Amor Fugaz - D. Peña. CV - E-Book

Amor Fugaz E-Book

D. Peña. CV

0,0
3,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Amor Fugaz nos enfrenta con la dura realidad de un adolescente acusado de abusador sexual por una alumna despechada que asiste a su misma escuela. En paralelo, surge la siguiente incógnita: ¿Es posible que las circunstancias lleven la amistad de dos muchachos heterosexuales a derivar en un amor profundo? De ser así, ¿cuál sería el comportamiento de sus cercanos?

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



AMOR FUGAZ

D. PEÑA. CV

PRIMERA EDICIÓN
Marzo 2022
Editado por Aguja Literaria
Noruega 6655, departamento 132
Las Condes - Santiago - Chile
Fono fijo: +56 227896753
E-Mail: [email protected]
Sitio web: www.agujaliteraria.com
Facebook: Aguja Literaria
Instagram: @agujaliteraria
ISBN: 9789564090153
DERECHOS RESERVADOS
Nº inscripción: 2022-A-1705
D. PEÑA. CV
Amor Fugaz
Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor,bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obrapor cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático
Los contenidos de los textos editados por Aguja Literaria son de la exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento de la Agencia
TAPAS
Sandro Tsitskhvaia
Josefina Gaete Silva

Dedico esta obra a una persona que fue muy especial en mi juventud.

Agradezco a mi agencia editora Aguja Literaria por su valioso apoyo en la edición, y por la oportunidad que me ha brindado de publicar y promover mis obras.

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 1

El año 2008 conocí el amor verdadero, o por lo menos eso prefiero creer. Tenía dieciséis y todo comenzó cuando mi madre, mis dos hermanos —Jéssica de catorce y Rubén de diez— y yo nos mudamos a la ciudad de Ica en Perú, en un pueblo pequeño llamado Subtanjalla. Mi mamá comenzó a trabajar en la municipalidad como operaria de limpieza y nosotros entramos a la escuela, yo en el último año de la secundaria. Todos me conocían como Diego.

El inicio del año escolar fue genial, conocí buenos amigos y me llevé bien con los profesores, aunque no era un alumno bien calificado. Mis notas eran muy bajas y aun esforzándome por remediarlas no subían; sin embargo, por eso me llevaba tan bien con los maestros, ya que a menudo acudía a ellos para que me explicaran los cursos que no lograba comprender.

Un día comenzó a llover justo cuando se inició el recreo en la escuela. No pudimos salir al patio a jugar a la pelota, tampoco a caminar, así que nos sentamos en los pasillos y conversamos recostados en la pared. Luego tomamos una pequeña siesta hasta la hora del regreso a clases. De pronto, apareció una chica de otro salón que nunca había visto. Era la niña más bonita del mundo, o eso creí. Quedé embobado al verla pedir permiso para pasar, pero parecía no escuchar de lo tonto que me tenía. Notó la mirada cautiva que puse y solo sonrió. Fue el gesto más hermoso que había presenciado en mi vida. Su tez era blanca, tenía el cabello lacio y largo hasta la cintura, de iris cafés y con una mirada pícara y seductora; unos ojos que en ese momento eran mortales para mí. Cualquiera podría enamorarse con solo verla.

Salí de mi ensoñación al sentir un golpe en la cabeza.

—Reacciona, weón —dijo mi mejor amigo, Felipe, mientras los otros se reían de mí. Con él andaba para todos lados, era en quien más confiaba.

—¿Es la primera vez que ves a una mujer, gil? —rio. Solíamos decir gil como sinónimo de menso o idiotizado.

Ahí también estaba Jhordi, un tipo más de calle. Tenía una manera de hablar que lo hacía parecer de una banda granuja, pero era buena persona, un gran amigo. En ocasiones nos acompañaba a caminar y hacer hora por la plaza.

Ese mismo día, al salir de la escuela, fuimos a la plazoleta del pueblo a pasar el rato. Se les ocurrió tocar el tema de la chica que pasó frente a mí y volvieron a burlarse. De todas maneras, quería saber su nombre, así que Felipe me aconsejó que se lo preguntara la próxima vez que la viera, pero que no soñara demasiado, ya que tenía fama de rechazar a cualquier chico que pretendiese enamorarla.

Cuando volví a casa comencé a imaginar una vida a su lado, como el típico adolescente enganchado, dispuesto a jurar amor eterno. Busqué ropa en mi armario, una más formal para comenzar a salir, pues era la primera vez que me preocupaba de mi manera de vestir y de cómo me veían los demás. De pronto, encontré una camisa azul a cuadros que había pertenecido a mi padre antes de irse de casa y perder su rastro. Me la probé con el pantalón del uniforme de la escuela, ya que era negro, igual que los zapatos. ¡Grave error!

Al día siguiente, después del colegio, fui a mi casa a cambiar mi vestuario para salir con Felipe a dar una vuelta. Jessica y Rubén se quedaron en el comedor y mi madre en su trabajo, como siempre. Rubén era muy inquieto y se llevaba mejor con mi hermana que conmigo, así que se encargaba de sus cuidados.

Cuando me dirigía al parque donde siempre me juntaba con Felipe, noté que algunas personas me miraban y pensé que me veía muy formal. Usaba la camisa de mi padre y el pantalón del uniforme. Al llegar, mi mejor amigo, quien estaba junto a Jhordi, me explicó que no había podido salir con sus otros cercanos ya que estaban lejos del pueblo y sus padres no le dieron permiso para acompañarlos, así que éramos como sus amigos de repuesto. Rieron a carcajadas de mí, parecían enajenados al no poder detenerse.

—¡Qué estás usando, loco! —dijo Felipe entre risas.

—Una camisa para lucir mejor.

—Te falta una peluca y una nariz roja para ser un payaso —señaló Jhordi.

—¡Ya, basta! —exclamé muy enojado. Al ver que no paraban de reír los mandé al demonio, di media vuelta y me dirigí a casa entre molesto y apenado. Comprendí por qué la gente volteaba a verme de manera extraña: me veía muy mal con la camisa a cuadros y el pantalón holgado. Felipe y Jhordi me seguían de cerca pidiendo disculpas, pero de igual forma reían sin parar. Caminaba dispuesto a cambiarme, pero para mi mala suerte aquella chica que me gustó tanto en la escuela salió de un callejón justo enfrente de mí. Quedé helado. Lo único que pensaba era en que ojalá no viera el desastre que llevaba puesto.

—Linda camisa… —murmuró mientras mis amigos se reían a metros de distancia. Por alguna razón no pude responder—. Pero no con ese pantalón.

Un segundo después intentó retirarse y pasó por mi lado.

—¿Quieres ir por un helado? —pregunté, nervioso.

Giró por breves instantes, como si pensara en ello.

—Solo si usas algo casual en lugar de esa camisa.

—¡Claro que sí!

—Te veré en una hora en el parque.

Entonces se fue. Felipe y Jhordi dejaron de reír, muy asombrados de que hubiese aceptado mi invitación, incluso si tenía fama de rechazar a sus pretendientes. Aproveché la instancia para ir rápido a cambiarme mientras me seguían muy callados, como si de algo muy serio se tratara.

—¡No puedo creer que Rosa aceptó una invitación tuya! —exclamó Jhordi.

—¿Así que se llama Rosa? —pregunté, pero me ignoraron.

—¡Intenté salir con ella hace más de un año!

—Debiste vestirte como payaso de circo —dijo Felipe, burlándose.

Al llegar a casa me cambié apurado y luego me acompañaron de regreso al parque. Esta vez me puse una playera roja y un short negro que usaba para ir a la playa. Al llegar a la placita del pueblo esperamos cerca de veinte minutos. Mis amigos se despidieron al señalar con la mirada al otro lado del parque. Era Rosa.

Cuando llegó frente a mí me saludó con un beso en la mejilla. Me sentía bobo al estar tan nervioso, pero podía disimularlo bien, pues sabía que Felipe y Jhordi me estarían observando desde lejos y no tenía intenciones de quedar como bobo.

—Me llamo Rosa.

—Lo sé —respondí como un tonto.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo escuché por ahí.

—¿Ah sí? ¿Y qué más escuchaste de mí?

De inmediato supe que lo había arruinado y me tragué mis palabras.

Sonrió con dulzura.

—Empecemos de nuevo. Me llamo Rosa. Ahora, dime tu nombre.

—Soy Diego.

Recién entonces me pude sentir más aliviado. Luego de presentarnos comenzamos a caminar por el parque para hablar de todo un poco. Me contó sobre su familia y yo le hablé de la mía. También charlamos sobre la escuela, los profesores y nuestras amistades. Sentí que el tiempo pasaba rápido, pues muy pronto comenzó a oscurecer y anunció que debía irse. La acompañé hasta su casa y después regresé a la mía.

Al llegar me encontré con mi madre, quien había retornado del trabajo. Preguntó en dónde estaba y le respondí que había salido con una amiga. Me miró y sonrió para luego darme un par de billetes.

—La próxima vez invítala a cenar a algún lugar bonito.

Sentí orgullo en sus palabras. Me fui feliz a mi habitación para tratar de dormir, pero no podía hacerlo. Estaba muy entusiasmado con el día siguiente. Quería volver a verla en la escuela y llevarla a comer, tal como había dicho mi madre.

Capítulo 2

Al día siguiente me levanté temprano y me vestí sin prisa para ir a clases. Con mi hermana íbamos a la misma escuela secundaria, donde ella cursaba su primer año. Nos tocaba dejar a Rubén en su colegio de primaria, que estaba una cuadra antes de llegar a nuestra institución académica.

Al entrar al establecimiento, miré hacia los lados, por el patio y los pasillos, mientras me dirigía a mi salón con la esperanza de ver a Rosa, pero no la encontré. Tuve que entrar al salón y esperar al recreo para poder ir a su aula. Tenía clase de matemáticas, una materia que no me agradaba mucho, pues los trabajos se me hacían cada vez más difíciles de entender.

Por fin sonó el timbre que avisaba el inicio del recreo. Salí con rapidez y me dirigí al salón de Rosa. De casualidad la encontré en uno de los pasillos antes de llegar a su clase. Le pregunté si quería caminar y accedió sin dudarlo, con una sonrisa que me encantaba, mientras caminamos por un rato hasta llegar a un corredor sin alumnos. Quedamos solos por un instante, así que quise aprovechar la ocasión. Estaba con todos los nervios a flor de piel, y con un increíble miedo al rechazo, le dije que era una chica hermosa y que me gustaba mucho. Le pregunté si quería ser mi novia. Grande fue mi sorpresa al escuchar su “sí” después de un breve segundo. Fue el día más feliz de ese entonces, ya que después viví otros momentos alegres. Me acerqué para intentar besarla, aunque dudaba de que fuera buena idea. Al final, también se inclinó hacia mí y nos dimos nuestro primer beso. “¡Es increíble que ya tenga novia!”, pensé.

Al comienzo no lo podía creer. Continuábamos saliendo y viéndonos en los recreos sin falta ni excusa. El último día de clases de esa semana, Rosa me pidió que saliéramos la mañana siguiente por el centro de la ciudad junto a sus amigas. Accedí de inmediato, pues solo quería hacerla feliz.

Al regresar a casa le pedí a mi madre que me prestara algo de dinero, pero no le conté que tenía novia y que quería sacarla a pasear. Me respondió que no podía, ya que debía pagar los servicios básicos de la casa, como la luz y el agua. Además, tenía que efectuar algunas compras, así que me preocupé mucho. Había prometido sacar a Rosa y al final no podría hacerlo. “Alguien tendrá que prestarme”, pensé.

No pude dormir aquella noche, pues pensaba entre vueltas y giros cómo conseguir algo de dinero. Pegué pestaña en la madrugada. Poco después, cuando amanecía, mi mamá me despertó. Me preguntó para qué quería el dinero y entonces le conté el asunto.

—Tengo novia, se llama Rosa y la invité a salir sin pensarlo.

De pronto sacó un billete de cincuenta soles. Me los entregó diciendo que ya contaba con la edad para tener novia y salir por las noches, pero que también debía hacerme cargo de mis propios gastos. Si necesitaba dinero, era mejor que consiguiera un empleo de medio tiempo. La abracé y le di las gracias. Estaba más calmado porque tenía lo necesario para salir con Rosa, sin olvidar el consejo que me había dado: si quería divertirme, tendría que trabajar para hacerlo, así que estaba dispuesto a buscar cómo conseguir que me pagaran una remuneración. Guardé el dinero y salí con mis hermanos a jugar a la pelota, en busca de hacer hora para salir con mi novia y pasar tiempo con ellos, ya que querían divertirse, pero no tenían con quién hacerlo.

Jéssica era muy ruda para jugar. Siempre pensé que al crecer con hermanos varones se había vuelto bastante agresiva para jugar fútbol. Antes jugábamos a las peleítas, cosa que también ayudó a forjar esa actitud fuerte. Por esa razón siempre se metía en juegos considerados varoniles.

Pasado un rato mi madre salió a trabajar y no tuvo tiempo de cocinar, así que me encargó esa tarea. Cuando noté que era la una de la tarde, dejé a mis hermanos jugando con otros muchachos que se unieron a su improvisado fútbol y entré a ver qué preparar para comer.

Solía cocinar en muchas ocasiones, pues cuando mi madre no contaba con el tiempo suficiente o se encontraba muy cansada, me delegaba esa tarea. Me enseñó a hacerlo, y entre los dos le enseñamos a Jéssica. Preparé un arroz con estofado de pollo —ya que era lo más rápido— y luego llamé a Jéssica y a Rubén para comer. Eran casi las dos y media de la tarde. Mientras almorzábamos, ella me preguntó si era verdad que tenía novia. Supuse que había escuchado la conversación que tuve con mamá.

—Sí, es verdad.

—¿Podemos conocerla? —preguntó mi hermano menor, entusiasmado.

—Claro, lo harán más adelante. —Sonreí.

—Ya sé que se trata de Rosa. —Mi hermana esbozó un gesto pícaro.

—¿Cómo lo sabes?

—Toda la escuela habla de eso. Traté de averiguar de quién se trataba, y resulta que eres su primer novio.

—¡Qué bien! —exclamó Rubén.

Volví a sonreír, victorioso, ya que era el único que había logrado enamorarla. O eso creía.

—No sonrías —refutó Jessica—. Mamá dice que hay que ser cuidadoso con las personas de las cuales no conoces su pasado.

—Tal vez sea una asesina en serie. —A Rubén le encantaban las películas de acción y artes marciales. Sus favoritas eran de crímenes y asesinos. A veces he pensado que podría convertirse en alguien sádico y un poco cruel.

—¡Nooo! Apenas tiene diecisiete. ¿Cómo puedes creer que tenga un pasado malo?

—Tiene dieciocho, va a cumplir diecinueve el otro mes —dijo Jéssica, muy segura de su afirmación—, repitió el año dos veces.

—¿Y eso qué? —pregunté casi molesto. La verdad, la conversación terminó por incomodarme. Me levanté y fui a mi habitación con mi plato a terminar de comer solo. Cada uno lavaba sus platos y tazas, eran las reglas de la casa. Cuando Jéssica y Rubén terminaron de comer y limpiar, salieron a jugar de nuevo. Me quedé viendo la televisión hasta que dieron las cinco de la tarde. Me duché y me vestí. Llamé a mis hermanos para que entraran a la casa, ya que no podían quedarse afuera y mi madre no tardaría en volver del trabajo.

Salí a la plazoleta del pueblo a eso de las seis y media, justo a la hora de mi encuentro con Rosa. Al llegar, esperé como cuarenta minutos. Estaba muy preocupado, pues llegué a creer que se había arrepentido y ya no quería verme más, pero por fin, llegó.

Me presentó a sus amigas, Dina y Talía. Eran muchachas bonitas, pero menores. Tenían entre dieciséis y diecisiete años. Al parecer sus amigas anteriores se habían alejado de ella al repetir el año dos veces, y no tuvo más opción que hacer nuevas juntas.

Tomamos un transporte público y fuimos al centro de la ciudad. Nos dirigimos al centro comercial, donde había muchos juegos mecánicos en el Happyland. Les invité un helado, pero mientras comíamos noté que Dina y Talía estaban algo molestas. Emitían susurros, incómodas. “Algo estoy haciendo mal”, pensé. Luego Rosa se acercó y me dijo que querían ir a una discoteca. Nunca había ido a una y le dije que no nos permitirían entrar ya que éramos menores de edad. Sonrió con esa misma carita que tanto me cautivaba y contestó que no había problema, pues era mayor y podía hacernos entrar. Accedí, ya que quería saber cómo era una discoteca, además de que también quería complacerla.

Al llegar vimos a un guardia de seguridad que nos pidió las identificaciones. Rosa le mostró la suya, y grande fue mi sorpresa cuando Dina y Talía también mostraron sus documentos. El guardia asumió que eran mayores y a mí no me pidió comprobar mi edad ya que íbamos en grupo, además, era alto y no representaba mis años. Al entrar había una cajera y otra puerta donde controlaban dos guardias. Aún no entrábamos a la fiesta, pero se escuchaba un poco el ruido de la música. La muchacha de uniforme cobraba la entrada a diez soles cada uno y éramos cuatro. Había gastado más de la mitad en el pasaje, los juegos y el helado. No me alcanzaba. Algo avergonzado, llamé a Rosa a un costado y se lo dije. Noté su mirada decepcionada y ella se lo explicó a sus amigas. No tuvieron pudor en mostrarse molestas. Al final tuvimos que salir y regresar a casa.

Mi novia no me hablaba y estaba muy apenado para iniciar una conversación. Caminé adelante, solitario, y de pronto las escuché susurrar. Rosa se acercó a mí y dijo que tenían que ir con Talía a casa de una tía a recoger un recado. Me ofrecí para acompañarlas, pero se negó. Argumentó que esa señora no me conocía y sería muy incómodo para todos que llegasen con un desconocido. Además, era probable que hicieran una pijamada con la prima de su amiga, así que al final solo pude conseguirles un taxi y regresar a casa. Estaba triste, pero había sido peor creerles la mentira.