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Un cambio de fortuna E-Book

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Beschreibung

Los Fortune.6º de la saga. Saga completa 6 títulos. Encandilado… ¿por doña independiente? Desde que conoció a Laurel Redmont, Sawyer Fortune supo que la flecha de Cupido le había acertado de pleno. No era su pelo rubio ni sus ojos azules lo que lo atraían. Él, que era rico y tenía éxito con las mujeres, podría haber elegido a cualquier otra belleza de Red Rock. No, lo que hacía que Laurel fuera distinta, era que no le hacía el menor caso. Lo único que quería Laurel era que aquel ranchero ricachón y engreído la dejase tranquila. Bastantes desengaños se había llevado ya en la vida como para buscarse más problemas. Y, sin embargo, su encanto estaba empezando a hacer mella en ella poco a poco… hasta que de repente él decidió que tenían que casarse.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Un cambio de fortuna, n.º 90 - junio 2014

Título original: A Change of Fortune

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4301-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Sawyer Fortune había acudido a la apertura del club nocturno de Miguel Mendoza para pasarlo en grande, pero a decir verdad durante toda su vida lo había pasado en grande.

¿Dinero? A su familia siempre le había sobrado. ¿Oportunidades? Nunca le habían faltado. ¿Lujos y diversión? De eso también andaba sobrado.

No debería tener la menor preocupación, pensó mientras se sentaba en uno de los taburetes de la barra. Y, sin embargo, tenía unas cuantas.

Fuera como fuera, esperaba conseguir dejar a un lado sus preocupaciones con unas cuantas cervezas y algo de conversación con una o dos mujeres hermosas. Eso siempre le había funcionado.

Paseó la mirada por el local, ambientado al estilo del viejo Oeste. En la pista de baile, que estaba abarrotada, la gente bailaba al ritmo de una canción de Kenny Chesney, cuyo videoclip podía verse en varias pantallas enormes.

Miguel había hecho un trabajo excelente con aquel club, reinventándose a sí mismo. Había pasado de ser un ejecutivo de ventas en una compañía discográfica en Nueva York a dueño de un club nocturno en la pequeña ciudad de Red Rock, en Texas.

Cuando le estaba diciendo al barman qué quería tomar, alguien le dio una palmada en la espalda, y al volverse se encontró con el propio Miguel Mendoza, que parecía exultante por el éxito que estaba teniendo la apertura del local.

—Bueno, ¿qué te parece? —le preguntó con ojos brillantes, levantando la voz por encima de la música.

—Me parece que estás en la cresta de la ola —le dijo Sawyer—. Enhorabuena, este sitio es estupendo.

—Eso es todo un cumplido viniendo de un hombre que ha estado en los mejores clubs —Miguel se sentó junto a él—. Aunque creo que no es modestia decir que hasta ahora la gente de Red Rock no había visto nada como esto.

De hecho, era el único club nocturno que había en Red Rock, pensó Sawyer. La ciudad estaba creciendo, pero aquello no era precisamente Nueva York. Ni tan siquiera Atlanta.

—Ninguno de los clubs en los que he estado tenía el encanto que tiene este —comentó—. Y el encanto no es algo que abunde.

Miguel enarcó una ceja.

—No sé yo, hay quien tiene la buena suerte de tenerlo a raudales.

Sawyer sabía que se refería a todas las historias que le habían granjeado la reputación de playboy.

La verdad era que se había convertido en el último que quedaba soltero, o al menos sin compromiso, entre sus hermanos. Todos, uno tras otro habían sido víctimas de aquella «epidemia», como él la llamaba. La primera había sido Victoria, que había sucumbido a Garrett Stone, y los demás habían ido cayendo como moscas después de ella.

Pero él no era un calco de sus hermanos. Sí, cierto que como ellos, tras una discusión con su padre, se había desvinculado de la empresa familiar, JMF Financial, de la que aún era, sobre el papel, director de marketing y publicidad. Y, como sus hermanos, él también había abandonado Atlanta y se había ido a vivir allí, a Red Rock.

Pero a él no iban a echarle el lazo. Además, no había conocido a ninguna mujer que lo quisiese por ser él y no por su dinero. No señor, estaba volcado en su rancho y a él no iban a cazarlo.

El barman le puso delante la botella de cerveza que había pedido y le sirvió otra a su jefe. Brindaron, y Sawyer le deseó mucha suerte y mucho éxito. Mientras bebían en silencio, la canción que estaba sonando terminó, y el DJ se dirigió a la gente de la pista de baile para proponerles un concurso de preguntas con el que podían conseguir camisetas gratis del local.

Miguel no podía dejar de sonreír.

—De modo que así es como se siente uno cuando se cumplen sus sueños. Siempre había querido tener un local como este. No significaría lo mismo sin Nicole, claro, pero… —Sawyer se rio, y Miguel también—. Ya sé, ya sé… Ahora empezarás a picarme por haber sucumbido a las flechas envenenadas de Cupido.

—Bueno, es que recuerdo que hace un año, en la boda de tu hermano, nos escabullimos a un bar donde estaban poniendo una repetición de las mejores jugadas de la liga de rugby, y dijiste que…

—Que no me casaría nunca, lo sé —concluyó Miguel—. ¿Qué puedo decir? —añadió encogiéndose de hombros—. Nunca digas «de esta agua no beberé».

—Lo entiendo —dijo Sawyer, apiadándose de él—. Bueno, ¿y dónde está Nicole?

—Tenía trabajo por hacer. Ya sabes cómo es la vida de los directivos —le contestó Miguel con una sonrisa.

Aquel comentario inocente hizo mella en él. Siempre había sabido que, siendo como era el menor de sus hermanos, nunca había tenido muchas probabilidades de llegar a director de la empresa familiar. De hecho, era el único que no había tenido un puesto importante en la compañía, seguramente porque su padre nunca había comulgado con su filosofía de fluir con la vida.

Sin embargo, aunque había dejado atrás JMF Financial y se había establecido en aquella ciudad, donde podía llevar vaqueros y botas en vez de los trajes con los que nunca se había sentido cómodo, en ese momento sentía cierta envidia de Miguel, como si de pronto se estuviera dando cuenta de que debería haber sido más ambicioso en la vida.

—Bueno, ya sabes que lo de hacer planes no va mucho conmigo —le dijo a Miguel—. No sé si he tenido siquiera alguna vez una meta a largo plazo como esto… —añadió, señalando en torno a sí con la botella de cerveza—. O alguna meta en general.

—¿Qué dices? Eres un Fortune; los Fortune nacéis con una meta bajo el brazo.

Sawyer se rio.

—Sí, ya, bueno. La gente le da demasiada importancia al apellido. Si por mí fuera me lo cambiaría a Smith.

Aunque quería a su familia, el ser un Fortune conllevaba ciertos problemas, como el que muchas mujeres fueran detrás de él por su dinero.

—Todo el mundo suele pensar que cuando perteneces a una familia con dinero tu vida es una sucesión de caprichos y lujos, pero para mí el ser un Fortune ha supuesto, más que nada, una vida en la que todo estaba predeterminado. Nunca se esperó de mí que soñara con abrir un club nocturno o que hiciera lo que quisiese. No tuve más opción que entrar a formar parte del negocio familiar.

—Bueno, tampoco es malo tener dinero y un puesto de trabajo asegurado.

Miguel tenía razón, y no era que no se sintiese agradecido por lo que tenía desde su nacimiento, pero…

—¿Qué harías si pudieras empezar de cero? —le preguntó Miguel.

Sawyer se quedó pensativo, pero por más vueltas que le dio a aquella pregunta, no logró dar con una respuesta.

—¿Sabes? —dijo finalmente—, si alguna vez se me ocurriese plantearme eso en serio, no tengo ni puñetera idea de qué es lo que haría.

Sonó como si estuviera bromeando, y así debió ser como se lo tomó Miguel, que se echó a reír. La gente estaba acostumbrada a oírlo bromear.

—De todos modos soy joven —añadió en el mismo tono despreocupado—, y tengo mucho tiempo por delante para pensarlo.

Miguel se rio, asintió, y brindaron por eso. Sin embargo, esa vez, Sawyer dejó la botella en la barra en vez de beber. ¿Acaso no había hecho ya un cambio al dejar atrás JMF Financial y establecerse allí, en Red Rock?

En cualquier caso no podía decirse que fuese él quien hubiese decidido darle un giro a su vida; no cuando la principal razón por la que se había marchado de Atlanta era la riña que habían tenido sus hermanos y él con su padre.

Tantos secretos… Eso era lo que había hecho que se desvincularan de JMF Financial. Habían descubierto que su padre le había entregado la mitad de sus acciones a una misteriosa mujer llamada Jeanne Marie Fortune, y habían sospechado que era bígamo. ¿Cómo podrían no haberlo sospechado, cuando llevaba el apellido de su padre y él le había entregado todas esas acciones?

Luego, tras haber tomado la decisión de desvincularse de JMF Financial, habían conocido a Jeanne Marie, y habían descubierto que era, en realidad, la hermana de su padre. Aquello los había dejado aún más patidifusos, y les había generado todavía más preguntas. ¿Por qué no les había dicho su padre la verdad?

Se suponía que llegaría la semana próxima a Red Rock para explicárselo todo, y él, más que ninguno de sus hermanos, estaba haciendo un esfuerzo por mantener su mente abierta y concederle el beneficio de la duda. Lo cual no dejaba de ser irónico, teniendo en cuenta que siempre había tenido la impresión de que su padre prefería a todos sus hermanos antes que a él, el hijo que menos se le parecía.

Quizá fuera esa precisamente la razón por la cual no quería dudar de él, como estaban haciendo sus hermanos. Porque tal vez eso haría que por fin le importase un poco a su padre. O tal vez no.

Mientras Miguel charlaba con el barman, Sawyer paseó la mirada de nuevo por el club. Un grupo se estaba preparando sobre el escenario para actuar mientras el DJ sorteaba el último premio de la noche: un ticket de regalo de cien dólares para comer o cenar en Red, el restaurante de moda de la ciudad.

Había muchas mujeres bonitas con la cintura estrecha, camisetas ajustadas, minifalda, botas altas… Cuando giró de nuevo la cabeza hacia la barra, sus ojos se posaron en una en concreto. Estaba de espaldas a la barra, con los codos apoyados en ella y una botella de Coca-Cola en la mano.

Era espigada, y el pelo, rubio, largo y liso, le caía por la espalda. No iba arreglada como solían arreglarse las mujeres para salir, sino que iba de lo más informal, con una camiseta blanca que se pegaba a sus curvas, y unos vaqueros descoloridos que resaltaban su perfecto trasero.

Al ver las botas rojas que calzaba se sorprendió un poco. No le parecía el tipo de mujer que querría llamar la atención. ¿Estaría esperando a alguien?

—Deberías pensártelo dos veces antes de fijarte en esa —le dijo Miguel.

—¿Por qué? ¿No estábamos hablando de que hay que tener metas en la vida? No se me ocurre una meta mejor para esta noche que ligarme a ese bombón.

—Pues como te acerques a ella con esa actitud te mandará a paseo. Laurel Redmond no es una chica fácil.

Con que no era fácil, ¿eh? Pues tanto mejor; estaba cansado de las chicas fáciles. Necesitaba un reto, algo distinto.

—No sé qué estará haciendo aquí —añadió Miguel—. Por lo que sé, no es de las que va a los bares a ligar ni… Ah, creo que estás a punto de ver por ti mismo lo que quiero decir.

Un tipo con un sombrero vaquero se acercó a ella y se puso a su lado, apoyándose también en la barra. Ella lo ignoró por completo, incluso cuando él levantó un poco el ala de su sombrero para mirarla descaradamente de arriba abajo.

—Verás ahora —dijo Miguel, visiblemente divertido.

El tipo se inclinó para decirle algo, pero con una escueta frase de ella, pronunciada con una mirada de supremo desdén, el moscón se apartó y se alejó.

—Eso es lo que había oído decir de ella —concluyó Miguel—. No la conozco personalmente, pero lleva en Red Rock casi un año, creo, y por lo que tengo entendido la precede una reputación que se ha ganado a pulso.

—¿Qué quieres decir?

—Es una mujer independiente donde las haya, tremendamente ambiciosa… Y dicen que esa fachada de mujer dura le viene de la época en la que ingresó como piloto en las Fuerzas Aéreas. Quería demostrar que valía tanto como un hombre, y cuentan que fue la mejor de su promoción.

—En otras palabras, que no es solo una cara bonita.

Miguel asintió. Sawyer volvió a echarle un vistazo a la rubia. Le gustaban los retos. Tomó su cerveza y enganchó el pulgar de la otra mano en la trabilla de sus vaqueros.

—Bueno, el que nada arriesga, nada gana —le dijo a Miguel.

Su amigo sacudió la cabeza.

—Tú mismo; yo ya te he advertido. Pero hay otra cosa que deberías saber: es la hermana pequeña de Tanner Redmond.

Sawyer comprendió de inmediato por qué le decía aquello Miguel: Tanner estaba casado con su prima Jordana Fortune, y además de haber sido piloto de las Fuerzas Aéreas, era un tipo alto y musculoso.

Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que había visto antes a aquella rubia, en la boda de Jordana y Tanner. En esa ocasión, sin embargo, tenía un aire más refinado, con el pelo recogido y ataviada con un elegante vestido con el que daba la impresión de estar bastante incómoda. Se había mantenido alejada de la pista de baile, y era probable que se hubiese marchado temprano, porque no había vuelto a verla.

—No te preocupes, no tengo intención de meterme en problemas —le dijo a Miguel.

Se despidió de él, felicitándolo de nuevo por la apertura del local, y se dirigió hacia Laurel, pero vio que otro hombre se le había adelantado.

Laurel vio por el rabillo del ojo a un tipo acercándose a ella. Otro más. Sin mirarlo siquiera le dijo:

—No pretendo ser grosera, pero no he venido aquí a ligar, ¿de acuerdo?

Por suerte, el tipo captó la indirecta y se dio media vuelta. Y, a Dios gracias, porque no le gustaban los hombres que vestían camisas de cuadros con pantalones militares. Igual que no le iban los que llevaban sombrero vaquero, ni los que parecían haber salido de los ochenta, ni ninguno de los hombres que había visto en aquel local hasta el momento.

Además, estaba cansada. Había tenido un día muy largo. Había tenido que llevar con su avión a Houston a un hombre de negocios relacionado con una de las empresas de los Fortune. Luego había tenido que llevarlo a Dallas, y después de vuelta allí, a Red Rock. Pero así era como se ganaba el pan ahora: con vuelos chárter, dando clases de vuelo…

Y normalmente le encantaba su trabajo… excepto cuando el cliente se ponía a hacerle insinuaciones, invitándola a irse con él a un hotel cuando aterrizasen.

Se había mordido la lengua, pero cuando habían vuelto a Red Rock había ido a ver a su hermano a la Escuela de Vuelo y le había dicho que tachara a aquel tipo de su lista de clientes. No estaba dispuesta a aguantar a más imbéciles como aquel.

Tomó un trago de su Coca-Cola y suspiró. Solo había ido allí para ver el local del que todo el mundo hablaba, no para ver a cuántos moscones podía espantar.

Alzó la vista y miró la pantalla de televisor que tenía enfrente. En el canal que tenían sintonizado estaban poniendo un partido de fútbol, y fue entonces cuando tuvo el presentimiento de que se acercaba otro que también debía tener ganas de que lo mandase a paseo. Era como si hubiese desarrollado un sexto sentido para detectar a los moscones, porque de inmediato se le tensaba la espalda. Quizá fuera porque llevaba toda su vida frenando a esa clase de hombres. Quizá porque siendo una niña su padre los había abandonado. O quizá porque, la única vez que se había enamorado, no solo le habían robado el corazón, sino también el dinero de su cuenta corriente.

Se moría por soltarte algo cortante a aquel tipo, pero cuando estaba ya cerca de ella olió a cuero, un olor caro, pero no habría sabido decir si era de una silla de montar o de un sillón de despacho.

Aquello hizo que le picara la curiosidad, y giró la cabeza ligeramente para mirarlo.

El corazón le palpitó con fuerza, y apartó la mirada casi de inmediato, antes de que pudiera ver la atracción en su rostro. Pero solo casi, porque tenía unos ojos de un azul intenso, como el mar, el pelo castaño claro, brillante, y era alto y bien plantado. No iba muy arreglado; vestía vaqueros y una camisa de un color blanco grisáceo que llevaba por fuera.

La guinda del pastel era su sonrisa, una sonrisa muy sexy que sería capaz de derretir un iceberg. Exudaba tal confianza en sí mismo, que Laurel dudó que fuera a poder librarse de él tan fácilmente como había hecho con los otros.

—Pareces aburrida —le dijo. Tenía una voz profunda, aterciopelada—. Deberías estar bailando.

A Laurel le daba igual lo guapo que fuera; se puso automáticamente a la defensiva.

—Yo no bailo.

No pareció incomodarlo con aquella áspera respuesta, sino todo lo contrario; pareció hacerle gracia.

—Pero estamos en un club —replicó, alzando la voz por encima de la música—. ¿Puedo invitarte a bailar? Has estado siguiendo el rimo de la música con el pie desde que empezó esta canción.

Laurel se dio cuenta en ese momento de que estaba moviendo el pie y dejó de hacerlo de inmediato.

—Lo de bailar no es lo mío —le reiteró, con la esperanza de que captara la indirecta.

Él se rio, y el sonido de su risa hizo que Laurel sintiera un cosquilleo en el estómago.

—No te acuerdas de mí, ¿no? —inquirió él.

Laurel lo miró largamente y sacudió la cabeza.

—Me temo que no.

—Pues casi somos familia.

Ella sacudió la cabeza de nuevo.

—Te daré una pista: la boda de tu hermano, el año pasado. ¿Me recuerdas ahora?

—Pues no.

Ese día no había estado precisamente sociable. Aunque ya hacía años de su ruptura, aún no lo había superado, y ese día, en un evento que celebraba el amor, algo en lo que ya no creía, lo que había querido era marcharse cuanto antes.

Ese día, aunque se había alegrado por su hermano, por supuesto, habría querido decirle que no se ilusionase, que si su matrimonio no funcionaba se quedaría destrozado, como le había pasado a su madre cuando su padre los había abandonado.

Pero parecía que se había equivocado, porque había pasado un año y seguía viendo felices a su hermano y a Jordana, y aún más desde que había nacido su primer hijo.

—Puede que no me recuerdes, pero yo recuerdo haberte visto a ti en la boda.

—Ya, pues que bien —contestó ella con aspereza, con la esperanza de que la dejara tranquila de una vez.

Más bien no, pensó al verlo poner la botella de cerveza en la barra, junto a ella, como marcando ese espacio como suyo. Extrañamente, ese actitud territorial no la molestó.

Le lanzó una mirada a hurtadillas y volvió a sentir un cosquilleo en el estómago. ¿Cuánto tiempo hacía que no sentía algo así? ¿Y si…? Ah, no. No iba a dejar que su mente siguiera por ese camino. Debería haber aprendido la lección después de lo de Steve, a quien le había dado su confianza… y acceso a su cuenta bancaria.

La animada canción que había estado sonando terminó en ese momento, dando paso a otra más lenta, una vieja balada romántica de Willie Nelson.

El tipo se inclinó hacia ella y le dijo:

—Tu última oportunidad: ¿no quieres bailar?

Laurel puso los ojos en blanco.

—No vas a darte por vencido, ¿verdad?

—No. Pero si quieres que me vaya no tienes más que decirlo.

Laurel pensó en qué excusas podría inventarse para librarse de él: que tenía novio, o que tenía que volver a casa porque había dejado solo a su perro, aunque no tenía ninguno, pero esos ojos azules… y esa sonrisa… «¡Dios mío!».

—¿Lo ves? —le dijo él—, sí que quieres bailar.

—¿Por qué dices eso?

—Porque si no ya me habrías despachado, como has hecho con todos los que han osado antes que yo acercarse a ti.

—¿Cómo sabes que…?

—No he podido evitar observarte hace un rato —señaló con la cabeza el otro extremo de la barra, donde probablemente había estado sentado.

—¿Qué hacías en la boda de mi hermano? —le preguntó ella.

—Jordana es prima mía.

¿Era un Fortune? Tal vez fueran imaginaciones suyas, pero por algún motivo parecía muy ufano de que no lo hubiera reconocido. Probablemente le sería difícil pasar desapercibido, teniendo en cuenta la frecuencia con que su familia y él salían en el periódico local.

La romántica melodía que estaba sonando resultaba tan tentadora como la sonrisa de él, que estaba resquebrajando poco a poco su coraza.

¿Qué mal podría hacerle bailar una canción con él? Además, era divertido flirtear. Casi se le había olvidado lo liberador que era. Además, que flirtease con él no implicaba que luego fuese a comprometerse con él ni nada de eso.

—De acuerdo —le dijo—, una canción.

Cuando él ladeó la cabeza y sonrió divertido, Laurel reprimió como pudo la sonrisilla que pugnaba por asomar a sus labios.

Solo flirtearía un poco con él, nada más. Y luego se iría a casa. Dejó su bebida en la barra, él hizo lo mismo con la suya, y le pidieron al barman que les guardara el sitio.

Cuando llegaron a la pista de baile y él la tomó entre sus brazos, Laurel se sintió… No habría sido capaz de describir aquella sensación, pero volver a estar en los brazos de un hombre, bailando, era más agradable de lo que recordaba.

—Todavía no me has dicho cómo te llamas —le dijo mientras comenzaban a girar por la pista con los demás.

—Sawyer.

Vaya, como el listo y juguetón Tom Sawyer, pensó Laurel. Ahora que lo pensaba, sí que lo conocía. O, más bien, conocía de oídas su reputación de mujeriego. Antes de la boda, su hermano le había hablado de los que iban a ser sus nuevos parientes, y le había advertido de que tuviese cuidado con Sawyer Fortune.

En cualquier caso, el consejo sobraba, porque no iba a pasar nada entre ellos, se dijo mientras bailaban. Y, aun así, cuando de repente Sawyer giró, la dejó caer hacia atrás, sujetándola por la cintura, y le sonrió, Laurel volvió a sentir ese cosquilleo traidor en el estómago.

Capítulo 2

Para Sawyer la noche no había hecho más que empezar. Cuando volvió a levantar a Laurel, su pelo rubio le rozó la barbilla y al inspirar el olor de su perfume inundó sus fosas nasales. No era un olor empalagoso, sino fresco, un perfume que iba muy bien con su carácter.

Siguieron bailando sin hablar, simplemente fluyendo con la música. A pesar de que se había hecho de rogar, le había dado la impresión de que Laurel había sentido interés por él antes de que descubriese que era un Fortune. Lo había visto en el rubor que había teñido sus mejillas y en el modo insolente en que le había contestado cuando se había acercado para invitarla a bailar.

Parecía muy dura, pero tras esa fachada había un lado amable que seguramente no dejaba entrever a menudo a la gente.

Cuando la canción terminó, no la soltó, y en un primer momento ella tampoco hizo ademán de apartarse y se quedaron mirándose a los ojos. Los de ella, de un azul cercano al violeta, le recordaban al color de unas flores silvestres que crecían en su rancho.

La voz del DJ, jaleando a la gente para animar el ambiente, lo arrancó bruscamente de sus pensamientos. Laurel se apartó de él, y, al mirarla, Sawyer habría jurado que parecía algo decepcionada. ¿Tal vez porque había terminado la canción? ¿Tal vez porque no había empezado otra a continuación?

Se apresuró a seguirla cuando salía de la pista. No estaba dispuesto a dejarla escapar.

—He oído que no llevas mucho tiempo en la ciudad —le dijo levantando la voz por encima de la del DJ.

Ella giró la cabeza y le contestó:

—Desde el verano.

—Eso no es mucho tiempo —apuntó él.

—Pues por lo que he leído en el periódico local tus hermanos y tú tampoco lleváis aquí demasiado —replicó ella.

—Cierto. ¿Qué tal si te invito a una copa para celebrar nuestra llegada a Red Rock?

Laurel no le contestó hasta que llegaron a la barra.

—Gracias, pero no quiero beber nada que tenga alcohol —dijo tomando su Coca-Cola—. Esta noche solo refrescos.

—¿Y eso?

En ese momento comenzó a sonar una canción de Garth Brooks, y tuvo que inclinarse para poder oír su respuesta.

—Mañana tengo que volar —le gritó ella cerca del oído—, y nunca bebo la noche antes. Soy piloto.

Un cosquilleo de excitación lo recorrió cuando su cálido aliento le acarició la mejilla, y al arriesgarse a acercarse un poco más a ella, increíblemente, Laurel no se apartó.

—Eso he oído, y que además das clases de vuelo. ¿Qué es lo de mañana? ¿Una clase, o tienes que llevar a un cliente? —le preguntó Sawyer.

Laurel se echó hacia atrás y enarcó una ceja.

—Una clase. Veo que has hecho los deberes. ¿Siempre pones tanto esfuerzo en ligarte a una chica?

—Solo cuando merece la pena.

Ella volvió a quedársele mirando con una ceja enarcada, y Sawyer se preguntó si estaría debatiéndose entre darle el pasaporte o una oportunidad.

Cuando la vio abrirse paso entre la gente, en dirección a la parte de atrás del club, donde estaba la zona de juego, se quedó aturdido, sin saber qué hacer.

Entonces Laurel se volvió y se quedó mirándolo, como si esperara que fuera detrás de ella, igual que un cachorrillo enamorado. No se hizo de rogar.

En la zona de juego no había tanta gente, lo cual fue como una bocanada de aire fresco. Había mesas de billar y viejas máquinas de recreativos.

—¿Nunca te tomas un día libre? —le preguntó Sawyer a Laurel.

Ella, que estaba echándole un vistazo a una máquina cuyo juego se llamaba Invasores del espacio, sonrió para sí y respondió

—Normalmente un día a la semana, y a veces ni eso.

Miguel la había pintado como una mujer endiabladamente independiente a la que era mejor no buscarle las cosquillas, pero lo que él veía era a una mujer segura de sí misma. Además, que quisiera estar a su aire cuando iba a un bar, sin que la importunaran, no la convertía en una persona antisocial.

Laurel se giró hacia él y lo miró largamente, de un modo casi felino, antes de alejarse hacia otra máquina de marcianitos. Aquella mirada provocó una ola de calor en la entrepierna de Sawyer, que la siguió, y se quedó a un lado observando la destreza con que manejaba el joystick con una mano mientras con la otra sostenía la botella de Coca-Cola.

Mejor mirar la pantalla, decidió Sawyer, que en su mente estaba imaginándose otra cosa en vez del joystick.

—Pareces muy joven para haber estado en las Fuerzas Aéreas y ser ahora piloto comercial.

—Y tú pareces estar muy bien informado.

Laurel soltó el joystick y se volvió. Apoyó la cadera en la máquina, y volvió a mirarlo largamente mientras tomaba un trago de su Coca-Cola. ¿Estaba flirteando con él?

—Bueno, es una larga historia, pero sí, estuve en el ejército, lo dejé, y cuando se casó mi hermano y Jordana se quedó embarazada decidí que quería quedarme cerca de ellos para ver crecer a mi sobrino.

—Jack —Sawyer asintió y sonrió al pensar en el pequeño, que ya tenía nueve meses—. Es una monada.

Cuando los labios de ella se curvaron en una sonrisa supo que le había tocado la fibra sensible. Sin embargo, antes de que pudiera seguir hablando de su sobrino, ella le dio la espalda para echarle un vistazo a la máquina de al lado.

—Bueno, supongo que en cierto modo sí puede decirse que he hecho más cosas que la mayoría de la gente de mi edad —concedió sin mirarlo.

Sawyer no creyó conveniente preguntarle por su edad, pues aquello era algo que no le caía bien a la mayoría de las mujeres, pero calculaba que debía tener más o menos la misma que él.

—Debiste ingresar en el ejército justo después de terminar el instituto.