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Zac Kyriakos debía casarse con una mujer pura de corazón y de cuerpo, pero la búsqueda del millonario griego parecía realmente difícil. Hasta que conoció a la hermosa Pandora Armstrong. Tenía juventud, belleza e inocencia, todo lo que necesitaba. Zac no tardó en conseguir cautivar a Pandora con sus encantos y ya se habían casado cuando ella descubrió el motivo por el que su esposo se había esforzado tanto en enamorarla. Ya no podía confiar en lo que su marido sentía por ella… y se preguntaba si querría seguir casado cuando se enterara de que ella no era tan inocente como Zac creía…
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Seitenzahl: 195
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2007 Tessa Radley. Todos los derechos reservados. PURO DESEO, Nº 1567 - abril 2011 Título original: The Kyriakos Virgin Bride Publicada originalmente por Silhouette® Books Publicada en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-900-0307-7 Editor responsable: Luis Pugni
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–Sí quiero.
Pandora Armstrong pronunció aquellas palabras con voz clara y firme y, automáticamente, sintió que la invadía una ola de alegría. Miró al novio con disimulo. Zac Kyriakos se erguía junto a ella como una roca. Serio. Concentrado. Increíblemente guapo.
Tenía la mirada fija en el frente y su perfil podría haber sido el de cualquier estatua del Museo de la Acrópolis al que había llevado a Pandora sólo tres días antes. La nariz arrogante, la mandíbula ancha y los pómulos pronunciados, todo le recordaba a las estatuas que había visto allí. Pero fue en su boca en lo que Pandora detuvo la mirada. Dios, su boca…
Una boca de labios carnosos y sensuales, una boca hecha para el pecado.
En aquel momento Zac bajó la mirada y la vio mirándolo. Sus ojos, fríos como el hielo, ardieron con pasión y su boca se curvó en una sonrisa.
Pandora sintió el deseo que crecía dentro de su cuerpo y tuvo que bajar la mirada, centrarse en el ramo de rosas blancas que llevaba en la mano.
Dios. ¿Cómo era posible sentir algo semejante por un hombre? Y no se trataba de un hombre cualquiera. El que hacía que se sintiera agitada y febril no era otro que Zac Kyriakos. ¿Qué le había hecho?
¿La había cautivado?
Tuvo que hacer un esfuerzo para no frotarse los ojos y comprobar que todo aquello no era un sueño. ¿Cómo era posible que ella, Pandora la santurrona, se hubiera enamorado tan deprisa de alguien después de lo sucedido aquel verano?
De pronto oyó decir al arzobispo:
–Puedes besar a la novia.
Los votos y el beso no solían incluirse en las bodas ortodoxas griegas, pero Zac los había pedido por ella.
¡Estaba casada!
Casada con el alto y guapísimo hombre a cuya mano se agarraba con tal fuerza que debía de estar dejándole la marca de las uñas. Pandora tenía el estómago encogido por los nervios. No todos los días se casaba una con un hombre al que había conocido hacía tan sólo tres meses.
–¿Pandora?
Ella levantó la cabeza y se encontró con sus ojos, unos ojos que la miraban con ardor. Unos ojos posesivos y hambrientos. Había una pregunta en ellos. Pandora asintió de manera casi imperceptible para darle el permiso que él le estaba pidiendo.
Él también le apretó la mano al tiempo que posaba la otra sobre su cadera, cubierta por aquel vestido que, durante siglos, había pasado de una novia de la familia Kyriakos a otra. Inclinó la cabeza sobre ella y Pandora sintió el roce cálido e íntimo de su boca.
Ese simple roce sirvió para que Pandora se olvidara por completo de la presencia del arzobispo y de toda la gente que llenaba los bancos de la iglesia. Se olvidó de que aquel hombre era Zac Kyriakos, propietario de una importante naviera, multimillonario.
Lo único que existía en aquel momento eran sus labios y el calor que le transmitían, un calor que inundó todo su cuerpo de golpe.
Pero él la soltó enseguida y Pandora tuvo que recordar dónde estaban, en una iglesia, ante casi un millar de personas que los observaban. El calor desapareció de pronto y, a pesar del intenso sol de agosto que brillaba con fuerza en el exterior, Pandora sintió frío.
–¡Madre mía! –Pandora abrió los ojos de par en par al ver la nube de paparazzi que los esperaban junto a la residencia que Zac tenía en Kifissia, una lujosa zona residencial al norte de Atenas donde iba a celebrarse la fiesta.
–¿Te agobia? –una malévola sonrisa iluminó el rostro bronceado de Zac–. Es como un circo de tres pistas, ¿verdad?
–Sí –Pandora se agazapó en el asiento, intentando esconderse de los objetivos de las cámaras.
Los periodistas la habían perseguido desde el mismo instante que había puesto un pie fuera del avión, pero Zac y sus guardaespaldas habían mantenido a distancia a aquella ansiosa multitud. Seguramente debería haber imaginado que la boda de Zac Kyriakos con una joven adinerada provocaría una enorme expectación.
Como bisnieto de una princesa rusa y del legendario Orestes Kyriakos, Zac había heredado gran parte de su fortuna de su abuelo, Sócrates, después de que Orestes hubiese utilizado el patrimonio de su esposa para devolver a la familia Kyriakos la gloria de la que habían disfrutado antes de la Primera Guerra Mundial. Tanto Orestes como Sócrates se habían convertido en auténticas leyendas de sus respectivas épocas y Zac también ocupaba ya un lugar importante en las portadas de las revistas de economía de todo el mundo, así como en las listas de los solteros más deseados.
Sin embargo Pandora había sido tan ingenua como para no pararse a pensar en la fama de su prometido; jamás habría pensado que su boda recibiría la atención que se le daría a una boda real.
–Sonríe. Todos creen que nuestra boda es muy romántica, una especie de cuento de hadas moderno –le susurró Zac al oído–. Y tú eres la hermosa princesa.
Con la sensación de estar interpretando un papel, Pandora miró por la ventana y dibujó en su rostro una sonrisa impostada. Los periodistas se volvieron locos, pero enseguida atravesaron la enorme puerta de hierro y los perdió de vista mientras se adentraban en un camino flanqueado por árboles y junto al que se extendían unos impresionantes jardines.
–Pandora –la expresión de Zac se volvió seria de repente–. ¿Recuerdas lo que te dije nada más llegar? No leas los periódicos. No busques esas fotos en la prensa de mañana porque irán acompañadas de mentiras y de verdades a medias que no harán más que ponerte triste –le dijo con una voz inesperadamente intensa mientras le acariciaba la muñeca con la yema del dedo pulgar–. Las especulaciones, los chismorreos y toda la basura que publican te dejarían destrozada.
–Lo sé. Ya te he prometido que no miraré los periódicos –Pandora suspiró–. Cuánto desearía que estuviera aquí papá –la ausencia de su padre era la única sombra en un día que por todo lo demás había sido perfecto. Desde que un brote de neumonía le había dañado seriamente los pulmones hacía cuatro años, su padre ya no se arriesgaba a viajar en avión–. Siempre pensé que estaría a mi lado el día de mi boda para entregarme.
Aquello le hizo pensar que acababa de dejar atrás su infancia y a su padre. A partir de aquel día viviría con Zac. Amada y adorada. Los lujos y la gente que los rodeaban no importaban. Nada importaba. Sólo Zac.
En ese instante apareció ante ellos la casa de Zac, que era más bien una mansión con su torre y sus gruesos muros de piedra. Aquélla sería su casa de ahora en adelante, junto con la que poseía también en Londres. Zac también había hablado de comprar algo en Nueva Zelanda, cerca de la propiedad del padre de Pandora.
–Puede que tu padre no esté aquí contigo, pero estoy yo. Siempre estaré a tu lado.
Pandora se volvió a mirarlo al percibir la intensidad con la que había pronunciado aquellas palabras. Sus rasgos marcados parecían suavizados por la luz del sol y sus ojos la miraban con dulzura. Sintió un nudo en la garganta. Buscó algo que decir, pero no encontró palabra alguna que estuviera a la altura del momento.
–¿Estás preparada para enfrentarte al mundo, yineka mu? –le preguntó mientras el coche se detenía.
«Esposa mía».
Pandora sonrió con sincera felicidad.
–Estoy preparada para cualquier cosa.
Zac la ayudó a salir del coche y juntos se acercaron a aquéllos que los esperaban junto a la puerta para felicitarlos. Pandora estaba deseando conocer a los amigos de Zac, a la hermana y a los primos de los que había hablado incesantemente durante el tiempo que había estado en Nueva Zelanda. Habría querido conocerlos nada más llegar a Atenas al principio de la semana, pero Zac la había mirado con ese brillo en los ojos que ella adoraba y le había dicho que aún no estaba preparado para compartirla con nadie. Le había explicado que quería enseñarle la ciudad y fingir que eran dos turistas más. Ya tendría tiempo de conocer a todo el mundo más tarde… en la boda. Ella había accedido a sus deseos casi de manera inmediata. Zac sólo tenía que sonreír para hacerla derretir.
Se habían conocido en High Ridge, la enorme explotación ganadera que el padre de Pandora poseía en Nueva Zelanda. Zac había viajado hasta allí para hablar de la posibilidad de ofrecer alojamiento de lujo en la explotación a los pasajeros de los cruceros Kyriakos que atracaban en Christchurch.
Y había sido en High Ridge donde había ocurrido el milagro… Zac se había enamorado de ella. Habían vivido tres semanas llenas de momentos inolvidables y después había llegado la sorprendente proposición de matrimonio, el increíble anillo y la promesa de quererla durante el resto de su vida.
Pandora había aceptado con total imprudencia y se había echado a llorar. Él le había secado aquellas lágrimas de felicidad y su ternura había hecho que Pandora lo amara aún más.
Su padre había recibido la noticia con gran alegría, una alegría que había demostrado estrechando con fuerza la mano de su futuro yerno.
Zac había tenido que volver a Europa poco después, a dirigir la poderosa compañía naviera que había heredado de su abuelo. A pesar del océano que los había separado, habían hablado por teléfono a diario y durante aquellas conversaciones, Pandora había llegado a conocer bien al hombre del que se había enamorado. Se habían visto dos veces más, durante dos rápidas visitas que Zac había hecho a Nueva Zelanda. Finalmente, Pandora había viajado a Atenas la semana anterior, había pasado cinco días haciendo turismo con Zac y después todo había culminado en el gran día.
Ahora, mientras se acercaban a la enorme entrada de la casa recibiendo felicitaciones de todo el mundo, Pandora reconoció algunas caras. Una famosa actriz de Hollywood le dio un beso en la mejilla y su también famoso marido, un cantante de rock, le estrechó la mano. Después saludó con una sonrisa a un importante futbolista y a su esposa, todo un icono de la moda.
Ya dentro de la casa, vio a un príncipe europeo y a su esposa australiana, una chica de clase alta que había saltado a la fama gracias a un programa de televisión. También había numerosas novelistas. Con cada cara conocida que veía, aumentaba la sensación de Pandora de estar completamente fuera de lugar.
Tenía la boca seca por los nervios, pero no había un momento de descanso. Las felicitaciones no pararon ni siquiera cuando se sentó junto a Zac en la mesa nupcial. Todo el mundo la miraba y sonreía y Pandora no dejaba de preguntarse si estaba a la altura de las expectativas o si la gente esperaba algo más de la mujer que se casara con Zac Kyriakos. La idea resultaba desmoralizante.
Echó un vistazo por el resto de las mesas. Evie y Helen, sus dos amigas de la escuela, tenían que estar allí en algún lugar. Las tres jóvenes habían pasado toda una década juntas en el estricto internado. A excepción de las vacaciones, Pandora había pasado la mayor parte de su vida en el colegio St. Catherine's, del que se había marchado sólo unos meses antes de cumplir dieciocho años, hacía tres. Desde entonces, había ayudado a su padre en High Ridge.
Pandora se sentía mal por no haber tenido oportunidad de saludar a sus amigas, pero sabía que ellas la perdonarían y comprenderían que aquella noche su prioridad era Zac. No obstante, las buscaría más tarde.
–Aquí vienen Basil Makrides y su esposa, Daphne –murmuró Zac–. Suelo hacer negocios con él.
Pandora sonrió amablemente. Después de que los Makrides se hubieran alejado de nuevo, hubo una pequeña pausa.
–¿Dónde está tu hermana? Aún no la conozco –Pandora habría querido verla antes de la ceremonia.
Le habría gustado tener compañía mientras estaba en manos del peluquero, de la maquilladora y de la modista que había arreglado el vestido de novia. Habría sido muy agradable que la hermana de Zac hubiera estado allí con ella, o al menos la tía o la prima de las que tanto le había hablado. Alguien que le dijera que todo iba a salir bien.
Que iba a llevarse bien con todo el mundo.
El gesto de Zac se oscureció de pronto.
–Mi hermana no ha podido llegar a la boda. Ha habido un problema.
Pandora vio la preocupación en su mirada.
–¿Está… enferma?
–No, no es eso –respondió bruscamente–. No tienes por qué preocuparte. Vendrá más tarde.
Pandora se tensó al oír aquella contestación; Zac no solía tratarla como si fuera una jovencita tonta cuya opinión no contaba. ¿Qué estaba pasando? ¿Tenía algo que ver con ella… o quizá con su hermana?
–Lo siento –dijo él–. No pretendía ser tan brusco. Es mi cuñado, él es el problema… no es una persona fácil.
–Vaya –Pandora hizo sus propias conclusiones–. Pobrecita, casada con un bruto.
–No la maltrata ni nada parecido.
–¿Entonces? –no pudo ocultar su curiosidad.
Pero Zac negó con la cabeza.
–Ahora no quiero pensar en mi cuñado. No quiero enfadarme el día de mi boda.
–Yo tampoco quiero que te enfades –dijo ella poniéndole la mano en el brazo–. Cuéntamelo cuando estés preparado para hacerlo.
–Eres la esposa perfecta –le dijo Zac al oído antes de darle varios besos en el cuello y en el hombro.
El flash de una cámara sobresaltó a Pandora.
–No te preocupes –susurró él–. Todos los invitados son de fiar. No hay ningún periodista, sólo familiares y amigos. Ah, y un fotógrafo de impecable reputación que se encargará de que tengamos un recuerdo de este día.
Pandora sintió que se le encogía el estómago al pensar en la prensa, todos aquellos periodistas ansiosos por conseguir una imagen de Zac y ella juntos.
Durante la interminable cena no dejaron de saltar los flashes de las cámaras y en todo momento, Pandora podía ver la curiosidad en las miradas de las mujeres y las dudas de los hombres. ¿Por qué, de todas las mujeres del mundo, Zac Kyriakos habría elegido a una don nadie neozelandesa? Era la misma pregunta que se hacía ella constantemente y para la que no había encontrado respuesta.
Finalmente dejó de pensar en que había algo que no sabía y dejó que Zac la estrechara junto a él mientras le presentaba a los invitados.
Ya había pasado el primer vals.
Pandora miró a la desconocida cuya imagen le devolvía el espejo, tenía el rostro sonrojado y los ojos brillantes. Se había ausentado del salón para comprobar que el maquillaje seguía intacto, pues las cámaras no habían dejado de perseguirlos en ningún momento.
Mientras se retocaba las pestañas, Pandora tuvo que reconocer que aquella situación la sobrepasaba. ¿Cómo podría explicar que, a pesar del millonario fondo fiduciario que recibiría al cumplir los veinticinco, el glamour del mundo de Zac, con todos aquellos famosos y siempre bajo la atenta mirada de las cámaras, le resultaba enervante?
Antes de salir, bebió un trago de agua bien fría y se dispuso a volver al bullicio y a las luces.
–Pandora –la llamó Zac nada más entrar en el salón.
Con su enorme estatura, a Pandora le resultó fácil encontrarlo entre la multitud.
–Éste es mi tío Costas, es hermano de mi madre –le dijo presentándole al hombre que estaba a su lado.
Pandora sonrió a aquel hombre de ojos azules que le estrechó la mano suavemente.
–Es un verdadero placer –dijo llevándose su mano a los labios.
–Mi tío es un reputado seductor, así que ten cuidado –dijo Zac riéndose con evidente cariño–. No sé cómo lo soporta la tía Sophia.
El tío de Zac se encogió de hombros.
–Supongo que porque sabe que es a ella a la que amo. Creo que ya has conocido a mi hijo.
Pandora trató de recordar quién era el hijo de Costas.
–Dimitri –aclaró él.
–Ah, sí –dijo, aliviada–. El abogado que preparó el acuerdo prematrimonial, el koum… –le resultaba difícil pronunciar aquella palabra–… el padrino –optó por la que conocía–. Él fue quien sujetó las coronas sobre nuestras cabezas durante la ceremonia.
–Koumbaro –corrigió Zac.
–Eso, el koumbaro –repitió ella.
Zac le había explicado que, como koumbaro, Dimitri sería también el padrino de su primer hijo… algún día. Sintió un escalofrío al imaginar a un niño con los ojos de Zac. Pero antes quería pasar un par de años a solas con su flamante esposo.
–No te resultará difícil aprender nuestras costumbres –Costas parecía satisfecho–. ¿Te ha resultado muy agobiante conocer a tanta gente?
Pandora asintió, agradecida por su comprensión.
–Puedes llamarme theos, tío, como me llama Zac.
–Gracias, theos. Zac me ha hablado mucho de ti –Pandora sabía que aquel hombre había sido como un padre para Zac durante la adolescencia. Costas, que era abogado de profesión, había participado activamente en la empresa Kyriakos aunque no fuera un Kyriakos. En el momento en que Zac se había hecho con el control del consejo de dirección, su tío había dimitido para concentrar toda su energía en el bufete de abogados que ahora llevaba junto a sus dos hijos, Stacy y Dimitri. Dimitri trabajaba con su padre en la oficina de Atenas, mientras que Stacy se hacía cargo de la de Londres. Pandora recordaba el amor y el respeto con los que Zac le había hablado de su tío durante sus largas conversaciones telefónicas–. Me alegro mucho de conocerte –dijo ella.
–Ya hablaremos más tranquilamente –dijo Costas y le dio una palmadita en el hombro a Zac–. Ahora, muchacho, es hora de que bailes con la novia.
–Zac, te toca bailar.
La llegada de dos hombres le impidió a Pandora que le preguntara a Costas a qué se refería con eso de hablar más tarde.
–Vamos, Zacharias –dijo el segundo hombre, sonriendo con igual malicia que su acompañante.
Zac miró a Pandora con fingido pesar.
–Creí que podría librarme de esto.
–De eso nada –dijo uno de ellos con una carcajada.
Zac suspiró dramáticamente.
–Pandora, te presento a Tariq y a Angelo, otros dos primos míos.
Pandora los observó con interés, pues Zac había hablado de ellos con cariño y admiración. Después de la muerte del abuelo Sócrates, cada uno de los tres nietos había heredado una buena parte de la empresa. Como único hijo varón del único hijo varón, Zac había heredado la mayor parte de las acciones, pero Tariq y Angelo, al igual que la hermana de Zac, también habían recibido una generosa porción del negocio.
La mirada de Pandora fue de un hombre a otro y entre ellos vio ciertas similitudes, no sólo físicas sino también en el porte y en el aire de poder que irradiaban los tres.
–Bienvenida a la familia –dijo Angelo mirándola con sus penetrantes ojos azules.
Pandora sonrió.
–Gracias.
Tariq sin embargo la agarró por ambos hombros y le dio un beso en cada mejilla.
–Tienes que venir a visitar Zayad con tu marido.
–Antes deja que pasemos algún tiempo solos –gruñó Zac–. Iremos dentro de un par de meses.
Tariq se echó a reír.
–Cuando queráis. Pero ahora vamos a bailar.
Zac la llevó junto a la orquesta, que estaba tocando una música griega al ritmo de la cual los invitados bailaban formando una espiral interminable.
–Uníos a nosotros, Zac –les gritó Dimitri.
Antes de que pudiese darse cuenta, Pandora se encontró moviéndose con la espiral. Al principio tuvo la sensación de que no iba a ser capaz de seguir los pasos del baile por mucho que observase los movimientos de Zac, pero de pronto sintió el ritmo y sus pies empezaron a moverse solos. Sintió verdadera euforia.
Imitaba los pasos de Zac aun cuando el ritmo de la música se aceleraba. La gente cantaba a su alrededor y ella lamentaba no poder entender lo que decía la letra.
Zac le agarró la mano derecha, la izquierda la tenía ya Dimitri. La mujer que Zac tenía al otro lado dio un paso adelante y Pandora y ella intercambiaron una rápida sonrisa antes de que Pandora volviera a concentrarse en seguir los pasos.
La música se hizo más lenta y eso la hizo tropezarse, pero Zac la agarró de la cintura. Pandora frunció el ceño.
–Deja que la música te guíe –le aconsejó Zac–. Relájate. Tu cuerpo tiene que dejarse llevar por la corriente, no puede estar duro como un madero en mitad del mar.
Pero no era tan sencillo como parecía.
–No me agarres tan fuerte –siguió diciéndole–. Escucha la música y deja que fluya por tu cuerpo.
Pandora se concentró en la voz triste de la cantante.
–Habla de su amado, al que espera cada día en el muelle –le explicó Zac con un susurro–. Está segura de que su barco aparecerá, devolviéndolo a su lado.
La música era conmovedora y Pandora se dio cuenta de que se le había formado un nudo en la garganta.
–Muy bien. Ya lo tienes –dijo Zac con voz triunfante.
Y Pandora volvió a la realidad de golpe. Había conseguido seguir los pasos del baile. ¿Cómo lo había hecho? Se preguntó a sí misma, anonadada.
–La música griega sale del corazón y el baile no hace más que convertir esa música en movimiento. Tu cuerpo tiene que sentir el ritmo –la miró fijamente a los ojos–. Es fácil. Se trata de sentir, no de pensar en la técnica ni nada de eso. Sólo es emoción, la alegría del amor, el dolor de la traición.
La música parecía haberse apoderado de ella, sus pies se movían solos y el cuerpo los seguía.
Pero la música volvió a cambiar.
–Vamos a sentarnos un rato –sugirió Zac–. ¿Te apetece beber algo? ¿Una copa de champán? Pandora estaba acalorada y sedienta por culpa del baile.
–Sólo agua, por favor.
Zac no tardó en volver con el vaso de agua.
–Ha sido genial –dijo ella, aún sorprendida con su propio logro.
–Ven, vamos a un lugar más fresco –la agarró de la mano y se la llevó hacia un extremo del salón–. Has aprendido los pasos muy rápido.
Ella se echó a reír.
–No me ha resultado nada fácil. Tienes que enseñarme mejor… cuando estemos solos –si alguna vez conseguían estarlo.
Él esbozó una sonrisa.
–¿Qué tal durante la luna de miel? –preguntó al tiempo que la conducía al exterior, donde las estrellas iluminaban el cielo oscuro. Zac se deshizo el nudo de la pajarita y se desabrochó el primer botón de la camisa.
–¿Entonces va a haber luna de miel? –preguntó ella con el corazón acelerado.
–Claro –se apoyó en una columna y agarró a Pandora de la cintura para atraerla junto a sí–. Los dos solos. Creo que nos lo merecemos.
–¿Dónde iremos?
–Es una sorpresa. Sólo te diré que habrá sol, mar y la única compañía de Georgios y Maria, el matrimonio que cuida la casa.
–Me muero de ganas de estar allí, sea donde sea. ¿Cuándo nos vamos?
–Mañana –la voz de Zac se convirtió en un seductor susurro–. Yo también me muero de ganas.
Dentro se había detenido la música.
Hubo un momento de silencio. Pandora sentía la mirada de Zac sobre ella, como si estuviera esperando a que ella hiciera algo. No sabía qué esperaba, así que hizo lo que más deseaba. Se puso de puntillas y lo besó en la boca. El fuego se encendió de inmediato. Zac gimió contra sus labios, que estaban ya entreabiertos.
Se besaron apasionadamente.
A lo lejos se oía ya la siguiente canción, pero Pandora sólo podía sentir la boca de Zac, esa boca de la que no podría cansarse jamás.
Pero entonces él se apartó.