Atrapado por el amor - Viejos amigos - Crystal Green - E-Book

Atrapado por el amor - Viejos amigos E-Book

CRYSTAL GREEN

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Beschreibung

Atrapado por el amor Crystal Green La alta sociedad neoyorquina se quedó atónita cuando el rico heredero Lucas Chandler anunció su repentina boda con una bella y misteriosa mujer llamada Alicia Sánchez. Por si eso no fuera poco, el antiguo playboy también iba a convertirse en el papá adoptivo de un pequeño de tres años. Algunos afirmaban que se había casado porque su padre le había amenazado con desheredarlo si no sentaba la cabeza, pero cualquiera que viera a la pareja podría darse cuenta de que estaban enamorados el uno del otro… Viejos amigos Stella Bagwell Lonnie Corteen llevaba tres meses buscando a Katherine McBride, pero cuando aquella hermosa y embarazadísima mujer le abrió la puerta, el sheriff tuvo miedo de que se pusiera de parto si le decía que tenía una familia a la que no conocía. ¡Tenía una familia! Katherine quería saber cuáles eran sus verdaderas raíces. Pero entonces una terrible tormenta la obligó a buscar refugio en el rancho del guapo agente de la ley… que la ayudó a traer al mundo a su bebé. Y desde ese momento la palabra familia adquirió un significado completamente nuevo…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 411 - julio 2019

 

© 2007 Chris Marie Green

Atrapado por el amor

Título original: The Playboy Takes a Wife

 

© 2004 Stella Bagwell

Viejos amigos

Título original: A Baby on the Ranch

Publicadas originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-379-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Atrapado por el amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Viejos amigos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN cuanto Lucas Chandler salió de su limusina en el centro de la ciudad mexicana de Rosarito, fue inundado por cámaras y flashes.

Todo el mundo le hacía fotos, y los reporteros le ametrallaban con preguntas, algunas alentadas por su hermanastro David, presidente de Empresas Chandler.

—¿Cuánto dinero han donado para poner en funcionamiento el Refugio Salvo, señor Chandler?

—¿Por qué está de repente interesado en los orfanatos, señor Chandler?

—¿Puede comentarnos qué es lo que sucedió exactamente en Roma entre la señorita Cecilia DuPont y la policía, señor Chandler?

Las preguntas se sucedían entre fotos y más fotos. La última fue la que menos le sorprendió, a la prensa le encantaba destacar su lado festivo y frívolo. Era el tipo de preguntas que David intentaba siempre evitar.

Lucas forzó una sonrisa por el bien de las fotos. Estaba harto de pantomimas como la que tenía que representar ese día. Sólo quería entrar de una vez en el orfanato y verse libre por fin de cámaras y micrófonos. Pero miró a David, y su adusto gesto le dijo que eso era sólo el comienzo de su nueva vida, una existencia forjada por el departamento de Relaciones Públicas de la empresa para mejorar su imagen.

Se maldijo entre dientes por haber aceptado su plan.

Aunque recordó que, cuando accedió, había tenido en mente el conseguir convertirse en alguien mejor y, de paso, salvar la compañía.

Lucas respiró profundamente, lanzó a su hermanastro una mirada asesina y comenzó a responder las preguntas con ayuda de la mejor arma que tenía a su alcance, su encanto personal.

David permaneció en un segundo plano, derecho y con las manos unidas a la espalda. Parecía tan elegante y distinguido como su exclusivo traje italiano.

Él, en cambio, estaba muerto de calor y deseaba desprenderse de su formal atuendo. Hacía mucho calor en esa zona de México a pesar de estar en pleno mes de diciembre.

—Damas y caballeros —comenzó mientras les dedicaba su mejor sonrisa—. Muchas gracias por venir. Seguro que entenderán que no concrete la cifra exacta de la donación. Lo que sí puedo decirles es que nuestra fundación de Los Ángeles ha invertido una cantidad importante para la compra de los terrenos sobre los que se ha construido el orfanato, además de proporcionar todo lo necesario para que los niños estén cómodos y seguros en esta institución. Pueden tener además la certeza de que el Refugio Salvo se mantendrá en buenas condiciones. Tenemos planes para construir más orfanatos en el sur del país, pero no puedo decirles más, de momento.

—Se ha comentado que irá a descansar unos días a Acapulco después de esta visita y a tirarse de los acantilados al mar, ¿va a llevarse a algún huérfano con usted? —preguntó uno de los periodistas.

Lucas lo identificó de inmediato. Era el periodista gracioso. Había uno en cada rueda de prensa y cada vez le costaba más aguantarlos.

Respiró profundamente para no perder el control y vio cómo el resto de los periodistas bajaban la cabeza y se reían. Incluso David, que parecía siempre estar hecho de granito, sonrió ante el comentario. Pero parecía una sonrisa más triste que divertida.

La única periodista femenina del grupo salió en su defensa.

—¡Genial, Denham! ¿Por qué no le das el beneficio de la duda? Creo que el señor Chandler tiene bastante sentido común como para mantener a los niños alejados de los peligros de su vida —dijo la joven, mirando después a Lucas.

No podía creérselo. La gente debía de pensar que era una especie de idiota o loco fuera de control. Pensó que quizás había sido buena idea, después de todo, prometerle a David que iba a dejar de hacer locuras durante una temporada.

Ni siquiera Jo, la reportera que lo había defendido, parecía estar convencida de que pudiera dejar de lado sus aventuras y comportarse como un adulto.

—Gracias, Jo —le dijo.

Sabía que ella podía ser su aliada. Pertenecía a uno de los medios del grupo Chandler, un periódico que constantemente intentaba contrarrestar el daño que producían las revistas del corazón en la imagen de Lucas.

La periodista se encogió de hombros a modo de respuesta, y él aprovechó el momento para continuar con su perorata.

—Esta obra nos brinda la oportunidad de reflexionar seriamente sobre el futuro de los niños huérfanos. Por eso estoy aquí, para comprobar el progreso de este proyecto y hacer planes para ampliar nuestra labor.

No era toda la verdad. También estaba intentando mostrar al público su nueva cara, dejarles ver que se había reformado. Al fin y al cabo, eso era lo que quería Empresas Chandler y también…

Todo su cuerpo se tensó de inmediato.

«No pienses en él. Hago esto por la empresa, y sólo por eso», se dijo.

—Estoy aquí para ayudar a estos chicos y evitar que terminen en la calle sin educación y sin ningún tipo de preparación profesional —les dijo.

Los periodistas siguieron haciéndole fotografías, y él las toleró con paciencia y la mejor de sus sonrisas, comportándose como su familia siempre había esperado de él, como un hombre que no se parecía en nada a él.

Por fin, David, satisfecho con cómo había ido todo, se acercó a él y le murmuró algo al oído para que nadie más lo escuchara.

—Buen comienzo. Para tu información, van con algo de retraso en el orfanato por culpa de una bienvenida que los niños te están preparando. Estarán listos en unos veinte minutos —le dijo.

Lucas dio la espalda a los periodistas.

—¿Veinte minutos? Lo que voy a necesitar dentro de veinte minutos es una botella de tequila.

De reojo, vio a unas cuantas monjas que se acercaban al edificio y desaparecían tras uno de los muros encalados del orfanato.

Pensó que eso era lo que le gustaría hacer a él, desaparecer. Le hubiera encantado esconderse detrás de una de esas paredes blancas del edificio.

David carraspeó para atraer la atención de Lucas. Cuando la tuvo, le clavó sus fríos ojos azules. Le parecía increíble que un genio de veintiocho años tuviera tanta facilidad para ponerlo en su sitio, sobre todo teniendo en cuenta que él era tres años mayor.

—No me digas que debería estar acostumbrado a este tipo de atención —le dijo Lucas a su hermanastro—. Puedo lidiar con los paparazzi, pero esto es peor y distinto. Se trata de negocios.

—Sí, sé que esto no es lo tuyo, pero teníamos un acuerdo.

—Sí, sí… —concedió Lucas.

—¿Señor Chandler? —llamó un reportero, algo impaciente.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. No estaba dispuesto a aguantar más preguntas. No quería tener que seguir disculpándose por su estilo de vida anterior ni justificar que un playboy como él fuera a visitar a unos huérfanos.

—Encárgate tú —le dijo a David mientras se alejaba de allí.

—Lucas…

—Tú eres el cerebro de la empresa y de todo esto, demuéstraselo a la prensa —le dijo con un guiño.

Los dos sabían que Lucas sólo era la cara visible de Empresas Chandler, que era el joven apuesto y célebre que atraía la publicidad mientras David era el que dirigía la compañía.

Pero Lucas recordó que esa vez no se trataba de atraer publicidad, sino buena publicidad.

Se había hablado demasiado de él últimamente, sobre todo de sus escarceos amorosos por las calles de Roma con la estrella del momento, Cecilia DuPont. Se había comportado de manera impulsiva y algo indecente, y eso no había favorecido en nada a la empresa.

Se alejó de la prensa y se acercó a la pared tras la que había visto desaparecer a las monjas. Oyó a David hablando con los periodistas. Era un buen hombre y sabía que Lucas no podía soportar mucho tiempo frente a los reporteros sin acabar explotando.

Al lado de la pared encalada había una verja de hierro forjado. Pudo ver desde allí un camino de piedras rodeado de arbustos y flores de vívidos colores. Oyó el gorgojeo de una fuente no muy lejos. Parecía un lugar muy agradable y tranquilo.

Abrió la cancela y entró antes de que nadie lo viera. Después se acercó hasta la fuente, guiándose por el sonido del agua.

El surtidor estaba en otro patio, rodeado de muros de ladrillo rojo y con bancos de hierro. Era justo lo que necesitaba. Se dejó caer en uno de esos bancos mientras se aflojaba la corbata y giraba la cabeza para relajar los músculos de su cuello.

Ya se sentía mucho mejor. Allí no había cámaras, periodistas, ni presiones. Sólo necesitaba estar allí un segundo…

Una risita lo distrajo de sus pensamientos.

Abrió los ojos y miró a su alrededor. Buscando al culpable entre los espesos arbustos que rodeaban el patio.

—Uuuh, uuuh —dijo una voz de niño, imitando a un fantasma.

Se imaginó que se trataría de uno de los huérfanos. No pudo evitar sonreír. Lo único que deseaba era que no se tratara de otro periodista, podía enfrentarse a cualquier otra cosa.

De repente se oyó una risa. Era un sonido abierto y algo pícaro. Recordó que así era como solía reír de niño. Entonces sólo había juegos, bromas y acertijos. Seguía siendo un adulto con alma de niño, algo que no dejaba de traerle problemas.

—¿Gabriel? ¿Dónde estás? —llamó una mujer desde algún sitio.

Se movieron las hojas de un arbusto, y Lucas vio algunos mechones morenos sobresaliendo por encima.

Entraron dos monjas en el patio. Hablaban con acento mexicano y parecían muy alteradas.

—¡Gabriel!

Se detuvieron al ver a Lucas poniéndose en pie frente a ellas. Sonrió y se encogió de hombros, no quería delatar al pequeño.

Una de las monjas lo miró algo irritada.

—¿Viene a visitar el orfanato, señor? Tiene que entrar por la puerta principal, no por el jardín.

Estaba encantado de que no lo hubiera reconocido.

—Lo siento —se disculpó con una sonrisa.

La monja abrió la boca para decir algo más, pero su sonrisa la desarmó.

—No pasa nada.

Lucas sabía que su sonrisa no podía fallar nunca. Sabía que era por los hoyuelos.

Mientras tanto, la otra religiosa, una mujer con grandes mofletes y ojos vivarachos, ya había localizado al niño entre los arbustos. Separó las ramas y salió un pequeño de piel dorada y grandes ojos castaños. Parecía tan juguetón e inquieto como Lucas se lo había imaginado. Debía de tener unos tres años.

Para sorpresa de las monjas, el niño salió riendo y gritando de los arbustos y se subió a la fuente de piedra, empezando a salpicar agua en todas las direcciones. Las monjas no sabían qué hacer, parecía horrorizarles la idea de mojarse los hábitos.

Lucas sintió lástima por ellas y decidió ayudarlas.

Se acercó a Gabriel desde atrás y lo tomó entre sus brazos con un movimiento rápido. Su traje se estaba empapando, pero no le importó.

—¡Eh, chiquillo! —le dijo—. Ya es hora de dejar de comportarte como una ardilla.

El niño le miró a los ojos, y Lucas no pudo apartar la mirada. En sus ojos marrones reconoció la misma expresión incomprendida y rebelde que veía cada mañana en el espejo. En su mirada confusa, había una pizca de insubordinación.

Oyó otra voz femenina acercándose a ellos.

—¿Gabriel?

—¡Ahora viene! ¡A buenas horas! —dijo la primera monja mientras se alisaba la falda del hábito.

Gabriel se retorcía, pero Lucas lo sujetaba con fuerza. Se acercó a uno de los bancos y lo dejó encima.

—¡Mucho gusto! —le dijo el niño en español.

Sus pestañas eran oscuras e interminables. Sus mejillas, llenas y redondas. Tenía la vieja camiseta completamente mojada y llena de barro.

Lucas alargó la mano y revolvió su pelo.

—¡Gabriel! —le riñó la más seria de las dos monjas—. Habla en inglés, por favor. Estás empapado y sucio, no estás preparado para el espectáculo que hemos preparado.

El niño sacudió la cabeza y miró a Lucas.

—¡Nada de espectáculo! —dijo.

Le extrañó lo del inglés, pero se acordó del informe que le había pasado David para ponerle al día de todo. Parte del programa educacional del orfanato incluía clases de inglés para los niños mexicanos.

David le había comentado que se trataba de una importante inversión para la empresa. Los niños, al ser bilingües, tendrían más oportunidades de futuro y todo eso contribuía a mejorar la imagen del grupo empresarial.

A Lucas le pareció muy buena idea. Aunque se imaginó que un niño tan pequeño como Gabriel no habría tenido tiempo de aprender demasiado, sobre todo porque el orfanato Refugio Salvo llevaba sólo nueve meses abierto.

La llegada de una tercera mujer interrumpió sus pensamientos. Estaba sin aliento y tenía su pelo negro y rizado despeinado y suelto sobre los hombros. Su piel estaba bronceada y hacía que destacaran sus ojos color miel.

Estaba vestida como una monja, pero no llevaba hábito. Se imaginó que sería una novicia del mismo convento de las otras monjas.

Sintió cómo le hervía la sangre. De manera instintiva, le dedicó su mejor sonrisa, la que la prensa llamaba «la madre de todas las sonrisas», era un arma infalible con casi cualquier mujer, pero no sabía si funcionaría con una futura monja.

Su modesta ropa no conseguía ocultar del todo sus sensuales curvas. En una de sus muñecas llevaba una pulsera de colgantes que brillaba bajo el sol. Se imaginó que quizás perteneciera a una orden religiosa más liberal, que permitía a sus integrantes llevar ropa normal y accesorios.

Fuera como fuese, Lucas se recordó que esa mujer estaba fuera de su alcance.

«David, papá y todo el consejo se volverían locos si sedujera a una futura monja», pensó.

Al verlo, la joven le respondió con una sonrisa y se sonrojó. El color de sus mejillas hizo que su cara pareciese aún más inocente y delicada. Su nariz era pequeña, sus labios sonrosados y llenos y tenía espesas pestañas oscuras.

—Veo que ha conocido a Gabriel —le dijo sin aliento.

Su inglés era perfecto, sólo tenía un poco de acento apenas perceptible.

—¡Por favor, ayude a este caballero! —dijo la más gruñona de las monjas.

—¡Hermana María Rosa! —intervino la otra religiosa—. Estábamos jugando a salpicar a la gente con agua y Gabriel ha ganado —añadió, mirando a la mujer que acababa de llegar.

—Parece que usted también ha intervenido, hermana Elizabeth —repuso la joven.

—Siempre lo hago —contestó la monja, poniendo los ojos en blanco.

La mujer que acababa de llegar se acercó a Gabriel.

El niño saltaba de alegría al verla.

—¿Te lo estás pasando bien con tu amigo? —le preguntó.

Gabriel abrió los brazos para abrazarla, y la mujer lo apretó con fuerza; parecía no importarle que se mojaran también sus ropas. Cuando se separó del niño, Lucas se esforzó por mantener los ojos lejos de su empapada blusa blanca.

«Futura monja, futura monja…», se repitió mentalmente.

Ayudó al niño a bajar del banco y se dio cuenta entonces de que se le transparentaba la blusa. Cruzó los brazos frente a su pecho para alivio de Lucas, que hubiera odiado tener que decírselo.

—Gabriel —dijo la hermana María Rosa, suspirando con impaciencia—. Tienes que cambiarte de ropa. ¡No sé qué vamos a hacer contigo!

La novicia se acercó al niño.

—Puedo hacerlo…

—No, Alicia —interrumpió la hermana Elizabeth, llevándose al niño de la mano—. Ya tienes demasiadas responsabilidades. No te preocupes por Gabriel.

Lucas se dio cuenta de que no la habían llamado «hermana Alicia», sino sólo «Alicia», pero pensó que quizás fuera así porque sólo era novicia.

Las dos monjas salieron con el niño. Éste se giró en la puerta para despedirse de ellos.

—Adiós, señorita Alicia. Adiós, señor.

Lucas y Alicia se despidieron también de Gabriel.

—Es un niño muy bueno, de verdad —le dijo Alicia, mirándolo y sonrojándose de nuevo—. Casi todo el tiempo.

Lucas no supo qué decirle porque pensaba que, si Gabriel se parecía a él tanto como pensaba, esa mujer estaba muy equivocada.

—Se ha enfrentado muy bien a él —le dijo ella con una sonrisa devastadora.

Era más de lo que podía soportar. Una mujer atractiva que además le estaba prohibida. La tentación servida en bandeja. Se rió para ganar tiempo e intentar recuperar la compostura.

—Sí, pero no tengo que pasar todo el día con él.

Ella se puso seria de repente, y Lucas se dio cuenta de que había pensado que quería adoptar a Gabriel.

Pensaba que no había nadie en el mundo menos preparado para ser padre que él.

Lucas se quitó la chaqueta del traje y se la ofreció para que cubriera su empapada blusa. Ella la aceptó de buena gana.

—¿No le importa? La verdad es que aquí no tengo ropa para cambiarme y…

—No me importa en absoluto —mintió él.

Su parte más carnal lamentaba no poder seguir admirando sus curvas, pero su parte más racional le recordaba que esa mujer era miembro de una orden religiosa.

—Gracias —repuso ella mientras se ponía la chaqueta.

Después inclinó a un lado la cabeza y lo miró de nuevo.

—Soy Alicia Sánchez —dijo, alargando la mano hacia él—. Voy a ser la anfitriona de su grupo y su guía. Estamos encantados de tenerlo en Refugio Salvo, señor.

Lucas aceptó su mano y sintió cómo un cosquilleo recorría su piel al tocarla.

No podía negarlo, se sentía atraído por ella. Atraído por un ángel, toda una novedad para Lucas.

 

 

El corazón de Alicia comenzó a latir con fuerza cuando tocó la mano de aquel forastero. Se le había acelerado el pulso desde que entrara corriendo en el patio y lo viera allí.

No podía dejar de mirarlo, y memorizó cada detalle. Vestía de manera muy elegante, desde la corbata hasta los zapatos. Iba muy arreglado. Le gustaba el aroma de su chaqueta.

Era bastante más alto que ella, tanto que tenía que levantar la cabeza para mirarlo. Le llamó la atención el color de sus ojos. Eran de un violeta profundo, como las flores que su abuelita solía cultivar en el jardín de su casa en San Diego. Su pelo, castaño claro, estaba algo largo y despeinado. Su cuerpo…

No quería mirar, pero no pudo evitar ver que era un hombre fuerte, musculoso y de anchas espaldas. Parecía un deportista.

El hombre apretó los labios y ella se dio cuenta de que había estado mirándolo de forma descarada. No pudo evitar sonrojarse. De nuevo.

Deprisa, soltó la mano y bajó la mirada al suelo. Metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se separó un poco de él. Vio cómo se apagaba un poco el brillo en sus ojos, como si acabara de darse cuenta de algo. Después, él también dio un paso atrás.

—¿Ha venido con el grupo del millonario? —le preguntó ella.

Era obvio que habría llegado con Lucas Chandler. Sabía que los periodistas estaban a la entrada, haciendo fotos y preguntas antes de que todos entraran a Refugio Salvo. Pero no entendía por qué ese hombre no estaba con el resto.

Él la miró con extrañeza y después le respondió con una sonrisa increíble. Creía que iba a derretirse delante de él. No entendía qué era lo que le estaba pasando. Se sentía algo mareada, confusa, se sonrojaba sin razón y no podía dejar de sonreír.

—Estoy deseando conocerlo —añadió.

Quería hablar y concentrarse en cualquier otra cosa que no fuera la electricidad que recorría su cuerpo en ese instante.

—¿Por qué? ¿Le parece guapo? —preguntó él en tono burlón.

—Bueno, eso es lo que comenta la cocinera, además de otras cosas no demasiado halagadoras.

Él levantó las cejas, sorprendido, y se sentó en uno de los bancos de hierro. Parecía haberle divertido su comentario.

—Así que eso es lo que dicen, ¿eh? ¿Le gustan los rumores?

—No los considero importantes. A mí no me gustan los programas de la televisión y las revistas que tratan esos temas. Pero, bueno… Supongo que tengo algo de curiosidad —añadió, riendo.

Lo que más le atraía de él era su dinero, pero no por las razones que podían motivar a otras mujeres, sino porque esperaba que siguiera con su actitud caritativa e hiciera otra donación al orfanato.

Él seguía sonriéndole, y vio entonces que se le formaban en las mejillas unos hoyuelos letales. Eran muy atractivos, como el resto de su rostro.

Se preguntó si ese hombre estaría coqueteando con ella. No estaba segura, pero decidió que tenía que detenerlo, por si acaso.

Pero no conseguía reunir el coraje necesario para hacerlo.

No era una monja, pero se había hecho tantas promesas a sí misma, que casi tenía más votos y obligaciones que ellas. Se había prometido que no tendría relaciones sexuales antes del matrimonio. Nunca más. Trabajaba en el orfanato como voluntaria con las religiosas de la orden de Nuestra Señora y eso hacía que quisiera ser el mejor modelo posible para los niños.

Por otro lado, tenía la necesidad personal de permanecer casta…

—Así que, ¿las monjas trabajan también en el orfanato de manera voluntaria? —preguntó el hombre.

Su pregunta la devolvió a la realidad y se dispuso a hacer de relaciones públicas de aquella institución.

—Sí, la orden se encarga de las clases y de satisfacer las necesidades espirituales de los niños. Otros empleados organizan el orfanato y las labores de la granja. Todos los huérfanos tienen tareas que se les encomienda según su edad y madurez.

—Son todos un grupo de personas muy humanitario y entregado.

Le pareció encontrar tristeza en su tono de voz. O quizás algo de culpabilidad. No estaba segura.

Se quedaron en silencio, sólo interrumpido por el relajante sonido de la fuente. Se sentía incómoda y decidió seguir hablando para salir del paso.

—Estamos encantados de ayudar. Somos muy felices con estos niños —le dijo.

Llevaba varios meses trabajando allí, donde se había alquilado una pequeña casa con lo que había ganado con la impetuosa venta de la vivienda de sus abuelos ya fallecidos.

Le había pedido al director del orfanato que le dejara ser la que hiciera de anfitriona del millonario benefactor del centro. Quería convencerlo para que donase más dinero.

Estaba empeñada en conseguirlo, costase lo que costase. Necesitaba recaudar la mayor cantidad posible de dinero. Necesitaba ese éxito para ir borrando de su memoria las palabras que su abuelo le había dicho en el lecho de muerte.

—Entonces, ¿ha conocido a Lucas Chandler? —le preguntó al hombre—. ¿Le ha parecido buena persona?

Pareció sorprenderle su pregunta. Era como si supiera algo que ella ignoraba.

—¿Buena persona? Supongo que todo depende del momento del día y de su estado de ánimo.

—¡Vaya! —repuso ella, apesadumbrada.

—¿Qué ocurre? —preguntó él mientras se inclinaba hacia ella para incitarla a hablar.

Ese mero gesto hizo que su corazón se acelerara y que su pecho ansiara algo que no podía tener. Había borrado la pasión de su agenda diaria. Era muy importante para ella conseguir un matrimonio respetable. Creía que era la única manera de experimentar lo que tenía que haber entre un hombre y una mujer. Pensaba que sólo el matrimonio podía conseguir que el sexo fuera algo puro y esencial.

—Si quiere que le diga la verdad. Teníamos esperanzas de que fuera alguien que prescindiera fácilmente de su dinero —le confesó ella.

No sabía si se había expresado con claridad, todo le resultaba más difícil en presencia de ese hombre. La ponía nerviosa. Sólo había querido decirle que esperaba que Lucas Chandler fuera generoso con los niños. Nada más.

Ahora se daba cuenta de que sus palabras lo habían dejado estupefacto. Seguramente pensaba que era alguien avaricioso y egoísta.

Vio cómo sus hombros se tensaban. Iba a explicar sus palabras cuando la interrumpieron.

—¡Alicia!

Se giró y vio a Guillermo Ramos, director del orfanato, corriendo hacia ella. Parecía tener mucha prisa. El viento agitaba su pelo.

—No es hora aún de dar la bienvenida —le dijo ella—. Los niños estarán listos en unos minutos.

—No, está claro que tenemos que empezar ahora mismo —repuso Guillermo, deteniéndose de golpe—. Señor Chandler, soy Guillermo Ramos. Hemos hablado por teléfono.

Alicia miró al forastero. Éste se había puesto de pie y alargaba la mano hacia Guillermo.

No podía creerlo. Aquel hombre era el señor Chandler. ¡El millonario!

—Me alegro de verlo, señor Ramos —le dijo él.

«¡Tierra trágame!», pensó ella.

Alicia, nerviosa como nunca, jugueteó con su pulsera para ocultar su vergüenza. Guillermo no podía dejar de sonreír.

—Veo que la señorita Sánchez le ha estado acompañando mientras esperaba por nosotros. Por cierto, siento muchísimo el retraso.

—La futura hermana Alicia ha hecho un trabajo estupendo aliviando la espera —dijo él—. Hemos estado charlando un poco.

Lucas Chandler la miró. Ahora que sabía quién era le parecía distinto. Más imponente y más prohibido aún.

Se sentía fatal. Creía que había metido la pata.

Pero le sorprendió que la llamara «futura hermana Alicia». Estaba claro que él no sabía a qué se dedicaba.

—Me alegra saberlo —repuso Guillermo—. Pero, para su información, la señorita Sánchez no es miembro de la congregación —añadió, riendo—. De hecho, ni siquiera es católica, pero tenemos la inmensa suerte de que trabaje con nosotros.

Vio cómo la mirada de Lucas Chandler se iluminaba al conocer esa información. Un simple gesto que hizo que se convirtiera, ante sus ojos, en todo lo que había oído de él.

Le habían dicho que era un playboy, un soltero de oro y el diablo personificado.

—Excelente —repuso él con media sonrisa—. Es bueno saberlo.

Ella tragó saliva. Se sentía como si acabara de quitarle la chaqueta y la hubiera dejado expuesta y casi desnuda frente a él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LUCAS y el resto de los visitantes salieron de los establos de los caballos después de visitar todas la instalaciones. Él no había dejado de sonreír ni un minuto, para satisfacción de los fotógrafos.

Alicia iba delante del grupo, llevándolos hacia el edificio principal. Éste había sido decorado de manera humilde con motivos navideños. Allí iban a poder pasar un tiempo con los niños, que ya habían recibido a Lucas con una conmovedora representación teatral y una canción.

Durante el paseo, habían visitado las modernas instalaciones del colegio, que incluía una sala de ordenadores, un pequeño gimnasio y una biblioteca repleta de libros.

Lucas se dio cuenta de todo lo que se podía conseguir con dinero.

No podía dejar de mirar a Alicia mientras se movía y agitaba las manos delante de ellos. Su chaqueta le quedaba muy grande. La suave brisa agitaba sus rizos morenos. Cuando uno de sus mechones se escapó para acariciar su mejilla, Lucas pudo imaginarse cómo sería apartárselo de la cara con los dedos y recibir una de sus maravillosas sonrisas como agradecimiento.

Pero Alicia no había sonreído demasiado mientras les mostraba el orfanato. No lo había hecho desde que le confesara por qué estaba interesada en conocer a Lucas Chandler.

Recordó sus palabras y se dijo que ella no era la única que se acercaba a él por su dinero.

Su pecho se había encogido cuando ella le había dicho que esperaba que le resultara fácil deshacerse de algo de dinero, pero no sabía por qué le había sorprendido. Le gustaba a la gente por lo que podía dar, ya fueran titulares escandalosos o dinero.

Nadie esperaba más de él, nunca lo habían hecho.

A lo mejor él había creído que ella era diferente a las demás, así se lo había parecido al principio.

Llegaron a la casa, y uno de los chicos mayores los recibió con una sonrisa desdentada. Le dio la mano al joven y se dispararon de nuevo las cámaras.

Una vez dentro, Alicia les dio las gracias por estar allí y los invitó a comer algo y conocer a los chicos mejor.

Los periodistas se lanzaron como buitres sobre los burritos, los tacos y las galletas. Los niños los miraban algo nerviosos, sin saber muy bien qué hacer ni cómo comportarse.

David lo miró con satisfacción. Estaba claro que le parecía que el día iba muy bien de momento.

Alicia no dejó ni un segundo su papel de anfitriona. Le daba la impresión de que había estado vigilándolo todo el tiempo. Su mirada inteligente y la manera en que lo miraba con la cabeza inclinada le decían que a lo mejor había descubierto algo sobre él que siempre se empeñaba en ocultar.

—Muy buen trabajo, señorita Sánchez —le dijo con su mejor sonrisa.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

—Quería disculparme con usted. Seguro que piensa que soy…

—No se preocupe. Creía que yo era un tipo normal, y yo pensaba que usted era una monja —repuso él.

—No, no hablo de eso, sino de mis comentarios. Por favor, no permita que mis palabras afecten al orfanato. Estamos muy satisfechos con todo lo que ha hecho, de verdad. Espero que no crea que somos desagradecidos.

Le sorprendió su sinceridad. David era el único que le hablaba de forma honesta y no estaba acostumbrado. Se apoyó en la pared de la casa. Antes de que pudiera contestarle, un niño salió de una de las cabañas. Su ropa blanca estaba teñida con manchas de todos los colores.

—¡Roberto! —exclamó ella, riendo con ganas—. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos interrumpido tu sesión de pintura?

Roberto asintió. Miró a Lucas de reojo y éste le sonrió.

—¡Madre mía! Bueno, que no te vea la hermana María Rosa —le dijo la mujer.

Después de que se fuera el niño, ella seguía sonriendo. No creía que hubiera podido dudar de las intenciones de esa mujer. Parecía tan abierta y cariñosa…

Pero a él no se le daba nada bien juzgar a la gente. Siempre se metía en líos por culpa de su ineptitud para saber cómo eran las personas en realidad.

—Bueno… —dijo Alicia—. Supongo que deberíamos entrar en la casa.

Se sintió algo frustrado.

—Sí… —admitió mientras se ajustaba la corbata—. Supongo que deberíamos.

Ninguno de los dos se movió.

Se quedaron quietos mientras la brisa acariciaba sus cuerpos y el sol se hundía poco a poco tras el horizonte.

Los dos rieron al mismo tiempo. Una silenciosa e íntima admisión de que ninguno de los dos quería moverse de allí.

—Estoy harto de periodistas —confesó él.

—Ya me he dado cuenta.

—No es que no quiera ver al resto de los niños, no piense mal.

—Claro.

Sus miradas se encontraron y, durante un segundo, el mundo se detuvo a su alrededor.

Por primera vez en su vida, Lucas se encontraba sin palabras en compañía de una mujer. De todas formas, no le apetecía hablar. Estaba viviendo un tiempo robado y se contentaba con quedarse allí mirándola, observando cómo cambiaba el tono de sus ojos dorados con la luz de la tarde. No entendía cómo había acabado allí, vestida de manera algo desaliñada y trabajando con unas cuantas monjas.

Ella apartó la mirada y se tocó la pulsera. Parecía que le había leído el pensamiento.

—Hábleme de usted —le dijo—. ¿Qué hizo que se decidiera a hacer este tipo de trabajo?

Otro mechón se escapó, rozando su mejilla y sus labios. No podía dejar de mirarle la boca. Sensual y llena de promesas.

 

 

—Bueno, me di cuenta de que se me daba bien trabajar con niños —dijo después de unos segundos.

—Parece disfrutar mucho con ellos —repuso él mientras le clavaba la mirada.

Quería confiar en él, contarle todo lo que se le estaba pasando por la imaginación en ese instante, pero no podía.

Eran pensamientos prohibidos que consiguieron ruborizarla y hacerle recordar por qué había salido de su hogar como lo había hecho, por qué había abandonado su casa en Estados Unidos para encontrar el hotel mexicano donde sus padres se habían conocido.

—Cuando mis abuelos fallecieron, me di cuenta de lo que tenía que hacer con mi vida —le dijo con emoción en la voz—. Ellos me criaron en San Diego. Pero después de su muerte, dejó de atraerme seguir viviendo allí. Sobre todo cuando me di cuenta de todo lo que había por hacer aquí en México.

No podía contarle la verdad.

—¿Sus abuelos la criaron?

—Sí… Mis padres salieron de mi vida hace mucho tiempo.

Otra mentira a medias.

Miró a Lucas Chandler. Era tan apuesto, que se sentía muy confusa. Su cuerpo no parecía capaz de controlar sus reacciones.

Él se acercó algo más a ella. Podía ver el hambre en sus ojos. Estaba claro que ella le interesaba. Su mirada la impresionó tanto, que casi la dejó sin respiración.

Sólo estaba a unos centímetros de ella y su aroma la envolvía y aturdía. Se le llenaron la cabeza de fantasías y posibilidades.

Asustadiza como era, dio un paso atrás para poner más distancia entre ellos.

No quería ofenderlo y asumir que Lucas Chandler estaba coqueteando con ella, pero tenía que tener cuidado. Sobre todo en los últimos tiempos, cuando su visión de la vida había sido tan bruscamente alterada después de lo que su abuelo le había contado poco antes de morir.

Oyó la risa de Lucas y levantó la vista. Una vena latía con fuerza en su cuello.

«No puedo dejar que se acerque de nuevo», pensó.

—Bueno, será mejor que entremos. Los niños están esperando y…

—Y no deberíamos estar aquí solos —repuso con una sonrisa triste—. Ya lo sé. Una foto conmigo y su reputación podría irse al traste. Está claro que la valoran mucho en este sitio y no querría que eso cambiara.

—No quería decir eso…

Pero se dio cuenta de que tenía razón. Lo último que necesitaba era tener a ese hombre tan cerca. Conocía a hombres como él, siempre intentando convencerla de que no iban a causarle ningún problema.

Había aprendido la lección con dieciséis años. Solía salir con gente mayor que ella y, una noche de verano, se dejó llevar por la presión de su entorno y acabó acostándose con uno de ellos.

Y aquello le gustó mucho, casi demasiado.

Después, le persiguieron todas las lecciones morales que sus abuelos y la iglesia habían intentado inculcarle. Llegó a creer que había algo malo dentro de ella para que le hubiera gustado tanto la experiencia.

Se dio cuenta más tarde de que necesitaba algo de estabilidad en su vida. Se prometió que esperaría hasta el matrimonio antes de tener relaciones sexuales de nuevo. Creía que así conseguiría ser una buena esposa y que el sexo sería entonces algo bello y respetable.

No era ningún ángel, ni mucho menos, pero ahora estaba intentando ser una buena persona.

Algo cambió en el modo en que Lucas la estaba mirando. Se dio la vuelta y, como el caballero que era, sostuvo la puerta abierta para que pasara ella primero. Parecía estar a años luz de allí.

Los recibió el sonido de las risas y las conversaciones. Le encantaba participar de todo aquello. La caridad hacía que se sintiera mejor y más libre.

Miró de nuevo a Lucas y vio que había admiración en sus ojos. Eso le dio fuerzas renovadas.

 

 

Una hora más tarde, la mayor parte de los niños habían vuelto a sus habitaciones. David hacía mucho que se había despedido de los periodistas.

Lucas se alegraba de que no estuvieran ya allí, porque estaba agotado después de pasar el día entero cuidando sus apariencias. Lo cierto era que había tenido suerte al librarse de los periodistas durante los momentos más privados, como cuando había estado charlando con Alicia sin tener en cuenta todo lo que ella tenía que perder si se publicaba una foto de los dos en la prensa.

La verdad era que, con ella al lado, le costaba mucho pensar. Su cuerpo había reaccionado de la manera más primitiva en su presencia. Estaba acostumbrado a conseguir lo que quería de las mujeres, pero no se sintió ofendido por su modestia.

Le había encantado ver calidez en sus ojos cuando le habló de su trabajo con los niños. La gente de la que solía rodearse, sólo estaba preocupada por la siguiente fiesta o por dónde invertir el dinero para conseguir convertirse en otro Rockefeller.

Ella era distinta. Le resultaba refrescante y no quería perjudicarla si la relacionaban con él. Además, Lucas estaba intentando convertirse también en un buen chico.

David avisó a la limusina para que se acercara a por ellos y atendió unas cuantas llamadas desde su móvil. Lucas, mientras tanto, se despidió de los niños que aún quedaban por allí.

Gabriel, el niño que había conocido en el patio, había estado muy tímido durante la reunión y no se había separado de Alicia quien, por su parte, había mantenido las distancias con Lucas todo el tiempo.

Pero ahora que la reunión llegaba a su fin, Gabriel corrió a su lado tan vivaracho como antes. Llevaba en la mano la chaqueta que Lucas le había prestado a Alicia.

—¡Hola! —le dijo, entregándole la prenda sin dejar de dar saltitos.

Ella se acercó por detrás y le habló con naturalidad, olvidándose de las preguntas demasiado privadas que le había hecho antes.

—Está practicando su inglés con usted —le dijo.

Lucas se agachó hasta quedar a la altura del chico.

—Entonces. «Hola» a ti también.

Parecía que eran las palabras que el niño había estado esperando oír, porque comenzó a parlotear sin descanso, contándole todo lo que había comido ese día. Lucas lo escuchó con atención. También pudo oír los disparos de una cámara detrás de él. Estaba claro que no todos los periodistas se habían ido del evento.

Se dio cuenta de que sería una foto perfecta para su nueva imagen de chico bueno.

No se dio cuenta hasta que Gabriel dejó de hablar que sentía una extraña sensación en la garganta. Era una emoción que no conseguía identificar.

No entendía qué le pasaba.

Se puso de pie con brusquedad. Le alegraba ver lo que las lecciones de inglés habían conseguido en pocos meses, pero todo aquello le recordaba lo absurda e improductiva que había sido su vida hasta ese momento.

Miró a su hermano. Estaba apoyado en el umbral de la puerta y guardándose el móvil en el bolsillo de la chaqueta.

«Mantén la calma», se dijo.

Para cuando Gabriel tiró de sus pantalones, Lucas ya se había recuperado bastante y pudo prestarle atención de nuevo.

—Venga, juguemos al escondite —le dijo Gabriel mientras lo tomaba de la mano para sacarlo de la casa.

Pero una monja lo llamó desde otro lado de la sala.

—¡Gabriel! Es hora de hacer las tareas. Despídete ya.

El niño frunció el ceño, no parecía entender por qué tenía que acabar ya la diversión. Entonces, se giró hacia Alicia y comenzó a hablar deprisa en español. Parecía muy disgustado, y golpeaba el aire frente a él con los puños. Lucas lo miraba desconcertado y sin entender ni una palabra.

Alicia se inclinó pacientemente sobre el niño y le acarició el pelo. Se comportaba como una madre con él. Gabriel dejó entonces de chillar. Al principio negaba con la cabeza. Después, cuando Alicia comenzó a susurrarle palabras de consuelo, el niño fue tranquilizándose y dejó que ella se acercara.

Con cuidado, Alicia lo abrazó mientras continuaba hablándole y frotándole la espalda.

Gabriel se tranquilizó del todo y quedó más calmado entre los brazos de Alicia. Lucas distinguió de nuevo algo en sus ojos que reconocía en sí mismo. Era el mismo dolor que él también guardaba en su corazón, la misma necesidad de encontrar a alguien que lo ayudara.

Se le escaparon las palabras antes de que pudiera pensárselo mejor.

—Jugaremos otro día al escondite, ¿vale, Gabriel?

No entendía por qué lo había hecho. Sabía que lo más seguro era que no volviera nunca por allí.

Pero entonces vio una maravillosa sonrisa aparecer en el rostro de Alicia, y supo que no necesitaría nada más para convencerlo de que regresara al orfanato.

—Hasta pronto, entonces, señor Chandler —le dijo ella, poniéndose de pie con el niño aún de la mano—. Gracias por todo.

Lucas asintió. No podía dejar de mirar sus curvas moviéndose bajo una falda carente de toda forma.

Lo miró de nuevo antes de salir por la puerta. Fue muy breve, sólo una sonrisa, pero suficiente para poner todo su mundo patas arriba.

No sabía qué era lo que tenía esa mujer para que le afectara tanto. Sentía que podía leerle el pensamiento, colarse bajo su piel y susurrarle al oído.

«Sé que estás sufriendo. Y lo entiendo», imaginó que le decía.

No se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento hasta que ella salió de allí.

 

 

David esperó afuera mientras Lucas se despedía del director del orfanato. Apoyado en la limusina y con una buena vista de la propiedad, miró a su hermanastro al verlo salir.

—¿Sabes quién ha llamado? —le dijo David cuando llegó a su lado.

A Lucas no le costó mucho adivinarlo.

—¿Qué es lo que ha hecho ahora nuestro padre? ¿O es que quería anunciarnos que tenemos una nueva madrastra y que es más joven que nosotros?

David no dijo nada, se quedó callado. Su cuerpo hablaba por él. Se le veía relajado, como un hombre que llevaba las riendas de su propio destino. La mandíbula apretada era el único gesto que dejaba entrever la tensión existente entre los dos hermanos. A David le gustaba la postura de Lucas respecto a los negocios. Admiraba su talento para intervenir el mínimo posible. No le importaba ser el encargado de dirigir la empresa mientras Lucas se dedicaba a representarla en todo el mundo. Éste poseía la mayoría de las acciones, gracias a un acuerdo que la madre de Lucas le había hecho firmar a su marido.

—Venga, suéltalo —le pidió Lucas con algo de impaciencia.

—Quería saber cómo iba todo, si lo de hoy sería bastante como para dejar al Grupo Tadmere impresionado.

El Grupo Tadmere era la empresa mediática que estaban intentando comprar. Se trataba de una compañía familiar. Su adquisición conseguiría revitalizar a Empresas Chandler, además de darles la oportunidad de competir con las revistas y los canales que se alimentaban del tipo de noticias que fomentaba gente como Lucas. Pero los propietarios de Tadmere eran muy conservadores y no les atraía la idea de vender su empresa a alguien con la pésima reputación de Lucas. La campaña de mejora de imagen a la que había accedido Lucas era parte de su plan para satisfacer las demandas de los dueños de Tadmere y para amortiguar su último y escandaloso viaje a Roma. Todos los esfuerzos de la empresa se centraban ahora en hacer que Lucas pareciese un buen chico.

—¿Y qué le dijiste? —preguntó Lucas como si no le importara demasiado la respuesta.

—Le comenté que todo va de maravilla —repuso David mientras miraba su Rolex de oro—. Y eso le alegró mucho. Mucho de verdad, Lucas.

No pudo evitar sentir euforia al oír a su hermano. Después de sobrevivir a un infarto cerebral, parecía que su padre había empezado a apreciar más la vida. Pero no quería dejarse llevar por el entusiasmo, sabía que Ford Chandler volvería tarde o temprano a ser el mismo de antes.

—¡Vaya! No tengo que contarte lo feliz que me hace oír eso —dijo Lucas con sarcasmo.

David suspiró y sacudió la cabeza.

—¡Venga, hombre! Los dos sabemos que papá está muy cerca de empezar a apreciarte como mereces. Yo estoy bastante harto de esta situación. Y sé que tú también. Pero trágate tu orgullo y no te rebeles contra él. ¿No ves que te está ofreciendo la pipa de la paz? ¿Por qué no la aceptas de una vez?

—¿Y qué se supone que tengo que hacer, David?

—Comportarte como lo has hecho hoy aquí. Eso es todo. No ha sido tan difícil después de todo, ¿no?

No pudo evitar recordar a Gabriel hablándole en inglés y al resto de los chicos de pie frente a las mesas de comida. Todos le sonreían, querían darle una buena impresión.

Le parecía increíble. Ni él mismo se tenía el respeto que había recibido de esos niños. No llegaba a comprender cómo sería sentirse digno de ese respeto.

No podía contarle ni a su hermano cómo se sentía. Era demasiado tarde. Ya le había costado bastante confesarle que se había excedido con Cecilia DuPont en Roma y que necesitaba cambiar de escenario.

Había sido tan difícil como admitir él mismo que lo que más anhelaba en el mundo era recibir una palabra amable de un padre que no profería demasiadas.

Resentido por la falta de atención, había crecido rechazando el imperio que su padre había construido con su esfuerzo y tesón. Empresas Chandler era el hijo predilecto de Ford Chandler, así que Lucas no entendía que a su padre le sorprendiera su resentimiento.

Un resentimiento que estaba agotando sus fuerzas después de tanto tiempo. Estaba harto de discutir con un padre que parecía haber envejecido quince años durante el último mes. La última vez que lo había visto había sido cuando salieron las revistas anunciando en portada su aventura romana. En ellas se podían ver fotos en las que Cecilia DuPont aparecía bañándose desnuda en una fuente pública mientras él la animaba. Su padre había parecido entonces bastante acabado. Incluso finito, como dirían sus amigos italianos.

Ford Chandler lo había recibido desde una cama de hospital que se había hecho instalar en el ático de uno de sus edificios de Nueva York. Lo había visto muy pálido, su estado empeorado por las malas noticias que le había traído su primogénito. En ese instante fue cuando se dio cuenta de que no disponía de demasiado tiempo si quería demostrarle a su padre que no era un absoluto fracaso ni la oveja negra de la familia.

—Creo que hemos conseguido mucho en este sitio —dijo Lucas después de un momento—. No me importaría colaborar más en este tipo de cosas.

Nunca mostraba sus sentimientos. Tenía fama de despreocupado y le gustaba dar a la gente lo que esperaba de él. No quería que supieran cuánto le importaba que lo tomaran en serio.

David no pudo esconder una sonrisa, y Lucas se dio cuenta de que había dicho lo que su hermanastro estaba esperando.

—Hoy ha sido sólo un primer paso —le dijo—. Vamos a necesitar mucho más que unas cuantas fotos haciendo obras de caridad para borrar tu imagen de chico malo.

No pudo evitar pensar en su padre, en lo agotado y desilusionado que le había parecido la última vez que habían hablado. Le dio la impresión de que había tirado la toalla en lo que se refería a él. Pero Lucas estaba dispuesto a demostrarle que podía hacer mucho más.

Aun así, no quería mostrar demasiado entusiasmo. No podía dejarse llevar.

—¿Tienes algo en mente, cerebrito?

—Hoy se me han ocurrido algunas ideas —dijo mientras lo observaba con su mirada inteligente y fría—. Sería perfecto si pudieras hacer algo para conseguir que el mundo se olvidara de tus aventuras. El mundo y el Grupo Tadmere, por supuesto. Necesitamos que seas un modelo a seguir, un ejemplo para la sociedad.

—Bueno, esto ha sido un buen comienzo.

—Estoy pensando en algo mucho más importante que una visita a un orfanato. Hablo de un cambio de vida. Tienes que empezar de cero para que nadie se acuerde de Roma, de París y del resto de los titulares que has inspirado durante años.

Le dolían sus palabras. Y sobre todo que fuera su hermano pequeño el que tuviera que decírselas.

—No será tarea fácil.

—No, ya lo sé —repuso David con la mirada perdida en el horizonte.

Lucas se dio la vuelta para ver qué era lo que había atraído la atención de su hermano.

Sin poder evitarlo, el corazón le dio un salto en el pecho y se le hizo un nudo en la garganta. Alicia Sánchez iba de camino a los establos con Gabriel, vestido con ropa de trabajo. Los dos reían y charlaban con entusiasmo.

—Parece que has hecho muy buenas migas con ella —comentó David—. Y se te dan bien los niños, sobre todo ése.

Lucas se giró de nuevo, esa vez para encararse de nuevo a su hermano. No pudo evitar que la sangre comenzara a hervirle en las venas.

David levantó ambas manos a modo de rendición.

—Confía en mí, Lucas. Si pudieras convencer a la gente de que eres capaz de mantener una relación normal con una mujer decente, el Grupo Tadmere sería nuestro. Puede que les lleve algún tiempo darse cuenta de que eres un tipo honrado y monógamo con la cabeza sobre los hombros pero, ¿qué quieres que te diga? El amor lo cambia todo y lo puede todo. El amor y después… Después los niños, claro.

—Estás de broma, ¿no?

No podía creer lo que su hermano le estaba sugiriendo. Aun así, la parte de él que había conseguido despertar ese día le decía que no cerrara la puerta del todo a esa posibilidad.

—Piensa en lo que todo el mundo diría de ti —prosiguió David—. El juerguista reformado. A la gente le encanta ese tipo de historias.

Él sólo podía pensar en que la monogamia podía hacer que consiguiera el respeto que tanto ansiaba. Igual que una relación seria con una chica.

«Respeto, respeto, respeto», se repitió como si fuera una oración.

Eso era todo lo que buscaba, el premio final que no llegaba nunca a conseguir. Llevaba tanto tiempo deseándolo, que le parecía un sueño.

—Es preciosa —dijo David—. Si consiguieras salir con una mujer como ella, sería perfecto. Algo insuperable en nuestras circunstancias.

—Sí, claro. Y si la gente llegara a descubrir que el único propósito de esa relación es la necesidad que tenemos de conseguir mejor publicidad, acabaría aún peor de lo que he empezado.

—Lucas… —comenzó David con paciencia—. Piensa en las fotos que te hicieron en Roma con Cecilia. ¿De verdad crees que puedes empeorar las cosas? Creo que tu imagen ya ha tocado fondo. Además, nuestro departamento de Publicidad se encargará de cubrirnos las espaldas.

Aún le avergonzaba lo que había pasado en la capital italiana y le dolía recordarlo. Lucas miró por encima de su hombro. Alicia y Gabriel desaparecían en ese instante detrás de unos edificios.

No le costó dejar volar su fantasía. Podía imaginarse acariciando la tersa mejilla de Alicia, enredando los dedos en los suaves rizos de su pelo, sintiendo los labios contra los suyos…

Pero las objeciones llenaron enseguida su cabeza. Ella era una buena chica y él sólo un playboy. Nunca podría funcionar.

—Olvídalo —repuso Lucas después de un momento.

—Mira, hermano, los famosos hacen este tipo de cosas todo el tiempo cuando quieren tener buena prensa y mejorar sus maltrechas imágenes públicas. No te haces a la idea de la valiosa publicidad que podríamos conseguir de algo así, incluso por parte de los medios de comunicación que no poseemos.

Lo que quería decirle era que sólo era una cuestión de negocios, igual que todas las relaciones formales y aburridas que había tenido hasta el momento. Todas positivas para su imagen, pero todas un callejón sin salida ni futuro.

Gabriel salió corriendo y riendo del establo, intentando eludir sus responsabilidades. Alicia salió detrás de él para atraparlo, y lo abrazó con fuerza cuando lo consiguió. El estómago le dio un vuelco.

No sabía por qué se sentía así. Se imaginaba que se debía a sus dudas. No creía que pudiera ser monógamo. Y los titulares hirientes de la prensa corroboraban su sensación.

No imaginaba otras razones por las que pudiera estar sintiéndose como lo hacía en ese instante.

—De un modo u otro, no pierdes nada por hablar con ella y ver qué le parece la idea —le dijo David.

Oyó las palabras sin dejar de observar a Alicia. Esa mujer le inquietaba mucho. Igual que Gabriel, un niño que se parecía mucho a él.

Casi una familia. Lo embargó una emoción que desconocía, una sensación de extraña plenitud. Y no pudo evitar preguntarse si podría funcionar o no.

Pero se giró hacia su hermano y dio por terminada la conversación lanzándole una mirada asesina.

Las palabras y la lógica de David, no obstante, no abandonaron su mente durante todo el trayecto de vuelta al lujoso hotel donde se alojaban. Pero esa noche apenas durmió. No dejó de dar vueltas por la habitación hasta bien entrada la madrugada.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

ALICIA no pudo evitar sentirse halagada y entusiasmada cuando Guillermo Ramos se puso en contacto con ella la noche anterior para pedirle que hiciera de anfitriona de Lucas Chandler durante otro día más.

Intentó convencerse de que, si se sentía así, era porque estaba más cerca de conseguir otra donación para el orfanato, no porque le gustara la idea de ver a ese hombre de nuevo.

Horas después. Mientras cabalgaban juntos recorriendo la propiedad, pensó que era ridículo siquiera imaginar algo entre ellos. Lucas Chandler estaba tan fuera de su alcance, que no merecía la pena perder el tiempo con fantasías. Por otro lado, ella tenía cosas más importantes con las que ocupar su tiempo.

Lo miró de reojo con la esperanza de que Lucas Chandler no se diera cuenta. Su pelo seguía algo despeinado y su mirada tan penetrante como el día anterior.

Parecía encontrarse a gusto, cómodo con sus vaqueros desgastados y a lomos del caballo.

Él le había dicho que quería ver de nuevo las instalaciones para sopesar cómo podrían mejorarlas una nueva donación. Y, a pesar de que se lo estaba poniendo en bandeja, se sentía cohibida e incapaz de hablar y venderle las ideas que tenía para renovar Refugio Salvo.

Se convenció de que conseguiría pronto superarlo, tan pronto como se deshiciera de la timidez que estaba atenazándola de momento. A lo mejor era porque la ausencia de cámaras y periodistas hacía que todo pareciese más real ese día.

—Mire hacia el oeste, señor Chandler —le dijo, señalando en esa dirección mientras hacían que se detuvieran sus caballos.

Había una gran extensión de terreno, tan verde como donde se encontraban, pero estaba cerrada con una valla y una señal que indicaba que era propiedad privada.

—¿Es del vecino? —preguntó él mientras sujetaba a Ackbar por las riendas.

—Sí, pero nos vendría muy bien que la fundación pudiera adquirirla. Podríamos hacer mucho más con un rancho mayor.

Él miró de nuevo la propiedad y después espoleó a Ackbar para que siguiera caminando. Ella se puso a su altura y cabalgaron codo con codo. Parecía estar muy pensativo, así que decidió no molestarlo con tonterías. De todas formas, no sentía la urgencia de llenar los silencios.

Eso le llamó la atención. Sólo lo había conocido el día anterior, pero se sentía cómoda a su lado. Era como si fuera un viejo amigo. Nunca le había pasado algo así. Se le daba bien tratar con la gente, por eso Guillermo la había elegido para que representara al orfanato, pero siempre mantenía las distancias con los desconocidos. Era una barrera que no se podía ver, pero que estaba presente y podía sentirse.

Una barrera que no existía con Lucas Chandler. Entre ellos había algo distinto, algo que no sabría cómo definir y en lo que prefería no pensar demasiado.