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Se suponía que serían capaces de resistirse el uno al otro… ¿Podrían hacerlo? Caitlin esperaba que un falso compromiso matrimonial con su mejor amigo salvara a su familia de la ruina económica, no que la condujera a una situación totalmente inadecuada con Dante Cabrera, el soltero más deseado de España y su futuro cuñado. Dante no confiaba fácilmente en las mujeres después de que una desastrosa relación le marcara para siempre. Su plan era no perder a Caitlin de vista hasta que descubriera qué ocultaba. Sin embargo, luchar contra la intensa conexión que había entre ellos amenazaba incluso con hacer perder el control al famoso playboy…
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Cathy Williams
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Atrapada por un secreto, n.º 2899- enero 2022
Título original: The Forbidden Cabrera Brother
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales,utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-619-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
MIENTRAS se tomaba un whisky y observaba los hermosos jardines iluminados de su mansión en España, Dante pensó que algo no tenía sentido.
A sus espaldas se escuchaban risas y voces ahogadas. Todas aquellas personas, desde dignatarios a viejos amigos de la familia, se habían reunido allí para darle la bienvenida a su hermano Alejandro, cuatro años mayor que él, y a su prometida.
Era un evento muy importante, a pesar de haber sido organizado con muy poca antelación. La influencia de la familia Cabrera era tal que una invitación suya, especialmente si se organizaba en aquella imponente mansión, tenía la asistencia garantizada.
Los delicados farolillos relucían a lo largo de la larga avenida que conducía a la casa. A sus espaldas, en una cálida noche de verano, las puertas francesas de la parte posterior de la casa habían sido abiertas de par en par para proporcionar una imponente vista de lo que la riqueza podía comprar. Los camareros estaban siempre pendientes de que nadie tuviera la copa vacía. Más farolillos relucían entre los árboles, colocados estratégicamente, para iluminar el tranquilo esplendor de la piscina infinita, la enorme escultura de hielo de una pareja, que su madre había insistido en tener. Y, por supuesto, el elegante y discreto encanto del trío de violistas que proporcionaban una sutil música de fondo. Allí, en aquel marco incomparable, las damas lucían su elegancia con vestidos de alta costura y los hombres, con atuendos muy formales, parecían aves del paraíso revoloteando en un entorno con el que se sentían muy familiarizados.
Como era de esperar, los padres estaban muy contentos por conocer por fin a la mujer con la que, por lo que a ellos se refería, debería haberse casado hacía cinco años. La tradición era la tradición y, como hijo mayor de la familia y ya con treinta y cinco años, Alejandro debería haberse casado hacía tiempo y debería haber engendrado uno o dos herederos al trono.
Las grandes fortunas vinculadas al apellido Cabrera deberían mantenerse ligadas a la familia y Roberto e Isabel llevaban algún tiempo ya deseando tener nietos. ¿Cómo si no podría permanecer intacto el linaje de la familia si los dos hijos decidían que revolotear era mejor que sentar la cabeza ante los rigores de la vida doméstica?
Dante tenía tantas ganas como sus padres de que Alejandro se casara y tuviera hijos, porque, si no lo hacía, sus padres no tardarían mucho en comenzar a fijarse en él para que cumpliera con su deber en ese sentido y él, ciertamente, no estaba mucho por la labor.
Por lo tanto, cuando Alejandro llamó hacía tres semanas para comunicarle la buena nueva de que se había comprometido, había habido un estallido de júbilo y se había organizado una lujosa fiesta de compromiso. Las expectativas estaban muy altas.
Solo había un pequeño inconveniente. La prometida. ¿Dónde estaba?
¿No debería haber llegado junta la pareja de enamorados, con las manos entrelazadas y mirándose a los ojos con indiscutible adoración? No era como si llevaran años saliendo y los dos hubieran caído ya en una cómoda rutina.
No. La prometida parecía haber salido, cual conejo blanco, del sombrero de un mago, por lo tanto, el amor aún debía estar lo suficientemente nuevo como para que la prometida hubiera acompañado a Alejandro a la opulenta fiesta de compromiso.
Sin embargo, no había sido así. Dante miró su reloj antes de tomarse lo que le quedaba del whisky. Solo quedaban un par de horas antes de que se sirviera el bufet y comenzaran los discursos. Las mesas se habían colocado sobre el césped, engalanadas hasta el último detalle con manteles de hilo, magníficos centros de rosas rojas, tal y como correspondía a la fiesta de una pareja enamorada. Dado que era bufet, no se habían asignado asientos, pero todo era tan opulento que resultaba muy formal.
Dante se preguntó si la misteriosa prometida se dignaría a aparecer a tiempo o si su hermano tendría que presentar disculpas sobre la ausencia de su futura esposa antes de que los invitados se pusieran a cenar. Alejandro se mostraba muy flemático sobre la escandalosa falta de modales de su prometida. Tal vez se había acostumbrado al comportamiento de una mujer que sentía que el drama era su modo de llamar la atención. Dante recordó que él había conocido a unas cuantas con la misma costumbre.
Estaba a punto de darse la vuelta y regresar al salón, donde se estaban sirviendo el champán y lo canapés, cuando algo llamó su atención. En la tenue luz del atardecer, vio movimiento por la avenida que conducía hacia el patio que había delante de la mansión.
Se quedó totalmente inmóvil y se fijó un poco más. Efectivamente, algo se movía entre los árboles.
Dejó el vaso sobre el amplio poyete de piedra y bajó por la escalinata que descendía elegantemente hacia el patio abierto para dirigirse después hacia la avenida.
Caitlin apenas veía. Más arriba, los jardines y una mansión de proporciones exageradas estaban iluminados por unas luces ornamentales que se podrían ver desde el espacio. Sin embargo, allí, donde estaba ella, el camino estaba sumido entre las sombras. En cualquier momento, su viaje de pesadilla se vería superado por un final aún más terrorífico, en el que ella se tropezaría con algo, se rompería el tobillo y tendría que entrar en la casa ignominiosamente sobre una camilla improvisada.
Todo había ido mal, empezando con el llanto de su madre al otro lado de la línea telefónica cuando se suponía que ella tenía que marcharse al aeropuerto, y terminando cuando el taxi que Alejandro le había reservado para que la recogiera de la terminal había pinchado una rueda justo cuando ella menos lo necesitaba.
Por lo tanto, dado que llegaba con tres horas de retraso, Caitlin había decidido que colarse en la casa para al menos tener la opción de arreglarse era mucho más sensato que presentarse en un taxi que alertaría a todo el mundo.
Se echó a temblar al imaginarse a todos los invitados asomándose por la puerta principal para ser testigos de su desaliñada apariencia. Alejandro le había advertido que no sería una celebración íntima, lo que, en el idioma de su prometido, significaba que habría un buen número de invitados que estarían esperando con ansiedad su llegada.
Para completar su mala suerte, Alejandro no contestaba su teléfono móvil, por lo que la entrada discreta por una puerta lateral parecía cada vez menos probable a medida que se acercaba a la mansión. Lo había llamado más de una docena de veces y, cada vez que saltaba el buzón de voz, Caitlin le había ido dejando un mensaje tras otro, cada vez más desesperado, algo de lo que se había cansado.
Se suponía que estaban enamorados. En el mundo real, él estaría pendiente del teléfono, muy preocupado por saber dónde estaba ella.
Caitlin pensó en él y no pudo evitar sonreír. Alejandro era así. Seguramente habría dejado el teléfono en cualquier sitio y seguramente le estarían recordando que ella aún no había llegado, dado que la fiesta de compromiso que los padres de él habían organizado había sido para ambos.
Como en otras ocasiones, sintió una intensa incomodidad ante la historia que los dos habían creado. En Londres les había parecido casi inevitable porque satisfacía una serie de preocupaciones muy variadas, pero allí…
Se detuvo en seco para recuperar el aliento y miró la mansión que se erguía frente a ella, totalmente iluminada. El patio era inmenso, tan grande como un campo de fútbol, y estaba a rebosar con coches de todas las marcas, de los que estaban a cargo dos hombres uniformados. Tembló de aprensión.
No había vuelta atrás. Ya no estaban en Londres ni estaban compartiendo sus penas con una botella de vino. Idearon un plan, que parecía totalmente diferente de un país a otro. Convertirse en la prometida de Alejandro había sido la solución a los problemas de ambos y, en Londres, había parecido una conclusión totalmente lógica.
Sin embargo, allí…
Sintió que el corazón se le aceleraba y miró hacia atrás. Sintió un instintivo deseo de salir huyendo de allí.
Estaba a punto de volver a llamar a Alejandro, por lo que no sintió que un hombre salía de entre las sombras hasta que estuvo prácticamente encima de ella. Caitlin no se paró a pensar y reaccionó. Sus padres se lo habían inculcado cuando decidió marcharse de Irlanda para irse a Londres, una ciudad, que, según ellos, era un lugar muy peligroso. Por lo tanto, Caitlin había aprendido los conceptos básicos de la defensa personal y aquellas diez clases que tomó la empujaron a lanzar un terrorífico grito y a abalanzarse sobre la figura que se cernía sobre ella para darle un fuerte golpe sobre el hombro.
En realidad, había querido dárselo en la cabeza, pero el hombre era muy alto, mucho más que su metro sesenta de estatura. Colocó las manos y lo miró con agresividad durante unos segundos, mientras consideraba qué maniobra realizar.
Ojalá fuera más alta, más esbelta, más fuerte… En vez de eso, era bajita, de curvas rotundas. Estaba empezando a comprender que no iba a lograr darle ningún golpe de importancia porque aquel hombre era muy corpulento.
Entonces, decidió tomar la opción más sensata y salió corriendo.
No llegó muy lejos. Tras correr tan solo unos segundos en dirección a la casa, una mano le agarró con fuerza. Entonces, se giró y comenzó a lanzar patadas.
–¿Qué diablos…? –exclamó Dante, mientras la sujetaba a distancia. Caitlin se resistió con fuerza y trató de lanzarle algunos puñetazos.
–¡Suélteme!
–¡Deje de darme patadas!
–¡Deje de atacarme! ¡No tiene ni idea de con quién está tratando! Yo… ¡soy experta en artes marciales!
Dante la soltó. Temporalmente, se quedó sin palabras. No podía verla muy bien porque estaba muy oscuro, pero sí lo suficiente para darse cuenta de que la menuda pelirroja que se estaba frotando el brazo era tan experta en artes marciales como él lo era en ballet.
–No sé quién es usted –le espetó ella dando un paso atrás–, pero si no se marcha, voy a asegurarme de que se llame a la policía en cuanto llegue… –añadió, señalando hacia la mansión–… a esa casa que ve ahí arriba.
–¿Va a esa casa? ¿Por qué?
–Eso no es asunto suyo –replicó ella. Se dio la vuelta y echó a andar hacia la casa. Si aquel tipo estaba tramando algo malo, debía de haberse dado cuenta de que ella no era una buena candidata a la que robar. Las prendas que llevaba puestas debían de haberla delatado. Una falda larga con estampado de flores, zapatos de tacón sensato y su blusa favorita, sobre la que llevaba una rebeca dado que hacía algo de frío a pesar de que era verano. Ni un diamante a la vista.
Agarró con fuerza su bolsa de viaje por si acaso. No quería mirarlo, a pesar de que el vello se le había puesto de punta porque él había empezado a caminar a su lado.
–Podría ser –comentó él, haciendo que ella se detuviera en seco.
–¿De qué está hablando?
–¿De la fiesta de compromiso? ¿De Alejandro? ¿Le suena el nombre?
Caitlin se volvió para mirarlo. Él se había cruzado de brazos y la miraba muy fijamente. Dado que habían llegado a una zona más iluminada, pudo observar mejor su rostro. Entonces, sintió que la boca se le secaba.
Vio que iba vestido para… para una fiesta de compromiso. Pantalones negros, camisa blanca con los botones superiores desabrochados como si no le importara vestirse demasiado formalmente y sin corbata. Se había metido las manos en los bolsillos y el gesto enfatizaba a la perfección la corpulencia de su físico.
La respiración de Caitlin pasó de rápida a lenta, para luego acelerarse de nuevo. Parpadeó, confundida por una reacción que estaba totalmente fuera de lugar con la persona que sabía que ella era.
Cuando lo miró a los ojos, intentó ignorar el impacto de aquel esculpido rostro. Aquel hombre rezumaba atractivo sexual. También le resultaba ligeramente familiar, pero estaba segura de que lo recordaría si lo hubiera conocido o visto antes. No era la clase de hombre que alguien pudiera olvidar con facilidad.
–También está aquí para la fiesta de compromiso –dijo por fin–. En ese caso, ¿por qué está acechando entre los árboles y asaltando a perfectos desconocidos?
Echó a andar una vez más en dirección a la casa. El tiempo era primordial en aquellos momentos y no podía desperdiciarlo hablando con un hombre que provocaba extrañas sensaciones en ella.
Cuando él se puso de nuevo a su altura, el impacto que causó en Caitlin su presencia fue aún más fuerte. Decidió volver a llamar a Alejandro. Se sentía terriblemente fuera de lugar. Siempre había sabido que Alejandro provenía de una familia rica, pero verse en el lugar al que él pertenecía le hacía sentir un nudo en el estómago.
Como era de esperar, Alejandro no contestó.
–¿Algún problema?
–¿Por qué no me deja en paz?
–He pensado en escoltarla personalmente a la casa –dijo él.
–¿Acaso no cree que estoy invitada?
Al escuchar aquellas palabras, Dante la miró de arriba abajo.
–¿Lo está? No creo que venga vestida para una fiesta.
Al escuchar aquellas palabras, Caitlin se sonrojó. Sus padres siempre le habían dicho que era muy hermosa, por dentro y por fuera, pero todos los padres tomaban partido por sus hijos y ella siempre se había mostrado algo sensible sobre su aspecto. Había dejado de querer ser más alta y más delgada, de ser morena con largas piernas, libre de la maldición de las pecas y de un cabello que hasta al peluquero más habilidoso le costaba domar, pero en aquellos momentos…
Con aquel hombre tan sexy y perfecto mirándola con una condescendiente sonrisa en los labios…
–Tengo la ropa aquí –dijo fríamente, señalando la bolsa que llevaba en la mano–. Y por si aún le queda alguna duda de que de verdad me han invitado a esta fiesta de compromiso, debería decirle que soy la… la prometida de Alejandro –añadió. Las palabras no le salieron con facilidad. Solía ocurrir con las mentiras.
Dante no dijo nada. Se sentía demasiado sorprendido para poder hablar.
–Y llego un poco tarde, así que…
–¿La prometida de Alejandro? –le preguntó él, totalmente atónito.
–No hay necesidad de mostrar tanta incredulidad.
En realidad, sí la había. Ni siquiera a ella, con su viva imaginación, le resultaba fácil que pudiera ser la prometida de Alejandro. Venían de mundos totalmente diferentes. Fuera cual fuera la historia de él y lo mucho que se habían unido con el paso del tiempo, él pertenecía a la nobleza española y lo llevaba en la sangre, pero ella lo adoraba.
También eran muy diferentes físicamente. Ella era muy pálida, con pecas, ojos verdes y cabello del color del cobre. Él era moreno de piel, con el cabello oscuro. Sin embargo, los dos eran de baja estatura y algo regordetes, por lo que Caitlin se sentía muy cómoda con él.
–¿Señorita Walsh?
–Caitlin. Mire, no puedo quedarme aquí hablando con usted. Tengo que… –añadió, mirando de reojo la imponente mansión para tratar de encontrar una puerta por la que se pudiera colar, aunque no tenía ni idea de lo que haría cuando estuviera en su interior si Alejandro seguía sin dar señales de vida.
Era un plan sin mucho fundamento, concebido con prisas, por lo que no habían pensado demasiado en los detalles técnicos. Por suerte, cuando aquella fiesta de compromiso terminara, los dos volverían a Londres y allí seguirían con sus vidas.
–¿Qué? –le dijo Dante, devolviéndola de nuevo al presente.
Caitlin miró a Dante y volvió a echarse a temblar. Aquel hombre tenía un extraño efecto en ella. Siempre había hecho todo lo posible por evitar a los hombres como él. Además, los hombres guapos eran demasiado narcisistas para su gusto. Y, casi como una postdata, recordó que estaba comprometida. Al menos para todos los demás.
–Como usted ha dicho, no estoy vestida para una fiesta así y no puedo localizar a Alejandro. En lo que se refiere a su móvil, es terrible. No sé para qué le sirve.
–Me sorprende que no esté buscando por todas partes a su futura esposa –murmuró él.
–¿Qué quiere decir?
–¿No le parece que debería estar buscándola si él no sabe que iba a llegar tarde?
–Ah, sí. Ya entiendo a lo que se refiere –murmuró Caitlin–. Él… bueno, somos bastante relajados en lo que se refiere a cosas de ese tipo.
–Qué enfoque tan novedoso para una relación seria.
–Necesito cambiarme –dijo ella inmediatamente. Había algo en el tono de voz de aquel hombre que desató una cierta aprensión en ella–. Por cierto, no se ha presentado. ¿Su nombre es…?
Durante un par de segundos, la mente fría y racional de Dante pareció bloquearse. Entonces, dio un paso atrás y le devolvió la mirada sin responder.
–¿Conoce la casa? –le preguntó, cambiando hábilmente de conversación mientras la hacía avanzar entre los lujosos coches.
¿De verdad era aquella mujer la prometida de su hermano? Dante no se lo podía creer, pero ciertamente no sabía cuál era la clase de mujer que le gustaba a su hermano. Nunca había conocido a ninguna de las novias de Alejandro. Diferentes países, incómodos horarios, breves encuentros. Su hermano y él habían dominado hacía mucho el arte de no decir absolutamente nada de importancia el uno al otro.
Dante siempre había asumido que a su hermano le gustarían la misma clase de mujeres que a él, purasangres refinadas que se movían en los mismos círculos que ellos. Cuando Dante pensaba en aquellas mujeres, sentía una cierta sensación de aburrimiento, pero lo único que sabía sobre ellas, y que era muy importante, era el hecho de que todos eran ricos e independientes. Principalmente venían de familias que, aunque no estuvieran en la misma categoría que la de él, sí eran muy similares. No había cazafortunas. Por amarga experiencia, sabía que era mucho mejor evitar a esa clase de mujeres.
Un recuerdo se apoderó de su pensamiento. Le habían roto el corazón una vez, a la tierna edad de diecinueve años, con una mujer diez años mayor que él que le había embaucado de tal manera que había terminado por entregarle una gran cantidad de dinero. Una pequeña fortuna, de hecho. Se había creído el cuento que ella le había contado sobre un matrimonio roto, un ex muy violento y un bebé vulnerable. Ella era pobre, pero se había mostrado esperanzada en el futuro, desesperada por volver a empezar. Se mostró reacia a aceptar nada de él, lo que hizo que Dante insistiera y le diera aún más. Por supuesto, era muy hermosa, tanto que el sentido común se había diluido presa de una libido desatada. Aquella mujer resultaba muy excitante, después de sus relaciones con socialites jóvenes y previsibles y herederas educadas en colegios privados. Cuando pensaba en lo que podría haber ocurrido si no la hubiera pillado en la cama con el padre de su hijo, se avergonzaba por su propia estupidez. Sin embargo, aquel error le había enseñado una lección muy valiosa y, desde entonces, nunca se había apartado de lo que conocía. Ricas, hermosas y bien educadas. Territorio conocido. Si eran egoístas y en ocasiones superficiales, estaba dispuesto a pagar ese precio.
Caitlin Walsh no era territorio conocido. Tal vez él sabía cómo manejar a una mujer que no fuera territorio conocido, pero ¿y su hermano?
No había nada de malo en un corazón roto, porque hacía que una persona fuera más fuerte. Pero su hermano estaba prometido. Cuando se habían intercambiado anillos, un corazón roto no era lo único que podía ocurrir. La fortuna familiar tenía que ser protegida. Dante no tenía intención alguna de dejar pasar ese hecho por alto.
Si Alejandro estaba con Caitlin Walsh, Dante no veía razón alguna por la que no pudiera indagar un poco, solo para asegurarse de que su hermano no estaba a punto de cometer el mayor error de su vida.
¿No era eso el amor fraternal?
–Nunca he estado en la casa antes –replicó Caitlin–, así que me resulta imposible conocer cómo es por dentro. Había esperado que Alejandro…
–Es su fiesta de compromiso. Seguramente está ocupado con los invitados. Sin embargo, está de suerte. Da la casualidad de que yo conozco muy bien la casa. De hecho, podríamos decir que la conozco como la palma de mi mano.
Caitlin se paró y lo miró aliviada.
–¿Le importaría? Tengo que cambiarme y preferiría que no… –añadió, señalando la ropa que llevaba puesta–. Debería haber llegado hace mucho tiempo, pero entre unas cosas y otras… Si conoce la casa, le agradecería mucho si pudiera…
–¿Meterla sin que nadie se dé cuenta para que pueda ponerse su ropa elegante? –le preguntó mirando la bolsa. Parecía demasiado pequeña para contener algo muy elegante–. ¿Y por qué iba yo a hacer algo así cuando me ha acusado de atacarla?
–Usted me sobresaltó. Y yo actué en consecuencia –repuso ella con voz seca.
–Podría haberme causado lesiones permanentes –comentó Dante–, con eso de que es usted experta en artes marciales. Por suerte –añadió en tono magnánimo–, yo no soy un hombre rencoroso y estaría encantado de llevarla en secreto a un lugar privado en el que pueda arreglarse.
–No sé cómo darle las gracias –dijo Caitlin con una voz que distaba mucho de expresar gratitud.
Dante no dijo nada, pero, durante un instante, experimentó algo extraño y fuerte por todo su cuerpo, calentándole la sangre y tensándole la entrepierna. Se dio la vuelta y echó a andar hacia la casa, pero lejos de la iluminada entrada.
–Tendrá que darse prisa –le recomendó mientras aminoraba ligeramente el paso para que ella pudiera alcanzarle–. La fiesta está en todo su apogeo. Cuanto más tarde, más dramática va a ser la entrada.
La miró. Vio que la trenza no bastaba para controlar su fiero cabello. Algunos mechones enmarcaban su rostro. Tenía las mejillas ruborizadas y la respiración agitada. Dante le miró los pechos, que eran bastante grandes. Baja estatura y senos rotundos.
Se sintió furioso por la repentina pérdida de autocontrol y se tensó. Si aquella mujer no iba de buena fe, tenía la intención de descubrirlo antes de que la situación se complicara económicamente. Sin embargo, ella estaba prometida con su hermano y no podía olvidarlo. Los pensamientos prohibidos tendrían que dejarse a un lado antes de que empezaran a interferir con lo que tenía que hacerse. Además, tendría que darse prisa porque, si lo que ella tenía en mente era un compromiso del que pudiera beneficiarse, no iba a esperar al día de la boda para tratar de sellar el trato
La llevó a una de las numerosas habitaciones de invitados. Todas estaban en perfecto estado de revista, aunque resultaba extraño que alguien se quedara a pasar la noche. Dante odiaba esa clase de cosas y, desde luego, la única vez que la mansión recibía visitantes era cuando él estaba fuera y se les permitía alojarse allí a familiares o amigos. Dante valoraba demasiado su intimidad.
–Haga como si estuviera en su casa –le dijo mientras ella permanecía totalmente inmóvil y miraba a su alrededor–. Esperaré fuera. No sería capaz de encontrar el camino hasta donde se celebra la fiesta.
Como Caitlin estaba mirando a su alrededor, apreciando un nivel de lujo que no había visto nunca antes en toda su vida, tardó unos segundos en responder. Entonces, miró su bolsa.