Atravesar el infierno - Juan Manuel Martínez Plaza - E-Book

Atravesar el infierno E-Book

Juan Manuel Martínez Plaza

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Beschreibung

Ha pasado un año desde que un niño hizo amistad con la misteriosa indigente que llaman la Peregrina. Aunque el curso de su vida sigue, rutinario, ella sigue presente en sus pensamientos. Cuando sus amigos le hablan de un misterioso y temible fantasma con forma de anciana que merodea en las ruinas de un edificio abandonado, él decide reencontrarse con su enigmática amiga a espaldas de sus amigos y familia. En un viaje desde el devastado Edimburgo, se transporta hasta la Ciudad Muerta (Glasgow), donde mora la más formidable y temida abominación engendrada por el enemigo y debe vivir el episodio oscuro y aterrador que da origen a una leyenda. Atravesar el infierno es el segundo episodio de la epopeya del Corazón Indomable, un periplo legendario protagonizado por Evgine, que involucra el viaje al fabuloso Perik Zaloum (Planeta de los Dioses) y cuya historia se remonta a cuando la Tierra vivía bajo el yugo de los guiberiones, procedentes de las profundidades del espacio. La pasión de los olvidados (Bubok, 2021) es la primera parte de esta serie de aventuras.

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LA EPOPEYA DEL CORAZÓN INDOMABLE

SEGUNDA PARTE:

ATRAVESAR EL INFIERNO

Juan Manuel Martínez Plaza

© Juan Manuel Martínez Plaza

© La epopeya del corazón indomable. Segunda parte: Atravesar el infierno

Septiembre 2023

ISBN papel: 978-84-685-7802-6

ISBN ePub: 978-84-685-7801-9

Depósito legal: M-25728-2023

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

Paseo de las Delicias, 23

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

“Nos encontramos con el enemigo, con el extranjero, y él somos nosotros”

William J. Astore (Somos el Imperio).

Índice

El fantasma de Fallow Hills

Capítulo XI

1

2

3

Capítulo XII

1

2

Capítulo XIII

1

2

3

Capítulo XIV

1

2

Capítulo XV

1

2

3

Capítulo XVI

1

2

3

Capítulo XVII

1

2

3

Los hombres de Edimburgo

El fantasma de Fallow Hills

Cuando se es joven, o muy joven como era mi caso entonces, un año puede llegar a ser muchísimo tiempo. Los recuerdos del verano anterior se vol|vieron distantes, sepultados por el torrente de nuevas experiencias que terminaron por reconducirme hacia rutinas más propias de un muchacho de mi edad. A los diez años la inmediatez sigue dominándolo casi todo. Importa sobre todo el hoy y un tanto menos el mañana o el pasado mañana, ya que los planes de futuro no van mucho más allá de lo que tengas pensado hacer con tu familia o amigos el próximo fin de semana o, a lo sumo, del examen que dentro de unos días pondrá ese profesor de ciencias tan duro y para el cual no terminarás estudiando lo suficiente.

Y es ese predominio de la inmediatez lo que, al menos en mi caso, hizo que me resultara más fácil olvidar ciertas cosas que en su momento parecía tener marcadas a fuego en mi interior. Con el paso del tiempo no obstante la balanza se inclinó hacia una existencia mucho más corriente, en la que poco a poco dejó de tener cabida la presencia de una misteriosa vagabunda y sus fabulosas historias. Mis padres, el incordio de mi hermana, los amigos, las clases, los sermones de cada domingo… Tras aquel extraño interludio que ya se me antojaba lejano, esa volvía a ser mi vida. Nada diferente a la de cualquier otro hijo de vecino. Y sin embargo recuerdo que nunca dejé de tener esa sensación, me encontraba cómodo y despreocupado en el día a día, pero era como si siguiera faltándome algo. Aquel pequeño y enigmático objeto que ella me entregó me lo recordaba. Quizá por eso terminé ocultándolo en el fondo del último cajón del armario ropero de mi habitación.

A pesar de ello los meses de verano discurrían como discurre el agua de un pequeño arroyo, apacibles pero sin pausa, ajenos a cuanto sucediera a nuestro alrededor. Desde el exterior, más allá de los límites del concejo donde transcurrió buena parte de mi infancia, llegaban noticias de un mundo de nuevo convulso. Estallaban guerras en lugares lejanos que yo no conocía, caían gobiernos en algunas partes de Europa y corrían rumores acerca de las intenciones de los Amos del Cielo, pues se decía que ya no respetaban los acuerdos que ellos mismos impulsaron tiempo atrás. La crisis económica golpeaba y soplaban vientos de revolución, aseguraban ciertas voces que se proclamaban entendidas, vientos que quizá arreciaran llevándose por delante cuanto habíamos conocido. Nuestra comunidad parecía ser la misma desde hacía años, pero los cambios siempre terminan por llegar. Entretanto se avistaban las primeras señales en apariencia inocentes, adolescentes como Sandra jugando a ser duros y rebeldes mientras se dejaban llevar por el endiablado y demoledor ritmo marcado por las Barbarian party ¿Quién sabe si llegaban a comprender realmente lo que decían aquellas canciones?

Sin embargo nada de eso me importaba por aquellos días, no entendía de muchos de esos asuntos y tampoco me interesaba entender. Como cualquier crío vivía en mi particular burbuja, en ese pequeño y confortable mundo que conformaba mi presente. El verano es una estación para pasarlo bien y olvidarte de tus obligaciones, para explorar montado sobre tu vieja bicicleta los secretos rincones que se esconden no lejos del hogar, para darse un chapuzón en el río en compañía de tus mejores amigos y compartir con ellos todo tipo de experiencias. Moff, Chris, Nathan y yo compusimos un cuarteto inseparable durante aquellos calurosos días. Parecía que siempre hubiera sido así, que el otoño y todo lo que ello implicaba nunca fuera a comenzar. Poco nos preocupaba lo que estuviera sucediendo en sitios en los que nunca habíamos estado. Conformismo e inocencia a partes iguales. Pero, como decía, los cambios siempre terminan por llegar.

Aquella tarde el tío Lorren regresó para hacernos otra visita. Últimamente paraba por nuestra casa con demasiada frecuencia.

—¡Es julio, el mes de julio, maldita sea! —se indignaba golpeando con el puño en la mesa. Y después de julio viene agosto y septiembre y así como toda la vida ¿A qué santo nos vienen ahora con eso de que debemos empezar a decir Maduro, Menguante o cualquiera de esos otros estúpidos nombres que no quiero mencionar? ¿Qué será lo siguiente, eliminar nuestras fiestas sagradas?

—Tranquilízate Lor, solo estábamos hablando de la fecha que Steve y Laura han fijado para celebrar su aniversario —lo apaciguaba mamá. En ese lugar utilizan ya el nuevo calendario y yo no tenía claro si se trataba de julio o agosto. Como queda poco para que acabe el mes —se detuvo taciturna. No entiendo por qué siempre has de armar polémica con estas cosas.

—Ya sabes cariño que tu hermano es aficionado a ese tipo de discusiones —intervenía papá. Le inquietan las cosas que están pasando.

—¡Por supuesto! —al ver que salían en su defensa, el tío Lorren se animó a proseguir. Nuestros políticos fueron unos ingenuos al creer que Ellos se contentarían con los Pactos de Sumisión ¿Acaso no veis lo que están haciendo por todo el Mediterráneo? A muchos les parece que la tempestad se ve todavía lejana, pero yo digo que tarde o temprano arribará a nuestras costas.

—¡Oh vamos Lor, eso nadie puede saberlo! —un asomo de preocupación se vislumbró en el rostro de mamá. Aquí no hemos tenido todos esos disturbios y protestas, a pesar de que la economía no anda demasiado bien vivimos en paz.

—¿Y quién crees que ha estado detrás de todo? Siempre hay una mano negra.

—También han tenido unos gobernantes extremadamente corruptos, muchos problemas, la gente lo estaba pasando mal —quiso expresar papá. En esas condiciones al final todo el mundo desea un cambio.

—¿De la forma en que se está produciendo? —contraatacó Lorren. Los gobiernos se cambian en las urnas, no mediante golpes encubiertos. Lo siguiente será la ocupación definitiva —una sombra se posó en su mirada. Esto ya lo hemos visto antes, ellas son las primeras en aparecer, camuflan su verdadera naturaleza y actúan en las sombras. Las hijas del sol se hacen llamar ahora, ¡bah! Las mismas perras con distintos collares.

—¡Por el amor de Dios Lor, esa lengua! —se enfadó mamá.

Mi tío hizo un gesto de disculpa reconociendo que se había excedido con el comentario.

—Digas lo que digas, aun sin aprobar lo que han hecho, comprendo los motivos de toda esa gente —reanudó papá. Se han equivocado en los métodos, pero estoy convencido de que la mayoría creía estar luchando por una causa justa. Que hayan saltado de la sartén para caer en el fuego ya es otra cuestión.

—¡Vaya! Pudiera ser que mi querido cuñado diga eso porque por sus venas corre sangre española y se siente identificado con…

Al final la discusión concluiría cuando papá y mamá le indicaran muy amablemente al tío Lorren que ya era tarde y estaban cansados. Naturalmente le preguntarían si deseaba quedarse a cenar y este, cómo no, aceptaría prolongar la visita un rato más. Era su hermano mayor y mamá seguía queriéndolo como siempre, pero a veces le resultaba difícil ocultar su decepción. Mi tío se había separado recientemente de su esposa, a buen seguro el motivo principal de que lo viéramos tantísimo últimamente y, a ojos de mi madre, un hombre y una mujer se unían ante Dios hasta que la muerte los separaba. Yo por mi parte no veía tan mal que Lorren anduviera tanto por casa, siempre me caía algún regalillo cuando se presentaba y era amable conmigo, pero he de reconocer que se ponía excesivamente intenso cuando se tocaban determinados temas y al final resultaba cargante.

—Me estoy aburriendo, ¿por qué seguimos aquí? —saltó Nathan. Podríamos coger las bicis e ir al estanque que hay junto a la antigua noria.

—¿Lo dices por lo de esos bichos? —quise saber yo. Yo pensaba que íbamos a empezar a jugar, llevamos más de una hora leyendo las instrucciones.

—Precisamente por eso, es demasiado complicado —Nathan insistió. No deberías haber pedido la ampliación.

—Pues lo mío me ha costado.

—Nat tiene razón —lo secundó Moff. Con el tablero original era suficiente ¡Vayamos al estanque! ¿Tú qué opinas Chris?

Este se encogió de hombros, como solía ser habitual se acogería a lo que decidiera la mayoría. Aquello me contrarió un poco, después de casi tres meses dando la lata a mis padres y de sacrificar buena parte de mis ahorros, resultó que a mis amigos les daba pereza subir un nivel en el juego de las kristas de combate. El tablero ampliado y las instrucciones adicionales eran demasiado para ellos, aunque las acaloradas discusiones de los mayores quizá contribuyeron a que desearan ir a otra parte.

—¡Venga, a las bicis! —nos animó de nuevo Nathan.

Al igual que Chris al final terminé plegándome y le pedí permiso a papá para ir a dar una vuelta. Mamá y él estaban demasiado ocupados con el tío Lorren y además todavía quedaban unas cuantas horas para que anocheciera, así que pude marchar sin mayores impedimentos.

La antigua noria no quedaba demasiado lejos de casa, unos veinticinco minutos a pedaleo ligero por un estrecho y sinuoso sendero en parte oculto por la espesa vegetación que, al calor veraniego, se desparramaba exuberante todo alrededor. Aparte del nombre muy poco quedaba del viejo edificio, de no saberlo previamente ni tan siquiera se podía adivinar que allí, mucho tiempo atrás, se ubicó una gran noria accionada por la corriente. La señal más patente de aquel curso desviado era ahora un estanque profundo y oscuro en el que medraban todo tipo de pequeñas criaturas.

—Esto es una chorrada —protesté después de pasado un buen rato escudriñando las negras aguas tapizadas en parte por un manto de algas. Esas salamandras mutantes de las que hablas no existen. Gorie te ha tomado el pelo.

—¡Que te digo que no, mucha gente las ha visto! —aseguraba Nathan.

—¿Ah sí, quién?

—Su hermano mayor y la pandilla con la que va las vieron hace unas semanas —contraatacaba mi amigo. Y también George, ese que estuvo en la cárcel hace años y que ahora trabaja en el taller de Matt. Eso último lo sé porque mi abuela se lo estaba contando a mi madre esta mañana.

—En ese caso no es más que un chisme —le resté importancia. Y de lo que diga Gorie a lo que creyó ver su hermano puede haber mucha diferencia.

—Pues yo he oído que son como lagartos así de grandes —Moff hizo un gesto con ambos brazos para que visualizáramos su estimación. Y también dicen que son muy asquerosas, tienen bultos y quistes por todo el cuerpo.

—Pero las salamandras no son lagartos, son batracios —puntualizó Chris.

—¡Ya lo sé idiota! —replicó Moff. Y batracio está mal dicho, el nombre correcto es anfibio.

—¡Es lo mismo! —se quejó Chris de inmediato.

—¡No es lo mismo tío!

Y mientras aquella discusión proseguía Nathan intentaba convencerme argumentando:

—Sabes que en invierno hubo un vertido, en mi casa nos pasamos meses bebiendo agua embotellada. Los residuos tóxicos seguro que llegaron hasta aquí y eso es lo que ha provocado las mutaciones.

—Si fuera cierto habría más animales afectados, pero yo no he visto nada raro.

—Que no los hayas visto no quiere decir que no existan.

—Ya pero, ¿dónde están? No paro de mirar al agua y solo veo libélulas, zapateros y alguna que otra rana. Nada del otro mundo Nat.

—Tal vez sean nocturnas.

—¿Y vamos a quedarnos aquí hasta que oscurezca a ver si alguna asoma la cabeza?

Se hizo el silencio de forma repentina y los cuatro nos quedamos ensimismados de cara al estanque una vez más. El sol caía y pronto los mosquitos surgirían de todas partes para martirizarnos.

—¡Ya sé! —exclamó Moff. Tiraremos piedras y, si hay algo escondido ahí abajo, lo obligaremos a salir.

Como tampoco teníamos nada mejor que hacer, nos decidimos a apedrear el estanque con la pueril esperanza de que eso sirviera de algo. Ningún ser misterioso u horripilante mutante salió de su escondite y, al cabo de un rato, nos cansamos de aquel juego perdiéndonos en discusiones estériles. Nada me había preparado para el derrotero que pronto tomaría una conversación totalmente banal.

—Al final siempre pasa lo mismo, todas tus historias se quedan en nada —le reprochaba Chris a Nathan en alusión a su tendencia a fantasear en exceso.

—No dirás eso cuando una enorme y repugnante salamandra asesina venga a devorarte —se burlaba este. Al verano que viene ya tendrán el tamaño de cocodrilos e infestarán el río.

¡Venga ya!

A pesar de que sabía que Nat bromeaba, Chris no pudo reprimir un gesto de aprensión. Entretanto Moff se animó a proseguir con los presuntos fenómenos insólitos que afectaban al vecindario.

—Puede que esto sea un bulo —manifestó—, pero os aseguro que lo de la residencia de Fallow Hills no es para risa.

Moff también tenía cierta tendencia a la teatralidad, lo cual se acentuaba por lo expresivo de su rollizo rostro. Ahora era como si nos quisiera contar un relato de miedo.

—¿Qué pasa en Fallow Hills? —interpelé con gesto de hastío, pues ya me estaba empezando a cansar de tanta habladuría. Hace años que ese lugar está abandonado.

—Por eso —ahora acentuó su tono de misterio. Pero dicen que suceden cosas raras allí, que hay un fantasma rondando. Uno especialmente temible.

—Desde luego, ¿acaso no habéis oído lo que le sucedió a uno de los hombres del inspector Wise? —le secundó Nathan. Fue a principios de verano, la granja de los McAuly no para lejos y en plena noche se quejaron de que habían visto luces o algo así y que también se escuchaban ruidos extraños. Acudió una patrulla a investigar qué estaba pasando —hizo una pausa para añadir más suspense. En realidad no se sabe muy bien lo que ocurrió, pero se ha corrido la voz de que el agente que fue allí esa noche salió huyendo y que, desde entonces, ya no va a trabajar porque necesita ayuda.

—¿Ayuda, qué tipo de ayuda? —inquirí.

—Ayuda psicológica, está en tratamiento porque según dicen se ha vuelto loco —Nathan dijo esto último adoptando cierto aire siniestro.

Ciertamente sí que había escuchado la historia, era una de las comidillas locales que se había ido extendiendo por todas partes. La versión podía variar mucho en función de quien la contara, en algunas los hechos no sucedieron en Fallow Hills e incluso en otras tuvieron lugar a pleno día. Pero todas coincidían en una sola cosa, el agente de policía vio algo que lo dejó traumatizado. Se hablaba de extraños y peligrosos forasteros que merodeaban de madrugada, rituales perturbadores y hasta de presencias sobrenaturales. Cuentos de viejas que no merecían demasiada atención. En un lugar como en el que yo vivía proliferaban porque eran la distracción que aderezaba la monotonía cotidiana.

—Me pregunto qué fue lo que vio —añadía Moff. Tuvo que ser increíblemente horrible para acabar así de mal.

—Pues yo había escuchado que en realidad tuvo un accidente con su vehículo y que por eso tuvieron que hospitalizarlo —Chris quiso incorporar una nota racional a la conversación.

—Puede, pero si se estampó fue porque salió escopeteado de la residencia presa del pánico —Moff por su parte prefería las historias de terror. Algo lo perseguía.

Y a continuación Nat dijo:

—He oído que hay quien ha visto al fantasma. Una figura femenina harapienta y cadavérica, con ojos de fuego que te atraviesan. Y también cuentan que siempre va empujando algo, una especie de carro o vagoneta donde transporta toda la carga de su maldición.

Una imagen muy poética desde luego, Nathan siempre tuvo habilidad para esa clase de recursos. Y a pesar de ello, a pesar de que no parecía más que otra tonta historia para pasar el rato entretenidos en algo, al reproducir dicha imagen en mi mente quedé profundamente sobrecogido. Fue como si se despertara algo en mi interior, algo que había querido enterrar y que sin embargo nunca desapareció del todo. De manera casi automática aquella descripción me la había recordado. La Peregrina.

No tengo otra forma de explicarlo, pero en aquel momento lo supe, mi destino había regresado a buscarme. La inexorable rueda se detuvo solo durante una temporada, pero ya era hora de que se pusiera en marcha de nuevo. No sé si en ese momento mis amigos se percataron de algo, si me notaron más ausente que de costumbre. El caso es que, a medida que el sol se iba poniendo, se cansaron de contar historias, cogimos nuestras bicicletas y regresamos por el oculto sendero ya cubierto en penumbras. Hice el camino de vuelta a casa sin apenas abrir la boca, mientras Moff y Nathan discutían acerca de asuntos triviales por los que ya habían discutido mil veces antes o, en los interludios, se divertían haciéndole la puñeta al pobre y paciente Chris. Nos separamos como si nada, pero mis pensamientos ya estaban en otra parte.

Esa misma noche, ya en mi habitación después de haber cenado, me resistí todo lo que pude. Pero finalmente no aguanté más, tenía que verlo. Casi de un salto llegué hasta el armario ropero, abrí la puerta y me puse a registrar frenéticamente el último de los cajones. Allí estaba, casi se podría decir que esperándome. De inmediato noté algo muy llamativo, ¿era mi imaginación o estaba caliente? Recuerdo como lo sostuve con el puño cerrado como no queriendo mirarlo directamente. Más que temor lo que sentía era una especie de excitación, de ansiedad contenida que debía ser liberada.

Finalmente abrí la mano y lo contemplé, transmitiéndome su calor a través de la palma. Eso lo recordaba perfectamente, la primera vez que lo vi era más bien marrón, para luego tornarse momentáneamente transparente al apretarlo dentro de la mano. Y sin embargo ahora parecía brillar con un intenso color rojo sangre. Había cambiado y eso por fuerza tenía que significar algo ¿Una señal que ella me estaba enviando tal vez? No sé muy bien por qué, pero acto seguido apagué la luz de mi cuarto y, al hacerlo y acostumbrar mis ojos a la oscuridad, pude comprobar que el objeto brillaba. Tenuemente, pero brillaba. Un cálido resplandor rojizo que oscilaba regularmente como queriendo trasmitir algún tipo de información. Allí me quedé contemplándolo, seguro del paso que debía dar, pero sin saber muy bien cómo.

***

Yendo en bici Fallow Hills se encontraba a casi una hora de trayecto, especialmente porque no era posible ir por la carretera principal y había que tomar caminos vecinales dando un rodeo. No era desde luego otro de eso pequeños paseos a los que estaba más acostumbrado, aquel empeño requería un esfuerzo adicional.

A pesar de los años de abandono el acceso principal seguía despejado y era posible ver el edificio conforme te ibas aproximando. Era muy grande y su oscurecida silueta recortada sobre las colinas que había más atrás le daba un aspecto ciertamente siniestro, si te lo propones todos los lugares abandonados lo tienen. Hubiera sido más literario decir que aquella antigua residencia de ancianos tenía un pasado truculento, que sucesos aterradores e inexplicables obligaron a cerrarla hace años y que a partir de entonces se convirtió en un edificio maldito. La realidad era sin embargo mucho más prosaica. Siendo yo todavía un bebé aquel era el lugar preferido de la gente adinerada de la región para llevar a sus mayores, una especie de lujoso hotel de cinco estrellas para la tercera edad. Pero la institución quebró porque su propietario fue acusado de fraude fiscal y huyó del país después de haber provocado un millonario agujero contable. Desde entonces nadie había querido hacerse cargo de la deuda ni mucho menos de la costosísima manutención de Fallow Hills, que cayó en el olvido.

—Esto cada vez me gusta menos, no deberíamos haber venido —la proximidad del imponente edificio empezó a amedrentar a Chris, el menos seguro de los cuatro.

—Si tanto miedo tienes quédate aquí guardando las bicis mientras nosotros exploramos —le recriminó Nathan.

Chris guardó silencio, seguramente porque la idea de quedarse solo le hacía menos gracia incluso que la de adentrarse en la residencia abandonada.

—Nos ha costado demasiado llegar, no nos queda mucho antes de que sea demasiado tarde —informé.

—¡Eh, no fastidies! —saltó Moff. Esto ha sido idea tuya. Vayamos a Fallow Hills, vayamos a Fallow Hills, vayamos a Fallow Hills… Así durante días, ¡estabas insoportable! —caviló unos instantes. Además, no podemos volver a cruzarnos con Andy con las manos vacías, nos lanzó un desafío y se burló de nosotros delante de todo el mundo.

—Moff tiene razón —lo secundaba Nathan. Llevo una UP para grabarlo todo y darle una lección a ese imbécil. Estoy deseando ver la cara que pone cuando compruebe que nos hemos atrevido a entrar.

—Yo no me estoy echando atrás, ¿vale? —me defendí un tanto ofendido. Tan solo digo que el camino de vuelta es largo y debemos tenerlo en cuenta para no entretenernos demasiado. Sólo era eso.

—Mejor que sea así —replicó Nat. Ya pensaba que te estabas volviendo como Chris.

—Vete a la mierda —gruñó este último.

Lo cierto era que, de no haber sido por mi obsesiva insistencia, a ninguno de los demás jamás se le hubiera pasado por la cabeza inspeccionar un lugar como aquel. Era curioso, nadie me preguntó los motivos de dicha obsesión, dando por hecho quizá que la historia del fantasma había despertado mi curiosidad. Luego claro está tuvimos aquel encontronazo con el impresentable de Andy, ninguno de los cuatro le tenía demasiada simpatía porque siempre nos había considerado unos pardillos. No sé muy bien cómo, pero terminó enterándose de mi interés por Fallow Hills y no perdió la oportunidad de ridiculizarnos al asegurar que nos haríamos nuestras necesidades encima antes de poner un solo pie en aquel edificio. Naturalmente la afrenta espoleó a Nathan y Moff y por eso estábamos allí. Chris nos seguiría como hacía siempre.

Pero a pesar de toda la bravuconería que habíamos estado mostrando durante el camino, una cosa era hacerse el gallito ante otros críos y otra muy distinta hallarse ante el umbral de aquella mole silenciosa y sombría.

—Hagamos un último repaso —anunció Nat tratando de mostrar seguridad y aplomo —¿Lo hemos traído todo?

—Vamos a ver, linternas, un plano del edificio que he conseguido bajarme, un par de refrescos de cola, cuatro refrescos multifrutas, un paquete de tofes, dos bolsas de patatas, otro paquete de…

—¡Maldita sea Moff! —no pude evitar recriminarle —¿Vamos de exploración o de picnic?

—Necesitamos provisiones ¿Y si nos entra hambre?

—Dirás si te entra hambre a ti —lo miró con desconfianza Nathan. Has dicho que traías también los comunicadores, quiero verlos.

—Bueno… al final solo he podido traer uno.

Moff trató de decir esto último con aparente naturalidad, pero esta vez los tres lo fulminamos con la mirada. Su propensión a atiborrarse de todo tipo de chucherías podía pasar, pero esto era algo más serio.

—¿Un comunicador, de qué nos sirve un solo comunicador? —espeté. Por definición están para que hablemos unos con otros si nos separamos.

—No pude conseguir más, era lo que había ¡Tampoco es para ponerse así!

—¿Y cómo quieres que nos pongamos? —se enfurecía Nathan. Para eso no haber traído nada. Ahora yendo todos juntos nos costará más inspeccionar toda la residencia.

El enfado con Moff disipó un tanto nuestros temores y nos demoramos un poco ante la entrada repasando todo lo que habíamos traído. Llegar hasta allí había resultado sencillo, faltaban numerosas secciones del vallado perimetral y después de superarlo tan solo fue cuestión de atravesar la antigua zona ajardinada que quedaba entre este y el propio edificio. No había testigos del allanamiento, el lugar estaba completamente desierto.

Nos decidimos a entrar, pero Chris se detuvo visiblemente intimidado.

—No te preocupes, no va a pasar nada —lo tranquilicé. Esas cosas que cuentan no son más que fantasías para meter miedo a los tontos ¿Quién sabe lo que le pasó a aquel policía? Puede que estuviera borracho.

Le di una palmada en la espalda y entramos juntos detrás de Nat y Moff. Yo por mi parte estaba especialmente inquieto, pero los motivos de mi inquietud eran muy distintos. Puede que los demás no lo notaran porque ellos también se encontraban en tensión, por mucho que unos lo disimularan mejor que otros.

Por otra parte también me preocupaba que tuviéramos algún accidente o alguien se lastimara, yo los había arrastrado hasta allí y en cierto modo me sentía responsable. Aunque bajo ningún concepto confesaría mis verdaderas intenciones. No quería que me tomaran por un pirado y, como los buenos amigos que en realidad eran, al menos en mi presencia nunca hablaban de lo que anduve haciendo el verano anterior. Entre nosotros era más bien un tema tabú.

De entrada la exploración resultó decepcionante en el mejor sentido de la palabra. No estábamos nada más que ante un enorme edificio abandonado que mostraba evidentes signos de expolio, pues mucha gente debía de haber pasado por allí para llevarse todo lo que pudiera seguir teniendo valor. Ahora solo quedaba el esqueleto, ni tan siquiera puertas o ventanas en la mayor parte de los casos. Nos topamos con restos de mobiliario y basura por todas partes, muchísimos charcos y humedades, evidencias de la presencia de pequeños animales salvajes, grandes boquetes en más de un tabique y, en definitiva, todo aquello que esperarías encontrar, o no encontrar, en un lugar que se estaba viniendo abajo lentamente. A parte de eso no parecía haber presencias sobrenaturales ni nada parecido.

—Me estoy cansando de dar vueltas, aquí no hay nada —manifestó Chris al cabo de un buen rato —¿Podemos irnos ya, por favor?

—Falta inspeccionar los sótanos —repuso complacido Nathan, que lo estaba grabando todo con su UP para luego presumir de ello.

—No podemos bajar, las puertas están bloqueadas —repuse. Ya lo hemos comprobado antes.

—Podría haber otro acceso —añadió Moff —¿Quién sabe? Alguna ventana rota tal vez.

—¿Estáis seguros de que queréis seguir con esto? —pregunté no muy decidido, ya que mis expectativas se estaban desmoronando. Si nos entretenemos mucho más oscurecerá y el camino es largo.

Se hizo el silencio momentáneamente, hasta que Nat añadió:

—Si se hace de noche encenderemos las luces de las bicis ¡Vamos!, seguro que encontramos un sitio por el que poder bajar.

Aun a pesar de sus más que llamativas protestas gestuales Chris se plegó, como cabría esperar, a los deseos del resto. El temor inicial que habíamos experimentado al adentrarnos en Fallow Hills ya casi había desaparecido por completo cuando, al cabo de un rato, hallamos lo que buscábamos. Una abertura cuadrada en el suelo que, desde la planta baja, daba acceso a un nivel inferior a través de una escalerilla. En otro tiempo seguramente permaneció cerrada mediante una trampilla ahora desaparecida, lo cual nos facilitaba las cosas.

—No estoy muy seguro de bajar —Chris dudaba de nuevo. Me da mala espina.

—No pasa nada, ya casi hemos terminado —lo animé.

—¡Venga, vamos, vamos! —animaba también Nathan. Tiene un aire lúgubre, esto promete ser interesante.

Sólo Nat era capaz de encontrar la ocasión para utilizar la expresión “lúgubre” en un contexto adecuado, casi parecía que estuviera deseando hacerlo.

Bajamos con precaución y, ciertamente, pude percibirlo casi de inmediato. Seguramente lo percibimos todos, la inquietante sensación de que nos estaban observando. Al estar en el subterráneo reinaba la oscuridad total y solo podíamos avanzar usando las linternas, lo que no nos permitía ver más allá del haz de luz que proyectaban. Esto podría explicar una mayor sensación de inseguridad, pero de alguna manera yo sabía que podía haber algo más.

—¡Qué emocionante! Esto ya empieza a dar mucho más mal rollo —susurraba tenebrosamente Moff. Oye, Nat, ¿estás grabando usando el modo nocturno?

—Por supuesto.

—¿Y qué es lo que ves más adelante?

—No es más que un pasillo muy largo, sucio y vacío —explicaba Nathan. Pero parece que termina no lejos.

Recorrimos aquel pasaje por el subsuelo de la antigua residencia y, a medida que avanzábamos, aquella sensación extraña fue haciéndose más y más fuerte. Así es como lo recuerdo, pero tal vez se deba a causa de lo que sucedió a continuación.

Llegamos donde el pasillo concluía en lo que bien se podría describir como una estancia cuadrangular más amplia, con dos accesos más en las paredes de ambos lados. El de la derecha estaba tapiado y el de la izquierda daba a una sobrecogedora y fría negrura. Mas no fue eso lo que más nos llamó la atención, sino lo que vimos en las paredes. Garabateados por todas partes había extraños signos y palabras incomprensibles, algo nos decía que seguramente no llevaban allí mucho tiempo ¿Cómo era posible si el lugar estaba deshabitado?

—¡Un momento! —exclamé al percatarme de algo. Esto ya lo he visto antes en otras paredes de la residencia.

—¿De qué hablas? —inquirió Moff.

—De esas letras en mayúscula que se repiten por todos lados. Alguien las ha escrito también en otros sitios.

Señalé uno de los ejemplos para que todos pudieran saber de qué se trataba. En realidad no era muy difícil, ya que siendo mínimamente observador podías percatarte que la sucesión de letras NSBLD se repetía incesantemente a nuestro alrededor. Con diferencia era lo que más abundaba por encima de cualquier otro garabato. Me sonaba de algo, pero no sabía muy bien a qué.

—¿Qué diablos significará todo esto? —se preguntaba Nathan. Su aparente aplomo dejaba entrever tras de sí desconcierto y una creciente inquietud.

—¡No significa nada, salgamos de aquí ahora mismo! —exigía, más alarmado, Chris.

—Estas pintadas tienen que ser recientes, ¡seguro que lo son! —se emocionaba Moff. Si no hemos visto a nadie por aquí, ¿quién las habrá hecho?

—¿Quién sabe?, a lo mejor llevan aquí mucho más de lo que nos pensamos —replicó Nat. A lo mejor las hicieron un par de vagabundos colgados que se metieron aquí abajo después de haberse fumado algo raro.

—¡Eso no puedes saberlo tío! —pareció enojarse Moff—. ¿Quién querría venir hasta un lugar tan apartado solo para eso? Además, las hemos visto también por todo el edificio. Aquí hay algo mucho más oscuro, puede que peligroso incluso.

—¡El que no puedes saberlo eres tú! —contraatacaba Nathan —¿Qué tienen de peligroso unos rayajos en la pared?

—No son letras al azar, tienen un orden concreto y no paran de repetirse ¡Guardan un significado oculto! Como las palabras de los rituales que practican algunas sectas para invocar a los espíritus de los muertos o al Demonio.

—¡No digas tonterías Moff!

—¡El que dice tonterías eres tú, Nat! Y grábalo todo bien para que quede registrado.

Mientras dos de mis mejores amigos discutían inútilmente como solían hacer con frecuencia, el tercero permanecía en un rincón, mudo y consumido por la ansiedad. Yo por mi parte comencé a ensimismarme. Aquella sensación que había sentido nada más bajar a aquel lugar, aquel presentimiento, se acompañaba ahora de otras señales. NSBLD, sabía que significaba algo, pero no lograba recordarlo. Y luego vino a mí ese olor que se elevaba por encima de aquel otro a moho, polvo y humedad. Automáticamente lo asocié a alguien conocido. Eso sí que no lo había olvidado.

—¿Quién anda ahí?

La voz surgió de la oscuridad, de esa abertura que daba a la parte del subsuelo que todavía no habíamos explorado. Era profunda y penetrante, un tanto extraña, o al menos eso fue lo que me pareció en un primer momento. Sin embargo no me resultó amenazadora en absoluto.

No así a mis amigos, ya que aquella inesperada pregunta les heló la sangre casi como si hubieran visto a la mismísima Muerte en persona. No alcanzamos a ver más que una difusa silueta avanzando hacia nosotros, casi parecía que estuviera tomando forma de la negrura que la envolvía. Aquello bastó para desencadenar una huida en desbandada.

—¡El fantasma, el fantasma!

Los estridentes gritos de Moff, Nathan y Chris se entremezclaron con el sonido de pisadas a la carrera y frenéticos jadeos. Salimos de allí a una velocidad casi sobrenatural; el miedo te puede hacer reaccionar de semejante manera. Al momento ya estábamos pedaleando como locos, alejándonos lo más rápido posible de Fallow Hills y, cuando quisimos darnos cuenta, ya nos encontrábamos recorriendo las calles del pueblo. Lo peor de todo fue que Nat no se dio cuenta hasta entonces de que, después del mayor susto de su vida, había dejado caer la UP abandonándola en los subterráneos de la vieja residencia. Ya no teníamos pruebas de nuestra estancia en el lugar y, naturalmente, nadie quería volver a recuperar el dichoso objeto. Aquello añadió una nota de amarga frustración a lo sucedido y, tras discutirlo brevemente, convenimos en no hablar nunca de lo que nos había pasado. Nadie se atrevería a regresar jamás a aquel terrible edificio.

Pero ese “nadie” tenía sus matices. No voy a decir que no actúe como el resto, que no salí corriendo de allí como alma que lleva el Diablo. Pero la naturaleza de mi temor era completamente distinta. Durante meses mi familia procuró hacerme olvidar todo lo sucedido el año anterior, dejarlo reducido a mera anécdota sin importancia, incluso lo ocurrido aquella última tarde en que me separé de ella. Sé que lo hacían para protegerme, para que encauzara mi vida por el sendero de la normalidad, dejando atrás historias fabulosas que debían ser recopiladas antes de que se perdieran. Y en esa normalidad yo había empezado a sentirme seguro y confortable, como si no deseara abandonarla nunca.

Sin embargo en aquel momento supe que debía hacerlo, que no podía resistirme. Esa sensación me produjo un vértigo indescriptible, un ciego temor a dar un paso al frente en una dirección poco recomendable y luego no poder dar marcha atrás. Me estaba llamado. Puede que hubiera estado haciéndolo desde hace semanas, solo que yo no me había dado cuenta. Una vez más regresé al último cajón del armario ropero de mi dormitorio. Allí estaba, pulsando con más energía en medio de la oscuridad. Me estaba llamando. El miedo no era una opción, quería que continuáramos con aquello que habíamos empezado.

***

Recuerdo que aún tardé varios días en decidirme a regresar a Fallow Hills, sabía que tenía que hacerlo, aunque ello me acarreara luego serios problemas. Por supuesto no debía decírselo a nadie; ni a mis padres ni a mis amigos ni a ningún otro. Aquello debía hacerlo solo.

Una tarde aproveché que mi hermana había salido y papá y mamá volvían a estar ocupados con el tío Lorren. Inventé una excusa creíble, que había quedado como siempre con los chicos para dar una vuelta, y monté en la bici rumbo a la antigua residencia sin mirar atrás. Por el camino mi cabeza era un enjambre de pensamientos contradictorios, de sensaciones encontradas ¿Qué diablos estaba haciendo yendo solo hacia aquel lugar? ¿Qué clase de locura se había apoderado de mí? Creo que me detuve en dos o tres ocasiones, tentado de dar la vuelta y regresar a la seguridad de lo cotidiano. Pero entonces metía la mano en el bolsillo y contemplaba aquel pequeño y enigmático objeto que había decidido llevar conmigo. En cierto modo era como un amuleto que me otorgaba confianza, así que continué avanzando.

Ante la entrada de Fallow Hills volví a detenerme una vez más. Era como si el enorme y tétrico edificio me invitara a pasar dentro, casi como esas plantas exóticas que emiten fragancias y otros reclamos para atraer hacia una trampa mortal a moscas y todo tipo de pequeñas criaturas, para así devorarlas. Si no le ponía remedio yo también caería en una trampa. Pero estaba decidido a correr el riesgo, así que me introduje tratando de recordar dónde se encontraba aquel acceso al subsuelo. No fue necesario. Como si hubiera estado esperándome largo rato, casi se podía decir que alguien vino a recibirme a la entrada.

—¡Condenado jovencito, has tardado una eternidad en presentarte! Ya pensaba que no me ibas a hacer caso.

A pesar de todo el tono desenfadado y jovial de aquellas palabras no denotaba enojo de ningún tipo, más bien todo lo contrario. Me había hecho de rogar, pero acudí de todos modos y se alegraba de verme.

Allí estaba, tardé unos cuantos segundos en asimilar su imagen, en asimilar lo que mis ojos estaban viendo de nuevo. Era la Peregrina. De un modo u otro lo supe desde el primer momento en que Nat me habló de aquel fantasma. Pero ella no lo era, estaba muy viva aun a pesar de lo viejísima que parecía. De hecho mostraba más vitalidad que nunca, como si ese año que casi había pasado desde que no nos veíamos le hubiera sentado especialmente bien. Una vez más era la misma, con sus descuidadas ropas de vagabunda superpuestas (demasiadas para el calor que hacía), pero al mismo tiempo se mostraba cambiada. Había algo mágico en aquella anciana, algo que yo no había visto en nadie más y que me fascinaba sobremanera. Por eso estaba allí y también me alegraba de verla.

—¿Acaso no vas a decir nada? —intervino ella ante mi estupefacción y mi silencio —¡Vamos!, no te quedes ahí parado como un pasmarote.

Todavía me costó unos segundos más responder titubeante:

—Yo… esto… tengo… tengo tu regalo. Brillaba… brillaba por la noche y por eso supe que algo tenía que estar pasando.

—Pues a decir verdad te ha costado bastante. Como imaginarás no podía presentarme en tu casa sin más y decir que quería verte. No creo que sea muy bien recibida en ese pueblo donde vives, así que tuve que usar el presente y algunos otros truquillos. Ya sabes a lo que me refiero.

Al cabo giñó un ojo en un gesto de complicidad. Supuse que se refería a todas las habladurías en relación a Fallow Hills y a aquello que presuntamente le sucedió a uno de los hombres del inspector Wise.

—Yo no… no podía decirle a nadie que quería venir aquí para comprobar si te encontraba —reconocí. Eso suena demasiado raro ¿Cómo iba a explicarlo?

—Te comprendo, no me lo tengas en cuenta si me he impacientado demasiado esperándote —sonrió. Aquí sola te aburres bastante y he tenido que entretenerme garabateando las paredes.

—Ya lo comprobé el otro día —y entonces quise saber —¿Qué significan esas letras? Ya sabes, eso de NSBLD.

—¿En serio no lo sabes? —la Peregrina hizo una mueca maliciosa. No es más que una ocurrente medida defensiva, algo para ahuyentar a los entrometidos. Aquel agente de policía reconoció las siglas de inmediato y por eso entró en pánico. Imaginé que se asustaría, pero no tanto.

—Dicen que está muy afectado, pero tampoco lo sé cierto porque la gente chismorrea mucho y al final la mitad de las cosas que dicen son mentira —y de nuevo volví a insistir. Me gustaría saber qué significan esas letras, me suenan a algo y no sé a qué.

—Todo a su tiempo, jovencito, todo a su tiempo —me tendió la mano para que se la tomara. Ven, quiero enseñarte una cosa.

Dudé durante más tiempo del que cabría esperar, todavía estaba sopesando todo lo que implicaba aquel reencuentro.

—¡Vamos! ¿De qué tienes miedo? —reiteró ella. Sabes que soy yo, tenía muchas ganas de que reanudáramos nuestra amistad ¿Es que no te alegras de verme?

—Si claro, lo que pasa es que yo… es que yo…

—Ya veo, demasiadas emociones en muy poco tiempo, ¿verdad? Y reconozco que el escenario no es el más apropiado, un poco decrépito tal vez —volvió a sonreír, esta vez de una forma mucho más cálida. Más o menos como yo, tan venida a menos como este pobre edificio.

Fue hacia mí y me tomó de la mano, con delicadeza, para que no reculara. Después avanzamos, pero no nos dirigimos hacia los sótanos como inicialmente esperaba, sino que subimos a la primera planta. De camino un millón de preguntas me asaltaban ¿Cómo se las había arreglado para mantenerse en aquel lugar desierto? ¿De dónde sacaba la comida o el agua? Resultaba más que dudoso que saliera a cazar por las campiñas de los alrededores, aunque con la Peregrina todo era posible. Su particular olor me envolvía, aquel que había reconocido instintivamente cuando unos días antes mis amigos se llevaron un susto de muerte, y eso me planteaba más interrogantes ¿Disponía de agua corriente una residencia en estado de ruina? ¿Y los productos de higiene personal? Pudiera ser que la anciana llevara todas esas cosas consigo en cantidad suficiente como para no necesitar nada en mucho tiempo. De donde las hubiera obtenido ya era otra cuestión.

Pero por encima de todo había una serie de cuestiones que no dejaban de rondar por mi cabeza ¿Era todo aquello una buena idea? ¿No me estaría metiendo en un lío demasiado gordo? ¿Qué harían mis padres si se enteraban? Aun así también sabía que ya no podía ponerle remedio. Lo hecho, hecho estaba.

—¿Qué nos mantiene con vida? —dijo la Peregrina mientras caminábamos cogidos de la mano. Refugiado en mis pensamientos la pregunta me pilló desprevenido.

—¿Cómo?

—¿Que qué nos mantiene con vida y nos da fuerzas para seguir adelante?

—No sé, comer, beber, respirar —respondí sin haber entendido muy bien la pregunta.

—Esas son funciones vitales básicas, lo mismo que hacer tus necesidades. Yo estoy hablando de algo mucho más profundo.

La miré desconcertado.

—Lo que nos empuja hacia adelante es un objetivo, una ilusión, una esperanza —prosiguió. Siempre ha sido así. La esperanza, la determinación de alcanzar una determinada meta, es uno de los impulsos más poderosos del espíritu humano. Como el escalador que quiere alcanzar la cima más alta y pone todo su empeño en ello. No sé si me entiendes.

Negué con la cabeza.

—Pues verás, ese escalador está dispuesto a sacrificarlo todo con tal de lograr su objetivo. Allá arriba hace un frío terrible, no hay apenas oxígeno para respirar, el viento cortante es capaz de desollarte y la montaña te pone todo tipo de obstáculos. Ya sabes, grietas, paredes de roca aparentemente insalvables, hielo, aludes… —se detuvo unos instantes como mirando a la nada ¿Estaría divagando?. Pero a pesar de todas las dificultades, a pesar de que su cuerpo destrozado por los esfuerzos le dice que no puede más, él sigue adelante. Rumbo a la cima hasta las últimas consecuencias. No es su fortaleza física la que lo mantiene en pie, es su espíritu. Una llama que todavía se mantiene viva aun a pesar de tenerlo todo en contra.

—No entiendo qué estás queriendo decirme —terminé reconociendo.

—Pues que, sin un objetivo, sin una ilusión, no somos nada —ahora había emoción en las palabras de ella. Ese era mi estado antes de conocerte. Andaba perdida, no solo en el mundo, sino también dentro de mí misma. Tú me hiciste regresar a la luz jovencito. De nuevo tenía algo por lo que luchar, una causa, eso que debemos concluir antes de decir el último adiós. Y para eso debemos trabajar en equipo, tú y yo ¿Lo comprendes ahora?

Sí, por supuesto que lo entendía, en el fondo a eso había acudido. Así que respondí:

—Tenemos que seguir recopilando la verdadera historia del Corazón Indomable.

Al oír aquello la Peregrina sonrió ampliamente con gesto de evidente satisfacción.

—No creo equivocarme al decir que estábamos llamados a hacer una buena pareja —añadió a continuación. Supongo que todavía conservas los apuntes del año anterior.

—Los guardé en el cobertizo donde te alojabas, en una caja, ahora lo volvemos a usar como trastero. Pero llevo meses sin hacer nada. Es mucho y no sé por dónde empezar —de repente me sentí avergonzado, como cuando un profesor me pedía explicaciones por no haber hecho los deberes. Lo siento.

—Tranquilo, no te angusties por eso, algo como lo que tenemos entre manos lleva su tiempo. Todavía no conoces la mayor parte de la historia y no puedes analizarla en perspectiva. Créeme, es una tarea de años si estás dispuesto a llevarla a cabo.

Fue entonces cuando, mirando su rostro de cerca, me percaté de algo que resultaba incluso más desconcertante. Sus ojos sí que habían empeorado bastante. De hecho eran como los de una persona invidente, por lo que se podía deducir que ya estaba casi por completo ciega. Aun así se movía desenvolviéndose con soltura, como si pudiera ver perfectamente ¿Cómo era posible?

Finalmente llegamos a una de las muchas antiguas habitaciones que había en la planta primera de la residencia. La Peregrina parecía haberse establecido allí, ya que acondicionó el lugar para que resultara mínimamente acogedor, disponiendo incluso un viejo colchón en el suelo. Por supuesto también estaban todos sus trastos y cachivaches, en mayor cantidad incluso a la que yo recordaba ¿Cómo se las había arreglado para subirlos hasta allí ella sola? ¿Cómo no vimos todo aquello el día que vinimos a explorar si, casi con total seguridad, también pasamos por esa habitación? Más misterios que no encontraban respuesta. Por otra parte resultaba curiosamente irónico que una anciana hubiera terminado refugiándose precisamente allí, donde años atrás se alojaron otras muchas personas de su misma edad.

—Por cierto, uno de tus amigos se dejó esto aquí el otro día —anunció la Peregrina, una vez dentro de la habitación, mientras tomaba algo con su mano derecha. Era la UP de Nat. Mucho me temo que se rompió al caer.

—Oh, vaya —suspiré. Aun así creo que a Nathan le gustaría recuperarla.

—¿Y cómo justificarías que te la has encontrado? ¿Vas a decirle a tus amigos que has regresado aquí y que nos hemos vuelto a ver?

Tenía razón, no podía devolverla, eso implicaba explicar ciertas cosas que era mejor no explicar. Si nadie sabía nada correría menos riesgos.

—En verdad espero que ya se les haya pasado el susto del otro día —continuó la anciana. Quién sabe, quizá tenga oportunidad en un futuro de conocer a tus amigos. El dueño de este cacharrito, Nathan, ¿es ese jovenzuelo tan inquieto que siempre lleva el flequillo tapándole media cara? Y luego, claro, tenemos al más gordito. Moff, ¿no? Y por último está Chris, el chico sensible. Creo no haberme equivocado.

Y creía muy bien. De una u otra forma había descrito los aspectos esenciales que definían a mis tres mejores amigos. Y lo más asombroso de todo es que lo hizo después de haber tropezado con ellos durante apenas un instante, en plena oscuridad y con una visión terriblemente mermada. A cada segundo que pasaba resultaba más evidente que sus capacidades iban mucho más allá de lo corriente.

—Toma, quiero que te quedes esto —dijo al cabo tendiéndome otro objeto. Era de color negro y más o menos del mismo tamaño y forma que una UP.

—¿Qué es? —pregunté mientras lo inspeccionaba.

—Una grabadora, creía que lo adivinarías nada más verla.

—¿Por qué me la das?

La Peregrina se apoyó a descansar sobre uno de los montones de cosas que almacenaba en la habitación. Después añadió:

—Mira, seamos realistas. Te va a resultar bastante complicado venir hasta aquí con frecuencia si es que no quieres levantar sospechas y, como comprenderás, yo tampoco puedo acercarme hasta tu casa. Esto reduce el tiempo que podremos permanecer trabajando juntos. La grabadora ayudará a resolver esta pequeña contingencia. Ya no necesitarás andar tomando notas sobre lo que digo, que eso es algo muy anticuado, porque si lo grabas todo luego puedes quedarte con lo más interesante y desechar lo superfluo. Además, ese trasto cuenta con una memoria en la que se pueden descargar archivos desde otras fuentes. De esta manera también puedo entregarte mucha más información que he ido recopilando a lo largo de los años.

Dediqué unos segundos a inspeccionar la grabadora, sus botones y el posible modo de funcionamiento, ya que no disponía de manual de instrucciones.

—¿Qué te parece? —quiso saber la anciana.

—Creo que podré arreglármelas —repuse, ahora mi insaciable curiosidad volvía a emerger con fuerza —¿Vamos a comenzar ya? ¿Por qué has pintado NSBLD por todas las paredes? ¿Hay algo que…?

—No tan deprisa, no tan deprisa, calma —me contuvo ella. Por el momento es mejor que regreses y comiences a familiarizarte con la grabadora.

—Pero… —de pronto me quedé frío, desilusionado —¿Y ya está?

—No, claro que no está —la Peregrina adoptó un gesto más severo. Casi se podría decir que queda todo por hacer y precisamente por eso no hay que precipitarse. Es necesario que medites acerca de todo lo que esto implica, todavía eres demasiado joven y no es justo que descargue sobre ti el peso de ciertas responsabilidades.

—Entiendo —acepté no sin reservas —¿Pero cuando regreso, mañana?

—No hace falta correr tanto. Cuando debas venir yo te lo haré saber, descuida.

—¿Cómo?

—¿De qué manera he conseguido atraerte hasta aquí? —hizo una mueca muy curiosa, como fingiendo sorpresa. Para eso tienes el presente que te regalé.

Quise abrir la boca, pero ella me detuvo con un gesto de la mano y prosiguió:

—Sé que tienes muchísimas preguntas, que ahora que has dado el paso quieres comenzar cuanto antes mejor. En verdad espero que alcances a comprender lo que todo esto conlleva, porque va a ser muy diferente del año anterior. Aunque no por ello ha de dejar de ser un juego.

A decir verdad en aquellos años yo me lo tomé como tal, si bien sabía perfectamente que no tenía nada que ver con las kristas de combate ni ningún otro inocente juego para críos. Aquello iba mucho más allá y por eso volví a sentirme como alguien único, un privilegiado dentro de mi entorno conocido. Difícil describirlo de otro modo.

—¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar, jovencito? —soltó la Peregrina a modo de desafío.

Sólo pude responder encogiéndome de hombros.

—Una pregunta demasiado complicada tal vez —añadió. Pero tarde o temprano habrás de afrontar preguntas mucho más difíciles. Es… inevitable.

—¿Qué preguntas? —se me ocurrió decir.

En ese momento el rostro de la anciana se ensombreció ¿Había dicho algo que la había disgustado?

—La aventura humana es también la historia de sus innumerables fracasos y decepciones —manifestó enigmática tras un silencio más prolongado e incómodo de lo habitual. Una y otra vez diciendo que hemos aprendido la lección, pero una y otra vez repitiendo los mismos errores. Estamos condenados a ello.

¿Qué tenía eso que ver con lo que estábamos hablando? Confieso que en no pocas ocasiones resultaba muy complicado desentrañar las palabras de la Peregrina. Pero, una vez más, antes de que abriera la boca para decir algo ella concluyó:

—Y ahora debes marcharte, por favor.

***

Podría haber seguido con mi vida corriente, haber elegido la opción más cómoda, pero de haber sido así ahora no estaría contando esta historia. Elegí el camino marcado por la Peregrina, el camino del Corazón Indomable. En esos años todavía no pensaba en las consecuencias, en cómo algo así iba a modelarme y a convertirme en alguien muy distinto a quien de otra manera podría haber sido. Tan solo deseaba seguir adentrándome en la aventura de las aventuras, revivirla con una intensidad que me permitiera acercarme, aunque solo fuera un poco, a sus protagonistas reales. Es tanto lo que hemos escuchado acerca de ellos que la maraña de relatos legendarios ha terminado distorsionándolo todo, hasta el punto de convertir personas de carne y hueso en mitos atemporales objeto de culto.

Y fue en esta nueva tanda de sesiones compartidas con mi anciana amiga, escuchando una y otra vez la voz de sus grabaciones, cuando descubrí que la parte más oscura e inquietante de la aventura del Corazón Indomable distaba bastante de la versión que todos habíamos conocido. Esperaba encontrarme con la heroína que enfrentó sin temor al más abominable ejército de sombras demoniacas, pero en su lugar di con algo distinto y a su manera sugerente. No quisiera pecar de arrogante, sobre todo porque mi fuente se puede considerar como la más directa de todas y hasta la fecha nadie ha podido demostrar lo contrario. Así que he aquí lo que con toda probabilidad sucedió.

Capítulo XI

Dicen que los neutas hicieron frente a las criaturas del euzer, que lucharon por preservar su mundo acuático ¿Cómo imaginar aquel enfrentamiento? Me vienen a la cabeza imágenes que conectan con los relatos y películas de la ciencia-ficción arcana. Naves espaciales, psicodélicos palacios flotantes, figuras ataviadas con aparatosas escafandras, ortopédicos robots, guerreros humanoides empuñando armas láser (…).

Pero por lo que sabemos aquella “guerra” tuvo poco que ver con cualquier cosa que podamos imaginar. El euzer se adapta y libra sus batallas a la manera de cada mundo, su forma de actuar en la Tierra se adecúa a lo que aquí ha encontrado y con toda probabilidad nada tiene que ver con lo que hiciera o dejara de hacer en otras partes (…). Nosotros les llamamos Navegantes, derámicos en otros casos, o incluso criaturas del euzer; cuando no empleamos ese nombre que muchos no se atreven a pronunciar. Pero eso no son más que simples denominaciones y al euzer poco pueden importarle más allá de las fronteras de nuestra atmósfera. Lo suyo es expandirse, de todas las formas imaginables y también no imaginables, porque esa parece ser su única razón de existir como pudiera serlo la de cualquier otra forma de vida (…). Así que, para hacerse una idea del llamado “conflicto neuta”, lo único que podemos decir es que fue una lucha a escala biológica entre dos organismos muy distintos por ocupar un mismo hábitat. Y parece ser que, por una vez, el euzer no resultó ser el claro vencedor. Esto ha dado pie a la creencia, casi religiosa, de que tal suceso ha de repetirse por fuerza en nuestro mundo.

“Súper civilización”. S. Brooks.

1

A Tatiana siempre le había gustado cantar y, hasta donde ella sabía, tampoco se le daba nada mal. Desde que tuvo uso de razón sus canciones la acompañaban allá donde fuera, pues eran como el hilo musical de su vida. Canciones para darse un baño, canciones para desayunar, canciones para después de estudiar, canciones para cuando ensayaba junto a su hermano Tommy, canciones para antes de irse a dormir… Canciones para todo. Había muchas pero aun así nunca parecían suficientes y era necesario continuar aprendiendo más y más. Aquella fue la gran obsesión de su infancia. Se pasaba horas y horas entregada a la misma, descubriendo viejos sonidos olvidados, resucitando temas compuestos hace mucho por artistas que en su tiempo fueron aclamados por las multitudes y que ahora solo sobrevivían como retales inconexos de aquel fascinante universo que existió antes de la Gran Disrupción ¿Quién sabe cuántas maravillas musicales se perdieron para siempre? Cuánto fue destruido por completo, borrado definitivamente de la faz de la Tierra y olvidado sin más como si nunca hubiera existido. Qué pérdida tan irreparable.

Nuestra memoria funciona a veces de una forma muy curiosa, a Tatiana le pasaba. Nada recordaba de sus verdaderos padres y lo que retuvo de quienes la criaron en sus primeros años estaba muy fragmentado; tan solo retazos de memoria que salpicaban una infancia bruscamente interrumpida. El olor del cabello recién lavado de su querida tía Julia cuando salía de la ducha y la abrazaba. Sus besos y caricias. Aquellos desayunos a base de cereales, siempre los mismos, que a pesar de eso tanto le gustaban. El irritante tono de voz de su hermano. Jugar al escondite con el profesor para tratar de eludir sus aburridas lecciones. Y las noches de tormenta, cuando ella y Tommy buscaban refugio en la cama de sus tíos porque tenían miedo de los truenos y del incesante balanceo del barco. Olores, sabores, sonidos, sensaciones, instantes. Tan nítidos, tan imperecederos, que casi parecían experiencias vividas ayer mismo. Tan profundamente grabados en su interior como todas esas canciones que aprendió en su día y que ya nunca olvidaría. Y por último el mar, siempre el mar. Aquel horizonte de aguas infinitas fue tal vez su primera patria y aquel barco, el Mariana Guerrero, su primer hogar. Sí, tampoco había olvidado su nombre.

Por eso Tatiana llegó a creer que vivía en un mundo casi enteramente acuático, donde lo único que quedaba de los continentes eran solo un puñado de islas devastadas y muy alejadas unas de otras. Los restos de un gran cataclismo, un diluvio provocado por los demonios que vivían en el cielo y lo controlaban todo desde las alturas. Eso era, más o menos, lo que había entendido de aquello que le habían contado sus mayores. También asumió que frecuentar esas pocas islas, donde todavía sobrevivía el antiguo mundo de los hombres, era muy peligroso. Por eso acudían a ellas lo mínimo imprescindible. Pero el océano también albergaba grandes peligros, piratas, furiosas tormentas y aguas vedadas por ser el coto de caza de espantosas bestias de las profundidades. Así pues, siempre tenían que estar en constante movimiento.

¿Qué razón de ser tenía todo aquello? Cuanto más rememoraba esos escasos recuerdos, menos sentido les encontraba. Tatiana también retuvo una escena enigmática de aquellos años, tal vez lo hizo por lo desconcertante de su naturaleza. Una vez se escabulló hasta el camarote de sus tíos para espiar sin ser vista porque los oyó discutir con inusitada fiereza. Eso la asustó porque en todo lo demás Eugenio y Julia eran por completo adorables, el inmaculado recuerdo de esos padres que nunca tuvo. Siempre atentos, siempre cariñosos, siempre desviviéndose por ella y Tommy. Pero no esa vez, no en aquella escena que también se le quedó grabada. Ambos parecían enfrentarse el uno a la otra casi como si fueran dos perfectos desconocidos, se gritaban, se amenazaban señalándose con el dedo, por momentos dio la impresión de que fueran a llegar a las manos. Tatiana no recuerda de qué discutían, pero nunca olvidó la brutal tensión de momento, lo enrarecido del ambiente. Cuando todo hubo acabado Eugenio se marchó dando un sonoro portazo y Julia quedó tendida en la cama, llorando amargamente y maldiciendo su nombre. Quizá hubiera merecido la pena consolarla, pero algo extraño, oscuro y perturbador continuaba flotando en el aire. Una vez más, ¿qué sentido tenía aquello que vio? No parecía encajar en absoluto con el resto.

—Tatiana, Tatiana —la estridente voz de Tommy rompió su estado de concentración —¡Tatiana, maldita sea! Deja de hacer la idiota y escucha.

Ella lo miró, irritada, y siguió a lo suyo.

Tu vuo fa l’americano

mericano, mericano…

sient’a me chi t’o fa fa?

tu vuoi vivere alla moda

ma se bevi “whisky and soda”

po’te siente e’disturba…

—¡Tatiana!

Tu abball’o “rock and roll”

Tu giochi a “baseball”

ma e solde pe’Camel

chi te li da?

la borsetta di mamma?

Harto de que su hermana lo ignorara, Tommy avanzó decidido y desconectó el video-lock que ella utilizaba para seguir y aprenderse de memoria las letras de sus infinitas canciones.

—¡Eres un imbécil! —protestó airadamente ella —¿Por qué me la has cortado?

—Calla y escúchame. Hay otro barco. Los hombres de cara seria y también… también esa mujer otra vez.