Autobiografía de un ladrón - Diana María Arboleda Ospina - E-Book

Autobiografía de un ladrón E-Book

Diana María Arboleda Ospina

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Beschreibung

Autobiografía de un ladrón es una obra que narra a la familia como entramado complejo del que se teje hilo a hilo la singularidad del ser. Allí se entrelazan las narraciones de la historia familiar y la incidencia de las heridas de la infancia, descritas a partir de las máscaras o corazas que revelan, a través de la carencia y el autosabotaje, las propias inscripciones y marcas en el ser. La autora narra, a partir de un conglomerado de situaciones y percepciones, cómo fue su formación en la infancia y cómo el ser humano construye su ensamblaje básico a partir de las creencias, prejuicios e ideas preconcebidas; formando con ello toda la experiencia vital de su «yo» adulto. Ello, bajo premisas y configuraciones del sentir de sus antepasados. La obra recrea paisajes internos y cuestiones vitales en tanto lo que somos, lo que creemos que somos y lo que podemos llegar a ser, y cómo a partir de la aceptación y la reconciliación podemos reescribir nuestra historia con nuevos tintes y nuevas miradas.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Diana María Arboleda Ospina

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de cubierta: Rubén García

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 978-84-1068-417-1

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

1 ¿QUIÉN SOY Y POR QUÉ SOY ASÍ?

Si me preguntan quién soy, sólo diré que soy un ladrón, bastante absurdo y desconocido por la multitud. ¿Acaso los ladrones tienen que esconderse para luego ser descubiertos sin razón alguna por sus atacantes? Pues bien, para ello uso máscaras indetectables, huellas indestructibles a mi paso. Sin embargo, hay una huella de mi memoria que me impide avanzar a diario, la huella de mi historia familiar; esa innumerable y vasta memoria que trae a mí recuerdos de mis antepasados y me obliga a caer en el descubrimiento del sinsentido por el cual llegué a esta antigua y demoledora profesión. Pues sí, señoras y señores, aquí les traigo la narración de aquello que, sin culpa o temor, me condujo a ustedes, la historia que al narrar cobra sentido y por qué no… me conduce a la bondad de reconocerles en mi historia como parte crítica en la comprensión de quien soy, pues si alguna vez te has preguntado: ¿por qué soy así?, ¿cómo fue mi formación en la infancia?, ¿qué heridas han marcado mi camino?, ¿qué corazas tengo?, entre muchas otras cuestiones que a veces llamamos existenciales, vamos marchando por el mismo camino.

Pues bien… Una noche clara y tibia de repente trajo a mí pensamientos inhóspitos, eran historias que se repetían en mi interior sin saber por qué o desde cuándo estaban allí, historias imperceptibles a los ojos, oídos e incluso al corazón. ¿Desde cuándo palpita el corazón?, desde la semana número ocho o doce de acuerdo con la historia gestacional. ¡Caramba!, qué brillante este órgano, por esta razón quedan allí suspendidas las historias de vida que son significativas, incluso sin tener significado visible o comprensible, antes y maravillosamente después de la muerte, qué gran fortuna contar con un corazón. Mientras observaba la luna bastante pequeña desde mi perímetro terrestre, mi corazón se detuvo como cuando de pequeño me señalaban; era un incontrolable temor a ser juzgado, quizá mis padres y abuelos dirían: «este ladrón se fugaba por las noches a perpetrar en su corazón las historias más dolorosas y, de esta forma, robar energía a la luna». Pues sí… mis ancestros creen en el poder de la luna y lo que ello puede atraer a la vida misma, creencias, al fin y al cabo; aquellas que al ser fielmente conducidas por nuestro interior pueden construir grandes realidades. Mi corazón se paralizó y fue el preciso instante en donde mis preguntas empezaron a fluir.

La historia familiar por lo general no se cuenta, se vive; a veces somos culpables, otras veces inocentes, en muchas ocasiones víctimas o victimarios. El temor no nace de la familia, surge de las interpretaciones que damos a ciertos eventos que primordialmente se concentran en el corazón, a veces, como en mi caso, nos autoinfligimos creencias que se arraigan y generan «ansiedad», siendo que esta permanece inmóvil en la vida de las personas, pues sólo la movilizamos hasta el preciso instante en que nos damos cuenta que se llama ansiedad y cuando dejamos de otorgarle poder a la misma a través del reconocimiento de los sentimientos que la generan. La ansiedad, trastorno que puede llegar a causar mucho daño y alteración emocional, es como vivir constantemente en un pozo, con miedo a salir, miedo a quedarse allí, miedo de lo que pasó o de lo que va a pasar; todo esto sucede en milésimas de segundos. De pequeño no comprendía este sentimiento, este sinsentido, este vacío. Sin embargo, con el devenir de los años, pude ver mi historia personal y familiar como un campo de batalla con salidas y retornos, con vías entrecortadas y abismos fluctuantes, pude observar desde otro campo visual que era precisamente la vida misma la que fluía y yo continuaba atrapado en el horizonte de la queja; ¿qué sucedía entonces en mi interior para sentirme atrapado en un cuerpo al que su corazón le palpitaba de manera acelerada cada vez que olía el humo del miedo? Este era un miedo sin sentido, se trataba de la incapacidad de ver las cosas como eran, otorgándoles un sentido vago y desorientado; cómo fue eso posible si apenas iniciaba a robarle vida a la vida, si apenas me movía en un campo superfluo de ideas vagas y dotadas de innumerables emociones.

Un día clásico, nada voluminoso, carente incluso de valor, pude notar que no sólo el miedo a ser juzgado me aceleraba el corazón, de pronto pensar en noticias terroríficas, perder el control de mi vida que iniciaba a dar giros y giros como en una montaña rusa, desde iniciar mis labores matutinas, establecer rutinas y no poseer respuestas a mis preguntas, iniciaron a hacer eco en el remolino de mi corazón; cómo era eso posible, ¿por qué mi familia no se movía al ritmo que mi destino se les imponía, por qué a veces desatendían mis sentimientos? Preguntas que desentonaban con el juego de la vida; pues esta no es una ruleta rusa, es una constante búsqueda y nada tiene que ver con el azar; quizá hay designios espirituales y generacionales, pero realmente estamos llamados a encontrar las respuestas que nos hacemos en y a la vida. Si no, corremos el riesgo de morir tras una vida frustrada y llena de acertijos. Mi familia no es el caos, es la búsqueda del equilibrio; mis ancestros no eran magos, quizá sus formas de enfrentar la vida, las cuales me transmitieron «sin querer queriendo» era sólo una de las tantas formas de sobrellevar las cargas, un mecanismo de defensa. En un momento de mi vida crucial escuché decir a alguien «somos víctimas de víctimas» y qué gran sorpresa me llevé al descubrir que en mi afán por conseguir atención, cariño y afecto había desconocido por siglos esas mismas carencias en mis generaciones anteriores; no soy ególatra, o quizá sí, cuando nacemos, el niño busca la supervivencia a pesar de…, busca llamar la atención para ser vinculado de manera adecuada a un entorno que apenas está iniciando a conocer y es precisamente allí donde surgen aspectos como la crianza, el afecto y la vinculación como pilares para la construcción del ser.

¡Qué bien!, vamos pasando por lo que culturalmente nos han enseñado; es en la familia donde aprendemos los límites, a socializar y a relacionarnos con los otros, pero nadie nos enseña que es también el mismo entorno familiar el que nos limita, nos acecha, aprendemos esquemas por modelación, estereotipos y patrones de relacionamiento, allí nacen la culpa y el temor, pero también las capacidades, las fortalezas y los valores. La familia como definición es un entramado complejo, al que casi nadie presta atención, pero todos, absolutamente todos somos partícipes de las dinámicas armoniosas o no de una familia.

Te invito, mi querido lector o lectora, a no idealizar a la familia, a intentar comprender desde la raíz del árbol genealógico las imágenes y los recuerdos que forman tu vida presente, a lograr comprender ese sentir que nos llama a relacionarnos de manera diferente. ¿Por qué repetir patrones cuando somos seres llamados a la diversidad y a la maleabilidad universal? Ese soy yo, un ser maleable a pesar de la rigidez, no podemos perder de vista que somos la suma de múltiples factores, la resta de lo que nos falla y la multiplicación de patrones que sí, y sólo sí, podemos fracturar cuando tomamos la decisión, cuando nos enfrentamos a esa noche oscura plagada de preguntas y desistimos del contrato firmado en contra de nuestros propios recursos. El ladrón no nace, se hace, así somos los seres humanos. No nacemos así, nos vamos construyendo a partir de las historias, pero también a partir de lo que decidimos ser, todos los días, cada minuto, cada milésima de segundo nos enfrentamos a decisiones que determinan y pueden cambiar nuestro destino; nacemos genéticamente con un porcentaje de caracteres hereditarios y predeterminados. Sin embargo, existe la posibilidad de transformar algunos de estos; pero no todos; socialmente vamos adquiriendo otros genes que nos permiten coincidir y revelar la vida. Por eso cuando un ladrón te dice: «soy así porque sí y nada me puede hacer cambiar» es una total utopía. De niño creía que me robaba los días y los años, pensaba que en la medida que crecía me interesaban cosas fuera de contexto, incluso llegué a pensar que era de otro mundo, que no veía la vida con los mismos ojos que la veían los demás; era un monstruo encarnado en la soledad y mi familia me permitió ser eso, aislarme sin preguntar por qué. En la escuela obtenía buenas notas a cambio de ir y deambular en un hogar carente de comunicación, y no es porque desatendieran mis necesidades, es simple y llanamente porque a veces los seres humanos construimos brechas y muros de manera simbólica para no ser lastimados, brechas que se configuran en aislamiento, en no querer expresar los sentimientos, en no permitir extralimitarse con los demás, en establecer espacios cerrados que separen y limiten de manera significativa nuestro espacio al de los demás; construimos muros de contención para no pedir ayuda, para ser autosuficientes, no permitiendo que el otro se acerque de tal manera que pueda percibir nuestra debilidad y con ella desenmascarada, pueda ser utilizada como una bomba atómica y acabe con el placebo que nos mantiene por fuera de la realidad. Es como cuando se corre el telón en una obra de arte, se dejan al descubierto las múltiples debilidades, cuando culturalmente es de gran valor la fortaleza y la energía para la batalla de la vida.