Antología - Elkin Restrepo - E-Book

Antología E-Book

Elkin Restrepo

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Cuando a nuestra generación destruya el tiempo tú permanecerás, entre penas distintas de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo: "La belleza es verdad y la verdad belleza"… Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta Jhon Keats, "A una urna griega"

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EL PARQUE BIBLIOTECA FERNANDO BOTERO, DEL CORREGIMIENTO DE SAN CRISTÓBAL, POSTULÓ A ELKIN RESTREPO PARA EL III PREMIO LEÓN DE GREIFF AL MÉRITO LITERARIO

 

 

Restrepo, Elkin, 1942-

Antología / Elkin Restrepo. -- Medellín: Editorial EAFIT, 2018

126 p.; 24 cm. -- (Premio León de Greiff al Merito Literario)

ISBN 978-958-720-532-9

1. Poesía colombiana. II. Tít. III. Serie

C861 cd 23 ed.

R436

Universidad EAFIT – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas

Antología

Primera edición: septiembre de 2018

© Elkin Restrepo

© Editorial EAFIT

Carrera 49 No.7 sur - 50

Tel.: 261 95 23, Medellín

http://www.eafit.edu.co/fondoeditorial

Correo electrónico: [email protected]

ISBN: 978-958-720-532-9

Edición: Claudia Ivonne Giraldo Gómez

Corrección: Juan Felipe Restrepo David

Diseño y diagramación: Alina Giraldo Yepes

Imagen de carátula: Los días de la Creación (tercer día). Edward Coley Burne-Jones (Birmingham,1833 – Londres,1898). Uno de los iniciadores del movimiento Prerafaelita (Obra compuesta por varias imágenes de ángeles que llevan en sus manos grandes esferas, estuvieron destinadas para servir de plantillas para las vidrieras de una iglesia en Tamworth, en Stratdshire).

Fotografía de solapa: Carlos Vásquez

Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad. Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158, emitida el 13 de febrero de 2018

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

 

 

 

 

 

Cuando a nuestra generación destruya el tiempo tú permanecerás, entre penas distintas de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo: “La belleza es verdad y la verdad belleza”… Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta

Jhon Keats, “A una urna griega”

De Objetos figurados en un paisaje a solas (2009)

De una historia a otra

¿Era la suya una bella historia de amor?

Una pregunta que dejaba

advertir fácilmente

hasta dónde el amor

había hecho presa de él

desgarrando

su nacarada epidermis de cristal

su recamado corazón de terciopelo

su traslúcido vuelo de libélula

por primera vez él amaba

y aquello que ahora acontecía –las citas los besos

la insoluble inquietud–

empezaba a moldear su propia historia

cualquiera que ella fuera

la de ambos

que tocados ahora por una vecindad dorada

los ponía a resplandecer

como astros en la mente nebulosa de Dios

Y así mirándola dormir

y apretado a su desnudez en la noche

para mordisquear sus hombros

el cuello egipcio

y acunar

los pequeños senos

las caderas

ir colmándose poco a poco

de realidades y episodios

de cosas qué contar

(aquellas que un día y otro traen)

para luego ¡cómo no!

convertirlas en algo

una historia

si no la más bella

al menos la suya

la de ambos

en algo por lo tanto

que

llevar por la vida

como una verdad

El Amor es para los jóvenes

El amor es para los jóvenes,

para cuando se es joven,

y el cuerpo bello, insaciado aún,

torna única, inmortal, su aventura.

Cuando, en su placentera inconsciencia,

máquina divina, siervo del instinto,

acompaña al mundo en su alarde,

en su profusa manía de cubrir de destellos

lo que afanosamente huye.

Cuando, templo de aromas y resinas,

de dolencias voluptuosas,

lo decora una nube de claridad perdurable,

una ostentosa filantropía

que repara cualquier ventaja perdida.

Una vez él también fue joven,

y la belleza lo hirió,

dejándole abierta inflamada la herida.

¿Qué era aquello,

que lo trastornaba de tal manera,

rehusándole incluso otra razón de vivir?

Un gamo atravesado por una bala perdida.

Un minúsculo grano de sal apisonada.

Un acosado receptor de sus propios mensajes descabellados.

Eso era él.

Pequeño aún para las impresiones más pequeñas.

Diminuto e insignificante para soportar

tan singular misterio. El amor, la belleza.

Lo recuerda como si fuera ayer.

Beatriz (es un decir) cruzándose en la plaza.

De porte y andar angélico, poco terrena.

Como aquella muchacha que, medio siglo después,

se topó en una calle de Paris,

rubia, elegante, largas piernas,

que la encendida primavera materializaba

allí mismo, avivándole a él los sentimientos

de su ya lejana, primigenia visión,

muchacha de la cual nunca supo nada,

un nombre, una dirección,

una pista al menos.

Un fulgor, pues, inhumano,

una fugaz constatación

de lo inalcanzable que es la belleza,

conjetura y anticipo

de quién sabe cuántas otras cosas más.

A visión tan arquetípica,

siguió entonces el juego de las certezas:

las otras son un consuelo,

quédate con aquélla que te dé consuelo.

La herida es incurable.

Una mañana, acosado por el deseo,

fue y buscó en la calle a la mujer

con la cual aplacar su lujuria.

¿Cómo olvidarlo?

Entre las ventas de muebles y bares,

el hotelito disimulado,

el cuarto desnudo, el sol prodigándose

detrás de las delgadas cortinas

como las palabras inescuchadas

de un inescuchado predicador.

Una joven, tan dócil y delicada,

impropia para oficios tales,

que a él le pareció

que a su primer pecado de amor

se le recompensaba doblemente

y de forma inmerecida.

Un caritativo sentimentalismo

que no pasó a mayores.

Un pensamiento enseguida doblegado

por la fuerza del acontecimiento,

por aquella desnudez anidando

y a la espera.

(El primer acto del cual él era dueño,

y que de repente lo convertía

en maculado varón en las hordas de la vida).

El ritual, estricto.

Desbocado en su juego carnal,

mezcla de labios, vellos y olores,

de una untuosa quejumbre –la misma

desde el mismo origen humano–,

que luego los arrebató hacia el instante gozoso

de no ser nadie,

nada,

un crudo rezongar de bestia desollada,

el postergado bramido de alguna astrosa

cruzada angélica.

Ella lo había enlazado con sus piernas,

presionándolo suavemente,

indicándole qué hacer, a dónde ir,

cómo de la cadencia nacía el estremecimiento,

cómo de la contienda

el insaciado regocijo de los cuerpos

y cómo de su unión, bestia uncida a su par,

el extasiado orden de las cosas.

Una figuración, un suceso,

que dejó a ambos exhaustos,

sin mucho que decirse,

salvo lo que sus ojos decían,

salvo lo que la vocal recogida de sus sexos decía,

salvo lo que el amor sin amor decía.

Contra lo imaginado,

no sintió culpa o vergüenza alguna,

así a los ojos de Dios (que está en todas

partes) hubiera faltado.

Así a los abotagados ojos de Dios

(gran crustáceo surcando las aguas

de mares hechos de aburrición y fastidio)

hubiera velado su vida.

Pero tenía veinte años,

y era hora de aliviar el alma (y el cuerpo)

de cuanta porquería se había echado encima,

hora de respirar nuevos aires,

aquellos que tan memorable día le traían.

Había hecho suya a una mujer,

a la más carnal y deleitosa de las hetairas,

a la pequeña ramera que sería siempre su ramera

cada que del amor terreno se tratara,

y esto cambiaba su vida.

El Hades

No era la muerte un pensamiento

que le preocupara

demasiado

era joven

y aún restaba el pabilo

de los años mozos

su fácil inconsciencia

la vida había que vivirla