Tras Las Puertas Cerradas - Brian L. Porter - E-Book

Tras Las Puertas Cerradas E-Book

Brian L. Porter

0,0
2,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
  • Herausgeber: Next Chapter
  • Kategorie: Krimi
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

En el nebuloso Londres victoriano, un despiadado asesino serial anda suelto. Mientras sus habitantes se horrorizan con la ola de crímenes perpetrados por Jack, el destripador, otra bestia menos conocida se pasea libremente por sus calles.
La prensa oculta en sus páginas interiores apenas un puñado de artículos que narran los extraños crímenes ocurridos a bordo de los carros del ferrocarril metropolitano de la ciudad. Cada asesinato se produce exactamente un día después de los crímenes perpetrados por El Destripador, como si su autor quisiera sacar ventaja de la falta de recursos policiales para enfrentar dos grandes investigaciones simultáneamente.
El inspector Albert Norris está a cargo de llevar al asesino del ferrocarril ante la justicia, pero las pistas son pocas y los motivos que mueven al homicida no del todo claros. Norris se ve forzado a realizar su investigación en silencio y sin generar pánico, pues las autoridades intentan que la población londinense no pierda la confianza en la seguridad del sistema ferroviario local.
La prensa sabe todavía menos del caso y Norris cuenta con escasa ayuda de sus superiores para resolver la inexplicable seguidilla de asesinatos.
Tras Las Puertas Cerradas” de Brian L. Porter es una apasionante novela policial victoriana que transcurre en aquellos terribles y oscuros días del Otoño del Terror.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



TRAS LAS PUERTAS CERRADAS

BRIAN L. PORTER

TRADUCIDO PORGLORIA CIFUENTES DOWLING

Derechos de autor (C) 2011 Brian L. Porter

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2023 por Next Chapter

Publicado en 2023 por Next Chapter

Arte de la portada por The Cover Collection

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Introducción

Parte I

Un visitante madrugador

El cadáver en Aldgate

Instrucciones

Sin rastros de sangre

Identificación

Laurence Bellhaven

Post Mortem

La tristeza de un padre

Una entrevista con Florence Bellhaven

Una entrevista con el reverendo Bowker

El paso del tiempo

Doble evento

Parte II

Moorgate Street

Repentina revelación

Una reunión con el Comisario

Una cuestión de identidad

¿Un tobillo torcido?

Estancamiento

Norris regresa

La carta

De regreso al comienzo

Lo que vio y escuchó el mayordomo

Uniendo esfuerzos

Anotaciones en un diario

Parte III

Informe de la situación

La información de Goldstein

Un tarde con los Norris

9 de noviembre de 1888

El edificio Miller’s Court

La negativa

Nuevo respeto

Una visita incómoda

En el bar The Crooked Man

La conclusión de Norris

Regreso a Aldgate

Muerte en Aldgate

Cara a cara con Florence

Consecuencias, dos días después

Epílogo

Querido lector

Acerca del Autor

Este libro está dedicado a la memoria de Enid Ann Porter (1914–2004), a Juliet, a Jennie y a su equipo, a los voluntarios y a los residentes de cuatro patas del refugio para animales Mayflower, en Doncaster, UK. ¡Sigan con su gran labor, amigos!

INTRODUCCIÓN

El año 1888 es un año que quedará en la memoria de muchas personas por diversos motivos. En EE.UU, fuertes tormentas de nieve arrasaron el país cobrando la vida de cientos de personas inocentes. En Alemania, Wilhelm II fue coronado emperador y en Londres, en junio de aquel año, Annie Besant organizó la famosa “huelga de mujeres” en la fábrica de fósforos, la que fue trascendental para el futuro de la clase trabajadora dentro del eje central del Imperio Británico.

Sin embargo, fue en los anales del crimen donde el año pasó memorablemente a la historia, pues en 1888 la ciudad de Londres fue remecida hasta sus cimientos por una serie de asesinatos violentos y diabólicos nunca antes visto en el historial policial del Reino Unido. En el espacio de unas pocas semanas, la gran metrópolis fue testigo de varios asesinatos muy despreciables que, hasta el día de hoy, han logrado la inmortalidad y la deshonra de su autor. Las calles de las zonas de Whitechapel y de Spitalfields, en particular, se volvieron aterradoras por causa del desconocido y, hasta ahora, anónimo asaltante llamado Jack, el destripador, quien aparecía y desaparecía como un fantasma en la noche, dejando tras él un rastro de sangre, muerte y horror.

Sin embargo, poco se sabe de otra serie de asesinatos que tuvo lugar en Londres en aquella época. Mientras Jack, el destripador, asestaba sus golpes con aparente impunidad en las miserables y sucias calles infestadas de ratas del East End de Londres, otro asesino menos espectacular, pero no por eso menos peligroso, merodeaba a muy poca distancia del escenario donde actuaba el Destripador, sorprendiendo con infalible regularidad en menos de 24 horas después de cometidos los crímenes.

Con los recursos de la fuerza policial metropolitana desplegados casi hasta el límite en la búsqueda de Jack, el destripador, y con los titulares de la prensa popular

vociferando sus atrocidades casi a diario, no es sorprendente que la historia de los otros asesinatos menos relevantes haya sido relegada apenas a un pie de página en los periódicos. Aun así, con la manipulación política que tenía lugar para reprimir las noticias de la segunda serie de asesinatos en un intento por evitar una reacción violenta del público no solo en contra de la policía, sino también del gobierno, y con una investigación obstaculizada a distintos niveles por la interferencia de la autoridad, la historia de los llamados “asesinatos subterráneos” es la que se narrará en las siguientes páginas.

Hoy en día, el tren subterráneo de Londres, conocido casi universalmente como The Tube (el metro), transporta a miles de pasajeros cada año de manera relativamente cómoda y segura, tanto sobre como bajo las calles de la capital.

En la época de la reina Victoria, sin embargo, el ferrocarril subterráneo fue una nueva proeza de innovación que hizo brillar la ingeniería y que, incluso, dejó su marca permanente en la infraestructura de la ciudad. A pesar de que contaba con locomotoras a vapor y sus vagones eran fríos y a menudo incómodos, plagados de gases nocivos provenientes de las mismas máquinas y de los túneles, el tren era popular especialmente para las clases trabajadoras a las que brindaba un medio de transporte barato y muy confiable para la mayoría que se desplazaba grandes distancias hacia o desde su lugar de trabajo o a buscar empleo, lo que hasta ahora no había sido posible. Este nuevo sistema de transporte también se transformó en el lamentable escenario de los crímenes que se presentan dentro de las páginas de este libro.

Gracias a la liberación de ciertos documentos de los archivos de Scotland Yard bajo la reciente ley de Libertad de Información del Reino Unido, ha sido posible narrar este misterio policial poco conocido, por lo que, sin más vueltas, les pido que me acompañen a un viaje atrás en el tiempo hasta el otoño de 1888 en Londres, en una mañana fría y más bien nubosa…

PARTEUNO

UN VISITANTE MADRUGADOR

-Albert, el perro.

-Ehh, ¿qué? -fue la respuesta ahogada de un somnoliento Albert Norris con su cabeza escondida bajo la almohada, mientras la primera luz de la mañana traspasaba la cortina que cubría la ventana de la habitación.

-Dije que el perro necesita salir. Está rasguñando la puerta.

Norris emergió desde debajo de la almohada con el cabello alborotado después de dar vueltas en la cama sin poder dormir durante la noche y miró a su esposa mientras ella, con el codo, lo empujaba en las costillas.

-De acuerdo, Betty, ahí voy -dijo mientras se liberaba lentamente de las sábanas tibias de la cama y se deslizaba casi por arte de magia dentro de las pantuflas forradas que se encontraban en el lugar acostumbrado junto a la cama. Caminó somnoliento y con dificultad por la habitación, deteniéndose solo para recoger y ponerse la bata escocesa que su esposa le había regalado para Navidad, antes de abrir la puerta para dar paso a un perro negro desaliñado de raza indeterminada, que de inmediato esquivó a Norris y saltó sobre la cama cubriendo el rostro de su esposa con lengüetazos de afecto mientras su cola ondeaba sin cesar.

-¡Bert! -chilló ella y Norris, como era usual cuando Billy entraba a diario en la recámara, permaneció observando la escena con una enorme sonrisa en su rostro.

-De acuerdo, ya lo sé. ¡Billy, ven acá, perro loco! -llamó y el animal brincó de la cama siguiendo rápidamente a Norris escaleras abajo hasta la puerta trasera de su muy ordenado hogar. Una vez allí le permitió salir para que el perro deambulara libremente en el pequeño jardín tras la casa.

Albert Norris ocupó los siguientes cinco minutos para preparar un jarro de humeante té caliente y, dejando a Billy disfrutar del jardín, regresó a la habitación con dos tazas de té para él y para su esposa.

-Algún día, Bert, ese perro aprenderá a no saltar sobre la cama en las mañanas. Estoy segura que tú lo alientas a hacerlo.

-Oh, vamos, ¿realmente esperas que él cambie? Ha vivido con nosotros durante cinco años y lo más probable es que difícilmente deje de demostrarnos su afecto después de todo ese tiempo, ¿no crees?

-Supongo que tienes razón -sonrió Betty Norris mirando a su esposo-. El té está bueno, Bert, como siempre.

-Es mi especialidad, cariño -respondió con voz suave y reconfortante estirando el brazo hasta tocar el cabello de su esposa y acariciar sus largos rizos castaños y el contorno de su oreja, suavemente.

-Vamos, Bert Norris, ya es suficiente. Debes ir a trabajar, jovencito. Puedes ir olvidando toda esa introducción amorosa y dejarla para más tarde.

-Pues bien. Entonces sería mejor que salieras de la cama y fueras por mi desayuno, ¿no crees? ¿O pretendes que vaya a trabajar con el estómago vacío?

-Bert Norris, eres un tirano -dijo su esposa riendo.

Betty simuló golpearlo con el puño y terminó de beber su té. Luego depositó la taza y el platillo en la bandeja que su esposo había usado para llevar las bebidas al dormitorio. Cinco minutos más tarde estaba en la cocina hirviendo dos huevos y untando con mantequilla dos gruesas rebanadas de pan para el desayuno de su esposo. Antes de que los huevos estuvieran listos, la rutina de todas las mañanas fue interrumpida por un fuerte golpe en la puerta principal.

-Yo iré -dijo Norris, saliendo rápidamente de la cocina, avanzando por el estrecho pasillo hasta la puerta, donde giró la llave y abrió para encontrarse con un joven y nervioso agente de policía casi en posición de firmes ante la silueta de Albert Norris que llenaba el marco de la puerta.

-Agente Fry -le dijo, reconociendo al joven como uno de los agentes de la estación de policía, a pesar de no haber trabajado juntos alguna vez-, ¿qué demonios lo trae hasta mi casa a esta hora de la mañana?

-Inspector Norris -respondió Fry-, lamento mucho molestarlo, pero el inspector jefe Madden me envió. Ehh. . . quiero decir, el inspector jefe dio la orden, pero en realidad el sargento Wilson me envió, pero…

-No balbucee, Fry. Cálmese, hombre, y dígame qué ha sucedido. Por la expresión de su cara, algo grave está ocurriendo.

-Sí, señor, disculpe, señor. El sargento Wilson dijo que viniera a buscarlo de inmediato. Se ha desatado un infierno, señor. Como usted sabe, el asesino de Whitechapel dio otro golpe anoche. Es decir, antenoche, en realidad, y…

-¡Aguarde un momento! No tan rápido, hombre. Yo no tengo participación en ese caso. Tengo entendido que el inspector Abberline está a cargo de la investigación local que corresponde.

-Sí, lo sé, señor, pero no se trata de ese caso.

-Entonces, ¿por qué lo menciona? ¿De qué se trata, Fry?

-La bestia mató otra vez ayer a primera hora de la mañana, como usted sabe, y las mutilaciones fueron aún peores que en los otros casos, señor. Creo que se llamaban Tabram y Nichols, y casi no hay agentes disponibles. Todos han sido reclutados para intensificar la búsqueda, tal como ha dicho el sargento Wilson. Por eso es que lo necesitan a usted para el otro caso.

-¿Qué otro caso? -preguntó Norris endureciendo repentinamente la mirada mientras aguardaba a que Fry expusiera el real propósito de esa extraña citación a tan temprana hora.

-Ha habido un asesinato en el nuevo ferrocarril subterráneo, señor. Una mujer apuñalada y abandonada en uno de los vagones, es lo que me ordenaron que le dijera. El inspector jefe desea que usted se haga cargo del caso. Alguien ya fue enviado a buscar al sargento Hillman para llevarlo también a la estación.

Dylan Hillman era el sargento que trabajaba con Norris y era el único hombre en el mundo en quien él tenía fe y confianza absolutas. Hillman y Norris habían trabajado juntos durante cinco años y los lazos entre ambos se habían fortalecido cada vez más con el paso del tiempo. Al menos, pensó Norris, no era el único hombre citado de madrugada a la estación de policía. Podía imaginarse el ceño fruncido de Hillman cuando un agente lo visitó a esa hora tan inapropiada.

-Supongo que no tengo tiempo para desayunar, ¿no es así, Fry? -preguntó Norris, sabiendo ya la respuesta. Si Madden había enviado por él, significaba que lo necesitaba de inmediato y no después de disfrutar de un tranquilo desayuno con su esposa.

-El sargento dijo que le transmitiera a usted que el inspector jefe había dicho “ahora significa ahora ya”, si me disculpa, señor.

-No se preocupe, agente. No tengo la costumbre de dispararle al mensajero. Solo deme un minuto para decirle a mi esposa que tal vez estaré fuera por un tiempo largo.

Norris cerró la puerta. El agente Fry aguardó inquieto y preocupado pues el minuto se transformó en dos, luego en tres y después en cuatro. De seguro estaría en problemas con el sargento si el inspector no lo acompañaba de inmediato a la estación de policía. Al fin y al cabo, el propio inspector jefe lo había citado.

Habían pasado diez largos minutos cuando finalmente Norris abrió otra vez la puerta de entrada. Betty había envuelto dos rebanadas de pan con mantequilla en un trozo de papel manteca que entregó a su esposo y se había asegurado de que Norris comiera los huevos que había cocido antes de que se reuniera nuevamente con Fry. Ya se habían enfriado mientras Norris estaba en la puerta conversando con el agente, pero al menos serían una fuente de nutrientes para su esposo pues ella sabía, por experiencias pasadas, que podría estar fuera por muchas horas si se trataba de la primera etapa de la investigación de un asesinato. Norris la besó en la mejilla, dio de palmaditas al perro que había regresado de su ronda por el patio trasero para hurgar cualquier sobrante de la mesa del desayuno, y se dispuso a acompañar al policía para enfrentar lo que el día le tuviera reservado.

-De acuerdo, agente Fry, vamos allá -dijo un alegre Albert Norris al reunirse con el joven policía. No había tenido tiempo de afeitarse y su abrigo se veía un tanto arrugado, pero, aun así, mientras caminaba a paso ligero junto a él, Fry sintió que el inspector Norris, a quien conocía solo por su reputación, definitivamente era un hombre con el que no le gustaría tropezarse. Norris tenía un “pasado”, al menos así había sabido, pero qué había sucedido para dejar al inspector en una especie de limbo, nadie en la estación de policía lo sabía ni estaba preparado para hablar al respecto. Todo lo que Fry sabía, mientras observaba al hombre que caminaba a su lado, era que poseía cierto aire autoritario y que no admitiría comentarios provenientes de un simple agente de policía como él. Norris podía ser alguien difícil de llevar. Eso era todo lo que sabía y tomó la sabia decisión de no hacer enfadar al inspector, si podía evitarlo.

Pronto ambos hombres dejaron atrás la pulcra hilera de casas suburbanas donde vivía el inspector y se encaminaron por una atestada avenida donde los primeros ómnibus de la mañana traqueteaban por las calles adoquinadas, con los caballos bufando y sus pezuñas golpeteando el suelo mientras transportaban a los madrugadores hacia su destino. Junto a ellos pasaron tres de tales ómnibus, cada uno repleto de pasajeros hasta el borde, tanto en el piso superior como en el inferior. Claramente la llegada del nuevo ferrocarril subterráneo no le había restado demasiado al negocio de la compañía de ómnibus, como se había esperado. Aún había muchos residentes en Londres que temían al nuevo tren y preferían viajar sobre la superficie en lugar de arriesgarse a los túneles y a la oscuridad del nuevo sistema de transporte. A pesar de que gran parte de la red ferroviaria corría por la superficie, la gente aún la consideraba demasiado arriesgada y la evitaba como si la muerte acechara a cualquiera lo suficientemente imprudente como para arriesgarse en un viaje por las resplandecientes vías metálicas.

Los vendedores callejeros ya estaban montando sus puestos: un vendedor de castañas asadas encendiendo su brasero, un vendedor de fósforos preparando su discurso y todo tipo de comerciantes madrugando para ganarse la vida. Para muchos esa vida podía resultar muy miserable, como era el caso de los miles de habitantes de la capital que caían en la categoría social más baja, la de la pobreza.

Quince minutos después de dejar la casa del inspector en Allardyce Street, la mañana del 9 de septiembre de 1888, tan solo 24 horas después de que el hombre que más tarde sería apodado Jack, el destripador, hubiese asesinado y mutilado a la desafortunada Annie Chapman, Norris se presentó en la estación de policía en New Street, donde su participación en los denominados “asesinatos subterráneos”, comenzó formalmente y de inmediato.

EL CADÁVER EN ALDGATE

Aproximadamente cuatro horas antes de que el agente Fry golpeara la puerta en casa de Albert Norris, recién pasadas las 2 a.m., el empleado del ferrocarril metropolitano, Arthur Ward, de veintidós años de edad, comenzó su revisión acostumbrada de los vagones del último tren de la noche que había llegado a la estación terminal de Aldgate. Su trabajo exigía abrir cada puerta de los vagones y asegurarse de que todos los pasajeros hubiesen descendido y evacuado el tren de manera segura. Además debía revisar si dejaban alguna de sus pertenencias olvidadas en el tren, las que luego entregaría en la oficina de objetos perdidos. A esa hora tan avanzada de la noche, era usual que algún juerguista nocturno desconocido se quedara dormido en su asiento y perdiera su parada o bien continuaba hasta el final del trayecto, donde Arthur o alguno de sus colegas gentilmente lo despertaban y lo persuadía de abandonar el tren.

Cada vagón podía transportar un máximo de diez personas en bancos algo incómodos cubiertos con una simple tela que no agregaba mucha comodidad a aquellos que viajaban en la última novedad de transporte dentro de la capital.

Al llegar al tercer vagón del último tren de la noche, Ward abrió la puerta y de inmediato vio la figura reclinada de una mujer joven en el rincón de uno de los asientos, con su cabeza descansando contra la ventana del vagón. Iba vestida con un traje verde y un chal de color café claro cubriendo sus hombros. Sus botas estaban en buen estado, casi como nuevas, y su aspecto era el de una mujer joven, respetable y trabajadora, tal vez una enfermera o una matrona, pensó, de regreso a casa después de su último turno en alguno de los hospitales locales. Sabía que no todas las enfermeras vivían dentro del recinto en algunos de los hospitales más grandes de la ciudad. Su propia prima Maude era enfermera en el hospital Charing Cross y no vivía allí, sino en el hogar de sus padres.

-Fin del viaje, señorita -exclamó Ward en voz alta, esperando despertar a la mujer para que siguiera su camino-. Estamos en Aldgate, señora. Esta noche solo llegamos hasta aquí. Es el fin del recorrido.

Como sus reiteradas indicaciones no recibieron respuesta por parte de la mujer aparentemente dormida, Arthur ingresó rápidamente al vagón y colocó una mano sobre su hombro, remeciéndola suavemente.

-Por favor, señorita, es tarde y usted debería irse a casa ahora.

Al no recibir respuesta, la remeció un tanto más brusco. Esta vez quedó impactado pues, en lugar de despertar y reprocharle la familiaridad con que la había remecido mientras dormía, la mujer se deslizó lentamente por la ventana cayendo del asiento y rodando de manera poco elegante sobre el piso del vagón.

Hasta ese momento de su corta vida, Arthur Ward nunca había visto, ni se había acercado a un cadáver. Sin embargo, cuando miró fijamente la figura que yacía a sus pies sobre el piso del vagón, no tuvo ninguna duda de que la joven estaba realmente muerta. Los ojos en blanco, fijos y la palidez de su rostro eran signos inconfundibles y si aún tenía dudas, estas se despejaron al observar la pequeña pero significativa mancha roja casi en medio del pecho, la que se reveló por completo cuando el chal que la cubría se deslizó hacia atrás con el movimiento del cuerpo al caer sobre el piso. Arthur supo que se trataba de sangre pues había visto bastantes accidentes entre algunos de los trabajadores del ferrocarril como para reconocerla.

Extrañamente, su primer pensamiento fue que debería haber más sangre, si lo que estaba viendo era una herida mortal, pero él no era experto en medicina.

Entonces se dio cuenta de que estaba temblando. Pensó que era debido a la impresión. Sus piernas le pesaban como plomo, no obstante sabía que no podía permanecer allí mirando fijamente el cadáver de la mujer toda la noche. Tenía que ir por ayuda e informar de su espeluznante hallazgo. Entonces, con un esfuerzo sobrehumano, obligó a sus piernas a moverse huyendo por el andén hasta la oficina del jefe de estación.

Hacía bastante rato que el jefe de estación, Edgar Rowe, se había retirado a casa y su oficina estaba ocupada en ese momento por el supervisor nocturno, Maurice Belton, quien también se disponía a dar por terminado su trabajo esa noche tan pronto como Arthur le informara que el tren estaba vacío y que la estación podía ser cerrada con llave hasta la llegada del turno de madrugada, en menos de dos horas.

Cuando Arthur entró en la oficina, Belton le sonrió pero la sonrisa pronto se transformó en una mirada de desconcierto y preocupación cuando vio la expresión de confusión y el semblante pálido, claramente visibles en el rostro del joven.

-¡Arthur! ¿Qué sucede? Parece como si hubieras visto un fantasma.

-Peor que eso, señor Belton, ¡encontré un cuerpo! -chilló Arthur.

-¿Un cuerpo? ¿Qué clase de cuerpo? -preguntó Belton, dándose cuenta que probablemente había hecho la pregunta más estúpida de su vida.

-Un cadáver, señor Belton. Una mujer..., joven, en uno de los vagones. Es horrible, realmente horrible. Tiene una mancha roja de sangre en su pecho. Creo que le han disparado.

-Está bien, Arthur, cálmate un poco, lo estás haciendo bien. Creo que mejor me muestras tu cadáver antes de hacer cualquier cosa.

-No es mi cadáver, señor Belton, téngalo por seguro.

-Sí, está bien, de cualquier modo es mejor que me lo muestres -dijo Belton mientras intentaba liberar su corpulenta figura desde detrás del escritorio para dirigirse con Arthur hasta el vagón donde yacía reclinado el cuerpo de la joven.

Después de confirmar lo que Arthur ya sabía, en otras palabras, que la mujer ya no requería ayuda, Belton envió al desafortunado joven a buscar a un agente o, si no encontraba a ninguno, lo instruyó para que corriera hasta la estación de policía más cercana, a unos diez minutos, y regresara con un policía.

Contento de salir de la atmósfera claustrofóbica de la estación subterránea, Arthur tragó enormes bocanadas de aire cuando llegó a la calle fuera de la estación Aldgate. Se sentía feliz de escapar de todo ese olor penetrante que siempre flotaba dentro de su lugar de trabajo: una mezcla de humo viciado, vapor, polvillo de carbón y otros elementos nocivos que colgaban como una nube en cada tramo del ferrocarril. Quiso la suerte que apenas dos minutos después de abandonar la estación, al girar en una esquina, se encontró cara a cara con un agente de policía al que rápidamente contó toda su historia.

-Ha habido un asesinato. . .en el tren. . .en la estación -balbuceó Arthur ante el sorprendido oficial, quien, viendo el estado de agitación del joven, agarró su arma mientras le respondía:

-Veamos -dijo con voz calmada-, ¿a qué asesinato te refieres? ¿De qué estación se trata? Cuéntame los hechos, hombre, y así podemos resolver esto más pronto.

-Estación Aldgate. . . Sí, lo siento. Encontré el cadáver en uno de los vagones. Es una mujer joven y tiene una herida grande y roja en su pecho.

-¿Hay alguien con ella ahora? -preguntó el agente.

-Sí, el señor Belton, el supervisor nocturno de la estación está con ella.

-Correcto. Entonces esto es lo que quiero que hagas, colega. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

-Ward, señor, Arthur Ward.

-De acuerdo, Arthur. Quiero que corras hasta la estación de policía en New Street. No es muy lejos de aquí. ¿La conoces?

Arthur asintió.

-Bien. Dile al sargento de turno que el agente Wilkinson te envió para informar del asesinato de una joven mujer. Entrégale a él todos los detalles que puedas y enviará a alguien hasta Aldgate tan pronto como pueda. Yo estaré allá, esperándolos.

-Sí, de acuerdo. Iré lo más rápido que pueda -replicó Arthur.

El agente de policía Bob Wilkinson se dirigió rápidamente hacia Aldgate, donde encontró a Maurice Belton de pie en el andén, fuera del vagón que Wilkinson supuso contenía el cuerpo de la persona fallecida. De hecho, Belton había observado ya el cadáver durante un rato después de enviar a Ward en su misión. De manera acertada, también había intuido que mientras menos invadiera la escena, menos opción tenía de comprometer alguna evidencia que el asesino pudiera haber dejado tras de sí.

-Señor Belton, ¿es usted?

-Maurice Belton, sí, soy yo, agente.

-¿Y el cadáver, señor?

-Allá adentro -dijo Belton señalando la puerta del vagón correspondiente.

Wilkinson pasó junto al supervisor nocturno para ingresar en la escena del crimen y, después de breves minutos, se le unieron un sargento de la policía y un joven detective, quienes llegaron acompañados por Arthur Ward, que permaneció esperando en el andén junto a Belton.

El detective, apellidado Dove, parecía estar a cargo de la escena y fue él quien más tarde ordenaría a Wilkinson regresar a la estación de policía con instrucciones de informar de inmediato a la más alta autoridad acerca del crimen cometido.

Dove ignoraba qué tan alto podía llegar este mensaje en tan breve tiempo y tampoco sabía que dentro de algunas horas se le uniría en la escena el inspector de policía, Albert Norris, que había sido citado y contaba con ciertas instrucciones poco usuales relacionadas con la investigación que se le había encomendado.

Por ahora, el detective Dove y el sargento Lee se aseguraron de resguardar la escena tanto como pudieron y el agente Wilkinson recibió la orden de tomar las primeras declaraciones a Ward y a Belton, aunque Dove sabía que quien llegara a hacerse cargo del caso también conversaría con ambos hombres y, por este motivo, les prohibió abandonar la estación hasta que se presentara algún inspector.

-Pero mi esposa se preocupará -protestó Belton-. Ya estoy atrasado para llegar a casa y si tengo que estar aquí por más tiempo, ella creerá que me asaltaron o que tuve un accidente.

-Estoy de acuerdo -agregó Arthur-. Mis padres también se preguntarán qué ha sucedido conmigo.

Dove sopesó la situación por un momento.

El sargento Lee le dio la solución que necesitaba.

-Yo puedo regresar rápidamente a New Street y disponer que un agente lleve el mensaje a sus hogares, si me dan sus direcciones -se ofreció gentilmente-. Puedo hacerlo y volver en cuestión de segundos.

Belton y Ward le proporcionaron los datos que Lee requería y este se dirigió a la estación para disponer que sus familias supieran tan solo que había habido “un incidente en el trabajo” por lo que ambos estaban colaborando con la policía y que pronto volverían a casa.

En seguida Tobias Dove se concentró en su trabajo inspeccionando con mucha habilidad el vagón y el cadáver de la mujer. Deseaba ubicar tantas pistas como pudieran existir para presentárselas al inspector que llegase a hacerse cargo del caso. Muy pronto, sin embargo, quedó desconcertado por la aparente falta de evidencias sustanciales, ya fuera en el cuerpo de la fallecida o en el mismo vagón.

Más tarde se le unió el sargento Lee, quien había traído a dos agentes con él para ayudar en la búsqueda de huellas.

Dove continuó con su investigación hasta la llegada, una hora más tarde, del cirujano de la policía, el doctor Roebuck, que también había sido citado por un agente enviado por Lee tan pronto como llegó a New Street confirmando el descubrimiento de un cadáver y la sospecha de que se trataba de un acto criminal.

El médico se mantuvo ocupado examinando el cuerpo, mientras en la estación de policía, el agente Fry recibía la orden por parte del inspector jefe, quien también había sido despertado por un mensajero, de ir en busca del inspector Albert Norris para traerlo hasta su oficina con el objeto de informarle del caso.

Mientras el contingente policial crecía en el andén de Aldgate, Albert Norris se hallaba sentado frente a su superior, recibiendo una información más bien extraña, ciertamente una que nunca había escuchado antes en todos sus años en la fuerza policial.

INSTRUCCIONES

El inspector jefe Joshua Madden se encontraba sentado sosteniendo su pipa sin encender en la palma de su mano derecha, cuando Albert Norris hizo lo propio en el asiento frente a él en su escritorio, tal como se le solicitó. Cercano a los sesenta años, de casi dos metros de estatura, con una cintura que cedía lugar a la obesidad y esperando jubilarse antes de finalizar el año, Madden acarició su barba cana mientras esperaba que el inspector se instalara en su asiento antes de comenzar a hablar.

-Verás, Bert, tenemos un auténtico caso entre manos, eso es seguro. Por cierto, lamento haberte pedido que vinieras tan temprano.

-No es problema, señor -replicó Norris, aunque sabía que la disculpa de Madden no se aceptaría en un tribunal. Probablemente el inspector jefe se había sentido muy a gusto sacando a Norris de su cama en la madrugada-. El joven Fry me dijo que hubo un asesinato.

-Así es, un mal asunto según dicen todos -corroboró Madden-. El cadáver de una joven mujer fue descubierto por un empleado del ferrocarril metropolitano hace pocas horas.

-¿En la línea del tren, señor, o en uno de los carros? -preguntó Norris.

-En uno de los vagones del tren detenido en el andén de la estación Aldgate.

-Ya veo. Entonces no podemos estar seguros si la víctima fue realmente asesinada en el lugar donde la encontraron.

-Es bastante probable que fuera asesinada dentro del vagón.

-No, señor. Lo que quiero decir es que, si estaba en el tren, pudo haber sido asesinada en cualquier punto a lo largo del trayecto. Tal como usted dijo, el cadáver fue descubierto en Aldgate cuando el tren ya estaba detenido. No hay nada que sugiera que fue atacada allí, supongo, en lugar de cualquier otro lugar a lo largo del itinerario del ferrocarril.

-Aún no tengo todos los antecedentes, Bert. El sargento Dove está en la escena del crimen realizando una investigación preliminar en el vagón y en el cadáver, en presencia del cirujano de la policía.

-Comprendo, señor. ¿Puedo preguntar por qué he sido reclutado para este caso? Quiero decir, difícilmente soy el más popular aquí o en cualquier otra parte de la ciudad, ¿no es así? Seguramente Scotland Yard también querrá meter sus garras en este caso.

Madden miró duramente a Norris, con sus mejillas infladas apenas conteniendo la ira, la cual hizo bien en reprimir antes de responder la pregunta del inspector.

-Presta atención, Bert, y escúchame bien. Mientras estés en mi equipo de trabajo, seguirás mis órdenes, ¿está claro?

Norris asintió sin decir palabra. Madden prosiguió.

-Scotland Yard tiene una dura tarea por delante en la búsqueda del llamado asesino de Whitechapel. Tú sabes tan bien como yo que han reclutado agentes desde cada estación de policía de la ciudad para ayudar en la investigación. Oficinas como la nuestra están siendo despojadas de policías que no podemos darnos el lujo de perder si estamos para patrullar el resto de Londres de manera eficaz. Hemos destinado a cinco hombres para la investigación de Whitechapel y tengo que sacar el mejor provecho de los recursos que quedan a mi disposición. Tú, Albert Norris, cometiste un error hace diez años, uno que te costó tu puesto en Scotland Yard. Desde entonces has hecho un muy buen trabajo, en mi opinión, pero tienes la maldita costumbre de llevar a todas partes ese enorme peso sobre tus hombros. Olvida el pasado, Bert, y concéntrate en el presente. Eres el mejor hombre que tengo para este trabajo y deseo que tú conduzcas la investigación.

-Comprendo, señor. De la manera como lo presenta, realmente no me puedo rehusar, ¿no es así?

-No, está claro que no puedes. Ahora, ¿vas a escuchar lo que tengo que decir o no?

-Sí, señor. Por favor, prosiga.

Madden ignoró el ligero desdén en la voz de Norris y, para reafirmar su superioridad, sacó una caja de cerillas desde una gaveta del escritorio y destinó un minuto que se hizo eterno para encender su pipa, aspirando la boquilla hasta que el tabaco en la cazoleta se encendió como esperaba. Finalmente, satisfecho, retomó la conversación.

-¿Cuánto sabes acerca del ferrocarril metropolitano, Bert?

-Veamos, según lo que recuerdo, fue inaugurado a principios de los sesenta…

-1863, para ser precisos -interrumpió el jefe.

-Correcto, señor, se trata de 1863, entonces. El tren se desplaza sobre y bajo la superficie y las locomotoras a vapor que arrastran los vagones están especialmente adaptadas para correr a través de los largos túneles subterráneos. Yo nunca he viajado en él, pero he oído que es rápido y eficiente así como también económico. La desventaja, según entiendo por lo que he leído y escuchado, es que está lleno de humo y de corrientes de aire, y el olor del humo y de otras sustancias producidas por las locomotoras pueden resultar extremadamente molestos y preocupantes para los pasajeros. El humo llena los vagones filtrándose a través de cada rendija y por los pequeños orificios de la carrocería y algunas personas sostienen que viajar en el tren subterráneo puede ser muy peligroso para la salud. Eso es todo lo que sé, señor.

-Algo de lo que has dicho es muy cierto, Bert, pero hay más que eso. El gobierno se ha comprometido a considerar una gran extensión del sistema del ferrocarril subterráneo. En este momento transporta a miles de pasajeros al año revolucionando el desplazamiento de la fuerza laboral por toda la ciudad. Los trabajadores ahora pueden trasladarse dentro y fuera de la ciudad, hacia y desde trabajos que nunca podrían haber obtenido antes de la llegada del ferrocarril. Sí, es verdad que existen aquellos que dudan del futuro del ferrocarril y también están los que hablan del llamado “gas asfixiante” como un padecimiento terrible que pone en riesgo la salud de los viajeros si usan el sistema de manera regular, pero el tren metropolitano llegó para quedarse. Y no solo eso. La compañía tiene planes de extender el sistema de tal manera que se extienda mucho más lejos: a los suburbios y más allá, incluso. Muy pronto será posible para los trabajadores viajar a la ciudad desde aldeas y pueblos, y viceversa, por supuesto. Piensa en el valor económico de tal expansión y en lo que puede hacer por el desarrollo industrial de la nación.

-Al parecer es usted un experto en el funcionamiento del ferrocarril metropolitano, señor.

-Estoy diciendo lo que sé y lo que he leído en el Times en los últimos meses, Bert, nada más.

Luego de pensar unos segundos, Madden continuó.

-En fin. Hay algo más, de hecho, aunque lo que voy a decirte es completamente confidencial. En algún momento de la investigación puedes confiárselo a tu sargento, pero solo si lo consideras necesario, ¿entendido?

Sin estar seguro de lo que el inspector jefe iba a revelarle, Norris solo pudo asentir en silencio y se reacomodó en la silla, algo inquieto. Tuvo la sensación de que no iba a gustarle lo que estaba a punto de oír. Madden abrió una gaveta de su escritorio y extrajo un delgado expediente de color café. Lo depositó sobre su escritorio y extrajo de él una hoja de papel llena con un texto muy bien escrito a máquina, según pudo ver Norris desde su asiento.

-Lamentablemente -explicó Madden- ha habido algunas amenazas en contra del ferrocarril desde que comenzó a operar hace veinte años. La mayoría de las más antiguas pueden, creo yo, ser fácilmente descartadas por irrelevantes para nuestra investigación de hoy. Pero otras, sin embargo, no pueden ser pasadas por alto tan fácilmente.

-¿Amenazas, señor? ¿Qué clase de amenazas? Norris estaba intrigado.

-Existen personas, Norris, que consideran que el ferrocarril subterráneo no es algo bueno o apropiado para Londres. Aquí tengo un par de ejemplos -y diciendo esto comenzó a leer el papel que tenía ante sus ojos.

“Han muerto personas como resultado de la codicia y la avaricia de aquellos que han transformado a la gente de esta apacible ciudad en habitantes del inframundo.Están advertidos: sus muertes serán vengadas”.

-Es cierto que algunos trabajadores murieron en accidentes, mayormente derrumbes, durante las excavaciones de los túneles originales y de algunos de los más recientes. Esta podría ser una amenaza válida proveniente de alguien con ánimo de venganza en contra de la compañía, tal vez un amigo o un pariente de alguno de los fallecidos.

“Dios no permitirá que este aparato diabólico, esta máquina infernal del demonio, prospere.Provocaremos su ruina y obligaremos al ferrocarril metropolitano a cesar sus funciones de inmediato, en nombre del Todopoderoso”, dice otra de estas amenazas. Hay más, pero la mayoría habla sobre lo mismo.

-Pero, señor, seguramente se trata de detractores fanáticos, insensatos e idiotas con más tiempo y tinta entre sus manos que reales intenciones.

-Probablemente tienes razón, Bert. Pero, y aquí debemos ser cuidadosos, si alguna de estas amenazas es genuina y alguien es asesinado para atemorizar a la gente honesta de la ciudad con respecto al ferrocarril para que cese sus funciones o, al menos, como una acción planificada para afectar los ingresos de la compañía, entonces deberemos estar alertas ante el peligro.

-Sí, señor, creo que ya comprendo. Pero si, como usted dice, se trata de un crimen fortuito y sin motivo aparente, con la sola intención de destruir la reputación del ferrocarril metropolitano, nos resultará aún más difícil rastrear al asesino.

-Me temo que hay más -dijo Madden-. El último párrafo de este otro documento, que fue hecho circular entre todos los oficiales de mayor grado en la policía metropolitana, declara muy firmemente:

“Cualquier acto de sabotaje intencional o posibilidad de que esto suceda, o violencia en contra de las personas que trabajan o que son transportadas como pasajeros por el ferrocarril metropolitano, será considerado de la máxima gravedad por el gobierno de Su Majestad. Tal es la importancia, reconocida por dicho gobierno, del futuro éxito económico del ferrocarril subterráneo y sus consecuencias en la prosperidad del país.Por lo tanto, es imperativo que cualquier investigación de tales actos se realice con extremo tacto y diplomacia, con la mínima publicidad concedida a tal situación y cuyo resultado se mantenga en reserva tanto como sea posible dentro de los márgenes de la ley”.

-En otras palabras, Norris, debes mantener tus indagaciones de la manera más discreta posible, informándome solo a mí y discutiendo el caso solo con aquellos directamente involucrados en la investigación. Eso quiere decir que no debes comentárselo ni siquiera a tu esposa y tampoco a tu perro, ¿queda claro?

-Sí, señor, muy claro. No me di cuenta de que se trataba de un caso de alto perfil.

-En realidad, no lo es. Y así es como debemos mantenerlo.

-Pero, señor, seguramente la prensa estará sobre el crimen en cuestión de segundos.

-El gobierno cuenta con cierto poder para limitar la cobertura de prensa en casos que son considerados materia de seguridad nacional. Este se clasificará como tal y todos los editores serán instruidos al respecto, bajo la ley de Poderes Especiales, para que cooperen con una censura parcial de las noticias. Habrá mínima información impresa, suficiente para asegurar que no haya filtraciones vergonzosas provenientes de alguien que esté enterado que el asesinato realmente ocurrió, pero los detalles importantes se guardarán celosamente y cualquier artículo de prensa será censurado por el Ministerio del Interior.

-¡Por todos los diablos, señor!, ¿me está diciendo que en realidad voy a trabajar con una mano atada a la espalda, por decirlo de alguna manera?

-Me temo que sí, Norris. Así están las cosas y será mejor que seas extremadamente cuidadoso del lugar donde pisas esta vez. En fin. Creo que ya hemos desperdiciado suficiente tiempo aquí en la oficina. Tu sargento ya va en camino a Aldgate para encargarse de los agentes, por lo que te sugiero que vayas allá cuanto antes e impongas tu autoridad en la situación. Recuerda también que el asesino de Whitechapel cuenta con toda la publicidad y la cobertura de la prensa masiva. Mantengámoslo así, ¿de acuerdo?

-En otras palabras, dejemos que los muchachos en Whitechapel nos saquen ventaja mientras nosotros mantenemos un bajo perfil y trabajamos en las sombras -replicó Norris.

-Algo así, sí. Ahora, ya puedes irte.

-Sí, señor, pero solo una pregunta más.

-¿Cuál?

-¿Qué sucederá con los testigos? Ellos no tendrán impedimento para relatar lo sucedido a sus familiares o tal vez a la prensa.

-Las autoridades también se harán cargo de ellos, Norris, no te preocupes. Se les hará jurar que guardarán silencio bajo pena de procesarlos. Un miembro del Cuerpo Especial ya va camino a Aldgate para asegurarse de que firmen los documentos necesarios que garantizarán su silencio.