entonces, supongo que deberíamos darnos los números y… organizarnos.

—He oído que la primera prueba que debes pasar en el Juego de los recién casados es «¿A qué número llamarías en caso de emergencia?».

No tenía intención de molestarlo tanto, pero él hace que me resulte muy fácil. Es como una estatua de jardín, solo que más… rígido. También más alto.

—Como sea, aquí está mi número —dice sacando una tarjeta de negocios de su cartera. Si no estuviera tan segura de que está al borde de una embolia pulmonar después del día que ha tenido, me echaría a reír, pero me limito a aceptar la tarjeta con gracia para leer la caligrafía elegante.

—Genial. Quizá también debería conseguir tarjetas.

—Puedo recomendarte una excelente imprenta si quieres.

—Ah, sí, claro. —Ya ni siquiera tengo corazón para decirle que estoy bromeando—. Entonces, supongo que… te enviaré un mensaje más tarde.

—Sí, podemos hablar después de dormir un poco. —Se queda parado por un momento, inquieto, como si estuviera rumiando sobre algo que no logra expresar. Desvía la mirada de mí al suelo y de nuevo a mí con una expresión tensa—. Supongo que debería… darte las gracias por lo que has hecho hoy. Me has salvado.

—Me tomo muy en serio mi juramento hipocrático —sentencio—. Salvar vidas y todo eso.

—Claro. —Su boca hace algo extraño, se arquea un poco, como si quisiera sonreír pero no recordara cómo—. Ah, y… quizá debería… —Mira alrededor del aparcamiento semivacío con el ceño fruncido, al tiempo que se eleva sobre las puntas de los pies para cerciorarse de que no hay nadie cerca. Luego camina hacia mí de repente y me acorrala contra la gran fila de arbustos plantados a ambos lados de la entrada trasera—. Supongo que debería… —Su expresión parece de dolor—. No hay forma educada de hacer esto, así que solo…

Ahora estoy muy cansada (un turno de doce horas ya basta para ello, sin tener en cuenta las conspiraciones y las decisiones que cambian la vida), así que tal vez por eso me cuesta tanto comprender lo qué le está resultando tan difícil a Noah. Cuando sus dedos gruesos me rodean, sus manos hacen que mis bíceps se sientan como ramitas. Levanta la cabeza una vez más para asegurarse de que nadie esté mirando.

—Noah, ¿qué estás…?

Admito que hace… tiempo que no tengo ninguna clase de intimidad con un hombre, ya sea humano o no, así que estoy segura de que esa es otra razón que contribuye a mi desconcierto cuando Noah comienza a acorralarme.

—Lo siento —dice en voz baja y todavía con expresión dolorida—. Por ahora no será muy potente, hasta que deje de tomar los supresores. —Parece molesto con la idea de dejar de tomarlos, pero imagino que surgirá la pregunta de por qué aún los necesita ahora que ya no nos escondemos—. Pero por ahora tendrá que ser suficiente.

De repente, me percato de su intención y estoy mucho más despierta de lo que estaba cuando salí.

—Ah, no tienes que…

No tengo oportunidad de terminar lo que estaba diciendo, dado que Noah está en modo profesional, inclinándose para atraerme con fuerza hacia su cuerpo fornido para darme un abrazo extraño e incómodo que me aplasta contra su pecho. Percibo el olor intenso a supresores impregnados en su ropa de inmediato, pero debajo de eso, así de cerca… alcanzo a sentir el aroma a pino y a invierno, que resulta fresco y agradable una vez que lo identificas.

La situación me desconcierta tanto que ni siquiera tengo tiempo de reaccionar al principio. La lana del abrigo de Noah por poco me corta la respiración mientras me abraza como si fuera la primera vez que lo hace con alguien. Podría partirme la columna vertebral si apretara un poco más. Sé que habíamos hablado sobre los beneficios de impregnarme con su olor, pero no esperaba que fuera tan «directo» al respecto. Supongo que ese fue mi primer error.

A fin de cuentas, es Noah Taylor.

Conozco perfectamente de qué va eso de impregnar a alguien, porque tengo casi treinta años y ya he tenido relaciones que han durado más de unos meses, pero en general fue algo que sucedió por accidente durante el sexo; definitivamente no es algo que haya hecho a propósito entre los arbustos frente a mi lugar de trabajo. Además del sentido literal de que podemos convertirnos en lobos fuera de los límites de la ciudad (aprobaron esa ley en 1987, después de que un chico se estrellara contra una tienda después de emborracharse), ser un cambiaforma implica que nuestros cuerpos funcionan de forma un poco diferente a los de los humanos promedio. Los olores nos afectan, nos marcan, a veces incluso nos controlan, por lo tanto, ocupan un papel importante en nuestras vidas sin que lo notemos. En especial teniendo en cuenta que un cambiaforma tiene tres veces más glándulas odoríferas que un humano normal, todas sensibles al tacto. La más grande se encuentra justo en la base de la garganta, esperando a que algún compañero cambiaforma aparezca e impregne su esencia en ella. Es casi como besarse hasta marearse y luego oler la colonia de tu novio, excepto que la colonia no se lava durante días, dependiendo de la intensidad.

—Noah —murmuro contra su ropa—. Esto no es…

—Eh, claro. No va a durar mucho. Déjame…

Suelto un chillido cuando él se acurruca contra mí para poder frotar su cuello contra el mío y al sentir el frío de su piel desnuda. Su barba de tres días pincha y me hace cosquillas en la piel, y mi cuerpo responde poniéndose en tensión. Mis labios se separan mientras contengo el aliento, y mis rodillas se convierten en gelatina, al tiempo que él se tensa. La glándula en mi cuello se siente cálida cuando él me toca, un calor punzante que se cuela más adentro de mí y se extiende por mis extremidades. Noah emite un sonido extraño, como si intentara aclararse la garganta y no pudiera, y percibo su aliento cálido contra el cuello por un instante antes de que se aleje.

Se ve confundido, menos incómodo que antes, pero igual de desorientado. Me mira con el ceño fruncido y los labios apretados. Veo cómo sus ojos bajan de mi rostro a mi garganta antes de encontrarse, por fin, con los míos. Sus labios se abren, pero vuelven a cerrarse cuando recobra el sentido.

—Eso debería… —Parpadea y sus ojos se desvían a mi garganta otra vez—. Eso debería ser suficiente.

—Por un radio de diez kilómetros, ¿cierto? —logro decir con un hilo de voz.

—Es lo que hay, lo tomas o lo dejas —asegura con nerviosismo.

Durante la comida tendremos que trabajar en eso de reconocer un chiste. Será lo primero que hagamos, sin duda. Después de esto, ¿por qué parece un poco más atractivo que hace un minuto?