Ardiente deseo en el Caribe - Cathy Williams - E-Book

Ardiente deseo en el Caribe E-Book

Cathy Williams

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Qué daño podía hacerles permitirse un poco de placer en el paraíso? Al parecer, Jamie Powell era la única mujer que no caía rendida a los pies de Ryan. Ella era consciente de la reputación de mujeriego de su jefe… ¡pues comprar regalos de consolación a sus ex formaba parte de su empleo como secretaria! Con el pretexto de trabajar durante las vacaciones, Ryan la invitó al Caribe, esperando que ella cambiara su serio uniforme laboral por un diminuto biquini…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 185

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Cathy Williams

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Ardiente deseo en el Caribe, n.º 2425 - noviembre 2015

Título original: His Christmas Acquisition

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7250-9

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Jamie llegaba tarde. Por primera vez desde que había empezado a trabajar para Ryan Sheppard, se había retrasado debido a un cúmulo de sucesos desafortunados. Todavía estaba en el metro, esperando a su tren, junto con otros seis mil furiosos usuarios del transporte público.

Muerta de frío, mientras miraba su reloj cada diez segundos, se dijo que su bonito traje de chaqueta gris y sus finos tacones podían ser muy apropiados para la oficina, pero eran poco prácticos en aquel frío día de invierno londinense.

A Ryan Sheppard le molestaba mucho la impuntualidad. Además, ella lo tenía mal acostumbrado porque, durante ocho meses, había sido siempre meticulosamente puntual… aunque sabía que eso no lo haría más comprensivo.

Cuando, por fin, llegó el tren, Jamie había renunciado a llegar a la oficina antes de las nueve y media. Ya no tenía remedio.

Volvió a pensar en la razón que la había hecho salir de su casa una hora más tarde de lo habitual y se olvidó de todo lo demás. Sintió cómo la tensión aumentaba en todo su cuerpo y, cuando se acercaba al moderno edificio de cristal que albergaba RS Enterprises, tenía un insoportable dolor de cabeza.

RS Enterprises era el cuartel general de la enorme corporación dirigida por su jefe. Un ejército de empleados cualificados, motivados y muy bien pagados mantenía a flote todas sus empresas. A las diez menos diez de la mañana, sin embargo, apenas se veía a ninguno de ellos por los pasillos. Debían de estar todos en sus despachos, haciendo lo necesario para mantener el engranaje de su compañía.

Por lo general, ella también habría estado sentada ante su ordenador a esas horas.

Sin embargo…

Jamie contó hasta diez, intentando quitarse de la cabeza la imagen de su hermana, y tomó el ascensor a la planta del director.

Nada más llegar, se dio cuenta de que algo raro pasaba. En un día normal, su jefe solía estar fuera de la oficina en alguna reunión o concentrado delante de su escritorio, con la mente a kilómetros de distancia mientras trabajaba.

Ese día, no obstante, estaba recostado en su silla con los brazos cruzados detrás de la cabeza y los pies sobre la mesa.

Incluso después de ocho meses trabajando para él, a Jamie todavía le costaba reconciliar la imagen que tenía de un tiburón de los negocios con el hombre sexy y desconcertante que era Ryan Sheppard. Quizá fuera porque los cimientos de su compañía se fundaban en el software informático, un área donde el cerebro y la creatividad lo eran todo y llevar un traje de chaqueta caro y zapatos italianos era irrelevante. ¿O sería porque era una de esas personas tan cómodas en su piel que no les importaba lo que el mundo pensara de ellas?

En cualquier caso, Jamie no solía verlo de traje. Incluso, en más de una ocasión, había acudido a reuniones con importantes financieros con pantalones cortos y camiseta y, aun así, todo el mundo había estado disputándose su atención.

Ella esperó con paciencia.

Él se miró el reloj y la miró con el ceño fruncido.

–Llegas tarde.

–Lo sé. Lo siento mucho.

–Nunca llegas tarde.

–Sí, bueno, podemos culpar al errático transporte público de Londres, señor.

–Sabes que odio que me llames señor. Cuando me nombren caballero, podemos reconsiderar esa opción pero, mientras tanto, mi nombre es Ryan. Y no me importaría culpar al transporte público, pero las demás personas también lo usan y solo tú has llegado con retraso.

Jamie titubeó. Todavía tenía los nervios desencajados por lo que le había sucedido esa mañana.

–Yo… me pondré ahora mismo a trabajar… y recuperaré el tiempo perdido. No me importa quedarme en el despacho en mi hora de comer.

–Entonces, si no ha sido por el transporte público, ¿qué te ha retenido? – preguntó él. Durante meses, había intentado descifrar cómo era la mujer que había tras la fría fachada de su secretaria. Sin embargo, Jamie Powell, esa guapa morena de veintiocho años, seguían siendo un enigma. Clavó en ella sus ojos con curiosidad– . ¿Te acostaste tarde ayer? ¿Estás de resaca?

–¡Claro que no tengo resaca!

–¿No? Porque no tiene nada de malo soltarse el pelo de vez en cuando, eso pienso. De hecho, pienso que es bueno para el alma.

–Yo nunca me emborracho – dijo Jamie, ansiando dejar claro ese punto desde el principio. Los rumores corrían como el viento en RS Enterprises y no quería que el señor Sheppard diera a entender a la gente que ella se pasaba los fines de semana viendo la vida a través de un vaso de alcohol. Lo cierto era que no le gustaba que la gente supiera nada de ella. Por experiencia, sabía que, si bajaba la guardia y salía con sus colegas o intimaba demasiado con su jefe, todo iría mal. Ya le había sucedido en una ocasión y no pensaba volver a meter la pata.

–¡Qué loable! – exclamó él con tono burlón– . Entonces, esa opción queda descartada. ¿Quizá se te ha estropeado el despertador? O, tal vez…

Cuando Ryan le sonrió, Jamie recordó por qué tenía tanto éxito con las mujeres. Era la clase de sonrisa que hacía derretirse a cualquiera que no estuviera preparada para resistirse a ella.

–Igual había alguien en tu cama que te impedía levantarte en esta fría mañana de diciembre… – continuó él, arqueando las cejas.

–Prefiero no hablar de mi vida privada, señor… lo siento, Ryan.

–A mí me parece bien, siempre que tu vida privada no interfiera en nuestro trabajo. Pero presentarse en la oficina a las diez requiere una pequeña explicación. Soy un hombre muy razonable – dijo él, recorriéndole el rostro con la mirada– . Siempre que te surja una emergencia, puedes tomarte tiempo libre. ¿Recuerdas el incidente del fontanero?

–¡Eso solo ha pasado una vez!

–¿Y qué me dices de la Navidad pasada? Te regalé medio día libre para que pudieras hacer tus compras.

–Le diste medio día libre a todo el mundo.

–¡Eso es! Soy un hombre razonable. Así que me merezco una explicación razonable por tu tardanza.

Jamie tomó aliento, preparándose para compartir una pequeña parcela de su vida privada. Temía que, al final, como siempre que había revelado algo de sí misma, acabara jugando en su contra. Sin embargo, sabía que, si no saciaba su curiosidad de alguna manera, no la dejaría en paz.

Era un hombre muy tozudo y determinado. Por eso, sin duda, había convertido la pequeña empresa de ordenadores de su padre en una gran multinacional. Su atractiva fachada ocultaba un fuerte y poderoso instinto para los negocios.

Jamie abrió la boca para darle una versión censurada de los hechos, cuando la puerta del despacho se abrió de golpe. Ambos giraron la cabeza sorprendidos hacia la rubia de largas piernas que entró como un tornado.

La recién llegada tiró su abrigo rojo en la silla más cercana en un gesto tan lleno de teatralidad que Jamie tuvo que bajar la vista para no reírse.

Ryan Sheppard no tenía inconveniente en invitar a sus mujeres a la oficina, siempre que hubiera terminado el trabajo del día. Jamie lo achacaba a la arrogancia de alguien que, en vez de molestarse en ir a buscar lo que necesitaba, hacía que lo fueran a buscar a él. En más de una ocasión, su jefe había despedido a los empleados que se habían quedado a trabajar hasta tarde para quedarse a solas con una de sus conquistas.

En ninguna ocasión, sin embargo, Jamie había oído que ninguna de esas mujeres se quejara. Sonreían, lo seguían con mirada de adoración y, cuando se aburría de ellas, se apartaban de su camino con sumisión… y con caros regalos de consolación.

Por alguna razón, era un hombre con tanto encanto que todavía mantenía relaciones amistosas con la mayoría de sus ex.

Era la primera vez que Jamie veía en directo aquella demostración de furia hacia su jefe y lo cierto era que le parecía una situación muy cómoda. Para disfrazar su risa, fingió toser, aunque Ryan clavó en ella los ojos con desaprobación antes de dirigir la atención hacia la indignada rubia.

–Leanne…

–¡No te atrevas a decirme nada! ¡No puedo creer que te atrevieras a romper conmigo por teléfono!

–No podía volar a Tokio para darte la noticia en persona.

Sintiéndose incómoda por presenciar aquella discusión, Jamie hizo ademán de levantarse para irse, pero él le hizo un gesto para que se volviera a sentar.

–¡Podías haber esperado a que regresara!

Ryan suspiró.

–Debes calmarte – dijo él con un frío tono que tenía mucho de amenaza.

Leanne lo percibió y tragó saliva.

–Recuerda las dos últimas veces que nos hemos visto – continuó él con calma heladora– . Te advertí que nuestra relación había llegado a su fin.

–¡Pero no lo decías en serio! – le espetó ella, meneando la cabeza.

–No suelo hablar de esas cosas en broma. Como no querías captarlo, tuve que decírtelo con todas las palabras.

–Pero yo creí que íbamos a alguna parte. ¡Tenía planes de futuro contigo! ¿Y qué… está haciendo ella aquí? – preguntó la rubia, posando los ojos en Jamie– . Quiero hablar contigo en privado, no con tu pequeña y aburrida secretaria tomando notas para luego contárselo a todo el mundo.

¿Pequeña? Sí. Su metro cincuenta y ocho no podía ser considerado una gran altura. ¿Pero aburrida? Viniendo de Leanne, Jamie no se lo tomó como un insulto. Como todas las chicas con las que Ryan solía salir, era la clase de belleza que despreciaba a todas las mujeres que no fueran tan despampanantes como ella.

De todos modos, Jamie le dedicó una fría mirada de desdén.

–Jamie está aquí porque, por si no te has dado cuenta, este es mi despacho y estamos en medio de la jornada laboral. Creo que muchas veces te he dejado claro que no tolero interferencias en mi trabajo. Por parte de nadie.

–Sí, pero…

Ryan caminó con elegancia hasta la silla donde la otra mujer había dejado su abrigo, lo tomó y se lo tendió.

–Estás disgustada y lo siento. Pero ahora es mejor que salgas de mis oficinas y de mi vida con orgullo y dignidad. Eres una mujer hermosa. No te será difícil sustituirme.

Fascinada a pesar de sí misma, Jamie adivinó los sentimientos de Leanne. La rabia y el orgullo habían dejado paso a la autocompasión y la tentación de ponerse a suplicar.

Al final, la rubia se puso el abrigo y salió de la habitación sin dar un portazo.

Jamie se esforzó en no mirar a su jefe, mientras esperaba que él rompiera el silencio.

–¿Sabías que iba a venir? – preguntó él de forma abrupta– . ¿Es la razón por la que elegiste este día para llegar tarde?

–¡Claro que no! – se defendió ella de inmediato– . Nunca me atrevería a entrometerme en tu vida privada. ¡Ni me gusta que me acusen de… tener nada que ver con ninguna de tus… novias!

Ryan afiló la mirada.

–Te lo pregunto porque parecías disfrutar de ver las muestras de histrionismo de Leanne. Hasta creo que te he oído reír.

Jamie lo miró. Él estaba apoyado en el borde de la mesa, con las piernas cruzadas.

–Lo siento. Ha sido una reacción poco apropiada – se disculpó ella y bajó la vista rápidamente, al sentir tentaciones de echarse a reír de nuevo.

Cuando volvió a levantar la mirada, Jamie se lo encontró cara a cara, a solo unos milímetros. Se había puesto delante de ella, había apoyado las manos en los reposabrazos de su silla y se había inclinado sobre ella, tanto que podía ver lo largas que eran sus pestañas y el brillo dorado de sus ojos. Estaba tan cerca que, con solo levantar la mano, habría podido acariciarle la mandíbula y sentir su barba incipiente…

Respirando hondo para quitarse aquellos extraños pensamientos de la cabeza, Jamie se esforzó en mirarlo directamente a los ojos, aunque el corazón le latía como loco.

–Lo que quiero saber es qué diablos te resulta tan gracioso – continuó él con tono aterciopelado– . Me gustaría que compartieras el chiste conmigo.

–A veces, me río en las situaciones tensas. Lo siento.

–Busca otra excusa. Has estado conmigo en situaciones tensas, cuando he tenido que cerrar un trato difícil, y nunca has roto a reír.

–Eso es distinto.

–Explícate.

–¿Por qué? ¿Qué importa lo que yo piense?

–Porque me gustaría saber qué le pasa por la cabeza a mi asistente personal. Llámame loco, pero creo que es importante para facilitar la relación profesional – repuso él. Sin embargo, la verdad era que no había conocido a nadie con quien se sintiera más cómodo trabajando. Jamie parecía tener la habilidad de predecir sus movimientos y su calma era un contrapunto perfecto al ánimo volátil de él.

Antes de contratarla, Ryan había sufrido durante tres años una larga sucesión de secretarias incompetentes que habían compartido una insoportable debilidad por él, desde que su secretaria de toda la vida, que lo había servido durante diez años, había emigrado a Australia.

Jamie Powell era una buena asistente, con independencia de lo que pensara de él o lo que le pasara por la cabeza. Pero, de pronto, sentía la necesidad de sacarla de su frío desapego y conocerla un poco mejor.

Apartándose, Ryan se dirigió al sofá que hacía las veces de cama cuando se quedaba a trabajar hasta tarde.

Con reticencia, ella se volvió hacia él, mientras se preguntaba cuántos millonarios estarían en su despacho, despatarrados con indolencia en un sofá, dejando de lado el trabajo del día para hacerle a su secretaria unas preguntas que no eran asunto suyo.

Por un momento, Jamie se arrepintió de haber aceptado aquel empleo.

–No me pagas para que piense sobre tu vida privada – señaló ella en un intento de cambiar de tema.

–No te preocupes por eso. Te doy permiso para decir lo que piensas.

Jamie se humedeció los labios, nerviosa. Era la primera vez que su jefe la acorralaba de esa manera. Desde el sofá, la observaba con atención, forjándose sus propias conclusiones.

–De acuerdo – dijo ella, mirándolo a los ojos– . Me sorprende que sea la primera vez que una de tus novias irrumpe en tu despacho y te dice lo que piensa. Me pareció gracioso, por eso, me dio la risa. No lo habría hecho si hubiera salido cuando lo intenté, pero me hiciste un gesto para que me quedara. Y obedecí. No puedes culparme por reaccionar así.

Ryan continuó contemplándola con atención.

–¿Lo ves? ¿A que es liberador decir lo que uno piensa?

–Sé que te resulta divertido confundirme.

–¿Te confundo?

Jamie se sonrojó y apretó los labios.

–¡No tienes ninguna ética ni ninguna moral en lo relacionado con mujeres! Llevo trabajando para ti casi un año y has salido con más de una docena. ¡Juegas con los sentimientos de las personas sin darles ninguna importancia!

–Así que eso era lo que escondías tras tu fachada impasible – murmuró él.

–Me has preguntado mi opinión, eso es todo.

–¿Crees que uso a las mujeres? ¿Que las trato mal?

–Yo…

Jamie abrió la boca para decirle que nunca había pensado eso de él, hasta ese momento, pero habría sido mentira. La verdad era que había pensado mucho en Ryan Sheppard y sus relaciones.

–Estoy segura de que las tratas muy bien, pero la mayoría de las mujeres quieren algo más que regalos caros y unas semanas de diversión.

–¿Por qué dices eso? ¿Has estado charlando con mis amigas? ¿O es que es lo que tú quieres?

–No he hablado con tus amigas y no estamos hablando de mí.

De nuevo, su secretaria se había sonrojado. Ryan se fijó por primera vez en la profundidad de sus ojos y en sus labios carnosos. Lleno de curiosidad, se preguntó cómo nunca se había dado cuenta de esas cosas. Entonces, se le ocurrió que nunca habían tenido una conversación demasiado larga que requiriera contacto ocular. Ella había logrado evitar su mirada y su atención, justo lo contrario que buscaban todas las solteras que conocía.

–Trato a las mujeres que las que salgo muy bien y, sobre todo, no les doy esperanzas sobre el lugar que ocupan en mi vida. Saben desde el principio que no quiero una relación estable ni una familia feliz.

–¿Por qué?

–¿Cómo dices?

–¿Por qué no quieres una relación estable ni una familia feliz?

Ryan la miró con incredulidad. Sí, él siempre había admirado a las personas que decían lo que pensaban, tanto en el entorno profesional como en el personal. Se enorgullecía de encajar con deportividad todo lo que se le dijera.

Aunque nadie le había hecho nunca antes una pregunta personal de tal magnitud.

–No todo el mundo sirve para eso – repuso él, decidido a zanjar el tema– . Ahora que ha terminado el show, creo que es hora de volver a trabajar.

Jamie se encogió de hombros.

–De acuerdo. No he tenido tiempo de buscar esos informes que me pediste sobre la compañía de software en la que quieres invertir. ¿Me pongo con ello ahora? Lo tendré todo preparado para la hora de comer.

Una vez más, el día comenzó como siempre, con Jamie haciendo su trabajo con gran eficiencia y rapidez, sentada en su propio despacho adyacente.

El teléfono sonaba de forma constante, ella se ocupaba de las llamadas. Los tipos del departamento creativo irrumpían con nuevas ideas que contarle de vez en cuando. Cuando se ponían demasiado pesados, Jamie los echaba como una directora de colegio decidida a mantener el orden en clase. Cuando él le comentó aquella comparación, ella se sonrojó y sonrió. Y le hizo sonreír al replicar que ella no tendría que hacer de directora de colegio si fuera capaz de hacerlo él.

A las tres, Ryan tomó su abrigo y se dirigió a la puerta. Llegaba tarde a una reunión con tres inversores. Ella le sugirió que se cambiara la camiseta de rugby que llevaba por una camisa más adecuada para la ocasión. Tenía un armario lleno de ropa de trabajo en una suite junto a su despacho.

A las cinco y media, cuando Ryan regresaba a la oficina tras una exitosa reunión, se la encontró recogiendo sus cosas y preparándose para irse.

–¿Te vas? – preguntó él, dejó su abrigo sobre la mesa y empezó a quitarse el aburrido jersey de lana gris que se había puesto para agradar a los inversores.

Debajo, la camisa blanca dejaba adivinar un cuerpo musculoso y fuerte. Jamie apartó los ojos, reprendiéndose a sí misma por haberse quedado embobada mirando. Quizá fuera la entrada en escena de su hermana lo que le llevaba a hacer cosas poco propias de ella.

–Yo… pensaba quedarme más, pero me ha surgido algo y tengo que irme corriendo.

–¿Algo? ¿Qué? – quiso saber él y se acercó hasta detenerse justo delante.

–Nada.

–¿Nada? ¿Algo? ¿De qué se trata, Jamie?

–¡Ay, déjame en paz! – protestó ella, arrepintiéndose al momento de su falta de autocontrol. Apartó la mirada nerviosa, fingiendo recoger unos papeles, y esperó que su jefe captara la indirecta y desapareciera.

Pero Ryan hizo todo lo contrario. Se acercó un poco más, le sujetó la barbilla con un dedo y le levantó la cara para que lo mirara.

–¿Qué diablos está pasando?

–No pasa nada. Solo estoy… cansada, eso es todo. Quizá… esté incubando algo – murmuró ella y apartó la cara, aunque no pudo dejar de sentir el calor de su contacto. Sin esperar su réplica, se puso el abrigo.

–¿Tiene que ver con el trabajo?

–¿Cómo?

–¿Ha pasado algo aquí en el trabajo que no quieres contarme? Algunos de los chicos pueden ser un poco rudos. ¿Te ha dicho algo alguien? ¿Te han hecho algún comentario poco apropiado? – inquirió él, palideciendo al imaginarse que alguno de ellos la hubiera molestado de alguna manera.

Jamie lo miró sorprendida y meneó la cabeza.

–Claro que no. No, aquí todo está bien.

–¿Algún tipo te está haciendo pasarlo mal? – insistió él, mientras su imaginación desbocada dibujaba toda clase de situaciones inapropiadas.

–¿A qué te refieres?

–A si alguien te está tirando los tejos y a ti no te gusta – explicó él– . Dímelo y te aseguro que no volverá a pasar.

–¿Por qué crees que no sería capaz de solucionar algo así yo misma? – preguntó ella con tono frío– . ¿Crees que soy tan tonta que no sé cuidarme cuando alguien decide tirarme los tejos?

–¿He dicho yo eso?

–Más o menos.

–Otras mujeres pueden tener más experiencia en lidiar con hombres – comentó él, poniéndose tenso– . Pero tú… Puede que me equivoque, pero a mí me resultas un poco ingenua.

Jamie se quedó mirándolo, sin comprender cómo había salido ese tema. ¿Cómo era posible que hubieran acabado hablando de su vida sexual?

–Creo que es hora de que me vaya a casa. Mañana me aseguraré de llegar puntual – dijo ella y comenzó a caminar hacia la puerta.

Ryan la detuvo, sujetándola de la muñeca.

–Estás disgustada. ¿Tanto te molesta que me preocupe por ti?

–¡Pues sí! – exclamó ella, sonrojada.

–Soy tu jefe. Trabajas para mí y, por lo tanto, eres mi responsabilidad – continuó él. Cuando posó los ojos en sus labios carnosos y en su blusa blanca inmaculada, bajo una chaqueta ajustada, notó que ella tenía la respiración acelerada.

–Yo soy responsable de mí misma – replicó ella, tensa– . Siento haber tenido un mal día hoy. No volverá a pasar y, para tu información, no tiene nada que ver con esta oficina ni con sus integrantes. Nadie me ha dicho nada y nadie me ha tirado los tejos. No he tenido que defenderme pero, para que quede claro, soy más que capaz de cuidar de mí misma. No necesito que nadie lo haga en mi lugar.

–A la mayoría de las mujeres les gusta que los hombres las defiendan – murmuró él.