Archienemigos - Marissa Meyer - E-Book

Archienemigos E-Book

Marissa Meyer

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Beschreibung

El tiempo se acaba. Juntos pueden salvar al mundo. Pero son su peor pesadilla. La vida secreta de Nova es complicada: Como Insomnia, es miembro de los Renegados y trabaja en la patrulla de Adrian para proteger a los débiles y mantener el orden en la ciudad. Como Pesadilla, es una Anarquista, parte del grupo de villanos que desea derrocar a los Renegados. Y como Nova… sus sentimientos por Adrian son cada vez más profundos, incluso cuando él es el hijo de sus peores enemigos y le oculta peligrosos secretos. Mientras la delincuencia crece en Gatlon City, Adrian y Nova no solo cuestionarán sus creencias sobre la justicia, sino también lo que sienten el uno por el otro. Renegados y Anarquistas vuelven a enfrentarse en la delgada línea entre el bien y el mal.

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“Meyer es fantástica con los superpoderes. Los mejores momentos de este libro incluyen demostraciones ingeniosas de habilidades increíbles. El adictivo final dejará a los lectores ansiosos por la tercera y última parte”. –Publishers Weekly.

“Adrian y Nova, dos superhéroes adolescentes, tienen mucho en común: una identidad secreta problemática, un plan secreto para vengar la muerte de un miembro de su familia, y una atracción por el otro que no deja de crecer y es imposible por la simple razón de quiénes son…

Una mezcla tentadora de aventuras de superhéroes con romance, que ahonda en temas éticos y morales. Meyer manipula la trama y a los personajes con maestría, para que el lector no pueda soltar el libro hasta llegar a la última página”. –Booklist.

ARGENTINA

VREditorasYA

vreditorasya

vreditorasya

MÉXICO

vryamexico

vreditorasya

vreditorasya

ParaGarrett y Gabriel,futurossuperhéroes

LISTA DEPERSONAJES

LOS RENEGADOS: EQUIPO DE SKETCH

MONARCA:Danna BellSe transforma en un enjambre de mariposas.

SKETCH:Adrian EverhartPuede darles vida a sus dibujos e ilustraciones.

ASESINA ROJA:Ruby TuckerCuando la hieren, su sangre se cristaliza en armamento; el arma característica es un gancho formado a partir de un heliotropo.

CORTINA DE HUMO:Oscar SilvaCrea humo y vapores cuando lo desea.

LOS RENEGADOS: EQUIPO DE CONGELINA

CONGELINA:Genissa Clark Crea armas de hielo a partir de las moléculas de agua en el aire.

TEMBLOR:Mack Baxter Provoca movimientos en el suelo con la fuerza de un terremoto.

GÁRGOLA:Trevor Dunn Muta todo su cuerpo o algunas partes en piedra sólida.

MANTARRAYA:Raymond Stern Inyecta veneno a través de una cola de púas.

LOS ANARQUISTAS

PESADILLA:Nova ArtinoNo duerme nunca y puede hacer dormir a otros con solo tocarlos.

LA DETONADORA:Ingrid ThompsonCrea explosivos a partir del aire, que pueden detonar a voluntad.

PHOBIA:Se desconoce su nombre verdaderoTransforma su cuerpo y su guadaña en la encarnación de varios temores.

EL TITIRITERO:Winston PrattConvierte a las personas en marionetas mecánicas que cumplen sus órdenes.

LA ABEJA REINA:Honey HarperEjerce el control sobre todas sus abejas, avispones y avispas.

CIANURO:Leroy FlinnGenera venenos ácidos que rezuman de la piel.

ESPINA:Nombre desconocido Utiliza tentáculos cubiertos de espinas que son mortales.

CONSEJO DE LOS RENEGADOS:

CAPITÁN CHROMIUM:Hugh EverhartTiene superfuerza y es casi inmune a los ataques físicos; es capaz de generar armas de cromo.

DREAD WARDEN:Simon WestwoodPuede volverse invisible.

TSUNAMI:Kasumi HasegawaGenera el agua y la manipula.

THUNDERBIRD:Tamaya RaeGenera rayos y truenos; es capaz de volar.

BLACKLIGHT:Evander WadeCrea la luz y la oscuridad y las manipula.

CAPÍTULO 1

Adrian se agazapó sobre el tejado, escudriñando la puerta de servicio en la parte trasera del Hospital de Gatlon City. Aunque era muy temprano y el sol aún no había despuntado, algunas pinceladas de luz teñían el cielo plomizo de un pálido color violeta. La penumbra hacía difícil ver cualquiera de las diez plantas que estaban más abajo, salvo un par de camionetas y furgonetas de reparto.

–Tengo en la mira el vehículo de huida –dijo Nova, que observaba las calles silenciosas a través de un par de binoculares.

–¿Dónde? –preguntó él, inclinándose hacia ella–. ¿Cómo te das cuenta?

–La furgoneta de la esquina –giró la vista hacia la entrada del hospital y de inmediato volvió a posarla sobre el vehículo–. Ventanillas anodinas y polarizadas; el motor encendido, aunque está estacionado desde que llegamos.

Adrian buscó la furgoneta con la mirada. Grandes nubecillas blancas de vapor se elevaban del conducto de escape.

–¿Hay alguien adentro?

–Un sujeto, en el asiento del conductor. Podría haber más, pero no veo el asiento trasero.

Adrian llevó la muñeca a la boca, hablándole al brazalete de comunicación.

–Sketch a Cortina de Humo y Asesina Roja. El vehículo de huida bajo sospecha está estacionado en la Setenta y nueve y Fletcher Way. Instalen sus puestos en las vías de escape sur y este. Seguimos esperando el reconocimiento interno de Monarca.

–Entendido –la voz de Oscar crepitó en su oído–. Vamos en camino.

Adrian golpeteó los dedos contra el alero. Deseaba que la entrada trasera del hospital estuviera mejor iluminada. Había seis farolas, pero tres estaban quemadas. ¿No debió alguien ocuparse de cambiarlas?

–¿Puedo ver? –preguntó.

Nova alejó los binoculares fuera de su alcance.

–Consíguete los tuyos.

Aunque quiso irritarse por la respuesta, no pudo evitar un asomo de sonrisa. Parecía justo, ya que aquella mañana Nova le había explicado a Oscar, durante veinte minutos, todas las modificaciones que le había realizado a este par de prismáticos genéricos. Ahora contaban con autofocus y estabilizador de imagen, indicador de blancos móviles, vigilancia nocturna, aparato de video y lentes computarizadas donde se proyectaban los valores de las coordinadas de GPS y el pronóstico del tiempo. Y como si todo ello no fuera lo bastante impresionante, también añadió un software que combinaba un programa de reconocimiento facial con la prodigiosa base de datos de los Renegados.

Indudablemente, había estado equipándolos durante meses.

–De acuerdo, conseguiré unos para mí –respondió. Extrajo su rotulador de punta fina de la manga de su uniforme de Renegados y empezó a bosquejar un par de binoculares sobre el costado de una caja de herramientas metálica–. Quizás equipe los míos con visión de rayos X.

–¿Siempre fuiste tan competitivo? –preguntó Nova, tensando la mandíbula.

Adrian esbozó una amplia sonrisa.

–Solo bromeaba. Necesitaría al menos un conocimiento básico acerca del funcionamiento de los rayos X. Pero definitivamente les pondré aquel indicador de blancos móviles que mencionaste. Además de asideros ergonómicos. Y quizás una linterna… –terminó su bosquejo y tapó el rotulador. Presionó los dedos contra la superficie de metal y jaló el dibujo de la caja de herramientas, transformándolo en un objeto utilizable de tres dimensiones.

Se arrodilló nuevamente junto a Nova, ajustó el ancho de la pieza para ojos de sus prismáticos nuevos y escudriñó la calle. La furgoneta no se había movido de lugar.

–Allí está Danna –señaló Nova.

Adrian giró para dirigir la vista hacia el aparcamiento, pero las puertas seguían cerradas.

–¿Dónde…?

–Tercera planta.

Reajustó los prismáticos y vio un enjambre de mariposas que brotaba de una ventana abierta. En la oscuridad parecían más una colonia de murciélagos, perfilados contra el edificio. Las mariposas se arremolinaron sobre el aparcamiento del hospital y se transformaron en la figura de Danna.

El comunicador de su muñeca zumbó.

–Empiezan a salir –oyó que decía la voz de aquella–. Son seis en total.

–Siete con el conductor –corrigió Nova. La furgoneta avanzó y dobló la esquina, se detuvo delante de las puertas de entregas. Segundos después, se abrieron de par en par, y seis figuras salieron a toda velocidad del hospital, cargadas con enormes bolsas negras.

–¿Hay civiles cerca? –preguntó Adrian.

–Negativo –respondió Danna.

–Copiado. Listos para entrar, equipo. Danna, quédate…

–¡Sketch! –exclamó Nova, provocándole un sobresalto–. Hay una prodigio entre ellos.

La miró parpadeando.

–¿Qué?

–Aquella mujer… la que tiene la argolla en la nariz. Aparece en la base de datos. Su alias es… ¿Espina?

Se devanó los sesos, pero no le resultaba conocido.

–Jamás escuché hablar de ella –Adrian volvió a observar a través de los prismáticos. Las figuras arrojaron su botín dentro de la furgoneta; la mujer con la argolla fue la última en subir–. ¿Cuál es su poder?

–Evidentemente, tiene… extremidades cubiertas de espinas –Nova lo miró, extrañada.

Adrian encogió los hombros y volvió a dirigir la voz hacia el brazalete.

–Equipo, máxima alerta. Los objetivos cuentan con una prodigio. Quédense en sus puestos, pero procedan con precaución. Insomnia y yo… –un estruendo le provocó un sobresalto. Al volverse, advirtió que Nova ya se había marchado. Se incorporó de un salto para asomarse por encima del costado del edificio. El sonido era Nova, aterrizando sobre el primer descansillo de la escalera de incendios–… ocuparemos el puesto norte –masculló.

Se oyó un chirrido de neumáticos. La furgoneta se alejó dando tumbos. Adrian levantó la muñeca en tanto la adrenalina le corría desbocada por el cuerpo. Esperó a ver en qué dirección…

El vehículo tomó la primera calle a la izquierda.

–¡Cortina de Humo, te toca a ti! –gritó.

Arrojando a un lado los prismáticos, Adrian corrió hacia Nova. Por encima, Danna volvió a formar un enjambre y se lanzó tras la furgoneta.

Nova estaba en la mitad de la calle cuando se dejó caer desde la escalera de incendios, golpeando la acera con sus botas. Adrian se lanzó a correr tras ella, sus largas piernas le otorgaban cierta ventaja, aunque seguía detrás cuando ella apuntó el dedo hacia la derecha.

–¡Ve por allá! –gritó Nova, largándose en dirección opuesta.

A una calle de distancia, volvió a oír el chirrido de neumáticos, esta vez acompañado de un violento frenazo. Una nube de espesa neblina blanca se elevó del tejado de un edificio de oficinas.

La voz de Oscar se oyó a través del brazalete.

–¡Están retrocediendo… se dirigen al norte sobre Bridgewater!

Adrian giró en la esquina y vio las luces traseras color rojo centelleando hacia él. Hurgó en la manga para extraer un trozo de tiza blanca, metida junto al rotulador. Se inclinó y dibujó rápidamente una tira de clavos sobre el asfalto. Terminó la ilustración justo cuando el olor a caucho quemado invadió sus fosas nasales. Si el conductor podía verlo en el espejo retrovisor, no dio señal alguna de bajar la velocidad.

Jaló el dibujo hacia arriba. Los clavos de diez centímetros brotaron del suelo, y consiguió precipitarse fuera de la calzada segundos antes de que la furgoneta pasara como un rayo junto a él.

Los neumáticos reventaron con una serie de estallidos ensordecedores. Detrás de las ventanas opacas, Adrian alcanzó a oír a los ocupantes maldiciendo y discutiendo entre ellos al tiempo que las ruedas desinfladas se deslizaban hasta detenerse por completo.

La nube de mariposas giró por encima. Danna se dejó caer sobre el tejado de la furgoneta.

–Bien pensado, Sketch.

Adrian se puso de pie, con la tiza aún aferrada entre los dedos. Llevó la otra mano a las esposas oficiales de los Renegados, sujetas al cinturón.

–¡Están bajo arresto! –gritó–. Salgan lentamente con las manos en alto.

La puerta se abrió con un sordo sonido metálico, entornándose apenas lo suficiente para que emergiera una mano, con los dedos extendidos a modo de súplica.

–Lentamente… –repitió Adrian.

Hubo un instante de vacilación, y luego se terminó de abrir de forma abrupta. Alcanzó a reconocer el cañón de una pistola instantes antes de que una descarga de balazos acribillara el edificio que se encontraba detrás. Con un alarido, se arrojó detrás de una parada de autobús, cubriéndose la cabeza con los brazos. Los cristales estallaron y las balas rebotaron contra la piedra.

Alguien gritó, y cesaron los disparos.

Las demás puertas de la furgoneta se abrieron al unísono: la del conductor, el acompañante y las dos traseras.

Los siete delincuentes emergieron, dispersándose en direcciones diferentes.

El conductor salió corriendo por una calle lateral, pero Danna lo alcanzó en el acto: en un abrir y cerrar de ojos pasó de ser un ciclón de alas doradas a convertirse en superheroína. Sujetó al hombre del cuello, lo inmovilizó con un brazo y lo arrojó al suelo.

La mujer del asiento del acompañante salió corriendo hacia el sur por Bridgewater, y se abalanzó por encima de la tira de clavos, pero no había avanzado ni media calle cuando un flechazo de humo negro le golpeó el rostro. Cayó de rodillas, asfixiada. Mientras luchaba por respirar, ofreció poca resistencia cuando Oscar emergió de detrás de un vehículo estacionado y cerró las esposas alrededor de sus muñecas.

Tres ladrones más se apresuraron a salir por las puertas traseras de la furgoneta, cada uno arrastrando abultadas bolsas de plástico. Ninguno vio el alambre delgado que cruzaba la calle. Uno tras otro se engancharon los tobillos y cayeron con estrépito formando una pila sobre el asfalto. Una de las bolsas se abrió y derramó decenas de pequeños botes blancos de pastillas dentro del desagüe. Ruby se lanzó desde detrás de un buzón, sujetó rápidamente a los tres y luego fue a recuperar el gancho rojo en el extremo de su alambre.

Los últimos dos criminales emergieron de la puerta lateral. La mujer con la argolla en la nariz –Espina, según los prismáticos de Nova– sujetaba el rifle automático en una mano y una bolsa negra de residuos en la otra. La seguía un hombre con dos bolsas más sobre el hombro.

Adrian se mantenía agazapado detrás de la parada de autobús cuando los dos pasaron como un rayo a su lado y se internaron en un callejón estrecho. Se levantó de un salto, pero no había avanzado ni dos pasos cuando algo pasó silbando junto a él y vio un destello rojo por el rabillo del ojo.

El heliotropo filoso de Ruby seccionó la bolsa que llevaba la mujer sobre el hombro, realizando una estrecha abertura. Pero su alambre resultó demasiado corto: la mujer estaba justo fuera de su alcance. La gema de rubí rebotó y cayó con estrépito sobre el concreto. Una única botella de plástico se perdió a través de la rotura.

Gruñendo, Ruby volvió a enrollar el alambre y lo hizo girar por encima como un lazo. Avanzó decidida, preparada para arrojarlo de nuevo.

La mujer se detuvo abruptamente, volteándose para enfrentarlos. Apuntó la pistola, y descargó una nueva andanada de balas. Adrian se arrojó hacia Ruby. Esta soltó un grito de dolor al tiempo que ambos caían rodando tras un contenedor de escombros.

Los disparos cesaron apenas estuvieron a buen resguardo. Las pisadas de los criminales se alejaron taconeando con fuerza.

–¿Estás bien? –preguntó Adrian, aunque la respuesta era obvia. El rostro de Ruby estaba contorsionado por el dolor, y ambas manos aferraban su muslo.

–Claro –dijo a través de dientes apretados–. ¡Detenlos!

Algo se estrelló en el callejón: el sonido ensordecedor de cristales que se hacían añicos y de metal crujiente. Adrian asomó la cabeza por el costado del contenedor y vio un equipo de aire acondicionado destruido sobre la acera. Examinó el tejado de los apartamentos circundantes justo en el momento en que arrojaban un segundo equipo hacia los ladrones. Se estrelló sobre las escalinatas de la planta inferior, delante de la mujer. Esta soltó un grito entrecortado y abrió fuego una vez más.

Nova volvió a ocultarse. Una ráfaga de balas cruzó la parte superior del edificio, perforándolo con una serie de cráteres diminutos.

Adrian salió de detrás del contenedor y se apartó de la vista de Ruby; levantó el brazo sin siquiera detenerse a pensar. Incluso bajo la manga gris oscura de su uniforme, vio que su piel empezaba a relucir al tiempo que el delgado cilindro que había tatuado emergía a lo largo de su antebrazo.

Disparó.

El rayo explosivo le dio a Espina entre los omóplatos, lanzándola por encima de uno de los equipos destruidos. El rifle golpeó el muro más cercano con estrépito.

Adrian estudió la línea del techo, con el corazón martilleando en el pecho.

–¿Insomnia? –gritó, esperando que su voz no trasluciera su pánico–. ¿Estás…?

Espina dejó escapar un grito gutural y se incorporó con gran esfuerzo hasta quedar en cuatro patas. Su cómplice tropezó algunos pasos más allá, sujetando aún sus dos bolsas de medicamentos robados.

–¡Déjalo ya, Espina! –dijo–. Vámonos de aquí.

La mujer lo ignoró y se volteó hacia Adrian con un gruñido.

Mientras observaba, una serie de miembros brotaron de la espalda de la prodigio, no lejos de donde su rayo la había alcanzado: seis apéndices, cada uno de tres metros y medio de largo, tachonados con afiladas púas. Le recordaban a las extremidades de un pulpo, si estas hubieran estado cubiertas de feroces espinas.

Adrian retrocedió un paso. Cuando Nova mencionó extremidades cubiertas de púas, imaginó uñas inusualmente filosas. Quienquiera que hubiera armado la base de datos realmente debía intentar ser más específico.

El cómplice de Espina maldijo.

–¡Yo me largo! –gritó, y echó a correr.

Ella lo ignoró y deslizó sus tentáculos hacia la escalera de incendios más cercana; se puso de pie con gran esfuerzo. Sus movimientos resultaban tan veloces y gráciles como los de un arácnido. Cuando alcanzó el descansillo justo antes del tejado, deslizó un tentáculo hacia arriba y por el costado.

Nova gritó. Los pulmones de Adrian soltaron una exhalación de espanto al observar que la mujer la levantaba del techo. La sostuvo en el aire un instante y luego la arrojó hacia abajo.

Instintivamente, el Renegado se lanzó hacia arriba. No se detuvo a pensar en los resortes de sus pies –nadie debía saber acerca de sus tatuajes–: no había tiempo para deliberaciones. Interceptó el cuerpo de Nova antes de que golpeara el edificio del otro lado del callejón, y ambos se estrellaron sobre el contenedor de basura.

Jadeando, Adrian se apartó para examinar a Nova, que seguía entre sus brazos. Tenía algo pegajoso y tibio sobre la espalda; al alejar la mano la notó teñida de rojo.

–Estoy bien –gruñó Nova, que parecía más enfadada que dolida–. Solo tengo rasguños a causa de las espinas. Espero que no sean venenosas –se incorporó y habló al brazalete para informarle al resto del equipo lo que enfrentaban.

Adrian examinó el edificio, temiendo un ataque inminente, pero Espina había decidido no venir tras ellos. La observó emplear sus tentáculos para balancearse desde las escaleras de incendio hasta un conducto de desagüe, y caer escurriéndose una vez más al callejón. Dos de sus apéndices se alargaron y levantaron la bolsa caída y el bote solitario de pastillas sobre el suelo. Luego se lanzó tras su cómplice.

–Iré tras ella –anunció Nova. Se deslizó por el costado del contenedor, y sus botas descendieron con un golpe sobre el suelo.

–¡Estás herida! –exclamó Adrian, aterrizando junto a ella.

Ruby salió a los tropiezos de entre las sombras. Cojeaba, pero donde antes había sangre, ahora habían brotado sobre la herida abierta una serie de cristales dentados color rojo, con el aspecto de estalagmitas.

–Yo también iré tras ella –gruñó.

Nova se volteó para alejarse de ambos, pero Adrian la tomó del brazo.

–¡Sketch! ¡Suéltame!

–¡Son solo dos segundos! –gritó a su vez, sacando su rotulador. Lo usó para dibujar a toda velocidad una hendidura en la tela empapada de sangre de su uniforme, dejando expuesta la herida en la parte inferior de la espalda, no lejos de su columna vertebral. Era más un corte que un rasguño.

–¡Adrian! ¡Se escapan!

Ignorándola, dibujó una serie de vendas entrecruzadas sobre la herida.

–Eso es –dijo, tapando el rotulador en tanto las vendas se entretejían sobre su carne–. Por lo menos, ahora no morirás desangrada.

Nova masculló algo, exasperada.

Echaron a correr juntos, aunque pronto fue evidente que Ruby no podría seguirlos. Mientras Nova avanzaba a toda velocidad, Adrian sujetó el hombro de Asesina Roja y la detuvo.

–Nosotros nos ocuparemos de esta prodigio. Tú regresa, y asegúrate de que los demás estén a salvo.

Ruby estuvo a punto de protestar cuando la voz de Danna crepitó por los brazaletes.

–Tengo en la mira a Espina y al sospechoso masculino. Están volviendo sobre sus pasos hacia el hospital. Se dirigen hacia el este sobre la Ochenta y dos. Probablemente, intenten huir por el río.

Ruby le dirigió una mirada severa a Adrian.

–No permitas que escapen.

No se molestó en responder. Volteó y se precipitó por una angosta calle lateral. Quizás pudiera cortarles el paso. ¿Habría regresado Nova a la calle principal o treparía algún tejado para rastrearlos desde arriba?

Cuando estuvo seguro de que Ruby había desaparecido, usó los resortes tatuados en las plantas de los pies para precipitarse hacia delante, recorriendo la distancia diez veces más rápido que si hubiera corrido. Al llegar al final del callejón, atrapó a ambos criminales volteando la siguiente esquina a toda velocidad.

Adrian corrió tras ellos, giró la esquina en el instante en que lo hacía Nova, que venía de la otra dirección. Al verlo, ella se detuvo en seco, sorprendida.

–Qué rapidez –dijo jadeando.

Avanzaron al mismo ritmo, uno junto al otro. Los criminales les llevaban una calle de ventaja. Cada tanto, Adrian advertía uno de los botes de pastillas, proveniente de la abertura en la bolsa de Espina, rodando hacia un canal de desagüe. Era un rastro fácil de seguir.

Más adelante, la calle terminaba en una T. Adrian vio a los criminales tomar dos caminos diferentes. Su intención era separarse, apartándolos a él y a Nova.

–Yo me ocupo de Espina –dijo.

–No –replicó Nova, extrayendo una pistola de calibre grueso de su cinturón de armas. Sin aminorar la marcha, apuntó y disparó. El rayo de energía alcanzó al hombre justo cuando se dirigía a la siguiente calle. Lo envió volando a través de la ventana de un pequeño café. Una lluvia de fragmentos de cristal cayó a su alrededor al tiempo que se desplomaba sobre una mesa y desaparecía de la vista. Una de las bolsas de residuos quedó sujeta en la ventana rota, y una avalancha de botes de plástico cayó sobre la acera–. Tú ocúpate de él –señaló–. Yo me ocuparé de Espina.

Adrian resopló.

–¿Y ahora quién es la competitiva?

Espina vaciló cuando su compañero atravesó la ventana, pero no se detuvo. Si acaso, corrió aún más rápido, empleando ambas piernas y los seis tentáculos para precipitarse calle abajo.

Adrian aún no había decidido si apresaría al hombre o acompañaría a Nova cuando un grito los hizo detenerse en seco.

Su atención se dirigió hacia la ventana destruida del café. Pero no era la ventana, sino la puerta de entrada la que se había abierto con un golpe, estrellándose tan fuerte contra el costado del edificio que el letrero de cerrado cayó sobre la acera.

El hombre emergió. Había abandonado las bolsas de residuos, y, en cambio, tenía el brazo envuelto alrededor del cuello de una joven que llevaba un delantal a cuadros. Con la otra mano presionaba una pistola contra el costado de su cabeza.

CAPÍTULO 2

Al observar la pistola y el rostro petrificado de la joven, Adrian sintió que le faltaba el aire. Una retícula de cortes diminutos laceraba su brazo derecho. Debió estar parada junto a la ventana cuando el hombre cayó a través de ella.

–¡Escúchenme bien! –lanzó el hombre. Aunque su aspecto exterior era rudo, con un tatuaje que descendía desde su mandíbula y se deslizaba dentro del cuello de su camisa, y brazos que claramente habían sido entrenados con pesas, había un innegable temor en su mirada–. Me dejarán ir. No nos seguirán a ninguno de los dos. No atacarán. Si siguen estas instrucciones bien sencillas, soltaré a esta muchacha apenas quedemos a salvo. Pero ante el más mínimo indicio de que nos persiguen, ella morirá –empujó el cañón de la pistola contra la nuca de la rehén, forzando su cuello hacia delante. La mano le temblaba mientras empezaba a caminar de costado a lo largo del muro del edificio, manteniendo a la chica entre él y los Renegados–. ¿Tenemos un acuerdo?

La rehén comenzó a llorar.

El corazón de Adrian le martilleaba en el pecho. El código se coló entre sus pensamientos.

La seguridad de los civiles es lo primero. Siempre.

Pero cada segundo que estaban allí parados, capitulando ante las exigencias de este delincuente, Espina se alejaba más y más.

A su lado, Nova envolvió hábilmente una mano alrededor de una pequeña pistola que llevaba metida en la parte trasera de su cinturón utilitario.

–No lo hagas –murmuró Adrian.

Ella hizo una pausa.

El hombre continuó arrimándose hacia la calle, arrastrando a la rehén consigo. Veinte pasos más y doblaría la esquina.

Si Adrian y Nova no hacían nada, si lo dejaban ir, ¿liberaría a la rehén?

El código indicaba que debían correr el riesgo; no darle motivos para atacar; apaciguar y negociar; no entablar combate cuando corría peligro la vida de un civil.

Quince pasos.

–Puedo darle –dijo Nova en voz baja.

La chica los observó a ambos, más aterrada con cada instante que pasaba. Su cuerpo actuaba de escudo, pero una parte de la cabeza del hombre quedaba al descubierto de todos modos, por lo que Adrian confiaba en Nova. La había visto disparar muchas veces. No dudó de que pudiera darle.

Pero aun así, el código…

Diez pasos.

–Demasiado riesgoso –respondió–. No ataques.

Nova emitió un sonido de desagrado con la garganta, pero su mano se elevó un par de centímetros de la pistola.

La rehén se encontraba sollozando. El criminal prácticamente la llevaba en brazos mientras retrocedía.

Había una posibilidad de que la matara una vez que estuviera fuera de alcance. Adrian lo sabía. Todos lo sabían.

O podría retenerla hasta llegar… adonde quiera que estuvieran dirigiéndose.

Seguiría habiendo dos criminales sueltos en la calle, incluida una prodigio peligrosa, mientras que kilos de medicamentos robados, que necesitaban desesperadamente en el hospital, pasarían a engrosar el tráfico de estupefacientes de la ciudad.

Cinco pasos.

Nova miró a Adrian; sintió las oleadas de frustración emanando de ella.

–¿En serio? –siseó.

Él apretó los puños.

El criminal llegó a la esquina y le dirigió una sonrisa maliciosa a Adrian.

–Será mejor que se queden quietos. Como dije, la soltaré cuando esté a salvo. Pero ante cualquier indicio de que nos persiguen los Renegados…

Una porra apareció detrás de la esquina y golpeó el costado de la cabeza del hombre. Este soltó un grito y comenzó a girar al tiempo que otro golpe le quebró la cabeza hacia atrás. Aflojó los dedos alrededor de la rehén. Con un aullido, esta se retorció hasta soltarse.

Ruby se lanzó desde el dosel de una puerta, soltando un grito estremecedor al tiempo que saltaba sobre la espalda del hombre y lo derribaba al suelo. Oscar apareció aferrando su bastón como un garrote. Se paró delante de Ruby y el criminal, listo para golpear por tercera vez, pero ella ya había asegurado las esposas en las muñecas del hombre.

–Eso es lo que se conoce como trabajo en equipo –señaló Oscar, extendiendo una mano hacia Ruby. Ella le tomó los antebrazos y dejó que la ayudara a ponerse de pie.

La rehén se desplomó contra el muro del edificio, aturdida, y cayó deslizándose sobre la acera.

–Cielos –murmuró Nova, haciéndose eco de lo que pensaba Adrian. Las heridas de Ruby habían continuado sangrando, y su uniforme estaba incrustado de afiladas formaciones cristalinas color rojo que brotaban de la herida de bala en el muslo, abarcando la pierna hasta la rodilla y subiendo hasta la cadera.

Adrian se sacudió la sorpresa de encima.

–¿Dónde está Danna?

–Rastreando a la prodigio –respondió Ruby–. Si no la ha alcanzado ya.

–Iré tras ellas –dijo Nova. Le dirigió una mirada hostil a Adrian–. Siempre que esté en conformidad con el código.

La miró ligeramente irritado, pero ya sin tanta convicción.

–Cuídate. Nos encontramos en el hospital.

Nova se marchó hacia donde se había dirigido la prodigio. Adrian la observó partir; una leve inquietud le retorció las entrañas. Aún no sabían demasiado acerca de Espina o de lo que era capaz de hacer.

Pero Danna estaría allí, y Nova sabía cómo defenderse.

Se obligó a voltear la cabeza.

–¿Y los demás?

–Todos a salvo –respondió Ruby–, y ya mandé llamar a la cuadrilla que traslada a los prisioneros y al equipo de limpieza.

Oscar avanzó hacia la rehén. Miraba boquiabierta a los tres Renegados, temblando.

–Estás a salvo –la tranquilizó, apoyándose en su bastón para ponerse en cuclillas delante de ella–. Pronto vendrá un médico para ocuparse de tus heridas, y hay terapeutas si necesitas hablar. Mientras tanto, ¿quieres que llamemos a alguien?

Su cuerpo tembloroso se aquietó al encontrarse con su mirada. Sus ojos se abrieron aún más… pero esta vez no con temor, sino con una especie de ardorosa admiración. Abrió la boca, pero tuvo que hacer varios intentos antes de que salieran las palabras.

–He soñado con esto toda mi vida –susurró–. Que me rescate un Renegado de verdad –sonrió afectadamente, mirándolo como si fuera la octava maravilla del mundo moderno–. Gracias… Muchas gracias por salvarme la vida.

Las mejillas de Oscar se enrojecieron.

–Eh… claro. De nada –echó un vistazo incierto hacia Ruby, pero cuando se puso de pie, tenía el pecho más henchido que antes–. Gajes del oficio.

Ruby rio socarronamente.

El aullido de una sirena resonó por las calles. La ambulancia y los coches patrulla de los Renegados llegarían pronto. Adrian lanzó una mirada hacia donde Nova se había marchado; la ansiedad se apoderó de él una vez más.

¿Hasta dónde había llegado la prodigio? ¿A dónde se dirigía? ¿Danna la habría alcanzado? ¿Y Nova?

¿Necesitaban ayuda?

–Oigan, muchachos… –empezó a decir. La adrenalina comenzó a bombear de nuevo con fuerza.

–Irás tras ella –dijo Ruby–. Sí, lo sabemos.

–Será mejor que te apresures –añadió Oscar–. Ya sabes que Nova no guardará ni una pizca de gloria para ti.

Una sonrisa de gratitud asomó a los labios de Adrian, y salió corriendo.

El sol se asomaba ahora sobre los edificios, proyectaba largas sombras sobre las calles. La ciudad despertaba. Las carreteras se colmaban de vehículos. Los peatones le dedicaban miradas curiosas, incluso excitadas a Nova mientras pasaba corriendo en su vistoso uniforme de Renegada. Los ignoró a todos, esquivando a los comerciantes que hacían rodar los cubos de basura hacia la calle; saltando encima de letreros de sándwiches que promocionaban rebajas de temporada y grandes aperturas; zigzagueando entre bicicletas y taxis, farolas y buzones oxidados.

Durante el día, su trabajo era difícil. Era más fácil cuando no había civiles, tal como había quedado demostrado con la situación de la rehén delante del café. Era el momento en que entraba en juego la infame autoridad del código de Gatlon: la idea de proteger y defender a toda costa. No era que discrepara del objetivo; por supuesto que tenían que trabajar para proteger a los transeúntes inocentes. Pero a veces había que tomar riesgos. A veces había que hacer sacrificios.

Por un bien mayor.

Ace jamás habría perdonado una vida si al hacerlo ponía otras decenas de vidas en peligro.

Pero aquel era el código que regía la vida de los Renegados, y ahora había una prodigio con extremidades cubiertas de espinas que estaba suelta, y ¿quién sabe cuándo volvería a atacar?

Si antes ella no lo evitaba.

Dado que era una superheroína y todo lo demás.

Sonrió con ironía al pensarlo. Oh, si solo Ingrid pudiera verla ahora. Qué mortificada estaría de ver a Nova, su cómplice Anarquista, trabajando con los Renegados, incluso tomando partido por ellos en contra de otra prodigio rebelde. Ingrid la habría animado a dejar que Espina escapara, quizás incluso intentara convertirla en una aliada. Pero Ingrid era corta de miras. No podía entender la importancia de que Nova ganara la confianza de los Renegados.

Ace comprendía. Siempre había comprendido.

Ganarse su confianza. Conocer sus puntos débiles.

Y luego: destruirlos.

Espina se dirigía al río, tal como Nova habría hecho para borrar sus huellas si hubiera estado huyendo de los Renegados, lo cual, ciertamente, era una situación para la que había pasado mucho tiempo planeando a lo largo de los años. A tres calles de donde había dejado a Adrian y al resto, vio un bote blanco de pastillas en un desagüe. Espina había cambiado el rumbo, y dos calles más adelante Nova vio otro recipiente atrapado en una alcantarilla.

Advirtió una nube oscura y fluctuante sobre un jardín comunitario, y le llevó un instante reconocer el enjambre de Danna. Las mariposas iban a la deriva de un lado a otro, revoloteando sobre una calle lateral, subiendo sobre los tejados de una hilera estrecha de locales tapiados.

Nova tuvo la clara impresión de que buscaban algo.

Trepó por encima de la cerca y corrió a través del jardín enlodado. Cuando llegó a la calle del otro lado, las mariposas empezaron a posarse sobre los cables de luz y las alcantarillas. Eran miles, y sus alas se retorcían mientras buscaban y aguardaban.

Nova palmeó su revólver, pero cambió de opinión y tomó en cambio su pistola de ondas de choque. El callejón estaba casi vacío, salvo por media docena de contenedores de metal y pilas de bolsas de residuos amontonadas contra los muros. Un fétido olor lo impregnaba todo: alimentos putrefactos y peces muertos. Respiró superficialmente, luchando contra las náuseas al tiempo que atravesaba una nube de moscas con la cabeza gacha.

Un ruido le provocó un sobresalto y giró bruscamente, con la pistola de ondas de choque apuntada hacia una de las bolsas de basura. Un gato escuálido aulló y se lanzó a través de un cristal roto.

Exhaló.

Un grito de guerra resonó en todo el callejón. La tapa de uno de los contenedores de basura saltó hacia arriba y Espina se lanzó fuera. Una extremidad punzante arrancó la pistola de las manos de Nova, dejando un magullón ardiente sobre su palma.

Siseando, tomó su arma en el instante en que Espina empuñaba la pistola de ondas de choque.

Nova extrajo el arma, pero la prodigio rebelde disparó antes y la arrojó hacia una pila de bolsas de residuos. El cuerpo le vibraba por la descarga.

Espina salió corriendo en el sentido contrario. Danna se formó en su camino, el cuerpo listo para dar batalla. La prodigio apuntó para dispararle, pero la Renegada se dispersó en un enjambre de mariposas un instante antes de que la golpeara la crepitante energía.

Los insectos formaron un ciclón en el aire. Un instante después, Danna descendió del cielo sobre la espalda de Espina.

Tres de los seis miembros de la prodigio se envolvieron alrededor del cuerpo de la Renegada, surcándole la espalda. Danna gritó al tiempo que las espinas perforaron su piel con largos cortes. Espina la arrojó contra el muro, y se derrumbó sobre el suelo.

Con un esfuerzo supremo por ponerse de pie, Nova sujetó el contenedor más cercano y lo arrojó lo más fuerte que pudo.

Espina ladeó la cabeza y sacó de repente uno de los tentáculos, haciéndolo a un lado con facilidad. Otra de sus extremidades se dirigió hacia una pila cercana de bolsas de basura y jaló una de ellas… Nova reconoció la hendidura. La prodigio empezó su desgarbado ascenso sobre el muro, extendiendo los miembros complementarios para alcanzar los barrotes de las ventanas y las luces empotradas. Una vez sobre el tejado, desapareció de la vista.

Nova corrió a toda prisa por el callejón. El objetivo de Espina se hizo evidente en el instante en que irrumpió en la calle y vio el breve puente sobre el río Snakeweed. La prodigio ya se encontraba junto a la barandilla del puente. Le lanzó una mirada de odio a Nova, y luego se arrojó dentro del río.

Aunque las piernas le ardían y sentía los pulmones a punto de colapsar, Nova movió los brazos aún más rápido, alentando a su cuerpo a marchar. Solo tenía que ver dónde emergería la prodigio y estaría nuevamente tras sus pasos.

Pero cuando llegó al puente, el corazón le dio un vuelco.

Espina no había caído dentro del río.

Había aterrizado sobre una barcaza.

Avanzaba sin tregua por entre las olas, distanciándose más y más.

Rodeada de contenedores marítimos, la prodigio la saludó burlonamente.

Nova enroscó el puño alrededor de la barandilla del puente, observando el derrotero del río: había cuatro puentes más antes de que vaciara su caudal en la bahía. Espina podía salir por cualquiera de ellos, pero no había manera de que Nova pudiera alcanzarla para ver por cuál.

Maldijo. Sus nudillos se volvieron blancos mientras sus puños se cerraban con fuerza.

Tenía que haber otra manera de seguirla. Tenía que haber un modo diferente de detener a la prodigio. Tenía que haber…

El martilleo de unas pisadas llamó su atención.

Nova giró con rapidez. Su pulso se aceleró al ver al hombre con la armadura reluciente dirigirse directamente adonde ella se encontraba.

El Centinela.

Una sensación de escozor cubrió su piel. Llevó la mano a su revólver, preparándose para dar pelea.

Pero el Centinela pasó a su lado corriendo y se lanzó hacia arriba con la fuerza de un motor a reacción.

La mandíbula de Nova se descolgó al observar su trayectoria. Su cuerpo trazó un arco hacia arriba y encima del río, y por un instante pareció que volaba.

Luego descendió, con gracia y seguridad, preparándose para el impacto.

Se estrelló contra la cubierta de la barcaza, a centímetros de la saliente.

Tras ponerse en pie, adoptó por un instante una pose sacada de una historieta.

Nova no pudo evitar entornar los ojos.

–Vaya, qué presumido.

Si Espina estaba impresionada, no lo demostró. Con un grito, lanzó los seis miembros punzantes hacia el justiciero.

Nova tenía cierta esperanza de que vería al Centinela empalado, pero luego extendió su brazo izquierdo y una hoguera ardiente estalló de su palma, envolviendo los tentáculos. Incluso desde tan lejos, alcanzó a oír los gritos de la mujer al tiempo que replegaba los miembros.

Tras extinguir las llamas alrededor de su mano, el Centinela arremetió contra Espina con tal fuerza que ambos cayeron rodando detrás de la pila de contenedores marítimos. Nova presionó el cuerpo contra la barandilla, entrecerrando los ojos para protegerse de la luminosidad matinal. Durante mucho tiempo, no vio nada. La barcaza seguía avanzando entre el oleaje.

Antes de llegar al siguiente recodo en el río, percibió movimiento sobre la cubierta.

Tomó los prismáticos de la parte trasera del cinturón y encontró la barcaza. Las lentes pusieron la mira en la cubierta.

Nova estrechó los ojos.

Las llamas del Centinela habían chamuscado la vestimenta de Espina; la sangre salpicaba sus brazos desnudos. El lado izquierdo del rostro empezaba a inflamarse alrededor de una herida en el labio.

Pero seguía de pie. En cambio, el Centinela estaba tumbado a sus pies. Las extremidades punzantes le cubrían el cuerpo de los hombros a los tobillos.

Nova observó mientras Espina arrastraba su cuerpo a la parte trasera de la barcaza y lo arrojaba al agua.

La pesada armadura se hundió de inmediato en el agua fangosa.

Nova se apartó de la barandilla. Sucedió tan rápido que casi se sintió defraudada por lo decepcionante que había resultado todo. No era una gran fan del Centinela, pero una parte pequeña de ella había esperado que por lo menos atrapara a la ladrona, como había atrapado a muchos criminales a lo largo de las últimas semanas.

Espina volvió a echar un vistazo en dirección de Nova; su sonrisa burlona quedó atrapada justo en el medio de las ópticas de los prismáticos.

Luego la barcaza dobló el recodo del río y desapareció.

Nova suspiró y bajó los prismáticos.

–Bueno –masculló–, por lo menos ya no tendré que preocuparme más por él.

CAPÍTULO 3

Adrian salió a la superficie bajo el puente Halfpenny. Nadó con esfuerzo hacia la orilla y se desplomó sobre la arena. Un cangrejo ermitaño se asustó y se lanzó bajo una roca cubierta de liquen.

Intentó respirar hondo, pero el aire quedó atrapado en su garganta y le provocó un ataque de tos. Los pulmones le ardían por haber aguantado la respiración durante tanto tiempo. Se sentía mareado, y le dolían todos los músculos del cuerpo. La grava y la arena se adherían a su uniforme empapado.

Pero estaba vivo, y por el momento alcanzó para que una carcajada agradecida se mezclara con las toses erráticas.

Era como si cada vez que se transformaba en el Centinela, aprendiera algo nuevo sobre sí mismo y sus habilidades.

O sobre su falta de habilidades.

Hoy había aprendido que la armadura del Centinela no era hermética. Y también, que se hundía como una piedra.

El recuerdo de su vuelo empezaba a desdibujarse. En un momento, había estado sobre la barcaza, preparando una bola de fuego alrededor de su guantelete, seguro de que tendría a Espina suplicando misericordia. Por cierto, los espinos que la recubrían parecían inflamables. Pero al siguiente, quedó enredado en sus tentáculos, que resultaron tan fuertes como el acero. Una de las púas había perforado las placas posteriores de su armadura, aunque, afortunadamente, sin llegar a la piel.

Luego empezó a hundirse, envuelto en la oscuridad. La presión le bloqueó los oídos, y el agua empezó a filtrarse a través de las uniones del traje. Estaba a medio camino del fondo del río cuando consiguió plegar el traje dentro del bolsillo tatuado que tenía sobre el pecho y nadar hacia la orilla.

Finalmente, el ataque de tos se detuvo. Adrian giró sobre la espalda, mirando hacia arriba, a la parte inferior del puente. Oyó que un vehículo pesado cruzaba encima; la estructura de acero tembló bajó su peso.

El mundo acababa de silenciarse una vez más cuando oyó un repique que provenía de su brazalete. Hizo una mueca.

Por primera vez se le ocurrió que su decisión de transformarse en el Centinela pudo no haber sido la mejor idea. Si hubiera atrapado a Espina y recuperado los medicamentos robados, opinaría de otra manera, pero tal como habían salido las cosas, no había logrado nada al correr semejante riesgo.

Su equipo estaría preguntándose dónde se encontraba, y tendría que explicar por qué estaba completamente empapado.

Se incorporó y metió la mano en el bolsillo cosido dentro del forro de su uniforme de Renegados, pero no había nada.

Ni rotulador ni tiza.

Maldijo. Seguramente, habían caído al agua.

Adiós a la idea de dibujarse ropa seca.

El brazalete volvió a emitir un tintineo. Frotó las gotas de agua de la pantalla con la manga húmeda y luego accedió a los mensajes. Había siete: tres de Ruby, uno de Oscar, uno de Danna, dos de sus papás.

Genial. Habían involucrado al Consejo.

Apenas cruzó aquel pensamiento por su mente, oyó un rugido de agua. Sus ojos se abrieron desorbitados y se puso rápidamente de pie… demasiado tarde. Un muro de agua espumosa se descargó con estrépito empapándolo de nuevo. Casi no pudo mantenerse en pie al tiempo que la inmensa ola retrocedía hacia el lecho del río. Escupiendo y quitándose de encima trozos de algas del uniforme, observó una nueva muralla de agua que se levantaba del otro lado del río, subiendo hasta una altura insospechada en la otra orilla: una ola de treinta metros, encima de la cual se encaramaban hábilmente todas las embarcaciones dispersas. Abajo, quedó al descubierto el lecho del río, cubierto de plantas viscosas y pilas de basura. La ola permaneció suspendida, inmóvil durante un instante, antes de hundirse una vez más y lanzarse hacia la bahía.

Tsunami, supuso Adrian, o uno de los otros elementales de agua de la tropa, estaba rastreando el fondo del río.

Entonces, cayó en la cuenta de que seguramente lo estarían buscando a él.

Nova debió ver que la prodigio soltaba al Centinela en el agua, y ahora buscaban su cuerpo.

Volviéndose, caminó a los tumbos hacia un pequeño acantilado. Se aferró de las malezas, rocas y raíces expuestas de los árboles para trepar la orilla. Para cuando llegó arriba, no solo estaba empapado, sino cubierto de lodo.

Había algunas señales de vida en el refugio bajo el puente: un toldo, un par de mantas, un carrito de compras abandonado, pero nadie que viera a Adrian rodear el alud a toda prisa y subir al nivel de la carretera. Por debajo, el río volvió a rugir. Una nueva ola artificial empezó a elevarse desde las profundidades.

Se disponía a cruzar la valla de contención cuando oyó una voz potente y familiar proveniente del puente.

Con el corazón desbocado, Adrian se inclinó.

–… sigan buscando –decía Dread Warden, uno de sus padres y miembro del Consejo de Renegados–. Urraca no demora en llegar. Quizás pueda detectar el traje, incluso si está enterrado bajo el lodo.

Adrian exhaló; no lo habían visto.

–Veré si puedo encontrar algo en el siguiente puente –respondió Tsunami–. No parece probable que haya avanzado mucho más, pero no perdemos nada con mirar.

Adrian levantó la cabeza y echó un vistazo por encima de la valla de contención. Podía ver a Tsunami y a su padre sobre la pasarela del puente Halfpenny. El viento revoloteaba la falda azul marino de Kasumi Hasegawa y hacía chasquear la capa negra de Dread Warden. Ambos tenían la mirada fija en el río.

Tsunami hizo un simple gesto con un dedo, y Adrian oyó el estruendo de agua más abajo.

Empezaron a abrirse paso hacia él. Inclinándose, se escabulló nuevamente bajo el puente.

–¿Sketch?

Adrian soltó un jadeo, girando rápidamente. Nova se hallaba de pie, del otro lado de la calle, y lo miraba como si fuera una especie desconocida de anfibio a la que se disponía a diseccionar.

–Nova –balbuceó, corriendo nuevamente colina arriba y pasando por encima de la valla–. Eh… Insomnia. Hola.

Su ceño se profundizó. Se había quitado el uniforme y llevaba pantalones con cordones y una camiseta de tirantes provista por los sanadores. Adrian advirtió los bordes de las vendas que envolvían su hombro derecho.

–¿Dónde has estado? Ruby está muy preocupada –dijo, cruzando la calle. Recorrió su uniforme con la mirada–. ¿Por qué estás todo mojado?

–¿Adrian?

Con un gesto de desazón, se volvió para enfrentar a los dos miembros del Consejo que llegaban al final del puente. Parecían tan sorprendidos como Nova de verlo, aunque más curiosos que desconfiados.

Hasta el momento.

–Hola, todos –saludó, forzando una sonrisa, aunque enseguida se puso serio, con la firme intención de no parecer despreocupado. El asunto no era en absoluto trivial. Pasó la lengua por los labios, que aún sabían a agua de río fangosa, y señaló hacia el puente–. ¿Encontraron algo?

–Cielos, Adrian –exclamó Dread Warden–. Oscar nos avisó de tu desa- parición hace más de media hora. Un instante estabas diciéndole a tu equipo que ibas a perseguir a una prodigio criminal, y luego... ¡nada! No sabíamos si Espina te había atacado o… o… –hizo una pausa, su expresión oscilaba entre la preocupación y la furia–. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? ¿Por qué no respondes tus mensajes?

–Um, estaba… –Adrian echó un vistazo al río; la superficie relucía a la luz del sol–… buscando al Centinela –pasó una mano por el cabello–. Me encontraba en una de las calles laterales cuando vi que Espina lo arrojaba al agua. Así que bajé a la orilla y he estado esperando para ver si salía a la superficie –no hizo falta que simulara su desazón–. No creí que empezarían a registrar el agua tan pronto, así que… –señaló su uniforme, que seguía adhiriéndose, incómodo y frío, a su piel–. Y… eh… ¿los mensajes? –dio un golpecito a su brazalete–. Oh, guau, ¿siete mensajes perdidos? Qué raro. No los oí. Pero ¿saben? Mi brazalete ha estado fallando últimamente. Tengo que hacerlo revisar por el sector de tecnología –se atrevió a mirar a Nova por el rabillo del ojo. Seguía estrechando los ojos, desconfiada.

–Sí –dijo lentamente–. Hazlo –su expresión se aclaró al volverse hacia los miembros del Consejo–. La cuadrilla de limpieza ha llegado, junto con Urraca –su tono era inequívocamente áspero al referirse al alias de Maggie. Aunque Adrian sentía lástima por la chica, sabía que Nova jamás la había terminado de perdonar por intentar robarle su brazalete. Miró su muñeca, buscando el broche que él mismo había dibujado sobre su piel, pero se hallaba oculto bajo la manga de su uniforme–. No sabía dónde quería que empezaran.

–Hablaré con ella –respondió Tsunami–. ¿Debo decirle a Cortina de Humo que le dé instrucciones al personal de limpieza o… –examinó a Adrian–… lo hará el líder del equipo?

Agradecido por poder dejar atrás esta conversación, estaba a punto de decir que no había nada que lo hiciera más feliz que señalar todos los lugares de este vecindario donde habían roto ventanas, destruido muros y disparado balas, pero Dread Warden se adelantó.

–Que hablen con Cortina de Humo. Adrian tiene que acudir al puesto médico para que lo revisen y confirmen que no hay heridas.

–Y también para decirles a los demás que estás a salvo –señaló Nova–, antes de que Ruby llame a su propio equipo de rescate.

Siguieron a Nova a una calle lateral contigua. Adrian divisó dos ambulancias con la R de los Renegados impresa, y unos pocos vehículos de transporte. También empezaron a llegar los medios de comunicación, pero los contuvieron detrás de un trozo de cinta de seguridad color amarillo.

Calle abajo, vio a la cuadrilla de limpieza aguardando instrucciones. Adrian se alegró de ver a Urraca en el equipo. Sería bueno para ella ejercer sus poderes para algo más productivo que el hurto. Sabía que la chica tenía potencial, aunque su personalidad fuera tan ríspida como los miembros adicionales de Espina.

Como si pudiera leer sus pensamientos, Urraca lo distinguió del otro lado de la calle, y su expresión de tedio se volvió hosca. La saludó jovialmente con la mano en alto, pero ella se volteó para darle la espalda.

Habían levantado un puesto delante de una pequeña tienda de reparaciones electrónicas. Oscar, Ruby y Danna estaban cada uno sobre una camilla, atendidos por los sanadores que habían llegado al lugar de los hechos. Uno de estos extraía las gemas incrustadas del muslo de Ruby con un par de alicates resistentes. Cada vez que jalaban una, ella hacía una mueca de dolor; de inmediato cubrían la herida con una gruesa capa de gasa para contener el sangrado y evitar que se formaran nuevas piedras de sangre.

Danna se encontraba tendida sobre el estómago. Habían cortado la parte de atrás de su uniforme, del cuello a las caderas, para que un sanador pudiera acceder a las heridas que le cruzaban la carne. Su espalda parecía haber sido atacada por un oso. Adrian sospechó que la culpa la tenían las púas de Espina. Al menos, el sanador que la atendía parecía ser experto en heridas de piel, e incluso desde lejos pudo ver que los cortes se iban uniendo lentamente en las capas superiores de la epidermis.

–¡Adrian! –gritó Ruby, provocando un sobresalto al sanador que intentaba extraer la última piedra de sangre de su pierna. En el momento en que salió la gema, lanzó un chillido de dolor. Miró al sanador con gesto sombrío, y este le devolvió la mirada. Tomando un rollo de vendas, empezó a vendar la herida ella misma–. ¿Qué pasó? –preguntó, volviendo su atención a Adrian y Nova–. ¿Dónde estaban?

Adrian abrió la boca, preparado para volver a explicar lo sucedido y esperando que se hiciera más creíble con cada nueva repetición, cuando el sanador levantó la mano que aún empuñaba los alicates.

–Podrán hablar después. Ahora tenemos que llevarlos a todos al cuartel general para examinarlos.

–¿Ya atendieron a Cortina de Humo? –preguntó Tsunami–. Nos gustaría que le diera indicaciones a la cuadrilla de limpieza.

El sanador asintió.

–Sí, está bien. Sus heridas eran insignificantes.

–¿Insignificantes? –preguntó Oscar, levantando el antebrazo envuelto en vendas blancas–. El conductor del vehículo me rasguñó cuando estaba sacando las esposas. ¿Y si el tipo padecía rabia o alguna otra enfermedad? Esta podría ser una herida mortal.

El sanador lo miró con recelo.

–No puedes contagiarte rabia de un rasguño de uña.

Oscar resopló.

–Dije o alguna otra enfermedad.

–¿Ya lo revisó para ver si sufre de un ego demasiado inflado? –bromeó Ruby–. Odiaría que saliera volando.

Oscar le dirigió una mirada feroz.

–Solo estás celosa.

–¡Sí, claro que estoy celosa! –dijo ella–. Yo también ayudé a rescatar a esa muchacha, pero ni siquiera me miró. Solo decía… ¡Oh, Cortina de Humo! ¡He estado soñando con tu humo ardiente durante toda mi vida!

Adrian sintió un temblor en la mejilla. La imitación que hacía Ruby de la camarera del café no era exacta, pero se acercaba bastante.

–Me doy cuenta de que mi humo ardiente tiene ese efecto en las personas –dijo Oscar, asintiendo.

Ruby soltó un bufido, y Adrian presintió que intentaba irritar a Cortina de Humo, pero no parecía estar funcionando, y eso la enloquecía.

–¿Qué muchacha? –preguntó Nova–. ¿La rehén?

–Sip –respondió Oscar, balanceando distraído su bastón–. Está completamente enamorada de mí.

–Quién no, ¿verdad? –preguntó Danna, esbozando una sonrisa maliciosa.

–Exacto. Gracias, Danna.

Ella le dio un pulgar hacia arriba desde la mesa.

–Oscar siempre insiste en que estos uniformes atraen el amor –añadió Adrian–. Me sorprende que no suceda más a menudo. Aunque… ninguna chica ha quedado extasiada así conmigo. Y ahora yo también estoy celoso. Gracias, Ruby.

–No es solo el uniforme –señaló Oscar–. Quiero decir, después de todo, le salvé la vida.

–Nosotros le salvamos la vida… –empezó a decir Ruby, pero las palabras se extinguieron, convertidas en un gruñido furioso.

–Quizás debí pedirle su teléfono –musitó él.

Ruby lo miró boquiabierta, con las mejillas ardientes. Adrian sintió pena por ella. Aunque, por otro lado, había sido ella quien intentó burlarse de Oscar para empezar, así que quizás lo merecía.

Asesina Roja apretó la boca con furia, girando la cabeza en otra dirección.

–Quizás debiste hacerlo. Estoy segura de que le encantaría salir con un Renegado de verdad.

–¿Quién habló de salir? –preguntó Cortina de Humo–. Solo me pareció que podría querer postularse para ser la presidenta de mi club de fans. Es difícil encontrar buen personal.

Ruby soltó una carcajada, pero cuando volvió a mirarlo, la sospecha suavizó su expresión.

–¿Estás diciendo que no saldrías en una cita con ella?

–No lo había pensado –un breve silencio se interpuso entre ambos, y hubo un dejo de incertidumbre en la voz de Oscar cuando se atrevió a preguntar–: ¿Realmente crees que debí preguntarle si lo haría?

Ella volvió a mirarlo, muda, atrapada por su propia burla. Tras un largo silencio, se aclaró la garganta y encogió los hombros.

–Puedes hacer lo que quieras.

Adrian se mordió la lengua, intentando ocultar la sonrisa ante la falta de respuesta.

Ruby volvió a dirigir la atención a sus heridas, observándolas con renovado interés mientras sus mejillas se tornaban color escarlata.

Pero Oscar seguía mirándola, desconcertado, y quizás un poco esperanzado.

–Pues… quizás invite a una chica a salir –dijo–. Algún día.

–Quizás debas hacerlo –respondió Ruby, sin levantar la vista.

–Quizás lo haga.

–Ya lo dijiste.

–Claro. Bueno –descendió de la mesa, y Adrian alcanzó a ver que Ruby ya no era la única sonrojada–. Si me disculpan, tengo que cumplir importantes responsabilidades que involucran impartir instrucciones. Así que, eh… nos vemos en el cuartel general. Buen trabajo el de hoy, equipo.

Enderezó su uniforme y se dirigió hacia la cuadrilla de limpieza. Tsunami lo siguió, con un suspiro casi imperceptible.

Danna silbó en voz baja.

–Ustedes dos son imposibles –masculló–. De hecho, entre los cuatro me están volviendo loca.

CAPÍTULO 4

Dread Warden suspiró, y sobresaltó a Adrian. Había olvidado que su padre estaba aquí.

–No extraño esa edad –comentó, y uno de los sanadores le dirigió una mirada cómplice–. Doctor Grant, ¿podría examinar a Sketch cuando tenga un minuto?

–Estoy bien –respondió Adrian–. No quiero que pierda su tiempo revisándome. Concéntrese en Ruby y Danna.

–Adrian… –empezó a decir Dread Warden.

–Lo digo en serio, papá, solo me salpicó un poco el agua de río; tampoco estuve a punto de ahogarme. No te preocupes –sonrió para darle mayor énfasis a sus palabras. Últimamente, había tenido suerte de no sufrir ninguna herida grave desde que empezó a trazar los tatuajes que lo imbuían de los poderes del Centinela. Lo último que quería era que un sanador advirtiera los curiosos dibujos estampados sobre su piel y empezara a preguntar acerca de ellos, especialmente a sus padres.

–Está bien –dijo Dread Warden–. Lleven a todos de vuelta al cuartel general –se volvió hacia los reporteros reunidos y el destello de sus cámaras–, y empecemos a pensar qué les diremos a ellos.

–¡Un momento! ¡Deténganse! –gritó Danna a dos asistentes que conducían su camilla hacia una de las ambulancias. Se incorporó sobre los codos–. No iré a ningún lado hasta que alguien nos cuente lo que pasó. Adrian desaparece y nadie lo encuentra, aparece el Centinela, Espina consigue huir, ¿y ahora dicen que el Centinela podría estar muerto? ¿Y qué significa que Adrian se mojó con agua de río? –extendió los dedos hacia este, como queriendo sujetarlo y sacudirlo si estuviera más cerca–. ¿Qué estabas haciendo?

–Perseguía al Centinela, y después de que Espina lo arrojó al agua, estaba esperando para ver si volvía a la superficie –encogió los hombros. Se sentía aliviado de que esta vez sí sonara más creíble.

–Los pondremos al corriente de todo cuando los sanadores les den el alta –dijo Dread Warden. Chasqueó los dedos y enseguida cargaron en la ambulancia a Danna y Ruby, que desaparecieron protestando dentro de la furgoneta.

–¿Nova? –llamó Dread Warden–. Me gustaría hablar en privado con Adrian. Si quieres, puedes ayudar a Oscar y Tsunami a informar lo que pasó.

Ella echó un vistazo al grupo y notó a Urraca entre la gente. Sus labios se fruncieron con desagrado.

–En realidad, será mejor que vaya a casa antes de que empeoren las noticias. Me gustaría contarle a mi tío la historia desde mi punto de vista antes de que la oiga de otra fuente –miró por última vez las prendas mojadas de Adrian, quien se irguió un poco más–. Yo… me alegra que estés bien –parecía casi incómoda al admitirlo–. Por un momento, nos asustaste bastante.

–Somos superhéroes –dijo él–. No estaríamos haciendo bien nuestro trabajo si cada tanto no asustáramos a la gente.

Nova no respondió, pero su expresión se suavizó antes de voltear e iniciar la marcha hacia el río. Adrian sabía que tenía que recorrer un largo camino a pie para llegar a casa, y estuvo a punto de llamarla y sugerir que esperara. Quizás podían tomarse juntos una furgoneta de transporte. Pero las palabras no le salieron y, de todos modos, sabía que ella declinaría la invitación.

La mayoría de las veces, Nova rehusaba la invitación. ¿Por qué insistir?

Sus hombros se hundieron apenas un poco.

–Hablando de ello… –dijo su padre.

Adrian giró hacia él. Dread Warden se quitó el antifaz negro del rostro y fue como si su padre se hubiera transformado. No era solo el disfraz. El cambio estaba en el relajamiento de su postura, la boca torcida con ironía. Allí donde había estado parado Dread Warden, el famoso superhéroe y miembro fundador de los Renegados, ahora solo se encontraba Simon Westwood, padre atribulado.

–¿De qué? –preguntó Adrian.

–No nos corresponde, como superhéroes, asustar a la gente cada tanto.

Adrian soltó una risilla.

–Es posible que no esté escrito en la descripción de nuestro trabajo, pero, vamos, lo que hacemos es peligroso.

El tono de Simon se endureció.

–Tienes razón. Y como es tan peligroso, es de suma importancia que nuestra conducta no acabe nunca en la imprudencia.

–¿La imprudencia?

–Sí, la imprudencia. No puedes simplemente dejar a tu equipo como lo hiciste, Adrian. ¿Por qué crees que agrupamos a los reclutas en equipos? Es su responsabilidad cuidar unos de otros, y mal pueden hacerlo tus compañeros de equipo si desconocen dónde estás.

–Íbamos todos tras el mismo objetivo –Adrian señaló hacia donde se había marchado Nova–. Ella también salió corriendo tras Espina.

–Sí, ya tenemos sobradas muestras de la tendencia que tiene Nova McLain de tomar decisiones apresuradas y, para serte honesto, esperaba que si pasaba tiempo contigo y tu equipo dejaría de hacerlo –Simón echó la capa hacia atrás–. Además, en este caso en particular, no es una comparación justa. Nova tenía a Danna cuidando sus espaldas. Pero nadie tenía ni idea de a dónde te habías largado tú. No es propio de ti, Adrian, y debes dejar de hacerlo.

–Intentaba alcanzar a Nova y a Espina. No estaba seguro de la dirección que habían tomado, así que me llevó un rato encontrarlas, y luego apareció en escena el Centinela, echando por tierra todos mis planes, pero… –frotó la nuca–. Tampoco es que me fui de juerga sin contarle a nadie. ¡Estaba haciendo mi trabajo!

–No quiero que esto se transforme en una pelea –respondió Simon–. Eres un gran líder de equipo, y estamos realmente orgullosos de ti. Solo quiero recordarte que no existen los lobos solitarios entre los Renegados. No existen los héroes en soledad.

Adrian se meció hacia atrás sobre los talones.

–Hace mucho que tienes eso guardado, ¿verdad?