Amor olvidado - Caitlin Crews - E-Book

Amor olvidado E-Book

CAITLIN CREWS

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

El despiadado Thanasis Zacharias era el heredero de un imperio económico y protagonista de las revistas del corazón. Pero a pesar de su fama de playboy, solo había una mujer con la que se sentía él mismo. Ella había sido su refugio hasta que murió en un accidente. Ahora, cinco años después, ¿cómo podía estar viva la única mujer a la que había amado y a punto de casarse con su despreciable padre? Selwen Jones no recordaba nada anterior a su accidente. Pero le bastó mirar a Thanasis para sentir… todo. Debía mantenerse alejada de él, pero con cada caricia que le robaba, iba traicionando poco a poco las promesas que se había hecho a sí misma. Pero algo le indicaba que el fuego abrasador que los consumía era lo único que siempre había deseado.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 182

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 Caitlin Crews

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor olvidado, n.º 3187 - septiembre 2025

Título original: Forbidden Greek Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9791370007744

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

 

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

Thanasis Zacharias entró en la villa de su padre, un edificio monstruoso y de mal gusto que ocupaba todo el norte de una poco conocida isla del Egeo, como había dispuesto el monstruo de su padre, y vio un fantasma.

De haberse hallado en otro lugar, se habría precipitado hacia la mujer ansiando tocarla, sentir el calor de su piel, y la habría besado en la boca para comprobar que era realmente ella.

Para comprobar que estaba viva, que no era otro de los sueños que llevaban persiguiéndolo cinco largos años, que de verdad estaba allí.

Qu estuviera allí era el problema.

¿Qué hacía allí su amor perdido y de repente resucitado?

Thanasis se había criado en aquella villa, Era donde aprendió que a su padre le encantaba hacer daño a otras personas, causar dolor y pesar donde pudiera, y que solo se preocupaba por sí mismo. Era un lugar lleno de sombras y espejos, de mentiras.

Hacía mucho tiempo que había aprendido a ocultar sus reacciones y, por supuesto, las emociones que pudieran surgir en los peores momentos.

Las consecuencias de no hacerlo eran terribles.

Y ahora, allí había un fantasma, a la luz de las arañas del amplio salón de la villa, al que no se atrevía a acercarse.

Thanasis no sabía cómo se comportaría.

Ni lo que revelaría.

Se obligó a apartar la mirada de la mujer, lo que le produjo un dolor físico. Lo hizo poco a poco volviendo a mirarla para comprobar que no veía visiones y apartando la mirada de nuevo. Debía tener cuidado y controlar los latidos desbocados del corazón y la aceleración de la sangre en las venas, así como la expresión que se temía que hubiera en su rostro, una expresión que solo le había mostrado a ella.

Miró a su alrededor para evaluar la situación con la frialdad que lo había hecho triunfar en los negocios.

Nadie lo había visto entrar. Había llegado tarde a propósito. Era evidente que no se había perdido nada. Reinaba el caos habitual de una reunión familiar de los Zacharias.

Desde donde se hallaba, vio a tres de sus cinco hermanastros, aunque no dudaba que los otros estarían por allí. Siempre estaban. Y se le aproximaban como tiburones, porque eso eran, siempre intentando obtener favores.

Thanasis había heredado todo aquello, esa abominable ofensa a la arquitectura y la vanidad que contenía, y el duradero desastre que a su padre le encantaba provocar sabiendo que un día lo dejaría tras de sí; mejor dicho, en el regazo de Thanasis.

A Pavlos Zacharias no le atraía el encanto de ser un buen padre y mantener relaciones sanas con los hijos que había tenido con varias mujeres mientras estaba casado con la madre de Thanasis. Tampoco estaba dispuesto a reconocer que había creado unas vidas que dependían de él. Por eso, no le preocupaba la relación que tenía con Thanasis, fuera hijo legítimo o no.

A Pavlos le encantaba torturar a los demás, pero no en el potro ni metiéndoles astillas en las uñas, ya que eso requería un esfuerzo y él era muy perezoso. ¿Para qué iba a esforzarse si le resultaba mucho más fácil actuar como el monstruo depravado que era y contemplar las consecuencias de su comportamiento?

Por eso, Thanasis no se fiaba de lo que veía. Tal vez lo que se hallaba frente a él no fuera un fantasma, sino una mujer que se parecía a su adorada Saskia.

Se dijo que no podía ser otra cosa.

Se quedó donde estaba. Volvió a mirarla y a apartar la vista. Dejar de mirarla nunca se le había dado bien. Eso no había cambiado, con independencia que quién fuera esa mujer.

Thanasis no consentiría que la emoción se le reflejara en el rostro ni que nadie de los presentes la percibiera. En realidad, no permitiría que ninguno de ellos se imaginara que sentía emoción alguna.

La depravada villa de Pavlos era una herida ulcerada, no un hogar, y todo lo que había en ella era un arma.

Lo había aprendido de niño.

 

 

Se le acercó una de sus hermanastras, una de las que peor le caía; Marissa, una mujer venal y vanidosa, producto de la relación, ampliamente difundida, de Pavlos con una modelo parisina, tan famosa por su malicia como por sus pómulos.

–Creía que ya no obedecías las órdenes del viejo –dijo Marissa con la voz cortante y cruel que la caracterizaba. No se molestó en hablar en griego, a pesar de que esa noche estaban en Grecia. Prefirió hacerlo en francés, su lengua materna. Le daba igual que no la entendieran.

Thanasis volvió a mirar al hermoso fantasma, que se hallaba en el medio del salón con una copa de vino en la mano, la cabeza levemente ladeada y una expresión que él reconoció, una especie de curiosidad que generalmente acababa en risas.

Pero no podía ser.

Lo que reconocía solo era un recuerdo. Aquella mujer no tenía nada que ver.

No era Saskia. Saskia había muerto.

Y él llevaba cinco años intentando aceptarlo.

No podía seguir allí parado, con aquel demonio a su lado dispuesto a saltar sobre él como un buitre.

Esperando que él le diera la oportunidad.

–He aceptado la invitación de mi padre, si te refieres a eso –contestó en un frío tono neutro, perfeccionado con los años, que sacaba de quicio a los miembros de la familia.

Marissa lo miró con desdén.

–Sigo esperando que anuncie que ha cambiado el testamento. Puede que entonces no te mostraras tan altanero.

Cuando estaba allí, Thanasis solía entrar en el juego. Si había ido a la villa, como le había ordenado su padre, no tenía sentido mostrar lo desagradable que le resultaba. Se permitía tener aquellas conversaciones y estaba dispuesto a vérselas con su padre si lo atacaba.

Pero esa noche era distinto.

Ella estaba allí, quienquiera que fuera.

Y hasta que supiera quién era o, mejor dicho, quién no era, se dio cuenta de que no le apetecían los jueguecitos a los que se rebajaba a jugar en la villa.

–No sé cómo has llegado a la treintena sin entender que no va a hacerlo –dijo a su hermanastra–. No quiero ser su heredero, por lo que se asegurará de que lo sea. Tú, por el contrario, te has rebajado toda la vida con la esperanza de que te lo deje todo, por lo que no lo hará. Así de sencillo, Marissa. No sé cómo no lo entiendes.

Ella le enseño los dientes y él se alejó.

Thanasis odiaba a su padre. Era la consecuencia natural de ver cómo el viejo trataba a su estoica, desconsolada y obstinada madre.

Thanasis tenía veinte años cuando ella murió, y no supo si alegrarse de que por fin se hubiera librado de su padre o lamentar su muerte.

Y su malvado padre lo había obligado a entrar en la empresa familiar, a pesar de que Thanasis deseaba marcharse y no volver a verlo.

Esos sueños se habían desmoronado después de la universidad, cuando comprendió que hiciera lo que hiciese o fuera donde fuese, su apellido lo acompañaría y el espectro de su padre estaría suspendido sobre él como la espada de Damocles.

Se rindió a lo inevitable, pero con sus propias condiciones.

Tardó años en demostrar que había dos intereses distintos en la misma empresa: el de los caprichos y mentiras de su padre y el suyo propio.

Pavlos acaparaba titulares; Thanasis llegaba a acuerdos. Y un día se lavaría las manos con respecto a los problemas que le creaba su padre.

Soñaba con que llegara ese día.

Su otro sueño parecía haberse hecho realidad frente a él, en la misma estancia. Pero volvió a decirse que era imposible.

La mujer se parecía a Saskia. Debía dejar de imaginarse otras cosas.

Llevaba años imaginando que ella volvería.

Los habituales miembros de la alta sociedad se apartaron mientras se abría paso entre la multitud, porque sabían que no debían interponerse en su camino. Los periodistas, a los que sus hermanastros proporcionaban historias sobre él, lo llamaban «el matón de la sala de juntas» o «el verdadero monstruo Zacharias», y disfrutaban destrozándolo en los periódicos.

Pero si el objetivo era aislarlo o avergonzarlo, no lo habían conseguido, porque era tremendamente competente en su trabajo.

Lo único que le proporcionaban los esfuerzos de sus hermanastros era un exceso de atención femenina, a pesar de que no la deseaba.

La idea de un hombre exigente con mucho dinero parecía atraer a algunas mujeres, pero, aunque lo asediaban, no se quedaban mucho tiempo a su lado, ya que él cortaba sus intentos de charlar con él.

Thanasis era muy intenso, muy seguro de sí mismo y totalmente opuesto a las tonterías habituales, al hablar sin sentido.

Lo más importante seguía siendo superar la muerte de Saskia.

En un mundo en que todo era de color de rosa, despreocupado e insustancial, Thanasis, según su padre, vestía como un director de pompas fúnebres: siempre de negro.

Y aquella gente frívola revoloteaba a su alrededor como si fuera el rey del inframundo.

A veces, eso lo divertía, pero no esa noche.

Thanasis no quería beber, porque lo que le apetecía era agarrar una botella y bebérsela entera. Además, quería que su familia y los invitados creyeran que no bebía, porque hacía que lo odiaran aún más.

Y, desde luego, no iba a beber cuando no sabía cómo reaccionaría cuando el alcohol influyera en sus anhelos, sus necesidades y sus crueles esperanzas.

Se situó en un lugar desde donde veía mejor a la mujer que era imposible que existiera.

«Saskia». Su nombre era una canción en su interior. No se había hallado su precioso cuerpo. Él había aceptado de mala gana que había muerto al descarrilar aquel tren, porque nadie podía esconderse cinco años seguidos de un hombre como él, con tantos recursos a su disposición.

Había controlado su cuenta bancaria, las tarjetas de crédito. Ella no había vuelto al piso que le había conseguido en Londres. Él sabía que no tenía ningún otro sitio donde ir. Era huérfana, estaba en Londres estudiando Historia del Arte, algo que no servía para nada.

Era una mujer brillante, intensa y enamorada, y él no habría querido separarse nunca de ella. Después de una noche que él había deseado millones de veces repetir, para actuar de otra manera, ella tomó un tren por la mañana y no volvió a verla.

Lo dejó sin nada.

Y él descubrió rápidamente que, sin esa mujer a la que había ocultado del mundo, era un desconocido para sí mismo.

Era posible que se hubiera acostumbrado a ese desconocido o que hubiera aprendido a aceptarlo.

Sin embargo, esa noche, estaba contemplando a la doble de Saskia.

Y volvía sentirse como el yo al que había perdido ese terrible día.

Se dijo que no debía albergar muchas esperanzas. Había pasado por todas las fases del duelo, pero nada había cambiado la realidad. No había motivo alguno para suponer que aquella mujer lo haría. ¿No se decía que todos tenían un doble?

Se repitió que, sencillamente, la mujer se parecía a la que había perdido. No era ni podía ser su Saskia, sino alguien que se le parecía tanto que era como si hubiera resucitado.

Obviamente, era imposible.

Obviamente.

De todos modos, se le acercó más. Ella no estaba hablando con nadie, a pesar de hallarse con un grupo de invitados. Llevaba un bonito vestido y sonreía como si no creyera lo que decían quienes la rodeaban, lo cual no era una sorpresa, teniendo en cuenta que entre ellos se hallaban Pavlos y Johannes, un hermanastro de Thanasis, hipócrita y vengativo.

Thanasis se dijo que ella no se parecía a Saskia o que parecía distinta, mayor tal vez.

Llevaba el cabello más largo. Él sabía que olería a bergamota y a flores. Cerró los puños hasta hacerse daño en los nudillos.

Aquella mujer, que no podía ser Saskia, porque Saskia estaba muerta, tenía el mismo rostro ovalado, los mismos inteligentes ojos castaños, idéntica delicada nariz e idénticos altos pómulos, que él había acariciado tantas veces con los dedos y la boca.

Y la boca de ella era como la recordaba, sensual; la boca que él había sentido en todo su cuerpo y, lujuriosa y caliente, en su miembro.

Notó que se estaba excitando en aquel lugar abyecto, donde el sexo simplemente era una mercancía más.

La miró con tanta intensidad que ella alzó la vista. Y él se preparó para el impacto del reconocimiento cuando lo viera, el impacto de la comprensión y la electricidad que le habían cambiado la vida por completo al conocerla por casualidad en la Tate Modern, en el centro de Londres.

Sin embargo, aunque ella lo vio y le sostuvo la mirada, él no vio en su ojos nada más que un leve interés.

Como si le resultara un completo desconocido.

Eso demostraba que no era Saskia, se dijo, pero todo su ser lo rechazó.

Categóricamente.

Fue como si lo hubieran golpeado. Apretó los dientes. Y tardó más de lo que debería en conseguir que la expresión del rostro no delatara lo que sentía.

Notó que alguien se acercaba. Era otro de sus hermanastros, Thelemacus, un hombre astuto y drogadicto. Thanasis nunca sabía si Telemachus lo reconocía o si creía que se hallaba inmerso en una experiencia producto de las drogas.

–Tengo que admitir –dijo Thelemacus con voz pastosa a su hermanastro, como si ya estuvieran manteniendo una conversación– que el viejo siempre ha tenido buen gusto para las mujeres.

–Solo conozco a una mujer que se ajuste a esa descripción –respondió Thanasis con frialdad–. Mi santa madre, que en paz descanse. Su única esposa.

–Mi madre era una prostituta. Sería la primera en reconocerlo, si viviera. No solo lo reconocería, sino que lo defendería. Pero eso no cambia el hecho de que fuera muy hermosa.

–Te he pedido muchas veces que no hables conmigo en público –le recordó Thanasis.

Se alejó de Thelemacus, cada vez más impaciente.

Aunque no sabía por qué.

Siguió mirando al fantasma de Saskia, en el centro del salón, como si la fiesta girara en torno a ella. Para él, era así.

No podía dejar de pensar en ella.

Se percató de que su padre lo observaba, pero se negó a darle la satisfacción de acercarse a él.

«Tienes que venir a la villa», le había dicho Pavlos.

«No me hace falta ir, y no lo haré», había respondido su hijo.

Llevaba años sin aparecer por allí. Negarse a volver a la isla implicaba relacionarse con su padre únicamente en Atenas, en el despacho, para hablar de negocios. Incluso así, Thanasis procuraba hacerlo lo menos posible.

Relacionarse con su padre le resultaba mucho más fácil a distancia.

Pavlos vivía en Grecia e iba al despacho cuando lo consideraba necesario. Thanasis vivía en Londres, desde donde dirigía la empresa con la contundencia que lo había convertido en multimillonario antes de cumplir los treinta.

A lo largo de los años, sus visitas a la villa habían ido escaseando. Se propuso que los vanidosos proyectos de Pavlos no interfirieran en los verdaderos intereses de la empresa que la familia Zacharias llevaba generaciones dirigiendo. Thanasis la había convertido en una importante multinacional.

«Tienes que venir», le había contestado Pavlos. «Voy a anunciar algo de suma importancia».

«¿Te vas a morir?», había preguntado Thanasis en tono seco.

Pavlos se había reído.

«Qué más quisieras. Muy pronto tendrás que resolver un problema. Pero ahora requiero tu presencia en la villa».

«Si rechazo la invitación, ¿me excluirás, por fin, de tu testamento?».

Su padre se había vuelto a reír, antes de colgarle el teléfono.

Si Thanasis hubiera creído que Pavlos lo desheredaría, se habría quedado en Londres, como quería. Pero, con respecto a su padre, siempre había que valorar las diversas opciones, decidir lo que era peor en un momento determinado, o lo que podía serlo en el futuro, y obrar en consecuencia.

Al fin y al cabo, le costaría poco ir a la villa, aparentar que obedecía a su padre, saber qué tramaba y marcharse.

Ahora, en todo su esplendor, rodeado de sus hijos, Pavlos dio unos golpecitos en la copa con uno de sus anillos hasta que todos los presentes le prestaron atención.

Era cierto, a pesar de que a Thanasis le costara reconocerlo, que su padre tenía un gusto excelente en cuestión de mujeres. Pero lo que ellas veían en él era la riqueza, el poder, la posición social y la fama. La mujer que saliera con él podía estar segura de que acabaría siendo tristemente célebre. Algunas de sus amantes habían aprovechado esa notoriedad para convertirla en una especie de carrera profesional.

Una cosa era indudable: ninguna salía con Pavlos por su apariencia física, al menos desde hacía décadas.

Su padre había sido un hombre alto e imponente. Thanasis lo había visto en fotos. Pero no era guapo. De rasgos llamativos y atrevidos, lo habían considerado «excitante» y «poderoso» en sus buenos tiempos. Esos rasgos, unidos a una vida de excesos, lo habían convertido en el duende que ahora era.

Thanasis se lo dijo una vez, pero el viejo se limitó a reírse.

«¿Te da envidia?», le había preguntado Pavlos. «Aunque sea un duende, el mundo entero reconoce mi magnetismo».

«No te confundas. Lo hacen porque eres rico», había contestado Thanasis, cuando su padre dejó de reírse.

«Algún día entenderás que ambas cosas son lo mismo. O serás pobre y te olvidarán».

Thanasis prefería pensar que no le sucedería ninguna de las dos cosas.

Pavlos esperó a que todos lo miraran. Sonrió abiertamente. Tomó la mano del fantasma de Saskia, que se hallaba a su lado.

En el interior de Thanasis se produjo una detonación.

Había ocultado a Saskia de todos, la había protegido cuando era suya. La había mantenido en secreto ante todos los que lo conocían, los periodistas, el mundo entero. Saskia llegó a pensar que se avergonzaba de ella.

Nada más lejos de la realidad.

Lo que Thanasis no quería era que su malvado padre supiera de su existencia e intentase acercarse a ella.

Negó con la cabeza.

Saskia estaba muerta. Aquella mujer era una imitación, no la persona real.

De todos modos, no le gustó que su padre la tocara.

–Os he invitado para comunicaros –dijo Pavlos sonriendo como un estúpido– que le he pedido a esta hermosa mujer, mi encantadora e inocente Selwen, que se case conmigo y ha aceptado.

Thanasis creyó que se moría.

Pavlos aún no había terminado.

–¿Quién sabe? Puede que ella me haga ser mejor. ¿No es maravilloso?

Como era de esperar, la multitud estalló en aplausos y la banda comenzó a tocar una música acaramelada.

Thanasis contempló el fantasma de la amante a la que había perdido y se juró que, tanto si era una aparición como si no, para casarse con el degenerado de su padre tendría que pasar por encima de su cadáver.

Capítulo 2

 

 

 

 

Selwen debería haber previsto que aquella noche sería abrumadora, excesiva en todos los sentidos.

Como el propio Pavlos, al que había decidido aceptar como esposo porque ejemplificaba todo lo que ella deseaba en su vida. Era un hombre exorbitante, y ella se esforzaba en ser extravagante en todos los aspectos de su vida. Por eso había dicho que sí.

A todo.

Ffion se lo había pedido antes de morir. Y Selwen, que habría prometido a la anciana lo que quisiera, le había jurado que haría lo posible por hacerlo.

«Hasta convertirme en la representación de la extravagancia», le había prometido.

Se convirtió en un mantra que se repetía en momentos de necesidad. Era lo que la impulsó a marcharse de Gales e ir a Grecia.

De todos modos, nada la había preparado para la fiesta de esa noche.