Atada a ti - Susan Mallery - E-Book

Atada a ti E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

Aquella era una situación ligeramente embarazosa. Nicole Beauman había superado muchos obstáculos a lo largo de su vida y estaba convencida de que jamás retrocedería ante ningún desafío. Pero su jefe, Zane Rankin, rompía todos sus esquemas. Encantador y atractivo, era como el chocolate, pecaminosamente rico, pero perjudicial para la salud. Nicki sabía que Zane no quería sentar cabeza, y menos con una mujer como ella, y no pensaba perder el corazón por culpa de una aventura pasajera. Pero cuando durante uno de sus encuentros amistosos la amistad fue algo más allá, Nicki se quedó embarazada.

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Seitenzahl: 243

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2004 Susan Mallery, Inc.

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Atada a ti, Julia Extra 01 - noviembre 2024

Título original: A Little Bit Pregnant

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410742437

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

—Nicki, estoy desesperado. Tienes que ayudarme.

Nicki Beauman oyó aquella apasionada súplica a través de los cascos. Y aunque le proporcionó cierta satisfacción, no fue suficientemente intensa como para responder con algo más que un pestañeo.

—Me estoy limando las uñas, Zane —contestó—. Limándome las uñas y bostezando. Así que fíjate cuánto me has impresionado.

La respuesta que llegó hasta ella fue un sonoro juramento. A pesar de los más de trescientos kilómetros que mediaban entre ella y Zane Rankin, el sonido le llegó claro como el cristal. La tecnología moderna era realmente sorprendente.

—Mi vida está pendiente de un hilo —replicó Zane—. Maldita sea, Nicki, haz algo.

No era exactamente una súplica, pero se le parecía mucho. Suspirando levemente, Nicki dejó la lima y miró hacia la media docena de monitores que tenía en la consola.

Tecleó para penetrar en el impresionante sistema de seguridad de la firma de Silicon Valley en la que Zane estaba intentando entrar. Cerca de seis cámaras en posiciones diferentes le mostraron las seis entradas del vestíbulo.

Desde allí observó a Zane tecleando frenéticamente el minúsculo teclado que debería haber abierto una de las puertas laterales. Zane conocía la secuencia de los códigos de la entrada, pero a veces las cosas se ponían difíciles y era necesario un toque femenino.

—Teclea un espacio.

Zane asintió, presionó una tecla y esperó.

Nicki utilizó su propio teclado para volver a introducir los códigos. Como continuaba sin ocurrir nada, se sirvió de una nueva forma de entrada al sistema para desbloquearlo desde dentro. Zane alzó la mirada hacia la cámara que mostraba su posición y levantó el pulgar en señal de victoria.

—Eres la mejor —musitó.

—Sí, eso dices ahora. Pero ayer me dejaste muy claro que no necesitabas mi ayuda para hacer este trabajo. Me dijiste que eras perfectamente capaz de hacerlo solo.

—Y lo soy.

—Ya lo veo.

Nicki buscó otra posición de la cámara y vio a los guardias de seguridad avanzando por el pasillo principal de la empresa.

—Entonces no necesitarás que te diga que estás a punto de tener un encuentro con tus anfitriones, ¿verdad?

A través de la pantalla, vio que Zane se quedaba paralizado. Recorría el pasillo de arriba abajo con la mirada y se escondía en una habitación. Cinco minutos después, los guardias de seguridad doblaban la esquina y pasaban por delante de la puerta cerrada.

—Camino despejado —dijo Nicki cuando desaparecieron los guardias de vista—. Si ya no me necesitas, me voy a mi casa.

En el norte de California, Zane exhaló un pesado suspiro que en milésimas de segundo llegó hasta Seattle.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó resignado.

Nicki sonrió de oreja a oreja ante su victoria.

—Dinero, pero como no estás aquí para dármelo, de momento me conformaré con una disculpa.

Zane regresó al vestíbulo y se colocó ante la cámara de seguridad.

—Eres la mejor —dijo con resignación—. No podría hacer esto sin ti.

Nicki sonrió.

—Todavía te estás olvidando de algo…

—Estaba equivocado, ¿de acuerdo? Y ahora, ¿vas a ayudarme a entrar en el laboratorio?

—Por supuesto —Nicki estaba dispuesta a ser generosa en la victoria—. Está en el segundo piso. Sube por la escalera de atrás y espera en el vestíbulo hasta que yo te avise.

Cinco minutos después, Zane estaba en la puerta del laboratorio. Nicki consiguió abrir las dobles puertas que lo protegían y habló con Zane a través de los sensores láser. La caja fuerte, escondida en uno de los armarios, no estaba conectada al sistema informático central, de modo que en eso no podía ayudarlo, pero desconectó temporalmente los detectores de humo del laboratorio para evitar que el humo producido por la explosión los pusieran en alerta.

Zane salió rápidamente del armario y cerró las puertas. Dos segundos más tarde, se produjo un ligero estruendo y las puertas temblaron. Zane corrió de nuevo al interior del armario para salir casi inmediatamente con una cajita negra en la mano.

—La tengo —dijo, mientras se la metía en la mochila—. Ahora, sácame de aquí.

—Debería dejar que te agarraran, para darte una lección.

Zane miró a la cámara y sonrió.

—Pero no lo harás.

Y tenía razón, pensó Nicki mientras localizaba a los vigilantes.

—De acuerdo. Sube por la escalera de la zona norte hasta la entrada principal. Yo te abriré las puertas antes de que llegues. Pero sal a toda velocidad.

Cuando Zane estuvo a suficiente distancia del edificio, Nicki restauró todo el sistema de seguridad, conectó las alarmas contra incendios y desconectó la conexión de su ordenador. No había manera de ocultar que alguien había conseguido penetrar en el sistema informático de la compañía, pero no tendrían forma de seguirle el rastro. Nicki se había asegurado de borrar todas sus huellas.

Por supuesto, a las nueve y cuarto de la mañana siguiente, el socio de Zane, Jeff Ritter, revisaría los ordenadores y encontraría un número considerable de búsquedas no autorizadas. Y decir que no le haría mucha gracia era ser excesivamente cauto a la hora de definir lo que se avecinaba.

—Te debo una.

La voz de Zane llegó hasta ella a través de los cascos.

—Lo sé —contestó mientras apagaba el ordenador.

Zane se echó a reír.

—¿Quieres que mañana te lleve donuts para desayunar?

—No creo que basten para pagarme lo que he hecho, pero de acuerdo. Y esta vez no te comas todos los de azúcar.

—No me los comeré, te lo prometo.

—¡Ja!

Sabía exactamente lo que valían sus promesas sobre los donuts. Con un poco de suerte, llegaría a mordisquear alguna miga.

—Ahora me iré a mi casa —le dijo.

—Cuidado con el coche. Y, ¿sabes una cosa, Nicki?

—¿Sí?

—Eres la mejor.

—Lo sé. Buenas noches, Zane.

Nicki desconectó y dejó los cascos sobre la consola.

 

 

—Te la debía —dijo Zane a la mañana siguiente en cuanto llegó al despacho de Nicki.

Dejó una bolsa de donuts de azúcar sobre su escritorio.

Nicki alzó la mirada hacia él y se preguntó por qué se habría molestado en pedir un café. No necesitaba cafeína para despertarse cuando podía contemplar el alegre caminar de Zane y su sonrisa. Le bastaba verlo para que se le acelerara el pulso y el corazón le aleteara en el pecho. Era vergonzoso, pero no por ello menos cierto.

Estar cerca de Zane era tan agotador como una clase de aeróbic. Uno de esos días iba a calcular las calorías que quemaba en su presencia. Solo con la energía que necesitaba para disimular hasta qué punto la atraía, podría dar la vuelta al mundo en kayak.

—¿A qué hora volviste anoche? —le preguntó.

—El vuelo duró cerca de noventa minutos. A la una ya estaba metiéndome en la cama —se sentó en una silla y sonrió de oreja a oreja—, durmiendo como un bebé.

—¿De verdad? ¿Y no había ninguna jovencita calentándote la cama?

—Esta semana no. Necesito recuperar el sueño para no perder mi atractivo.

Nicki había visto a Zane sin dormir absolutamente nada, y aun así, continuaba siendo peligrosamente atractivo para ella. Alto, delgado, guapo, con el pelo oscuro y unos ojos que parecían ocultar toda clase de secretos, aquel hombre podría haber hecho una fortuna como galán de telenovela.

Zane era uno de esos hombres que las mujeres encontraban irresistibles. Y, aunque Nicki se preciaba de ser única, en aquel caso era una más entre la multitud. La única diferencia entre ella y las demás era que Nicki mantenía sus ilusiones en secreto. A Zane no le gustaban las mujeres con un coeficiente intelectual más alto que las medidas de su busto y Nicki había sido dotada de una inteligencia privilegiada. Desgraciadamente, todo su cerebro no bastaba para mantenerla a salvo del particular encanto de Zane.

—¿Y tú? —le preguntó Zane, tomando la taza de café de Nicki—. ¿Brad te estaba esperando despierto?

Nicki recuperó su taza.

—Se llama Boyd, y no, anoche no lo vi —en realidad, últimamente no veía nunca a Boyd, pero no iba a contárselo a Zane.

—¿Por qué no? ¿Estás comenzando a aburrirte de toda esa jerga informática? En serio, Nicki, ¿no te cansas de que ese tipo te hable en códigos binarios?

—Boyd no es un programador. Es un ingeniero electrónico que… —se interrumpió a media frase y sacudió la cabeza—. No sé por qué me molesto. Te ríes de los hombres con los que salgo porque te avergüenzas de las mujeres con las que sales tú. Por ejemplo, de Julie.

—¿Avergonzarme? Julie fue ganadora del concurso de Miss Manzana.

—Es una estúpida. ¿Alguna vez has intentado mantener una conversación con esas mujeres? Me refiero a cuando os cansáis del sexo.

—Cuando nos cansamos del sexo, me voy a casa a dormir. Además, cuando quiero tener una conversación con una mujer, vengo a buscarte.

—Qué halagador.

—Te lo digo en serio, Nicki, deja de salir con tipos tan inteligentes. Busca un buen semental y deja que te seduzca.

—No, gracias.

—¿Por qué no? Eres bastante atractiva.

—Qué halagador —repitió—. Así que soy bastante atractiva. ¿Lo suficiente como para conseguir a un descerebrado que piense con sus bíceps? ¿Y para qué voy a querer algo así?

—Para divertirte.

—No creo que me divirtiera mucho, pero gracias por la oferta.

Jamás comprendería la actitud de Zane hacia las mujeres. ¿Acaso no quería sentar cabeza? En realidad, conocía de sobra la respuesta. En los dos años que llevaba trabajando para él, nunca había visto a Zane salir con nadie durante más de unas semanas. Aunque siempre tenía alguna cabeza hueca entre sus brazos.

Por su parte, ella tendía a salir con hombres serios, acostumbrados a utilizar su cerebro. Desgraciadamente, ninguno de ellos había sido suficientemente atractivo como para hacerle olvidarse de Zane.

—Necesito que un hombre me caiga bien antes de acostarme con él —le dijo—. Llámame anticuada, pero es cierto.

—Una información fascinante —comentó Jeff Ritter mientras entraba en el despacho—. Gracias por compartirla conmigo, pero ahora tenemos asuntos más importantes de los que ocuparnos.

Nicki maldijo en silencio. Si pudiera haber elegido la parte de la conversación que quería que oyera su otro jefe, desde luego, no habría sido esa.

Jeff cerró la puerta tras él y Nicki se preparó para uno de sus estallidos de genio. Zane permanecía particularmente sereno. Continuaba repantingado cómodamente en la silla, al lado del escritorio de Nicki.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Jeff le arrojó un portafolios.

—¿En qué demonios estabas pensando? Maldita sea, Zane, podrías haberme dicho lo que ibas a hacer.

Zane hojeó rápidamente aquel informe.

—Habrías impedido que lo hiciera. Legalmente somos socios y no puedes darme órdenes, pero habrías intentado convencerme de que no era una buena idea.

Jeff lo fulminó con la mirada.

—Era una mala idea. ¿Tienes idea de la cantidad de leyes que violaste ayer por la noche?

Nicki decidió que había llegado el momento de unirse a la refriega.

—Si queréis saberlo, yo tengo el número exacto.

Jeff dirigió su mirada fulminante hacia ella.

—Tú ya tienes suficientes problemas.

—Lo sé. Pero solo por haber penetrado y desconectado el sistema de seguridad. Y el sistema contra incendios —consideró el número en silencio—. De acuerdo, han sido muchas leyes.

Zane le dirigió una sonrisa. Ella se la devolvió. Pero Jeff no parecía tan divertido como ellos.

—Me alegro de que os haga tanta gracia, pero a mí no me hace ninguna. Nuestra empresa tiene una reputación que mantener. No podemos ir por ahí violando leyes para conseguir nuestros propósitos.

Zane arqueó las cejas. Y Jeff hundió las manos en los bolsillos.

—Solo en circunstancias extremas —se corrigió.

—Estaba ayudando a un amigo —le explicó Zane.

—Deberías haberme dicho lo que pensabas hacer.

—No podía. Si hubiera salido mal, no quería que ni tú ni nadie de la empresa pudiera verse implicado.

—Nicki lo sabía —replico Jeff.

—Claro, pero ella nunca dice nada.

Aquel reconocimiento a su lealtad era al mismo tiempo halagador e irritante para Nicki. Se sentía como una especie de mayordomo fiel.

—Podrías haberla metido en problemas muy serios.

Por primera vez desde que había entrado en el despacho, Zane se mostró sinceramente avergonzado.

—No podría haberlo hecho sin ella —admitió.

—Eso es cierto —corroboró Nicki—. Zane es bastante inútil.

Entonces los dos la fulminaron con la mirada. Nicki se encogió de hombros.

Jeff comenzó a decir algo, pero Zane lo interrumpió.

—Mi amigo ha estado trabajando durante dos años en ese prototipo. Esos tipos se lo robaron y quería recuperarlo. Le dije que le ayudaría. Tenía que hacerlo, Jeff. Se lo debía.

Nicki conocía muy pocos detalles sobre el pasado de Zane. Había pertenecido a los marines y con ellos había hecho muchas cosas de las que nunca hablaba. Jeff tenía un pasado similar. Años atrás, se habían conocido y habían decidido montar una empresa.

Ninguno de ellos hablaba nunca de su pasado, pero, de vez en cuando, salían algunos retazos de su vida anterior a relucir. Como en aquel momento. Nicki no sabía qué quería decir exactamente aquel «se lo debía», pero Jeff sí. En vez de quejarse o continuar interrogándolo, se limitó a asentir.

—La próxima vez, avísame, ¿de acuerdo?

Zane se levantó y asintió.

—Prometido.

Zane abandonó la oficina. Nicki lo observó marcharse, preguntándose cómo habría llegado Zane a deberle algo a aquel amigo. ¿Le habría salvado la vida o algo parecido? Sabía que no tenía sentido preguntárselo. Zane era un maestro en evitar los temas de los que no quería hablar.

Jeff se volvió de nuevo hacia Nicki.

—Y tú por lo menos podías fingir que tienes miedo de que te despida.

—No puedes despedirme por esto. Yo trabajo para Zane y él necesitaba mi ayuda. Mi trabajo consiste en proporcionársela, no en juzgar lo que hace.

—Eres demasiado inteligente.

—Y a ti te gusta que lo sea —Nicki sonrió de oreja a oreja—. ¿Vas a castigar a Zane? Porque me encantaría verlo.

—Desde luego, os merecéis el uno al otro. Tengo una reunión con un cliente, alguien que quiere pagarnos para que lo protejamos a él y a su familia.

—Suerte.

—Gracias.

Nicki se volvió hacia su ordenador. Zane pasó por la puerta del despacho y asomó la cabeza.

—¿Te apeteces que comamos juntos? Podemos ir a un mexicano. Tú invitas.

—Quiero comida china. Y te toca pagar a ti.

—De acuerdo, pero solo porque estás de mal humor. Brad no debe haberse portado muy bien esta semana.

—Se llama Boyd —gritó Nicki mientras Zane se alejaba.

—Como se llame —respondió, y continuó caminando por el pasillo.

Nicki se volvió en su silla de ruedas y se acercó hasta el archivador que tenía bajo la ventana. Mientras rebuscaba entre los archivos, se dijo a sí misma que tenía que superar aquel encaprichamiento cuanto antes. Boyd era un hombre muy amable, y, si no sintiera debilidad por Zane, ya se habría enamorado de él. Eso era lo que ella siempre había querido, contar con la compañía de un buen hombre, casarse y tener hijos.

Pero desde que se había enamorado de Zane, vivía en el limbo, esperando lo que no podía tener y teniendo lo que no quería.

 

 

—Los Seahawks por tres tantos —dijo Zane por encima de un plato de arroz.

Nicki sonrió de oreja a oreja.

—Deberías ser más sensato. El lunes por la mañana tendré que oírte llorar.

Nicki apuntó la previsión de Zane en una hoja de papel en la que habían anotado los posibles resultados de todos los partidos que se jugaban el fin de semana.

Zane sabía que apostar por los Seahawks no era sensato, pero quería apoyar al equipo de casa. Nicki no era tan leal. Ella leía todos los periódicos deportivos y decidía los resultados apoyándose en la capacidad real de los equipos. De vez en cuando apostaba por algún equipo porque le gustaba su uniforme, pero no era algo habitual. Y a Zane lo mataba que ganara incluso cuando elegía con criterios tan estúpidos como los colores de un equipo.

No apostaban nunca dinero. Pero al final de la temporada, sacaban la cuenta de quién había ganado o perdido más apuestas y el perdedor se convertía en esclavo del ganador. Durante la temporada anterior, Zane pretendía obligarla a cocinar con la intención de poder llenar la nevera de comida casera. Pero al final había tenido que invertir casi ocho horas en lavarle a Nicki la furgoneta.

—Vas a tener que pintarme el salón —le dijo Nicki con aire soñador—. Estoy pensando en un tratamiento especial para las paredes que exige por lo menos tres capas de pintura.

—No, esta vez no, cariño. Esta vez vas a tener que cocinar hasta el agotamiento.

—Eso era lo que decías el año pasado. ¿Y te acuerdas de lo que ocurrió?

—Preferiría no acordarme.

Nicki sonrió de oreja a oreja.

—Tienes que empezar a escuchar a los expertos, Zane. Normalmente saben quién va a ganar los partidos —Nicki sonreía mientras hablaba. La risa danzaba en sus ojos verdes.

Zane le devolvió la sonrisa.

—Eres muy inteligente para ser una chica.

—Y te olvidas de mi belleza. Antes has dicho que era suficientemente atractiva como para conseguir un macho sin cerebro y con unos músculos enormes.

Zane estudió su rostro. Con aquellos enormes ojos verdes y una boca tan sensual, era más que atractiva. Una melena castaña rojiza caía en suaves rizos por su espalda. Si a eso se le añadía un cuerpo que, aunque no tan voluptuoso como el de las mujeres con las que él salía, tenía todas las curvas en su sitio, Nicki se convertía en una seria aspirante a un hombre atractivo.

—Tienes razón —contestó.

Nicki se echó a reír.

—Espera, quiero saborear este momento todo lo posible. No quiero olvidar nunca este cumplido.

Zane la señaló con el tenedor.

—Vamos, Nicki, sabes que eres una mujer atractiva. La mitad de los hombres de este lugar no pueden quitarte los ojos de encima.

—¿Solo la mitad? —miró a su alrededor.

Zane siguió el curso de su mirada y vio a un par de hombres de negocios recorriéndola con la mirada. Había otros tres universitarios en una esquina. Y, prácticamente, estaban babeando.

—A las pruebas me remito —dijo.

—Su atención durará lo que tardemos en terminar de comer y dirigirnos hacia la puerta.

Zane frunció el ceño con expresión interrogante.

—¿Lo dices por la silla de ruedas, quizá?

—¿Qué te parece?

—Que estás loca. Eso es lo último que les importa.

El hecho de que Nicki fuera en una silla de ruedas solo significaba que era capaz de correr más que él, y que incluso podía atropellarlo cuando estaba enfadada. Pero eso no le restaba un ápice de atractivo.

—A Brad no le molesta —dijo Zane.

—Boyd. Y tienes razón. No le molesta. Pero él es un hombre serio.

—Yo no lo soy y tampoco me molesta.

Nicki elevó los ojos al cielo.

—Porque somos amigos. Tú no saldrías nunca con una mujer que fuera en silla de ruedas.

Zane pareció considerar aquella frase.

—Lo haría si tuviera el pecho suficientemente grande.

—No sé si debería darte las gracias o intentar clavarte ahora mismo el cuchillo.

—Trabajas para mí. Si intentaras clavarme un cuchillo, no creo que hiciera un buen informe sobre ti en la próxima evaluación.

—Me vuelves loca.

Zane sonrió de oreja a oreja.

—Lo sé, ¿y no crees que es magnífico?

Cuando terminaron de almorzar, Nicki presionó a Zane para que pagara. Él se levantó y Nicki se apartó de la mesa. Zane se detuvo para observar a los hombres que había en el restaurante.

Ninguno de ellos se había fijado en aquella silla que Nicki había encargado expresamente para ella. Era ultraligera y se encajaba a su cuerpo mejor que cualquier otra.

Los universitarios intercambiaron miradas de sorpresa, se encogieron de hombros y continuaron mirando. Uno de los hombres de negocios desvió la mirada, pero el otro parecía incapaz de dejar de observarla. Tal como Zane sospechaba, a la mayoría no parecía importarle la silla.

Siguió a Nicki hasta el lugar en el que había aparcado la furgoneta. La joven presionó la tecla de su llavero que activaba la puerta trasera y sacaba una rampa. Nicki se colocó en la rampa y subió hasta la parte trasera del vehículo. Mientras Zane montaba en el asiento de pasajeros, ella cerró las puertas y giró para situarse tras el volante. Un par de ranuras servían para asegurar la silla y un arnés especial hacía las veces de cinturón de seguridad. Nicki puso el motor en marcha.

—Seguían mirándote —comentó Zane con naturalidad.

—Pero yo no los he mirado a ellos.

—Brad no lo es todo…

—Boyd, se llama Boyd. Lo conocerás dentro de un par de noches, en la fiesta de los Morgan. Por favor, procura recordar su nombre para entonces.

—Haré lo que pueda.

—¿Con quién vas a ir? ¿Con la miss del Festival de la Manzana?

Zane se encogió de hombros. En aquel momento no tenía compañía femenina. Y, cosa extraña, tampoco tenía ningún interés en encontrarla. Miró a Nicki. Nunca habían estado sin pareja al mismo tiempo. Aunque, por supuesto, tampoco le hubiera pedido una cita en el caso de que hubiera sido así. Nicki era…

Miró hacia la ventanilla. Nicki era especial. Le importaba, y Zane se había prometido no tener nunca relaciones con mujeres que encajaran en esa descripción. No, no volvería a hacerlo nunca más.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

—Y entonces el tipo dice, «solo soy un loro» —Rob, uno de los guardaespaldas que trabajaba para la empresa se echó a reír en cuanto acabó el chiste.

Nicki elevó los ojos al cielo y sonrió. A Rob le gustaban tanto los chistes como los juegos de palabras.

—No estás sudando, Nicki —le gritó Ted—. Quiero verte sudar.

—Déjame en paz —gritó Nicki en respuesta mientras intentaba aumentar el ritmo en aquella bicicleta especialmente diseñada para ella.

Los músculos le dolían, pero le gustaba. En cuanto al sudor, tenía la sensación de que le estaba corriendo un río por la espalda.

Odiaba los ejercicios aeróbicos. Oh, claro, sabía que eran muy buenos para el corazón y que probablemente le prolongarían la vida, pero los aborrecía. Al contrario que a Zane, para quien cualquier actividad física era un puro juego.

Y estaba pensando en ello cuando Zane entró en el gimnasio de la empresa. Ted y Rob lo saludaron, pero Nicki lo ignoró, consciente de que le bastaría mirarlo para que se le alterara la tensión.

Pero cuando Zane se acercó, no pudo resistir la tentación de dirigir una mirada fugaz a sus piernas desnudas, a los pantalones de deporte y a aquella camiseta cortada que dejaba al descubierto parte de su musculada barriga. El cuerpo de aquel hombre era una cosa seria.

Y Nicki lo habría aceptado sin preocupación si hubiera sido capaz de estudiarlo de una forma impersonal. Como si fuera una obra de arte. Pero lo que más la molestaba era la visceralidad con la que reaccionaba ante aquella perfección. Sencillamente, lo deseaba. Y lo deseaba con una intensidad que convertía en nada la ansiedad con la que deseaba el chocolate durante el síndrome premenstrual.

—Eh —la saludó Zane mientras se dejaba caer sobre su silla de ruedas—, no estás sudando.

—Eso es lo que le he dicho yo —comentó Ted mientras se enderezaba y agarraba una toalla—. Esta chica es una vaga.

—Esta mujer se está destrozando el trasero —se quejó Nicki.

Zane la ignoró.

—Ayer por la noche te llamé y no estabas. ¿Cómo está Brad?

—Boyd está perfectamente. Gracias por preguntar. Pero anoche no salí con él.

—¿Entonces, dónde estabas?

—¿Por qué tengo que decírtelo?

—Porque soy encantador y me adoras.

—Estuve en una librería.

—¿Y por qué no te acompañó tu ordenador andante?

—Porque ahora está trabajando en un proyecto muy importante.

—Sí, claro. Estás aburrida de él. Admítelo.

Rob y Ted abandonaron sus aparatos y salieron. Zane bajó la mirada hacia el cronómetro de la bicicleta de Nicki.

—Tu madre me ha enviado galletas —le dijo.

—Sí, me comentó que iba a hacerlo.

A Nicki le resultaba irónico que a sus padres les gustara Zane casi tanto como a ella. Quizá fuera genético, se dijo. Una debilidad de la familia Beauman.

—¿Cuándo van a venir tus padres? —preguntó Zane.

—Probablemente no vengan hasta las vacaciones. A finales de mes se irán a hacer un crucero por Australia y Nueva Zelanda.

—Cuando vengan tienes que invitarme un día a cenar. Me caen muy bien.

—A mí también.

Zane sonrió. Y era increíble la reacción que aquel hombre podía provocar con solo una sonrisa.

—¿Ya han terminado las obras?

—Están a punto de terminarlas. Mi madre me ha prometido que la habitación de invitados estará lista para la próxima vez que vaya a verlos.

Nicki había supuesto un cambio de vida y toda una sorpresa para una pareja que había renunciado a la esperanza de tener hijos. Como tal, había sido una niña muy mimada desde su nacimiento. Pero a pesar de su devoción por su hija, los Beauman habían sabido apartarse de su vida cuando había salido de la universidad.

—Quizá me acerque a verlos un día de estos.

—Les encantaría.

Especialmente a su madre. Aunque Muriel Beauman adoraba a Zane por ser como era, también le reservaba un rincón especial en su corazón por su forma de tratar a su hija. Cuando sus padres lo habían conocido, su madre había comentado que Zane no parecía notar que Nicki fuera en silla de ruedas.

Y Nicki sabía que era cierto. Zane la aceptaba por completo. Y se consolaba diciéndose que su falta de interés en ella no tenía nada que ver con los problemas que tenía con las piernas.

El cronómetro de su bicicleta comenzó a sonar. Nicki aflojó el ritmo, se detuvo y se secó el sudor de la cara. Notaba los músculos agradablemente cansados.

Zane, que todavía estaba sentado en su silla, se acercó a la bicicleta.

—Sube —dijo mientras le deslizaba el brazo por la cintura.

Nicki se relajó mientras la sentaba en su regazo y, sin abandonar la silla, la llevaba hacia las pesas que estaban en el otro extremo del gimnasio. Aquello formaba parte de su rutina, una parte con la que Nicki procuraba no excitarse. Sí, Zane tenía un brazo alrededor de su cintura. Y sí, le gustaba, ¿pero y qué?

Se deslizó del regazo de Zane para sentarse sobre un banco de ejercicios. Este dejó la silla de ruedas en su lugar y se levantó.

Mientras Nicki se agarraba a un complicado sistema de poleas que le permitía fortalecer los músculos de las piernas, Zane se dirigió hacia la cinta de caminar y puso la máquina a un ritmo que habría conseguido provocar en cualquiera un ataque cardíaco. Pero la respiración de no se le alteró hasta que llevaba por lo menos dos kilómetros.

Podía odiar el ejercicio, se dijo la joven, pero tenía sus compensaciones. Una de ellas era que su jefe no había tenido ningún inconveniente en añadir un par de aparatos al gimnasio para ella. Y la otra era que podía ver a Zane en movimiento.

Había espejos en todas las paredes, de modo que, cada vez que se volvía, podía ver diferentes ángulos de su cuerpo. Observaba sus músculos contraerse y estirarse con la gracia de una bailarina.

—Jeff y yo hemos pensado que deberíamos tener una reunión de planificación esta tarde —le dijo Zane—. ¿Tienes alguna preferencia?

A los empleados les permitían elegir determinados trabajos para que aquellos que tenían familia pudieran quedarse en la ciudad y los que no la tenían pudieran permitirse el lujo de viajar.