Aurora y el misterio de la cámara secreta - Douglas Kennedy - E-Book

Aurora y el misterio de la cámara secreta E-Book

Douglas Kennedy

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Aurora por fin va a la escuela y tiene muchas ganas de hacer amigos, pero no a todo el mundo le gusta que sea diferente. Esto es lo que la hace una gran detective, y le es muy útil cuando le llega su primer caso. La policía ya tiene un culpable, aunque Aurora cree que es inocente. ¿Podrá demostrarlo antes de que sea demasiado tarde? Aurora y el misterio de la cámara secreta es el segundo título de Las fabulosas aventuras de Aurora, aunque se tratan de títulos autoconclusivos. La saga Aurora es la primera incursión en la literatura para niños y jóvenes del aclamado escritor Douglas Kennedy y una obra ilustrada por el popular dibujante y guionista de cómic Joann Sfar. En Aurora y el misterio de la cámara secreta la protagonista vivirá muchas más aventuras gracias a que tendrá que resolver su primer caso junto al inspector Jouvet.

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AURORA Y EL MISTERIODE LA CÁMARA SECRETA

DOUGLAS KENNEDY · JOANN SFAR

Era mi segundo día de clase.

¡El segundo día de toda mi vida en un colegio de verdad!

Estaba muy contenta.

A mamá y papá les daba miedo que me costase adaptarme, pero todo iba bien.

Me gusta mucho mi tutora, la señora Chamaillard.

Me encantan las mates y aprender que el mundo empezó con una gran explosión en el cielo, y leer esa famosa historia de un hombre llamado Quasimodo, que tiene una gran joroba en la espalda y del que todo el mundo piensa que es raro, pero que salva a una chica dándole refugio en una de las torres de Notre-Dame.

También me encanta mi mesa en la primera fila, donde tengo mis lápices, mis bolis, mis cuadernos y mis libros perfectamente ordenados. El primer día de clase, el profesor de plástica, el señor Lieser, nos pidió que hiciéramos un dibujo, un símbolo o una imagen importante para contar cómo nos vemos a nosotros mismos.

¡Yo, por supuesto, dibujé una estrella muy grande!

Y, al día siguiente, cuando el señor Lieser nos pidió que explicásemos nuestros dibujos, escribí en mi tablet para que lo leyesen los demás:

—¡He dibujado una estrella porque me llamo Aurora! Es el nombre de una antigua diosa griega que, por las mañanas, hacía salir el sol. Y también es el nombre de unas luces muy bonitas (las auroras boreales) que solo se pueden ver en el Ártico. ¡Algún día iré y espero poder pasearme en un trineo tirado por perros y contemplar esas luces que llevan el mismo nombre que yo!

El señor Lieser me dijo que le gustaba mucho mi dibujo y me preguntó que cómo sabía tanto de mitología. Entonces le dije que también conocía la historia de Quasimodo. De hecho, ¡lo había conocido en Monster Land! Y me había hecho amiga de un gigante llamado Pantagruel, que había sido inventado por Rabelais, un famoso escritor francés. Y también…

El señor Lieser me agradeció todos esos «comentarios tan interesantes». La niña que se sienta a mi lado —se llama Jacqueline y me ha dicho que tiene un perro que se llama Sal y un gato que se llama Pimienta— me sonrió cuando me volví a sentar, pero detrás de sus ojos vi que pensaba: «¡Esta Aurora lo sabe todo de todas las cosas! ¡A su lado me siento tonta!».

Me dieron ganas de decirle que no quería que se sintiese tonta, que parecía increíble e interesante, y que sentía curiosidad por muchas cosas; y que además esperaba que nos hiciéramos amigas.

Pero si le hubiera dicho que adivinaba lo que pensaba, podría haberles contado a los otros alumnos que tengo poderes secretos.

Así que le devolví la sonrisa y escribí:

—¡Podrías venir a mi casa algún día al salir de clase!

—Sí, claro, estaría genial —contestó Jacqueline.

Pero vi que pensaba: «No sé qué podría hacer si fuera a casa de esta niña».

Me hubiese gustado decirle: «¡Claro que sí, ven! ¡No soy tan diferente! Lo pasaríamos bien juntas».

Entonces se acabó la clase y todos fuimos al comedor. Quería sentarme con mi hermana, Émilie, pero cuando me vio acercarme, con su mirada me hizo entender que mejor me fuera a otro sitio. Estaba sentada al lado de Mathieu, un chico de su clase del que están enamoradas todas las chicas. Comprendí que Émilie quería estar a solas con él. Josiane también la vio. Estaba detrás de mí, así que me tocó en el hombro y me susurró al oído:

—Deja a tu hermana con su amigo.

Seguí a Josiane hasta un rincón y comimos juntas.

Josiane es mi profesora particular. Siempre está a mi lado y vela por mí para asegurarse de que «encuentro mi camino en este mundo».

—Has intervenido mucho durante la última clase, Aurora —me dijo.

—Me encanta explicar y contar lo que me interesa —escribí.

—Tu profesor parecía muy impresionado.

—¡Sí!

Vi que Josiane pensaba: «¿Se lo cuento ahora o lo dejo para más tarde?».

—¿Estás preocupada? —pregunté—. Me va bien en el colegio, ¿no?

—Estupendamente. ¡Y solo es tu segundo día!

—¡Y pronto tendré una amiga!

—¡Va a ser maravilloso! —dijo Josiane.

Y lo más maravilloso es que, cuando volví a clase después de la hora de la comida, había un sobre esperándome en mi mesa. ¡Un sobre cubierto de estrellas! Grandes, pequeñas, algunas muy bien dibujadas y otras garabateadas de aquella manera. Y en medio de todas esas estrellas estaban escritas estas palabras:

¡Para Aurora, que es una gran estrella!

¡Qué guay! Me alegré mucho de que varios alumnos de mi clase me hubiesen dibujado ese precioso sobre durante la hora de la comida… ¡para darme la bienvenida a su colegio!

Estaba sonriendo de oreja a oreja. Con el rabillo del ojo vi que unas chicas que estaban sentadas cerca de mi mesa me miraban.

—¿No vas a abrirlo? —preguntó una de ellas.

Con la misma sonrisa enorme, saqué la hoja que había dentro. La persona que me había escrito esa nota debía de haberle dedicado un buen rato, porque la había hecho con muy buena letra:

¡Bienvenida a nuestra clase, Aurora!

Sonreí aún más. Hasta que leí la frase siguiente:

¿Puedes dejar de ser tan pretenciosa? Y además, ¿por qué eres tan rara?

¡El colegio!

¡Me hacía muchísima ilusión ir al colegio! No hay muchos niños que lo empiecen a los once años, como yo.

Pero la mayoría de los niños de once años no tienen mi poder mágico. No pueden ver detrás de los ojos de la gente. No saben lo que piensan los demás, lo que les gustaría decir pero no dicen, lo que temen, lo que sueñan pero no cuentan.

La mayoría de los niños de once años no hablan con una tablet. Papá dice que soy la escritora más rápida que conoce. Y él es un experto en la materia: escribe libros. Me lo dice a menudo:

—¡Ojalá pudiera escribir mis libros tan rápido como tú escribes en tu tablet, Aurora!

Pero Josiane preferiría que hablase como todo el mundo.

Fue ella quien me ayudó a aprender a escribir con la tablet cuando se dieron cuenta de que no sabía hablar. También fue ella quien me explicó que mi «discapacidad» —algo llamado autismo, que hace que vea el mundo de forma diferente y no hable— no es algo horrible, aunque me haga diferente a los demás.

—Es estupendo ser diferente —dijo Josiane el día antes de empezar el colegio—. ¡Ser diferente y encima tener un poder mágico es genial!

Josiane es una de las dos personas que conocen mi poder mágico. La otra es el inspector Jouvet. Hace mucho tiempo que no sé nada de él (desde que me convertí en su ayudante). Le envié un mensaje para decirle que iba a empezar a ir al colegio y que esperaba volver a ayudarle a resolver algún caso. Enseguida me contestó que no se había olvidado de mí («¡Cómo podría olvidarte, Aurora!»). Al igual que otra mucha gente, se había ido de vacaciones en agosto y me llamaría en cuanto me necesitase. Me gustó mucho cómo terminaba su mensaje:

¡Enhorabuena a mi ayudante por entrar en un colegio de verdad! Pásate por la comisaría cuando quieras, a mis detectives y a mí nos encantará verte. Y no te preocupes: tarde o temprano, alguien cometerá un delito y recurriremos a tu poder mágico para que nos ayudes en la investigación.

Josiane siempre estará a mi lado durante los primeros meses.

—Seré como tu sombra —me dijo el día antes de empezar el curso—. Te ayudaré a adaptarte y a trabajar en clase, y también a relacionarte con los otros alumnos.

—¿Por qué no puedo hacerlo yo sola? —escribí en la tablet—. Siempre me llevo bien con todo el mundo.

—El colegio es diferente —respondió Josiane.

Detrás de sus ojos, vi que pensaba: «No quiero preocupar a Aurora contándole lo crueles que pueden llegar a ser los otros niños en el colegio».

—No hace falta que me protejas —le dije a Josiane.

Me aguanté las ganas de escribir: «Además, ¡ya tengo una superamiga! Se llama Alba y puedo verla siempre que quiero. Solo tengo que mirar la estrella de mi tablet y pronunciar la palabra mágica: ¡Sésamo!».

Vivir al mismo tiempo en Sésamo y en el Mundo Cruel, como lo llamo yo (y donde, justo al contrario que en Sésamo, todo el mundo tiene problemas), es un secreto: no se lo he contado a nadie. Todo el mundo tiene un lugar secreto. ¿Tú no? Todos los adultos que conozco tienen su Sésamo, donde desaparecen para huir de las cosas que les molestan en la vida real. Por ejemplo, Josiane imagina a menudo que, en lugar de ser mi profesora y vivir en Fontenay-sous-Bois, está en una compañía de danza parisina y viaja por todo el mundo actuando en teatros llenos de gente guay. Lo sé porque puedo ver detrás de sus ojos, pero también porque pasó un fin de semana en París sin Léon, su novio, y volvió a ver a sus viejos amigos de la compañía de danza donde trabajaba. Cuando llegó el lunes por la mañana, parecía triste. Me ofrecí a ayudarla. Entonces me agarró y me dijo:

—Si estoy triste es porque este fin de semana he visto la vida que podría haber tenido. Sin embargo, me encanta trabajar contigo y ver cómo progresas… Pero cuando te haces «adulto», tomas decisiones e intentas convencerte de que has tomado las correctas. Solo que a veces te arrepientes…

Intenté entenderlo.

—¿No podrías volver a ser bailarina? —escribí.

—Es un poco tarde.

—¿Por qué?

Josiane bajó la vista para evitar mi mirada.

—Porque voy a tener un bebé dentro de seis meses.

Me lancé a abrazarla.

—¡Me alegro mucho por ti!

Pero Josiane aún parecía triste.

—¿No es una buena noticia? —pregunté.

—Sí, sí. Tengo treinta y siete años, ya lo sabes. Así que es una noticia maravillosa.

—¡Pero tener treinta y siete años no es ser vieja!

—No, pero… Ya entenderás algunas cosas cuando seas mayor, Aurora.

—¿Por qué no puedes explicármelas ahora?

—Porque aún es demasiado pronto. Y porque ya te las explicará tu madre.

—¿Léon está contento de ser padre?

—Está loco de contento. Teníamos muchísimas ganas, y hemos esperado mucho tiempo este momento. Pero hablo demasiado…

—¿Por qué?

Vi que pensaba: «¡Tengo que cambiar de tema rápidamente!».

Pero añadió:

—Si estoy triste, Aurora, es porque… Ya sabes que Léon estaba buscando trabajo en la universidad. Bueno, pues lo ha encontrado. En Limoges.

—¿Qué es Limoges? —escribí.

—Una ciudad donde fabrican platos y tazas, y donde hay una universidad.

—¿Limoges es una ciudad bonita?

—Es… pequeña. Pero allí probablemente podremos comprarnos un piso.

Abrí los ojos como platos.

—¿Quieres decir que te vas?

—Me temo que sí. Hoy en día es muy difícil conseguir trabajo en la universidad. Léon tampoco se muere de ganas de ir a Limoges, pero es un buen puesto. Y yo también podré encontrar trabajo allí.

—¿Tendrás una nueva Aurora para darle clases particulares?

Miré a Josiane. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Nunca habrá «una nueva Aurora» —contestó—. Tú eres única. Pero sí, me iré a Limoges con Léon. La buena noticia es que no nos iremos antes de que termine el curso escolar. Así que seguiré siendo tu profesora y tu sombra durante todo el primer año de colegio.

Le agarré la mano.

—Tampoco habrá nunca otra Josiane —escribí—. ¿Quién va a enseñarme a hacer cosas nuevas en la tablet?¿Y a hacer amigos?¿Y a ayudar a la gente?

—Tendrás otra profesora, Aurora.

—¡Pero no como tú!

—Prometo encontrar a una persona maravillosa para que me sustituya.

De repente, yo también me puse triste, aunque nunca me pongo triste.

—Es difícil para las dos, Aurora —añadió Josiane—. Pero aún estaré aquí durante muchos meses. ¡Casi un año!

—Y un año es mucho tiempo.

—Sobre todo porque este año hay mucho que hacer y aprender. ¿Y quién sabe? Quizá puedas decir algunas palabras antes de que me vaya.

El gran sueño de Josiane es que algún día pueda hablar como todo el mundo. Sin embargo, cada vez que abro la boca, no sale nada. ¡Ni un sonido! Hace unos años, nadie imaginaba que podría llegar a expresarme. Hasta que llegó Josiane y me enseñó en la tablet. Desde entonces escribo tan rápido con ella que casi parece que hablo por la boca. Puedo explicar las cosas con mucho detalle, como cuando el señor Lieser me preguntó por la estrella que había dibujado.

Pensaba que a mis compañeros les había gustado mi historia sobre el origen de mi nombre y las luces del cielo en el fin del mundo, donde está oscuro y nieva a todas horas. Luego vi el sobre con todas esas estrellas y pensé que mis compañeros me habían hecho un regalo.

Pero…

¿Puedes dejar de ser tan pretenciosa? Y además, ¿por qué eres tan rara?

Después de la comida, Josiane volvió al aula y se sentó a mi lado.

—¿Qué pasa, Aurora? —susurró—. Parece que has estado llorando.

Agaché la cabeza y me sequé los ojos con la manga. Empujé el sobre con la carta hacia ella. Abrió los ojos como platos al leer lo que habían escrito. En cuanto mi tutora, la señora Chamaillard, entró en el aula, Josiane cogió la carta y fue a preguntarle si podía hablar con ella en el pasillo. Cuando salieron, Jacqueline se tapó la cara con las manos. Vi lo que pensaba: «¿Cómo he podido ser tan tonta para ayudar a escribir esa carta?¿Por qué he dejado que las otras chicas me convencieran para escribirla a mano? La señora Chamaillard va a reconocer mi letra inmediatamente. Voy a meterme en un buen lío…».

Le toqué el hombro y escribí:

—La gente suele hacer tonterías cuando está en grupo. ¡Eso no me impedirá ser tu amiga!

Cuando volvieron Josiane y la señora Chamaillard, la clase estaba en silencio. Josiane se sentó a mi lado y me hizo un pequeño gesto con la cabeza, como diciendo: «Ya está todo solucionado».

Pero quería solucionarlo yo sola.

La señora Chamaillard tenía el sobre y la carta en la mano. Dio un paso al frente, levantó la carta y dijo:

—Vivimos en un mundo cruel. Y malo. A quien no es como los demás, como «nosotros», se le señala con el dedo y se le maltrata solo por ser diferente. Es un comportamiento horrible. Los que habéis tenido la idea de escribir esta carta (porque sé que sois varios) deberíais preguntaros seriamente: ¿pensáis que lo normal es ser cruel? Ya os dije, antes de que llegara, que vuestra nueva compañera de clase, Aurora, no puede hablar, pero que puede comunicarse con una tablet. Deberías felicitarla por haber conseguido ir al colegio y hacerse entender tan bien. ¿Y lo único que se os ocurre es escribir esto?

A mi lado, Jacqueline se echó a llorar. La señora Chamaillard la miró.

—Jacqueline… Sé que has sido tú quien ha escrito estas frases con esa letra tan bonita.

Ella lloró aún más fuerte.

—Espero que quienes han contribuido a escribir esta carta tengan la honestidad de disculparse con Aurora —prosiguió la señora Chamaillard—. Aprovecho la ocasión para hacer una advertencia: si vuelve a producirse una situación de acoso como esta, vais a meteros en un buen lío.

Luego la señora Chamaillard volvió a su mesa y nos dijo que íbamos a hablar de un hombre triste y cansado que, en la mitología antigua, empuja una roca montaña arriba; sin embargo, cuando llega a la cima, la roca siempre vuelve a rodar ladera abajo y el hombre tiene que volver a empezar.

Estaba a punto de levantar la mano para decir: «¡Yo lo conozco! ¡Es Sísifo!».

Papá habla a menudo de ese mito griego, es uno de sus favoritos. Dice que ilustra cómo puedes seguir haciendo algo que no sirve para nada, aunque lo sepas.

Quería decir todo eso delante de la clase, pero temía que fueran a tomarme otra vez por una pretenciosa, así que me callé cuando la señora Chamaillard preguntó:

—¿Alguien sabe cómo se llama ese mito?

Al ver que me quedaba callada, Josiane me dio un codazo, pero yo seguí con la mirada clavada en la tablet sin moverme. Al final de la clase, la señora Chamaillard nos pidió a Josiane y a mí que nos quedáramos un rato. Cuando todos los demás alumnos se fueron, Josiane me apoyó la mano en el hombro y me dijo:

—¿Por qué no has contestado a la pregunta sobre Sísifo, Aurora?

—Por lo que han escrito en la carta. Los otros alumnos van a pensar que soy una pretenciosa.

La señora Chamaillard negó con la cabeza.

—Ese es el problema del acoso. Muchos alumnos que piensan y tienen ideas no quieren demostrar su inteligencia. Nunca debes tener miedo a mostrar a los demás lo mucho que sabes, Aurora.

—Bueno, hay muchas cosas que no sé. ¡Y que me gustaría aprender!

—Me alegra oírlo, Aurora. Una de las cualidades más importantes en la vida es la curiosidad. Interesarse por todo y por todos.

De camino a casa, me giré hacia Josiane y escribí:

—Ahora que estoy en el colegio… Si necesito ayuda…

—Siempre estaré a tu lado.

—Lo sé. ¡Y eso es genial! Pero, ahora, ¿puedo defenderme sola, por favor?

Josiane me miró y sonrió.

—Es una idea excelente, Aurora.

Cuando llegué a nuestro piso, en la calle Maison-Rouge, Émilie ya estaba allí. Desde hace algún tiempo, en casa lleva los auriculares siempre puestos, con la música a tope. A mamá no le gusta nada: le parece que es la manera que tiene Émilie de pasar de nosotras.

Se quitó los auriculares en cuanto entré. Me miró como si le hubiera hecho algo horrible.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Que estabas en el colegio, eso es lo que pasa.

—¿Tan grave es?

—Lo grave es que todo el mundo se me acerca y me dice: «Tu hermana es muy rara».

No le conté a mamá lo del comentario de Émilie. Esa noche, cuando nos sentamos a cenar, insistió en que Émilie se quitase los auriculares y estuviese con nosotras. Émilie se negó y se fue llorando a su habitación. Mamá la siguió y me ordenó que empezase a comer, pero no tenía mucha hambre y decidí que después del día que había tenido necesitaba darme un paseo por Sésamo. Así que me fui a mi habitación, encendí la tablet, puse la preciosa estrella que me dibujó Chloë, la novia de papá, y dije «¡Sésamo!» cerrando los ojos. Y entonces…

Tachán… ¡Sésamo!

Estaba en la calle Théâtre, delante de la panadería donde hacen las mejores napolitanas de chocolate de París. Bueno, eso es lo que dice papá, y a él le encantan las napolitanas de chocolate. Ese día, papá y mamá celebraban su decimosexto aniversario de boda. ¡Émilie y yo les habíamos escrito una bonita tarjeta y habíamos preparado una tarta de chocolate negro con dieciséis velas! Era una sorpresa para cuando volviesen del restaurante donde habían ido a celebrar su aniversario.

Mientras compraba dos napolitanas de chocolate, sentí una mano en el hombro.

—¡Bienvenida a Sésamo, Aurora!

Era Alba, mi amiga. Nos dimos un beso.

—¡Cuánto me alegro de verte! —exclamé.

—¡Y yo! Pareces un poco cansada, eso es raro en ti.

Entonces le conté mis dos primeros días de clase (porque en Sésamo no existen los problemas del Mundo Cruel, y encima puedo «hablar» con Alba sin necesidad de una tablet).

—Ya ves por qué no me gusta ir a verte al Mundo Cruel —dijo Alba—. Hay demasiada gente infeliz. Y cuando la gente es infeliz, hace sufrir a los demás.

—Estoy segura de que todo se va a arreglar —contesté.

—Eso es lo que más me gusta de ti, Aurora: ¡siempre piensas bien de todo el mundo!

—A diferencia de la gente del Mundo Cruel, no me pongo triste ni me enfado.

—Pues hoy pareces un poco triste.

—He tenido un día difícil, nada más. Pero ahora que estoy en Sésamo…

—Nuestro tándem está ahí fuera. ¡Y tengo una sorpresa para ti!

—¿Vamos a volver al parque de Bercy para ver a nuestras amigas las tortugas?

—Esta vez vamos a ver a unos amigos y a visitar una exposición especial de cuadros en mi museo imaginario.

—¿Qué amigos?

—¡Es una sorpresa!

En nuestro tándem, salimos del distrito 15, cruzamos un puente y llegamos a la orilla del Sena. Ni una nube en el cielo. Un sol precioso. Ni un coche en la calle junto al río. Y los barrenderos nos saludaban al pasar. Cuando estoy en Sésamo, París es perfecto. Todo el mundo es simpático, la ciudad está limpia y los perros pueden corretear por todas partes.

Cuando llegamos al museo, aparcamos el tándem y Alba abrió la cesta que colgaba del manillar. Un conejo saltó a sus brazos y exclamó:

—¡Yo soy Monet!

Entonces otro conejo saltó a mis brazos y dijo: