Candidato a marido - Crystal Green - E-Book

Candidato a marido E-Book

CRYSTAL GREEN

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Beschreibung

Casados… sólo hasta las elecciones municipales Holly Pritchett había regresado a casa sola y embarazada. Lo último que la futura madre quería era convertirse en el centro de todos los cotilleos. Entonces, el sensual ranchero Beauregard Clifton le hizo una oferta que debería haber rechazado… Bo iba a presentarse a alcalde y necesitaba una esposa. Y Holly necesitaba un marido que hiciera de padre para su bebé. Pero, desde el momento en que dijeron "sí quiero", Bo se dio cuenta de que ella le resultaba ¡absolutamente irresistible!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A.

Todos los derechos reservados.

CANDIDATO A MARIDO, N.º 58 - octubre 2011

Título original: The Sarantos Secret Baby

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-027-1

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Promoción

Capítulo 1

ESTOY metida hasta el cuello, Erika, y no tengo ni idea de qué hacer. Holly Pritchett estaba sentada en una mesa en DJ´s Rib Shack y se abrazaba sutilmente el vientre con el brazo. Llevaba un suéter demasiado grande, para ocultar el pequeño secreto que, desde hacía siete meses, crecía en su interior.

—¿Qué es eso que no me podías contar por teléfono? —preguntó Erika Rodríguez a la vez que se sentaba con ella, mirando a su amiga con simpatía.

Erika había ido directa al restaurante desde su despacho, en el complejo turístico de Thunder Canyon, y llevaba el pelo recogido y un traje de chaqueta con falda de estilo conservador. Tenía el aspecto de ser una hermana mayor con todo bajo control, justo lo que Holly necesitaba.

A su alrededor, los comensales charlaban en sus mesas. En las paredes colgaban fotos color sepia de vaqueros y ranchos, junto a un mural que representaba la historia del pueblo. El aroma de la genuina salsa de barbacoa del local impregnaba el aire, pero no era eso lo que hacía que a Holly se le revolviera el estómago.

Respiró hondo y dejó de tocarse el vientre, por si alguien la estuviera observando. Su bebé… al que solía llamar Saltamontes, por los saltitos que daba dentro de ella, no tenía por qué saber por qué apuros estaba pasando la buena de su mamá.

—Es mi padre —dijo Holly con ansiedad, a pesar de que intentaba calmarse por el bien del bebé—. Creo que lo sabe.

Erika cerró los ojos, adivinando lo que iba a continuación. —¿Cómo va a saberlo? Lo has ocultado muy bien debajo de esas ropas.

—Lo sé. Tengo el vientre pequeño y todavía no se me ha hinchado mucho —señaló Holly. Sin embargo, ella siempre había sido delgada y aficionada a la ropa ajustada. Por eso, sus amplias faldas y enormes suéteres debían de haberle hecho sospechar a su padre, pensó—. Deberías haberle oído cuando me iba del rancho. Me dijo que estaba comiendo más de lo habitual desde que había vuelto. Pero tenía un gesto extraño en el rostro, como si estuviera pensando algo más. Mi expresión debió de delatarme, porque luego me preguntó si el peso que había ganado se debía a algo más que a la comida.

Erika frunció el ceño mientras la escuchaba.

En ese momento, llegó un nuevo cliente y la camarera lo sentó en la mesa de al lado. Holly lo miró para asegurarse de que no las oyera antes de continuar. Pero el recién llegado estaba dándoles la espalda, con un ordenador portátil sobre la mesa. Y su sombrero de vaquero le ocultaba el rostro.

Cuando el hombre se quitó la chaqueta y la dejó en la otra silla, Holly no pudo evitar fijarse en sus anchas espaldas.

Observó también que se ponía unos auriculares conectados al ordenador. Así que continuó hablando, segura de que el extraño no podría oírlas.

—Entonces, mi padre me preguntó si estaba embarazada.

—¿Y le contaste lo de Alan? —quiso saber Erika, que apenas se había fijado en el recién llegado.

Holly apretó los labios.

—¿No le has dicho que Alan te dejó cuando aceptó ese puesto de procurador judicial en Europa?

—Tenía que haberlo hecho —admitió Holly—. Pero, sin pensarlo, respondí algo por completo diferente.

Erika arqueó las cejas.

Eso no era buena señal, pensó Holly. Las dos se habían hecho amigas cuando su padre buscando más terrenos para ampliar su rancho, había acudido a la inmobiliaria donde Erika trabajaba entonces como recepcionista. Mientras esperaba en la sala de espera, ella había empezado a charlar con Erika y había descubierto que las dos tenían muchas cosas en común. Desde entonces, su amistad no había hecho más que crecer.

Por eso, Holly sabía que el que su hermana mayor adoptiva, Erika, levantara así las cejas era muy mala señal.

Holly se esforzó en explicarse.

—Fue por cómo me miraba mi padre… Y, cuando me dijo que me habían educado para no cometer estas tonterías… Bueno, sin querer le dije algo que nunca había soñado que saldría de mis labios.

Había sido una mentira que la honrada, directa y sincera Erika nunca se habría atrevido a decir.

—¿Y…? —preguntó Erika.

—Le he dicho a mi padre que no debe preocuparse por mí ni por mi bebé, porque me voy a casar y mi novio vendrá al pueblo dentro de unas semanas, cuando termine un trabajo que tiene que hacer.

Erika se quedó petrificada un momento, mirando a su amiga con intensidad. Holly sabía que eso significaba que tenía que explicarse todavía mejor.

—Luego, le he dicho que lo había guardado en secreto porque quería anunciar mi compromiso y mi embarazo al mismo tiempo con mi prometido, cuando él llegara.

Erika parecía a punto de soltarle una buena reprimenda pero, al parecer, se contuvo.

—¿Y qué vas a hacer si Alan no vuelve? ¿Cómo vas a explicárselo a tu familia? Porque conozco a tus hermanos y sé que se lanzarían a la caza de ese Alan y lo traerían de los pelos de vuelta al país.

—No he mencionado el nombre de Alan, en realidad —explicó Holly, jugueteando con la carta del restaurante—. Ya he aceptado que él no va a volver. Pero tenía que decirle algo a mi padre. Ya sabes cómo es.

—Sí, el señor Pritchett tiene en un pedestal a su hijita. Pero, Holly, ¿por qué no le has contado la verdad sobre Alan? A tu padre va a rompérsele el cora zón todavía más si descubre que le has mentido.

Holly empezó a sentirse cada vez más mareada.

—Y sé cómo te sientes tú, también. Te sientes decepcionada contigo misma y te está destrozando por dentro el no saber qué hacer —continuó Erika.

La camarera se acercó para tomarles el pedido y, durante un minuto o dos, Holly fue capaz de poner cara de que todo iba bien.

Otra mentira.

Cielos, en el pasado, Holly no había dicho nunca tantas mentiras. Y no le gustaba hacerlo.

Cuando la camarera se hubo ido, las dos amigas le dieron un trago a sus vasos de agua. Un incómodo silencio las envolvió. Holly posó la mirada en la mesa de al lado, donde estaba sentado el comensal solitario, dándoles la espalda.

Llevaba unas botas relucientes y vaqueros nuevos. Tenía el pelo rubio revuelto después de haberse quitado el sombrero, que había dejado en la silla a su lado. Tenía el portátil abierto sobre la mesa y los auriculares puestos. Parecía que estaba escuchando algún informe y, al mismo tiempo, siguiéndolo en la pantalla.

Sin poder evitarlo, Holly se fijó en su ancha espalda y en los músculos que se adivinaban bajo su camisa vaquera. Sintió un cosquilleo en la piel, como si el verano hubiera llegado de pronto y su cuerpo estuviera subiendo de temperatura…

Entonces, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, apartó la vista.

No era buen momento para fijarse en ningún vaquero.

Erika también le había echado un vistazo antes de volver a centrar su atención en Holly.

—Al margen de lo que pasara con tu padre, me alegro de que me hayas llamado —afirmó Erika, dejando el vaso sobre la mesa—. Vamos a encontrar la manera de sacarte de esto.

Holly sonrió aliviada.

—Sabía que podía contar contigo.

Erika también había pasado por una fase de madre soltera, antes de que su prometido, Dillon Traub, hubiera aparecido. Su hija de dos años, Emilia, lo adoraba. Eran tiempos felices para su amiga, pensó Holly.

Y ella también podría arreglar su vida, si consiguiera salir del atolladero, se dijo y suspiró.

—¿Quién iba a pensar que una chica como yo acabaría en esta situación? Tenía tantos planes de futuro…

—A veces, nuestras pasiones toman las riendas — opinó Erika y sonrió con tristeza, recordando cómo, también a ella, su novio la había engañado en el pasado—. Incluso una abogada como tú puede desviarse de su camino.

—Ni siquiera me he graduado —le corrigió Holly con frustración. Sin embargo, se puso la mano sobre el vientre y sonrió. En el momento en que supo que estaba embarazada, se había prometido a sí misma no arrepentirse de nada. Ni siquiera de haber conocido a Alan.

—Sabiendo lo decidida que eres, no me cabe duda de que saldrás de esto, Holly Pritchett.

—Me va a costar un poco —replicó Holly, riendo con suavidad—. No sé cómo pude pensar que iba a terminar la carrera e iba a regresar a mi casa convertida en abogada defensora de los más necesitados. Todo cambió cuando lo conocí a él.

—El cerdo de Alan.

—Sí, es un cerdo. Nunca pude imaginar que él no estaba tan loco por mí como yo por él. Estaba demasiado ocupada soñando con ser la mejor esposa y madre del mundo como para darme cuenta de que él no quería lo mismo que yo.

—Sé muy bien cómo te sientes. Pero también sé que estás mejor sin él.

Lo decía alguien que había vivido algo parecido y había aprendido de ello.

—Tienes razón —afirmó Holly—. Supongo que pensé que Alan podría cambiar y llegar a ser un hombre de familia. Pensaba que iba a poder ocultarle a mi padre que había sido un embarazo no deseado. No quería que nadie supiera que había tenido un desliz.

En el pasado, para Holly, había sido algo inconcebible que sus planes no se hicieran realidad.

Luego, la oferta de trabajo que Alan había recibido lo había cambiado todo.

Holly todavía podía recordar al detalle la noche en que él había regresado a su apartamento para darle la noticia. Una gran empresa londinense quería contratarlo.

—He estado pensando, Holly… que es una oportunidad excelente para mí… Pagaré la manutención de nuestro hijo, no te preocupes por eso, pero por ahora no puedo comprometerme a nada más —le había dicho él.

Como respuesta, Holly le había pedido que se fuera. Y él le había dado el estoque final.

—Nunca te había dicho que quisiera tener hijos contigo. Fue un accidente. Me sentí atrapado… Lo último que Holly quería era un marido que se sintiera atrapado, así que lo dejó irse sin dudarlo. Erika extendió la mano sobre la mesa para tomar la de su amiga. —Debes mantener tu orgullo y tu fuerza, como buena Pritchett.

—Sí… Lo que pasa es que empecé a mentir antes de darme cuenta —reconoció Holly, dejando caer los hombros.

—Holly… —comenzó a decir Erika, preparada para hacer una pregunta difícil—. Si Alan cambiara de idea y decidiera enviar a buscarte, ¿qué harías tú?

Era una pregunta dolorosa para Holly. Llevaba ya unos meses viviendo en casa de su padre, con un trabajo temporal para ahorrar un poco de dinero, no sólo para pagar los créditos que debía de sus estudios, sino porque le había dicho a Alan que se fuera al diablo y que no quería ni un céntimo suyo.

Holly se abrazó el vientre, sin importarle que nadie pudiera verla.

Un niño necesitaba un padre.

Por eso, ¿si Alan quisiera volver con ella, lo aceptaría? Diablos, no lo sabía. Ella no quería volver a verlo. Pero tenía que pensar en lo que su hijo necesitaba.

Holly no tenía respuestas. Ni siquiera sabía quién era ella misma. ¿Seguía siendo la chica sobre la que todo el mundo tenía inmensas expectativas?

¿O una desgraciada madre soltera?

—No tengo ni idea de qué haría, Erika —confesó Holly con suavidad—. Sería agradable tener un poco de apoyo. Mi padre no puede dármelo porque está demasiado ocupado con el rancho. Mis hermanos tampoco tienen dinero de sobra. Y yo no me atrevería a pedírselo. Pero Alan ni siquiera me llama para ver cómo está el bebé. ¿Por qué iba a querer que alguien así estuviera en nuestras vidas?

La camarera llegó con las ensaladas. Luego, se dirigió al vaquero de la mesa vecina, que se quitó los auriculares y levantó la vista, dejando al descubierto su perfil.

Y una sonrisa de cine.

Ese pelo rubio… Ese perfil, con su fuerte mandíbula, su firme barbilla, sus labios carnosos y esa nariz tan recta…

Holly lo miró con más atención. La verdad era que su rostro le resultaba familiar.

Intentó recordar de qué lo conocía.

Cuando la camarera se alejó de su mesa, llevaba una sonrisa de oreja a oreja.

—Hay que ver —comentó Erika con gesto divertido.

—¿Qué?

—Ese Bo Clifton es capaz de conquistar a cualquiera con su encanto.

A Holly se le aceleró el pulso.

¿Bo Clifton?

Erika arqueó las cejas.

—Sé que estabas visitando a tu prima cuando Bo se presentó a la alcaldía. Pero supongo que lo has reconocido de todas maneras, ¿no?

—Claro —balbuceó Holly. Recordó que había visto su cara sonriente en los cientos de pósteres que había pegados por todo Thunder Canyon.

Sin embargo, Holly recordaba a otro Bo Clifton…

—Lo que pasa es que hacía mucho tiempo que no lo veía —explicó Holly, centrando la atención en Erika.

—Ha vuelto al pueblo por todo lo alto. Se ha comprado una segunda mansión por aquí, cerca de Bozeman.

—¿Además de la que sus padres le dejaron cuando se mudaron?

—Sí.

—Bozeman —repitió Holly y se dejó llevar un instante por sus fantasías. ¿Qué habría pasado si se hubiera encontrado con Bo por la calle? ¿La habría reconocido? ¿Le habría dedicado una de sus rompedoras sonrisas, igual que a la camarera? Pero intentó centrarse en la conversación y en su amiga—. Así que quiere ser alcalde de Thunder Canyon. Es un trabajo muy duro.

No era tan fácil gobernar un pueblo que había crecido a trompicones con la fiebre del oro y, después, con la popularidad del complejo turístico Thunder Canyon, pensó Holly. Además, la crisis económica había afectado especialmente a aquella pequeña población.

—Bo está dispuesto a hacerlo —comentó Erika—. Ha estudiado la situación y ha decidido que puede hacer algo para mejorarla.

—Pues yo me alegro de que se presentara alguien más aparte de Arthur Swinton —afirmó Holly y meneó la cabeza—. Su arcaica forma de pensar sólo hundiría al pueblo más en el fango.

—Mucha gente joven opina lo mismo que tú. Al parecer, Bo se ha ganado tu voto.

—Ya veremos —respondió Holly y hundió el tenedor en la ensalada, intentando calmar su pulso acelerado—. Hace años, nuestras familias quedaban de vez en cuando para hacer una barbacoa y a él siempre le tocaba hacer de niñera de mis hermanos y de mí.

Por entonces, Bo tenía trece años y había sido un adolescente dorado por el sol que disfrutaba rebelándose contra el sistema, según había oído Holly. Y ella se había enamorado de él de pies a cabeza.

Claro que se acordaba de Bo.

La camarera se acercó a su mesa para rellenarles los vasos de agua.

—¿Queréis algo más aparte de las costillas, chicas?

Holly y Erika dijeron que no y, cuando la camarera se hubo ido, retomaron su conversación.

Hasta que se dieron cuenta de que alguien se había levantado de su asiento y estaba de pie junto a ellas.

Holly se sobresaltó al ver allí a Bo Clinton.

Se quedó sin respiración, mirando embobada su sonrisa, su piel bronceada y esos ojos azules que le hacían revivir sus sueños de niña…

—Señoras —saludó él.

—Bo —saludó Erika con tono cordial. Había colaborado con él hacía poco en el festival Días de la Frontera y se sentía cómoda en su presencia—. ¿Recuerdas a Holly Pritchett?

—Claro.

Bo le tendió la mano a Holly, quien se la miró un momento, como si estuviera deliberando si era buena idea tocársela o no.

No pudo evitar imaginar esa mano grande acariciándole la piel. Las hormonas del embarazo debían están en plena ebullición, pensó ella.

Era sólo… algo físico, se dijo. Sus traviesas hormonas estaban buscándose problemas constantemente.

Intentó convencerse a sí misma de que no tenía nada que ver con ese vaquero en particular.

Cuando Holly le estrechó la mano, notó su calidez. Además, era una mano endurecida, como la de un hombre acostumbrado a trabajar.

Ella lo soltó más deprisa de lo que le hubiera gustado, pues notó que Erika la estaba observando con curiosidad. De inmediato, se metió la mano debajo de los muslos para intentar acallar el delicioso cosquilleo que le subía desde la punta de los dedos hasta el brazo.

—Me alegro de verte —dijo Holly. «Ahora, vete, por favor», pensó.

Pero él no parecía estar pensando en hacer tal cosa.

Lo que Bo hizo fue apoyar las manos en la mesa e inclinarse hacia ella para mirarla a los ojos. Y lo que dijo a continuación dejó a Holly conmocionada.

—No he podido evitar oír algo de vuestra conversación. Y, si no te importa que te lo diga, Holly, Erika tiene razón… seguro que sales de ésta. De hecho, yo tengo la solución perfecta.

Bo Clifton era un hombre poco dado a la charla superficial, a menos que fuera absolutamente necesaria. Pero, al parecer, Holly Pritchett hubiera preferido escuchar algún comentario sencillo sobre el tiempo que esas palabras.

Erika y Holly se quedaron mirándolo como si fuera el mayor aguafiestas del mundo.

Pero un hombre que iba a sacar adelante a un pueblo entero debía ser capaz de ir directo al grano. La charla superficial y la demagogia eran culpables de que Thunder Canyon estuviera sumido en la decadencia y en la recesión. El tipo de cambio que proponía iba a necesitar hablar con claridad y sin tapujos de las cosas. Además, a él se le daba bien mezclar sus dotes persuasivas con su estilo directo.

Sí, sacar adelante a Thunder Canyon era su misión y, mientras había estado allí sentado escuchando las penas de Holly Pritchett, Bo se había dado cuenta de que tenía una idea para resolver los problemas de ella y los suyos al mismo tiempo.

Bo la sonrió y apreció los cambios que Holly había sufrido. Había pasado de ser una niña patilarga a convertirse en una mujer de mejillas sonrojadas y ojos azules. Era para él como un soplo de aire fresco.

Pero también era obvio que Holly estaba en un aprieto.

La verdad era que él no había tenido la intención de espiar a Holly y a Erika cuando había bajado a comer algo rápido después de haber tenido una reunión de negocios con su primo Grant, director del resort. Después de que la camarera lo hubiera conducido a su mesa y se hubiera puesto los auriculares, no había tenido tiempo de subir el volumen para escuchar las noticias, cuando había oído a las mujeres hablar. Entonces, había decidido dejar el volumen al mínimo, diciéndose que lo subiría enseguida.

Sin embargo, no lo había hecho, porque con cada nueva revelación de Holly, él había empezado a formarse un plan en la cabeza. Era bastante drástico, igual un poco heterodoxo. ¿Pero cuándo había sido él un hombre tradicional?

Siempre buscando la oportunidad de poner en práctica soluciones, Bo continuó hablando. —Parece que necesitas un marido tanto como yo necesito una esposa —explicó él. Bo no sabía que las mujeres pudieran abrir tanto la boca a causa de la sorpresa.

—Escúchame nada más —prosiguió él, hablando como si su propuesta fuera lo más razonable del mundo—. No es una tontería. Nos beneficiaría a los dos. Tal vez, quieras por lo menos considerar la oferta.

—Vaya —dijo Erika. Bo sonrió y se sentó en la silla que había junto a Holly.

Holly seguía observándolo boquiabierta como si acabara de aparecer de entre la tierra como un perrito de la pradera con el pelo en llamas.

Al fin, Holly consiguió articular palabra.

—No lo dices en serio.

—Claro que sí.

Bo comprendía su sorpresa, pero a él no le preocupaba demasiado llevar a cabo el plan. Sus padres se habían casado enamorados y había resultado un desastre. Un matrimonio de conveniencia no podía ser mucho peor que uno por amor, pensó.

Holly tenía aspecto de ser una joven ingenua, pero también sabía utilizar un tono autoritario cuando quería.

—¿Has estado ahí sentado, con los auriculares puestos, fingiendo estar ocupado, mientras escuchabas nuestra conversación privada… cosas que ni siquiera le he contado a mi familia?

—Me disculpo por las circunstancias, pero te aseguro que mis intenciones son honorables.

Holly volvió a quedarse mirándolo. Bo no pudo evitar sentirse como un marciano.

Era comprensible.

—Perdona que te lo recuerde, pero hace años mis padres me encomendaron cuidar de ti, Holly. Y los buenos vecinos no dejan de serlo porque hayan pasado unos cuantos años.

Holly miró a Erika, como preguntándole de dónde había salido aquel extraterrestre.

—Ésta es la verdad —dijo él, apoyándose en la mesa—. Lo que más quiero en el mundo es ayudar a Thunder Canyon y estoy seguro de que también es una de tus prioridades, ya que tu familia sigue viviendo aquí. Y yo sé lo importante que es la familia para ti. Este pueblo ha sido un hogar para ambos.

—Arthur Swinton te discutiría eso, ya que has elegido vivir cerca de Bozeman en vez de en tu rancho del pueblo.

—Pues se equivocaría. Vengo al pueblo todos los veranos. Y lo que es más, las raíces de mi familia están en Thunder Canyon. Su sangre también fue derramada aquí.

Holly se dio cuenta de qué hablaba… de la muerte de su tío, que había sido asesinado junto al padre de su prima política, Stephanie Clifton.

Y Bo no quería que Thunder Canyon volviera a verse sumido en esos tiempos oscuros. No dejaría que el pueblo cayera tan bajo de nuevo.

Sin embargo, él no había pretendido jugar esa carta, así que volvió a guardársela bajo la manga. No quería convencer a nadie mostrando su debilidad.

—Sólo escúchame cinco minutos —pidió él.

Entonces, cuando tuvo la sensación de que Holly estaba a punto de mandarlo al diablo, continuó hablando.

—Éstas son las razones por las que necesitas una solución inmediata. Para empezar, deberías evitar el estrés durante el embarazo y las discusiones con tu padre son malas para el bebé.

Holly parpadeó y Bo adivinó que ella ya había pensado en eso.

Un punto para el vaquero.

—En segundo lugar, puedo ofrecerle un apellido al bebé y daros a los dos estabilidad económica… mucho más de la que conseguirías con tu trabajo temporal.

—¿Cómo sabes que…? —Estoy al tanto de todo lo que pasa en Thunder Canyon. Holly siguió callada, sin decirle todavía que la dejara en paz. Así que él continuó.

—En tercer lugar, Arthur Swinton está empezando a hacer juego sucio en la campaña. Yo me he ganado los votos de la población más joven. Les gusta lo que digo sobre cambiar las cosas que no funcionan. Pero los de la vieja escuela siguen votando a Swinton año tras año, aunque sus políticas económicas tienen, en gran parte, la culpa de que el pueblo esté bajo mínimos. En vez de hablar de sus fracasos, él se ha centrado en los valores familiares y no deja de insinuar que soy demasiado joven y rebelde para ser alcalde. También he oído que dice que soy una especie de soltero salvaje, un extraño ser que va a echar a perder Thunder Canyon con su falta de estabilidad y de experiencia.

—¿No es típico de un tipo rebelde interrumpir una comida para hacer una oferta descabellada como la tuya? —comentó Holly.

Bo sonrió.

—Es verdad que me ha gustado mucho salir en el pasado, pero eso no significa que no sea apropiado para sacar adelante Thunder Canyon. Y, créeme, estoy a favor de los valores familiares… lo que pasa es que he estado muy ocupado con mi negocio y no he tenido tiempo de casarme hasta ahora.

—Te gusta hacer las cosas a tu manera.

—Sí, así es —admitió él—. Y me gusta tratar a las mujeres con todo el afecto y dignidad que se merecen. No he necesitado estar casado para hacerlo, por otra parte.

Holly se recolocó el cuello de la blusa, sonrojándose.

Su piel… ¿eran imaginaciones suyas o resplandecía un poco?, observó Bo.

Sería a causa del embarazo. Lo más probable era que su piel sonrosada no tuviera nada que ver con el sugerente comentario que él acababa de hacer, se dijo.

De todas maneras, no tenía sentido perder el tiempo pensando en esas cosas, se dijo Bo. Estaban hablando de negocios. Nada más. Su propuesta no tenía nada que ver con su piel sonrosada y resplandeciente, por muy suave que pareciera. Y por mucho que él estuviera deseando tocarla.

Bo sonrió de nuevo.

—Lo que quiero decir es que… te vendría bien que te cuidaran. Tanto si eso significa salir de la incómoda situación en que vives con tu familia y tener una estabilidad económica para tu hijo o…

—¿O qué? —inquirió ella con suavidad. Tras un instante de silencio, Bo tuvo que reconocer que no tenía la respuesta.

Entonces, Holly bajó la vista, como si estuviera enojada consigo misma por haberlo preguntado. Bueno, él tampoco estaba muy contento, pues le molestaba no haber sido capaz de terminar la maldita frase.

Debía centrarse en los negocios, se repitió. Debía decirle a Holly que sería sólo una cuestión de conveniencia. Podían ayudarse el uno al otro. Como buenos ve cinos, pensó.

Y decidió jugar su última carta.

—Trabajas como voluntaria en el programa Raíces para adolescentes, con Haley Anderson, ¿no es así? Y tenías planeado ser abogado de causas civiles.

—Sí…

—Entonces, serías perfecta como esposa del alcalde… respetable, dedicada a la comunidad… al menos, sólo hasta que los dos consigamos lo que queremos.

A Holly se le oscureció la mirada al posar los ojos en él. ¿Estaría pensando en lo fácil que sería ir a ver a su padre y decirle que no había mentido res pecto a lo de tener un prometido?

Bo tenía esperanza de que así fuera.

—Seis meses —dijo él—. Sólo pido que te comprometas durante ese tiempo. Será suficiente para que yo gane las elecciones y pueda cambiar las cosas para mejor. Durante ese tiempo, también tú tendrás oportunidades de ayudar a sacar a Thunder Canyon del pozo, Holly. Cuando llegue la primavera, podemos firmar la anulación y yo te compensaré por tus esfuerzos con dinero suficiente para que no tengas que preocuparte por el futuro de tu bebé.

Holly bajó la vista, pensativa. Se tocó el vientre un momento.

Pasaron unos segundos de silencio. Bo tenía el pulso acelerado. ¿La habría convencido?

¿Aceptaría…?

Sin embargo, Holly agarró su bolso y su abrigo y sacó el monedero, dejando algo de dinero junto a su ensalada, que apenas había probado. Se levantó de la silla con elegancia, negándose a que él la ayudara.

—Podemos pedir que nos envuelvan el resto de la comida para llevar —sugirió Holly a su amiga, ignorando a Bo por completo.

Entonces, en ese momento, Bo sintió que se alejaba su sueño de hacer algo de provecho... Revivió imágenes de su tío riendo… de sus primos Grant y Elise intentando contener las lágrimas en el funeral… Bo mirando el ataúd, perdido hasta que había empezado a consolarse a sí mismo con la meta de cambiar un mundo que se había vuelto loco…

Todas aquellas imágenes comenzaron a desvanecerse en su mente.

—Holly —llamó él—. Por muy insensata que suene mi oferta, mis intenciones son buenas. Recuérdalo.

Ella debió de percibir algo en su voz porque, cuando se giró para mirarlo, había un ápice de comprensión en sus ojos azules.

—Buenas noches, Bo.

Dicho aquello, Holly se alejó, llevándose a Erika y dejando atrás las esperanzas de Bo para su propio futuro y para el del pueblo que tanto amaba.

Sin embargo, si había algo que Bo nunca hacía, era rendirse. Sobre todo, cuando había notado que ella había considerado lo que le había dicho.

Y cuando sabía que todavía podía tener una oportunidad.

Capítulo 2

DESPUÉS de que les dieran el resto de la comida en unas fiambreras, Holly se despidió de Erika en la entrada del restaurante. Su amiga tenía que ir su despacho en el complejo turístico para recoger unas carpetas que debía llevarse a casa.

—Al menos, no vamos a olvidar esta noche tan fácilmente —comentó Erika mientras se ponían los abrigos.

Holly no olvidaría la noche en que Bo Clifton había salido de la nada para pedirle matrimonio, no.

Entonces, Holly empezó a reírse… Sus carcajadas eran de incredulidad y contagiaron a Erika hasta que las dos acabaron llorando de risa.

Ella, Holly la perfecta, casada por conveniencia y a toda prisa. Era impensable, se dijo Holly.

Y su risa se desvaneció.

Casada con Bo Clifton…

—Me parece como si lo hubiera soñado —comentó Holly, abotonándose el abrigo—. Bo Clifton al rescate.

Su nombre. Sólo decirlo le parecía… emocionante. Como si fuera agradable recordar su sonrisa y el brillo de sus ojos azules. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, Holly habría salido huyendo de él y su extraña oferta como de la peste, pero ella conocía a Bo y confiaba en él.

Y le gustaba un poco, también. Lo cierto era que, en el pasado, le había gustado mucho.

Pero eso había sido hacía muchos años, cuando ella era una niña. Ahora, los dos habían crecido. Ella se había convertido en una futura mamá y él…

Holly no podía encontrar una buena descripción para Bo.

¿Cabeza dura? ¿Charlatán?