Más allá del escándalo - Un reino para un jeque - Caitlin Crews - E-Book

Más allá del escándalo - Un reino para un jeque E-Book

CAITLIN CREWS

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Beschreibung

Más allá del escándalo De los flashes de las cámaras al fuego de la pasión… Perseguida por los escándalos, atacada ferozmente por la prensa del corazón y sintiéndose muy vulnerable, Larissa Whitney decidió esconderse de los implacables paparazis en una pequeña y aislada isla. Pero tampoco iba a poder estar sola allí. Cuando menos se lo esperaba, se encontró con Jack Endicott Sutton… Le parecía increíble estar atrapada en esa isla con un hombre con el que había tenido un apasionado romance cinco años antes, un hombre por el que aún sentía una gran atracción y que sabía que la verdad de Larissa era aún más escandalosa de la que destacaban las revistas… Un reino para un jeque ¿Se atrevería a desafiar al rey? Kiara Frederick llevaba una vida normal hasta que, tras su arrebatadora aventura con el jeque Azrin, se vio con el anillo de diamantes más grande de todo Khatan y descubrió que no solo se había convertido en princesa, sino también en propiedad pública de la noche a la mañana. Mientras Azrin se preparaba para acceder al trono, Kiara descubrió que la vida de palacio podría destruir su antes fuerte matrimonio. Pero los reyes de Khatan no se divorciaban, y las reinas de Khatan no debían siquiera planteárselo. ¿Lograría Kiara mantenerse firme ante aquel deseo tan ardiente como la arena del desierto?

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Seitenzahl: 439

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid www.harlequiniberica.com

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. N.º 497 - abril 2025

© 2011 Caitlin Crews Más allá del escándalo Título original: Heiress Behind the Headlines

© 2012 Caitlin Crews Un reino para un jeque Título original: In Defiance of Duty Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa. ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1074-518-6

Índice

Créditos

Más allá del escándalo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Un reino para un jeque

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

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Capítulo 1

LARISSA Whitney se le torció su suerte cuando se abrió la puerta del restaurante. Era noviembre y hacía frío. No dejaba de llover y el viento se colaba cada vez que alguien abría la puerta.

Desde la ventana podía ver cómo las furiosas olas del Atlántico golpeaban las rocas de esa apartada isla.

Pertenecía al estado de Maine, pero en esa época del año nadie la visitaba. Por eso la había elegido. Había muy pocas casas allí y en esos momentos estaba en el único restaurante del pueblo. Había esperado no tener que encontrarse con nadie y poder estar sola. Llevaba varios días así.

Por eso se quedó sin respiración al verlo entrar en el restaurante. Se le hizo un nudo en el estómago al ver a ese hombre. Cerró un instante los ojos, casi creyendo que su imaginación le estaba jugando una mala pasada y que podría conseguir que desapareciera. Pero no lo consiguió. Era Jack Endicott Sutton el que había entrado y se quitaba en esos momentos una gabardina empapada por la lluvia.

–No puede ser… No Jack Sutton, por favor… –susurró ella mientras apretaba con fuerza su taza de café.

Pero no podía conseguir que se esfumara solo deseándolo.

Estaba allí y era él. No podía ser otra persona.

Lo había reconocido al instante, pero sabía que le habría pasado lo mismo a cualquier persona. Tenía grabada en su mente la imagen de ese rostro atractivo y muy masculino. Le resultaba tan conocido como el de cualquier estrella de cine de las que salían en las revistas.

De hecho, Jack había pasado algún tiempo apareciendo a menudo en ese tipo de prensa.

Pero para ella era alguien más conocido aún, ya que lo había conocido personalmente.

Vio que llevaba una camiseta negra de manga larga que dibujaba a la perfección su torso, pantalones vaqueros bastante gastados y botas. Le extrañaba verlo vestido así, cuando normalmente no se quitaba sus trajes de Armani. Estaba fuera de lugar, más acostumbrado a moverse en los selectos ambientes de Manhattan. Allí, casi parecía uno más de los clientes que estaban comiendo o tomando un café en el restaurante. Pero él destacaba por encima de los demás.

Le costaba verlo como uno más en cualquier circunstancia.

Jack Sutton siempre destacaba y no pudo evitar que se le acelerara el corazón un poco.

Procedía de una prestigiosa familia. Era mucho más que un hombre extraordinariamente atractivo con maravillosos ojos del color del chocolate y pelo oscuro. Llevaba con elegancia y cierta despreocupación pertenecer a la familia a la que pertenecía, como si fuera un privilegio que todos conocían, pero del que él prefería no presumir.

Bastaba con ver cómo se movía, el poder y la arrogancia que transmitía, para darse cuenta de que procedía de los Brahmins de Boston y de los Knickerbocker de Nueva York, dos de las familias más prominentes durante la edad dorada de la alta sociedad en Manhattan.

Sus predecesores habían sido grandes empresarios, líderes y visionarios, hombres generosos y dados a la filantropía.

Y él era el heredero perfecto de esa saga: fuerte, atractivo, engreído y con cierto aire peligroso.

Sabía muy bien quién era y de dónde venía. Ella procedía del mismo tipo de familia. Pero para Larissa era algo más. Era su peor pesadilla y en esos momentos acababa de dejarla sin escapatoria.

Frustrada y enfadada, se dio cuenta de que ni siquiera parecía ser capaz de esconderse y alejarse del resto del mundo.

Pero se dio cuenta de que no tenía motivos para ponerse nerviosa. Se hundió un poco más en su asiento y ajustó la capucha de su sudadera, esperaba que no la reconociera.

Ese gesto le recordó lo que estaba haciendo en esa isla, tratando de esconderse de lo que había sido hasta entonces su vida.

Apartó la vista y dejó de observar al que muchos consideraban el soltero de oro de Manhattan para concentrarse en el océano. Las olas seguían golpeando la costa con fuerza. Trató de convencerse de que no iba a reconocerla. Llevaba varios meses fuera de Nueva York y no le había dicho a nadie adónde iba a ir. Además, le parecía imposible que alguien esperara encontrarla en esa isla casi desierta y olvidada, a años luz del salón de belleza más cercano. Durante ese tiempo, había relajado mucho su aspecto. Llevaba pantalones vaqueros y sudaderas.

A modo de maquillaje, un poco de brillo en sus labios y nada más. Además, se había cortado su larga y famosa melena rubia y llevaba el pelo teñido de negro.

Su intención había sido evitar que la reconocieran, sobre todo si tenía la mala suerte de reencontrarse con alguien de su pasado.

Como acababa de pasarle con Jack Sutton. Por desgracia, tenía la sensación de que no era nada fácil engañar a alguien como él. Ni siquiera podría hacerlo ella, que llevaba años engañando a todos los que la rodeaban.

Era algo que había descubierto hacía poco tiempo y la había llevado hasta esa remota isla. Por eso le angustiaba tanto verlo aparecer en ese restaurante, que cada vez le parecía más pequeño y asfixiante. Estaba muy nerviosa, se sentía atrapada.

Trató de respirar profundamente para tranquilizarse, recordando lo que los médicos le habían aconsejado en Nueva York. Tenía que inspirar y espirar… Confiaba en que Jack no la viera y que, si lo hacía, no supiera quién…

–Larissa Whitney.

Su tono frío y lleno de seguridad le dejó muy claro que le divertía verla allí. No se movió, pero le dio la impresión de que todo su cuerpo temblaba.

Volvió a recordar que debía respirar, pero era demasiado difícil hacerlo en esa situación.

No esperó a que lo invitara y se sentó frente a ella.

Se atrevió por fin a mirarlo y vio que le brillaban sus ojos castaños. Tuvo que echarse un poco hacia atrás para que sus largas piernas no la tocaran bajo la mesa.

No le gustaba tener que mostrar su debilidad con esos gestos. Lo último que quería era que Jack supiera hasta qué punto le inquietaba su presencia.

De toda la gente que no querría haberse encontrado en esa isla, Jack Sutton era el que menos se alegraba de ver. No entendía qué podía estar haciendo allí. Era la única persona a la que no había conseguido engañar, ni siquiera sabiendo que su situación era muy similar a la de ella. Llevaba meses viviendo de incógnito y no estaba preparada para sentirse atrapada en una isla con un hombre que sabía demasiado sobre ella. Siempre había sido así.

Le entraron ganas de fingir que no lo conocía y hacerle creer que se había equivocado de persona. Podía decirle que no sabía quién era Larissa Whitney y hacerlo con la conciencia tranquila, pues creía que nunca había llegado a conocerse a sí misma. Le tentaba la idea de negar su propia existencia. Una parte de ella quería hacerlo, pero Jack la miraba fijamente a los ojos y no se atrevió a hacerlo.

Se limitó a sonreír con el mismo gesto frío y vacío que había estado ensayando toda la vida.

–Esa soy yo –repuso finalmente tratando de que su voz no reflejara cómo se sentía.

No podía permitir que la viera afectada por su presencia, pero no le resultaba posible ignorar la fuerza masculina y poderosa que parecía rodearlo. Intentó que su rostro no reflejara nada, que su expresión pareciera vacía. De todos modos, sabía que Jack la veía de ese modo, como una persona superficial, y ella temía que esa percepción se acercara a la realidad.

–No he visto reporteros ni paparazis por el pueblo.

Es noviembre y arrecia una fuerte tormenta. No hay yates amarrados en el puerto ni millonarios divirtiéndose en los clubs. ¿No habrás confundido esta isla de Maine con el sur de Francia?

No le gustó nada que se riera de ella. Le daba la impresión de que la miraba con desdén.

–Yo también me alegro de verte –murmuró ella con ironía.

No quería que viera hasta qué punto le dolían sus comentarios.

Ya debería haberse acostumbrado a que la gente la viera de cierta forma, había sido así durante toda su vida.

–¿Hace cuánto que no nos veíamos? ¿Cinco años?

¿Seis?

–¿Qué haces aquí, Larissa?

Su tono era algo desagradable y poco educado. Ese hombre era todo un encantador de serpientes, podía ganarse a cualquiera, llevaba toda la vida haciéndolo y ella lo sabía mejor que nadie. Había experimentado en primera persona lo seductor que podía llegar a ser. Se estremeció al recordarlo.

–¿Qué pasa? ¿Te extraña que me tome unas vacaciones? –le preguntó ella.

–No me parece el lugar más apropiado –repuso Jack mientras la observaba con los ojos entrecerrados–. Y aquí no hay nada para ti. Solo hay una tienda y este restaurante que además es el único hostal de la isla. Aquí viven menos de cincuenta familias, no hay nada más.

Las comunicaciones con el continente son más bien escasas, solo hay dos transbordadores a la semana, y eso cuando el tiempo lo permite. No encuentro ninguna razón para que alguien como tú esté aquí.

–Es la hospitalidad de la gente lo que me ha atraído –repuso con ironía mientras lo miraba a los ojos.

Se apoyó en el respaldo de su silla tratando de parecer más relajada de lo que lo estaba. Pero tenía un nudo en el estómago y no estaba cómoda. No sabía por qué su cuerpo la traicionaba de esa manera. Hacía mucho tiempo que conocía a Jack. Habían crecido en los mismos círculos exclusivos y claustrofóbicos de Nueva York. Habían ido a los mismos colegios privados y en sus familias habían esperado que fueran a las mejores universidades.

Estaban cansados de verse en las mismas fiestas y de coincidir en las pistas de nieve de Aspen, en las playas de los Hamptons, Miami o Martha’s Vineyard.

Recordaba habérselo encontrado a menudo durante su adolescencia. Más tarde, Jack se convirtió en un atractivo veinteañero del que estaban enamoradas todas sus amigas. Aún recordaba muy bien cómo había sido entonces. Era imposible olvidar su atlético cuerpo, bronceado por el sol en una playa privada de los Hamptons y con más carisma y personalidad que ningún otro joven. Era muy inteligente y tenía una sonrisa demoledora.

Cuando pensaba en él, era así como lo recordaba, brillante y con una gran sonrisa.

Pero ya no quedaba nada de ese joven. Y tenía otros recuerdos que prefería no desenterrar, los recuerdos de un fin de semana en el que intentaba no pensar. Entonces, Jack tenía más años y experiencia. Esos días habían conseguido sacudir algo en su interior. Fuera como fuera, había sido entonces cuando se había dado cuenta de lo peligroso que podía llegar a ser para ella. Era todo fuego y pasión. Tenía la sensación de que sus ojos veían demasiado y la conocía mejor que nadie.

Lo cierto era que ese hombre había conseguido fascinarla y aterrarla al mismo tiempo. Pero todo eso había ocurrido antes de que su vida cambiara y ella descubriera que debía darse una nueva oportunidad. La llegada de Jack Sutton no podía ser más inoportuna. Lo consideraba una persona incontrolable e imposible. Y creía que esas dos eran sus mejores cualidades.

Lo contempló como si poco le importara verlo allí.

Estaba tan acostumbrada a fingir que no le costaba nada hacerlo. Además, sabía que era esa Larissa la que estaba esperando ver Jack. Todo el mundo pensaba que era una joven fría y superficial. A veces, había llegado a creer que esa facilidad para fingir lo que no era debía de ser su única cualidad.

–¿Estás disfrazada? –le preguntó Jack con el mismo tono de voz sugerente que tanto conseguía afectarla–. ¿O acaso huyes de alguien? No sé si quiero saber a qué estás jugando.

–¿Por qué te interesa tanto? –repuso ella riendo–. ¿Es que te molesta que no tenga nada que ver contigo?

–Todo lo contrario –le aseguró él con algo más de frialdad.

Vio que la miraba con cierta dureza, como si ella le hubiera hecho daño. Le sorprendió verlo así. Suponía que cabía la posibilidad de que hubiera hecho algo que lo molestara, pero no lo recordaba. Jack no era el tipo de persona del que la gente soliera olvidarse con facilidad.

–Me comentaron que Maine está precioso en esta época del año –le dijo ella para no tener que darle más explicaciones–. Y no he podido resistirme.

Le hizo un gesto y miró hacia la ventana, esperando que él hiciera lo mismo. El cielo estaba aún más oscuro y el viento movía las nubes. La lluvia seguía golpeando con fuerza el cristal y las rocas soportaban impertérritas los golpes de las olas. Se sintió como una de esas rocas, golpeada y asediada continuamente, pero aún en pie. Su propio pasado era como esas olas, que no dejaban de chocar contra las rocas. Pensó que Jack era como esa lluvia. Un elemento frío y deprimente que no hacía sino agravar el dolor que le producían los ataques.

–Has tenido un año estupendo, ¿verdad? –le preguntó Jack entonces con ironía–. Eso es al menos lo que he oído.

Se sintió desnuda y vulnerable, algo que siempre trataba de evitar, sobre todo cuando estaba cerca de ese hombre y después de lo que había ocurrido la última vez. Lo peor de todo era no poder contarle la verdad ni defenderse. Tenía que aceptar lo que decían de ella, algo que todo el mundo había creído. No entendía por qué le dolía tanto esa vez. Después de todo, era solo un escándalo más. Pero esa vez, las noticias en las que se había visto envuelta no las había inventado ella.

–Sí, claro –repuso ella tratando de controlar su odio–. Una temporada en un centro de desintoxicación y un compromiso que no llegó a buen puerto. Muchas gracias por recordármelo.

No sabía qué podía decirle. Estaba convencida de que no la creería si le contaba que había estado en coma y una mujer se había hecho pasar por ella. La misma joven que se había liado con su prometido. Sabía que no creería la verdad. Su vida siempre había sido muy parecida a la de las telenovelas y lo que le había ocurrido ese último año parecía escrito por un mal guionista.

Después de todo, todo el mundo conocía a Larissa Whitney. Creían que era una joven superficial que se pasaba la vida comprando y yendo a fiestas. Era la oveja negra de su familia. Habían pasado ya ocho meses desde que se desmayara una noche a la salida de un club de Manhattan. Gracias a los reporteros que siempre la seguían y a las manipulaciones de una familia que dominaba los medios de comunicación, todos creían saber lo que había pasado después.

Según la prensa, había pasado una temporada en un centro de desintoxicación. Después, había vuelto a su vida anterior del brazo de su pobre prometido, Theo, que era además el director general de Whitney Media.

El ambicioso joven no tardó en romper su compromiso y en dejar su trabajo al frente de la empresa familiar.

Todo el mundo la culpó a ella, la infiel y fría Larissa.

Y no le extrañaba que lo hicieran. Después de todo, había tratado de humillarlo a menudo y de la manera más pública posible. Lo había hecho durante años y a nadie le había costado creer que ella fuera la mala en esa película.

En realidad, había pasado dos meses escondida en la mansión familiar, postrada en una cama. Todos creían que no iba a salir de aquella y a su familia le faltó tiempo para maquinar un plan con el que pudieran beneficiarse de esa situación. Creía que la verdad no era tan interesante como la ficción.

Estaba convencida de que nadie la creería. Y, como solía ocurrirle con frecuencia, sabía que ella era la única culpable de esa situación.

–¿No has causado ya suficientes problemas? –le preguntó Jack entonces como si acabara de leerle el pensamiento–. ¿Crees que vas a conseguir involucrarme en tus líos? Estás muy equivocada, Larissa. Hace mucho tiempo que me cansé de tus juegos.

–Si tú lo dices –repuso ella fingiendo cierto aburrimiento.

En realidad, se sentía dolida y le habría encantado poder levantarse de esa silla y salir corriendo del restaurante.

Habría hecho cualquier cosa para evitar que ese hombre siguiera mirándola con tanto desdén.

Pero no iba a darle la satisfacción de que viera que la había herido. No podía decirle por qué estaba allí, en una pequeña isla llena de pinares y a doce kilómetros de la costa de Bar Harbor. La tormenta no amainaba y estaba rodeada de agua por todas partes. No podía decirle que había terminado en el transbordador que la había llevado hasta allí porque necesitaba esconderse. Se sentía invisible y llevaba mucho tiempo deseando desaparecer. Ni siquiera sabía cómo expresar lo que sentía.

Lo que tenía muy claro era que su curación había sido un milagro y quería aprovechar la segunda oportunidad que le había brindado la vida. A Jack le habría costado mucho más explicárselo. A pesar de que en esos momentos la miraba con unos ojos impenetrables, llenos de oscuridad, seguía viéndolo como el brillante y carismático adolescente que había sido unos años antes.

Se había prometido a sí misma que no volvería a engañarse y estaba dispuesta a hacer lo necesario para cumplir esa promesa. Pero a él no tenía por qué decirle la verdad. Sentía que quedaba muy poco en su interior de la verdadera Larissa, de lo que realmente podía identificar como su persona y no estaba dispuesta a permitir que Jack viera cómo era en realidad. Estaba segura de que no tardaría en acabar con ese germen de vida.

Así que le dio lo que esperaba. Sonrió con el mismo gesto misterioso y seductor que tan bien le había funcionado con la prensa y con los hombres. Sabía que era sexy y que muchos proyectaban en ella sus fantasías.

Le parecía irónico, cuando ella nunca se había sentido más vacía.

Se le daba muy bien engañar a todo el mundo.

Inclinó la cabeza y lo miró a los ojos como si sus palabras no pudieran hacerle daño, como si la conversación que acababan de tener no fuera más que un simple coqueteo. Levantó las cejas y separó los labios de manera sugerente.

–Dime, Jack –le dijo entonces con su voz más sexy y seductora–. ¿Qué tipo de juegos te gustan?

Capítulo 2

JACK se dio cuenta enseguida de que Larissa parecía muy frágil. Se fijó en sus pómulos perfectos y delicados. No le había costado nada reconocerlos desde el otro lado del restaurante, aunque no terminaba de entender lo que una mujer como ella podía estar haciendo en un sitio tan remoto como esa isla. La imaginaba siempre divirtiéndose en los clubs más elitistas de Manhattan, acompañada de otros miembros de la alta sociedad neoyorquina.

Sus ojos verdes, misteriosos y tristes, parecían reflejar una profundidad que no creía posible en una joven como ella.

Creía que esa era la gran mentira de Larissa Whitney.

Y no le molestaba que ella siguiera siendo de esa manera, sino que él se hubiera dejado engañar.

Aún podía sentir la misma electricidad, aunque trataba de negarlo. Sin que pudiera hacer nada para evitarlo, el corazón le había dado un vuelco al verla sentada al otro lado del restaurante con un aspecto tan frágil y vulnerable.

Al ver cómo coqueteaba con él, no pudo evitar fijarse en sus deliciosos labios. Se pasó la lengua por ellos, tentándolo, tratando de llevárselo a su terreno y consiguiendo que recordara al instante cómo había sido estar entre sus piernas. Aún recordaba el sabor de su boca, perfecta y perversa. Pero ya no era el tipo de hombre que se dejaba llevar por su deseo, sobre todo cuando se trataba de una tentación tan destructiva como aquella.

Creía que una mujer como Larissa tenía poco que ofrecerle. Había cambiado y le importaba más su reputación que el placer.

–Agradezco el intento, pero ya lo he probado una vez y fue suficiente –le dijo él con gesto de aburrimiento.

En realidad, todo su cuerpo estaba en tensión y le bastaba con estar cerca de ella para sentirse excitado.

Le pareció que sus palabras le habían afectado, pero Larissa no se permitió ni un segundo de debilidad. Volvió a sonreírle. Era un gesto muy peligroso, tan difícil de ignorar como el canto de las sirenas. Se le pasó por la cabeza dejarse llevar y olvidar todo lo que sabía. Le habría encantado acercarse más a ella, atrapar su estrecha cintura entre las manos y saborear de nuevo su boca.

–Jack –murmuró Larissa entonces con el mismo tono seductor–. Es lo que dicen todos. Al principio…

No podía darle a Larissa la satisfacción de que viera cuánto le afectaban sus sugerencias, pero era difícil no reaccionar. Se le daba muy bien ese tipo de juego. Le habría encantado ser capaz de verla tal y como era, como la veían todos. Pero él no podía evitar fijarse en la elegante y delicada línea de su cuello, en su bello rostro y en lo frágil que parecía. Aunque sabía que era una locura, sentía un impulso en su interior que lo empujaba a tratar de protegerla. Se había cambiado el pelo. Lo llevaba corto y teñido de negro. Por desgracia, le quedaba muy bien, le daba un aire más serio.

Pero él sabía cómo era la verdadera Larissa y lo que había hecho. Conocía todos los escabrosos detalles y no pensaba dejarse engañar por su aparente vulnerabilidad.

Sabía que era despiadada y que no tenía corazón. Así eran todos en ese mundo que él había decidido abandonar para siempre. Y reconocía que también él había sido de esa manera hasta que decidió cambiar su vida.

Habían pasado cinco años desde entonces. Cuando miraba a Larissa, recordaba cómo había sido y no le gustaba. Además, ella era la que había hecho que se enfrentara por primera vez al espejo. Era algo que no podía olvidar.

–Hay un transbordador que sale hacia la costa el viernes a primera hora –le dijo él con frialdad–. Quiero que te subas a él.

Larissa se echó a reír. Era un sonido luminoso, mágico.

Le hacía pensar en cosas que sabía que no existían y odiaba a Larissa por hacer que se sintiera de esa manera.

–¿Me estás echando de la isla? –repuso ella con gesto divertido–. Das órdenes como un dictador. Vas a conseguir que me desmaye.

La fulminó con la mirada. Esa isla era su refugio, su escondite. Le gustaba pasar allí esos meses oscuros de invierno, cuando no había turistas y las casas veraniegas de algunas de las familias más prominentes de Nueva York se encontraban vacías. Le gustaba más así. Allí no tenía que ser Jack Endicott Sutton, el heredero de dos de las fortunas más importantes del país y la pesadilla de su abuelo. Cuando estaba en la isla, no tenía que pensar en sus responsabilidades, podía ser libre sin que nadie controlara todo lo que hacía y si sería o no capaz de dirigir algún día la Fundación Endicott. Se trataba de la organización que su familia había creado para llevar a cabo obras benéficas de todo tipo. En esa isla de Maine, entre pescadores y gentes sencillas, era simplemente Jack.

Lo último que quería era que alguien como Larissa Whitney contaminara su refugio. Creía saber qué hacía tan lejos de su ambiente habitual. Esa zona de Maine estaba muy tranquila en noviembre. Hacia frío y no era el lugar más apropiado para una joven mimada como Larissa.

Allí no había fiestas, tiendas ni reporteros. En esa isla no iba a encontrar las cosas que necesitaba para sobrevivir.

Creía saber lo que hacía allí y no le gustaba nada.

–Ni siquiera te has molestado en preguntarme qué hago aquí –le dijo él entonces mientras la observaba para ver cómo reaccionaba–. ¿Es que sigues tan centrada en ti misma como siempre o acaso ya sabías que podrías encontrarme aquí?

Por mucho que tratara de adivinar cómo se sentía, el bello rostro de Larissa no reflejaba nada. Siempre había sido así y le irritaba sentir que seguía buscando algo más en ella, cuando estaba seguro de que su interior estaba completamente vacío.

–Abriste la puerta del restaurante y entraste como si fueras Heathcliff, el protagonista de Cumbres borrascosas –murmuró ella como si esa escena hubiera formado parte de sus fantasías.

Pero no la creía. Igual que el resto de sus amistades, jóvenes procedentes de las familias más ricas y antiguas del país, se le daba muy bien actuar cuando así le convenía.

–Es muy romántico, ¿no te parece? –prosiguió Larissa–. No dejemos que todos esos detalles tan aburridos, mi horario, tus planes, echen a perder este delicioso momento.

–Creo que sé por qué estás aquí –le dijo él sin prestar atención a sus palabras ni a sus coqueteos–. ¿De verdad crees que iba a funcionar, Larissa? ¿Has olvidado que te conozco muy bien?

Larissa abrió mucho los ojos y le dio la impresión de que realmente no sabía de qué le estaba hablando.

Pero fue entonces cuando recordó que nada se le daba tan bien como actuar.

Pero cuando ella se acercó un poco más y colocó una de sus delicadas manos en su muslo, se dio cuenta de que había estado equivocado. Sus dotes de seducción eran su mejor arma. Le había bastado con dedicarle un par de sonrisas y esa caricia para despertar su deseo. Larissa era irresistible y lo sabía. Era letal.

Estaba tan cerca que lo embriagaba con su fragancia exótica y ligeramente especiada. Creía que era una lástima que aún oliera a vainilla. Recordaba demasiadas cosas sobre ella y le molestaba que fuera así. Su sabor, su aroma, su pasión. Había pasado tanto tiempo desde su breve romance que estaba seguro de que los años habían distorsionado sus recuerdos y exagerado lo apasionado de esos días. Pero lo que estaba ocurriendo en ese momento no era fruto de su imaginación. Podía sentir el calor de su mano a través de la tela de los vaqueros, recordándole cuánto la había deseado y cuánto seguía deseándola. Pero no pensaba dejarse llevar por la tentación.

Se puso de pie y vio cómo ella apartaba la mano.

Deseaba abrazarla, besarla, perderse en sus curvas y oír sus gemidos.

Pero ya no era ese hombre. No se dejaba llevar por ese tipo de juegos y no pensaba permitir que Larissa lo hiciera volver a la vida que había dejado atrás.

–El viernes, en el transbordador –le dijo con frialdad–. Sale a las seis y media de la mañana. No es una sugerencia, es una orden.

–Gracias por informarme de manera tan amable –repuso Larissa–. Pero haré lo que quiera, Jack, no lo que me ordenes tú.

Algo en su mirada volvió a sorprenderle. No lo entendía bien y no le parecía que tuviera sentido. Le costaba descifrar a esa mujer a la que todo el mundo parecía conocer tan bien.

–Mientras estés en esta isla, tendrás que hacerlo –le dijo él con una sonrisa implacable.

De repente, se dio cuenta de que estaba disfrutando demasiado con esa situación.

–Siento tener que recordártelo cuando tus propios antepasados firmaron la Declaración de Independencia.

Que yo sepa, este país sigue siendo libre.

–El país sí, pero las cosas son diferentes en esta isla –replicó él con arrogancia y orgullo–. Esta isla es mía.

Larissa nunca se había sentido tan estúpida como en ese momento.

Cuando volvió a la pequeña habitación que ocupaba en el ático de la posada, llenó de agua la antigua bañera y se metió en ella. Sacudió la cabeza al recordar una vez más que estaba en la isla de Endicott. Le parecía increíble que no se le hubiera pasado por la cabeza quién podría ser el propietario de esa isla. Después de todo, su propio nombre así lo indicaba.

Aunque lo cierto era que conocía a muchas familias prominentes del país cuyos apellidos nombraban calles, edificios, puentes o ciudades enteras. También ocurría en su propia familia. Pero, hasta ese momento, no se le había aparecido un miembro de dicha familia recordándole que la isla donde estaba le pertenecía. Nadie esperaba encontrarse con miembros de la familia Carnegie en el famosísimo teatro del Carnegie Hall de Nueva York ni era normal que un Kennedy lo recibiera a uno en el aeropuerto JFK de la ciudad.

Aun así, no entendía cómo no se le había ocurrido pensar en esa posibilidad cuando lo vio aparecer en el restaurante de la posada. Pero había estado tan afectada por su presencia que le había costado pensar con claridad.

Tenía muchas cosas de las que arrepentirse en su vida. Una de ellas había sido dejarse llevar por la atracción que sentía por Jack cinco años antes.

Salió de la bañera y se miró en el espejo. Su vida estaba llena de errores.

Se secó con una toalla y se vistió con unos pantalones de yoga. Estaba terminando de ponerse una camiseta cuando alguien llamó a la puerta. Se quedó sin aliento y el corazón comenzó a latirle con fuerza. Creía que solo podía ser una persona. Era la única con la que había hablado durante más de dos minutos desde que llegara a la isla. Y sabía que no debía dejar que pasara.

Creía que estaría más segura sola y de noche por las calles del Bronx.

Aun así, se acercó a la puerta sin poder evitarlo, como si él se lo estuviera ordenando con su mera presencia al otro lado de la puerta. Estaba descalza, pero sus pies aún estaban calientes tras el baño. Sintió cierta tensión en sus pechos y algo más abajo. Le parecía increíble cómo estaba reaccionando su cuerpo. Miró de reojo la cama. La colcha era alegre y de muchos colores y la lluvia y el viento golpeaban las pequeñas ventanas de la habitación. Tenía el pelo mojado y su piel tampoco estaba seca. Sintió de repente tanto calor por todo el cuerpo como había sentido en la bañera o incluso más. Era como si el simple sonido de la puerta hubiera conseguido azuzar un fuego en su interior.

Jack no volvió a llamar. No necesitaba hacerlo. Sabía que estaba allí, al otro lado de la madera. Podía casi verlo, con su penetrante y oscura mirada. Sus perfectos pómulos, una nariz fuerte y masculina y su atlético cuerpo. Era además tan inteligente como para pasar de oveja negra de la familia a presidente del consejo de la fundación. Ese cambio le había procurado más admiradores aún. Era muy atractivo, pero no había nada angelical en él, todo lo contrario.

Tenía un aire peligroso y era eso algo que no podía olvidar.

Cinco años antes, a pesar de que ella no había estado en plenas facultades mentales, había tenido la suficiente lucidez como para apartarse de él cuando entendió que no le convenía estar con ese hombre. En ese momento de su vida, tenía mucho más que perder y más razones aún para mantener las distancias. Por eso no entendía qué la había llevado hasta la puerta y por qué sintió la necesidad de abrirla. Era como si no pudiera dominar su propio cuerpo y como si tampoco quisiera hacerlo.

Jack la miró desde el umbral de la puerta. Su cuerpo era demasiado grande para el pequeño vestíbulo. La miraba con intensidad, con ojos hambrientos. Tenía los brazos apoyados a ambos lados de la puerta y se le hizo la boca agua al adivinar los músculos bajo su camiseta.

Era un hombre increíble, casi parecía una estatua. Pero fue al mirarlo a los ojos cuando se quedó por completo sin aliento.

«Es demasiado peligroso y yo soy demasiado vulnerable », pensó ella.

Pero estaba allí, frente a ella, y su corazón le latía con fuerza. Jack siempre le había resultado irresistible y, por mucho que intentará negarlo, la atracción seguía allí.

Jack entró en la habitación sin esperar a que ella lo invitara a pasar o se apartara. Ella dio un paso atrás para no darse de bruces con él y notó que Jack sonreía levemente, como si acabara de ganar su primera batalla. Era un hombre poderoso y lo sabía, nadie podía negarlo. De otro modo, nunca habría alcanzado la presidencia de la Fundación Endicott ni tendría un puesto tan prominente en la alta sociedad neoyorquina.

–¿No te parece que estás yendo demasiado lejos aunque alegues ser el propietario de esta isla? –le preguntó ella.

Había decidido que la mejor defensa era un buen ataque. No iba a permitir que notara lo vulnerable que se sentía en ese momento, casi desnuda, aunque llevara ropa cubriendo su cuerpo. Tuvo que contenerse para no cruzarse de brazos. Era ese un gesto que a él no le costaría interpretar y no pensaba darle esa satisfacción.

Jack seguía mirándola de la misma manera y sintió que perdía el equilibrio. Siempre le había pasado lo mismo con él y decidió que debía de tratarse de alguna reacción química, nada más.

–Yo nunca voy demasiado lejos –repuso Jack mirándola a los labios como si estuviera pensando en besarla–. No tengo que hacerlo. No lo necesito.

Se estremeció, no pudo evitarlo. Sintió una oleada de calor por todo el cuerpo que se concentraba en su parte más íntima.

–Tu familia fue propietaria de esta isla en el pasado, pero tu abuelo devolvió parte de las tierras a la fundación histórica de la costa de Maine hace treinta años –le dijo ella entonces–. Ahora te limitas a disfrutar de la vieja mansión familiar como el patriarca que nunca llegará a serlo, mirando las tierras que pudieron ser tuyas –añadió riendo–. Es un poco triste.

–Me halaga que tengas tanta información –repuso Jack mientras se acercaba a ella–. ¿Volviste corriendo a la habitación para investigar un poco en Internet? ¿O acaso te informaste bien antes de venir a la isla?

–Creo que tus preguntas no son tan inocentes como parecen –replicó ella.

Jack seguía acercándose, pero no se movió. No quería parecer asustada, pero lo cierto era que se sentía muy incómoda y esa habitación le parecía más pequeña que nunca.

–Te he conocido desde pequeño, hay muy pocas cosas que no sepa de ti, ya sea de manera directa o indirecta –le recordó ella–. Excepto tus pensamientos, por supuesto. Si es que los tienes. Mi experiencia me dice que los hombres importantes y arrogantes como tú normalmente piensan muy poco.

–Creo que me confundes contigo –replicó Jack–. No soy yo la criatura más insulsa de todo Manhattan, o puede que incluso de todo el país. Todo un logro, Larissa.

Debes de estar muy orgullosa.

Sus palabras le dolieron. Se sentía avergonzada. Las revistas solían dedicarle ese tipo de adjetivos y otros mucho peores. Lo habían hecho desde su adolescencia y lo que Jack acababa de llamarle era casi un halago en comparación con otros insultos. Creía que no debía importarle que él también se uniera al resto de los mortales para agraviarla. Estaba teniendo incluso la desfachatez de decírselo a la cara. Y ella no entendía por qué le dolía tanto, cuando ya debía estar más que acostumbrada.

Intentó fingir que sus palabras no tenían ningún efecto en ella.

–¿Cómo puedes hablarme así? Recuerda que te conozco desde siempre, antes de que decidieras reinventarte y convertirte en el hombre más aburrido del planeta.

Te conocí cuando eras divertido –le dijo ella con una sonrisa tan falsa como sus palabras–. Entonces, la prensa hablaba de ti como el soltero de oro de Nueva York y el más juerguista de todos.

Recordó entonces cómo se habían cruzado sus caminos una noche. Fue poco después cuando Jack decidió cambiar, tras la muerte de su madre. No quería pensar en esos días, pero los tenía grabados a fuego en su mente.

Una parte de ella se preguntaba si no habría sido ella la causante de ese cambio. Quizás Jack se hubiera dado cuenta de que, después de estar con ella, había tocado fondo.

–¿Por eso me odias tanto? –le preguntó ella entonces sin poder ocultar cierta emoción en su voz–. ¿Por qué te conocí antes de que te volvieras un hombre respetable?

No me parece justo. Todo Manhattan te conocía entonces.

–No te odio, Larissa –susurró él con una voz que conseguía penetrar bajo su piel–. Yo te conozco.

Se acercó entonces a ella y recorrió con un dedo una gota de agua que bajaba por su cuello y después por su clavícula. El contacto dejó un rastro de fuego en su piel.

Era una sensación terrorífica. No podía dejar de mirarlo.

Había fuego e ira en sus ojos. Y también algo más, mucho más oscuro y en lo que prefería no pensar.

Pero no podía evitarlo, había despertado por completo su deseo.

–¿Qué estas haciendo? –le preguntó ella sin aliento.

El gesto había sido casi inocente. Lo habría sido en cualquier otra persona, pero no podía resistirse cuando se trataba de Jack. Ese hombre era como una droga para ella. Había conseguido escapar de él una vez, pero no sabía si volvería a tener tanta suerte.

Sabía que debía detenerlo, pero no se movió. No se apartó.

Jack volvió a dirigirle una sonrisa triunfante y eso hizo que lo odiara aún más.

–Hay muy poco que hacer en esta isla –le susurró Jack sin dejar de acariciar el escote de su camiseta–. Y nadie quiere que te aburras. He visto lo que pasa cuando te aburres –añadió riendo–. Bueno, supongo que todo el mundo lo ha visto.

–Me aburro con facilidad y parece que tampoco me cuesta conseguir que salgan fotografías mías en la prensa, es verdad –admitió ella mientras trataba de controlar su respiración–. Como ahora mismo, también me estoy aburriendo.

–Ya que estas aquí, podríamos recordar lo que de verdad se nos da bien. Muy bien… ¿No te parece? –le preguntó él.

Se le pasó por la cabeza fingir que no sabía de lo que le hablaba, pero Jack la miraba con intensidad y no sabía qué hacer ni qué decir. Él debía de pensar que era la misma mujer fría, dura y superficial que había sido ocho meses antes y también cinco años atrás, cuando pasaron juntos un apasionado fin de semana. Pero ya no era esa mujer capaz de hacer cualquier cosa sin que la afectara, completamente entumecida. Sabía que él la trataría como la joven que había sido entonces y echaría a perder a la mujer en la que se había convertido.

No podía permitirlo, no iba a hacerlo.

Pero tampoco quería que supiera cuánto había cambiado.

Las cosas terminarían de un modo u otro y tenía mucho más que perder. Además, sabía que Jack no la creía y ella no iba a poder defenderse porque aún no podía explicar lo que le había pasado.

–¿No me dijiste que te había bastado con probarlo una vez para darte cuenta de que preferías no repetir? –replicó ella–. No tienes de qué preocuparte. Como te pasa a ti, soy demasiado para cualquier hombre.

Jack le dedicó una mirada que parecía más animal que humana y no pudo evitar estremecerse.

Dejó de respirar.

–¿Eso crees? –repuso Jack.

Agarró entonces con firmeza sus hombros y ella sintió que estaba perdida. La apretó contra su torso y la besó.

Capítulo 3

LARISSA se dio cuenta enseguida de que era mucho mejor de lo que recordaba. Había creído que el tiempo había embellecido los recuerdos, pero vio entonces que era todo lo contrario. Ese beso era mejor, mucho mejor. Más apasionado y seductor. No podía dejar de temblar y el deseo la atenazaba. Llevó las manos a la cintura de Jack y fue recorriendo después los músculos de su espalda. Prefería no pensar en lo que estaba haciendo y lo abrazó con fuerza. Su piel era más cálida y firme. Deseaba más que nada quitarle esa camisa y poder tenerlo aún más cerca.

Jack la besaba con la misma intensidad, como si también él se sintiera consumido por el mismo fuego, la misma locura. Como si nunca fuera a detenerse. Larissa cerró los ojos y arqueó la espalda hacia atrás, acercándose aún más a él. Deseaba que la tocara, sentía que se derretía, no lo soportaba…

Se dio cuenta entonces de que estaba completamente perdida.

Esa vez, no tenía la excusa del alcohol, no estaba ebria tras una larga noche de fiesta. No había ninguna sustancia en su cuerpo que le impidiera sentir todo lo que estaba sintiendo en ese momento y su interior ya no estaba vacío. Si había sido peligroso cinco años antes, se dio cuenta de que iba a serlo mucho más en esos momentos.

Lamentó haberse dejado llevar por el deseo, pero siguió besándolo. No se apartó de él, todo lo contrario.

No parecía poder evitarlo. Era como si ese hombre existiera solo para ella, era perfecto y parecía tener un talento especial para hacerle perder la cabeza.

Pero no era la misma joven que Jack había conocido y fue ese pensamiento el que consiguió devolverla a la realidad. Sabía muy bien lo que estaba haciendo allí, con él y en ese momento y se dio cuenta de que estaba arriesgando mucho. Creía que Jack estaba jugando con ella y, aunque le costara hacerlo, iba a tener que apartarse de él.

No podía seguir engañándose. Se había prometido que no iba a volver a hacerlo. Si seguía por ese camino, iba a destruirla y no podía permitir que eso ocurriera.

Dejó de besarlo y dio un paso atrás. Lamentaba que hubiera ocurrido, pero al menos tenían la satisfacción de haberse detenido a tiempo.

–Bueno… –murmuró ella tratando de parecer tranquila–. Pareces empeñado en demostrar que conmigo sí podrías, pero tengo que declinar tu invitación. Gracias.

–¿Por qué? –replicó Jack con algo de arrogancia e incredulidad.

Era como si no pudiera entender por qué no se dejaba llevar por la tentación. La atracción entre los dos era tangible, imposible de ignorar.

Ella tampoco sabía muy bien por qué tenía que detener aquello antes de que fuera a más.

No era la misma Larissa de antes que solo pensaba en el presente y en aprovechar todos los placeres que le ofrecía la vida. No podía jugar con ese hombre sin terminar herida.

Se limitó a encogerse de hombros con la misma actitud despreocupada y superficial que todos le atribuían.

Era su disfraz favorito. No iba a permitir que ese hombre viera más allá, en su interior. No pensaba mostrarle nada que la colocase en una posición más vulnerable aún, en una situación de la que solo podía salir malparada.

–Porque lo deseas demasiado –repuso ella mientras se daba la vuelta y se acercaba a la chimenea–. Así es menos divertido.

Cerró un segundo los ojos y respiró profundamente, tratando de reunir sus fuerzas. Después, lo miró por encima del hombro con una pícara sonrisa.

Jack se arrepintió enseguida. Sabía que no había sido buena idea tocarla ni besarla. Podía ver la pasión en sus ojos verdes y estaba deseando iluminarlos aún más. Tenía los labios algo sonrosados tras el beso y estaba deseando volver a saborearla. Esa mujer era como una droga y le irritaba que siguiera jugando con él. Sabía que todo eran mentiras y más mentiras.

Lo que no entendía era que esa situación lo sorprendiera.

Era exactamente lo que debería haber esperado de ella.

–Me sorprende que tengas tanto miedo –murmuró él para provocarla–. Creí que nada podía hacerte sentir algo así.

–Sí, los murciélagos –replicó Larissa rápidamente–. Y también los escorpiones. ¿Pero tú? A ti no te tengo miedo, Jack. Siento defraudarte.

–Sé por qué estas aquí –le dijo entonces sin poder controlar su enfado–. Será mejor que dejes de actuar y lo admitas cuanto antes.

Larissa volvió a mirarlo. Seguía frente a la chimenea y le pareció más atractiva que nunca. Su pelo estaba aún húmedo tras el baño y no podía dejar de imaginarla en la bañera. Le costaba entender cómo podía ser como era.

Su aspecto era frágil y delicado, pero sabía que era muy fría y no tenía corazón. Aunque daba la impresión de que una fuerte ráfaga de viento podría conseguir llevársela, sabía que era indestructible.

Tampoco su mirada parecía corresponderse con lo que sabía de ella. No eran unos ojos fríos, su color le recordaba al mar, sobre todo a ese océano Atlántico que tanto amaba. Sacudido siempre por las tormentas y el fuerte oleaje, pero de gran belleza. De vez en cuando, aparecían sombras en su mirada que no lograba interpretar, pero la sensación solo duraba un instante.

–¿Por qué no me cuentas tú qué es lo que hago aquí? –repuso ella mientras volvía a fijarse en el fuego–. O podemos fingir que ya me lo has dicho. No te preocupes, me aseguraré de añadir los correspondientes insultos cuando recuerde una conversación que nunca existió.

Será como si de verdad la hubiéramos tenido.

Parecía hablar desde la amargura y le sorprendió su tétrico sentido del humor. Le parecía demasiado profundo para alguien tan superficial como Larissa. Estaba de espaldas a él y lamentó no poder ver su cara. De haberse tratado de otra persona, habría llegado a pensar que había conseguido herir sus sentimientos, pero recordó que era Larissa y que ella no tenía sentimientos.

Aprovechó que estaba de espaldas a él para contemplar su cuerpo. Muy a su pesar, no podía dejar de mirarlo.

Según la prensa, era una de las mujeres más bellas del momento y él había podido comprobarlo con sus propias manos. Conocía muy bien sus delicados y elegantes rasgos, la curva de su espalda, sus caderas y su delicioso trasero. Sabía también cómo reaccionaría Larissa si la besaba en la nuca. No podría evitar estremecerse ni suspirar.

Llevaba unos sencillos pantalones negros y una camiseta que se ceñía a su figura. Estaba descalza sobre suelo de madera y su apariencia le pareció más erótica y sensual que cualquiera de los atuendos mucho más sofisticados que solía llevar a diario. Aunque le resultaba difícil admitirlo, no parecía fuera de lugar. Pero no pensaba decírselo, estaba seguro de que ella acabaría usando esa información contra él. En sus manos, todo era un arma y creía que solo le interesaban la gente y las cosas que podía usar para su propio provecho. Eso lo sabía mejor que nadie.

Creía que era una especie de bruja, aunque otros habrían usado palabras mucho más hirientes para describirla, y se había pasado años tratando de entender cómo había conseguido hechizarlo. Muchas otras lo habían intentado, pero nadie había conseguido afectarlo tanto.

Era algo sobre lo que había reflexionado a menudo, pero sin llegar nunca a una conclusión. De un modo u otro, creía que eso ya no importaba.

–Bueno, ya me siento suficientemente castigada –le dijo Larissa entonces.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no había contestado su pregunta. Larissa se giró para mirarlo. El calor de la chimenea había encendido sus mejillas y su mirada parecía algo más oscura. Pero sonreía como siempre.

Era un gesto muy bello, pero falso. Sin saber por qué, sentía la necesidad de saber de verdad cómo era y poder entenderla. Aunque no le gustaba admitirlo, esa mujer lo fascinaba.

–¿Ves? Después de todo, no era necesario tener esa conversación. Ya te puedes ir –le dijo ella.

–El consejo de administración de Whitney Media se reúne el próximo mes –repuso él sin pensar demasiado en lo que decía.

Larissa abrió mucho los ojos al oírlo y le dio la impresión de que había dado en el clavo.

–Tal y como me temía, te has convertido en un hombre muy aburrido –le dijo Larissa adoptando la misma actitud desinteresada de siempre–. Whitney Media es lo último sobre lo que querría hablar cuando estamos atrapados en esta remota isla en medio de una tormenta.

–He oído algunos rumores –le dijo él mientras la observaba con atención–. Todo el mundo los ha oído.

–Bueno, los rumores abundan en Manhattan –le aseguró Larissa de manera despreocupada–. Es una ciudad que nunca duerme porque necesita cada hora del día y de la noche para esparcir los rumores y las mentiras. Y lo menos importante de todo es descubrir si esos rumores son verdad o no, por supuesto –añadió con amargura.

–Tienes que asistir a la reunión, ¿verdad? –contraatacó el–. Ha sido muy inteligente por tu parte mantenerte apartada unos meses para no aparecer en la prensa. Necesitas demostrarle a tu padre y al resto de los socios que te has vuelto una mujer respetable. De otro modo, te declararán incapacitada o nombrarán a un apoderado que represente tus intereses en la empresa.

Lo que le estaba contando era la información que estaba al alcance de cualquiera que leyera los artículos de opinión del Wall Street Journal. Aun así, vio en su mirada que sus palabras habían conseguido irritarla, pero Larissa le dedicó su famosa sonrisa.

–Lo dices como si hubiera estado intentando hacerme con el control de la compañía desde siempre, como si fuera la desesperada heroína de alguna telenovela –murmuró ella–. Siento llevarte la contraria, pero hace mucho tiempo que tengo un apoderado que vota en mi nombre en los consejos de administración –agregó con una sonrisa.

–Tu padre y tu exprometido se encargaban de administrar tus acciones –le dijo él sin prestar atención a sus palabras–. Pero tu novio ya no está en la empresa y todo el mundo sabe lo que tu padre siente por ti. Esa reunión debe de ser tu última oportunidad para hacerte con el control de lo que te pertenece y conseguir así proteger tu futuro.

Sabía que esa era la verdad y observó detenidamente a Larissa para ver cómo reaccionaba. Le pareció que se había sonrojado, pero no podía estar seguro.

Lo que tenía muy claro era que estaba allí, en esa isla, para conseguir algo y tenía que lograr que lo admitiera.

Sabía lo que él podía representar para el plan de Larissa. Creía que iba a tratar de seducirlo y engañarlo para poder tenerlo a su lado. Estaba convencido de que eso mejoraría mucho la reputación de esa mujer y una parte de él sentía cierta compasión por ella. A él le estaba ocurriendo algo similar. Su abuelo le había ordenado que eligiera a la mujer adecuada y se casara cuanto antes. De hecho, había ido a esconderse a esa isla para tener un poco de tranquilidad y aceptar lo inevitable.

Pero Larissa suspiró y lo miró con impaciencia. Desapareció de repente toda la compasión que había sentido por ella. Él llevaba mucho tiempo dedicado a sus responsabilidades, tratando de convertirse en el sucesor del legado familiar. A Larissa, en cambio, solo le interesaba poder tener acceso al dinero de su familia para gastárselo.