Amor sin freno - Lori Foster - E-Book

Amor sin freno E-Book

Lori Foster

0,0
5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Cuando el deseo es tan ardiente, lo mejor es abrocharse el cinturón... Mary Daniels no permitía que nada se interpusiese en su trabajo, que consistía en adquirir objetos únicos para su adinerado jefe. Pero aquel obstáculo en particular –grande, de músculos firmes y descaradamente masculino– era imposible de ignorar. Atrapada en un coche con Brodie Crews durante horas en el trayecto hacia su próximo encargo, Mary percibía que su armadura empezaba a resquebrajarse. Brodie no imaginaba qué había hecho que Mary se volviera tan rígida, aunque estaría encantado de averiguarlo. Tal vez entonces confiaría en él lo suficiente para explorar la química explosiva que había entre ellos. Sin embargo, necesitaba aquel trabajo, así que jugaría según sus normas y esperaría el momento... hasta que apareció un enemigo decidido a sacarles ventaja y Brodie sintió la necesidad de acercarse a ella, en todos los sentidos, para protegerla. De lo contrario, podrían perder mucho más que un valioso objeto de colección. Podrían perderlo todo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 507

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Lori Foster

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor sin freno, n.º 244 - octubre 2021

Título original: Driven to Distraction

Publicada originalmente por HQN™ Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-825-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

Para mi hijo, J.Z. Foster.

 

En primer lugar, después de haberte tenido viviendo en Corea del Sur durante ocho largos años, apañándonos con dos visitas al año, FaceTime, llamadas de teléfono y correos electrónicos, ¡es increíble volver a tenerte de nuevo en Estados Unidos! Mi nuera es absolutamente maravillosa y quiero muchísimo a mi nieta. Es una auténtica bendición poder ampliar la familia de una forma tan hermosa.

En segundo lugar, ay, ¡cómo me gusta tener otro escritor en la familia!

Estoy muy orgullosa de tu talento y me entusiasma tu éxito. Aunque trabajemos dos géneros distintos –yo con la novela romántica y tú con la fantasía urbana y de terror– es muy divertido hablar de nuestras experiencias como autores, comparar notas, compartir promoción y cosas así.

Te quiero, J.Z. ¡Gracias por ser tú!

 

Tu madre

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Mary Daniels resopló mientras subía por aquel sendero rocoso de la colina, maletín en mano. De haber sabido que el servicio de mensajería de Mustang Transport era inaccesible a no ser que una tuviese pensado ir de excursión, no se habría puesto una de sus mejores blusas. Ni falda. Ni los zapatos de tacón bajo que ahora empezaban a desollarle los talones.

Siendo bajita y con muchas curvas, le resultaba difícil encontrar ropa que le quedara bien y disimulara sus proporciones en vez de enfatizarlas. Pensaba que lo había conseguido, pero ahora…

Tenía la horrible sospecha de que había empezado a sudar.

Peor aún, al mirar a su alrededor y contemplar aquel entorno tan poco llamativo, consideró que iba demasiado bien vestida.

Los rizos, siempre un poco encrespados, empezaban a soltarse del moño. Con el sol de última hora de la mañana del mes de julio dándole de pleno en la cara, sin duda sus pecas contrastarían sobre su piel sonrojada.

Un horror.

Pero por fin, por fin, divisó un edificio. Cierto, parecía más un garaje con un despacho pegado que un negocio de élite, pero ella iba donde le decían, realizaba el encargo que le pedían, con las personas que su jefe escogía.

Llegó al final del camino y se quedó helada, perpleja.

El edificio se hallaba a su derecha, pero a su izquierda había un hombre, desnudo de cintura para arriba, inclinado sobre el capó de un coche destartalado mientras arreglaba… bueno, lo que fuera. El motor, tal vez. Llevaba unos vaqueros ridículamente desgastados que casi se le caían de las caderas, con botas de trabajo. Veía la flexión de los músculos en sus brazos fornidos y su espalda brillante bajo los rayos del sol.

Ningún hombre la había dejado nunca sin aliento, pero jamás había visto a un hombre como él. De pronto sintió que llevaba la ropa demasiado ajustada y los pulmones parecían haber dejado de funcionar.

Tras él, una mujer deslizó las yemas de los dedos por su columna hasta llegar a los vaqueros medio caídos, le recorrió el culo y…

Mary soltó un grito ahogado cuando la mujer estiró la mano por debajo y le manoseó con descaro.

Un perro gris, grande y perezoso, que ni siquiera había visto antes, levantó la cabeza y emitió un «guau» sin apenas interés.

El hombre no pareció advertir que estaban acariciándole los genitales a plena luz del día, en mitad del jardín, mientras reparaba un coche, pero con el ladrido del perro la miró y apartó la mirada, aunque después se apresuró a volver a mirarla con más detenimiento.

Santo Dios. El corazón le dio un vuelco y después se le desbocó.

Él se incorporó despacio. La miró fijamente con aquellos ojos marrón oscuro, enmarcados por unas pestañas muy espesas. Tenía manchas de grasa en el torso, ancho y velludo, en los abdominales bien marcados e incluso en el vientre plano, dividido por una línea de aquel vello oscuro y aterciopelado.

De pronto, ella se dio cuenta de hacia dónde dirigía la mirada y se obligó a centrar la atención de nuevo en su rostro.

Aunque el hombre dibujó una mueca divertida con la boca, flexionó sus hombros pétreos como si estuviera furioso. Sin dejar de mirarla, se limpió las manos con un trapo, después se pasó una muñeca por la frente, justo por debajo del pañuelo que se había anudado alrededor del pelo, revuelto y castaño.

La mujer, una rubia despampanante con un vestido diminuto, se puso delante de él para preguntarle a Mary:

–¿Quién eres tú?

Mary se puso rígida. El tono suspicaz de la mujer dejaba claro que acababa de interrumpir un momento íntimo.

Un momento íntimo en mitad del jardín de un negocio, a plena luz del día.

Mary se esforzó por fijarse en otra cosa y reparó en el camino de tierra que había detrás de ello. Adyacente a esa propiedad vio una carretera asfaltada que probablemente bordearía la colina hasta la carretera principal de más abajo, lo que significaba que había aparcado el coche abajo y había subido andando por esos horribles escalones de piedra sin ningún motivo.

Bueno, estaba claro que necesitaban un cartel con algunas indicaciones para los clientes.

Unos movimientos procedentes del edificio llamaron su atención y divisó entonces a un hombre atractivo –un hombre limpio y totalmente vestido– que salía de detrás de un escritorio.

«Gracias a Dios», pensó.

–Si me disculpa –le dijo a la mujer, y corrió hacia la puerta.

El caballero de dentro fue más rápido que ella y le abrió la puerta con una sonrisa.

–¿Puedo ayudarla?

–Sí, gracias. –Quería entrar allí, librarse del cavernícola, de la modelo y del calor sofocante, pero el hombre se quedó ahí, cortándole el paso sin darse cuenta. Era tan alto como el cavernícola, no tan musculoso, pero aun así bastante en forma; vestía un polo y unos pantalones caqui.

Atractivo, sí, pero no de forma abrumadora como el otro.

–He venido para hablar de negocios con Brodie Crews.

El hombre sonrió. Él sí que no parecía un neandertal. Él sí que no estaba cubierto de grasa. Y, lo mejor de todo, él sí que llevaba una cantidad de ropa que pudiera considerarse respetable.

Pero entonces dijo:

–Yo soy Jack Crews. –Miró por encima de su hombro y añadió–: ¿Brodie?

Oh. Oh, no. Mary se sintió invadida por el terror. No, no, no.

El olor a grasa y a hombre caliente la alertó de su cercanía antes de que una voz profunda y ronca dijera justo detrás de ella:

–Yo soy Brodie. ¿Qué puedo hacerte?

 

 

Al oír su pregunta, deliberadamente incorrecta, la pelirroja se volvió con expresión de pánico. Parecía estar a punto de desmayarse. O quizá de chillar.

Había muchas probabilidades de que saliese huyendo.

Brodie sonrió, después frunció el ceño al sentir el dolor en la cabeza.

Ella abrió la boca, pero no dijo nada. Volvió a cerrarla, respiró profundamente a través de la nariz.

Una bonita boca, advirtió. Labios carnosos que parecían al borde del puchero, aunque dudaba de que aquella mujer supiera hacer pucheros. Mientras la miraba, vio que surgían más pecas en el puente de su nariz, estrecha y altiva. Sus ojos eran de un azul vívido, como el cielo a mediodía, o los zafiros o… Joder, tenía demasiada resaca como para identificar el color exacto de sus ojos.

El color de su melena, sin embargo, estaba claro: rojo fuego. Y rizado.

Recorrió su cuerpo con la mirada rápidamente, pero solo había necesitado un segundo para darse cuenta de que tenía las tetas grandes y hacía lo posible por ocultarlo.

Jack se aclaró la garganta y la mujer dio un respingo, como si su hermano la hubiese asustado. Volvió a mirar a Jack con anhelo, después a Brodie con desdén.

–¿Tú eres Brodie?

Nunca una mujer había pronunciado su nombre con tanta decepción. Cierto, no estaba en su mejor momento, pero aun así…

Justo entonces notó las tetas de Gina en contacto con su espalda sudada cuando esta se le pegó por detrás, como para dejar claro que era de su propiedad.

–Brodie –le lloriqueó al oído–. ¿Esta noche qué?

No habría forma de quitársela de encima, así que le dijo a la pelirroja:

–Disculpa un segundo. –Y se volvió para dirigirse hacia el coche. Tras dirigirle una mirada engreída a la pelirroja, Gina lo siguió.

Brodie no se había alejado lo suficiente como para que no le oyeran, pero era lo más compasivo que podía mostrarse. Se metió las manos en los bolsillos traseros de sus viejos vaqueros.

–Ya te he dicho que no. Ni esta noche ni nunca –le dijo–. Déjalo ya, ¿quieres?

–Pero…

–Nada de peros. Jack y yo compartimos muchas cosas, pero esa no.

Oyó que la pelirroja soltaba otro grito ahogado, oyó que Jack gruñía y entonces se abrió la puerta de la oficina. Miró hacia allá y vio que su hermano acompañaba a la pelirroja al interior del edificio.

¿Por qué narices aquello le molestaba tanto? «Porque ha venido aquí a verme a mí».

–Lo de Jack fue un error. Te deseo a ti, Brodie.

Él puso los ojos en blanco. ¿Ahora estaba insultando a su hermano? ¿Es que esa mujer no sabía lo importante que era para él la familia?

Al parecer no.

–Esto no es una feria. No puedes comprar una entrada para todas las atracciones. –El puchero de Gina fue algo deliberado y bien ensayado. Si no se hubiera tirado a su hermano, tal vez él hubiera mostrado interés–. Vete a casa –le dijo, un poco más amable–. Esto no va a suceder.

Sin molestarse en volver a mirarla, se volvió hacia Howler. El perro se había espatarrado en la escasa sombra que proyectaba el Mustang, con las patas levantadas, las pelotas al aire y un moflete colgando hasta tocarle la oreja.

–Venga, chico. Vamos a refrescarnos.

Howler abrió un ojo, gruñó y volvió a cerrarlo.

–Voy a por comida.

Eso llamó su atención. El perro agitó en el aire las patas largas y huesudas mientras trataba frenéticamente de ponerse en pie, después se acercó corriendo con un «guau».

Le llegaron las voces al entrar: la de Jack, pausada; la de la pelirroja, acelerada. La caricia del aire fresco recorrió su piel encendida, secándole el sudor en el cuerpo y endureciéndole los pezones. Pasó frente al despacho de Jack y giró la cabeza lo justo para decir: «ahora vuelvo».

Vio que Charlotte, su secretaria, que era más como una hermana pequeña dado que la conocían desde siempre, agarraba varias botellas de agua fría.

–No dejes que escape, ¿de acuerdo? –le susurró él–. Tengo que lavarme, pero tardaré solo un minuto.

Charlotte arqueó las cejas y resopló.

–No soy tu chulo –le dijo.

–Quiere contratarme, mocosa –respondió Brodie con una ceja levantada.

–No, ya no. Está intentando convencer a Jack para que se haga cargo del trabajo. –Le guiñó un ojo, pasó junto a él y se alejó por el pasillo hacia el despacho con las bebidas.

–Hijo de puta –murmuró, aunque demasiado alto.

La pelirroja se asomó por la puerta y lo miró con el ceño fruncido, pero volvió a entrar cuando lo hizo Charlotte.

Oyó que Jack realizaba las presentaciones.

–Señorita Daniels, esta es Charlotte Parrish, nuestra ayudante.

–Vuestra chica para todo –le corrigió Charlotte. Entonces la muy bruja cerró la puerta para que no pudiera escuchar nada más.

Howler se quedó mirándolo y después corrió detrás de Charlotte, sabiendo que ella era la verdadera fuente de comida.

Molesto, Brodie entró en el cuarto de baño, pero deseó no haberlo hecho cuando la puerta golpeó la pared y él sintió que la cabeza iba a explotarle y a caérsele de los hombros.

Tras sacar una aspirina del armario de las medicinas, se la tragó con agua del grifo, se frotó las manos con el jabón especial para eliminar toda las grasa que le fuera posible y se lavó la cara y el pecho.

Se miró en el espejo y supo que no había mejorado mucho. Seguía teniendo un aspecto lamentable. Pensó en ir a buscar la camisa al coche…

A la mierda.

Se secó deprisa y se dirigió hacia el despacho, abrió la puerta y entró justo cuando la pelirroja estaba explicando sus razones.

Charlotte le lanzó un beso al salir.

–Sí, mi jefe solicitó a Brodie específicamente, pero basándose solo en una búsqueda por internet. Estoy segura de que no le importaría contratarle a usted en su lugar…

–No. –Brodie giró una silla hacia ella y se dejó caer en ella con las piernas abiertas, a escasos centímetros de donde ella tenía puestos sus piececitos.

Cuando la pelirroja tomó aire, hinchó aquel pecho extraordinario, agachó la barbilla y frunció el ceño. Era una impresionante muestra de rabia y dominio de sí misma.

Si no fuera tan imbécil, tal vez se hubiera sentido humillado.

Ella giró lentamente la cabeza para acribillarle con el desdén de sus ojos azules.

–Parece ebrio –le dijo alzando demasiado la voz.

–Porque lo estaba. Pero eso fue anoche. Ahora solo tengo resaca. –Hizo un gesto teatral de dolor–. Tenga corazón y hable un poco más bajo.

–¿Qué hacía trabajando a pleno sol si tiene resaca? –preguntó ella sin bajar la voz en lo más mínimo.

–¿Cómo voy a aprender si no? –Le costó un triunfo mantenerse serio, pero la expresión de ella hizo que el esfuerzo mereciera la pena.

La mujer lo miró y enarcó las cejas.

–¿Cómo dice?

Jack se rio y, como era un buen hermano, al menos tuvo la decencia de moderar el tono–. Brodie cree firmemente en la autodisciplina.

–Más bien el autocastigo –murmuró Charlotte cuando regresó con una bandeja de sándwiches y patatas en platos de papel–. Si sufre las consecuencias de sus actos, a lo mejor aprende a tomar mejores decisiones.

Brodie le dedicó un saludo con su botella de agua, después agarró la mitad de su sándwich y se lo ofreció a Howler. El perro lo engulló de un bocado y después esperó a que le dieran más.

–Joder, muchacho. Tienes que aprender a masticar.

Con las orejas de punta, alerta, el perro se relamió los mofletes colgantes.

La pelirroja parpadeó deprisa.

Brodie imitó su parpadeo. A modo de burla.

¿Por qué?, no lo sabía, simplemente ocurrió.

Ella apretó aquellos labios suaves y carnosos y se volvió con el cuerpo rígido.

–Señor Crews…

–¿Sí? –dijeron Jack y Brodie al unísono.

Ella estiró la espalda más aún. Miró únicamente a Jack.

–Estoy segura de que mi jefe estará encantado de…

–Jack no está disponible –dijo Brodie antes de dar un mordisco a la otra mitad de su sándwich.

La pelirroja apretó las manos sobre el regazo.

–Todavía no he dicho para cuándo lo necesito.

¿Para cuándo lo necesitaba? Brodie sonrió con suficiencia, ya había empezado a darle vueltas…

Pero Jack le dirigió una mirada de advertencia no demasiado sutil, impidiéndole hacer el chiste que tanto deseaba hacer. Sí, lo entendía. Necesitaban el trabajo.

Se tragó lo que había estado masticando y preguntó:

–¿Cuáles son los detalles del trabajo?

Sorprendentemente, la pequeña mojigata logró estirarse más aún. Parecía estar a punto de quebrarse, con lo mucho que le hubiera gustado a él verlo.

Prestando atención solo a Jack, o al menos eso era lo que quería que creyeran, extrajo una carpeta marrón del maletín que sostenía en su regazo.

Brodie ladeó la cabeza y estudió sus pantorrillas curvilíneas y sus tobillos esbeltos, que asomaban por debajo de la falda, que le llegaba hasta la rodilla. Tenía la piel clara, las piernas suaves y los pies pequeños.

Dios, había conocido a muchas mujeres pequeñas de piel clara, ¿por qué entonces estaba tan nervioso?

–El trabajo es algo inmediato. –Deslizó la carpeta sobre el escritorio.

Al hacerlo, la falda se le ciñó más al trasero y a los generosos muslos.

Sí, se fijó. Ni todo el alcohol del mundo ni cualquier resaca le impedirían apreciar algo tan delicioso.

Unos pequeños rizos pelirrojos, encrespados por la humedad, se le pegaban a la nuca y se enredaban alrededor de sus orejas, decoradas solo con unos pendientes de perlas.

Al darse cuenta de que estaba haciendo inventario con gran interés, Brodie se recostó en su asiento y le hizo un gesto a Jack para que abriese la carpeta y examinase su contenido.

Primero, Jack dejó a un lado la tarjeta de visita que iba incluida dentro, después echó un vistazo a lo que Brodie supuso que sería una propuesta de contrato. Tras leer durante unos segundos, Jack preguntó:

–¿Marigold, Kentucky?

–Un pueblo muy pequeño que tiene frontera con Tennessee. Calculo que sería trabajo de un solo día. Cinco horas en coche hasta allí, una hora para recoger el artículo que ha adquirido mi jefe y después el camino de vuelta. –Señaló los papeles con la cabeza–. Firme y el trabajo es suyo.

Jack volvió el contrato para que Brodie pudiera verlo, pero se dirigió a la mujer.

–Aquí dice cinco mil dólares. ¿Por un día de trabajo?

Brodie casi soltó un silbido. Eso era una buena cantidad de pasta.

–¿Qué vamos a recoger? ¿Un muerto?

Ella apretó los labios.

–Por supuesto que no.

–¿Un vivo?

Ella giró la cabeza para mirarlo con odio y trató de rajarle el corazón con el azul cobalto de sus ojos.

–Bueno, he visto Transporter.

La mujer tomó aire, haciendo que sus pechos se ciñeran a parte delantera de su blusa húmeda.

–Lo que mi jefe ha adquirido es muy importante para él. Desea garantizar su seguridad… y ha de serle entregado mañana antes de finalizar el día.

–¿El contrato dice de qué se trata? –preguntó Brodie.

–¿Acaso importa? –repuso ella.

Jack y Brodie se miraron, pero bueno, cinco de los grandes eran cinco de los grandes. Si llegaba allí y se trataba de algo turbio, ya lo gestionaría entonces.

Habiendo tomado la decisión, Brodie disfrutó diciéndole:

–Bueno, Jack estará fuera.

–Cierto –confirmó Jack con un tono de disculpa sincera–. Ya tenía un compromiso previo que no puedo cambiar. Pero Brodie…

–Su primera opción –intervino Brodie.

–… está disponible.

Ella entornó los ojos.

Sabiendo que se había salido con la suya, y sin saber bien por qué le importaba tanto, Brodie estiró los brazos hacia atrás en actitud relajada y entrelazó los dedos por detrás del cuello para poder liberar parte de la tensión sin que resultase demasiado evidente. La verdad es que se encontraba fatal.

Sin embargo, el día mejoró rápidamente.

Doña remilgada le miró las axilas, compungió el gesto en señal de desaprobación y se volvió para lanzarle a Jack una mirada de súplica.

–Pero…

–Lo siento –dijo Jack.

¿No le gustaban sus axilas? Todo el mundo tenía axilas, incluso las pelirrojas remilgadas. Brodie sonrió.

–Puedo salir a las cinco de la mañana.

Tras un titubeo prolongado y, supuso, mucho apretar los dientes, al fin dijo que sí con la cabeza.

Provocar a aquella mujer le sentaba tan bien que hasta le hizo olvidar brevemente el dolor en las sienes, viendo cómo ella evitaba mirarlo.

–Solo dígame la dirección y el nombre de la persona a la que tengo que ver, cualquier otra información que pueda necesitar, y lo haré enseguida.

Ella cerró el maletín en silencio, se colgó la correa del hombro y se puso en pie.

Jack se levantó también.

Brodie no. Echó la silla hacia atrás para sostenerla sobre dos patas y disfrutó viendo la frustración en su rostro. No era una auténtica belleza, pero desde luego era guapa. Su melena era sensacional. Esos ojos, indescriptibles de puro azules, siempre llamarían la atención. Y aquella boca, aunque apretada por el fastidio, era capaz de inspirar fantasías.

Allí, con el aire más fresco del interior, las pecas no se le notaban tanto.

Una pena. Eran monas. Quizá incluso sexis.

Si a un envoltorio tan pequeño sumaba las curvas en abundancia, no era de extrañar que le excitara.

–Ejem.

Brodie apartó la mirada de la mujer el tiempo suficiente de mirar a su hermano con una ceja levantada.

El ceño fruncido de Jack dejaba bien claro su mensaje: «Si pierdes este trabajo por ser un gilipollas, me aseguraré de que te arrepientas de ello».

Conociendo a Jack, probablemente se aprovecharía de su estado deteriorado. Con un suspiro, decidió intentar mostrar cierto comportamiento caballeroso.

Pero la pelirroja se le adelantó.

–Traeré todos los detalles pertinentes, además de la mitad del pago, mañana antes de marcharnos. Entonces formalizaremos el contrato.

La silla cayó hacia delante con un estruendo y Brodie pensó que iba a estallarle la cabeza. Cerró los ojos con fuerza y apretó la mandíbula para contener el cerebro, que parecía estar haciendo gimnasia entre sus orejas. Cuando al fin se le calmó, abrió ligeramente un ojo.

Tanto Jack como la pelirroja lo miraban, primero con pena, después con fastidio.

–¿Cómo que antes de marcharnos? –repitió Brodie, sin saber si había oído correctamente.

–Es mi responsabilidad garantizar la seguridad de las adquisiciones de mi jefe –le dijo ella mirándolo de nuevo con superioridad–. Usted solo es el transportista.

¿Solo el transportista? La indignación le hizo ponerse en pie hasta quedar por encima de ella. La nariz altiva de ella apenas le llegaba a la clavícula, pero ¿acaso retrocedió?

No, aquella tía tenía pelotas. En su lugar, echó la cabeza hacia atrás y le devolvió la mirada de rabia.

Con el ceño fruncido, Brodie estiró un dedo y abrió la boca.

Pero ella no había terminado.

–Mañana venga sobrio.

Brodie casi balbuceó al oír aquella exigencia.

–¡Yo no bebo si conduzco!

–Tampoco quiero resaca –respondió ella con una ceja levantada. Recorrió su cuerpo con aquella mirada severa, después se dio la vuelta, no sin antes añadir–: Ah, señor Crews…

Brodie aguardó.

Con una mano en el picaporte, ella lo miró por encima del hombro.

–Si de verdad quiere el trabajo, deberá estar totalmente vestido.

Con esa declaración, abandonó el despacho y se dirigió hacia la salida.

Brodie salió al vestíbulo y se quedó mirándola mientras se alejaba, viendo cómo aquel trasero tan exuberante apenas se balanceaba mientras atravesaba la puerta y salía al polvoriento jardín. Maldita sea.

Jack se acercó a él y le puso una mano en el hombro.

–Me gusta.

–No me digas –masculló. Pero, la verdad, a él también le gustaba. La dama era como una explosión. Empezó a sonreír.

–No –le dijo Jack–. Necesitamos el dinero, así que no la cagues o acabaré contigo.

–Ese es tu truco –se quejó Brodie, de buen humor–. Pareces el civilizado, pero solo es apariencia.

 

 

Mary se maldijo a sí misma por enésima vez, sentada sobre la cama, con el portátil abierto frente a ella a las tres de la mañana. Le escocían los ojos y no podía parar de bostezar, pero, claro, apenas había podido dormir durante la noche.

Achacaba su insomnio a aquel cretino provocador, arisco y grosero que Therman estaba empeñado en contratar. La primera vez que mencionó a Brodie Crews como el transportista que deseaba, ella no le dio ninguna importancia. Su último transportista había cambiado de residencia y además tampoco era tan de fiar. En dos ocasiones no había podido aceptar los encargos de Therman y eso les había hecho buscar un sustituto. Si lo de Brodie Crews salía bien, Therman quería contratarlo regularmente.

Pero, claro, su jefe, Therman Ritter, un simpático excéntrico de ochenta y seis años, no tenía que soportar a ese tío. No, Therman se quedaba aislado en su refugio de un millón de dólares, coleccionando sus objetos «de valor» y evitando relacionarse con la sociedad.

Relacionarse con la sociedad era trabajo de Mary, establecer contacto humano y asegurarse de que las adquisiciones se llevaran a cabo sin tropiezos. Ella siempre acompañaba al mensajero para garantizar que se respetaran los intereses de Therman… así como su privacidad.

Debería haber hecho que el señor Crews firmara el contrato el día anterior, pero en aquel momento todavía albergaba la esperanza de disuadir a Therman de contratarlo.

Y había querido alejarse de ese hombre lo más rápido posible.

Por alguna razón que le costaba identificar, representaba una amenaza para su tranquilidad y para el personaje que con tanto esmero había construido. Algo nuevo para ella y, desde luego, no le gustaba nada.

Revisando toda la información que pudo encontrar sobre Brodie, le sorprendía que Therman lo hubiera escogido a él. No logró encontrar ninguna razón de peso para explicar el hecho de que su peculiar jefe se hubiera centrado en ese hermano en vez del otro, pero ahora ya sabía que Jack no habría sido aceptado. Therman lo había dejado muy claro.

Menos mal que Brodie había insistido, porque Therman se había mostrado muy contrariado con sus esfuerzos por intercambiar a los hermanos. Sus descripciones, sus comparaciones, no habían importado en absoluto.

Therman quería a Brodie y solo a Brodie.

No era la página web de Mustang Transport lo que le había convencido. Todavía estaba en construcción y mostraba solo los datos más básicos. Tampoco era la biografía de Brodie, que en su mayor parte mencionaba su historial como mensajero y su impecable ética laboral. Tampoco sería su estelar capacidad al volante, pues eso sería algo de esperar teniendo en cuenta el trabajo que había escogido.

No, lo que había convencido a Therman era que Brodie hubiese rescatado a aquel perro enorme de patas largas. Therman había visto muchas cosas en aquel gesto: compasión, determinación, deber, honor… La lista continuaba. Aquel único incidente heroico le había convencido de que Brodie era la persona perfecta para llevar a cabo el encargo.

Frustrada, Mary se recostó sobre las almohadas y volvió a leer el artículo, demasiado breve. Brodie había encontrado al perro encadenado a una viga bajo un sol abrasador cerca de un vertedero. Sin comida, sin agua. Con señales de maltrato.

Mary se secó una lágrima, furiosa al pensar que alguien pudiera maltratar así a un animal. En muchos aspectos, era lo mismo que maltratar a un niño. Uno no podía hablar y el otro con frecuencia tenía demasiado miedo para contarlo.

Brodie debió de sentirse furioso también, porque encontró a los dueños y se ofreció a comprárselo. Pero, según parece, al hacerlo se vio en mitad de una operación de tráfico de drogas. Hubo pistolas, un tiroteo, y Brodie logró salvar el pellejo, dejando a tres hombres heridos. Se llevó el perro a casa, lo rehabilitó y le dio una buena vida.

Eso sucedió un año atrás y, si bien Mary lo consideraba un acto increíblemente heroico, no tenía nada que ver con transportar los objetos de valor de Therman.

Sabiendo que no podía posponerlo más, cerró el portátil y se levantó para ducharse y vestirse. Sería un trayecto largo, lo que requería ropa profesional, pero también cómoda. Dado que sabía que las cosas no siempre salían como estaban planeadas, llevó una bolsa de viaje con un cambio de ropa y otros objetos necesarios, por si acaso. En el pasado ya se había visto atrapada en mitad de aguaceros, se había tirado por encima la comida o la bebida, y en una ocasión se había resbalado por una colina embarrada.

Como detestaba sus pecas, también metió la bolsa de maquillaje para poder retocarse.

Ese día no permitiría que Brodie la provocara.

Tampoco aspiraría deliberadamente su aroma a tierra.

Ni admiraría su cuerpo… La flexión de aquellos hombros enormes con cada pequeño movimiento, o el modo en que los músculos desarrollados de su cuerpo dejaban paso a unas caderas esbeltas, y aquella hilera de vello húmedo y rizado que discurría por su torso y se perdía por debajo de la cinturilla de los vaqueros…

Mary contuvo un pequeño gemido. Despegó los pies del suelo y corrió a la ducha, jurándose que desde luego no se fijaría en todas esas cosas.

Teniendo en cuenta las instrucciones que le había dado en su presentación, es decir, que fuera totalmente vestido, no debería resultarle muy difícil.

Jamás había conocido a un hombre como él, jamás había experimentado semejante falta de modales y de decoro, jamás había conocido a un hombre tan, tan… desvergonzadamente masculino.

Jamás había sentido aquel magnetismo ridículo.

Se tapó la cara con las manos y susurró la bochornosa verdad.

–Atracción física. –Se sentía excitada por un imbécil, por un bruto, por un hombre que ostentaba su masculinidad para que todos se quedaran mirando.

Y desde luego ella se había quedado mirando.

En su cabeza repetía una y otra vez la escena que había tenido lugar en el despacho. La manera de Brodie de sentarse en su silla, sin importarle tener las piernas abiertas, o que sus enormes pies, enfundados en aquellas botas sucias, casi tocaran su propia silla, o los sólidos muslos que tensaban el material desgastado de sus vaqueros.

Y el suave bulto que escondía su bragueta, casi imposible de ignorar.

Había colocado sus brazos potentes detrás de la cabeza, dejando al descubierto las axilas, como si fuese normal mostrarse de ese modo delante de un posible cliente. Aquella postura había aplanado sus impresionantes pectorales, convirtiéndolos en bloques sólidos sobre su pecho, mientras que el gesto realzaba sus bíceps y tensaba sus abdominales.

Y ella se había quedado mirando. En contra de su voluntad, en contra de su comportamiento habitual, en contra de los buenos modales por los que siempre se había guiado; se había sentido incapaz de no mirar.

Era como si Brodie hubiera abandonado todo decoro y urbanidad, dejando únicamente a un hombre ardiente y descarado, y ella, como mujer, había reaccionado instintivamente.

Pero eso fue ayer y hoy era hoy, y hoy sería diferente. Se encargaría de ello.

Para cuando salió de su apartamento y se dirigió hacia su Ford plateado, ya se había puesto toda la armadura que le era posible.

Una capa sutil de maquillaje cubría sus pecas.

Llevaba su melena indómita recogida en un moño en lo alto de la cabeza.

Se había puesto una falda larga y ancha de gasa que le rozaba los tobillos, con una camiseta ajustada y encima una blusa como cobertura extra, por si acaso el aire acondicionado del coche de Brodie estaba demasiado fuerte. También unas sandalias cómodas. Tenía un aspecto elegante y profesional, pero no estirado.

Y lo mejor de todo era que sus excesivas curvas no se notaban demasiado.

Tras dejar el maletín y la bolsa de viaje en el asiento trasero, miró su teléfono una última vez para asegurarse de no haber pasado por alto ningún mensaje. Con frecuencia Therman le daba instrucciones en el último minuto, pero aquel día, con Brodie, guardó silencio.

Sin prestar atención al ligero cosquilleo que circulaba por su torrente sanguíneo, puso rumbo a la oficina de Mustang Transport.

Tenía la impresión de que aquel día sería toda una aventura… porque Brodie Crews era todo un hombre.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Las oficinas estaban vacías, el aire resultaba pesado e inmóvil, solo los ronquidos de Howler rompían el silencio.

Brodie miró la pantalla de su teléfono para ver la hora, después volvió a metérselo en el bolsillo trasero. La pelirroja llegaba dos minutos tarde. Se cruzó de brazos. ¿Y si la había asustado? ¿Y si había encontrado a otro mensajero que se hiciera cargo del trabajo?

Les vendría bien el dinero para hacer reparaciones en la oficina y para ampliar el negocio. Pero ese era solo parte del motivo por el que deseaba que apareciera.

El día anterior se había sentido envuelto por una nube de incomodidad, así que no estaba seguro de si el impacto que le había causado era tan agudo como recordaba. Pelo rojo, ojos azules, unas buenas tetas y mucho culo… Muy bien, sí. Sexy, desde luego.

Pero, en general, ¿de verdad suponía un golpe tan certero a su libido, o tal vez se había visto debilitado por la resaca?

Seguía imaginándosela con su ceño fruncido y su mirada de desprecio, que contrastaban con aquel cuerpo de escándalo, y no tenía ni idea de por qué esa imagen hacía que le palpitara la polla. Pero incluso ahora lo sentía, aquel breve cosquilleo, el deseo.

A la mierda.

Decidió que aquel día disimularía. Se comportaría como un profesional. Circunspecto. Educado.

Si es que aparecía.

Maldita sea, debería haber firmado el contrato el día anterior. Si no hubiese estado tan ocupado provocándola y disfrutando con sus reacciones, tal vez se le habría ocurrido hacerlo.

Jack, que no se había quedado tan fascinado por ella, debería haberse encargado de ello. Pero no, ese imbécil le había permitido regodearse en sus malos modales, limitándose a alguna mirada de advertencia ocasional.

¿Por qué narices Charlotte no habría priorizado la firma del contrato? Tenía la experiencia suficiente, además de un buen ojo para los negocios, como para saber que debería haberse quedado zanjado. ¿Por qué habían permitido que un buen partido económico como Mary Daniels se marchara solo con un acuerdo verbal?

De pronto, Howler levantó una oreja. A eso le siguió un ojo abierto. Aquel único ojo escudriñó la zona que tenía justo delante, porque Howler no se levantaba solo por curiosidad. Cuando unos faros iluminaron el camino, el enorme perro logró levantar la cabeza lo justo para emitir un único «guau».

Hecho eso, volvió a espatarrarse.

–Buen perro –dijo Brodie con la voz que reservaba solo para Howler. Se arrodilló y le acarició el cuello al animal–. Eres el mejor perro guardián que existe. Sí que lo eres. –Howler agitó el rabo ante aquel halago–. Primero el contrato –le dijo Brodie, aunque sospechaba que Howler había vuelto a quedarse dormido–. Y luego nos iremos.

Al oír esas palabras, el perro se levantó con acelerada torpeza y rodeó su coche, buscando una manera de entrar.

–Todavía no, muchacho. Paciencia. –A la espera de que la pelirroja llegase hasta allí, lo que, dado su ritmo de tortuga, podría llevarle un buen rato, Brodie se apoyó sobre el guardabarros y se cruzó de brazos. La anticipación le producía un cosquilleo por la espalda.

¿Por qué?, no lo sabía, pero ahí estaba.

Siguiendo su petición, o mejor dicho exigencia, aquella mañana Brodie tenía la cabeza despejada, se había duchado y se había puesto unos vaqueros y una camiseta. El aire pesado de la mañana lo cubría todo de rocío, incluyéndole a él. En el suelo, junto a él, tenía una nevera portátil llena y un termo de café apoyado contra ella; encima, vasitos de viaje con tapa.

El coche de ella, un impoluto Ford plateado, aparcó detrás del suyo. A través de la escasa luz de los focos de seguridad, la vio tirar de la palanca del freno. Abrió la puerta y sacó un pie, adornado con una sandalia blanca y con una falda de flores alrededor. Llevaba las uñas pintadas de un color brillante que hacía juego con su piel.

Sin mirarlo, salió del coche e inclinó su asiento hacia delante para poder recoger algunas cosas del asiento trasero.

El maletín y… ¿una bolsa de viaje? Interesante.

«Para el carro», les dijo a sus más bajos instintos. «No vamos a pasar la noche con ella».

Al darse cuenta de que no llevaba nevera, Brodie contuvo una sonrisa. Podría comportarse y aun así divertirse un poco. Perfecto.

Tras cerrar su puerta, Mary por fin lo miró, le lanzó una mirada de evaluación, como si estuviera buscando rastros de libertinaje.

–¿Soy apto? –preguntó Brodie extendiendo los brazos–. ¿Voy lo suficientemente tapado para no herir su delicada sensibilidad? No necesito sombrero, ¿verdad? –Se pasó los dedos por el pelo revuelto y después por el cuello–. ¿Una bufanda? Hace demasiado calor para llevar bufanda, pero si los cuellos le escandalizan…

–Así está bien –le interrumpió ella con un tono de voz tranquilo y controlado.

Demasiado controlado, maldita sea.

Sus ojos de zafiro se encontraron con los de él, después se irguió y apartó la mirada.

–Un afeitado no le habría matado.

–¿Cómo lo sabe? –Se rascó la áspera mandíbula y oyó el roce de una barba de dos días–. Me afeito cada dos semanas. Eso es suficiente tortura para cualquier hombre.

Ella volvió a mirarlo con los ojos muy abiertos.

–¿Cada dos?

–Semanas –confirmó él, dado que Mary parecía demasiado horrorizada para asimilarlo. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron producto del interés. Era una locura. Mary no llevaba puesto nada sexy, más bien al contrario. No tuvo ningún gesto de insinuación hacia él. Y cómo llevaba el pelo… Se lo había recogido con tanta fuerza que se compadeció de sus sienes.

–¿Y mientras tanto?

Estaba tan absorto pensando en liberar su melena que tardó un segundo en entender a qué se refería.

–Entre un afeitado y otro, llevo patillas. No es para tanto, ¿sabe? Los hombres son peludos. La gente… –y en silencio articuló la palabra «usted»– debería aprender a vivir con ello.

Ella apretó la mandíbula para demostrar su hostilidad.

–¿Para no tener que molestarse en acicalarse?

–Eh, me he acicalado. Al menos en su mayor parte. Me he duchado, me he lavado los dientes, me he peinado, más o menos…

–¿Más o menos?

Él agitó los dedos.

–Funcionan bien como peine. –Antes de olvidarse de que debía mostrarse educado y amable y todas esas mierdas, frotó con el antebrazo una parte de la superficie del maletero de su Mustang para quitar el rocío–. ¿El contrato?

–Ah. –Como si acabara de salir de un trance, ella sacó los papeles y miró hacia la oficina.

–Sigue cerrada. Charlotte no llega hasta las nueve y Jack estará fuera todo el día. Además, deberíamos habernos marchado hace cinco minutos. –Una pulla sutil con la que, además, le arrebataba la posibilidad de ir al baño una última vez. «Eso es lo que te mereces por tus críticas constantes, pelirroja», pensó.

Ella frunció el ceño.

–Solo llego unos minutos tarde, y se debe a que no estaba familiarizada con la carretera que sube hasta aquí. Ayer tuve que subir por esos horribles escalones de piedra y no quería tener que volver a hacerlo.

–Yo subo corriendo esos escalones como si fuera Rocky, pero vale. –Dejó caer la mirada hacia sus caderas, después bajó más aún hasta los tobillos y aquellos deditos brillantes–. Imagino que tengo los músculos un poco más desarrollados que usted.

–Un poco –repitió ella con tono remilgado.

Eso era quedarse corto. Mediría alrededor de un metro sesenta, es decir treinta centímetros menos que él, y sin duda sería unos cuarenta kilos más ligera, aunque casi todo su peso lo constituían el culo y las tetas. Pero daba igual. Tal vez le faltase fuerza bruta, pero lo compensaba de sobra con la actitud y la seguridad en sí misma.

Sin saber cómo responder a eso, se quedó mirándolo sin más.

Él señaló el maletín.

–¿El contrato? –repitió, pero lo que realmente quería decir era: «¿El cheque?».

–Por supuesto. –Mary se aproximó al coche y, con reticencia, dejó su maletín sobre el maletero con el contrato encima. Le ofreció un bolígrafo elegante que probablemente costase más que un depósito de gasolina lleno.

Tras leerlo con rapidez, observó que se trataba de un acuerdo estándar salvo por la cantidad pagada y la estipulación de que tenía un brevísimo espacio de tiempo para entregar el paquete. Resultaba interesante que Mary Daniels figurase como persona de contacto para cualquier asunto o comunicación relacionados con el servicio de entrega.

Significaba que él seguía sin saber para quién trabajaba, solo sabía que Mary estaba contratada para asegurar la realización del trabajo.

Dio vueltas al bolígrafo.

–¿Y a quién vamos a hacerle la entrega?

–No es ningún secreto, así que no pongas esa cara de suspicacia.

–Se nos está yendo el tiempo, pelirroja.

–Mary –le corrigió ella, rígida como la barra de acero utilizada para reforzar el hormigón–. Estoy contratada por Therman Ritter. –Su sonrisa tensa fue más bien una manera de enseñarle los dientes–. Si firmas el contrato, también estarás contratado por él.

–De acuerdo –dijo Brodie con un suspiro. Garabateó su nombre en el lugar indicado.

Ella le entregó un cheque, con cuidado de no tocarlo.

–La mitad ahora y la otra mitad cuando entreguemos. –Entrelazó las manos–. Hay una cosa más.

Antes de que pudiera decir algo que le hiciera pensárselo dos veces, Brodie se guardó el cheque en la cartera.

El dinero más fácil que había ganado nunca, hasta el momento. Hecho eso, volvió a mirarla.

Incluso a la luz tenue del amanecer, su melena brillaba como un faro, captando cada rayo de sol disponible. Dios, cómo le gustaría verle el pelo suelto.

Aunque eso no iba a suceder en un futuro próximo.

Realmente era única. Con esos ojos expresivos, esos labios carnosos… Tuvo que tomar aire.

–¿Cuál es la otra cosa?

–Si el intercambio va bien, Therman está interesado en contratar a Mustang Transport de manera regular.

–No jodas.

–Eh…

–¿Quieres decir que nos contrataría en exclusiva? –¿Cuántos acuerdos importantes firmaba ese tío en un año, o en un mes?

Ella asintió, pero le corrigió.

–Más concretamente, quiere contratarte a ti de manera regular.

–Ajá. –¿Debería sentirse halagado o alerta? Sin saber qué pensar, miró con los párpados entornados hacia el sol que comenzaba a salir–. ¿Y si lo discutimos por el camino? –Tenía que asegurar el éxito de aquella entrega antes de planificar el futuro.

–Desde luego. –Mary miró a su alrededor–. ¿Dónde está tu coche?

Guardándose la sonrisa, Brodie abrió la puerta del conductor, echó el asiento hacia delante y silbó. Howler, que estaba sentado esperando con impaciencia, cobró vida con aquellos gestos torpes y apresurados tan característicos en él. Con un gran salto, cruzó el angosto espacio de la puerta para aterrizar en el asiento trasero. Sentado más como un anciano, con la cabeza y los hombros caídos hacia delante y las rodillas levantadas, con un gesto de expectación en su cara alargada, ocupaba todo el espacio disponible en la parte de atrás.

Brodie cerró la puerta, bordeó el coche hasta el lado del copiloto y, con un ademán absurdo, abrió la puerta.

Al principio, ella no se movió. Parecía estar asimilando lo evidente con una incredulidad que rozaba el terror absoluto.

Por fin abrió la boca y recuperó el habla.

–¿Este es el coche que vas a llevar?

–Pues sí –respondió él pasando una mano por el techo–. Esta monada nunca me decepciona.

La pelirroja adoptó una postura combativa, con los brazos rígidos en los costados y los puños tan apretados como la mandíbula.

–Pero ¿este coche corre?

–Claro que corre –le dijo con cara de ofensa.

–Está oxidado.

–No, está retocado con una primera capa de pintura porque pronto será… –se fijó en el pelo de Mary– rojo. Pensaba que tú distinguirías la diferencia entre caerse a pedazos y una visita a la peluquería.

Ella le dirigió una mirada de odio con sus ojos azules.

–¿Crees que me tiño el pelo de este color a propósito? –le preguntó con tono amenazante.

Mmm. Habría seguido provocándola, pero detectó una pizca de dolor en su voz, como si no le gustara su pelo. Costaba imaginarlo, pues a él le parecía la sensualidad en persona, pero abordaría ese tema en breve, cuando a ella dejara de salirle humo de las orejas.

–Lo que creo es que aquí hace un calor infernal y que mi perro se va a asar si no te pones en marcha.

Mary siguió echando humo unos segundos más, después pareció contenerse. Bajó las pestañas y tomó aire, hinchando el pecho. Cuando volvió a abrir los ojos, Brodie vio en ellos la cólera contenida y el control férreo.

Admirable. La personalidad de aquella mujer tenía múltiples facetas. Nunca le habían gustado mucho los rompecabezas, pero desde luego tenía ganas de descifrarla.

–Ayer estabas trabajando en… esto –le dijo.

–Se llama Matilda –respondió él alzando la cabeza. Ante aquella pequeña tontería, Mary pareció a punto de dar un pisotón contra el suelo.

De hecho, sí que dio un pisotón de camino al coche. Metió la bolsa de viaje en el asiento trasero. Al montarse, murmuró en voz baja:

–Matilda.

Brodie se permitió sonreír y le dijo:

–Abróchate el cinturón. –Después se dirigió hacia el otro lado del coche e hizo lo mismo con Howler–. Buen chico –le dijo al perro con cariño–. Buen perro. Claro que sí.

Como a cámara lenta, la pelirroja se volvió y se lo comió con los ojos.

Brodie besó al perro en la frente arrugada y eso le hizo ganarse un lametazo baboso desde la barbilla hasta el ojo izquierdo.

–Eres el único tío al que le dejo hacer eso –le dijo utilizando el hombro para limpiarse las babas.

La pelirroja seguía mirándolo con incredulidad cuando Brodie dejó su maletín en el suelo, lejos del alcance de Howler. Incluso ayudó a sujetarlo contra el lateral de la nevera. Después se sirvió un café.

La miró a la cara y resopló.

–Howler está en un estado constante de dentición. Si no hubiera apartado tu maletín, habría estado mordisqueándolo todo el camino.

–Ese perro no es un bebé.

–Prueba a decírselo tú –respondió Brodie encogiéndose de hombros–. Además de dormir y comer, su actividad favorita es masticar cosas. –Casi cualquier cosa, salvo los juguetes para mascar, que tenía en abundancia.

–Gracias, pero no me refería a eso –le dijo ella con una ceja levantada–. Hablas con tu perro como si fuera un bebé.

–¿Y qué?

–Pues que resulta raro verte emplear ese tono tan particular.

–A Howler le gusta. –Y eso era lo importante. Antes de que Mary pudiera preguntarle cómo lo sabía, le dijo–: ¿Un café?

Ella se mordió el labio inferior, vacilante.

Mmm. A él no le habría importado morderle el labio. Parecía carnoso y suave, sonrosado y húmedo, y apostaría su huevo izquierdo a que sabía realmente bien.

–¿Tienes otra taza?

La miró entonces a los ojos. ¿Le daba miedo compartir con él? ¿Pensaba que iba a pegarle piojos? De un modo u otro, todo lo que decía conseguía ofenderle.

O excitarle.

Sobre todo excitarle.

–No le doy mi café de la mañana a cualquiera, así que sí, tengo otra taza.

–Entonces gracias.

–Si quieres, tengo paquetitos de azúcar y leche.

–Lo tomo solo. –Aceptó la taza y dio un sorbo–. Está muy bueno –murmuró con un susurro aterciopelado que le recorrió la columna de puntillas. Con las pestañas a media asta, se acercó la taza de viaje a la nariz testaruda y altiva y aspiró el aroma.

Brodie se quedó allí de pie, desconcertado al ver que era capaz de convertir un gesto tan normal como beber café en algo tremendamente sexual.

–En fin –dijo sirviéndose otra taza, le puso la tapa y la dejó en el sujetavasos que había entre los asientos. Después se sentó al volante–. ¿No te importa que venga Howler? –Había estado preparado para sus quejas y le había sorprendido que no dijera nada.

–No, si está acostumbrado a acompañarte. Dado que tiene su propio cinturón de seguridad, imagino que así es.

–Sí, no le gusta que lo deje aquí solo. Me rompe mi negro corazón oírle gimotear, así que va donde yo voy. Tuve que fabricarle los arneses, por cierto, porque no los hacen lo suficientemente grandes para su… –miró a Howler como si le preocupara que pudiera ofenderlo– estructura ósea. Pero sin duda es necesario. –Al girar la llave, el motor cobró vida, ronroneando como un gatito.

Tal vez un gatito cabreado, pero gatito al fin y al cabo.

–A Howler le encanta viajar, pero, si algo le asusta, y le asusta casi todo, salta al asiento delantero e intenta subírseme en el regazo. Estuve a punto de estrellarme varias veces, así que ahora lo ato.

–Muy inteligente –comentó ella, y se volvió para observar de nuevo los amarres mientras él daba marcha atrás.

Brodie tenía que admitir que el mecanismo no era tan bonito como algo que pudieras comprar en una tienda, pero cumplía su función. Lo había diseñado para que se ajustase a la hebilla del cinturón del asiento y al arnés que Howler llevaba solo cuando montaba en coche. Para ganar una estabilidad extra, había ampliado la habitual correa única a dos correas, para que pudiera engancharse por ambos lados.

Howler tenía tendencia a caerse en los giros.

–Está claro que lo tuyo es amor.

Aquel tono de voz suave viniendo de ella podía ser letal para su libido… si hubiera dicho cualquier otra cosa. ¿Por qué narices tenía que usar esa palabra? ¿Acaso no tenía citas? ¿No sabía que los hombres como él no se llevaban bien con esa palabra en particular? Cualquier mención al amor, incluso en relación con su perro, activaba todas las alarmas. Demasiadas mujeres habían intentado ir por ese camino, pero, al contrario que su padre, él esperaría a estar bien preparado para sentar la cabeza.

Y no estaba preparado aún.

–Es mío, y cuido de lo que es mío.

–No era tuyo cuando lo rescataste.

Avasalladora, eso es lo que era.

Brodie notó que estaba observándolo, pero se concentró en la carretera.

–¿Lo has tenido desde entonces?

No era una historia que fuese a compartir con ella. Aunque había pasado todo un año, pensar en ello todavía le provocaba una rabia peligrosa. Hablar de ello le hacía sentirse vulnerable. Así que cambió de tema.

–¿Y qué me dices de ti? ¿Tienes alguna mascota?

–No. –Se volvió para mirar a través del parabrisas y sujetó el café con ambas manos mientras bebía–. Me encantaría tener un perro o un gato, pero no estoy mucho en casa y no sería justo.

Algo en su voz le llamó la atención.

–¿Tenías mascota cuando eras pequeña?

Mary cortó en seco su carcajada irónica y dio otro sorbo al café.

–No, nada de mascotas.

Mmm. Aquella carcajada le puso alerta.

–¿Nunca?

–Hablemos del trabajo a largo plazo y lo de que significaría tener un contrato fijo.

Nadie lo confundiría con un caballero. De hecho, además de su familia, quienes lo conocían le llamarían justo lo contrario, o peor. Pero sabía cómo interpretar a las mujeres, y el intento desesperado de aquella mujer por cambiar de tema significaba que algo de su pasado, tal vez de su infancia, le había dejado una herida emocional.

Imbécil o no, jamás haría daño a una mujer deliberadamente, a ninguna. Pero, por alguna extraña razón, aquella necesidad intrínseca de proteger se le activó con fuerza desmedida.

Si la pelirroja supiera que estaba teniendo pensamientos territoriales, que deseaba protegerla, probablemente le mandase a la mierda. Podía cuidarse sola, no le cabía duda, pero eso a su instinto más primario le daba igual. Nunca se resistía a lo inevitable.

Dijo que sí con la cabeza y tomó la incorporación a la I-71 con dirección sur.

–Cuéntamelo todo.

 

 

Durante una hora más o menos, Brodie se mostró agradable, haciendo que Mary cambiase su opinión inicial sobre él. Había compartido con ella su café hasta que se terminaron el termo. Mientras bebían, habían hablado amistosamente sobre un acuerdo de contratación regular y él había aceptado los requisitos sin protestar. En general se había comportado como un hombre relajado y competente, si bien un poco tosco.

Así que decidió darle una segunda oportunidad.

Al fin y al cabo, una resaca podría descolocar a cualquiera. Además era evidente que le había pillado por sorpresa con su visita.

Y, cierto, con el calor del día y el modo vergonzoso en que había reaccionado a él, parte de su animadversión del día anterior era también culpa de ella.

Pasaron otra salida y Mary se retorció. Contempló el perfil de Brodie y se preguntó si debería pedirle que parase.

Advirtió la sonrisa de satisfacción y superioridad en su rostro.

Fue algo sutil, desde luego. Apenas perceptible. Pero se fijó en la curva de sus labios, en la arruga que se le formaba en el rabillo del ojo.

Fue entonces cuando empezó a preguntarse hasta qué punto podría ser retorcido.

Había acudido a primera hora a su oficina, que estaba cerrada. Después, tras compartir el café, la mayoría del cual se lo había tomado ella, Brodie le había pedido que sacara un par de botellas de agua de la nevera. Sin sospechar nada en su momento, Mary había aceptado educadamente y, aunque él solo había dado unos pocos sorbos a su botella, ella se la había bebido entera.

Ahora llevaban en camino poco más de dos horas, dos horas y media en su caso, y él no mostraba ninguna intención de parar.

Mary se estaba arrepintiendo de haber bebido tanto.

¿Tanto trabajo le habría costado a Brodie abrir la oficina esa mañana? ¿Y por qué, tras su enfrentamiento inicial del día anterior, se había desvivido por compartir con ella esa mañana?

Justo cuando pasaban frente a otra salida, Brodie señaló, con cierto brillo en la mirada, que iban bien de tiempo, según lo previsto… a no ser que ella necesitase una parada técnica.

Ese hombre era diabólico.

Pues bien, si pensaba que iba a admitir su derrota, estaba muy equivocado. Mary apretó los labios y se juró que él iba a rendirse antes que ella.

Brodie puso algo de música.

–Échate un sueñecito si quieres.

Imposible. Cruzó las piernas y miró a Howler. El perrazo estaba recostado de medio lado, con la cabeza apoyada en la ventanilla, pues había empezado contemplando el paisaje y había acabado dormido y roncando. Abandonó toda esperanza de que el perro pudiera necesitar una parada técnica.

–No te preocupes por Howler –le dijo Brodie como si le hubiera leído el pensamiento–. Duerme más que otra cosa. Normalmente solo se despierta con c-o-m-i-d-a.

El perro abrió un ojo e hizo sonreír a Mary pese a su necesidad de ir al baño.

–Creo que sabe deletrear.

–Aprende rápido –convino Brodie.

Tras un largo suspiro muy parecido a un lamento de decepción, Howler volvió a cerrar el ojo y siguió roncando.

Mary tenía un montón de preguntas sobre él, pero no quería arriesgarse a despertar de nuevo la curiosidad de Brodie.

Su pasado era terreno vedado.

La música, una suave melodía country, inundaba el aire. A ella le gustaba más el rock and roll, pero agradecía ver a Brodie moviéndose muy ligeramente al ritmo de la música, tamborileando con los dedos sobre el volante.

Si una roca pudiera mostrarse relajada, apostaría a que Brodie sería justo eso. Sin embargo, si bien su expresión parecía tranquila, los hombros tensaban la camiseta oscura que llevaba y los bíceps se flexionaban con cada pequeño movimiento de los brazos.

¿Qué tenía que hacer un hombre exactamente para conseguir un cuerpo como ese?

–¿Haces ejercicio?

Brodie le dedicó una sonrisa divertida al mirarla con aquellos ojos oscuros. Después devolvió la atención a la carretera.

–Sabes que esa es una frase para ligar, ¿verdad?

Oh, Dios, tenía unos ojos… en fin, increíbles. Y ardientes. De no haber sido por el intenso calor, desconocido hasta entonces, que le provocó esa mirada, tal vez se habría sentido avergonzada. En su lugar, su reacción la desconcertó.

Desde luego, era cierto que los hombres solían prestarle atención, pero por lo general aquello la dejaba indiferente.

Pero no con Brodie Crews.

Su modus operandi era mantenerse alejada de cualquier hombre interesado, o interesante, pero, a decir verdad, ¿qué habría de malo en mirar? Lo vería durante aquel viaje y después no volvería a verlo durante un tiempo. Por esa razón había mirado hasta hartarse, sin resultar evidente.

Su perfil le fascinaba, la sombra que proyectaban sobre sus ojos esas pestañas densas y oscuras, el puente recto de su nariz y la curva de su boca. Su pelo, oscuro y denso, lucía una ligera ondulación y, por mucho que intentase peinarse con los dedos, no paraba de caerle sobre la frente. Las patillas que lucía en la mandíbula le hicieron preguntarse qué sentiría al tocarlas con las yemas de los dedos.

Y con los labios.

–Me lo preguntaba sin más –dijo, tratando de quitarle importancia, como si fuese una charla inocente–. Tienes la musculatura muy desarrollada para ser un hombre que se gana la vida conduciendo un coche.

–También trabajo con los coches. –Le dedicó una sonrisa íntima–. Como bien sabes.

Al recordar la primera imagen que tenía de él, sintió que se le ruborizaba de nuevo la piel.

–¿Es eso lo que estabas haciendo? –le preguntó con frialdad–. A mí me dio una impresión totalmente distinta.

–¿Lo dices por cómo Gina me metía mano?

Lo dijo sin una pizca de vergüenza, haciendo que ella se quedara con la boca abierta.

Evidentemente, aquello era demasiado para ella.

Brodie se carcajeó.

–Me tenía en pie de puro milagro, de lo contrario me la habría quitado antes de encima, pero Gina siempre detecta la debilidad. Pensaba que podría colarse ahí porque me habían bajado las defensas.

–¿Las defensas?

–No suelo encontrarme muy bien después de una noche bebiendo.

–Y entonces ¿por qué lo hiciste? –Personalmente, nunca le había visto el sentido. A veces, en alguna ocasión especial, que no eran muchas, tomaba algo de vino. El alcohol, las drogas… Todo eso provocaba una pérdida de control, lo cual no solo te hacía vulnerable, sino ajena a todo lo que realmente importaba.

–La he rechazado tantas veces que ya he perdido la cuenta. –Brodie torció la boca hacia un lado y después se rascó la coronilla–. Es persistente, eso se lo tengo que reconocer.

–¿Está enamorada de ti?

–¡Ja! No, ni un poquito. –Entre risas, negó con la cabeza–. A Gina le gusto, pero ya está. En realidad, quiere poder fanfarronear de que se ha acostado con Jack y también conmigo.

Mary tuvo que hacer un esfuerzo por no volver a quedarse con la boca abierta.

–Esa mujer tiene un sano apetito sexual. Por desgracia, también tiene una vena competitiva muy perversa.

–¿Una… –intentó tragarse el nudo que tenía en la garganta– una vena competitiva muy perversa?

–Sí, puede que no te hayas dado cuenta, pero nuestro negocio está en un pueblo pequeño. Más bien diminuto. Todo el mundo nos conoce a Jack y a mí, y viceversa. Mi madre trabajaba en la cafetería de la escuela y mi padre era conocido por su pericia al volante. –Levantó un hombro–. Supongo que sería un golpe maestro acostarse con los dos.

–¿Al mismo tiempo? –preguntó Mary con un susurro escandalizado.

Él pareció afligido.

–Pues nunca se me ha ocurrido preguntar. Si eso es lo que le va, dudo que se salga con la suya muy a menudo. Conozco a muchos de los tíos con los que ha estado y no creo que ninguno estuviera dispuesto a pasar por ahí.

–¿Y ahora os quiere a Jack y a ti?

Brodie se encogió de hombros.

–Está condenada al fracaso, al menos en lo que a mí respecta. –Le dirigió una sonrisa–. Hace años, Jack y ella pasaron unas horas juntos, y eso la sitúa en lo alto de mi lista de mujeres prohibidas. Pero, a lo largo del último año, ha decidido que yo soy el siguiente… o algo así. Quizá yo sea la única presa que hay ahora en el pueblo.

Por alguna razón, aquella conversación le molestaba.

–Así que, si no hubiera estado con Jack, tal vez tú habrías…

–Lo dudo. Supongo que la conozco desde hace demasiado tiempo, ¿sabes? Me crie con su hermano mayor, y ella era la hermana pequeña y molesta que no nos dejaba en paz. No parece importar que ahora Gina sea un bombón. Desinhibida, divertida, nada pegajosa…

Mary resopló.

Vio de nuevo el brillo divertido en sus ojos.

–¿Debería haber sido más específico? –Antes de que ella pudiera contestar, continuó–: Sí, debería. Me refería a que no se apega emocionalmente. Físicamente sí, es como una lapa, pero en el buen sentido, ¿sabes?

No, no lo sabía y no quería saberlo.

–¿A tu hermano no le molesta que se te insinúe a ti?

–Qué va. Tuvieron un rollo de una noche, ni una cita ni nada.