Anillo de boda - Tessa Radley - E-Book
SONDERANGEBOT

Anillo de boda E-Book

Tessa Radley

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El viudo multimillonario Nick Valentine debería haber imaginado que la nueva niñera de su hija Jennie era demasiado buena para ser verdad. Y cuando Candace Morrison le reveló sus intenciones con respecto a Jennie, Nick estaba preparado. Aquella embaucadora, por guapa y sexy que fuera, iba a recibir su merecido. Aunque ella no era la responsable, Candace sabía que Nick había sido engañado. Y, aunque le sorprendía la respuesta de su jefe a la verdad, y a la innegable atracción que había entre ellos, no se detendría ante nada para demostrar lo que sabía sobre Jennie, la heredera de Nick Valentine.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2011

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Tessa Radley.

Todos los derechos reservados.

ANILLO DE BODA, N.º 1808 - septiembre 2011

Título original: The Boss’s Baby Affair

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-737-2

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Promoción

Capítulo Uno

Volver a casa significaba… Jennie.

Nicholas Valentine miró la brillante puerta negra y respiró profundamente. El imponente llamador de bronce en forma de león era algo que él mismo había elegido para la impresionante casa de tres pisos en la mejor zona de Auckland.

Después de guardar en el bolsillo las llaves del Ferrari, Nick pulsó el código de seguridad, escondido en uno de los paneles de la entrada, y la pesada puerta se abrió.

El suelo del vestíbulo, de lujoso mármol blanco, brillaba bajo los focos del techo.

Debería alegrarse de volver a casa. Debería estar encantado después de varias semanas de viaje en Indonesia, un país que atravesaba por una situación muy difícil.

Pero estaba demasiado cansado. Lo único que deseaba era darse una ducha y meterse en la cama… aunque antes tenía que ver a Jennie.

No iba a ser un momento agradable pero tenía que hacerlo, a pesar de los sentimientos que su existencia despertaba en él.

Nick se detuvo al pie de la escalera y, conteniendo el deseo de escapar, puso un pie en el primer peldaño.

No había visto a Jennie en un mes.

Podía lidiar con una compañía multimillonaria, con la prensa y con cientos de empleados sin alterarse… pero Jennie lo asustaba.

Aunque nunca lo admitiría, por supuesto.

Al final de la escalera, un pasillo daba la vuelta a toda la casa. A la derecha había dos suites; a la izquierda, cuatro dormitorios con cuarto de baño, uno de los cuales había convertido en la habitación de Jennie. Frente a los cuatro dormitorios, el recibidor se convertía en una amplia sala de estar decorada en blanco, negro y gris, con algún toque del pistacho, que tanto gustaba a Jilly.

Nick se detuvo, sorprendido. El elegante y normalmente ordenado espacio se había convertido en una sitio lleno de cajas amarillas y rosas que no reconocía. La mesa de cristal estaba apartada a un lado y unos rectángulos de goma con números ocupaban la zona entre dos sillones.

Alguien, su hermana tal vez, parecía haber tenido la inspiración de estimular las habilidades matemáticas de Jennie. Pero Nick estaba seguro de que no llevaba fuera tanto tiempo como para que la niña hubiese aprendido a contar. Después de todo, sólo tenía seis meses.

–¿Pero qué demonios…?

La puerta de la habitación de Jennie estaba entreabierta pero cuando asomó la cabeza comprobó que estaba vacía. En el centro, sobre la alfombra, un círculo de ositos de peluche parecían tomar el té frente a la pared de cristal que daba a la piscina, pero no había ni rastro de la niña o de su niñera... Nick no recordaba su nombre. Y tampoco estaban en el jardín.

Nick miró el reloj; las cinco en punto. Conocía el horario de Jennie de memoria y sabía que era la hora de su cena. La niña debería estar en casa. Pero la señora Busby, su ama de llaves, sabría dónde estaban.

Sin embargo, cuando bajó a la ordenada y moderna cocina, con electrodomésticos de última generación, la señora Busby no estaba. ¿Dónde se había metido todo el mundo?, se preguntó, impaciente, llamando al timbre.

Unos minutos después, la señora Busby apareció por la puerta batiente que daba a la zona de servicio y al verlo, se estiró el cuello del vestido.

–Lo siento, señor Valentine. No sabía que hubiera vuelto a casa.

Nick no se molestó en explicarle que había cambiado el vuelo a última hora.

–¿Dónde está Jennie?

–Candace la ha llevado al parque… pero puede llamarla al móvil –el ama de llaves abrió uno de los cajones–. Voy a darle el número…

–Espere un momento. ¿Quién es Candace?

La señora Busby vaciló un momento.

–La nueva niñera. ¿La señora Timmings no se lo ha dicho?

¿Una nueva niñera? Su hermana no le había dicho una palabra.

–¿Qué ha sido de…? –Nick intentó recordar el nombre de la antigua niñera, pero no era capaz.

–Cuando Jennie se puso enferma, Margaret decidió marcharse –le explicó su ama de llaves.

–¿Jennie está enferma? –exclamó él. Nadie le había dicho nada–. ¿Qué le ocurre?

La señora Busby parecía cada vez más incómoda.

–Ahora está mucho mejor. Candace ha cuidado de ella y la señora Timmings no quería que lo preocupase… por eso pensó que era mejor esperar a que volviera.

Nick intentó contener su impaciencia porque la mujer parecía a punto de desmayarse, pero no era culpa suya que nadie le hubiese contado nada.

–Hablaré con mi hermana.

–Sí, sería lo mejor –dijo el ama de llaves, claramente aliviada–. ¿Quiere comer algo, señor Valentine?

Él negó con la cabeza.

–He comido en el avión… Bueno, tal vez una de sus tortillas especiales –dijo luego, al ver la expresión decepcionada de la señora Busby–. Pero antes, déme el número de la niñera. Estaré en el cuarto de estar.

El móvil de la niñera estaba apagado y después de intentarlo dos veces, impaciente, Nick marcó el número de su hermana.

–¿Por qué no me habías dicho que Jennie ha estado enferma? ¿Qué ha pasado? –le espetó, sin molestarse en saludar.

Al otro lado de la línea hubo un silencio.

–¿Qué tal «buenas tardes, Alison, como estás»?

Sin percatarse del sarcasmo, Nick empezó a pasear por el cuarto de estar.

–¿Qué le pasa?

–Una infección de oído. La llevé al médico y no quería molestarte…

–Es mi hija –la interrumpió él. Aunque lo decía con más convicción de la que sentía en realidad–. Deberías haberme llamado.

–Nicky, la niña está bien.

–Eso me ha dicho la señora Busby –Nick se cambió el teléfono a la otra oreja–. ¿Tú sabes lo que he sentido al saber que Jennie había estado enferma y yo no me había enterado?

–Lo siento, Nicky –se disculpó su hermana–. Tienes razón, debería haberte llamado. Pero pensé que estarías muy ocupado…

–¿Y eso qué tiene que ver?

–Había oído en las noticias lo de los disturbios en Indonesia y estaba muy preocupada… tú también deberías haberme llamado.

–Tus acciones en Valentine están a salvo y he conseguido encontrar los muebles ecológicos y las estatuas de jardín que necesitábamos.

–No era eso lo que me preocupaba, aunque debo decirte que hemos recibido una oferta por nuestras acciones.

–¿Una oferta? Nick estaba demasiado cansado como para seguir la conversación, pero esa frase lo sorprendió.

Él sabía que Alison y su marido, Richard, necesitaban desesperadamente vender sus acciones para paliar las pérdidas de su cadena de tiendas de electrodomésticos debido a la recesión.

Por lealtad, habían esperado para darle una oportunidad de que las comprase él… algo imposible hasta que la deuda que tenía con su suegro, Desmond Perry, hubiera sido pagada del todo.

Y estaba a punto de hacerlo. Al día siguiente pagaría a Perry el último plazo de la deuda y nada le daría más satisfacción en toda su vida que tirar el último cheque sobre el escritorio de su antiguo suegro.

Por supuesto, se quedaría sin liquidez pero si Alison y Richard podían aguantar unos meses más, pronto sería capaz de comprar sus acciones en la cadena de establecimientos de jardinería Valentine.

Con la gente saliendo cada día menos y pasando más tiempo en casa, su negocio se expandía de manera notable. Y, afortunadamente, en todas las ciudades de North Island, en Nueva Zelanda, había un establecimiento de jardinería Valentine, lo que había soñado cuando empezó. Sus establecimientos eran centros sociales, lugares para relacionarse. La gente iba allí buscando el estilo de vida que el corazón rojo del logo Valentine prometía: consejos sobre paisajismo y diseño de jardines, fuentes, muebles de jardín, todas las plantas que se pudieran imaginar… los clientes podían encontrarlo todo en los centros de jardinería Valentine.

Tenía pensado ampliar el negocio a South Island y luego, más adelante, a Australia. Pero, aunque las parcelas en las que estaban situadas y el propio negocio valían millones, la rápida expansión lo había dejado sin liquidez y tener que pagar la deuda con su exsuegro empeoraba la situación.

Nick sabía que pronto cancelaría esa deuda, pero la mención de una oferta de compra lo inquietó.

–¿Cuándo te hicieron esa oferta?

–Hace unos días –contestó su hermana.

–Alison…

–Estaba demasiado preocupada por la infección de oído de Jennie… y por ti, que estabas en un sitio peligroso –lo interrumpió ella–. Dime que estás bien, por cierto.

Nick no estaba de humor para hablar de su viaje a Indonesia. Lo único que le importaba era pagar el último plazo de la multimillonaria deuda con Desmond Perry… con tres meses de adelanto.

Contra su voluntad, había tenido que considerar la idea de vender uno de sus establecimientos. Afortunadamente, había decidido no hacerlo y se alegraba.

Al final, cerrar ese establecimiento les habría costado muy caro a todos. A él, a Alison, a Richard y al resto de los accionistas. Habían elegido cuidadosamente cada local por su situación y, con el tiempo, cada uno sería una joya. Pero los futuros beneficios no ayudaban a su hermana, que necesitaba apoyo de inmediato.

–Estoy bien, ya te lo he dicho. No seas pesada.

–Tú déjame fuera, como siempre. Supongo que debería agradecerte que al menos hables con Richard… aunque sólo sobre negocios, por supuesto. Pero no sobre tu matrimonio, sobre lo que ha sido esperar que cayera la espada de Damocles.

Nick suspiró.

–Alison…

–¡No te preocupes, ya lo sé! Tu matrimonio es asunto tuyo y no puedo meterme. Ya se que tú nunca hablas de cosas privadas, pero un día tendrás que dejar entrar a alguien dentro de esa coraza tan dura que te has fabricado.

Nick se pasó una mano por la cara, conteniendo el deseo de decirle a su hermana que exageraba, que esa coraza tan dura sólo estaba en su imaginación. Porque, dijera lo que dijera, Alison se pondría a discutir.

En lugar de eso, se dejó caer sobre el sofá de piel blanca, apoyando los pies en uno de los cuatro cubos que hacían de mesa de café.

–Bueno, pero ahora quiero hablar. ¿Por qué no me habías dicho que la niñera de Jennie se había marchado y habías tenido que contratar a otra?

–Candace no es una niñera… es enfermera.

–¿Enfermera? ¿Hay algo que no me hayas contado?

¿Habría estado Jennie más enferma de lo que decía su hermana?

–No, Jennie está bien. Y Candace es un regalo del cielo. La conocí en el hospital y nos caímos bien de inmediato. Y cuando supo que Margaret se había marchado…

–¿Por qué se marchó Margaret?

–Tenía la tensión muy alta y cuando Jennie se puso enferma fue demasiado para ella.

Nick cerró los ojos, conteniendo el deseo de soltar una palabrota.

Él no sabía que la niñera de Jennie tuviera la tensión alta o no la habría contratado. Claro que seguramente por eso Jilly no le había dicho nada. Margaret parecía perfecta; una señora de cierta edad con aspecto maternal y referencias impecables. Parecía perfecta, pero estaba claro que no lo era.

–¿Qué sabemos de esta otra mujer?

–Es enfermera de pediatría y tiene unas referencias fabulosas. Estuvo de viaje durante los últimos meses y la contrataron en el servicio de Urgencias del hospital en cuanto volvió –su hermana se detuvo para tomar aliento–. Imagino que hasta tú te darás cuenta de que para Jennie es mejor una enfermera que una niñera normal. Seguro que Jilly habría estado encantada.

–Vamos a dejar a Jilly fuera de esto.

Nick no iba a dejar que su hermana cambiase de tema.

–Cuando conozcas a Candace verás que es perfecta. No sé qué vamos a hacer cuando decida volver a trabajar en el hospital.

–¿Contratar a una niñera? –sugirió Nick, burlón–. Así, cuando vuelva a casa, al menos Jennie estará aquí para saludarme.

Un Ferrari rojo ocupaba el espacio que había estado vacío desde que empezó a cuidar de Jennie.

Candace aparcó el monovolumen entre el Ferrari y un Daimler plateado, pensativa. De modo que Nick Valentine estaba de vuelta en casa… ya era hora.

Se alegraba por Jennie y sonrió mientras la sacaba de la sillita de seguridad.

Jennie era la niña más dulce del mundo. En su trabajo como enfermera de pediatría, Candace había visto muchos niños, pero Jennie era especial.

Y su corazón se derretía cada vez que apoyaba la cabecita en su hombro. Pobrecita niña huérfana. La primera vez que la tuvo en brazos había sentido una inexplicable conexión con ella…

Pero no era su hija, debía recordarse a sí misma. Jennie era de otra persona y, sin embargo, estaba loca por ella. Y sentía cierta rabia por el regalo que Nick Valentine trataba con tanta despreocupación.

Candace entró en el pasillo de mármol que la hacía sentir como si estuviera en las páginas de una revista de decoración. No había plantas ni flores en algún jarrón rompiendo la paleta de negros, blancos y grises.

La niña que tenía en sus brazos era lo único real en aquella fría mansión.

No había nadie, pero podía oír la televisión en el cuarto de estar…

Se le encogió el estómago, pero contuvo el deseo de subir a la habitación. No tenía sentido retrasar el encuentro. Cuanto antes conociera a su jefe, mejor.

Con la niña en brazos, se detuvo en la puerta del cuarto de estar.

Nick Valentine estaba tumbado en el sofá de piel blanca, delante del televisor. Tenía el pelo negro despeinado, como si se hubiera pasado los dedos por él varias veces. La chaqueta del traje abandonada sobre un sillón y los dos primeros botones de la camisa desabrochados, revelando un triángulo de piel suave y bronceada. Candace no había esperado que fuese tan… apuesto.

Afortunadamente, estaba dormido.

Sobre los cubos que hacían las veces de mesa de café había una bandeja con una tortilla que no había tocado y un vaso con un líquido de color ámbar...

¿Qué había esperado, un padre deseando ver a su hija? Nick Valentine era empresario y eso era lo que más le importaba en el mundo, como le había contado Jilly Valentine. La clase de hombre que bebía whisky en lugar de comer y se quedaba dormido viendo los deportes en televisión en lugar de atender a su hija después de un mes de ausencia.

La esperanza de haberlo juzgado mal murió en ese momento y Candace apretó a Jennie contra su pecho, deseando alejarse de aquel hombre.

Era hora de bañar a la niña, además.

Después, con Jennie bañada y en pijama, abrió el pequeño frigorífico donde guardaba los biberones que había esterilizado antes. De hecho, en aquella habitación tenía todo lo que un niño pudiera necesitar.

Nick Valentine era millonario, pero ¿en qué modo ayudaba eso a una niña cuyo padre mostraba tan poco interés por ella?

Candace hizo una mueca al ver que no quedaba ningún biberón… y se había dejado la medicina abajo, de modo que tendría que ir a buscarla a la cocina.

–Vuelvo enseguida, cielo.

Nick despertó sintiéndose desorientado.

La luz azul en medio de la oscuridad lo confundía y tuvo que parpadear varias veces para despertar del todo.

Jennie.

Nick se levantó de un salto. El cansancio del viaje no era excusa para su desgana por ver a la niña. Si se hubiera quedado en Indonesia un mes más, Jennie no lo habría reconocido a su vuelta.

Subió la escalera, que le pareció interminable, pero la puerta de la habitación de Jennie estaba cerrada y dejó escapar un suspiro de alivio. La niñera debía haber vuelto y Jennie estaría durmiendo.

Cuando asomó la cabeza oyó un ruido en la cuna… de modo que estaba despierta. Una rápida mirada alrededor le dijo que los ositos habían desaparecido… y en la mecedora que Jilly había insistido en comprar no había nadie. Jennie estaba sola.

¿Dónde demonios estaba la nueva niñera de la que tanto hablaba su hermana?

Nick se acercó a la cuna pero vaciló cuando iba a tomar a la niña en brazos.

–Hola, Jennie.

Jennie lo miró con sus enormes ojazos. Un mes antes eran azul oscuro, pero se habían aclarado.

Los ojos de Jilly eran azul zafiro; en cambio, los suyos eran de un azul más oscuro. Pero los de Jennie eran de un azul totalmente diferente, casi grisáceo.

De nuevo, Nick experimentó una punzada de miedo.

Se miraron durante unos segundos y cuando Jennie levantó una manita, Nick tragó saliva. ¿Qué importaba el pasado? Aquella niña era inocente de todo.

Rozó su mano con un dedo y, de repente, Jennie se agarró a él. Nick contuvo el aliento. El silencio en la habitación era total, el momento intenso.

Se aclaró la garganta, diciéndose a sí mismo que estaba pensando tonterías. Y, sin embargo, tenía la sensación de que algo había cambiado y Jennie apretaba su dedo con fuerza…

Era demasiado.

Nick apartó la mano y se dirigió a la puerta con la cabeza baja, desesperado por escapar.

Pero antes de que saliera, la puerta se abrió y algo duro lo golpeó en la cabeza.

–¿Pero qué…?

Nick se encontró mirando el rostro más angelical que había visto nunca. Unos ojos grises, una nariz respingona, unos labios carnosos y una cascada de rizos rubios.

–¿Siempre entra en los sitios sin mirar? –le espetó, frotándose la frente.

Candace miró, horrorizada, al hombre que se interponía en su camino.

Nick Valentine.

Y debía haberlo dicho en voz alta sin darse cuenta.

–Por supuesto. ¿A quién esperaba?

–Pues…

Candace observó sus facciones: mandíbula cuadrada, nariz larga, una pequeña cicatriz en una ceja que le daba un aspecto peligroso y unos ojos de un azul tan oscuro que parecía casi negro. Era mucho más alto de lo que parecía en las fotos, al menos metro noventa.

Y de cerca tenía un aspecto mucho más imponente.

–Pensé que seguía abajo, durmiendo. Lo siento.

–Me va a salir un chichón del tamaño de un huevo –protestó él, pasándose la mano por la frente.

–Lo siento, de verdad. Debería ponerse un poco de hielo.

–¿Que me ponga hielo? ¿Eso es todo lo que tiene que decir?

Estaba furioso, eso era evidente. El primer encuentro con su jefe no podía haber empezado peor.

–Ha sido un accidente…

–Debería mirar por dónde va.

Lo injusto de la acusación hizo que se pusiera colorada.

–Ha sido usted el que ha chocado conmigo.

–¿Y con qué me ha golpeado?

–Con un bote de jarabe –Candace se lo mostró.

–¿Un bote de jarabe? –repitió él, incrédulo.

–Lo siento mucho, de verdad.

Estando tan cerca de él le resultaba difícil pensar con claridad. Nick Valentine era más fuerte de lo que había creído. No era el cuerpo de un hombre que estaba todo el día detrás de un escritorio.

Pero ¿por qué pensaba en el cuerpo de Nick Valentine? No estaba dándole una buena impresión, de modo que se irguió todo lo que pudo. Si Nick Valentine dudaba de su profesionalidad, la despediría sin dudarlo un segundo.

–¿Por qué ha subido a la habitación a estas horas?

Él no contestó. Estaba estudiándola atentamente y, en la semioscuridad del dormitorio, no podía ver su expresión. ¿Se daría cuenta de que estaba nerviosa?

–Tú eres Candace.

–Sí, soy yo. Y usted es Nick Valentine.

–Tienes ventaja sobre mí, yo no conozco tu apellido.

–Morrison –dijo ella, esperando su reacción.

Pero nada cambió en sus enigmáticos ojos de color azul oscuro. Su nombre no significaba nada para él y tuvo que hacer un esfuerzo para no suspirar. Cuanto más tiempo siguiera sin saberlo, mejor para ella.

Candace pensó entonces que merecía saberlo, pero decidió olvidar sus escrúpulos. Si fuera la clase de hombre que se preocupaba por su hija, las cosas habrían sido muy diferentes.

Y, justo en ese momento, Jennie lanzó un grito de protesta desde la cuna.