Asesinato en el Mersey - Brian L. Porter - E-Book

Asesinato en el Mersey E-Book

Brian L. Porter

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Beschreibung

Un esqueleto y una mujer desaparecida. Un romance condenado. Un misterio que abarca a dos generaciones.

Liverpool, 1961. Un grupo de jóvenes se reúne en busca de fama y fortuna mientras los novedosos sonidos de los locos años sesenta se apoderan de la ciudad. Muy pronto, Liverpool se convertirá en sinónimo de los grupos y música que darán forma a una generación.

Liverpool, 1999. Los restos óseos descubiertos en los muelles llevan al detective inspector Andy Ross y a la subinspectora Izzie Drake a trasladarse en un viaje en el tiempo, mientras la investigación los transporta a los primeros momentos de la historia del pop de la zona.

¿A quién pertenecen los huesos que han permanecido más de treinta años enterrados bajo el lodo del río Mersey, y qué los vincula a una joven que lleva el mismo tiempo desaparecida?

Asesinato en el Mersey, la primera novela de la serie Misterios de asesinatos en el Mersey, es una historia policíaca con profundas raíces en los primeros tiempos del rock n'roll.

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ASESINATO EN EL MERSEY

LOS MISTERIOS DEL ASESINATO DE MERSEY LIBRO 1

BRIAN L. PORTER

Traducido porGEMA PEDREDA

Derechos de autor (C) 2019 Brian L. Porter

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2022 por Next Chapter

Publicado en 2022 por Next Chapter

Arte de la portada por The Cover Collection

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Agradecimientos

Introducción

Nota del autor

1. Primeros Acordes

2. Liverpool, 1999

3. Liverpool, Septiembre 1962

4. Comisaría De Policía De Merseyside, 1999

5. La Morgue, 1999

6. Liverpool, Marzo 1963

7. Informe De Hannah Lewin, 1999

8. Liverpool, Verano Del 63

9. Comisaría De Policía De Merseyside, 1999

10. Cole E Hijos

11. New Brighton, Merseyside, 1964

12. Liverpool 1999

13. Avances, 1999

14. Recuerdos

15. 1966 Y Todo Aquello

16. Hora De Contar La Historia

17. Brendan Kane And The Planets Reunidos

18. Regreso Al Futuro

19. Las Horas Finales, Liverpool, 1966

20. ¿Un Callejón Sin Salida?

21. Personas Desaparecidas, 1966

22. Confirmación

23. Reunión Sobre El Caso, Liverpool, 1999

24. Un Salto En El Tiempo

25. ¡Sorpresa, Sorpresa!

26. De Todo Un Poco

27. Manos Amigas

28. Uniendo Piezas

29. Jimmy Doyle

30. Acercándose

31. ¿Prueba? ¿Qué Prueba?

32. La Cinta

33. ¡Ángel!

Epílogo

Querido lector

Sobre el autor

Notas

AGRADECIMIENTOS

Hubo tantas personas imprescindibles para que Asesinato en el Mersey llegara a ser lo que es que llevaría demasiado tiempo mencionarlas a todas, pero con suerte aquellos cuyos nombres no se mencionan aquí sabréis quiénes sois y lo agradecido que me siento hacia todos y cada uno de vosotros. Sin embargo, creo que debo incluir el nombre de algunos, así que ahí van.

Debo dar gracias a mi editor, Miika Hannila, de Creativia Publishing, quien tuvo tanta fe en el libro que me hizo un contrato antes de haber terminado el primer capítulo, y también a Mario Domina, CEO de ThunderBall Films, que sugirió realizar una adaptación cinematográfica del libro más o menos al mismo tiempo. Esa confianza en el trabajo de alguien es realmente gratificante para un escritor.

A un nivel más personal, mi sincero y cariñoso agradecimiento a todos los miembros de mi gran familia de la también gran ciudad de Liverpool, principalmente a los primos de mi padre y sus descendientes: los pensamientos y recuerdos que tengo sobre vosotros me ayudaron a dar forma a la mayoría de los personajes de la siguiente historia. Las maravillosas personalidades, típicas de las personas de Liverpool, de “Tita Ada” y “Tita Alice” se combinaron para convertirse en Connie Doyle, y el primo George aparece como George Thompson. Ron e Iris, con quienes me quedé a menudo durante los primeros años de mi adolescencia, me ayudaron a moldear algunas de las personalidades que definen a muchos personajes secundarios.

Dedico una palabra de gratitud a mi prima, Rachael Tiffen, quien amablemente me permitió utilizar los nombres de sus hijos, Ethan y Clemency, como personajes, y a Ethan y Clemmy personalmente por darme su aprobación para hacerlo. Espero que disfrutéis con el libro. Como escritor, me resulta mucho más fácil desarrollar un personaje basado en alguien a quien conozco realmente. Me permite añadir sustancia al personaje, algo que, de no ser así, resultaría difícil de incorporar de forma eficaz.

También le debo un agradecimiento a mi compañera escritora y amante de los perros, Carole Gill, la exitosa autora de una serie de novelas de terror que se han convertido en bestsellers. ¡Leed sus libros de vampiros si os atrevéis! En un período de dificultad técnica hacia el final del libro, cuando parecía que la conclusión de Asesinato en el Mersey podría retrasarse muchas semanas, su ayuda y apoyo resultó inestimable. Un millón de gracias, Carole.

Y lo mismo para Mario Domina, ya citado, que también ayudó inmensamente durante este período.

A todas las personas de la maravillosa ciudad de Liverpool, gracias por estar ahí y por inspirarme para escribir Asesinato en el Mersey.

Como siempre, reservo mi agradecimiento final para mi querida esposa, Juliet, mi crítica más severa durante la creación de todos mis libros. Si a ella no le gusta, no va al manuscrito final. Su paciencia (a veces desgastada), e infalible apoyo ha sido, como siempre, un pilar de gran fortaleza durante todo el proceso de escritura.

INTRODUCCIÓN

Corre el año 1961, y la ciudad de Liverpool está empezando a moverse con los sonidos de la nueva ola de música popular que, desde Estados Unidos, encuentra su camino en el Reino Unido. Con el nacimiento de lo que más tarde se conocería como “Los locos años sesenta”, cuatro jóvenes se juntan con el sueño de convertirse en estrellas del pop y comienzan a perseguir ese sueño en diversos clubes de Liverpool, algunos de ellos con nombres ilustres como The Cavern y The Iron Door, pero la mayoría de las veces en locales pocos conocidos fuera de la gran ciudad portuaria. Tocando por tarifas irrisorias aquí, en el entorno que engendraría a nombres como Los Beatles, Gerry and the Peacemakers y otros, Brendan Kane and the Planets comienzan su viaje hacia el reconocimiento final.

En lo que se convertirá en una extensa historia de proporciones casi épicas, damos un salto hasta el fin del milenio. Es 1999, y mientras la ciudad de Liverpool se somete a un programa transformador de modernización y remodelación, las personas que trabajan en un proyecto para recuperar un antiguo embarcadero en desuso y un almacén cercano descubren los restos óseos de una víctima de asesinato que lleva mucho tiempo muerta. Parece que sus dos rótulas llevan las marcas de los disparos a la rodilla clásicos del IRA y poco tiempo después, el inspector Andy Ross y su ayudante, la subinspectora Clarissa (Izzie) Drake, se sumergen en una investigación que los transportará atrás en el tiempo, a aquellos estimulantes días de los años sesenta en que la ciudad se mecía al ritmo de la nueva marca de música popular británica, pero en que las pasiones, más exacerbadas que nunca, llevaron a que se cometiera el crimen más grave, el asesinato a sangre fría. Una pista casual conduce a la identificación final de los restos y a un nuevo misterio que implica a una mujer joven que lleva más de treinta años desaparecida. Cuando se produce un nuevo asesinato relacionado con la investigación, Ross se da cuenta de que el caso no es tan "sencillo" como parecía al principio y comienza una carrera contrarreloj para evitar nuevos asesinatos cuando pasado y presente entrechocan y el caso da un nuevo giro macabro.

NOTA DEL AUTOR

Asesinato en el Mersey es una obra de ficción y, como tal, los personajes principales y muchos de los lugares que se mencionan son resultado de la imaginación del autor y no deben confundirse con personas reales, vivas ni muertas. Sin embargo, a fin de crear una obra creíble y verosímil, ha sido necesario hacer ciertas referencias a personas, lugares, y sucesos reales para invocar el momento y la época del escenario del libro, es decir, la ciudad de Liverpool a principios de los sesenta. Donde esto ocurre se ha hecho con la mayor reverencia y respeto hacia los que se mencionan de pasada, ninguno de los cuales son participantes reales de la obra de ficción y que, como pronto percibirá el lector, están ahí con el único objetivo de crear el clima de una época muy especial para el mundo de la música y para la maravillosa y dinámica ciudad que dio vida al fenómeno más tarde conocido como “los locos años sesenta”.'

Ortografía y gramática

Tenga en cuenta que este libro está escrito en inglés británico y que aquí, en Reino Unido, la escritura de muchas palabras es diferente a la de EEUU. Además, muchos de los personajes del libro hablan en el dialecto local de Liverpool, lo que significa que he corregido la grafía y uso gramatical de ciertas palabras para indicar la pronunciación fonética de las mismas.

1

PRIMEROS ACORDES

The Cavern Club, en la primavera de 1961 era, para utilizar el modismo de la época, "realmente guay". Una escandalosa multitud de adolescentes bailaba, gritaba y, en algunos casos, comía un almuerzo típico del Cavern consistente en sándwiches, refrescos, (el club no tenía licencia para licor), o quizás té o café. Rory Storm and the Hurricanes, un grupo local popular de la época, actuaba en su escenario y el abarrotado club, construido en un almacén en desuso transformado, se llenaba del sonido de los aplausos y gritos de la feliz y casi delirante juventud. El batería del grupo, llamado Ringo Starr, alcanzaría más adelante fama mundial como miembro de Los Beatles, pero todavía faltaba tiempo para que llegara a apropiarse del mundo de la música. En aquel momento sonreía con los aplausos, al igual que los demás miembros del grupo, quienes disfrutaban de la ovación que recibían del agradecido público juvenil. Como los Beatles, Rory Storm and the Hurricanes serían más tarde contratados por el emblemático empresario musical Brian Epstein, tristemente sin alcanzar la fama del bien más preciado y comercializable de Liverpool en los sesenta, pero en aquel momento se alegraban de ser uno de los grupos más conocidos en la siempre creciente escena local musical. En aquel tiempo, en The Cavern Club la música “beat” y rock and roll solo estaba permitida durante las sesiones del almuerzo, ya que era un “club de jazz callejero” donde únicamente se permitía una pizca de jazz para desviarse de la norma. Todo eso cambiaría muy rápidamente gracias al floreciente sonido de los sesenta que emanaría de las calles del gran puerto de mar.

Estirando ambos brazos a los lados y bajando las palmas para pedir silencio al gentío adolescente, Rory Storm sonrió y habló en un tono lo suficientemente alto como para ser escuchado por encima del barullo general del club.

—Gracias a todos. Nos encanta ser bien recibidos. Es hora de tomarnos un descanso, pero sé que os encantará el próximo grupo que está a punto de subirse al escenario. Es su primera vez aquí en el Cavern, así que demos una gran bienvenida a... ¡Brendan Kane and the Planets!

El público jaleó y aplaudió mientras el sonido aumentaba hasta que pareció rebotar desde las paredes de ladrillo del club. Rory se giró a la izquierda y llamó por señas al grupo que, fuera del escenario, esperaba el momento de su debut.

—¡Vamos, chicos de Brendan! —gritó Rory, y los debutantes salieron literalmente corriendo al escenario para escuchar todavía más vítores de la masa de jóvenes expectantes, siempre felices de escuchar y apreciar a los últimos grupos en llegar al panorama musical local.

Compuesto por el propio Brendan, el vocalista principal y guitarrista del grupo, fue seguido al compacto escenario del Cavern por el guitarrista principal Mickey Doyle, el batería Phil Oxley y el hermano menor de Mickey, Ronnie, al bajo. Sin más preámbulos, el grupo se lanzó a ejecutar el primero de los dos números que tocarían aquel día, su propio arreglo del clásico de Chuck Berry Roll Over Beethoven. Unos segundos después de los primeros acordes el club tronaba al ritmo del nuevo grupo, y la voz de Brendan Kane, poderosa y reverberante, embelesaba al público.

"¡Vaya, ese chico sabe cantar!", "Fabuloso" y otros adjetivos positivos fueron pronto intercambiados entre los jóvenes oyentes, cuyos sagaces oídos se sintonizaban rápidamente al reconocer a los grupos o cantantes que tenían el sonido musical adecuado y, lo que es más importante, voces que les podían hacer sobresalir entre la muchedumbre en un panorama musical en constante expansión. Cuando los últimos acordes se apagaron al final de su actuación, el público rompió espontáneamente en un entusiasta coro de aplausos, silbidos, y ovaciones, y Brendan miró esperanzado hacia el lateral del escenario, donde el disc jockey residente del club, que reconocía lo bueno al verlo (y escucharlo), levantó un dedo, indicando que podían tocar otra canción más, lo cual era el doble de lo que esperaban hacer aquel día.

Brendan masculló rápidamente "Coming home" a los miembros del grupo y los dedos de Mickey Doyle comenzaron a dar forma a la melodía de apertura de una canción que él y Brendan habían escrito juntos. Con un ritmo resonante y una pegadiza melodía de guitarra a lo largo de toda la canción, cualquier riesgo que el conjunto hubiera podido correr a la hora de tocar su propia composición en lugar de uno de los temas de moda pronto se evaporó cuando la audiencia empezó a seguir el ritmo con los pies y bailar la nueva canción, que tocaban en público por primera vez.

—Ha estado genial —dijo el disc jockey del club cuando abandonaron el escenario entre aplausos todavía más fuertes—. Chicos, sonáis realmente bien. Quiero que volváis. Pronto.

—Eso sería fantástico —respondió Brendan, con una radiante sonrisa en la cara—. ¿Cómo de pronto?

—¿Cómo tenéis la semana que viene?

—Bueno, el martes tocamos en The Iron Door.

—¿Qué os parece el jueves a la hora de comer?

Brendan cuestionó con la mirada a los demás miembros del grupo. Sabía que tendrían que pedir tiempo libre en el trabajo o simplemente ausentarse de sus empleos si querían asistir a la cita, pero todos asintieron sin dudarlo.

—De acuerdo, aquí estaremos —respondió.

Tras permanecer en el club el tiempo suficiente para fumar un par de pitillos cada uno y tomarse un café o una Coca-Cola, Brendan and the Planets atravesaron el local con su ambiente cargado de humo y la alegre multitud y llegaron a la salida, acompañados por muchas palmaditas en la espalda y comentarios halagüeños de varios jóvenes que obviamente habían disfrutado de su actuación. A lo mejor, pensó Brendan mientras el grupo cargaba sus bártulos en la vieja furgoneta Bedford que solían pedir prestada al padre de Phil Oxley, podríamos hacer algo decente en el negocio de la música. Phil condujo con cuidado, no queriendo dañar su preciada batería ni las guitarras y equipos de los demás y, uno por uno, fue dejando a los miembros del grupo en sus casas o, en el caso de Brendan, en el exterior de la librería en que trabajaba. Al Sr. Mason, el propietario de la tienda, no le importaba dar a Brendan tiempo libre para asistir a sus conciertos ya que, pensando en el futuro, se daba cuenta de que muchos jóvenes que conocían a Brendan estaban ya visitando su tienda con regularidad, y astutamente había empezado a tener en stock una amplia gama de productos, revistas y cómics americanos que le aseguraban unos ingresos constantes por parte de la nueva rama de su clientela. Tal vez, pensó, debería empezar a disponer de unos pocos discos, por si acaso.

El Sr. Mason dio una cálida bienvenida a Brendan a su regreso al trabajo, donde el joven pronto se las arregló para perderse en unos sueños de futuro estrellato que le acompañaron el resto de su jornada laboral.

2

LIVERPOOL, 1999

Clarissa Drake miraba hacia el fondo del antiguo muelle seco, de unos nueve metros de profundidad. Volviéndose hacia el joven que estaba a su lado, habló en voz baja, mientras sufría un escalofrío provocado por la neblina que el cercano río Mersey impulsaba a través del paisaje a tempranas horas de la mañana.

—¿Sabes, Derek? Si no lo supiera, diría que parece contento de vernos.

Antes de que el chico pudiera responder, una profunda voz tras ellos los hizo saltar ligeramente.

—Bien, Izzie, ¿cuántas veces la he avisado de ese sentido del humor que tiene?

Girándose para quedar de frente al hombre que se hallaba tras la voz, la subinspectora Clarissa, (Izzie) Drake, se encontró mirando a los ojos de su jefe, el inspector Andy Ross. El agente Derek McLennan permaneció a su lado, tratando de parecer pequeño e insignificante en un esfuerzo por evitar la ira de su jefe. El inspector Ross, de hecho, a pesar de sus palabras, mostró una sonrisa casi imperceptible mientras miraba severamente a su subinspectora.

—Lo siento, señor, pero ya sabe que siempre me afecta ver algo así. Solo estoy tratando de restarle algo de seriedad del momento, si sabe a qué me refiero.

El alto y moreno inspector dio un paso adelante y miró hacia lo que los había llevado allí en primer lugar. El rictus sonriente de la calavera ciertamente parecía, a todos los efectos y como Izzie había sugerido, contenta por haber sido liberada de su largo encarcelamiento en el pegajoso lodo que solamente entonces había decidido descubrir su macabro secreto. Ross sabía que tenía que haber estado allí mucho tiempo, ya que el pequeño muelle y la dársena llevaban muchos años abandonados y solamente entonces, en el transcurso de unas renovaciones y mejoras urbanas, se había limpiado lentamente la masa de lodo y residuos resultante de años de abandono hasta que el descubrimiento de los restos causó la paralización de las obras. Se volvió para quedar de frente a la subinspectora y el joven agente, que seguía enraizado junto a ella.

—Bien. Entonces vamos a ello. Izzie, intente no asignar ni asumir el sexo hasta que el doctor haya examinado los restos también, ¿de acuerdo?

Izzie asintió.

—Y, ¿agente? —inquirió Ross, mirando al joven detective a los ojos.

—¿Señor?

—No voy a arrancarle la cabeza de un mordisco por quedarse junto a la subinspectora mientras realiza comentarios frívolos, así que no tiene que mirarme como si fuera a ser enviado de nuevo a vestir uniforme o servido de cena al comisario, ¿de acuerdo?

—Sí, señor. De acuerdo, señor. Quiero decir… gracias, señor.

—¿Cuánto tiempo lleva en la división de detectives, joven?

—Seis meses, señor.

—Tiene mucho que aprender, muchacho, mucho que aprender. Ahora pongámonos a trabajar.

—Bien, señor —respondió McLennan, siguiendo a Izzie cuando ella inició el descenso por la escalerilla de hierro que llevaba al embarrado y maloliente lecho del río que había debajo.

Ross los siguió a ambos rápidamente hasta que los tres oficiales se encontraron silenciosamente mirando los recientemente revelados restos óseos que permanecían a medias dentro de la superficie más compacta de tierra, que en algún momento había sido el lecho de un bullicioso y próspero muelle fluvial.

Los detectives se cuidaron de no acercarse demasiado a los restos, sin querer alterar la escena antes de que el forense hubiera tenido la oportunidad de inspeccionarla.

—¿Alguien sabe quién es el forense de servicio? —preguntó Ross, sin dirigirse a nadie en particular.

Izzie Blake le proporcionó la respuesta.

—Uno de los paramédicos de arriba dijo que era Willy el Gordo, señor.

Ross gimió. El mote utilizado por Blake se refería al doctor William Nugent, un cirujano policial brillante pero terriblemente obeso, experto en patología forense, cuyos desafortunados problemas de peso habían proporcionado a los miembros de la comisaría de Merseyside la excusa de realizar chistes a su costa, por supuesto siempre a sus espaldas. El acento del doctor, que era un escocés bastante adusto, contrastaba con el acento local de Liverpool predominante que poseían la mayoría de los policías locales, a quienes en ocasiones resultaba complicado captar las palabras del doctor y pese a que él parecía no tener dificultades con el acento de Liverpool, habiendo vivido en la ciudad más años de los que nadie podía recordar. Nugent era además muy riguroso con las normas y Ross sabía que sería mejor ponerse en su lugar y no causar ninguna alteración a la escena antes que él, no fuera a despertar la ira del buen doctor. Ross levantó los brazos a ambos lados de su cuerpo, como indicando una barrera invisible.

—Bueno, gente, que nadie pase de aquí hasta que llegue el doctor. Ahora díganme qué ven. Usted primero, Subinspectora.

Izzie Drake miró hacia los restos óseos e hizo una pausa mientras ordenaba sus pensamientos. El cráneo y el tronco estaban expuestos en su mayor parte, aunque la zona del abdomen seguía cubierta de una capa gruesa de lodo y cieno, y la parte inferior de las piernas se hallaba expuesta también al fresco aire matutino.

—Bien, señor, me parece que el cuerpo lleva ahí bastante tiempo. Si se fija en la pared del muelle que se encuentra sobre nosotros, podemos ver que el lodo y el cieno debieron de haber alcanzado al menos tres metros antes de que empezaran las obras de recuperación.

Ross miró hacia arriba asintiendo, de acuerdo con su subinspectora, y también dedicando unos instantes a percibir el cartel descolorido que se encontraba en el lateral del almacén de ladrillo en desuso, que ponía “Cole e Hijos, Importadores”. Muchas de sus letras aparecían ahora confusas y apenas legibles. Hizo una nota mental para comprobar cuánto tiempo llevaba vacío el almacén y si Cole e Hijos había sido la última empresa en utilizar las instalaciones. Izzie continuó:

—Sea quien sea, o fuera, la víctima, debe de llevar años enterrada bajo el lodo y el cieno, para haber acabado a esta profundidad.

—Estoy de acuerdo —dijo Ross—. Prosiga, ¿qué más?

—Apostaría que es una muerte sospechosa. No creo que no se hubiera denunciado la desaparición de alguien fallecido por causas naturales, ni que nadie tuviese la más mínima pista de dónde se vio por última vez… ese tipo de cosas.

McLennan la interrumpió.

—A menos que la víctima tuviera un ataque al corazón, o resbalara y cayera al agua, no hubiera testigos, y simplemente nunca la hubieran encontrado.

—Bien, agente McLennan —dijo Ross—. Esa es una buena forma de pensar. Es posible que tengamos que hacer una búsqueda minuciosa de los registros de personas desaparecidas una vez que el doctor nos dé una idea del tiempo que llevan los restos aquí abajo. ¿Algo más, Izzie?

—Todavía no, señor. Creo que necesitamos obtener la opinión del doctor antes de empezar a formular nuestras propias teorías.

Como si se hubieran puesto de acuerdo, primero una amplia sombra y después una gran silueta aparecieron arriba, en el muelle, seguidas por el retumbante vozarrón del doctor Nugent.

—Bien, Inspector Ross. Veo que tiene algo interesante para mí esta mañana —el acento escocés era claramente discernible para los que se encontraban alrededor del patólogo.

—Buenos días, Doctor. Sí, lleva un tiempo aquí, diría yo, pero agradecería su opinión profesional antes de sacar conclusiones.

—Ajá, sí, es bueno saber que está aprendiendo un par de cosas. Supongo que nadie habrá alterado los restos, ¿no?

—No, nos hemos quedado bien separados para proporcionarle una zona inalterada alrededor de la víctima.

—Ajá, bien. Será mejor que baje entonces, ¿verdad? Francis, vamos hombre, y traiga su cámara.

Como por arte de magia, la diminuta silueta de Francis Lees, el ayudante del patólogo, apareció a su lado mirando hacia abajo.

—¿A qué diablos espera, hombre? Baje por esa escalerilla y espéreme en el fondo. Y asegúrese de cogerme si resbalo en esos viejos peldaños oxidados.

Los detectives intercambiaron miradas y sonrieron. Pensar en la masa de Nugent cayendo de la escalera sobre el desventurado Lees les proporcionó un instante de humor en medio de su desalentadora tarea. El pensamiento de que el peso de Nugent probablemente impulsaría el cuerpo del pobre Lees hacia el lodo y el cieno, ahogándolo, les hizo creer que podrían terminar teniendo que sacar dos cadáveres del muelle antes de que acabara el día.

Lees descendió rápidamente por la escalerilla y se colocó prácticamente en posición de firmes, con la cámara colgada del hombro, mientras Nugent bajaba lentamente por la escalera oxidada, afortunadamente llegando al fondo sano y salvo menos de un minuto después de su ayudante. Ross no pudo evitar admirar la manera en que el patólogo, a pesar de su volumen, se las había arreglado para descender casi con gracia y sin dificultad aparente.

—Ahora veamos lo que tenemos, ¿eh? —dijo Nugent mientras él y Lees comenzaban su propio examen de la escena. La cámara de Lees destelleaba incesantemente al fotografiar los restos óseos parcialmente descubiertos desde todos los ángulos posibles. Nugent se arrodilló en el lodo junto al esqueleto y empezó a examinarlo cuidadosamente. Ross, conociendo demasiado bien la rutina del doctor, no pudo resistirse a preguntar:

—¿Ha visto ya algo que pueda ayudarnos, Doctor?

—Shhh —lo silenció Nugent.

—¿Piensa que el cadáver va a hablarle? —susurró McLennan a Izzie.

—Le he oído, joven —increpó Nugent al joven detective—. Me gusta trabajar en paz, si no le importa.

—Por supuesto, Doctor, lo siento —dijo McLennan, enrojeciendo visiblemente.

—Ajá, bien, de todas formas, en respuesta a su pregunta, Inspector Ross, creo que tengo algo para usted.

—¿Ya, Doctor?

—Sí, ya, pero en este caso no hace falta ser un genio para asegurar que, en mi humilde opinión, tendrá que buscar un asesino, creo.

Ross e Izzie Drake intercambiaron miradas cómplices. Ambos sabían instintivamente que aquel iba a ser un caso potencialmente largo y complicado.

—¿Cómo puede asegurarlo tan rápido? —preguntó al patólogo.

—Ajá, bien, no creo que este agujero en el cráneo llegara aquí por accidente.

Nugent hizo una seña al inspector para que se acercara más y señaló la parte trasera del cráneo, que había levantado cuidadosamente para apartarla del lodo. Allí, los dos hombres examinaron el gran agujero de la parte de atrás de la calavera, más grande del que habría dejado una bala, pero probablemente ocasionado por algún tipo de traumatismo contuso.

—¿No podría haber sido causado por un accidente, Doc?

—Bajo ciertas circunstancias sí, Inspector Ross, pero no en este caso, creo.

—¿Por qué está tan seguro? —preguntó el policía.

Nugent señaló un punto a unos treinta centímetros a la derecha del cráneo. Ross pudo ver que el doctor, en el curso de su minucioso examen, había descubierto la inequívoca forma de un martillo.

—Apuesto el sueldo de un mes a que ese martillo es su arma homicida, Inspector —dijo Nugent—. La cabeza del martillo está manchada con algo que podría ser sangre, y la forma y el tamaño parecen coincidir con la forma de la herida que esta pobre alma tiene en la cabeza. Podré confirmarlo cuando nos llevemos los restos al laboratorio, pero de momento me alegra decirle que tiene un asesinato entre manos. No hay posibilidad de encontrar huellas dactilares después de tanto tiempo, me temo, lo que me lleva a comunicarle la mala noticia de que pienso que los restos posiblemente lleven aquí mucho tiempo. Años, de hecho.

—¿Alguna idea del sexo? —preguntó Izzie Drake.

—Todavía no, Subinspectora, pero viendo el tamaño de los pies, me atrevo a señalar que varón —respondió Nugent—. Inspector, no quiero alterar demasiado el lugar donde se encuentran los restos actualmente. ¿Podría hacer que un equipo excave toda la zona que rodea el esqueleto y transporte el conjunto de vuelta a mi laboratorio? Allí podré realizar un examen minucioso y proporcionarle toda la información que el muerto esté dispuesto a revelarme.

Ross gimió interiormente. Sería una tarea descomunal sacar los restos del lugar en que se hallaban, con el lodo y todo lo demás, sin alterar ni destruir el esqueleto, pero al menos, una vez fuera, él y su equipo podrían realizar un estudio intensivo del área circundante para buscar pistas sobre la identidad de la víctima o la naturaleza del crimen. Al menos, la posibilidad de que aquel fuera realmente el lugar del asesinato les facilitaría mínimamente la tarea, ya que les evitaría buscar por toda la longitud del lecho del río, durante kilómetros en ambas direcciones.

—Yo me ocuparé, Doc. Por favor, cuando lleve los restos a su laboratorio…

—Lo sé, Inspector. Le gustaría conocer mis hallazgos lo antes posible.

—Gracias, sí, Doc. Sé que esto no tiene una solución rápida, pero cualquier cosa que podamos hacer para saber quién era y cuándo tuvo lugar el asesinato podrá ayudarnos a llevar a un asesino ante la justicia.

—Le deseo suerte, Inspector, de verdad —dijo Nugent, poniéndose en pie y haciendo una seña a Lees para que lo siguiera, y la pareja comenzó su ascensión por la escalerilla para salir de nuevo a la dársena.

—¿Algo que añadir, Agente? —preguntó Ross a McLennan.

—Solamente una pregunta, señor.

—De acuerdo, dispare.

—Bien, señor, este muelle, o almacén, o cualquiera que sea el término correcto, estuvo una vez conectado al Mersey por aquel canal, ¿verdad? —McLennan señaló hacia el estrecho canal a lo largo del que los barcos se habrían aproximado al muelle desde el río, descargado en la dársena y después virado en la cuenca en que ellos se encontraban entonces antes de salir de nuevo al Mersey.

—Correcto —respondió Ross—, ¿entonces cuál es la pregunta?

—Es solo que no veo cómo pudieron bloquear todo el río Mersey para drenar la dársena y el canal, señor. ¿Cómo diablos lo hicieron?

—Buena pregunta, McLennan, y me alegro de ver que está pensando en esto. No soy ingeniero, pero creo que meten grandes pilotes de metal en el lecho del río, levantan algún tipo de dique temporal y después usan bombas enormes de alguna clase para drenar el agua desde este lado. Una vez seco, pueden construir el nuevo lecho de río reforzado que ve ahora al fondo del canal, reencauzando por tanto el caudal del Mersey. Deben de haber hecho eso muchas veces durante toda la reconstrucción de la zona de la dársena, porque sé que hay montones de entradas y canales que tuvieron que bloquearse antes de que los constructores pudieran empezar a trabajar en lo que se denomina remodelación urbana y mejora de la antigua zona de muelles.

—De acuerdo, señor, ya veo. Solamente intentaba descubrir si el despeje del canal podría habernos dado alguna pista sobre el momento de la muerte.

—Buena idea, Agente, pero evidentemente podría haberse producido en cualquier momento durante la etapa operativa de la dársena o tras su cierre, creo yo. Pero escuche, siga pensando, muchacho, ¿de acuerdo? Eso es lo que hacen los buenos detectives todo el tiempo, pensar mucho. La mayoría de las veces son cosas insignificantes, pero un día podría descubrir algo importante. La otra cosa que debemos considerar es si el cuerpo fue arrastrado hasta aquí por la corriente y simplemente acabó en este lugar. El lugar real del asesinato y el sitio donde se arrojó inicialmente el cadáver podrían estar casi en cualquier parte.

McLennan sonrió, satisfecho de que el inspector hubiera escuchado sus razonamientos y no creyera que le estaba haciendo perder el tiempo, pero deseó haber pensado en el último punto que había mencionado.

A continuación, Ross sacó su teléfono móvil y se pasó los cinco minutos siguientes dando instrucciones para que un equipo especializado en recuperación se acercara a la escena y sacara los restos y el lodo y cieno que los rodeaban haciendo una gran excavación para transportarlos al laboratorio forense, a fin de que el Doctor Nugent llevara a cabo lo que Ross sabía sería un examen concienzudo. De momento no había mucho que ellos pudieran hacer, no hasta que hubieran retirado los restos y tuvieran la oportunidad de examinar minuciosamente el área circundante. Ross sabía que tendría que llamar a unos cuantos oficiales uniformados además de a los miembros de su propio equipo, y a su jefe, el detective inspector jefe Harry Porteous, no le iba a hacer ninguna gracia el pago por horas extras que probablemente resultaría de un caso que, al menos en apariencia, parecía ofrecer pocas esperanzas de alcanzar una solución rápida y fácil.

—Bien —dijo Izzie cuando ella y Ross se pusieron a mirar los restos, después de que Ross hubiera enviado a McLennan a comenzar la organización para retirar cuidadosamente los restos mortales y llevarlos al laboratorio.

—Bien, sí, Subinspectora —replicó Ross, pensativo—. Claro que bien.

3

LIVERPOOL, SEPTIEMBRE 1962

Brendan Kane y sus músicos estaban sentados alrededor de la mesa de la cocina en casa de los padres de Brendan, una pequeña vivienda adosada de ladrillo rojo con dos habitaciones arriba y dos abajo, muy semejante a otros miles de casas de la ciudad. Phil, el batería, incapaz de tener las manos quietas, jugueteaba constantemente con una botella de Camp Coffee en una mano y otra de kétchup Heinz en la otra. A un lado de la estancia un pequeño fuego de carbón ardía en el fogón, proporcionando calor y una sensación de acogedora seguridad. Junto al fuego, un montón de ropa lavada colgaba sobre un tendedero de madera, añadiendo a la hogareña sensación de la estancia un olor a ropa húmeda. A pesar del calor y la atmósfera doméstica de la casa de sus padres, como muchos otros chicos de su edad, Brendan alimentaba sueños en los que era capaz de salir al mundo y dejar atrás la gris y monótona existencia que padecían sus padres y otras personas de su generación. Su padre, Dennis, había pasado toda su vida activa trabajando como estibador, una vida dura que exigía un gran esfuerzo físico diario. Los años habían pasado factura a Dennis Kane y Brendan, a pesar de profesar el mayor de los respetos hacia su padre, quería más de la vida: una casa con jardín en lugar de una puerta principal que daba directamente a la calle, algunos aparatos modernos tal vez, como un lavavajillas parecido a los que había visto en las tiendas del centro, y una de las nuevas lavadoras automáticas. Brendan sabía que su madre tenía más suerte que la mayoría por poseer una lavadora de doble tubo con secadora, que extraía de la ropa la mayor parte del agua. Aun así, la colada puesta a secar en el tendedero actuaba como recordatorio de que su madre seguía teniendo mucho que lavar a mano y secar después frente al fuego de la mejor manera posible.

Como el resto del grupo, sentía que la mejor oportunidad para alcanzar sus sueños podría ser a través de su música. La anterior Navidad sus padres le habían regalado su guitarra, una Hofner Twin Pick-up de segunda mano, pero en buen estado. Eran conscientes del amor que su hijo profesaba por la música y se habían apretado el cinturón y ahorrado durante meses para comprarle el instrumento y un amplificador de segunda mano. De segunda mano o no, para el joven Brendan la guitarra había sido, y todavía era, el mejor regalo que sus padres le habían hecho nunca, y estaba decidido a recompensarlos lo antes posible por su gran sacrificio económico.

—Escuchad, chicos —dijo Brendan, señalando una pila de papeles que había extendido frente a él sobre la mesa—. Estos son los recibos de todas las actuaciones que hemos hecho hasta ahora. A nivel local lo estamos haciendo bien, pero creo que tenemos que intentar dar un paso más, ¿sabéis? Por ejemplo, firmar un contrato discográfico.

—Jesús, Brendan —respondió Mickey, apartándose de la cara un rizo que siempre le caía delante del ojo derecho—, a todos nos encantaría hacer eso, tío, pero conseguir un contrato discográfico no es tan fácil, y tú lo sabes.

Los demás asintieron, mostrando su acuerdo con la declaración de Mickey.

—Sí, ya lo sé, pero ese tipo, Brian Epstein, ¿sabes? Su padre tiene una tienda de muebles en la ciudad. Pues Brian es director del departamento de música y ha empezado a gestionar algunos de los grupos locales de música beat. Ha firmado con Los Beatles y nosotros hemos tocado en el mismo escenario que ellos, ¿verdad? Alguien me dijo que ya tienen un contrato discográfico y que van a sacar disco el mes que viene. Lo compusieron ellos mismos, se llama Love me Do. La semana pasada oí que también lleva a Gerry and the Pacemakers y a un par de grupos más, y todos son de la ciudad y les va bien bajo su tutela.

Phil Oxley se unió a la conversación.

—Sí, lo he visto por algunos clubes, como The Cavern, The Iron Door… sitios así.

—Pero, ¿nos ha visto y escuchado tocar alguna vez? —preguntó el joven Ronnie.

—Exacto —dijo Brendan—. Tenemos que asegurarnos de que esté en uno de esos clubes cuando salgamos al escenario, asegurarnos de que nos escucha y de que le gustamos. Entonces tal vez nos elija a nosotros también.

—Sí, pero no es el único que dirige el negocio, ¿no? —dijo Ronnie—. Sé que un par de grupos hicieron grabaciones de maquetas en el estudio que Pete Kemp tiene en el centro. Tal vez él pudiera hacerlo y enviar copias de la maqueta al Sr. Epstein y a algunas de las grandes compañías discográficas, ¿sabes? Como Decca, E.M.I. y Polydor.

—Claro, Ronnie —replicó Brendan—. Podríamos hacer eso, gastar un montón de pasta que no tenemos en que nos hagan una maqueta y después comprar copias suficientes para distribuir por el sector, solamente para que algún asistente de producción escuche unos pocos compases, eso si tenemos suerte, y después tire el disco a la basura. Solamente nos pagan tres libras por actuación, tío, y tenemos que darle algo al padre de Phil por la gasolina que usamos cuando nos presta la furgoneta, así que no nos queda mucho dinero que tirar en una maqueta que casi nadie va a oír.

—Pero, ¿entonces cómo se las arreglan los demás grupos? —preguntó Ronnie— ¡Seguro que hay muchas discográficas que tienen a gente que escucha a las nuevas promesas cuando reciben las maquetas por correo!

Mickey metió baza:

—Ronnie, creo que lo que Brendan quiere decir es que la mayoría de las maquetas que se escuchan probablemente las envían sus mánagers, que ya conocen a los productores y sitios como Decca y demás.

—Sí, exacto —dijo Brendan—. Por eso necesitamos que alguien como Brian Epstein se fije en nosotros. No tiene que ser él, evidentemente, pero es de aquí, y es posible que tengamos más oportunidades de que nos escuche y escoja él que otra persona. Además, no conocemos personalmente a muchos mánagers de grupos de pop, ¿verdad?

—De acuerdo —comentó Ronnie—. ¿Entonces qué crees que deberíamos hacer, Brendan? ¿Cómo conseguimos que venga y nos escuche? No podemos ir a suplicárselo, ¿no? Ya sabes: “Por favor, Sr. Epstein, somos muy buenos. Venga a escucharnos y háganos un contrato.”

—Usaremos el cerebro, Ronnie. Eso es lo que haremos. Mirad aquí —dijo Brendan—. Estos recibos muestran que sacamos un pequeño beneficio en todas las actuaciones, no mucho, obviamente, pero sí lo suficiente como para imprimir algunos panfletos. Mi idea es imprimirlos con unas cuantas fechas de próximos conciertos, ¿entendéis? Cuando tengamos tres o cuatro actuaciones contratadas nos aseguraremos de entregar copias del panfleto en la tienda de su padre, en el departamento de música y en su oficina. He descubierto que tiene una en la ciudad, donde lleva sus cosas de administración. Entonces podremos pedirle ayuda a esa preciosa hermana que tienes, Mickey.

—¿Y qué queremos que haga Marie exactamente? —preguntó Mickey.

—Bueno, es realmente guapa, ¿verdad? Y suele ir con sus amigas a los clubes a escuchar música, ¿no? —todos asintieron excepto Mickey, que no estaba seguro de lo que iba a sugerir Brendan.

—Lo que haremos es pedirle que vaya a unos cuantos clubes por los que suele estar él y que intente hablarle, simplemente dejarle caer algunas pistas sobre ese grupo tan bueno que ha escuchado —que somos nosotros, claro—, y que debería ir a The Iron Door, o a donde sea que hayamos programado esa semana, y oírnos. Puede decirle que nos siguen un montón de chavales y que sonamos muy bien. ¿Qué tío puede resistirse a una chica tan guapa como tu hermana, Mickey?

—Suena bien —respondió Mickey—, pero, ¿cómo sabremos en qué clubes va a estar para que Marie intente hablar con él?

—Sí, ya sé. Ese es el gran problema de mi plan. Tal vez podría pasar una o dos semanas haciendo lo posible por acorralarlo y después colocamos los panfletos rápidamente y los distribuimos de forma que le lleguen copias justo después de hablar con Marie. Podríamos tener suerte.

—Joder, Brendan, ahí hay muchos “si”, “tal vez” y “podríamos”, ¿no te parece? —comentó Ronnie.

—Lo sé, Ronnie, pero vamos, chicos, ¿no creéis que merece la pena intentarlo?

Tras otros cinco minutos de debate y sin que a nadie se le hubiese ocurrido una idea mejor para tratar de conseguir el reconocimiento del hombre que veían como su vía de entrada en la industria discográfica, llegaron a un acuerdo, y Mickey prometió hablar con su hermana Marie, quien seguramente se alegraría de convocar a sus amigas para ayudarles a poner en marcha el gran plan de Brendan.

Tras otra media hora de debates y acordando reunirse en casa de Brendan el viernes a las siete de la tarde antes de ir a actuar al recién abierto Pelican Club, los miembros del grupo se fueron cada uno por su camino, dejando a Brendan la tarea de retirar los recibos y las tazas utilizadas para tomar té para que la cocina de su madre estuviera lo más limpia posible cuando regresara a casa tras acabar su turno en la lavandería.

La puerta principal se abrió poco tiempo después, y el padre de Brendan entró en la casa, tras pasar una hora en el pub disfrutando de una o dos pintas con sus amigos. Se dirigió directamente a la cocina, donde Brendan se hallaba sentado, inmerso en sus pensamientos.

—Hola, hijo, ¿cómo estás? —preguntó Dennis.

—Bien, papá. Estoy pensando cosas, ya sabes.

—Sí, chico, piensas mucho, ¿verdad? Espero que continúes en ese nuevo trabajo y no te disperses demasiado con ese tema de la música que tanto os gusta a ti y a tus amigos. No hay futuro en esa vida, deberías saberlo.

Brendan suspiró. Él y su padre habían tenido aquella conversación muchas veces en los últimos meses.

—Estás equivocado, papá. En serio. Hay un futuro real ahí fuera si eres lo suficientemente bueno, y sé que los chicos y yo tendremos una auténtica oportunidad si alguien nos descubre. De eso estábamos hablando antes de que tú llegaras.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué piensa el Sr. Mason de toda esa historia de la “música beat”, eh? Por lo que veo tiene bastante paciencia dejándote tiempo libre para ir a tocar esa música tuya durante el día.

—Solamente es alguna hora que otra, papá, cuando tenemos una actuación a la hora de comer, y además solo estoy un par de horas fuera de la tienda… y una me corresponde por la comida. El Sr. Mason dice que cree que debería seguir mis sueños. Todos deberíamos.

Dennis Kane agitó la mano desdeñosamente hacia su hijo. El endurecido estibador jamás entendería a la nueva generación.

—Está bien, hijo, si tú lo dices… si tú lo dices… Ahora sé un buen chico, pon la tetera al fuego y hazle a tu viejo padre una buena taza de té, ¿vale?

Brendan asintió, se levantó de la silla y colocó la tetera que estaba en el fogón al lado del fregadero, llenándola rápidamente y poniéndola a hervir sobre el anillo de gas. Todos los sueños de ser una futura estrella del pop, por el momento y al igual que la tetera que comenzaba a hervir lentamente, quedaron en el quemador de atrás.

Algún día, papá, demostraré que estabas equivocado y haré que te sientas orgulloso de mí, pensó, sin decirlo realmente. No convencería a su padre hasta que él y su grupo llegaran a conseguir algo, y quizás incluso entonces su padre seguiría pensando que ser músico y cantante no era lo que él consideraba “un trabajo de verdad”.

La tetera silbó al hervir y Brendan preparó el té, que Dennis cogió con un rápido “gracias, hijo”. A continuación, se dirigió hacia la salita que ocupaba el frente de la casa y encendió la pequeña televisión en blanco y negro de la esquina, la que Brendan esperaba, algún día, poder cambiar por otra con una estupenda pantalla en color, como las que había en aquella tienda grande de la ciudad.

Brendan se llevó su humeante té arriba, a su cuarto, donde encendió el pequeño transistor portátil, que tenía sintonizado permanentemente en Radio Luxemburg. Se tiró sobre la cama y se perdió en sus sueños de estrellato musical mientras los últimos sonidos de las listas de éxitos inundaban su mente. El té pronto se quedó frío, y él, perdido en los primeros sonidos de los sesenta.