Anagó: vocabulario lucumí - Lydia Cabrera - E-Book

Anagó: vocabulario lucumí E-Book

Lydia Cabrera

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Beschreibung

Anagó: vocabulario lucumí. El yoruba que se habla en Cuba, de Lydia Cabrera, es junto al Catauro de cubanismos de Fernando Ortiz uno de los más completos vocabularios, o diccionario, de las lenguas de origen africano habladas en Cuba. Para expresar la magnitud de esta citamos a continuación unas palabras del antropólogo francés Roger Bastide: Al terminar la lectura de este Vocabulario Lucumí, me he preguntado si no ha sido escrito por un hada, pues Lydia Cabrera ha logrado esta extraña metamorfosis, la de transmutar un simple léxico en una fuente de poesía. Lo mismo que alcanzó a hacer en El monte de un herbario de plantas medicinales o mágicas, un libro extraordinario en el que las flores secas se convierten en danzas de jóvenes arrebatadas por los dioses, y en el que de las hojas recogidas se desprende todo el perfume embrujador de los trópicos. Aquí, como alas de mariposas aún trémulas, están clavadas, palabras tras palabras, frase Lucumí y con ellas todo un mundo maravilloso, azul, púrpura y ébano para despertar y vibrar ante el lector, cuando lo abra. Pero este libro que llamo, a pesar de su título: un libro de poesía, es también, bien entendido, y ante todo, un libro de ciencia. La poesía está en él como flor de ciencia. No soy un especialista de lenguas africanas y no hablo como lingüista, de esta obra. No dudo que un hombre como Joseph H. Greenberg, que ha escrito un artículo tan pertinente como «An Application of New World evidence to an African Linguistic Problem», u otros lingüistas preocupados por el método comparativo, encuentren en la obra de Lydia Cabrera una abundancia de datos de la mayor importancia para la fonética, tanto como para el estudio del posible cambio de los sentidos de las palabras cuando pasan de un grupo social a otro. Aunque los vocabularios de que disponemos en el Brasil son menos ricos, la comparación, la pronunciación de las palabras africanas en dos medios diferentes, no dejará de sugerirles observaciones interesantes, ya que pueden servir para conocer mejor las comunidades originarias de los negros transportados como esclavos. Así presenta Roger Bastide Anagó: vocabulario lucumí. Estamos pues ante un completo y sutil vocabulario, clave para la preservación de las lenguas africanas en todo el continente latinoamericano. Un libro muy cuidadoso en el respeto y la indagación de la fonética y sus variantes locales del Yoruba.

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Lydia Cabrera

Anagó: vocabulario lucumí El yoruba que se habla en Cuba

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Anagó: vocabulario lucumí (el yoruba que se habla en Cuba).

Prefacio: Roger Bastide

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN CM: 978-84-9007-536-4.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-583-6.

ISBN ebook: 978-84-9007-834-1.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Prefacio 9

Introducción 15

A 25

B 127

C 151

E 162

F 198

G 204

I 213

J 280

K 282

L 313

M 327

N 350

O 357

P 493

R 498

S 500

T 507

U 523

W 527

Y 533

Prefacio

Al terminar la lectura de este Vocabulario lucumí, me he preguntado si no ha sido escrito por un hada, pues Lydia Cabrera ha logrado esta extraña metamorfosis, la de transmutar un simple léxico en una fuente de poesía.

Lo mismo que alcanzó a hacer en El Monte de un herbario de plantas medicinales o mágicas, un libro extraordinario en el que las flores secas se convierten en danzas de jóvenes arrebatadas por los dioses, y en el que de las hojas recogidas se desprende todo el perfume embrujador de los trópicos.

Aquí, como alas de mariposas aún trémulas, están clavadas, palabras tras palabras, frase lucumí y con ellas todo un mundo maravilloso, azul, púrpura y ébano para despertar y vibrar ante el lector, cuando lo abra.

Pero este libro que llamo, a pesar de su título: un libro de poesía, es también, bien entendido, y ante todo, un libro de ciencia. La poesía está en él como flor de ciencia.

No soy un especialista de lenguas africanas y no hablo como lingüista, de esta obra. No dudo que un hombre como Joseph H. Greenberg, que ha escrito un artículo tan pertinente como «An Application of New World evidence to an African Linguistic Problem», u otros lingüistas preocupados por el método comparativo, encuentren en la obra de Lydia Cabrera una abundancia de datos de la mayor importancia para la fonética, tanto como para el estudio del posible cambio de los sentidos de las palabras cuando pasan de un grupo social a otro. Aunque los vocabularios de que disponemos en el Brasil son menos ricos, la comparación, la pronunciación de las palabras africanas en dos medios diferentes, no dejará de sugerirles observaciones interesantes, ya que pueden servir para conocer mejor las comunidades originarias de los negros transportados como esclavos.

Sin embargo, no es solo el lingüista quien hallará aquí un material que se presta a reflexiones: este Vocabulario lucumí, es una fuente de información capital para el etnógrafo y el sociólogo.

Para el etnógrafo. Primero, pues encontramos, asidos de cierto modo a las palabras, fragmentos de cánticos que tienen su lugar y llenan una función en las ceremonias religiosas, proverbios que nos abren perspectivas para una comprensión mejor de la sabiduría negra —una lista de los «Oddu» de la adivinación— los nombres múltiples de una misma divinidad y sus equivalentes católicos respectivos (lo que aporta una prueba suplementaria a la tesis que he defendido hace años, que la multiplicidad de los correspondientes católicos para un mismo dios, se explica en gran medida, por las múltiples formas de los orishas) los términos que designan los diversos tipos de collares o los ornamentos sacerdotales, los nombres de las diversas partes del cuerpo del animal que se ofrece en sacrificio —las yerbas sagradas—, las diversas especies de magias. Lo que hace que el autor nos presente uno de los inventarios más completos de todo un sector, a menudo descuidado de las religiones afroamericanas. Al mismo tiempo, que cierto número de frases, dados como ejemplos de la significación de una u otra palabra por el informante de Lydia Cabrera, nos introduce en la psicología del negro de Cuba, en el conocimiento precioso de sus actitudes mentales, de su sexualidad, de su comportamiento ante la vida. La antropología cultural se preocupa cada vez más de no separar el estudio de la cultura del de la personalidad, personalidad y cultura que son el derecho y el revés de una misma realidad, captada ya en lo exterior o en lo interior, en su exteriorización, o en la vida en el interior de las almas. El Vocabulario lucumí nos pasea, al azar del orden alfabético, en estos dominios en reciprocidad, en el de la cultura exteriorizada en los signos de la adivinación, en sacrificios sangrientos, en vestidos religiosos, y en la cultura vivida, en proverbios, en sabrosas reflexiones, en actitudes eróticas.

Se me permitirá de insistir un poco más sobre el interés sociológico de este léxico que la amistad de Lydia Cabrera me vale el honor de prologar.

Resulta extremadamente sugestivo para los fenómenos de aculturación, un simple estudio estadístico de las palabras africanas que se han conservado y de las que aparecen olvidadas, tomadas, tomando la precaución de no considerar como un olvido definitivo lo que acaso puede ser olvido de un individuo; se apercibe, en efecto, que si los términos del parentesco restringidos se han mantenido, aquellos que designaban el ancho parentesco, la familia extendida, los enlaces clásicos no han sobrevivido o han sobrevivido mal del naufragio de la estructura social africana, que la esclavitud rompió definitivamente. El lenguaje nos muestra, de cierto modo, por la ley de mayor o menor resistencia al olvido, el paso de la familia extendida tan como existe aún en el país yoruba, a la familia restringida modelo de la familia española de Cuba. Por lo contrario, la importancia del Vocabulario religioso, cuantitativamente, por el número de palabras conservadas. Y cualitativamente, por la existencia de palabras múltiples para designar cosas que en español no necesitan más que de una sola palabra, es una nueva prueba a añadir a tantas otras más, que la religión constituía el centro dominante de la protesta cultural del africano reducido a la esclavitud, bautizado y occidentalizado a la fuerza, o por su propia voluntad. El segundo centro de resistencia lingüista parece ser el de la anatomía del cuerpo humano o animal, del animal o causa de los sacrificios, lo que no nos aleja de la religión, pero, lo que nos interesa más, del cuerpo humano también, como si la personalidad del negro se confundiera con su cuerpo, y que el mejor medio de salvar esta personalidad, amenazada en sus fundamentos por el cambio de civilización, era el de agarrarse a las palabras descriptivas africanas de la anatomía.

De seguro que otros factores actuaron aquí, en particular, la exclusión del negro de las medicinas de los blancos y la necesidad de poder describir los síntomas de las enfermedades sufridas por los desventurados esclavos a sus sacerdotes de Osain. Hemos hablado de la multiplicidad de términos utilizados para designar lo que en español no necesita más que de una palabra. Podemos sugerir de este hecho, varias explicaciones posibles, o bien se trata de variantes regionales, lo cual pueden los africanistas invalidar o confirmar, y esto nos permitirá conocer mejor las tribus o las aldeas de orígenes de los negros de Cuba, o bien, se trata de este carácter de las lenguas llamadas primitivas, sobre las cuales ya Levy Bruhl ha insistido tanto, que hace que se amolden sobre la rica diversidad de lo concreto. Si el informante de Lydia Cabrera, en este caso, no ha podido dar los matices de sentidos que diferencia un término de otro, es porque hay probabilidad de que la aculturación haya penetrado ya en el dominio de la inteligencia y que la acción de la lengua del blanco haya tenido un primer efecto en la evolución de esta mentalidad hacia la abstracción. No se trata todavía, naturalmente de una hipótesis, que tendría necesidad para ser confirmada, de una encuesta suplementaria para saber qué diferencia los negros de Cuba pueden hacer todavía entre las palabras que, aparentemente, presentan el mismo sentido. En todo caso, nuestras propias investigaciones nos han llevado a distinguir dos tipos de aculturación, la aculturación material, que es la interpenetración de contenidos de las civilizaciones que están presentes y la aculturación formal, que es el cambio de mentalidad. Como la lengua es el vehículo del pensamiento o la expresión de formas particulares de sensibilidad, la mejor manera de discernir el proceso de lo que llamo la aculturación formal seguirá siendo aún el estudio de las modificaciones del idioma.

Y ahora lector, vuelve pronto la hoja, para emprender a través de las palabras recogidas de la boca del pueblo por Lydia Cabrera el hermoso viaje que se ha prometido al comenzar, por el país de la fidelidad negra.

Roger Bastide.

Introducción

Con toda modestia, forzosamente, el autor de un vocabulario recogido por quien no es lingüista, y es el caso del que aquí presentamos, debe apresurarse a declarar su ignorancia de las lenguas africanas, y a pedir la indulgencia de los especialistas.

No abarca esta lista de palabras yorubas el número increíble de las que aun viven en Cuba, salvadas por la fe infatigable, la devoción extraordinaria que les inspiran sus antepasados y el apego que tienen a sus tradiciones los descendientes de aquellos lucumíes que el tráfico negrero expatría a Cuba.

Incompleta, bastará sin embargo, para dar una idea de la riqueza apenas tocada del material, no solo semántico, que un africanista hallaría a su disposición en nuestro suelo.

Atraída por el estudio de los cultos, cuya asombrosa vitalidad y extensión estaba muy lejos de imaginarse en un principio —no era fácil que en un medio como el mío pudiera concebir toda su importancia—, no me guiaba deliberadamente por mis correrías por los campos de la mística y del folklore de nuestros negros, el propósito de cazar palabras yorubas, ni soñaba que existiera aún en tal profusión.

En los límites de la misma Habana, y en el círculo restringido de algunos viejos, entre los que conocí a varios lucumíes que vivían en el 1928-1930, al margen de los datos que estos consentían en darme, comencé a anotar aquellas palabras que aparecían inseparables de un rito, acompañaban una historia o se decían en un canto, sin contar las que continuamente brotaban de sus labios entremezcladas al castellano. No tardé en darme cuenta de que aprendiéndolas de memoria y colocándolas oportunamente en una conversación, ganaba mucho en el aprecio de aquellos viejos que me descubrían un mundo de relaciones cada vez más cautivante.

Para conquistar el favor de otros, menos abordables o más suspicaces, mi clavero de palabras me servía eficazmente. La puerta de un desconocido interesante se me abría con menos recelos si al tiempo de tocar no me olvidaba de decir ¿Agó?

Okuo (saludo) era una llave de paso, y aunque el negro es cordial por naturaleza, las frases que me había enseñado Odedei, Latúa y amboché, provocaban una sorpresa que se resolvía en carcajadas en un alborozo que por lo general resultaba muy beneficioso a mi empeño.

Todavía los aborishas, los devotos, ocultan vergonzantes sus collares llamativos y sus relaciones con los ilé-orishas (casa de santería). Ni en las solapas de negociantes, de burócratas, de políticos enriquecidos por el favor del dios del fuego y de los tambores, —y bajando la escala del dinero, de maestros y empleados, ni en el pecho de las mujeres y amantes vestidas como en Miami, brillaban en oro macizo, las nuevas sincréticas espadas de Changó —santa Bárbara— el Orisha irresistible. Aunque en proporción notable, en todos los tiempos no pocos blancos, los que pasaban por blancos y los que, sin convencimiento interno, presumían de blancos, siempre que fueran clientes solapados de santeros y mayomberos, y como es sabido, muchos, a veces de buena familia, se inclinaban desde el siglo pasado en la sociedad Abakuá, de famosa memoria, estas creencias, estos pactos con Ekue, se mantenían en secreto, no era recomendable exhibirlos. Se negaban a la luz del día. Se toleraban ampliamente, sin duda constituían la entrañada religión del pueblo, pero se juzgaban con repugnancia. A veces las autoridades fingían mostrarse severas con las prácticas «oscurantistas» de los negros, o se mostraban realmente severas, como en los días del gobierno (1916) del presidente Menocal. Se confundía al babalawo con el hechicero y se creía que habitualmente los sacerdotes de los cultos africanos sacrificaban niños a sus voraces divinidades.

No era prudente pasar por negro brujero, inmoladores de niños, por chusmas. Temían, era lógico, la intrusión de ciertos blancos, ajenos a su fe, de una intrusa como yo, que acaso podía denunciarlos a la policía. Ya no se esconden los santeros ni los fieles, que en número cada día más elevado, ahora van en sus flamantes Cadillac a consultarlos o a saludar un tambor.

De aquellos primeros contactos más difíciles, de aquellas cosechas afortunadas e inolvidables, perdí un libro y papeles dejados en Francia durante la guerra, gran número de apuntes tomados a olorishas «de nación» narraciones enteras en lucumí, cuya pérdida hoy representa para mí, tanto como la de una joya inestimable.

Sin embargo no pocas de las voces que aparecen en este vocabulario me fueron dictadas de viva voz por ellos, con una entonación que mi desconocimiento de la entonación no supo registrar debidamente.

Al reanudar las buscas continué insensiblemente coleccionando palabras, sin pensar en publicarlas. Aumentando a medida que penetraba más en la vida religiosa del negro y se ampliaba geográficamente el área que sedía a mi curiosidad. Como en al Ciudad de La Habana, a veces donde menos podíamos esperarlo, en los pueblos de esta provincia, en los interesantísimos de Matanzas, donde la población de color es mucho más genuina, más conservadora, impresionantemente africana, y donde los hijos de los lucumís, réplicas de los que alcancé a conocer, los nietos y biznietos (jóvenes que contemplan la televisión y saben tanto como Emiliano de Armas), aferrados a su cultura ancestral, no dejan de hablar la lengua que aprendieron en la infancia y que deben emplear a diario para comunicarse con sus divinidades, la que llega a los orishas y escuchan los muertos complacidos. Los ancianos, criollos reyoyos, cuyo orgullo se cifra en que se les considere lucumís, aún la hablan corrientemente entre sí, obstinadamente vueltos en el pasado.

Los Yorubas, exactamente los de hace cien años, Pierre Verger y Alfred Metraux han podido comprobarlo recientemente, no han muerto en esta isla del Caribe. Su idioma no se ha extinguido, ya lo había visto Bascom, y nos parece muy lejos de extinguirse. De esto, más que la prueba que individualmente nos ofrece un Rafael Morgan, que Bascom creo que conoció, el joven estibador, hijo de una respetada sacerdotisa de Cárdenas, que recibe a marineros Yorubas en su casa del pueblo, y se entiende perfectamente con ellos en su lucumí de Cuba, y tantos sacerdotes y santeras, babalorishas e iyalochas reputados entre los fieles por sus conocimientos y el manejo de la lengua es mucho más significativo la que nos ha dado y sigue dándonos tantos oscuros, inesperados informantes, a quienes la experiencia nos obliga a considerar como los más valiosos de todos.

El interés que demuestran devotos y neófitos por aprender el lenguaje sagrado de los orishas, se advierte en el número de libretas manuscritas o copiadas a máquina que corren de mano en mano, y con las que especulan en gran escala algunos santeros y vendedores de objetos religiosos. Mas estas libretas, mal escritas por lo general, no siempre son de confiar y es preferible no hacer caso de ellas, a menos que se tenga suerte de topar con la de un Andrés Monzón, que aprendió a leer y a escribir de una misión inglesa de Nigeria, y legó a sus descendientes muestra de sabiduría compendiada de una impecablemente escrita. En ella aprendemos el Padre Nuestro, —Babá gha tin nbé lorún ogbó loruko iyo Obá re de ifé tiré ni kaeké layé bi tin nché lorún fún gbá lonyé ayo gbá ioni dari eche gba yingba biatin nadari eche yin eiguí aferawó la oche aferawó elukulú— la Salve y el Credo en yoruba.

Es interesante, en cambio, leerlas con sus propios autores, que pronuncian las palabras como las escucharon a sus mayores y las escribieron como Dios les dio a entender. Lo que explica la diferencia, el abismo que suele mediar entre la palabra dicha y la palabra escrita. (Orgún, por Ogún; erbó, por gbó, bóbo, por gbógbo o bógbo, etc.)

Así, un escrupuloso «hijo de santo» cuando ponía a la disposición de algún neófito, el viejo y manoseado cuaderno que guardaba preciosamente en el baúl que le servía de armario me decía que antes de permitírselas copiar, si eran jóvenes, sobre todo si no eran negros, —seguramente se referían a mí, y «tenían la lengua blanda»,— se las leía en alta voz para que no les entrasen las palabras por los ojos, sino por los oídos, porque escritas ya no sonaban lo mismo. Muchos nos han dicho que escriben con tal descuido, porque solo les sirven sus libretas para refrescar la memoria.

Por esto, excepcionalmente he hecho uso de algunas más compulsando las voces que traían con el mayor número posible de individuas. Deliberadamente, no he querido utilizar ningún diccionario Yoruba. Mis únicos diccionarios han sido los mismos negros. Lo que me interesa era recoger las palabras que aquí se dicen, cómo se dicen y qué significado tienen en Cuba. Nunca he logrado, —inútil interrogar a nuestros informantes más capaces y enterados, ni aquellos que eran de nación, ni a un Miguel Allaí, que había vivido en Sierra Leona y hablaba con tal fluidez,— la menor explicación sobre las partes de una oración lucumí o los tiempos de un verbo. Cuanto más, la explicación lacónica de los pronombres nominativos y posesivos: Emí, mo singular Awá, eñí, etié. Awón, plural, etemio tení, tiwá, tiwón...

«Nuestros mayores no hablan con ortografía», se nos responde porque no sabían gramática, y por lo tanto, ellos tampoco.

Las traducciones de palabras y de frases, forzosamente son las que nos facilitan los interrogatorios. Se comprende fácilmente que casi todos conocen el sentido general de ciertas frases sin que puedan darnos el equivalente español de cada vocablo. A veces estas traducciones necesitan otras al mismo castellano, que las haga más inteligibles al lector que no puede entender no ya muchos cubanismos o viejas expresiones locales retiradas del lenguaje vernacular, sino ese modo especial, por extensión o por comparaciones que no nos aclaran nada, rodeos alambicados o peregrinas alusiones, a menudo voluntariamente confundibles, que emplean muchos negros para dejarnos en ayuna, si en realidad, no saben expresarse de otro modo.

Recuerdo que una vez pregunté a una vieja que peleaba y tiraba brutalmente de una chiva, qué quería decir gritándole ¡panchaga, panchaga!.

Por suerte yo sabía lo que significaba panchaga.

Por lo que ese é de la comparsa de la frandulera, que va a buscá comía que no son suya pó lo ocuridá, y ése se ñama panchaga, si seño, panchaga.

¿Panchaga, sinónimo de chiva? O chivas llamadas franduleras ¿Cómo hubiera podido entenderse esto? ¿Chivas que tienen aptitudes para el arte de Monipodio, que se enseñan a robar y al amparo de la noche, roban por el vecindario? ¿Pertenecía aquella a algún circo ambulante?

En la duda panchaga también podía anotarse como «algo relacionado particularmente con las chivas», como un calificativo de cierta especie de chivas.

Pero no. La enrevesada respuesta de la vieja, solo a condición de haber sabido que panchaga es el nombre que se da a las mujeres de mal vivir, se me hizo comprensible después, y gracias también a una casualidad. La chiva, se le había escapado porque estaba en celo, y era, a su juicio, como esas «faranduleras», —hubiera podido decir «pelandruja», palabra que usan mucho— de las que se sabía en la localidad que iban a ciertos callejones oscuros y mal afamados, a encontrarse con hombres que tenían sus mujeres propias: en sentido figurado, iban a buscar «la comida que no era de ellas».

En aquellos casos en que las traducciones dadas por ciertos negros muy cerrados o montunos, nos han parecido del todo ininteligibles para quienes no están habituados a escucharlos, hemos tratado de aclararlas lo más posible, sin dejar de respetarlas. Otras son demasiados pintorescas, o características de su manera de pensar, para desecharlas, y en ocasiones, poéticas: «la estrella va de mano de la Luna».

A veces una misma palabra posee un significado distinto según se pronuncie, subiendo o bajando el tono; oko, okó. «La pronunciación verdadera la han perdido los criollos», advierten muchos, y de ahí no pocos errores o confundas.

A la voz de Oro, —ceremonia, palabra, serie de cantos rituales— muchos le atribuyen el significado de cielo que no tiene y le dan «porque no se paran a distinguir la diferencia que hay entre Oro y Orún, o porque el Sol, que es lo que se llama Orún, está en el cielo y así va lo uno por lo otro». Agánika, guardia rural, en rigor no significa rural. «Aganica es un tonudo, un pretencioso, todos los soldados se dan mucha importancia.»

Unos informantes según nos aseguran, aprendieron de los lucumís a decir esín, caballo, otros echín, sisé, chiché, siré, chiré, orissá, orishá, awó, aguo o ogwó, iguoro, etc. Y así cada vez, hemos escrito lo que oíamos y todas las variantes que nos han ofrecido. Quizás como se pregunta Roger Bastide, un conocedor del yoruba aún podría en Cuba identificar a través de algunas voces, a qué dialectos de los que según nos dicen se hablaron aquí, pertenecen muchas de estas palabras que hemos anotado.

No saben ellos mismos por lo general la procedencia local de su lenguaje. Y el cargo más grave que ahora me hago a mí misma, es el de no haber cuidado de anotarlo, cuando un informante lo sabía. Muchas de ellas me fueron dadas como yesas, «los yesas que no decían orishá sino orissá», y de los que tanta descendencia quedó en la provincia de Matanzas, de egwádos, —de la costa— de minas, y de yebús, que tenían fama de brutos. La mayoría, me aseguran son de Oyó. En fin, por lo que nos cuentan amigos que conocen a fondo a los negros de Haití y de Brasil, me parece que en ningún otro país que recibiera como el nuestro, copiosas cargas de ébanos, hombres de las tierras de IFÁ, de Changó, Oyá, Yemayá, y Oshún, han conservado lo que Cuba, de su larga impregnación africana.

Muchos en su afán de disimular los pronunciados rasgos africanos que en tantos aspectos muestra la isla, en lo físico y en lo espiritual, niegan esta realidad que les avergüenza, otros, libres de complejos, pero que jamás se han asomado a la vida de nuestro pueblo, piensan que exageramos. El vocabulario que fácilmente hemos reunido, entrevistándonos con unos y otros, entablando un diálogo en plena calle, no deja lugar a dudas. A la par que sembraban los campos de cañas, los esclavos yorubas, iban dejando en esta tierra la simiente perdurable de su vieja cultura.

Confieso, que confrontando muchas de estas voces con Pierre Verger quien conoce perfectamente el yoruba, cada vez que me confirmaba que una misma palabra se decía y significaba lo mismo aquí que en Nigeria, había en mi sorpresa mucho de emoción.

Fin

A

Abaá Jobo.

Abábilo Cabrón.

Abadú Maíz.

Abailá Álamo, árbol consagrado a Changó. Orisha.

Abako Cuchara.

Abaku Chino.

Abalá (balá) Pepino.

Abalaché Nombre del Orisha Obatalá.

Abalónke Nombre del Orisha Elegguá.

Aban Canasta.

Abangue «Ñame peludo.»

Abani Venado.

Abaña Gorra con flecos de cuentas para cubrir a Changó, amuleto que se fabrica con algodón, de los santos óleos, piel de tigre y otras materias.

Abaña Hermano menor de Changó.

Abañeñe (Obá ñeñé) Orisha hermana mayor y madre de crianza de Changó.

Abara Melón.

Abatá Zapato.

Abatá dudu Zapato negro.

Abatá fufu Zapato blanco.

Abatá yeyé Zapato amarillo.

Abayifó Brujo.

Abebé (abeberé) Abanico.

Abegudá Palma.

Abegudé Harina cruda y quimbombó alimento favorito del Orisha Changó.

Abegudí Harina cruda.

Abeguedé Harina cruda mezclada con quimbombó favorito del Orisha Changó.

Abeokuta La tierra de Yemayá.

Abeokuta Nombre de un pueblo de nuestros mayores.

Abeokuta Nombre de un rey lucumís.

Abeokuta Loma que hay en África que tiene forma de cuchillo. De Abeokuta mandaban a los africanos para Cuba.

Abeokuta si landé

okutá magá fra Pulla de altanería y de amenaza, ¡cuidado conmigo!

Abere Agujas.

Abére Navaja.

Aberebé Abanico.

Aberikolá

(aberikulá) El que no tiene santo asentado (que no está iniciado).

Aberí yeye Consultar, conversando con Yeyé (la diosa Oshún).

Abeyamí Pavo real. Abanico de Oshún.

Abeye Melón.

Abeyoó Gente de afuera.

Adguá Güiro.

Adguá Vieja.

Adguá Adguá ta lese

Obá ba yeyé Donde está el rey y los viejos se está bien.

Abiamá (abíyamo) Madre e hijo. (Cuando la madre tiene al niño en los brazos se les dice Abiamá.) La virgen y el niño Jesús.

Abí awó El encargado de ir al monte a recoger la yerba para los ritos.

Abikú Espíritu viajero que encama en los niños por lo que estos mueren prematuramente. Abikú, el niño que tiene un espíritu que lo lleva pronto y vuelve para llevarse a otro de la familia. Nace y renace, se les reconoce a los Abikú, porque lloran a todas horas, y son raquíticos y enfermizos.

Abila Tela de listado que se usaba antiguamente.

Abila Libertad.

Abilá Pies.

Abilola Caballero. Señorona, gente de alto copete.

Abinidima Nombre del hijo de Yemayá.

Abiodún El niño que nace en una fecha conmemorativa o el primero de año.

Abiodún oguero

koko lowó Palabras de un canto de alabanza para los grandes, que tienen mucho poder y dinero. (Koko lowó.)

Abisasá Escobilla de Babalú Ayé.

Abiso Bautizo.

Abkuón Cantador, cantador de los orishas, solista. «Gallo.»

Abó Carnero (animal consagrado a Changó).

Abo (obo) Lo que es femenino.

Abo (obo) Guanábana.

Abóbo batire Bello largo.

Abokí Nombre propio.

Abola Mayor de edad.

Abolá «Santo hembra», «la que manda».

Abonia Curujey.

Aborá Amigo.

Aboreo Cuero.

Aboreo Dar cuero.

Aboreo igué Cuero, libro.

Aboreone Carnero.

Aborí Eledá Ofrendar carnero: Sacrificarlo a Eledá.

Aborisá Devoto, creyente.

Aboru Hermano menor.

Aború Nombre de una de las mujeres con quienes se encontró Orula, encaminándose a casa de Olofi, que tenía citados a todos los babalawos para perderle.

Abotán Carnero.

Abótani Chivo capón.

Aboyú Nombre de una de las mujeres que ayudaron a Orula a salir triunfante de las pruebas a que lo sometió Olofi.

Abua Plato.

Abua Güiro.

Abuá Mayor de edad.

Abuké Jorobado.

Abukenke Quebrado del espinazo.

Aboku (obuco) Escándalo, incidente, inmoralidad.

Abuku Defectuoso.

Abule ilé Techo.

Abumi (bumi) Dame.

Abun Carnero.

Abuní Orisha Darle un carnero al Orisha, o el que se lo da.

Abuo Carnero.

Abure Hermano, hermana.

Abureke Persona intrigante, mal hablada.

Abure mi Mi hermano.

Abure mo sinto Ile na Hermana voy lejos.

¿Abure mbóreo? ¿Qué buscas, hermano?

Aburo Hermano.

Aburo mi keké Hermano pequeño.

Aburo te mi wo

sálo iluo ketemí Hermano mío, me voy a mi pueblo.

Aburu Hermano.

Abloro Merengue.

Abwámi Alta mar.

Acha Boca.

Achá Tabaco.

Achabá Cadena.

Achabá (Yemayá Achabá) Yemayá «la que lleva cadena de plata en los tobillos y collar azul claro. Mira torcido de arriba abajo, con arrogancia».

Achabá iyá iki La ceiba es la madre de todos los árboles del monte.

Achabí Cigarro encendido.

Achabkuá Jicotea.

Achadúdu Cigarrillo.

Achá eru Ceniza de tabaco.

Acháiki Ceniza de leña.

Acha iki Palito de tabaco.

Achailú Nombre propio.

Achá iyiotán Andullo.

Achalasán Picadura de cigarro.

Achale Al oscurecer.

Achatí Lo que se tira.

Achaúnyewe Cigarrillo.

Achá yiná Tabaco encendido.

Aché Bendición, gracia, virtud, palabra.

Aché Alma.

Aché Amén.

Aché Atributos y objetos que pertenecen a los orishas.

Aché awó, Aché Babá ikú,

Aché, aché tó bógbo madé lo ilé yansa,

Móyuba, Móyuba, babalawo, olúo,

Moyubá iyalocha Salutación que se repite en toda ocasión el olorisha antes de realizar un rito: «Bendíceme mayor, padre difunto, bendíganme todos los muertos que están en la casa de Yansá, en el cementerio. Con el permiso de mi padrino, de mi madrina», etc.

Aché borisá La bendición del Orisha.

Achedin (o ichéyin) Dícese al acto de invitar a las iyalochas a las ceremonias de un asiento o iniciación. El neófito, —Iyawó— deberá regalar a cada una de las que concurren dos cocos y 1.05.

Acheé La mitad del mundo donde alumbra el Sol en la mañana.

Aché efá Polvo consagrado por el babalawo.

Achegún otá Suerte para vencer al enemigo.

Acheí guoguó Changó moké

guoguó orufiná bé guoguó Cuando Changó era pequeño, Obatalá le contaba toda su vida.

Achelú (acholú) Policía, justicia.

Achemí Nombre del hijo de Yemayá.

Aché Moyuba Orisha Para pedir la bendición de los orishas, que los orishas nos den su gracia y su permiso, se dice al comienzo de una ceremonia.

Aché Olofi Mandado (o gracia) de Dios.

Acheré Güiro pintado de rojo, consagrado a Changó y a Oyá, para tocar en los ritos y fiestas de santo.

Acheré (cheré) Maracas.

Achesá Desgracia.

Aché tó Así sea.

Achiá Bandera.

Achibatá Nombre de una yerba vulgarmente conocida por paragüita. Pertenece a los orishas Yemayá y Oshún.

Achica Redondel, círculo.

Achikuá belona lóde Mujer con su costumbre (menstruación).

Achi kuelú Elegguá muy antiguo de los viejos babalawo.

Poco conocido.

Achiri (chiri) Secreto, lo que está secreto.

Achíwere Loco.

Achó Obatalá. Baila en un pie. «Baja» —se manifiesta— «temblando de frío» y le hace baile, rindivú, a la tierra. Cuando se alza del suelo, baila como un joven. Achó es joven.

Achó Tela, género, vestido.

Achó (Achó okó) Ropa de hombre.

Achó afó Traje de luto.

Achó ara Ropa de vestir.

Achó arán Traje hecho con género caro de terciopelo. Del tiempo de España.

Achó aro Traje azul.

Achó ayiri Ropa azul.

Achó bai bai Traje pasado de moda, ridículo.

Achó bini Enagua, saya.

Achoborá Manta, abrigo, vestido.

Achó chededé Traje de coronel español, cuando el tiempo de España.

Achochó Traje elegante.

Achó chula Tela o traje verde.

Achó dodo Traje de todos los colores, de una tela irisada. Para promesa o en honor de Oyá.

Achó dudú Ropa negra.

Acho eni Ropa de cama.

Achó eñí Ropa amarilla.

Achó erú Ropa negra. Esquifación.

Achó felelé Ropa de seda de la que suena.

Achofó Guardia rural.

Achó fún fún Ropa blanca.

Achogún Actitud de matar, estar en Achogún de sacrificar la bestia que se ofrece al Orisha.

Achogún Los hijos, sacerdotes de Ogún que matan los animales en los sacrificios que se hacen a los orishas.

Achó gunsa (Acho gusa) Calzoncillos.

Achó guole Ropa de medio uso, usada.

Achó kanekú Ropa o tela de colores.

Achó kelé Cortina, telón.

Achó kiñipá Abrigo.

Achó kuemi Ropa azul.

Achó kuta Tela o traje rojo.

Acholá Sábana.

Achó lese Pantalón. (Pantalón largo.)

Achó lote Camisón.

Acholú La autoridad, policía.

Achó mi ore La que me plancha la ropa.

Achón chón (achonchosé) Caminar.

Achó ní Camisa.

Achó oferere Traje de color azul pálido.

Achó ófo