Anabella Luccini - Anna Rey David - E-Book

Anabella Luccini E-Book

Anna Rey David

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Beschreibung

Anabella Luccini y la flecha del silencio nos presenta una joven que comienza a experimentar sueños y oír una misteriosa voz. Después de ser atacada por un zombi en busca de una enigmática flecha, se une a Kith Osk, un joven con poderes dimensionales, en un viaje a través de diferentes mundos y criaturas mágicas. Sin embargo, a medida que se acerca a la verdad sobre su origen y la flecha del silencio, una pregunta inquietante se cierne sobre Anabella: ¿cuál es el verdadero propósito de su misión y qué secretos aguardan en el Monte del Silencio? En un emocionante relato lleno de giros y revelaciones, Anabella y Kith se verán envueltos en una peligrosa búsqueda que pondrá a prueba su valentía y determinación. ¿Qué misterios oculta la orden de los Mensajeros? ¿Lograrán Anabella y Kith superar los desafíos y desentrañar los enigmas que los aguardan en su destino?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

David Rey, Yamila Anahí

Anabella Luccini y la flecha del silencio / Yamila Anahí David Rey. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

144 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-556-0

1. Narrativa. 2. Novelas. 3. Novelas Fantásticas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. David Rey, Yamila Anahí

© 2023. Tinta Libre Ediciones

I

Anabella. Búscame.

Era un sitio donde el sol siempre brillaba con intensidad y el cielo se teñía de carmín. Las malezas estaban chamuscadas porque permanecía soleado a todas horas. No había noche. El sol era el único dueño de este desierto. Una vieja civilización quedaba como un recuerdo de esos tiempos pasados. Una joven, de diecinueve años, se encontraba parada en medio de la ciudad. Ella estaba pérdida allí. Observó las estructuras de las edificaciones abandonas. Igualmente se mantenían como su primera vez. Al final de todo este lugar antiguo, se escuchaba el llamado de una persona, serena y cálida, dirigiéndose a Anabella Luccini. Esa voz le parecía tan familiar como si hubiese conocido a su dueño. La joven se concentró en oír el mensaje que pedía ser liberada. Anabella sintió la desesperación de encontrarla, miró a todos lados. Sabía que esa persona esperaba que ella siguiera su llamado. Solo que no se animaba a avanzar. La ciudad era antigua con objetos de un metal desconocido en algunas cosas como vajilla y armas.

¡Búscame! Ven conmigo.

Se despertó. Había sido un sueño. Siempre era igual. Y ella no entendía absolutamente nada. Nunca en su vida había conocido ese desierto ni en Oriente existía, como si fuese de otro mundo. Un mundo tan diferente, único y extraño. Solo un sueño, como cualquier otro. Miró a su alrededor, se quedó dormida en la sala viendo la televisión. Refregó sus ojos grises. Ella era estudiante de Arquitectura. La mayoría de los Luccini eran profesionales. Algunos arquitectos como su padre, otros eran ingenieros o técnicos. Un motivo para que Anabella decida seguir la generación por la idea de no romper la tradición. Se incorporó, paso a la cocina anexo al salón. Abrió la heladera, saco un yogurt y tomó una cuchara de un cajón de la cocina. En cuanto escuchó unos pasos que descendían del piso superior de la casa. No le dio importancia. Su padre aún estaba en su trabajo. Ella se acostumbró a estar a solas en la casa. Quitó la tapa del yogur arrojándola en el cesto de basura. En ese momento, volvió a oír las pisadas, duras y firmes. Se quedó quieta. Esto la puso nerviosa, más que sus extraños sueños. Pasó a la sala de estar, viendo cada rincón y se fijó detrás de las cortinas. Parecía una tonta revisando el lugar. Respiró hondo, sin dejarse llevar por el miedo. Introdujo una cucharada deyogura su boca, revisando las esquinas del salón, detrás de los sillones y los muebles. Todo estaba como debería estar. Estaba haciéndose ideas extrañas que nunca fueron un problema. Necesitaba dormir. Su estrés estaba afectándole.

El mismo ruido apareció a sus espaldas. No eran imaginaciones de un arduo día de actividades. Alguien estaba metido en su casa. Levantó la cabeza hacia las escaleras que iban al primer y último piso de la casa. Tragó el tercer bocado de yogur con fuerza. Apretó la cuchara de metal entre sus dedos, tratándose de la única arma que pudiera salvarla ¡Cómo si una cuchara de postre pudiera matar! Tardó una fracción de segundos en tomar una decisión. Generalmente, su padre era quien tomaba las riendas de su vida. Un padre demasiado protector después de la muerte de su esposa, se volvió mañoso y controlador. Finalmente, dejó su postre y cuchara sobre la mesa ratona del salón. Caminó paso a paso, sintiendo que el clima se volvía más frío. Evidentemente la temperatura descendió con rapidez. Era otoño, pero ahora parecía haber viajado a la Patagonia. La casa estaba helada. Se detuvo al inicio de las escaleras, alzando la cabeza tratando de descubrir alguna forma humana. Solamente veía oscuridad y silencio. Dio dos pasos hacia atrás. En ese instante, cayó una pelota rebotando por los escalones, rodó hacia ella. Abrió los ojos, a punto de gritar. Los ruidos se volvieron más fuertes, percibiendo objetos que volaban por todas partes del primer piso. La primera idea que cruzó por sumente fue un ladrón, pero no tenía sentido; en tal caso, el desconocido la estaría amenazando con un arma y exigiendo las pertenencias de valor.

—Elena —susurró una voz áspera y fría detrás de ella. Era aterrador—. ¡Flecha!

Anabella giró, rápidamente. Quería saber a qué se enfrentaba. Frente a sus ojos grises se encontró con la imagen descompuesta de un hombre. Todo lo que había sido un humano, había transformado una especie de cadáver viviente. Sus cuencas vacías, donde un fuego rojo procedía a ocupar lo que, serían sus ojos penosos y aterradores. Su cuerpo estaba deformado por la descomposición. Ella gritó, retrocediendo. Subió las escaleras como un rayo. Volvió a gritar, escuchando los gruñidos guturales del intruso. Corrió por el pequeño pasillo, tropezando con cuadernos, zapatos y cajas abiertas. El ser extraño buscaba algo en específico. Llegó a su dormitorio. Cerró, a la vez, que pateaba objetos para encerrarse. Miró a su alrededor, encontró un palo de hockey. Solo tenía unos dos metros que separaban su mano y el palo debajo de la ventana. El hombre moribundo arañó la puerta, generando que el peso de su cuerpo podrido hiciera presión. A diferencia del delgado y esbelto cuerpo de Anabella, era una desventaja para protegerse de la situación.

—¡Elena, muerte! —vociferó él.

La joven perdió la fuerza, retrocedió hacia la ventana cerrada. La puerta se abrió con un golpe violento. Las cuencas ardientes del extraño observaron a Anabella perder la calma. Ella comenzó a arrojar todo lo que tenía a mano; desde un lapicero, cuadernos y una lámpara de lava que se rompió al estrellarse contra la pared, a unos centímetros de él. La criatura ladeó la cabeza. Esa actitud no le agradó. Por lo que, extendió su descompuesta mano con tendones de los dedos caídos.

—¿Vamos? —pronunció la criatura. Casi una tregua.

—¿Qué quieres? ¿De dónde eres? —soltó con el miedo convirtiéndose en adrenalina. Se dio cuenta que estaba a un solo paso el palo de hockey—. Y ¿qué eres?

—Flecha, a casa. Elena.

Anabella no dudó más, saltó hacia la esquina donde estaba el palo y lo levantó sobre su cabeza, dispuesta a todo. Avanzó dos pasos con sus ojos enfocados en los próximos y lentos movimientos de ese hombre salido de las profundidades de la tierra. Sonreía de manera siniestra con pocos dientes ennegrecidos y podridos. La situación se volvió vacilante. Ninguno pensó en moverse. Debía derrotarlo para escapar y salir de la casa. Las temblorosas manos de la joven se cerraron en la fuerte y blanca madera de su arma. Dio un paso esperando que la criatura reconociera que no tenía ventajas. Obviamente, él no iba a desistir de su misión. Entonces soltó el primer golpe a la mandíbula. El crujido de los huesos le generó más pánico e indecisión. No pensaba dejarse dominar por una criatura oscura. Lo desconcertante es que no ocurría ningún afecto en ese cuerpo. Era incapaz de sentir dolor. Solamente resistía a los golpes.

—¿Nada, en serio? —inquirió decepcionada.

—Elena, a casa.

—Soy Anabella Luccini.

—¡Muerte! —gritó. Sus ojos ardieron.

La joven tragó saliva con fuerza. Hubiera esperado una retirada digna de la criatura que, no conformé con su búsqueda, se enfadó. La muchacha estaba atrapada. A su derecha estaba el gran escritorio. Del lado izquierdo, estaba un armario complementado a la pared celeste. Y justo enfrente aella, estaba el zombi. Ella no pensaba morir a manos de un cadáver con ojos de fuego. Volvió a gritar, así alertar a sus vecinos quienes debían haber notado todos los ruidos. En un segundo, la muchacha salió volando hacia el otro lado de la habitación. Chocó contra la pared, su cabeza rebotó por el impacto y cayó al suelo. Los sonidos guturales del zombi se oían como lamentos tortuosos. Se incorporó ¡Correr y correr! Eso era todo lo que importaba en estos momentos. Volvió a tropezarse con las cajas y libros en el corredor, cayó dos veces. Los gritos del cadáver viviente resonaban sobre sus oídos. Saltó dos enormes cajones, cuando un ruido le alertó. Era un retrato de su madre. Elena.

—Mamá...

Se levantó. Saltó las últimas cajas que impedían el paso. Tropezó y rodó por las escaleras con un golpe final en la cabeza. Miró a todos lados. Por última vez, se incorporó. Al girar a la derecha, se chocó con otra persona.

—¿Estás bien? —preguntó él. No tenía tiempo de cuestionar al nuevo intruso—. ¿Qué ocurre?

—¡Sácame de aquí!

—De acuerdo.

El muchacho arrojó un polvo púrpura sobre el aire del salón que se transformó en un portal. Se arrepintió de haberle pedido ayuda e intentó desistir. Él hombre la empujó sin vacilar. Cruzaron hacia el otro lado. Anabella frenó la caída. Tenía una mano cubierta de sangre, se cortó con un vidrio del retrato. El muchacho se detuvo frente a ella. La joven temía levantar la mirada para enfrentarse a otro problema. Tuvo suficiente con ese zombi. Se deshicieron de este. La muchacha miró a su alrededor, estaban en un bosque bastante frondoso. La noche había llegado. Arrancó el vidrio tras contener la respiración y tiró el elemento debajo de las raíces de algún árbol.

—¿Dónde está Elena? —preguntó el muchacho—. Necesito hablar con ella.

—No podrás hacerlo —respondió —, murió, hacía unos años ya.

—¿Quién eres, entonces?

La muchacha levantó su mirada gris al hombre. Era muy alto, casi un metro noventa y de cuerpo bien proporcionado. La capucha cubría su cara, solamente notó su piel. Era muy blanca casi fantasmal.

—¿Conoces a Elena? —dijo él.

—Soy su única hija. Mi nombre es Anabella.

II

Anabella se sentía complemente perdida. No se movió de su lugar ni siquiera se sentía segura junto a este hombre, que la transportó a otra ubicación. La incertidumbre del uso de magia de este joven era inquietante. Había aceptado la ayuda de un desconocido. Lo irónico, es que quiso protegerse a sí misma; en cambio, terminó empeorando su seguridad. Víctor, su padre, estaría enojado con ella porque pidió ayuda a un desconocido.

Intento memorizar el lugar, pensó que no podría estar muy lejos de la ciudad. El bosque era demasiado grande y con un gran follaje. En cuanto quisiera escaparse, terminaría más perdida y nadie la encontraría. Volvió a revisar su mano vendada. Quería creer que todo lo ocurrido era un sueño; del cual despertaría pronto. Sentía el dolor en su cuerpo golpeado. Confirmando que nada era un producto de su mente. Esto estaba sucediendo. Los miedos comenzaron a revelar el error que cometió ¡Estaba lejos de casa y perdida! Observó al hombre que no habló desde que ella se presentó como la hija de Elena. Le incomodaba el silencio. No obstante,la situación no era confiable en ningún sentido.

—¿Quién eres? —preguntó ella. Se cruzó de brazos tratando de ser intimidante. Él no respondió. La muchacha sentía esa misteriosa mirada estudiándola. Luego, el muchacho se movió y ella se tensó.

—Un Mensajero de Nitania—contestó, después volvió a callar.

—¿Quién eres?

—¿Qué quieres saber? —preguntó él, apoyó su espalda contra el gran árbol.

—Absolutamente todo —aseguró con gran decisión—, primero, ¿cómo te llamas?

—Soy Kith Osk.

—¿Dónde estamos? —prosiguió.

—En Misiones, exactamente. Ellos perderán tu rastro en este lugar—respondió él.

En ese instante, escucharon unos crujidos de hojas. Eran pasos sigilosos que se acercaban por la derecha. Se oyó un gruñido de un animal. Los brillantes ojos del depredador examinaban el camino hacia ellos. Kith advirtió que la chica estaba por correr y gritar a la vez. Se movió rápido, colocándole una mano sobre la boca.

—No te muevas —le susurró Kith.

El puma corrió. Su boca se abrió enseñando sus afilados colmillos. En ese momento, un destello azul golpeó al animal en el hocico y cayó contra el suelo. Sin moverse ni omitir ruido alguno. Anabella quitó la mano del joven de su boca. La magia del hombre era peligrosa. Tenía que tener cuidado de no hacerlo enfadar. Vio al gran felino inmóvil sobre las raíces de un árbol. Kith tiró del brazo de la muchacha que, quería asegurarse que el puma no estuviera muerto. Se liberó con un codazo. Se encaminó al animal. Otra vez, el Mensajero la agarró del cuello de su remera.

—¡Lo mataste! —lo acusó la muchacha. Se alejó de él—. ¡No vuelvas a tocarme!

El acto de presenciar su poder contra el puma activó la alarma de peligro. La magia no era real, por supuesto. Él mencionó que venía de otro mundo, con magia. No tenía otra explicación para el uso de poderes mágicos y un portal de dimensiones.

—Está dormido —dijo el Mensajero con paciencia—. La sangre de tu mano lo atrajo.

—¡No vas a tocarme! —gritó.

El joven respiró hondo.

—No voy a lastimarte. Tu madre nunca lo perdonaría —dijo con calma—. Dame tu mano. Solo quiero curarte.

Anabella retrajo su mano contra su cuerpo. Hubo una pausa. No se fiaba de él, aunque haya estado en el momento y lugar adecuado para salvarla del zombi.

—Entiendo que no quieras saber nada de mí. Pero si no quieres ser una presa fácil en este lugar, déjame curarte —dijo el Mensajero.

Él tenía razón. La venda estaba tan manchada, que no tardaría en aparecer otro depredador. Extendió su mano y se quitó la venda. Se notaba su piel irritada. Kith deslizó sus largos dedos sobre la suya surgiendo un chispazo azul que cerró la herida con un leve ardor. Anabella levantó su mirada gris al hombre. Se alejó. Se sentó sobre las raíces de un árbol. Kith decidió darle su espacio y se ubicó enfrente.

—Descansa. Yo me quedaré haciendo guardia por si aparece otro animal—dijo Kith sin mirarla.

—Te gusta dar órdenes a los demás, ¿no? —se burló.

—Bueno, si prefieres quedarte despierta más de ocho horas por mí —respondió él. Se cruzó de brazos y giró su cabeza a ella—. No tengo problema. Ayudaría a reponer toda esta magia que usé para protegerte, ¿Cómo dos veces seguidas...? Lo tomaré como agradecimiento.

—¡Tampoco te pases de listo conmigo!

—Sin mí, habrías pasado a otra vida. Nada agradable, de hecho —dijo Kith, la muchacha rodeo los ojos—. Entonces, me quedo a cargo.

Su sueño volvió a aparecer. El desierto y la ciudad abandonada. Ella caminaba sin saber qué buscaba. No había ruidos. Un silencio absoluto. Se encontraba sola.

Anabella, búscame.

Se despertó con el graznido de un pájaro. Vio el sol sobre ella. Se sentó con esfuerzo y quejándose. Miró a su alrededor, donde los colores comenzaban a presentarse. Sentía todos sus músculos tensos. Mejor dicho, todo su cuerpo estaba hecho puré después de lo ocurrido. Llevaba la túnica de Kith encima, abrigándola de la noche. Él no estaba. Pensó investigar la zona. Se incorporó y metió una mano en los bolsillos de la túnica. Encontró objetos personales de Kith. Curiosamente, fue observando cada uno; un reloj dorado que indicaba las seis de la mañana; una bolsa de tela gruesa que contenía esos polvos mágicos; y también encontró un mapa.

Anabella no sabía usar los polvos de los portales, podría terminar en cualquier sitio. Así que, eligió el mapa. Abrió el pergamino. Estaba en blanco como si nunca hubiese sido escrito. Del otro lado, se mostraba igual. Comenzó a caminar por instinto. Al momento, sintió una vibración donde sostenía el mapa. No le importó. Sin embargo otras dos sacudidas la obligaron a mirar el pergamino. Descubrió que el camino estaba marcado por líneas punteadas. Era un mapa mágico. Podría volver a casa, lo primero sería llegar a una ruta.

Las hojas secas crujían debajo de las gastadas zapatillas. El camino que marcaba el mapa era largo. Intento reconocer los frutos comestibles que brindaba el sitio frondoso, porque moría de hambre ¡Una mujer hambrienta era peor que una ex novia rencorosa! Había unas plantas donde sus hojas ahuecadas conservaban agua de lluvia. Se acercó, sujetando la enorme hoja, dejando que el agua cayera dentro de su boca.

Llegó a un cruce. Había un pequeño arroyo que atravesaba su camino. Aparentemente, no era profundo. Colocó su pie, el agua tocaba su tobillo. Las aves como loros y papagayos volaban de árbol en árbol, bajaban a picotear insectos o ramas para sus nidos y volvían a sus hogares. Unos carayás rojos producían fuertes ruidos que se convertían ecos. Cerró los ojos, disfrutando de esa natural armonía, completamente diferente y excitante por descubrir. Siguió caminando con el mapa de Kith. Las líneas punteadas indicaban un nuevo camino, le resultó confuso que se desviara de la marca principal. Volvió a frenar. Escuchó un ruido diferente a los anteriores. Pensó en algún roedor o un oso hormiguero que andaba por ahí. La tierra se sacudió debajo de ella. Se formaron unas grietas que crearon un círculo a su alrededor. Una mano ennegrecida y algo descarnada salió del hueco aferrándose al tobillo de ella. Un nuevo zombi jaló de su pie para llevarla a las profundidades desconocidas. Ella se resistió.

—¿Anabella? —dijo el Mensajero.

—¡Ayúdame!

La mano del zombi la sujetaba con gran fuerza. Sus dedos eran como pinzas que se ceñían a su pie. La fuerza de la criatura era increíble, aunque estuviera muerto y vivo, a su vez. Kith avanzó despacio, así fue acercándose hasta Anabella. Empuñó un cuchillo de caza y lo lanzó, mismo que se clavó en la mano del zombi, que la soltó. El Mensajero tiró de ella sacándola de ese círculo. La descompuesta mano se zafó del arma. La tierra dio un temblor, cerrándose. Todo volvió a la normalidad. En tanto, Anabella descubrió que la capucha del Mensajero se deslizó hacia atrás revelando su verdadero aspecto que pretendía esconder. Los ojos eran profundos y de un tono oscuro como piedras volcánicas. Él tenía la estructura ósea rectangular, un mentón fuerte y marcado. Su cabeza estaba completamente rapada, en ella estaban tatuadas desconocidas palabras. Su tez era extremadamente blanca y sin defectos. Sus labios eran una fina línea inexpresiva, mostrando su gran seriedad.

—Soy un nefilim—le confesó a la joven—. Tengo la habilidad de poseer magia, de conocer a todas las criaturas malignas y sus conductas—Le explicó, pasó a un lado de ella recogiendo el cuchillo enterrado en la tierra—. Quiero saber algo de ti; ¿por qué te buscan?

III

Anabella observaba los rasgos de él. Le daba unos veintiocho años de edad. Él estaba sentado sobre una roca con musgo examinando las frutas que recolectó. Los ojos grises de la muchacha no dejaban de inspeccionar meticulosamente a Kith con esos particulares tatuajes que significaban algo. Tenía una musculatura de un guerrero, porque resaltaban sus bíceps de su camisa.

—¿Qué miras?—inquirió Kith.

—¿Qué tipo de nefilim eres?

—De acuerdo, niña —dijo el Mensajero fastidiado, bajó de la roca—. Entiendo, que sientas desconfianza y miedo porque experimentaste las presencias de zombis, absolutamente anormal a tu modo de vida. Tu mundo no tiene magia. El mío, sí. Ahora, yo te parezco una amenaza—replicó Kith—. Los nefilim pueden morir como cualquier humano, solo con la ventaja de poseer magia como demonios.

—Gracias.

El Mensajero le lanzó una fruta de un tono verde. La chica la atrapó rápidamente. Tenía buenos reflejos. Mordió la guayaba. Masticó. Kith no dejaba de comer a gusto, y miraba a Anabella con sus muecas de asco tragar la fruta en su boca. El hombre la miró divertido, ella no podría adaptarse a una acampada. Era chistoso.

—Debemos irnos —concluyó Kith—. Creí que no nos encontrarían. Me equivoqué.

—¿Dónde iremos?